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CAPÍTULO 14. Desconexión

La primera noche en aquel continente había sido maravillosa. Los dedos de Annie surcaron el rostro masculino sin descanso, incluso después de que el chico cayera rendido en el sueño. Había sido ella la que había empezado el encuentro, eso estaba claro… pero Armin le ponía realmente difíciles las cosas. Ahora que le había mostrado lo que era el amor y los sentimientos tan profundos que se podían sentir hacia una persona, se sentía mucho más vulnerable. Ni siquiera podía discernir bien cuándo se habían reconciliado.

Le vi vivo. Eso fue suficiente para querer estar con él. Levi me hizo creer que había muerto y entonces…

A Annie le costó algo más conciliar el sueño. Era increíblemente feliz con él, pero cuando se alejaba o incluso se dormía, se volvía a encerrar en sus pensamientos. Generalmente, terrores del pasado a los que sentía que no había hecho frente como era debido. Había pasado muchas noches sin tener pesadillas, sin embargo, los acontecimientos que perturbaban la paz de la Policía Militar también, inevitablemente, erigían los cimientos que ella creía bien enterrados bajo tierra.

Y esa noche, que tan preciosa debió ser junto al soldado, volvió a ocurrir. Sin que se lo esperara.

No era la primera vez que tenía esa pesadilla concreta. Siempre era asquerosamente concreta y gráfica. En su campo de visión estaban sus manos, desenganchando el equipo de obras de la cintura de Marco Bott. Era casi una tortura visual para ella. Reiner tenía la mirada fría como el hielo, y ella, obligada a demostrar su patriotismo a Marley, temblaba mientras Marco gritaba y gritaba pidiendo auxilio, y se le agrietaban los tímpanos oyéndole gritar y llorar para que parara de hacerlo. Annie tomó los enganches de los cables y el portador del gas y lo lanzó a través de una ventana, y rápidamente los 3 se marcharon del tejado dejándole solo ante el titán. Annie se giró y contemplaba cómo se lo comía aquel asqueroso ser gigante… las largas piernas del chico se retorcían sin parar, como una araña atrapada… hasta que quedaron colgando, inanimadas. Reiner preguntando qué había ocurrido, Bertholdt le miró alucinado. Y Annie luchando contra un ataque de ansiedad que llegaba a sus vías respiratorias, no tenía que haberle visto morir, debió haberse marchado. Pero el sentimiento de culpa la hizo quedarse y asumirlo todo. Le resbalaron lágrimas ardientes por las mejillas y apretó los dientes, estaba cabreada y triste al mismo tiempo. Cuando el titán lanzó el cuerpo de Marco a una esquina y éste impactó, despertó bruscamente, respirando agotada. El cuerpo de Annie transpiraba, le temblaba todo. Se volvió a mirar las manos, una rutina nefasta que su cerebro necesitaba hacer para convencerse de que las veía limpias y no embadurnadas en sangre. Una necesidad de exculparse que no se vería satisfecha jamás.

Se sentó en el borde respirando rápido y mal, aturullada, con los ojos aún nerviosos y bien abiertos.

—¿Annie…?

Annie volteó la cara agresivamente a él, como si fuera Reiner el que le hablaba. Al ver a Armin relajó las facciones, éste la miró algo preocupado.

—¿Estás bien…?

Annie luchó por calmarse delante de él. Nunca dormía acompañada. Así que aquello costaría. Se humedeció la boca y suspiró largamente al levantarse de la cama.

—Una pesadilla, ¿verdad? Pareces haber visto a un fantasma —murmuró el chico, frotándose los párpados y sentándose también en la cama. Annie fue directa al baño, sin responder a nada. La oyó agitar el agua del lavabo. Cuando se levantó, se vistió de cintura para abajo y se asomó al baño, estaba con el rostro lavado y el cuello ahora mojado, y tenía las manos fuertemente apretadas contra el mueble. Las gotas de agua le resbalaban por el pelo y el cabello hasta caer allí. Tenía la mirada inanimada. Armin sonrió dulcemente y se puso a su lado, intentando mirarla mejor, aunque los mechones cortos de Annie impedían hacer un contacto directo.

