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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 13. Reconexión


Tres semanas fueron las que tardó el equipo de Paradis en llegar a las costas asiáticas. Como prometió la familia Azumabito, fueron foco de miradas y reticencias, pero nada impidió que pudieran comenzar una agradable estancia. El primer día sería para descansar y al siguiente empezarían las reuniones. Armin estrenaba puesto como comandante oficial, Levi también había ido como su segundo oficial y capitán actual de la Policía Militar, él jamás subiría de puesto porque no tenía ningún interés en hacerlo. Se limitaba a aconsejar a Armin como lo haría con Erwin, teniendo en cuenta que Armin sólo tenía veinte años. En la embarcación, sin embargo, Levi adjudicó barcos distintos al comandante y a Leonhart a modo de castigo personal, ya había tenido antes la desdicha de ver fornicando sin querer a Hitch y a Reiner en el bosque y quería llevar una travesía lejos de aquellas malditas actitudes poco profesionales en horario de trabajo.

Residencia de invitados

Tras las debidas presentaciones de los Azumabito con el resto de terratenientes y políticos influyentes del país, los eldianos fueron trasladados entre gritos y vítores —y algunas que otras miradas desconfiadas de ciertos sectores— a las montañas de verdes pastos que daban sombra a las instalaciones donde pasarían el resto del mes. Levi no quiso ostentación de ningún tipo y durmió en la misma gigantesca cabaña donde estaban la mayoría de cadetes que les acompañaban. La reina Historia no había podido dejar Paradis, pero sí mandó a un par de secretarios que debían apuntar e informar de todo lo sucedido y eran de su plena confianza. Por su parte, Armin y los capitanes de la tropa estacionaria se quedaron en la residencia más alta de la montaña, justo donde la pendiente allanaba un poco y se podía admirar la enorme extensión de aquellas arboledas en las que estaban. Las especies de flora y fauna con las que se encontraban eran también una novedad.

Bien entrada la noche, después de la insistencia de los propios Azumabito, Levi y Armin decidieron descansar y olvidarse de los tejemanejes políticos, ya bastante habían tenido en la propia travesía. El rubio tenía un día para acomodarse, lavar sus ropajes, descansar y alimentarse como era debido, y le habían dejado las mejores residencias para continuar admirando la belleza lugareña. Armin se dio un baño reparador. Su habitación era la misma que Annie, estaban hospedados en el ala más apartada y también la que contaba con las vistas más hermosas. La arboleda de florecillas blancas en sus copas se perdía ante la vista humana. De madrugada, vieron pequeñas luciérnagas que asolaban las altas hierbas. Armin se descalzó frente al riachuelo y se pasó un largo rato observando las estrellas, preguntándose qué habría opinado Mikasa de aquel lugar; la chica había decidido no ceder al viaje pese a la insistencia de la familia oriental, que deseaban a la Ackerman. También se preguntó qué opinaría Eren y Hange, ambos ya fallecidos. Estiró la mano hacia un curioso mono dorado de muy pequeño tamaño que pasaba por allí, que después de olérsela salió espantado y volvió a colgarse de las ramas. El rubio sonrió dulcemente, pero su mente le trasladó a otros recuerdos y de pronto, sus lacrimales empezaron a humedecerse. Un caminar silencioso le hizo frotarse rápido, le daba vergüenza que le vieran llorar. Ladeó un poco la cabeza y cuando vio de quién se trataba curvó una media sonrisa, sumamente tranquilo. Verla le daba una tranquilidad especial. Annie le miró desde arriba seriamente, percibiendo la humedad retirada de sus ojos.

—Annie, siéntate. ¿No estás cansada?

—Un poco. —Se sostuvo a una roca para dejar caer con cuidado su cuerpo hasta sentarse, al lado del chico. El caudal del arroyo mojaba sus pies, también descalzos. —No me he sentido cansada hasta que he tomado un baño.

—Hueles bien —admitió Armin, manteniendo la sonrisa. Después se abrazó a sus propios brazos y flexionó las rodillas, apoyándose de ese modo. Miró a la lejanía. —Esto es precioso. ¿No notas un olor diferente también aquí, desde que pisamos este lugar?

