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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 8. La calma antes de la tormenta


—¡Armin! ¿Nos ayudas un momento? Tú eres más alto…

—¿Yo, alto? Creo que te has equivocado de Armin —dijo divertido, acercándose algo tímido a la estantería donde Sarina, Pieck y Levi se encontraban. Sarina sonrió al oírle y se hizo a un lado, señalando el libro al que ninguno de los tres llegaba. Armin elevó la mano, pero se ruborizó al ver que él tampoco llegaba, apenas lo rozaba con los dedos. Se puso de puntillas y se estiró lo que pudo, pero de pronto una mano femenina de dedos largos lo agarró por encima de él, bajándolo y ojeando la portada. Sarina dejó de sonreír al ver que aquella otra chica estaba por allí dando vueltas. Mikasa le tendió el libro a Sarina.

—Gracias —dijo fríamente, tomándolo desganada. Armin se giró rascándose la nuca con vergüenza, medio riendo.

—¿V-ves…? Mejor pídele a Mikasa la próxima.

—Sí, eso haré. —Dijo intranquila. Mikasa captó una mirada extraña de la chica y dejó de sonreírle. Miró a Armin y luego al resto, y se marchó. Levi la llamó desde la distancia y tanto él como Pieck se marcharon con ella, Pieck ayudó a mover la silla de ruedas. Al parecer, se iban por otro debate político que aún seguía inmiscuyendo al antiguo Cuerpo de Exploración. Armin había pedido unos días libres para ayudar a Annie con la recuperación y de vez en cuando leía con ella. No había habido ni una sola noche donde no descansara en su mismo cuarto colmándola de todas las atenciones posibles. Se recuperaba bien, y aunque ya había abandonado la muleta auxiliar iba agarrándose a las paredes. Se desplazaba en paseos cortos, agacharse y saltar aún eran tareas impensables y toser o estornudar le daban fuertes pinchazos.

—Oye, Armin, ¿tienes un segundo? —preguntó de repente Sarina, al verle indeciso frente a dos libros.

—Sí, claro, ¿qué ocurre?

—Bueno, verás… como sabes yo aún no me recibo como cadete… la física y las matemáticas son las asignaturas que más me están costando. ¡Son muy complicadas! Y sé que eras el mejor de tu clase… supongo que te acuerdas de lo importante que era el examen final.

—Sí, sí. A Eren también le costaba mucho la parte teórica. Y tampoco es que la física fuera muy fácil que digamos —de pronto le asolaron aquellos recuerdos de los tres estudiando cuando aún tenían quince años. Miró a Sarina con una sonrisa que desprendía simpatía, enseñando su perfecta dentadura. La chica sonrió despacio, con cierta malicia oculta.

—Bueno… pues… mi petición era que me ayudaras de cara al examen final. De verdad que quiero entrar a la Policía Militar… de lo contrario me mandarán a la Guarnición. Y yo no sirvo para estar en esa dichosa tropa estacionaria. Me aburriría el resto de mis días.

Armin se rascó la nuca pensativo, no le gustaba estar demasiado tiempo lejos de Annie, sabía que ella se aburría mucho estando en cama.

—Supongo que podría ayudarte algunas tardes. Lo tengo un poco difícil. Estoy ayudando a Annie con su recuperación y también trabajo en las misiones del cuartel, así que…

—Vaya, era de esperar que alguien como tú estuviera tan ocupado… ¡lo siento mucho! —Sarina dio un suspirito y se movió hacia las estanterías de «Física». Armin apretó el libro que tenía en las manos y se le acercó con una sonrisa.

—Tranquila. Te podré ayudar un par de días a la semana, incluso tres alguna que esté más desocupado. ¿Crees que sería suficiente, Sarina?

La chica le devolvió una mirada llena de ilusión y asintió muy rápidamente, lanzándosele en un abrazo.

—¡Gracias! ¡Graciasgraciasgracias!

Armin se puso colorado y acabó riendo, siguiéndole el abrazo.

—Además, tú no debes de ser tan negada para los estudios como lo era mi amigo Eren.

—Bueno, quizá te sorprendo para mal… —se mordió la lengua divertida.

