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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 15. Un barco hacia la calma


—Te estoy hablando a ti, Annie.

—Ya te he oído.

El rostro de Annie estaba cabizbajo, medio escondido entre los cortos mechones rubios que caían por los lados. El chico volvió a leer detenidamente la nota. Eran unas líneas que amenazaban directamente a la policía militar.

«Si Armin te quita de la zona de guardia que te dije, le mataremos cuando menos te lo esperes. Podemos camuflarnos bien, sino, ¿de qué nos valdría nuestro título?

Será el último encargo que te haremos. Cúmplelo bien.»

—¿Has estado manteniendo contacto con alguna de las mafias que buscamos?

Annie abrió los labios, indecisa. Su silencio prolongado recorrió de rabia el rostro de Armin, que apretó la carta.

—¡CONTÉSTAME! —le gritó.

—Sí. Pero no hago bien diciéndotelo.

—¿Tienes idea de lo grave que es esto…? Fueron… fueron ellos, ¿verdad? Ellos te mandaron asesinar a nuestros objetivos para que no hablaran.

La rubia subió finalmente el rostro, apoyándose cansada en un tronco. Todo el cansancio era mental. Suspiró largamente, pero no contestó. Armin frunció el ceño.

—Esta gente nunca se detendrá. ¿No te has parado a pensar que el último encargo sería el que acabaría con tu vida también? Mandándote a hacer guardia tan lejos del campamento… qué poco inteligente has sido todo este tiempo, Annie… —apretó el papel con más fuerza.

—Alguien tiene que mancharse las manos. ¿Cuál es el problema? ¿Que lo tiene que hacer alguien de la Policía Militar? Quién mejor que yo, dime. Quién mejor. Si no hubieras descubierto esa nota jamás lo habrías notado.

—La cuestión es que has estado a punto de perder tu trabajo y tu posición como embajadora por cuatro rufianes que se ganan la vida extorsionando, violando y asesinando.

—No entiendes nada. Yo he llevado una investigación paralela a la de la policía, por mi cuenta. Hay muchos detalles que se os escapan porque siempre asistimos en manada. Jamás los pillaremos así.

—¿Y si tenías una idea mejor, por qué no me la has dicho antes? ¿Tan poco confiabas en mí?

—Porque tengo sospechas de que alguien cercano sabe lo que hago. Y no puedo cometer la estupidez de decirte algo así si tu vida corre riesgo, Armin —dijo la chica y se deslizó por el tronco hasta sentarse en el suelo, enterrando una mano en su cabello. Suspiró negando con la cabeza. —Alguien va a pasar por aquí cerca, por esta zona. No hoy, pero lo hará mañana temprano. Si está Jean ni siquiera se dará cuenta, ese caballo no vería tres en un burro.

—Annie —se agachó a su lado y la atrapó de los hombros, mirándola fijamente. —No puedes callarte esa clase de información. Por mucho menos, Levi te hubiera despedido también. Si tienes sospecha de alguien, tienes que decirme de quién se trata.

—Mis sospechas son prácticamente infundadas.

—¿Pero…? —la cuestionó, sin dejar de mirarla. Annie negó con la cabeza.

—Es igual. Quiero encargarme yo.

—Así que sigues en esa maldita onda. —Bajó el rostro, suspirando rendido. —¿Sabes lo peor? —La miró desde allí, frunciendo la boca. —Ibas a dejar que rompiésemos. Antepones todo eso a nosotros.

—Antepondré tu vida a… mis ganas de que estés conmigo.

Dijo, e hizo que Armin cambiara su forma de mirarla. Annie no le miraba, no era capaz. Siempre le había dado vergüenza.

—Si me enterara de que has dado la vida por mí, por una insensatez… jamás me lo perdonaría. ¿Entiendes?

—Armin… —empezó a titubear, sin mirarle. Armin levantó las cejas.

Quería hablar, pero como siempre, no le salían las palabras. Pareció ponerse triste de un segundo a otro. La chica volvió a abrir los labios.

—Entonces… ¿ya no somos…?

—Yo sólo quiero que estés bien. Que confíes en mí. Si eso no es posible, lamentándolo mucho…

—Confío en ti —se apresuró a decir, chocando la mirada con la de él. —Pero no quiero que te maten.

—No me matarán por eso. Me pueden matar por mil motivos, pero no será porque tú seas sincera conmigo.