Annie asintió, llevando sus iris celestes al firmamento. Las estrellas brillaban con fuerza. Escuchó un suspiro contenido de su compañero y bajó la mirada despacio.

—¿Ocurre algo…? —preguntó.

Armin se volvió a pasar los nudillos por las lágrimas, no podía evitarlo.

—Estoy bien. Pero antes he visto a un animal que jamás había visto en Paradis. El mundo que conocemos nosotros es tan pequeño…

Annie le continuó mirando, estudiándole despacio y en silencio. El rubio la miró y al conectar su mirada con la suya sonrió negando.

—Me acordé de cuando Eren, Hange y Sasha pisaron el mar por primera vez. Los recuerdo a ellos porque… ya no están… y me hubiera gustado que vieran todo esto. Si me paro a darle demasiadas vueltas, todo me parece tan injusto… —una lágrima le recorrió fugazmente la mejilla y le cayó en el camisón. Annie tragó saliva al recordar a Sasha. No le gustaba pensar en los difuntos. Eso también le recordaba a su padre. Se humedeció los labios sin saber bien cómo consolarle. Armin se enjuagó despacio los párpados, se le había acumulado tantas lágrimas que ya era absurdo intentar disimularlas. El corazón le dio un pequeño vuelco cuando notó la suave mano femenina en su mejilla. Al verla, Annie tenía una expresión preocupada y algo triste.

—No me gusta verte llorar —susurró despacio.

—Perdona, Annie. A veces uno no lo puede evitar. —Suspiró y trató de quitarse de nuevo las lágrimas, pero la rubia se le acercó más y le secó una de ellas con el pulgar, evitando que él se tocara.

—A veces creo que no me merezco a una persona tan buena y sensible como tú. —Expresó con dificultad, como siempre que notaba que abría su corazón al hacerlo. Armin sonrió con ternura y olvidó que lloraba. Al ver esos ojos tan claros sintió una conexión especial. Bajó la mano a su lumbar, donde acarició despacio. Annie cerró los ojos ante su cercanía y pegó su larga nariz a la mejilla de él, sintiendo su olor y su respirar. Siguió con las caricias sobre su otra mejilla.

Qué es esto que siento… quiero acostarme con él…

—¿Por qué no descansamos un poco adentro, te parece? —Annie asintió pegada a su rostro, sin separarse. Al sentirla tan cerca él sonrió, tampoco podía separarse tan fácilmente. Lo hizo sólo para buscar sus labios, los cuales rozó y enseguida atrapó con los suyos, haciendo que Annie se ruborizara al instante. Se besaron lentamente, probándose los labios una y otra vez. De pronto sintió que la lengua de Annie alcanzó la suya y correspondió de la misma forma, aunque esa iniciativa le hizo sentir punzadas en la entrepierna rápidamente. 

A veces se preguntaba si de verdad el instinto masculino era algo más que un instinto animal, casi parecía otra persona cuando su mente entraba en ese escenario con ella

A veces se preguntaba si de verdad el instinto masculino era algo más que un instinto animal, casi parecía otra persona cuando su mente entraba en ese escenario con ella. Annie bajó la mano desde su mejilla hasta su hombro y le presionó hacia atrás, buscando tumbarle en el césped. Y aunque el chico iba a ceder, abrió los ojos y buscó con la mirada la cabaña.

—Escucha, Annie…

—Silencio.

Sintió la amenaza de su índice señalándole, un momento de tensión. Annie le dio un empujón más fuerte y lo tendió en el césped, provocando en él una súbita excitación. Jamás la había visto así, pero si empezaba a ponerse dominante en aquellos terrenos… sería como recibir la bendición. La preciosa cabaña en la que harían noche era solitaria y alejada del resto de huéspedes, podían haber hecho el amor allí sin rendir cuentas a nadie y sobre la comodidad de la cama. Sólo que… no había cama. Annie expresó su desagrado al ver una «colchoneta» a modo de cama, le pareció rudimentario. Tanto le daba que se llamara futón o no. En realidad, a Armin le importaba nada y menos. Annie pasó un antebrazo bajo la nuca de Armin y comenzó otro beso, totalmente entregada. El chico no tenía que hacer ya nada, ya había calado demasiado hondo en ella y en su cabeza. Era capaz de disipar todas las bestialidades mentales que vivían con ella desde que era una niña, de hacerla olvidar el lado que temía de sí misma, y por supuesto, el lenguaje corporal hablaba por sí solo en consecuencia.