—¿Qué has soñado?

—Era un recuerdo. En forma de pesadilla —levantó la mirada al espejo, mirándose fijamente—, pero un recuerdo al fin y al cabo.

—¿Sobre qué?

—Sobre Marco, y cómo le matamos —dirigió los ojos a él a través de su reflejo, y Armin tragó saliva. 

—Annie, ha pasado ya mucho tiempo. Piensa que…

—Ya sé que tú también mataste a alguien por salvar a tu equipo. Pero esto fue diferente. Sé lo que se pasó por mi cabeza al hacerlo. —Se humedeció los labios y de pronto cargó un puñetazo al espejo, tan rápido e inesperado que Armin por poco le da un infarto.

—¡¡Annie!! ¡¡Estamos de invitados!! ¿Estás bien? —se llevó las manos a la cabeza. Un suspiro salió de su cuerpo al ver que el puño de Annie se despegaba costosamente de los cristales rotos, con los nudillos totalmente arañados y sangrando. —Annie, no muevas la mano. Llamaré a…

—No. Armin, déjalo. Ya me curo yo. —No soportaba verse en el espejo, pero dedicó una última mirada al cristal en mil pedazos, viéndose repetida en todos ellos. Salió de la habitación y se sentó en la cama. Armin la siguió enseguida, acuclillándose delante de ella. Subió las manos a sus mejillas y sintió que Annie le apartaba la cara.

—Ni en broma —murmuró Armin, armándose de valor para sujetarla con más fuerza. —No vuelvas a quitarme la mirada. Deja de alejarte. Si tienes cargo de culpa yo también, ¿o acaso ya no recuerdas quién mató a medio Liberio con su conversión en colosal? ¿¡Eh…!?

Annie volvió los ojos celestes a él, respirando intranquila. Comprimió sus labios en una especie de mueca.

—Yo no soy patriótica. ¿Sabes…? Armin, me da igual la guerra.

—Annie…

—Es cierto. Pero la única persona a la que he querido sí lo era. Y la necesidad de demostrar que los eldianos necesitábamos una redención… —suspiró, yéndose a otro pensamiento que se le cruzó por la mente y le hizo mirarle con más agresividad. —Pero ahora, la persona a la que quiero se merece algo más que una loca desquiciad-…

Armin se irguió unos centímetros y la calló al besarla, interrumpiéndola. Annie frunció suavemente sus cejas al sentirle y le trató de frenar al sujetarle los hombros, pero él ni siquiera pareció darse por aludido, siguió besándola hasta que por insistencia, la chica cerró los ojos y se dejó llevar, devolviéndole el beso tiernamente.

 Annie frunció suavemente sus cejas al sentirle y le trató de frenar al sujetarle los hombros, pero él ni siquiera pareció darse por aludido, siguió besándola hasta que por insistencia, la chica cerró los ojos y se dejó llevar, devolviéndole el be...

Exterior de la cabaña

Sarina sonrió un poco. No quería asomarse demasiado, pero logró por lo menos escuchar trazos de lo que hablaban. Así que aquella zorra infranqueable tenía una carga que la atormentaba. Se preguntaba ahora de qué forma podía seguir torturándola con la muerte de aquel antiguo recluta. Cualquier cosa podía valer, lo único que quería era hundirla en la mierda, que se sintiese una mierda, que no tuviera ni un puto momento de felicidad más. Si por ella fuera, ya hacía rato que hubiera programado un secuestro bien orquestado sobre Leonhart. Seguramente sería muy complicado… pero una vez dentro de una mafia, la víctima no salía. Imaginar que la violaban entre todos y convertían su despertar sexual en un infierno la llegaba a excitar, al igual que muchas otras cosas perversas que no podía comentar con sus amigas. Annie siendo violada y humillada por gente macabra y sin sentimientos sería una ambrosía. Verla rota. Usualmente, aquella corriente de pensamientos respondían más a la mente depravada y enferma de un capullo machista, pero a ella no le importaban esos estandartes ni respondía por nadie. Si conseguía traumatizarla, de seguro que no disfrutaría más con Armin. La violación era un tema grave, rompía el cuerpo, pero también corrompía la mente hasta límites insospechados. De pronto, los sonidos entremezclados de chasquidos y de balbuceos la pusieron alerta. Se agachó y asomó medio rostro a través del ventanal que daba al lago. Apretó el puño con fiereza al contemplar la espalda blanca de Annie en un vaivén suave, echada sobre el soldado. Una fina sábana les tapaba las cinturas, pero los gemidos tan suaves y quebrados de él no daban pie a dudas. 