Sarina pensaba tomarse aquello como un estratégico juego de ajedrez, pensaría muy bien antes de mover las fichas, sin embargo, Armin había descuidado la guardia con su primer movimiento. Ahora había conseguido sacarle el compromiso de verla dos veces por semana. Y dado que sus conocimientos en matemáticas eran bastante regulares también le vendría bien académicamente. Un 2×1. Todo el mundo sabía que Armin había sido el mejor alumno de su promoción en cuanto a inteligencia sobre el papel, y tenía muy bien desarrollado el pensamiento abstracto. Cuando se despidieron, la chica se fue con una sonrisa.

En lo que salía de la biblioteca, tuvo extremo cuidado de tomar el camino más largo para ir a la enfermería, no quería que Armin la viera. Sarina tenía demasiada curiosidad por echar un vistazo al estado de Leonhart. Así que aprovechando algunas muchedumbres y esquivando a sus amigas, se acabó metiendo en el pasillo principal y cabeceó en cada puerta. La sala de rehabilitación era la última, pero antes siquiera de llegar a comprobar qué pasaba ahí, oyó gritos reprimidos, se notaba que la chica que sufría tal dolor luchaba por no abrir la boca para gritar. Sarina asomó medio rostro y ahí la vio.

—Tranquila, Annie, lo estás haciendo bien. Esto no es fácil ni agradable, ¿de acuerdo? Respira un poco.

Así que ese es el daño es capaz de hacer un tiro en el cuerpo. Y eso que tuvo suerte, pensó la morena. Annie estaba sentada sobre una pelota de aire grande y respiraba hondo. Vio que su espalda transpiraba, así como su cuello. Nuevamente, la rehabilitadora le pidió que se llevara ambas palmas de las manos tras la cabeza y aguantando esa posición recta la fue doblando hacia un costado, estirando por completo el diafragma por el lado donde tenía la cicatriz a medio curar; de aquel modo también estiraba las fibras musculares y las vértebras. Annie empezó a apretar los dientes y al pasar cierto punto la mujer insistió en aumentar el estiramiento, hasta que Annie juntó los labios sin quejarse más, parpadeando más deprisa. Sus ojos se humedecieron rápidamente, y a punto estuvo de desprender una lágrima debido a aquel sufrimiento, pero no lo hizo. La licenciada la devolvió lentamente a su posición. Annie respiró agotada.

—Las manos, Annie. —Le dijo para que corrigiera las manos, que las había empezado a bajar para reducir el dolor. Volvió a apretarlas detrás de la cabeza y ahora con la espalda recta, la mujer empezó a palpar los alrededores de la herida con los dedos, masajeando insistentemente.

—Creo que tengo algo astillado.

—Sí —asintió la mujer al notarlo también. —La última costilla te la debió de rozar la bala, pero descuida. Aunque sea doloroso, con estar en reposo se curará sola.

—¿Cuándo podré volver a entrenar?

—No acabas de preguntarme eso, ¿verdad…? —dijo son una sonrisa sarcástica y le devolvió la ropa. Sarina, desde su recóndito escondite tras la puerta, observó mejor el cuerpo de Annie. Tenía un buen pecho, pero ella lo tenía más grande. Lo que Annie sí tenía, sin embargo, al igual que Mikasa, era un cuerpo increíble. Estaba bien fibrada, parecía que el congelamiento nunca alteró nada. Nunca podría competir con algo así a menos que empezara ya a ponerse las pilas. Además, no tenía tanta pasión por las artes marciales mixtas como ella. Se aburriría rápido.

—Estás mejorando muy rápido. Annie. Es normal que te duela al estirar esa parte, la bala atravesó varias fibras musculares. Pero ya verás que pronto estarás con la misma vitalidad que antes.

Annie asintió, terminando de abotonarse la blusa. La mujer continuó hablando.

—La semana que viene tengo que asistir a otros dos muchachos en Trost, pero te dejaré escritos los ejercicios que tienes que hacer. Armin te podría ayudar, ¿no?

—Se lo comentaré —dijo asintiendo. A Sarina le habría encantado leer qué ejercicios eran esos y cuántas veces había que hacerlos al día, así podría pedirle a Armin esos mismos momentos antes para que se viera en un compromiso y acabara dejándola tirada.

