CAPÍTULO 4. El lago de Shiganshina
Parecía estar soñando entre algodones hasta que abrió los ojos. Cuando lo hizo y fue dejando lentamente el sueño atrás, su cefalea fue enraizando más y más en su cráneo, como si acabaran de dar un golpe con un atizador. Soltó el aire incómoda, volviendo a cerrar los ojos.
—Te traeré una gasa más fría, Annie.
La voz era inconfundible. Annie abrió los ojos rápido de la pura impresión, tenía la vista algo mareada pero pudo ver cómo una cabeza de pelo corto y rubio le daba la espalda y acuclillaba sobre un cubo de agua. Era el inconfundible cuerpo de Armin. Se notaba la garganta tan seca que no se veía capaz de hablar.
—¿Ar… Armin?
—¿Qué? —se giró como un clavo y corrió rápido hacia ella, como si se hubiera puesto nervioso al oír su llamada.
Annie ascendió la mirada por él despacio, analizándole centímetro a centímetro. Él tenía un par de magulladuras por los golpes, pero parecía no haber sufrido daños mayores. Al cabo de unos segundos sólo cerró los ojos y habló muy bajito.
—Sólo era para asegurarme de que no te han hecho nada.
Se sintió avergonzada nada más decirlo, pero no hubo marcha atrás. Aprovechó que tenía los ojos cerrados para no ver, por timidez, qué cara había puesto él. Era muy difícil una relación entre dos personas introvertidas y tímidas, demasiado. Nunca iba a ser fácil. Esa era la esperanza que tenía Annie para que algún día, él desistiera de querer tener nada con ella. En mitad de todos esos pensamientos, sintió una suave presión sobre su boca. Abrió los ojos y su corazón empezó a palpitar mucho más deprisa. Armin estaba inclinado sobre ella y dejó posados sus labios sobre los finos labios de su compañera, muerto de miedo como sabía que iba a estarlo. Ya no podía aguantarlo más y se había lanzado. Cuando se separó, vio que Annie tenía las mejillas rojas y miraba a otro lado. Él también estaba ruborizado, pero después de todo lo que había pasado con tanta guerra y después del susto con la banda, se daba cuenta de lo corta e insignificante que podía llegar a ser la vida, especialmente si no se hacía lo que uno quería.
Pero Annie no se movía. No interaccionó, no tenía valor de mirarle a la cara. Armin se apoyó un poco sobre ella y volvió a buscar sus labios, pero ésta vez sí sintió como la rubia se le resistía, alejando el rostro. Y eso le hizo sentirse muy, muy mal.
—Dios… ¡perdón, yo…! Lo siento, Annie. Pensé que… si no lo hacía yo… si no pasaba, no… ¡estaré en la despensa para cualquier cosa que necesites! —el soldado salió agitado y corriendo como si no hubiera un mañana, había recuperado la vergüenza. Annie suspiró y sus grandes ojos azules miraron la dirección por la que se había marchado.
Sí, yo también me largo, se dijo internamente. Se destapó y alcanzó sus botas y su abrigo. Se dio cuenta enseguida de que estaba en la enfermería del cuartel de la Policía Militar. En cuando terminó de abrocharse los cordones vino Levi, con gran parte de su rostro lleno de cicatrices y en silla de ruedas.
—¿Qué estás haciendo?
Annie le miró sólo un segundo, pero sus manos continuaban acordonando.
—Me encuentro bien. Mañana tengo que trabajar, imagino que la reina nos dará otra misión.
—Primero, no has concluido tu misión. El resto de vuestros compañeros estaban avisados de qué local frecuentaría Rusty esa tarde, que estuvieseis allí fue una horrible casualidad.
Annie balbuceó, pero no dijo nada. Terminó de acordonarse y se puso en pie. Levi se interpuso en el marco de la puerta cuando vio que se acercaba allí.
—En el momento en que te atacaron perdiste el conocimiento —prosiguió, cruzándose de brazos. —Según indicaciones del médico, deberías estar en cama al menos tres días más.
Annie le miró fijamente, pero él también. Una persona como Levi no se vería amedrentado por nadie, Annie no tenía esa influencia con él.
—Me gustaría tomar el aire.
—Ser una irresponsable con tu salud es cosa tuya. Pero no entorpecerás esta misión. No te quiero ver en el cuartel en los tres próximos días. ¿Queda claro?
