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CAPÍTULO 2. Diario mental de una recluta


Finalmente había conseguido plaza como recluta en el cuartel general. Después de un insoportable año más viviendo con su madre, ahora le tocaba tener una vivienda con otros compañeros y otro ambiente. Tenía muy claro, por sus aptitudes, que si tenía que enfrentarse a un titán debía hacerlo desde la estrategia. Había entrenado físicamente, pero el deporte la agotaba y la asqueaba, y con el paso de los exámenes, más de una vez había puesto el ojo en papeles ajenos para ver si rascaba unas décimas más. La recluta se sentía mucho más cómoda en los círculos sociales: estaba en plena explosión hormonal ahora que había cumplido los quince, por lo que no sólo sentía una enorme atracción e interés por los chicos que aspiraban a ser soldado, sino que también se daba cuenta de que era recíproco hacia ella. Todo lo bueno que tenía lo había heredado de su padre: alta, estilizada, un pelo de color singular que colindaba entre el castaño y el rubio, y unos enormes ojos de color ámbar verdoso, extremadamente suculentos de ver en cualquiera de los tres muros. Para rematar, aquel último año había puesto todas sus ganas en conocer a las chicas y hacer pequeños grupos, por lo que muy pronto empezó a conocer secretos de todo el mundo, en quién confiar, de quién distanciarse y qué amistades podían brindarle una estabilidad y un hueco socioeconómico a largo plazo. No sólo conocía a todo el que la rodeaba, sino que todo el que la rodeaba la conocía a ella. Por suerte o desgracia, y aunque conociera los tejemanejes de todo el mundo, también era objeto de análisis ajeno al haberse convertido en alguien popular. Hitch era extremadamente inteligente y calculadora para fines sociales, pero también burlesca, pícara para responder y algo superficial. Raro era verla prestando atención en clases, y solía ser de las últimas en el ranking del cuerpo a cuerpo. Sus intereses se inclinaban en la cosmética. Se mimaba mucho el cuerpo y el rostro, era muy coqueta para vestir en sus días libres y además, era intimidante al hablar. Si te llevabas mal con Hitch, la situación podía salirte mal, porque probablemente, podía hundir la reputación de cualquier compañero. 

Sin embargo, no era una mala persona. Ni quería hundir a nadie. Lo que quería era cumplir su sueño a su manera y, por el camino, poder rodearse de personas que la entendieran.

Era, pues, una especie de abeja reina en una colmena llena de zánganos que babeaban y soñaban con pedirle una cita, y amigas que la respaldarían ante cualquier altercado. Pero estar colmada de atenciones solía traer efectos secundarios tardíos. La vaguedad de la chica para estudiar se empezaba a notar en las tablas clasificatorias. El sueño de Hitch, después de haber pasado hambre, la pérdida de su hermano y el abandono y desestructuración de su familia, era llegar a estar entre los diez primeros que tenían vía libre para acceder a la Policía Militar. El equipo de maniobras tridimensionales le había dado más de un susto en los entrenamientos. No tenía mucha fuerza y sus caderas no se sostenían bien cuando tocaba estar suspendida en el aire. Con gran esfuerzo pudo pasar algunos listones, pero pronto, se dio cuenta de que no le convenía tanto sacrificio y esfuerzo físico para una actividad que tampoco la llenaba. El Cuerpo de Exploración es para gente tonta, que quiere sacrificar su vida por enfrentarse a los titanes, era su conclusión.

Hitch tenía claro que quería convertirse en Policía Militar por el simple hecho de que no quería ser absolutamente nada de lo que ofrecía la ciudad exterior. No le interesaba hacer pan, ni cuidar niños, ni arreglar zapatos, ni criar ganado. Conocía la corrupción pululante en cada calle, cada traspaso de droga, cada ruta por donde la codeína hacía estragos. Prefería pasar sus años deambulando en el castillo con una vida pacífica, un buen sueldo y todo el tiempo del mundo para charlar y disfrutar de las experiencias que la vida tenía que ofrecerle.