—Dame otro de esos besos con lengua, como el de antes… —Annie soltó una risita al oírle, aquello sucedió sin siquiera darse cuenta, madurar sexualmente junto a él había sido uno de los mejores regalos que había vivido. Hacía 4 años, jamás pensó que llegaría a vivir tanto como humana para vivir algo así. Notó que Armin la empezó a acariciar por debajo de la ropa, bajo el camisón ninguno tenía nada más que una prenda interior. Cuando la mano masculina le encerró el pecho y lo masajeó Annie entreabrió los labios, apagando sus suspiros en la boca ajena, al corresponderle con el beso que había pedido. Las lenguas se entrecruzaron y acariciaron varias veces, y por todos los demonios que aquello excitó al rubio gravemente. La separó de sus labios para pasar por su cuerpo su camisón, dejándola tan sólo con sus braguitas. Annie le miró desde arriba y se puso despacio en pie, para ser la que concluía con el trabajo. Levantó una pierna y luego la otra para deshacerse de esa prenda, y Armin, cuya cabeza estaba entre ambos pies femeninos, la miraba desde el césped como si acabara de hipnotizarse. Vio que a continuación se inclinaba para sentarse de nuevo sobre él, pero antes de que se le ocurriera poner su vagina sobre su abdomen, Armin apretó los labios y la condujo hasta su cara, haciendo que Annie tuviera un atisbo sonrojado en las mejillas.

—Armin…

—Silencio. —La imitó él gustoso, mirándola con una sonrisa de relajación. Annie apoyó los puños a cada lado de su cabeza, sosteniéndose en la tierra, y clavó también las rodillas dejando la boca de Armin bajo su sexo. Ni siquiera hizo comentario alguno. Lo vio cerrar los ojos y elevar unos centímetros la nuca, empezando a recorrerla con la lengua con necesidad. Las mejillas de Annie se colorearon muchísimo más, y su espalda sintió un escalofrío de puro placer. Esto también empinó el miembro de Armin por completo. El chico rodeó uno de sus muslos con el antebrazo y la apretó hacia abajo, insistiéndole para que pegara su vagina en su boca, y así hizo. Cuando sintió su vagina sobre sus labios los abrió y sacó la lengua, apoyando la boca enteramente en su abertura y recorriendo sus pequeños pliegues con la lengua, arriba y abajo, hacia los lados. Sintió que el muslo de Annie se le ponía con la piel de gallina, y abrió los ojos estableciendo contacto visual con ella. Aceleró el ritmo y subió la otra mano a unos de sus pechos, resbalando el pezón varias veces entre sus dedos. Annie se relajó y disfrutó de todas aquellas sensaciones juntas, sólo dejándose hacer, aunque necesitó sostenerse del propio césped cuando dos dedos de Armin se le introdujeron inesperadamente, haciéndola ponerse tensa. Dio un suspiro largo, volviendo a bajar la mirada para mirarle. Ver los labios de Armin moldeados a su vagina le puso los pezones erectos, y aunque fue capaz de mantenerle la mirada como nunca antes, de repente la penetración que le hacia con los dedos dejó de ser simple, para convertirse en una presión en el punto G totalmente buscada, cosa que la hizo gemir agudo y apartar la mirada de él, sintiéndose muy débil.

—Armin… eso es…

—Tranquila, tú déjate llevar… sé lo que estoy buscando.