Armin acarició la rodilla que la chica tenía flexionada; la vio retirarse el flequillo de la cara y corrió a abarcarle la mejilla con la mano, haciendo que le mirara.

—Siento haber actuado por mi cuenta. A mí no… no se me da bien hablar…

—¿Me quieres? —preguntó directamente, haciendo que Annie se ruborizara. Asintió despacio. —Entonces ven aquí y dame un beso. Hazlo tú.

Annie se le quedó mirando como si estuviera a punto de realizar una especie de examen. Sabía que le solicitaba un beso porque era más raro que ella los diese. Cerró los ojos y se juntó a él, empezando a sonreír. Pero antes de que sus labios conectaran un agitar de las hojas más lejano la alertó, dejando a Armin con los morritos puestos.

—Qué…

—Sh.

Annie le chistó con el índice en los labios y sin hacer ningún ruido se incorporó, atenta a los sonidos. Un jinete. Un desdichado jinete. Annie indicó al rubio que se agazapara entre los matorrales mientras extraía de su chaleco una cuerda, que tenía ya hecho el lazo en un extremo.

El sonido del trote era rítmico, la persona que dejaba atrás el pueblo tenía ímpetu. Y se conocía los senderos. Era el intermediario que buscaban, lo sabía. Cuando el sonido indicó que ya iban a pasar justo por su lado, Annie vigiló por unos retazos clareados de arbusto, que le permitían ver el lazo bien oculto bajo la tierra. Era lo suficientemente grande para que al menos una de las patas del caballo acabara coceando dentro. Cuando el jinete pasó por encima, la rubia y Armin tiraron con tal fuerza hacia atrás que el lazo levantó y la pata trasera del animal trastabilló, haciendo caer al caballo de lado. Con estrépito, el cuerpo oculto bajo una capa negra cayó rodando al bosque y ambos oyeron un gimoteo femenino.

Annie miró el cuerpo oculto de la chica y se acercó con precaución, cargando de munición el rifle.

—Las manos donde podamos verlas. Has ido a dar con la Policía Militar —dijo Armin, frunciendo el ceño. Al verse sin rifle se limitó a ponerse a un lado de Annie, pero buscaba en su cinturón las esposas cuando de repente, Annie movió la capucha del rostro de la mujer, y eso les hizo tener un impacto a los dos.

—Pero qué… qué… —Armin frunció el ceño lentamente. La chica de ojos verdes y miel le aguantó cabreada la mirada, pero parecía más enfadada consigo misma que con ellos. Sin levantarse, miró iracunda la hierba.

—No se lo digas a Reiner —masculló.

—Levántate, Hitch —dijo Annie con la voz lúgubre. Hitch se retiró la capucha, su pelo rubio brilló con el sol. Sus ojos la devoraron con la mirada desde el suelo. Se incorporó hasta quedar sentada, pero Annie sólo recargó con más fuerza el cañón en su dirección.

—Si se lo dices a Reiner no os diré ni una sola palabra.

—Hitch… —murmuró Armin, con un deje de decepción.

—No se lo diré a Reiner. Levántate —murmuró Annie.

Hitch hizo una mueca de dolor, pero pudo levantarse sola. Al encararla, la superó en estatura y la miró desde arriba. Inspiró hondo y se dio media vuelta, poniendo las manos para que Armin la esposara.

—Así que no sólo la que cambiaba las rutas cada semana, sino que también eras la intermediaria de las mafias.

—Sí —contestó sin mirarles.

—Por qué. Habla. —Cerró tan fuerte las esposas en sus muñecas que Hitch se giró ceñuda.

—¡Auch! ¿¡Acaso crees que voy a escaparme de ti!? ¡No soy tan ingenua!

—No has debido hacerlo, Hitch. Y por amor de dios, tienes dinero para dar y regal… espera.

Hitch agachó un poco la cabeza.

—Imputadme de los cargos que consideréis. Pero juro que no he matado a nadie.

—Pero sabías que ellos sí lo hacían. Nos has hecho perder el tiempo. Y el dinero que has ganado…

—No me interesa lo que tengas que decirme.

Palacio Real

Hitch pasó la noche en el calabozo, pero fue absuelta por orden de la propia Historia Reiss. ¿Los motivos? Ni la Policía Militar tenía derecho a saberlo. Armin había solicitado una reunión con la reina para intentar arrojar luz sobre el asunto. Historia, quien desde hacía bastante tiempo parecía ensimismada en sus labores políticas, ya rara vez rendía cuentas a nadie. Eran sus amigos y unos magníficos policías. Pero ni siquiera ellos tenían derecho a saberlo todo. El comandante Arlert había viajado hasta la ciudad interior junto a Annie, quien por petición de la propia reina, esta vez tuvo que esperar afuera.