Armin llevó una de sus manos a la espalda de Annie y la pegó más contra su cuerpo, mientras las caderas de la mujer seguían contorneándose lentamente sobre él, estaban follando

Armin llevó una de sus manos a la espalda de Annie y la pegó más contra su cuerpo, mientras las caderas de la mujer seguían contorneándose lentamente sobre él, estaban follando. Se ve que el trauma de Marco Bott, como sospechaba, era insuficiente. El cariño de alguien tan angelical como Armin podía revivir a un muerto. Sarina deseaba a ese ángel. Deseaba acostarse con él, ser la que pegara su cuerpo sobre el suyo. ¿Qué demonios podía ver alguien tan bueno, tan amable y cariñoso como él en una piedra fría como ella? Mientras le miraba la cara de excitación, suspiró y deslizó su mano entre sus muslos, pero justo cuando iba a masturbarse con el sonido de sus gemidos oyó el repiqueteo de un pájaro que pió a su lado y se agachó bruscamente, huyendo de la habitación.

Jean Kirstein miró con el ceño fruncido cómo la desalmada Sarina escapaba de aquel jardín. Le dio un mordisco cabreado a su trozo de pan, y bebió sake.

—Esa chica…

—No ha hecho nada, ¿no?

—No, comandante. Pero está al acecho y no sé lo que pretende. Está obsesionada con el nuevo comandante, mi compañero Armin Arlert.

—Entiendo —dijo el hombre, frunciendo las cejas a ver que la chica andaba como si nada entre las mesas, buscando algo que desayunar. —Me han informado recientemente de que manipuló algunos documentos para incluir su nombre en esta tripulación. Nos dimos cuenta rápido, pero como querían pillarla con las manos en la masa y lejos de Paradis, nos hicimos los tontos. Somos los primeros que queremos tenerla cerca. En estos momentos su habitación del cuartel de Shinganshina estará siendo registrada.

Jean volvió a morder cabreado el pan, acabándoselo.

Una semana más tarde

La vuelta a Paradis estaba, desgraciadamente, a la vuelta de la esquina. Aunque los enamorados pudieron disfrutar de algunas noches sin igual, el trabajo era el trabajo. Y tenían que hacerlo muchas veces por separado. La vuelta en barco volvió a hacerse cuesta arriba puesto que volvieron a estar en navíos separados. Jean sin embargo, que esta vez le tocó viajar en la tripulación con Leonhart, miraba a su compañera comportarse extraño desde que habían soltado amarras. La mirada le había cambiado y no precisamente para bien.

¿Habrá discutido con Armin?, pensó.

Vuelta a Paradis

Como comandante, Armin no tenía igual. Las misiones se lograban con éxito casi la mayoría de las veces, sin embargo, algunas de sus avanzadillas no siempre daban buenos resultados. El narcotráfico estaba a la orden del día, y no podían evitar todos los ajustes de cuentas existentes en los barrios bajos. Si fuera así de fácil, ni siquiera existiría el delito. La banda de Rusty seguía siendo el mismo tema peliagudo que cuando se fue y había que solucionarlo. 

Gabinete de Armin Arlert

—¡Comandante! ¿Puedo hablar con usted? En privado.

—Hitch —sonrió de oreja a oreja el chico, levantándose rápido de su asiento. Se sentía raro estar en un despacho tan grande para él solo, y más si venía a visitarle una amiga. —Claro, pasa. ¿Qué pasa?