Pero, ¿haría Armin eso?, pensó. Annie era ahora su prioridad, no podía adelantar acontecimientos. Cuando notó que otros médicos pululaban a sus espaldas decidió irse de allí antes de que nadie la viera.

Habitación de Annie

—¡Annie! ¿Estás aquí? ¡He traído la cena! —Armin dejó la bolsa de papel sobre la mesita que había en un rincón del cuarto y se quitó la gabardina. Había sido una jornada más dura de lo habitual, y como no quería llegar tarde, la ducha se la dio rapidísimo y sin secarse el pelo. —¿Annie?

—Aquí. —Llamó la rubia, que estaba en el pequeño balcón que había a un lado. Hizo un esfuerzo por levantarse sola. Cuando Armin se asomó vio que estaba alimentando a la gatita. Ya había crecido algo más, era enteramente blanca y muy cariñosa. Acompañaba a Annie cuando Armin debía trabajar.

—¿Cómo has estado? —la ayudó a levantarse y la giró despacio, rodeándola con sus brazos. Annie suspiró.

—Aburrida. Pero cada vez me duele menos. Al menos cuando estoy fuera de rehabilitación.

—Todos los que van allí acaban asegurando que es una sala de torturas. Siento no haber podido acompañarte hoy, la jornada ha sido larga.

—Bueno, decías que había comida por ahí dentro, ¿no…? —dijo curvando una sonrisa y se metió adentro, pero Armin no la soltó. Sin apretar para no hacerle daño, bajó las manos a sus caderas y la atrajo hacia él, volviendo a verla de frente.

—Qué… —murmuró Annie, notando rosadas las mejillas cuando la miraba tan de frente.

Armin acarició sus costados y besó su boca, a lo que Annie respondió cerrando los ojos y prolongándolo. Al principio fue un beso, luego dos, hasta que perdieron la cuenta del tiempo que llevaban desgastándose la boca. Ninguno quería separarse. Annie deslizó la mano por el cuello de la camisa del rubio y se la abrió despacio, ayudándose de la otra mano.

—Annie…

Annie no respondió. Logró abrirle los dos primeros botones. Armin logró despegar sus labios brevemente para susurrar.

—No… no te quiero hacer daño.

—No me vas a hacer daño —susurró en voz baja cerca de su boca, sabía que iba a decirle aquello. Continuó bajando lentamente botón a botón. Armin estaba sonrojado, claro que quería ir a más, pero le detuvo las manos con suavidad.

—Vamos a esperar un poco, de verdad… estás aún en rehabilitación.

Annie se detuvo en los últimos botones, dejando su mirada en el pecho masculino. Armin sonrió con ternura viéndola tan pensativa, y fue a agarrar su mejilla con la mano. Pero antes siquiera de poder acariciarla ella pegó la boca en una de sus clavículas, haciendo que el chico notara un escalofrío. Recorrió esa zona con sus labios, ascendiendo hasta su cuello. Cuando llegó a la yugular, justo debajo del oído, Armin se puso colorado, era una zona muy erógena para casi cualquier hombre.

—Espera, Annie…

—Si me haces daño paramos.