Annie vio, desde una prudente distancia, cómo los guardias quitaban las esposas a Dreyse. Había si un asunto tan interno y privado, que nadie más que Armin, Jean que estuvo presente, y la propia Annie, sabía lo que había ocurrido con Hitch. Cuando la liberaron y dejaron marchar, Reiner entró también acompañado por otro guardia, llevaba al bebé en brazos.

—¿Reiner…?

—¿Qué haces aquí? ¿Historia ha vuelto a encomendarte una misión privada?

—Oh, no… sólo quería pasar un rato en compañía —curvó una sonrisa, que a Annie le rayó en la mente. ¿Por qué le miente? —¿Ha pasado él buena noche?

—Ha tosido. Pero no ha tenido ninguna arritmia. Carly es muy amable, dándote sus medicinas sin pedir nada más que dinero a cambio. Antes de que todo Marley se fuera al garete, sólo un par de doctores tenían la receta para esta enfermedad. —Le dio el bebé gordo y precioso a la chica, que pareció iluminársele el rostro cuando lo pudo tomar en brazos. Acarició su boquita, y el nene le devolvió una alegre sonrisa llena de encías.

Annie frunció el ceño, agazapada.

—Ya veo… —susurró por lo bajo.

En el despacho real, la mirada de Historia era intimidatoria. Armin había detectado los últimos meses que Historia había madurado en un sentido demasiado… maduro, valga la redundancia. Desde que supo los motivos de la marcha de Ymir había cambiado.

Todos estamos hechos de experiencias dolorosas. Unos más que otros.

—Así que… es secreto de Estado.

Historia meneó la cabeza, mirando con suma despreocupación y aburrimiento la taza de té que su antiguo compañero le servía.

—Me repugna la banda de Rusty. Gracias a vosotros, ya está todo hecho. Sabía que podía confiaros semejante tarea. —Musitó, pero parecía estar a kilómetros de allí. —Pero no puedo dejar que encarceléis a una mujer inocente. Hitch ha sido pasto de amenaza.

—Ha sido Sarina… Sarina está en el ajo. ¿A qué esperamos para arrestarla? —dijo cabreado.

—Sí, lo haremos —suspiró largamente, y cerró los ojos. Parecía agotada. —Hitch no tenía que ser pillada en el bosque. Esa misión debía realizarse tal cual estaba programada. Yo estaba al tanto. Ahora no nos queda más remedio que detener a Sarina y desconocer un par de guaridas de Rusty. No será fácil encontrarlas. Pero no lo encargaré a la policía militar. Los orientales sabrán qué hacer.

—¡No me apartes de la misión! ¿Qué… qué es lo que ha pasado?

—Fácil —sopló el té y se quedó mirándolo, antes de hablar. — Rusty tenía a Sarina como infiltrada en la Policía Militar, era la que facilitaba la entrada de mercancía nueva en el mercado negro. Por cierto, fue la que disparó a Annie.

Armin apretó los labios. Pero la chica prosiguió.

—Rusty usaba a Sarina como infiltrada y a Felicia como gancho para el secuestro. Sarina tenía buena relación con Carly Stratmann, y Carly era socia de Rusty por el tema de la droga, pero los tres necesitaban conocer rutas más privadas de la Policía Militar y alguien que tuviera contactos por todos lados para que funcionara de intermediario. Así que amenazaron a Hitch Dreyse, era la mujer perfecta. Su hijo está algo débil, nació con una especie de arritmia. A día de hoy hemos podido interceptar por fin el laboratorio de Carly y tenemos acceso a las medicinas. Y Hitch no va a obedecerles teniendo las medicinas, está claro… pero antes de poder interceptar el laboratorio, se encargó de amenazarla muy bien. Pidiéndole que lograra que Annie fuera la guardia del camino por el que pasaría la droga. Hitch, asustada, amenazó a Annie para que hiciera eso, y dejara vía libre a toda la mercancía robada y a la droga. Tenía que ser Annie porque también estaba previsto matarla o secuestrarla, imagino que ambas. Su método fue amenazarla con matarte a ti. La amenaza sobre seres queridos es infalible. Cuando Annie supo que podías estar en peligro ni siquiera se lo replanteó. Ellos son despreciables, pero ya están en el calabozo. Y aquí estamos nosotros ahora.