Conoció a Annie Leonhart en uno de los entrenamientos que decidirían su nota en el cuerpo a cuerpo. Le había resultado extraño que casi nadie la conociera ni conociera bien de dónde provenía. Los enfrentamientos cuerpo a cuerpo de aquella tarde eran otra nota más a tener en cuenta en el examen final. Mientras la mayoría intentaban practicar en solitario antes de enfrentarse a su rival, Hitch permanecía en el palco más alto, charlando y riendo mientras intercambiaba algunos chistes tontos con sus superiores. Porque hasta ellos conocían a la simpática y melodiosa Hitch, y la tenían en cuenta hasta para sus salidas del cuartel. Era una especie de alumna aventajada por tener buen trato. Más de una vez había sido seleccionada para conocer otras ciudades y saber de otros cuarteles generales, lo que había servido de retroalimentación positiva para extender aún más sus múltiples círculos sociales y conocer bien a los capataces de otras zonas.

—Espera, ¿ya va esa chica? ¿Annie? —preguntó de repente uno de los superiores, cortando toda conversación anterior. Erwin y Hange también estaban en la comitiva, pero al contrario que Hitch, ellos se mantenían algo más al margen mientras ella se servía sus propios canapés.

—¿De dónde es? —cuestionó la recluta, viendo ahí su oportunidad para extraer información de la misteriosa rubia.

—Del Distrito Shiganshina. —Dijo Erwin, sin más. Hitch le dirigió una mirada pensativa. Así que la misteriosa rubia había quedado desamparada tras el ataque de los titanes. Interesante.

—¡Mira eso! —dos de los más ancianos se incorporaron, alucinando ante el dominio de Leonhart con las patadas. Hitch estudió la dinámica que tenía para pelear, pero se notaba que la chica había tenido anteriormente un entrenamiento militar de gran esmero. Arqueó las cejas al ver la segunda patada que se llevó su rival, y que le concedió la victoria.

—La queremos en el Cuerpo de Exploración, aunque no parece querer congeniar con los demás. Es necesaria la comunicación entre nuestros exploradores —murmuró Hange. Después, su subordinado entró y le dio un mensaje al oído que la hizo levantarse. Erwin y los otros cinco superiores salieron tras ellos. El comandante Yurp y ella quedaron solos en el palco, admirando la pelea. Al parecer el rey quería comentar algo aquel año y había pedido la presencia de casi todos los superiores. Yurp era joven para su posición, unos 40, había ascendido hacía unos años. Hitch sabía que estaba casado, y según habladurías, le había puesto los cuernos con otra mujer. No hablaba mucho, aquel superior. Hitch se concentró en la pelea y vio una tercera victoria de Annie. Parecía difícil de vencer. Pero todo el mundo tenía algún punto débil. Fijó más la mirada en su cintura cuando cargaba la tibia contra el objetivo, pero de pronto, y ajeno a aquello, sintió un calor en el muslo derecho. La chica bajó la mirada y vio la enorme mano de Yurp, que sin contemplaciones, empezó a acariciarla. Hitch no se ruborizó en lo absoluto. Aquel hombre debía sacarle fácilmente los 25 años de diferencia, y no le extrañó que la tocara.

—Comandante, ¿ha perdido algo? —dijo, aguantándole la mirada con cierto atrevimiento.

—Hitch Dreyse, ¿verdad? Tú eres Hitch Dreyse.

—Veo que la fama me precede —contestó, sonriéndole angelicalmente. El hombre dejó de acariciarla, y guardó la mano. Se limitó ahora a mirarla con lentitud, de arriba abajo.

—Había oído hablar de ti. Mis compañeros hablan bastante bien, de hecho. Dicen que siempre estás dispuesta a ayudar y que tu simpatía podría ayudarnos en el futuro a resolver casos criminales. Aunque por favor, no cuentes nada de esto —murmuró con una sonrisa perversa, poniéndose el índice sobre los labios. —Es un secreto, yo no te he dado esta información.