Armin suspiró intentando pensar con claridad, pero Annie se le acercó más todavía, hasta sentir perfectamente acopladas las curvas de su esbelto cuerpo en el suyo, además, no paraba de insistirle en el cuello. Tragó saliva y cerró los ojos, limitándose a disfrutar. Mil cosas quería hacer con ella, su mente jamás le dejaba descanso. Hasta ahora no habían hecho mucho, pero fue suficiente para que esas 3 semanas estuvieran llenas de encuentros sexuales… consigo mismo, cuando tenía un momento libre. Jamás se le pasaría por la cabeza pedirle hacer el amor dadas las condiciones de la fémina, pero de todos modos, ya le estaba costando demasiado y Annie parecía dispuesta. Así que no había más que pensar. Acarició su fina espalda una y otra vez, dejándola hacer en su cuello, hasta que la continuidad de aquellos besos lo acabó poniendo nervioso. Bajó una mano hasta el culo de Annie y notó su forma, turgente y perfecta, y la imagen que le atormentó fue la de poseerla a cuatro patas, o con las piernas estiradas de pie, le daba igual la forma, pero desde atrás. Ese sucio pensamiento pasajero se difuminó cuando paró de besarle, momento que aprovechó para bajar el rostro y atrapar sus labios, fundiéndose de nuevo en esos besos mágicos. Besarse con Annie le resultaba tan íntimo y tan increíble que a veces seguía creyendo que estaba en un sueño. Cuando quiso darse cuenta tenía la mano metida bajo las braguitas de la rubia, masajeando sin fuerza uno de sus glúteos para acercarla también más a él. Trasladó dos dedos a su entrada vaginal desde allí, y notó que algo de humedad se desprendió enseguida. Annie se ruborizó sin decir nada, pero trataba de que no le viera la cara. Seguía sintiendo vergüenza cuando la tocaba en zonas tan íntimas donde nadie la había tocado, y aunque para él también fuera nuevo, estaba claro que la madurez entre ambos difería. Aunque Annie hubiese estado consciente esos cuatro años que «dormía», lo hacía desde un cristal, mientras que Armin vivía en el mundo real.

—No quiero que te aguantes nada. A la mínima que te duela algo, me lo dices y paramos a dormir, ¿sí? —le dijo Armin en su boca, Annie asintió rápido. El joven se inclinó unos centímetros hasta ella y la cargó de las piernas, elevándola en peso. Annie volvió a retomar los besos en la misma zona de antes, sosteniéndose al rodearle el cuello. La sentó con cuidado en la cama y siguió inclinándose hasta tumbarla bocarriba. Armin se relamió la boca bajando la mirada por su cuerpo y le quitó el camisón. Se notaba que estaba recién duchada, nada más hacerlo una suave fragancia femenina se coló por su nariz. El olor de Annie…

Annie por su parte observó que se llevaba su camisón a la nariz y lo aspiraba con las mejillas sonrosadas. Eso le sacó una sonrisa.

—¿Armin…?

—Me encanta tu olor, Annie. —Murmuró dejando caer ya la prenda y aproximándose a su clítoris por encima de las braguitas. La soldado apartó la mirada cuando sintió que le quitaba aquella prenda también. Pegó la boca a su sexo, sosteniendo sus muslos con las manos. Le hundió la lengua adentro y la empezó a penetrar con ella una y otra vez, suspirando con la saliva casi al borde de caérsele. Revolvió la boca al pegarla más y dio un gemido entre sus muslos. En un momento dado mordió una de sus ingles, haciendo que Annie tuviera un pequeño respingo. Alzó la cara para verle pero el esfuerzo abdominal la hizo caer de nuevo, haciendo que Armin parara y levantara la cabeza por encima de su entrepierna.

—Estoy bien —dijo ella mirándole tumbada.

Armin no dijo nada, se limitó a aguantarle la mirada fijamente igual que ella lo hacía el resto de días, cuando hablaban. Pero hasta él sospechaba muy lentamente que llegaría el día en el que Annie fuera la que tomara las riendas también en el terreno sexual, cuando no se sintiera tan virginal. Y así, mirándola de lleno, lamió por encima de su clítoris una y otra vez, sus labios vaginales, y pegó sus húmedos labios por completo sobre su sexo, disfrutando del sabor que tenía. Annie le retiró la mirada dos veces, pero no podía evitar volver a mirar cómo comía. Armin elevó la mano a uno de sus senos y lo masajeó suavemente, y el oído se le afinó igual que un gato al oír un breve jadeo de Annie, placentero. Sacó la mano de allí y la traslado de nuevo a sus muslos, poniéndose de pie despacio. Se bajó lo que quedaba de ropa y mientras deslizaba del todo las braguitas mojadas de la rubia por sus tobillos, se puso recto y bajó la mano a su miembro, acariciándolo lentamente y mojando la punta. A continuación miró a Annie fijamente de nuevo, la vio en una expresión enternecedora, dejándole hacer, mordiéndose el índice al ver cómo se volvía a fijar en ella.