Armin se quedó de una pieza, y al final suspiró tocándose la cara. El rompecabezas ni siquiera tenía dificultad alguna, todo era tan simple. Su té se enfriaba. Le dio un corto sorbo y pensó en Annie inmediatamente.

—Está saturada por muertes del pasado. Creo que necesita unas vacaciones de verdad. Porque… siempre se lo calla todo…

—Los dos. Armin, ya nos conocemos. Sé que tú también sufres en silencio. La muerte de tus cercanos… de los míos… es una brecha. Por eso he facilitado las cosas para que os relajéis un tiempo. Annie necesita desconectar urgentemente del trabajo y tú también. Y tranquilo, no perderás tu puesto. Pero como ves, este tipo de profesión es reliosa, caótica… y muy peligrosa. Sé que aceptarás esta baja. Disfrutad un tiempo y volved con las pilas recargadas.

Armin miró a través de uno de los ventanales, Annie no estaba muy alejada, estaba agazapada tras un muro, seguramente cotilleando a Hitch. Eso le hizo sonreír con amargura.

—Sí. Aunque tiene traumas… no sé si seré capaz de ayudarla a…

—Lo serás. Créeme. Lo serás. —Asintió convencida. —Hazlo… tú que puedes.

—Historia…

—Perdona. —Sonrió con cierta tristeza. —Perdona. Yo también necesito descansar. Ven a verme más a menudo.

Armin asintió y se despidieron con un abrazo.

Un mes más tarde

—¡¡Armin!!

—¿Otra vez…? Annie, tranquila…

Lo primero que sintió Annie al despertarse tan bruscamente fue el tenue y agradable bamboleo del camarote. El barco había zarpado hacía varios días, pero el rumbo era uno nuevo. Según cartografías japonesas, allí donde se dirigían hacía frío y era un continente alejado, pero todo era precioso y las vistas increíbles. Habían preparado las maletas y después de dejar todo atado en sus trabajos, Armin prácticamente obligó a Annie para que se concedieran juntos unas merecidas vacaciones. Iban completamente solos en el barco, sabían navegar y tenían buenos materiales para no desorientarse. Aquella noche una nueva tortura en forma de pesadilla había sacudido a la rubia, que para su suerte, tenía en quién apoyarse cuando abría los ojos acobardada.

—Sí… perdona.

—No me pidas perdón. Eres preciosa —susurró el rubio, pegando su flequillo a la blanca frente de Annie, y rozó sus labios en el largo de su nariz. Annie no necesitó ni una palabra más para evadir de su mente aquellos malos recuerdos, cada vez que Armin la trataba así perdía su propio norte. Le agarró de la camisa y cerró los puños, aferrándole a ella para sostenerlo mientras le besaba, empezando a ganar terreno sobre él en la cama. Armin no tenía ninguna objeción. Secretamente había adorado y fantaseado con verla perder la vergüenza.

Se pusieron frente a un espejo, donde Armin empezó a desnudarla y a saborearle el cuello.

Se pusieron frente a un espejo, donde Armin empezó a desnudarla y a saborearle el cuello

Pocas horas después, Annie salió fuera y apoyó los antebrazos en la barandilla de la proa. Simplemente dejó que sus fosas nasales respiraran el aire puro, salino y reparador que provenía del mar. Era extraño hacer el amor con él tan salvajemente y luego entrar en aquella calma tan embriagadora. Tenía el juicio nublado por el amor, así lo habría descrito su viejo si hubiera llegado a conocerla siendo más adulta.

—¿Tienes idea de hacia dónde vamos, Armin?

—Estoy orientado. Pero si te refieres a si conozco el sitio… no. Vamos a la aventura.

—¿Qué misión es la que tenemos?

—¿Misión? —el chico sonrió y le rodeó la cintura desnuda, con su cuerpo también desnudo. La besó en la mejilla y miró al mar, como ella, con una pequeña y cómplice sonrisa. —Ser felices. Somos humanos, también necesitamos un descanso después de todo lo vivido. Y tú más que nadie.

—Así que… habías planeado esto. Idiota… —ladeó la cabeza con una sonrisa tímida, al sentirle pasear los labios por su cuello. La brisa exterior le puso la piel de gallina. Armin sonrió y finalmente, se fundieron en un abrazo.

—Haría lo que sea.

—Haría lo que sea

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