—Entendido —mantuvo la sonrisa, y le guiñó un ojo. Pero enseguida puso una mueca pensativa… aunque ésta era una mueca falsa. —Estoy teniendo algunos problemas para ascender en la escala. La verdad es que me juego mucho en estos exámenes. Y no es que lo mío sea ser una cuidadora del campo, ¿verdad? —dijo divertida, riéndose con mucha suavidad. El hombre la observaba fijamente, hacía ya rato que se había imaginado esa cara y ese cuerpo de espaldas, sometiéndola a múltiples bajezas sexuales. Al verla reír también sonrió, sin saber ocultar ese halo de depravación. Hitch esta vez pareció leer algo oscuro en su mirada, pero tenía un férreo control sobre sus emociones y no se delató.

—Por supuesto. Además, con ese rostro y esas manos, tampoco te veo en el Cuerpo de Exploración, ni en la Guarnición. Los exploradores tienen muchos callos de sostener las empuñaduras. Y es un trabajo arriesgado.

—Lo sé —dijo totalmente entregada a la conversación, como si fuera lo más importante del mundo. Quería hacerle creer que lo que tenía que decirle al respecto, le interesaba. Y Yurp, efectivamente, así creyó. —La verdad es que no es un sitio para mí. Lo he intentado, de veras que sí. Y creo que puede ser un problema. No valoran otras aptitudes, comandante. Sé lo que valgo, y sé la utilidad que puedo ofrecer a la Policía Militar. Es la vida que quiero. Así que… me esforzaré. —Hizo una especie de mohín al girarse a la tabla de clasificaciones que estaba en la planta baja, y que podían ver desde allí mismo. Suspiró con dejadez. —Aunque los chicos son los que suelen estar entre los diez mejores. Eso tampoco es justo. Yo no puedo competir contra esos hombres tan altos y fuertes. —Volvió a atenderle, cruzando los brazos sobre la barra que delimitaba el palco, y le miró fijamente. —Imagínese si me enfrentara a ellos cuerpo a cuerpo, podrían partirme en dos…

Yurp tuvo una fuerte estimulación erógena al oírla decir aquello. Hitch fingió no ver ese gesto, y finalmente suspiró por segunda vez, abanicándose con la mano.

—Qué calor más horrible… en fin. Debo irme ya. Discúlpeme, comandante, pero pronto me reclamarán abajo.

—Por supuesto. —Yurp dejó que se fuera. Había quedado pasmado al oírla decir una de sus últimas frases, su mente se quedó bloqueada con aquellos ojos tan preciosos, y de un color que nunca había visto. Se sintió torpe pese a la edad que tenía.

Mientras Hitch bajaba las escaleras chocó con otro de los comandantes, de la Guarnición. Era el primo de Hannes.

—Perdóneme… —fingió ruborizarse, y al pasar por su lado, curvó media sonrisa.

Lo que la recluta estaba viviendo en aquel momento era una lección a medias. Se dio cuenta de que no sólo surtía efecto en los de su edad, sino también en los mayores, pues el primo de Hannes también pareció quedarse prendado de su belleza cuando le sonrió. Algo lógico a priori, pero nunca había reparado en ello. Por supuesto, y aunque era un as bajo la manga que no quería utilizar, nunca estaba de más conocer el alcance de sus telarañas. De pronto, empezó a entender por qué su padre había sucumbido a los encantos de otra mujer. Su madre se había descuidado, y la casa era un foco de problemas. Los hombres eran fáciles de atraer si se sabía hacerlo, y ella se veía perfectamente capaz de insinuarse sin siquiera mostrar una sola pierna. Era lista y tremendamente atractiva. Y era su vida, al fin y al cabo.

Pero en realidad, Hitch no tenía auténtica consciencia de la edad que tenía, ni de los límites que debía respetar. Para ella, su único objetivo era ascender a la Policía Militar. El proceso es lo más complicado, pero una vez dentro, ya no debo rendir cuentas con nadie, pensaba. ¿Y qué había de malo en ello? Aprovechar la corrupción para caer mejor que sus compañeros y ser escogida no era ningún crimen.

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