Hitch miró antes a ambos lados del pasillo, y luego entró y cerró. Aquello perturbó un poco al chico. Cuando se acercó ladeó una sonrisa. Las sonrisas de Hitch eran extrañas. Era muy sensual, pero también había un halo viperino casi siempre que las hacía.

—Voy a ser clara en esto. Sé que eres el jefe y… todo eso… —comentó con voz melosa, sin mirarle, pero luego se encogió de hombros y elevó las palmas de las manos. —Annie jode todas las misiones.

Armin abrió los ojos y miró a otro lado, bajando un poco la cabeza.

—Es una manera un poco ruda de decirlo…

—¿Tanto o más ruda de lo que ella es con los objetivos que tenemos que meter entre rejas? Si es que alguno llega a estar entre rejas, claro.

—En…entiendo que… es un problema…

—Soy la primera que quiere muertos a más de la mitad —murmuró, con un deje más en serio en la voz. —Pero eso no es procesar una orden, ni es la ley. Y es injusto para muchas de sus familias que nada han hecho. Muchos negocios vinculados a ellos, los que sí son legales, también se van a la quiebra cuando esos individuos desaparecen de repente del mapa.

—Tenía esa conversación pendiente con ella. Sé que la Policía Militar no puede cometer estos errores ahora que nos hemos librado del problema de los titanes. Parece que mantener la ley convencional es igual de complicado.

—Dudo mucho que Annie quiera continuar en el cuerpo dadas sus condiciones. La conozco bien y algo le pasa.

Armin asintió, y quiso contárselo en ese momento a Dreyse. Pero al subir la mirada hacia ella, supo perfectamente… que ella ya lo sabía. Hace tiempo, Hitch hizo un comentario sobre Marco, en una reunión en su casa. Fue cuando aún el problema de los titanes era más importante que cualquier otro. Ella curvó una suave sonrisa y elevó de nuevo los hombros.

—Ha matado a tres objetivos a punta de rifle. Al último, con la culata. La noto rabiosa y… no sé si esta profesión le está viniendo grande. Ya sabes. La presión moral. No es tan fuerte como se cree. Tú tienes más fortaleza mental que ella.

—Hitch… —a veces se quedaba impresionado con las deducciones de la rubia. No había nada que decir, él también a veces lo creía así.

—Agradecería que no le dijeras que te lo he aconsejado yo.

Armin asintió.

Cuando Armin cumplió con la jornada laboral, marchó al gimnasio. Como no estaba en el dormitorio que compartían en el cuartel —ya ambos reconocían su relación abiertamente— supuso que estaría allí. Y no se equivocó. Nuevamente, la rubia había estado envuelta en otra polémica por haber acabado con el último objetivo de un culatazo con el rifle, le dio tan fuerte en la zona del bulbo raquídeo que el hombre murió ipso facto, cayendo derrotado al suelo. Hitch la había regañado cuando aquello pasó, pero ella se quedó en silencio, y nadie mas osó discutirle nada. En el gimnasio estaba totalmente sola. El silencio se cortaba por sus fuertes tibias, que se impactaban contra el saco con tanta dureza que lo dejaba lateralmente abollado. Con los puños reculó mucho más en su fuerza: aún estaban curándose de haber roto el espejo en el país asiático la semana pasada. Tenía las vendas puestas. Su respiración estaba muy agitada, nuevamente lo había dado todo ahí.

—¿Te hace un baño juntos? Tengo una sorpresa para ti.

Annie sólo movió los ojos al oír una voz a sus espaldas, mirándole por el rabillo, pero no le contestó. Volvió a ponerse en guardia y cargó la cintura en un nuevo golpe de rodilla, abollando el saco y tirándolo al suelo.

—Uh. Entonces prefieres bañarte sola, es eso.

—Pásame el agua —murmuró señalando una esquina, la botella la tenía él cerca. El rubio se agachó a agarrarla y se la ofreció. Annie estaba tan cansada que aunque desenroscó el tapón, dio varias bocanadas de aire antes de beber. Armin la observó callado, parecía que era de esos días donde prefería no dirigirle mucho la palabra. Le costaba mucho acostumbrarse a ellos, era muy seria.— Gracias —le dijo de repente y se la lanzó de vuelta, aunque le pilló desprevenido y se llevó un golpe con ella en la cabeza.