—Mmmh… —balbuceó Armin golpeando varias veces su glande contra los labios vaginales de Annie. Lo rozó como quiso y al subir la mirada por el cuerpo femenino vio que el roce clitoriano con su miembro le erizó los dos pezones, rosados y preciosos. Se subió una pierna de Annie hasta que su pie quedó sobre su hombro, y la otra la dejó separada y bien abierta sobre la cama. Aferró el muslo que tenía agarrado con más saña para pegarlo a su cuerpo, empezando a buscar la colocación buena para penetrarla. Annie llevó una mano a la mano con la que Armin le sostenía el muslo y se aferró ahí, pero al sentirla, el chico la agarró y cruzó los dedos con los de ella, dejándolos como apoyo sobre la cama. Adelantó las caderas y de un suave empujón notó de nuevo la presión de sus paredes resistiéndose.

—Relájate… despacio… sabes que voy a hacerlo lento —la relajó con aquella voz tan tranquila, cosa que funcionó. Annie acabó soltando el aire y al relajar los músculos sintió que el pene de Armin entraba mejor, o al menos, sin dolor. El rubio dejó de unir sus manos con la de ella y la volvió a colocar sobre su muslo, acariciando incesante éste y su rodilla. Usó esa pierna para empezar a impulsarse con más ritmo y algo más de rapidez, haciendo que empezase a oír un chapoteo bajo de sus cuerpos uniéndose. —Eso es, Annie, bien… agh… —gimió el chico, notando cierta relajación ahora. Annie mantenía el ceño fruncido, al notarse en un debate. No le dolía, pero si notaba mucha presión cuando aumentaba el ritmo. Sus suspiros denotaban su cansancio y eso que apenas habían empezado.

—¿Perdón, bien…? —decía el soldado, preocupado por su bienestar, aunque ésta respondió con un cabeceo afirmativo. Volvió a bajar sobre su cuerpo, pero con su pierna aferrada, por lo que el la pierna de Annie cada vez más hacia atrás empezó a hacer más presión sobre su abdomen hasta que profirió un quejido mucho más notorio, Armin reaccionó y la soltó despacio, sin hacer movimientos bruscos.

—¡Perdona! ¡Annie…!

—Estoy bien… —Annie soltó una risita, más apurada que él. —Deja de pedirme perdón…

Armin liberó su muslo unos instantes y con las piernas abiertas de ella, se le tumbó encima por completo, sin dejar caer del todo su peso. Frotó su nariz con la de él, susurrándole.

—Te quiero, Annie…

Annie abrió los ojos clavando su mirada turquesa en él. Armin cerró los ojos y sonrió, imaginándose su expresión.

—De nada sirve ocultarlo… quiero estar contigo… siempre. —Al besarla ahora sintió que los labios de Annie tardaron en responder, pero lo hicieron, y cerró los ojos también. Llevó ambas manos a su cabello y lo revolvió con los dedos, disfrutando de aquel momento tan único que acababan de tener. De pronto las caderas de Armin fueron aumentando más de velocidad, volviendo hacer botar el cuerpo femenino.

—Dios… —suspiró excitado, con los codos clavados en la cama y Annie entre ellos, besándose ambos. Al aumentar el ritmo de las penetraciones Annie acabó despegando los labios de los suyos en un gemido arrastrado, empezando a notar auténtico placer con el sexo. Como ahora le daba desde arriba, el choque de su piel con la entrepierna de ella le estimulaba el clítoris, y eso hacía que la presión de sus embestidas llegaran a ser placenteras. Armin no aguantó más y paró de repente de moverse, sacándosela. Le bajó a Annie las piernas y la ayudó a voltearse bocabajo, usando esta vez todo el largo de la cama.

—Qué… —susurró confundida, sin saber bien cómo colocarse. Armin fue quien acercó una almohada y la colocó por debajo de su vientre, para dejarle las nalgas bien levantadas. Annie levantó la cabeza y volteó un poco para mirar qué hacía, pero al hacerlo él pegó su frente a la cabeza de ella desde atrás, y lentamente le retiró el pelo rubio del cuello para bajar hasta besar su nuca, mordiéndola sin fuerza. Annie notó una fuerte sensibilidad ahora al notar el frotar de la yema del dedo corazón del rubio, que la estimulaba desde atrás sobre su clítoris. Suspiró más intensamente, cerrando los puños en el edredón.