La oyó dar un quebrado gemido, y vio que cerraba los ojos sólo un segundo. Annie bajó la mirada a él y apretó los dedos en su cabello rubio, despeinándole al acariciarle. Se puso nerviosa, la excitación estaba comandándola demasiado. Su abdomen se contraía lo quisiera ella o no, y sus caderas, antes estáticas, se meneaban de repente con fuerza sobre su cara y boca, en una onda que serpenteaba su estrecha cintura para darse placer con el roce. Armin curvó más los dedos para provocarle un squirt. Lo deseaba a toda costa. La vio poner una expresión de aguante reprimido.

—No te contengas.

—Me está dando ganas de orinar, por favor, deten-…

—No es orina, tranquila —murmuró entre descansos jugosos de su sexo. Al separar la lengua varios hilachos de saliva y de los propios fluidos femeninos quedaron impregnados en su mentón. Armin volvió a retomar el trabajo y movió las dos yemas de los dedos hacia atrás, intensificando en el punto de placer para estimularla, mientras la lengua no paraba de rodearle el clítoris. Sintió un temblor involuntario en uno de los muslos femeninos y abrió los ojos expectante, eso significaba que le quedaba poco.

—Para, ¡Armin! —intentó moverse de repente de él pero Armin no le soltó el muslo que le tenía rodeado con el antebrazo. Separó la boca unos centímetros.

—Relájate y confía en mí, déjate llevar. Ya conoces la sensación, así que no tengas vergüenza, ¿sí?

Annie le miró preocupada con el cuello transpirado, respirando con mucha dificultad, y dio un gemido fuerte al volver a sentir que retomaba el trabajo clitoriano y la penetración con los dedos sin dejarla descansar. Apretó los dientes un solo segundo y volvió a abrir los labios sin poder evitarlo, respirando excitada. La lengua de Armin no se cansaba, no se detenía ni un maldito segundo, y la insistencia sobre su punto G la hizo abrirse inconscientemente de piernas, más que antes, dejando caer más peso sobre su boca. Armin se relamió la boca con la lengua y dejó su clítoris en paz, manteniendo sólo la penetración y mirándola fijamente desde abajo. Annie tuvo un brusco escalofrío que le tensó la espalda y la hizo mirar hacia arriba, lanzó un bufido de placer. La calidez de la mano de Armin alcanzó su seno de nuevo y le dio un pellizco sin fuerza, estimulándola. Annie abrió sus rosados labios y soltó un gemido largo y en un tono bajo, arrastrándolo aliviada cuando sus músculos se relajaron. La lengua de Armin chocó contra su clítoris y al retomar, Annie hizo ese gemido más agudo, su cuerpo dio una suave convulsión y un chorro transparente fuerte y dirigido fue a parar al rostro de Armin, que muerto de la excitación abrió la boca, recibiendo casi todos sus jugos en ella gustosamente. Annie sintió que se moría del placer, jadeando sin parar, alucinando con su propio cuerpo a ver que aquel chorro no se detenía, seguía y si se paraba salía otro igual de potente al poco. El orgasmo además le hizo temblar las nalgas y las piernas con fuerza involuntariamente. Armin se lo tragó todo y se limpió riendo lo que había caído en su nariz y en su frente con la mano.

—Lo sabía… ¡lo sabía! Si ya te sale a veces sin provocarlo, sabía que provocándolo ibas a mojarme entero.

—Lo siento… lo siento, yo…

—¿Por qué te disculpas? —Armin soltó una carcajada, elevando medio cuerpo y quitándose su ropa hasta quedar igual de desnudo que ella. Podía partir piedras con la dureza de la polla en aquel momento. Sin dejarla casi descansar, se quedó sentado sobre el césped y la condujo de las nalgas sobre su miembro, buscando la entrada a su cavidad femenina. Temía no estar a la altura, pues en el barco no había tenido la intimidad de tocarse ni una maldita vez, y probablemente le llegaría el orgasmo muy rápido. Pero igualmente ya no podía aguantarse más. Buscó su entrada a tientas. Annie mordió su lóbulo y esto enrojeció el rostro del soldado un instante, que pudo posicionar con algo más de dificultad la punta de su pene en la entrada femenina. La dejó caer despacio, sosteniéndola de los muslos, pero hubo un momento en el que la presión le dio demasiado placer y la empaló al levantar sus propias caderas. La penetró de golpe y Annie dio un gemido mezcla entre placer y dolor. Aunque ni eso pudo evitar que el chico se excitar ala sentir aún las palpitaciones, remanentes del orgasmo que Annie acababa de tener hacía un minuto.