—¡Se ve que estoy flojo de reflejos! Annie, ya es bastante tarde. Te acompaño al cuarto, quiero comentarte una cosa.

—No he terminado —el chico cerró la boca al oírla, más pensativo.

—¿Hasta qué hora piensas quedarte?

—Hasta la que me plazca.

Algo le ocurría. Lo notaba. Estaba rara desde que volvieron. Así que le apretó las tuercas.

—¿Le has puesto al saco la cara de nuestro siguiente objetivo?

Annie bajó los puños que tenía en guardia y le miró fijamente, no le gustaba el rumbo que quería tomar con aquella pregunta.

—Bien, vamos. Quieres hablar, ¿no? —se soltó el pelo del moño y se agachó a por su toalla, secándose bajo el flequillo y la nuca. Emprendió el camino hacia la salida y Armin se apresuró a ponerse a su lado, asintiendo.

—Bueno, verás… he recibido unas notificaciones acerca de algunas misiones… de la avanzadilla en la que estás. Supongo que sabes que, como nuevo comandante, tengo que perfilar muy bien esos papeles. Nuestro cometido es encerrar a aquellos que atentan contra la ley. Pero no podemos tomarnos la justicia por nuestra mano. Sino es un completo descontrol.

Annie siguió andando en silencio, sin cambiar ni un ápice aquella expresión insolente de su rostro.

—¿Annie… hola…?

—¿Y qué?

Armin sonrió, pero era una sonrisa totalmente nerviosa. No le gustaba el tono autoritario que tomó.

—No puedes seguir abusando de tu poder como policía, porque ya sabes lo fácil que es que el pueblo lo acabe sabiendo por muy delictivos que sean nuestros objetivos.

—¿Y qué?

—Annie. Basta ya. —Le dijo con el ceño fruncido, totalmente serio. Paró de andar, y Annie dio dos pasos más hasta frenar. Volteó lentamente a él.

—¿Y qué?

—¿Y qué? —dijo, más cabreado— Pues que, si sigues así, no me quedará más remedio que… —Quería encontrar las palabras más suaves para decírselo. Annie tenía los ojos bien clavados en él, esperando que terminara. —Tendré que…

—Qué. —Irguió suavemente el mentón señalándole, en un claro tono amenazante. Dio los dos pasos que iba por delante en su dirección, acortando por completo las distancias con él. De pronto le agarró de un brazo, y el chico se puso alerta. Notó la fuerte presión de los dedos femeninos en su muñeca.— ¿Vas a suspenderme del Cuerpo?

Armin tragó saliva. Ni aun siendo más baja que él tenía autoridad ninguna, era demasiado intimidante.

—No me dejarías alternativa… somos policías, no… no somos salvajes. No hacemos lo que queremos, sino lo que dicta la ley establecid-…

—¿Vas a suspenderme del Cuerpo, Armin? ¿Vas a despedirme?

—Baja la mano, Annie. Ya.

—O qué. Qué vas a hacerme sino.

—¡Annie!

En aquel momento Annie bajó muy despacio los ojos hasta su mano. Ni se había dado cuenta prácticamente de que le tenía la muñeca tan fuertemente agarrada, se la soltó y subió la mirada hacia él. Armin estaba confundido pero claramente cabreado, otra cosa es que tuviera el valor para ponerse autoritario con ella.

—Mira, Annie… sabes que no me gusta andar recordando quién soy a nadie. Pero me debes un respeto. ¿Entiendes? Soy tu superior. No vuelvas a…

—Lo siento. —Dijo aquello y rápidamente se marchó corriendo al cuartel. Armin abrió los labios sorprendido, pero se negaba a dejarla marchar. Esa chica necesitaba ayuda. Corrió detrás suya y subió las escaleras rápido, parecía dirigirse a su antigua habitación, cuando aún dormía sola.