Annie apretó la boca y asintió lentamente. Levi se hizo a un lado y la dejó pasar.
A medida que caminaba por las densas calles de Shiganshina, el aire fresco le sentó mucho mejor de lo que pensaba. El dolor de cabeza fue amainando. Al pasar por un puesto ambulante pidió una granizada de limón y fue tomándola de a poco, mientras de manera automática, sin darse cuenta, sus piernas acabaron llevándola hasta el inhóspito lago que daba final al distrito.
Aquel lago siempre le había parecido precioso. Se había bañado en él una única vez, completamente desnuda, cuando la tarde invitó a ello y ni un alma se paseaba por esos bosques. Estaba mucho más escondido de lo que parecía, y los lugareños que conocían su localización -que también eran pocos- no tenían ningún interés en pescar allí. Era un lago manso y radiante las 24 horas y sin nadie que lo admirara. Annie sorteó algunas rocas que daban cuesta abajo al lago y al descender dio un salto ágil hasta el montículo de hierba que desembocaba en el agua. Se sentó y allí se terminó finalmente el granizado. El piar de las aves y los sonidos del chapoteo tan ligeros la sumieron en una calma absoluta. En momentos así, independientemente de lo que quisiera hacer, su mente la transportó al beso con Armin.
Le había quitado la cara… y él creyó que el rechazo era porque lo que sentía no era recíproco. En mitad de aquel pensamiento su padre vino a su mente, atormentándola. Pidiéndole lo imposible como guerrera marleyense, criticándola por sus continuos descansos cuando era una niña. ¡Golpea más fuerte!, le repetía, ¡así sigues pareciendo una niña, eres débil! Nunca era buen momento para parar. Cuando más agotada estaba, más fuerte la entrenaba y más duro la golpeaba para que no bajara la guardia. Había tenido tantas microfracturas en los huesos de tibias y antebrazos que era muy difícil dañarla ahí a día de hoy, y del mismo modo, muy difícil que se quejara ante golpes fuertes en cualquier parte del cuerpo. Tenía el espíritu muy doblegado a la disciplina, tanto, que había canalizado el significado del dolor físico en un plano asombrosamente secundario. Sin embargo, poco le había enseñado su padre de la inteligencia emocional. En términos de familia sabía poco, pero jamás había tenido pareja, y por supuesto, el beso con Armin había sido el primero. Con Bertholdt jamás había llegado a nada porque al igual que Armin, tenía una timidez que jamás supo abordar.
—Hitch… —automáticamente le salió una sonrisa tonta al recordarla. Su antigua compañera de piso, ahora viviendo con Reiner y con su propio bebé, esa sí que sabía lo que era la inteligencia emocional. Tenía calado a todo el mundo, esa maldita Hitch. ¿Sería buena idea pedirle consejo?
(Importante: me gusta mezclar mis propios fanfics, por lo que en esta versión extendida de SNK, Hitch está con Reiner y tienen un hijo. Si a alguien le interesa leer ese bello fanfic desde el principio, con Hitch Dreyse como protagonista, que añada «El precio del descaro» a sus lecturas.)
Como fuera, probablemente ya era tarde. Estaba tan cegada por lo poco que conocía del amor, que creía que la mejor alternativa era un mundo donde Annie Leonhart no arruinara el corazón ni la vida de nadie con su cercanía. Esta realidad la hizo sentirse extraña. Pateó un canto rodado que había al filo del montículo y éste cayó al lago, rebotando tres veces. Dio un largo suspiro y cerró los ojos, pero entonces oyó una especie de chasquido. Como una bala, saltó de donde estaba y se giró rápido hacia un lado, y luego velozmente hacia el otro. Allí le vio.
Armin Arlert.
Armin había decidido visitar el lago sin saber que Annie iba a tener la misma idea. De hecho, su compañera guardaría reposo durante unos días más, así que no había peligro de ser visto por nadie más en una zona tan remota de la civilización. Se había dejado caer al filo de la orilla que precedía al lado, tirando piedrecitas sin fuerza ni ganas. Un pajarito se posó sobre su pantalón, al que sonrió tiernamente y acercó con cuidado un dedo. El pájaro intentó picotearlo dos veces, pero al ver que no era comestible, movió un poco las alas y le pareció contestar en su idioma.