—Si te duele me lo dices… ¿sí…? 

Maldita sea. Me duele, pensó Annie. A la mínima que Armin la apretaba contra la cama sus músculos maltrechos le dieron una señal de alarma y la chica se aguantó. Giró la cabeza hacia él intentando que no se le notara, estaba bastante cachondo, y una parte de ella no quería detenerlo. Cerró los ojos de golpe al sentir que con una sola mano le apretaba la nalga para separa su glúteo con el pulgar, y dilatar así un poco la entrada que quería ver. Vio humedad alrededor así que la penetró de inmediato, oyendo un quejido mucho más agudo. Ahora sentir a Armin estaba siendo doloroso.

—Armin… se-se nota mucho más…

—Oh, sí… —le respondió con el labio mordido y se adelantó sobre su cuerpo, con las rodillas apoyadas a cada lado del cuerpo femenino. De repente empezó a agitar las caderas contra su entrada y las embestidas llegaron hasta el fondo sin miramientos, haciendo un fuerte choque de piel cada vez que se hundía en ella. Annie cerró más fuerte los ojos y apretó con fuerza las sábanas. —Hmpf… Annie, estoy muy cerca….

—¡Ah! ¡Hm…! Armin, más despacio… —dijo Annie contenida, soltando un gimoteo de dolor cada vez que él seguía follándola desde atrás. Armin tenía una mano sobre su culo apretada y la cara boqueándole aliento en la nuca, encorvado sobre ella.

—¿Te hago daño…? 

—Lo haces muy fuerte… —Armin redujo la velocidad y la sacó afuera unos segundos, acariciándole la nalga derecha. Subió la mirada hacia ella y la vio respirando como si hubiera corrido una maratón, lo que le hizo levantar una ceja.

—Annie, ¿estás bien…?

La vio con el rostro incómodo, respirando muy cansada. ¿Cómo demonios no se había dado cuenta de que le estaba haciendo daño?

—Me… me duele, sí. He subestimado el dolor abdominal y al aguantarme me he puesto nerviosa.

—¡Seré estúpido! ¿ves? Te dije que no era una buena idea. Es culpa mía.

—Cállate. Sólo… con más cuidado…

Armin negó con la cabeza odiándose un poco, y con mucha suavidad quitó la almohada y la giró, colocándose encima de ella pero sin penetrarla. Quedó cerca de su rostro y acarició su vagina con un par de dedos. La penetró con ellos despacio, viendo suspirar placentera a su chica, cosa que le excitó bastante.

—Qué sexy te ves jadeando —murmuró moviéndolos despacio, con el rostro bien pegado a ella. Fue cuidadoso y vigiló bien la trayectoria de sus falanges, no fue brusco, y buscó algunas estimulaciones extra en el clítoris cuando se hundía más en ella.

—Ah… —Armin sonrió embelesado viéndola gemir frente a él sin poder evitarlo. Siguió penetrándola al mismo ritmo, bien marcado y profundo, sin subir la velocidad. En una de esas notó que Annie le clavaba las uñas y tensaba el cuerpo, girando el rostro totalmente sonrojado a un lado y suspirando muy rápido. Armin se apresuró a atraerla de la mejilla con la otra mano y la besó con ansias; se sorprendió al ver que Annie respondía con la misma necesidad. Él aceleró el ritmo. Los suspiros que le salían de la garganta de pronto cesaron y despegó los labios de los de Armin, quedando conectados por dos finos hilos de saliva, dando un fuerte jadeo y otro más lastimero; enseguida las piernas le temblaron involuntariamente y Armin bajó la mirada, quedándose alucinado al ver a Annie contraerse por completo y gimiendo casi en susurros, mientras un pequeño squirt salió de su clítoris. Al extraer sus dedos salieron completamente empapados.

—Maldita-sea… —murmuró asombrado, sobando su clítoris. Al tocarla Annie se estremeció más y cerró las piernas, ruborizada. Armin dio un gemido y su pene respondió solo, llegando al clímax sólo de verla. —Había… había oído hablar de que a muchas mujeres les salía más fácil que a otras… no me puedo creer que tenga tanta suerte —dijo sonriente. Le abrió una pierna para verle la vagina.