—Para, Annie, ¡eh!

Oyó un portazo y las llaves cerrarse. Armin bufó al ver que había bloqueado la cerradura y tocó la madera despacio, tratando de oír qué ocurría al otro lado. No oyó nada.

—Sabes que tengo las llaves de todas las habitaciones, ¿verdad? ¡Annie! —dio un golpe, pero la chica no hizo ningún sonido más. Al final, después de largo rato, viendo que ya no saldría, suspiró y se marchó a la habitación del otro cuartel, que compartían juntos en la actualidad.

Los Azumabito habían quedado satisfechos con las reuniones y la dirección de los eldianos en su comunidad, su política era más moderna de lo que querían reconocer. Annie Leonhart estaba conforme con su título como embajadora, pero su mente parecía estar últimamente un tanto disruptiva laboralmente. Le costaba seguir las instrucciones de sus superiores, iba por libre, casi igual que cuando empezó en la Policía Militar.

La buena disposición de los asiáticos les brindó policías nuevos orientales que eran muy eficaces en la búsqueda y captura de los malhechores de Paradis, además de obedientes. Los casos se resolvieron con más éxito, y pudieron dar cierre a varias mafias. Pero Armin era consciente de que varias rutas de coderoína estaban aún sin descubrir. Había alguien que se movía muy bien entre todos aquellos suburbios y que siempre sabía despistar las estrategias de posición de la Policía militar. No se trataba de un bandido, probablemente fuera un intermediario, según la teoría más complaciente de Arlert. Pero eso dificultaba las cosas: un cerebro era más difícil de capturar que a un puñado de machos fuertes. Felicia había sido encarcelada al ser descubierta con las manos en pleno secuestro. Eso había perturbado a Sarina, quien se trató de mantener en un perfil mucho más bajo, ya no buscaba destacar… no hasta que las aguas se calmaran. Su plan para incordiar a Annie también tendría que esperar.

Ni siquiera los policías cedidos por los Azumabito pudieron darle caza ni a Rusty ni al supuesto intermediario; varias veces un traspaso de droga ya estaba hecho y desaparecido mucho antes de que ellos llegaran, y sólo dejaban pisadas emborronadas y falsas de caballos. Las avanzadillas en el bosque eran cada vez más comunes, lo que trágicamente disminuía el contacto con cualquier villano de la droga.

Sin embargo, la producción de la droga seguía siendo similar. Carly Stratmann escapaba de sus garras con tanta facilidad como el intermediario que estudiaba las vías de suministros, así que no había ningún punto que cortara ni la producción ni las entregas de la dichosa coderoína. Muchos viajeros turistas aparecían tirados en algún punto el bosque, devastados por sus consecuencias y sin dinero encima. Al parecer, según estudios del laboratorio, la fórmula había agravado los síntomas para fortificar la dependencia del estupefaciente. Annie lo supo nada más sostener una píldora entre las manos. El azul era más intenso y al pasar la lengua, sintió un mareo inmediato. Sospechaba de Hitch, aunque le partiera el corazón. 

La avanzadilla del domingo descartó por primera vez el bosque como vía principal. Los caballos recorrieron los caminos desérticos y abiertos del distrito de Trost, y las tierras ricas en flora y fauna donde una vez creció y se crió Sasha Blouse. Annie no conocía bien aquellos territorios. Pero se respiraba la naturaleza por todas partes. Allí descansaron, delante de un lago, para beber agua y comprobar la munición que tenían. Armin había asistido por primera vez, pues quería quedarse bien con los detalles de la zona. Tenían altas probabilidades de encontrarse con uno de aquellos intermediarios tan peligrosos según los cálculos hechos por los soldados orientales. Cuando rellenó su cantimplora bebió largo y tendido y se secó el sudor de la frente. Vio, a lo lejos, cómo Annie bajaba de su caballo y también se acuclillaba para rellenar su cantimplora. Llevaban horas de camino. Comprobó que tras una semana sin casi dirigirse la palabra, sus nudillos prácticamente habían sanado. Una semana había pasado sin hablar con ella, donde sólo le había dicho  «sí» para aceptar las misiones encomendadas. No había cometido otro error similar, pero aquella misión simplemente parecía no tener final de todos modos. Todo aquel tiempo, Armin no insistió. En parte por orgullo y en parte por pura rabieta: le cabreó mucho que se pusiera agresiva con él, cuando le estaba pidiendo una obviedad. Pero las noches habían empezado a hacérsele tan difíciles, ahora que se había acostumbrado a dormir junto a ella… se maldecía a veces por tener el corazón tan blando. Siguió mirándola, ahora estaba acariciando el hocico del caballo y dándole un par de manzanas para que no desfalleciera tampoco.