—Oh, lo siento, no soy comid-… ¡aaggg….Hagh! —un violento agarrón le ahorcó el cuello desde atrás, tirando de su camisa con tanta fuerza que por poco acaba trapicándose con su saliva. Cayó al césped y encima se le sentó Annie.
—¡An-Ann…! ¿Qué haces…?
—Deja de seguirme y acosarme, maldito niñato. ¿¡Cómo te lo tengo que decir!? —elevó la voz y aquello preocupó al rubio. Annie le soltó del cuello de la camisa, pero levantó el puño. —¿acaso… acaso quieres que… te pegue…?
—¡No! ¡Annie! ¡Siempre que estoy mal vengo aquí, por favor! ¡Escúchame!
—Déjame en paz, sólo te lo diré con palabras esta vez. —Dijo mascullando, con cierta rabia en la voz, y bajó despacio el puño. Como si tuviera un resorte en las piernas se levantó deprisa, mirándolo airada.
Armin se levantó tocándose el cuello despacio, aún sobresaltado del tremendo arrastre que había hecho desde atrás. Empezó a toser y se limpió la boca con la manga. Cuando vio a Annie de pie se fijó en que su espalda crecía y disminuía, al respirar agotada. Él también se puso en pie y la trató de alcanzar del hombro, pero se quedó a medias.
—No me puedo creer que pienses de mí que te estaba acosando. Yo te enseñé este lago, yo sabía que estaba aquí antes que tú. Y tú eras la que se supone que estaba convaleciente en cama, no yo. Así que dime, ¿qué haces tú aquí?
Annie siguió dándole la espalda sin contestar. Le miró de reojo, sin girar la cabeza apenas, completamente seria.
—Siento lo del beso —continuó el chico. —Pero pensé que era mutuo porque eso entendí en el barco. Si no fue así o tus sentimientos han cambiado, has hecho bien en hacérmelo saber. No volveré a molestarte. Pero a este sitio pienso seguir viniendo.
—Deja de… —cerró los puños, y apretó los dientes —…hablar. Cierra la boca, Armin.
—¿¡O qué!? ¿Tengo yo la culpa de algo? —apretó los labios. Pero enseguida entendió. Armin era muy avispado, y en ese momento se dio cuenta de algo más importante que todo aquel estúpido desencuentro. Dio dos pasos más cerca de ella y finalmente la tocó del hombro. Notó su cuerpo lleno de tensión. La rubia volvió a mirarle de reojo iracunda, pero esta vez, se encontró con el angelical rostro de su compañero calmado, sonriente y en paz. Su voz, totalmente dulce ahora, le dijo.
—A mí no me importa que sólo seamos amigos, Annie. Siempre te respetaré y te cuidaré de la misma manera. Pero creo que sólo haces todo esto porque estás sufriendo muchísimo… y no te lo mereces. Eres… una buena persona. Te aseguro que puedes contar conmigo para lo que necesites. Pero si no te abres con nadie, eso que sientes ahora se convertirá en una mochila tan grande que llegará el día que te caigas y no puedas levantarte.
Annie se estremeció con cada frase, le notaba tan cerca… empezó a tener un sudor frío, se sentía muy extraña y sobre todo, patética al haber dudado de él.
—Comparte tu mochila conmigo, Annie —dijo mansamente, aunque cuando se fijó bien en ella, vio una expresión de dolor contenido en su mirada que jamás había visto en ella. Iba a quebrarse. ¿Acaso había sido muy directo? No aguantó más y se le puso por delante, dándole un abrazo. —Yo… sólo lo digo por tu bien, no quiero lastimarte de ninguna manera.
Annie no supo lo que necesitaba ese abrazo hasta que él se lo dio, y fue como un elixir. La abrazó y no se separó, perfectamente pudieron pasar así dos minutos enteros, sin moverse. Armin ceñía los brazos alrededor de ella y llevó una mano a su pelo, acariciándolo con cuidado. Al mirarla desde su estatura superior, vio quede sus pestañas rubias brillaba una lágrima cruzando su mejilla. Lloraba en silencio, callada, sólo sintiéndole y apretando el puño en su pecho. Annie era tan silenciosa para mostrar debilidad, que nadie se había dado cuenta de que tenía una, exceptuando a Armin.