—Me da vergüenza, no me mires…

—¿Puedes controlarlo a placer?

Annie negó despacio, dejando finalmente que le abriera las piernas. Armin la acarició allí y notó que su sexo se contraía, pero ya no volvió a salir ningún squirt. La miró finalmente sonriendo, con ambas manos apoyadas a cada lado de su cabeza. Annie se contagió un poco y sonrió, suspirando.

—Estoy derrotada.

—Yo también —Armin se echó a un lado haciéndose hueco en la cama de Annie. Por suerte ella era delgada, sino, no hubiera sido fácil, aunque seguía sintiendo que le quitaba algo de espacio. Sin decir nada, fue la rubia quien se aproximó a su pecho y dejó una mano acariciando allí, con la cabeza reposada en su hombro tranquilamente. Armin la rodeó con un brazo, observándola de reojo. Pasaron varios minutos en silencio, acariciándose, la cabeza de Annie daba vueltas y vueltas sobre lo que le dijo Armin mientras hacían el amor. Realmente había sentido algo fuerte en el cuerpo y el corazón cuando le oyó.

—Yo también te… quiero. Armin. —Dijo con mucho esfuerzo, en un susurro. No obtuvo ninguna respuesta; cuando levantó el rostro vio que hacía rato que el soldado se había quedado dormido. Annie respiro hondo y volvió a acostarse en su pecho, intentando hacer lo mismo.

Un ruido de cadenas muy sutil sonó al otro lado de la puerta, ya entrada la noche. Armin no despertó, su jornada había sido muy  dura, pero Annie tenía el sueño ligero y al mínimo ruido sus sentidos auditivos, como un felino, se afinaron. Sin mover ni un dedo del cuerpo de Armin, sólo recorrió su habitación con los ojos, intentado discernir de dónde venía aquel sonido. Odiaba reconocerlo, pero se sentía vigilada. Esa conclusión la hizo moverse despacio y levantarse dolorida de la cama, palpándose el costado de su herida. Caminó hasta la ventana mientras se envolvía en su albornoz, pero lo único que vio fue un minúsculo hilo de ventana abierto. Annie miró sin expresión alguna ese centímetro de cristal abierto. 

Buena medida para una cuerda de los exploradores, sin embargo, si el gancho hubiera tocado el edificio habría hecho más ruido

Buena medida para una cuerda de los exploradores, sin embargo, si el gancho hubiera tocado el edificio habría hecho más ruido. Annie bajó la mirada: justo bajo la ventana estaba el comedero, y la gata alimentándose. Suspiró y bajó los hombros, dejando estar las cosas. Se lo habría imaginado. Quiso agacharse a acariciarle el lomo, pero al mínimo esfuerzo su cuerpo le recordó que hacía muy poco le habían disparado, y tuvo que sostenerse a la columna para no caerse de culo.

«Las cosas no hubiesen sido más fáciles si me hubiera dado cuenta, entre tanto deseo y lujuria que te tenía, que alguien estaba intentando astutamente de acabar con nosotros… de acabar contigo aprovechando tu debilidad de aquellos meses. Se había encargado de hacerlo a distancia y de cerca, pero cuando nos veíamos yo sólo deseaba hacerte mía y disfrutar de aquel momento, hacerlo eterno y olvidarnos de otros temas. Tú también. Algo insólito tratándose de mí, que siempre he sabido mantener un poco mejor la cabeza fría para asuntos que involucran a personas tan detestables y peligrosas. Si lo hubiera descubierto pronto, Annie, no te habría protegido, porque soy tan idiota e ingenuo, que a veces sigo pensando que todo el mundo tiene un mínimo espacio del corazón sin pudrir, que la gente mala tiene algo bueno. Eso es un cuento de hadas. Te haría sonreír de nuevo, es cierto, pero pasaría bastante tiempo antes de que eso ocurriera. Por eso recuerdo esa noche con mucho cariño. Justo después, empezaría una odisea en la que yo, como un tonto, caería en redes equivocadas y me enteraría mucho después. Tú… siempre has preferido guardar silencio, ¿verdad?» 

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