—Acampemos. Nada sacamos cansando tantas millas a los caballos —determinó el chico, que ya veía el sol ponerse. Cerca del lago siempre era un buen lugar para acampar. La avanzadilla montó las carpas y se relajaron un poco, aunque había un par de ellos que tendrían que hacer guardia durante la mitad de la noche. Armin asignó a un par de jóvenes cadetes, pero Leonhart apareció de repente por su lateral.

—Preferiría ser yo la que quedara despierta. Ellos tienen poca experiencia.

Armin apretó los labios, molesto.

—Como os decía, hoy habéis tenido el turno de tarde y avisé de cómo sería esta misión. Por lo tanto, al ser los más descansados, haréis guardia durante las próximas cinco horas.

Los chicos asintieron y marcharon hacia sus posiciones. Annie miró cómo el comandante no le prestó atención y le siguió con la mirada varios segundos. Sin cruzar más palabra con él, se puso en el otro extremo del lago, llevándose el rifle y la cantimplora consigo. Aquello crispó los nervios de Armin. Se había puesto justo donde tenían que estar los muchachos que acababa de mandar.

—Está desobediente, eh. —Dijo uno de los policías orientales, dándole un codazo divertido a su jefe. Armin suspiró.

—Sí. Parece que le da igual quién sea el comandante. —Negó con la cabeza y después de dejar todo listo para dormir, cogió una capa bien abrigada y la llevó de un hombro, pensaba dejársela a Annie para que al menos se cubriera. Atravesó todo el largo del lago y se dio cuenta de que esa posición tenía demasiado peligro. A simple vista quizá no lo parecía… pero estaba bastante alejada.

—Apenas se te ve, Annie. Haz la guardia más cerca del campamento, que yo pueda verte.

La chica nuevamente le ignoró, seguía cargando de balas con rapidez y maestría el rifle. Una vez terminado aquello, se puso en pie y elevó con tanta fuerza el tubo del arma que éste se enganchó de un eco fuerte, haciendo a Armin tragar saliva. Volvió la vista al campamento. Era imposible que ella les viese a ellos y viceversa, demasiados árboles en medio, demasiada lejanía. Se volteó a ella.

—Annie, ¿qué te ocurre…? —la cuestionó preocupado. —Una semana… y al final siempre tengo que acercarme yo a ti. ¿Es que te ha pasado algo…?

—No, estoy bien. Vuelve al campamento.

—Nada está bien. Nada… ya no hablamos. Ni siquiera me miras. Y… yo diría que ni siquiera me has echado de menos todo este tiempo.

Annie se separó un poco para tender la ridícula y fina lona que se había traído para tumbarse. La pisó con piedras. Parecía sin ganas de querer responderle. Y aquello le dolía. Le daba rabia. Se giró despacio para marcharse, pero antes, la miró unos segundos.

—Sabes qué —dijo finalmente— rompo contigo. No quiero una relación así. Ni quiero a gente tan desapegada y fría como tú.

Annie sintió una flecha directa al vientre al oír aquello, y esta vez sí le miró

Annie sintió una flecha directa al vientre al oír aquello, y esta vez sí le miró. La mirada se le cambió a una mueca de indefensión, como si no tuviera ninguna manera de responder. Armin caminó en dirección y opuesta y sintió que Annie dio un paso hacia él. Oyó un susurro.