—Estás húmeda…

Annie volvió a contraer la expresión al sentir que volvía a embestirla de golpe, esta vez entrando con una mejor posición. Se concentró en relajarse, relajó las piernas, y se dejó caer sobre el cuerpo masculino, respirando tranquila mientras él la dilataba ahora con más calma, penetrándola despacio, pero llegando profundo. Parecía increíble la adaptabilidad que seguía teniendo su cuerpo, pese al tiempo que llevaban sin hacer nada. Muy pronto dejó de dolerle. Armin agarró con más contundencia las caderas de la chica, pero casi tiene un cortocircuito cuando ésta se le adelantó, empezando a mover las caderas sobre él. Notó que las fuertes piernas femeninas se apretaban contra los huesos de sus costados y se impulsaba de las rodillas, logrando penetrarse con un vaivén más rítmico. Armin soltó un bufido de placer, bajó la mirada a su polla entrándole por entero una y otra vez, eso le excitaba muchísimo. Al levantar la mirada vio los pechos de Annie botando con el resto de su cuerpo, y su rostro medio cubierto por el mechón rubio más largo que tenía, le había crecido un poco el pelo aquellos últimos meses. La mejilla que sí podía verle estaba rosada, y sus hermosos y finos labios abiertos, suspirando sin sonido. Mirándole completamente excitado, sin decir nada, sólo podían oírse los cuerpos chocando y los suspiros de Armin, que a veces tenía serios problemas para alargar la penetración, sintiendo que iba a correrse en cualquier momento. Se dio cuenta de la fuerza que tenía Annie en las piernas, se imaginó que haciendo sentadillas también podía ganarle quince mil veces. Tenía una resistencia poco común, él arriba ya se habría cansado.

—Agh… ¡ah! —soltó un gemido más agudo, acariciándola con fuerza de la espalda. —Sigue, no pares…

Annie frunció suavemente sus cejas, no había parado ni un solo segundo de cabalgarle, y la continuidad de un ritmo así hacía que Armin a veces tuviera que contenerse para durar un poco más. Las manos de la chica estaban fuertemente unidas tras la nuca del rubio y parecían selladas y soldadas, pues tampoco se habían movido de posición desde que empezó.

—Date la vuelta… —le pidió Armin en sus últimos suspiros, sintiendo que iba a venirse. Trató de agarrarla del muslo para frenarla y de repente sintió un impacto seco en su nuez, la fuerza de la mano de la rubia le aplastó contra el césped otra vez, medio ahogándole. Aquello había dolido un poco, pero fue más la impresión que otra cosa. Annie no iba a ceder. No supo por qué, pero el que le estuviera asfixiando le estaba poniendo muy cachondo. —Eso es, ahógame…

—¿Te gusta, verdad? Te gusta que mande —murmuró la rubia desde arriba, hincando la yema del pulgar y del dedo corazón en puntos clave de su cuello, atorándole la respiración.

—Annie… ¡ah! —quiso quejarse, pero de pronto aquella incómoda sensación de asfixia se mezcló con el fuerte cabalgar que le hacía en vertical. Annie se puso de cuclillas y demostrando una vez más su gran poderío y fuerza con las sentadillas, ahora se movió de arriba abajo, chocándose contra él con más violencia. La sensación era muy nueva para él, pero no podía engañarse a sí mismo. Le estaba gustando. No pensó con claridad y le dio un azote en la nalga, a lo que Annie respondió con una bofetada en la cara que le revolvió el rostro y le despeinó el cabello. Armin abrió los ojos tremendamente adolorido, ¡qué maldita fuerza tiene!, pero esta vez Annie paró de moverse y cesó de estrangularle.