No supieron cómo, pero las horas pasaron laxamente frente al lago. Armin le susurró que se recostaran en la hierba y disfrutaran de las vistas, pero en realidad, cuando se tumbaron Annie siguió aferrada de la misma forma a su cuerpo. Armin no despegó sus brazos de ella durante el resto de la tarde, hasta que el sol se acabó poniendo y los dos se quedaron dormidos juntos.
La rubia separó lentamente los párpados con la noche ya sobre ellos. Estaba sumamente adormecida, y sentía un calor muy agradable que estaba mezclado con el aroma natural de Armin. Movió un poco el rostro sólo para pegarse más a su pecho y seguir descansando, para ella en aquel instante sobraban todas las palabras. Armin abrió los ojos al poco, despertado por los movimientos leves de ella. Ya no tenía más sueño y se sorprendió de que el día se les hubiera pasado por completo allí tumbados. Había echado su gabardina por encima de los dos. Al acercar un poco la cara a ella, llevó el dedo índice a su mechón rubio y lo apartó delicadamente de su cara para observarla bien. Annie abrió los ojos y dirigió la mirada a él, y en ese momento pareció quedarse petrificada. El corazón le volvió a indicar que ese chico la ponía nerviosa. Pero Armin no se atrevería a dar el paso de nuevo. Se limitó a acariciarla una y otra vez de la cabeza, hundiendo sus dedos en aquel color natural tan bonito y claro que Annie tenía.
—Oye, Annie…
—Dime.
—Vi a tu padre en un momento del retumbar. Tengo una curiosidad un poco tonta…
—¿Cuál?
—Era un hombre bastante corpulento, de piel morena y pelo negro. ¿Cómo es que tú…?
—Oh. —Sonrió un poco, esa pregunta jamás se la habían hecho. —Por mi madre.
—¿Te pareces a ella?
—Endemoniadamente parecida a ella, eso me decía él. Y por eso… —desvió la mirada, centrada en tocar un botón de la blusa de Armin. — Bueno, por eso era incapaz de mirarme a los ojos.
Armin puso otra expresión, como si le preocupara el rumbo del tema que había escogido.
—Mi madre murió en el parto. Se desangró demasiado y… murió a los pocos minutos de tenerme. Desde bebé, mi padre me ha sacado él solo adelante.
—Siento mucho haberte hecho recordar algo así…
—Tranquilo. No puedo decir que sufriera su pérdida porque no la conocí. Pero… —arrugó el ceño, pensativa. Ya no le estaba mirando. —Pero sí sufrí la pérdida que él sí sentía a diario. Y es la única persona a la que le debo todo lo que soy.
—Pero sí has sentido su muerte. Ninguna marcha es agradable, ¿sabes? Quiero que sepas que cuando te sientas débil o simplemente necesites desahogarte aquí estaré —dijo con una sonrisa, y bajó su mano hasta la pequeña mano de Annie. Aunque él tuviera los ojos claros, cuando Annie le miraba tan fijamente sentía que el corazón le daba un vuelco, eran dos ojos enormes y preciosos, mucho más claros que los suyos, y claro que se sentía intimidado.
—Yo no sé lo que es desahogarse hablando.
—Pues aprenderás de tanto oírme, ¿entendido? Yo me estoy quejando por todo siempre. —Encogió los hombros y la miró con cierta diversión. Annie sin embargo le devolvió la misma mirada inaccesible de siempre. —¿Entendisteeeeeeeeeeeeee? —La chica curvó una sonrisa al ver lo que intentaba y asintió.
Armin se alejó para incorporarse y le dio la mano para ayudarla.
—Se hizo bastante tarde. Me parece que vamos a tener que solicitar un carruaje.
—Hay cosas para las que sí que sigo echando de menos a Marley… los vehículos son mucho más rápidos.
—He oído que son muy útiles. Pero Hange comentó antes del Retumbar que no estaba segura de que lo que desprendían por esos tubos de atrás no fuera tóxico para las personas.
Annie encogió los hombros. En el fondo, prefería los coches porque ofrecían viajes más ligeros y veloces, sin tanto bamboleo de las piedras que asolaban los caminos. Pero con Armin, tanto le daba que el viaje fuera lento. Aquel sentimiento era realmente nuevo para ella: era la primera vez que quería estar con un chico.
«Sin duda, una de las mejores tardes de mi vida. Aquella en la que dormimos abrazados frente al extenso lago de Shiganshina.»