—Yo…

Frenó a la mínima que la oyó hablar. Volvió a girar la cabeza a ella. La rubia dejó de mirarle rápido, incómoda.

—Ese es uno de los problemas. Que siempre soy yo el que lo hace todo, y tú nunca hablas de lo que te pasa. No me importó acceder a tu corazón con grandes dificultades, pero no tengo por qué aguantar que me trates con tanta indiferencia y encima me hables como si te molestara. Por mi salud mental, Annie, prefiero dejarte marchar.

El labio inferior de la chica empezó a temblar, pero lo apretó rápido, tragando saliva y tratando de mantener sus profundos ojos claros en un punto fijo, si los movía, iba a llorar.

—Es que… m-me han…

Empezó a decir, pero un brusco sonido de galope llegó hasta ellos. Jean bajó de un salto y levantó la voz.

—Hay que dormir ya, chicos. Annie, esta zona en la que estás está demasiado lejos. El nuevo cadete de Trost vendrá conmigo aquí, haz el favor y ve a dormir con el resto. —Se sacó los guantes y señaló a la zona más arbustiva que había tras las rocas en las que acampaban. —Ahí atrás quedan algunas bayas comestibles. Pero con cuidado, el sol está cayendo rápidamente y es fácil perderse.

Armin asintió, pero la cabeza se le había quedado dando vueltas a la frase incompleta de Annie. No la entendió.

—Vamos, Annie. —Dijo Armin, esperando que la chica pasara a su lado para ir a la zona de atrás. —Acompáñame antes de que anochezca más.

La chica no se movió. Jean la tocó del hombro pero a la mínima que hizo un amago de retrocederla para ponerse él, la chica le amenazó levantando el rifle en su dirección.

—ANNIE LEONHART —gritó Armin, girándose hacia ella. —Haz algo así y estás fuera del Cuerpo. Ya estoy harto.

Annie trasladó su mirada al rubio, fijamente. Poco a poco bajó el arma y suspiró.

—Estás despedida —dijo igualmente, mirándola con el ceño fruncido. —Coge todas tus pertenencias y marcha al cuartel. Mañana firmarás los documentos de tu salida.

—No sabes lo que haces.

—¡Me da igual! No respetas ninguna orden. Te crees por encima de la ley. ¡No necesito nada más! Y si no quieres empacar tus cosas déjalas por ahí tiradas, ¡me-da-igual! Pero ya no eres policía militar, ¿¡entiendes!?

Annie se le acercó muy rápido y cuando le tuvo al lado le dio tal empujón que lo mandó de culo al bosque, chocándose la espalda con una roca. Armin la miró correr muy rápido a través de los árboles, pero se dirigía a otra parte, no al campamento. Jean suspiró y arqueó una ceja.

—¿Pero qué le pasa…? ¿Adónde narices va?

Armin cerró los puños y se levantó de un salto, pensaba lanzar injurias, pero de pronto, vio que un papelito seguía revoloteando en el aire como una pluma, hasta que cayó al suelo. Se le debía haber caído a ella. Lo atrapó y al desdoblarlo y leerlo, la cara se le puso pálida. Ni siquiera dio explicaciones, simplemente empezó a perseguirla a través del bosque. Se giró a Jean una vez mientras se alejaba.

—¡Haz la guardia! Si las cosas se complican, retirada. Dejad una cinta roja en alguna parte y lo sabremos.

Jean hizo un gesto de obediencia y preparó una butaca más blanda para sentarse.

Después de cinco minutos en los que atravesó troncos, maleza y arbustos sin parar, pudo atrapar a Annie del brazo. Estaba asfixiado de correr tanto, y el único motivo por el que la había encontrado era porque la rubia acababa de tropezar.

—Annie, levanta… ¿estás bien?

—Sí, lo estoy. ¡Déjame en paz! Ya me has despedido —quiso volver a escapar, pero esta vez el chico la agarró mucho más fuerte. Le mostró la nota en la otra mano, haciendo que la chica cambiara su expresión. —¿La has…?

—La he leído. ¿Cuándo diablos pensabas decirme que te tienen amenazada?

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