—Perdóname, ¿te he hecho daño…?—Annie levantó la mano preocupada, pero Armin negó rápido. Tenía la mejilla hinchada y cuarteada con la señal de los dedos de la chica y le dio exactamente igual. Pero aprovechó que había parado para moverse muy rápido, movido por un instinto puramente lujurioso, y la tomó del brazo tirándola boca abajo en la tierra. Annie no se esperó esa respuesta y abrió los ojos al sentir que la atraía con ganas de las caderas, elevando sus nalgas. Volteó el rostro hacia él y le vio de pie, agarrándola de un cachete y acomodando su pene para embestirla de nuevo. Le entró tan fortuitamente que Annie dio un jadeo de sorpresa, y ni siquiera la dejó amoldarse. El cuerpo de Armin también era el de un militar, por mucha destreza que ella tuviera. Todos los músculos corporales se le tensaron al empezar a penetrarla con rapidez, atrayéndola hacia su abdomen con vehemencia, cerrando los ojos y abriendo la boca. Annie alcanzó unos juncos con las manos y los partió al sostenerse. Empezó a jadear cada vez que se chocaba contra ella, notando sus cuerpos sudados y que al despegarse para volver a chocarse había una capa de transpiración que les hacía chapotear. En una de aquellas violentas embestidas Armin paró en seco y dio un grito agudo. Se apresuró a sacarla y cuando lo hizo el semen salió de su orificio sin parar varias veces, mientras él jadeaba en cada una de ellas. Vio un poco preocupado que algo de semen salía de la vagina de Annie.

—Perdona… he…

Empezó a hablar, pero vio que Annie estaba respirando con dificultad, sudorosa, su vientre se contraía y relajaba con rapidez. 

—¿Has qué?

—Deberías ponerte en cuclillas, creo que ha entrado un poco dentro… perdón…

—Está bien —asintió agotada, dejando caer por fin el abdomen al césped. Armin insistió y tiró de su brazo para levantarla de allí, a lo que obedeció a regañadientes. Al ponerse en cuclillas nada salía de ella, por lo que quiso levantarse pero él volvió a sujetarla del hombro, con la voz más alterada.

—¡Annie, hazme caso! Espera un poco.

—Eres un incordio —dijo con el ceño fruncido. Al cabo de unos pocos segundos la gravedad surtió efecto y ambos vieron sorprendidos como caía un espeso líquido blanco en muy poca cantidad sobre la tierra.

—Es un poco rudimentario… pero me quedo mucho más tranquilo —asintió sonriendo, acariciándola de la cintura cuando ella se fue incorporando. —Ahora deberías ir a lavarte, por si acaso… An-An…¡Annie! —sintió un escalofrío cuando empezó a masturbarle despacio y se le pegaba al cuello de nuevo. —Espera un poco…

—No se te levanta… —murmuró parando de mover la mano, con un tono insatisfactorio.

—Tranquila… es que acabo de eyacular, Annie. —Annie levantó la mirada azul hacia él y el hombre le sonrió. Eso no quitaba que su mano le pudiera perjudicar muy pronto. —¿Te ha gustado?

Annie parpadeó y tomó aire, dejando de tocarle para apoyar la mano en su pectoral.

—Claro que sí. Me siento muy bien —le dijo en un tono bajo, y acercó sus labios a la boca de él, quien correspondió con un beso más casto. Al distanciarse, pareció ponerse algo pensativa. —Sentía que me estaba meando sobre ti, pero ya no podía parar…

—Bueno, aunque no es orina… te estabas meando, sí. Me meabas tu flujo encima. —Dijo para picarla y logró que le diera la espalda, muerta de la timidez. —No te pega nada ponerte tímida… —la rodeó con los brazos, apoyándose en su hombro con diversión. —Me da miedo cuando te habitúes también a esto… seguro que eres una dominante de las que asustan.

—¿Dominante?

—Sí.

Annie no sopesó muy en serio sus palabras en aquel momento, le hacía gracia que la imaginara así. Cuando entraron finalmente a la cabaña y se tumbaron en el futón, pasaron largas horas besándose y mimándose antes de quedarse dormidos. Había sido la reactivación de unos sentimientos que ambos creían perdidos.

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