CAPÍTULO 3. La mente de un depravado
—Hitch, ¿has visto a Boris? Creo que le gustas.
—Si es así, tiene buen gusto… —el grupo de chicas empezó a reírse junto a ella. Boris era un recluta de su misma edad que había recibido muy buenas calificaciones aquella última semana.
—Rubia, ¿crees que esta vez podrás acceder a los exámenes? Si no apruebo el de mañana, estoy fuera. —Comentó Viv, una de las más nefastas estudiantes con las que Hitch había tenido la dicha de cruzarse. Cuando ningún otro alumno pasó cerca del grupo, bajó la voz y respondió.
—Pensaba buscarlos hoy. Pero necesito que alguna vigile desde fuera. Si me pillan, también me echarán.
Las otras tres chicas que la acompañaban asintieron y se pusieron en pie, abandonando las escaleras. Annie Leonhardt se cruzó con ellas y no miró a ninguna, aunque Hitch no pudo ignorarla y sonrió, elevando la voz.
—¡Alegra esa cara, Annie! ¡Mañana es viernes! —le dio un empujoncito desde atrás, pero la otra rubia sólo la miró un instante y se metió a su habitación. Hitch puso una mueca mientras retomaba el camino al despacho. —Qué chica tan borde…
Cuando se cercioraron de que los reclutas habían abandonado las salas de estudio, Hitch circuló sola por el pasillo de los profesores. Sólo dos vigilantes había en cada extremo, y ambos la miraron y asintieron. Estaban tan acostumbrados a ver pululando a Dreyse por esa planta, que los mismos superiores dijeron que no se le restringiese el paso. Cuando la chica dobló la esquina, ya no había nadie, y miró hacia los lados antes de situarse frente al pomo de la puerta de estudios. Por la hora, hacía rato que no debía haber nadie allí. Disimuladamente, sacó de su escote una pequeña llave dorada y la introdujo en la cerradura. La puerta abrió sin problemas. Echó un último vistazo al pasillo y furtiva como un ratón, se coló adentro. La sala de estudios tenía otra puerta que conducía al pasillo, y una tercera que daba a los laboratorios. Dreyse había considerado antaño estudiar bioquímica o biología y tener un puesto similar al de Hange Zoe, el mayor referente histórico de las últimas investigaciones. Sin embargo, sus notas no acompañaban mucho a ello. Una vez frente al gabinete, fue abriendo cajones. Uno por uno, hasta que vio el portafolios que buscaba. No era la primera vez que hacía aquello, sabía dónde guardaban los exámenes, el problema era que allí casi siempre había alguien y rara vez podía copiarse. Se buscaba la vida cuando y como podía. Estuvo a punto de agarrar el paquete de exámenes, cuando oyó sonidos en el pasillo. Dos figuras altas se traslucían por la iluminación, y la recluta se puso nerviosa. Se metió la llave bajo el sujetador y rápidamente se sentó en una de las sillas frente al gabinete, como si estuviera esperando a alguien para charlar.
—¿Señorita Dreyse?
Hitch giró media cara y sonrió, con mucha seguridad en sí misma y en su mentira antes de decirla.
—Lo siento, profesor. Pensé que le encontraría aquí y he decidido esperarle.
—Karl, nos vemos después. —Masculló el acompañante de su profesor, que inmediatamente se marchó tras la puerta del laboratorio. Hitch empezó a hacer memoria de algunos temarios en su cabeza, necesitaba urgentemente una excusa para explicar qué hacía allí.
—Hitch, sabe que me cae usted en mucha gracia —dijo sonriente, mirándola desde arriba. Aquella chica era un ángel escupido por los dioses. El sólo hecho de reñirla le incomodaba. —Pero debo decirle que después de las seis, esta es zona restringida para el alumnado. ¿No se encontró con la puerta cerrada?
—No, señor… ¿he hecho mal…? —preguntó con un halo de ofensa, como si le apenara oírlo.
—¡Oh… n-no…! Quédese. ¿Qué le ocurre?
Hitch se volcó en la mesa apoyando los codos. Inmediatamente, su blusa se ahuecó y el hombre no pudo evitar dirigir la mirada a los enormes pechos de la chica, abultados y enjutados en aquella posición. Malditas niñas de quince años. Algunas parecen de veinticinco, pensó.
—Y por ello, me preguntaba si era posible saber una orientación… ya sabe, sólo aproximada, de las preguntas del examen.
El hombre arqueó una ceja. No había escuchado la mitad de lo que le decía por mirarle las tetas. Carraspeó, intentando fingir que la había oído.
—¿Las preguntas del examen de mañana?
Hitch asintió, meneando un poco la cabeza.
—Estoy muy preocupada por mi futuro, señor. Mis notas académicas no son las mejores. Mis destrezas luchando, bueno… podrían mejorar también. Si pretendo ser de la Policía Militar necesito ser una de los diez mejores.
El hombre cerró los ojos, y suspiró largamente.
—Hitch. Tú no puedes entrar en la Policía Militar.
Hitch sintió un cortocircuito al oírle, sin cuadrarle. Parecía que no bastaría con ser persuasiva.
—¿Pero p-…?
—Verás, Hitch —empezó a tutearla. —Como bien contemplas, sólo los diez mejores pueden aspirar a ocupar un puesto en esa milicia. Tu trayectoria académica no está del todo mal, son notas aceptables. Pero hace falta mucho más para ocupar un puesto en la Policía Militar. Las pruebas finales son la semana que viene, y lamento decírtelo, pero estos exámenes y combates en los que has holgazaneado con tus amigas ya ha repercutido. Te confieso que no podrás entrar. Te animo a que estudies para el siguiente examen y quizá tengas un honorable puesto en la Guarnición o en el Cuerpo de Exploración.
—Señor, yo no valgo para esos puestos. ¿Me cree capaz de enfrentarme a un titán? Haré lo que sea si me tiene en cuent-…
—Entonces no tiene sentido tampoco que aspires a puestos tan grandes. Un Policía Militar está perfectamente cualificado para aguantar lo que aguantan los exploradores, pero aprovechan esos logros en buscar una vida más acomodada en la ciudad interior. Ese no podrá ser tu caso, dado que tus notas ya han truncado tu ascenso antes incluso del examen final.
—Daré todo de mí en el examen final y en el combate de mañana.
El profesor quiso contestar, pero Hitch se levantó de repente y metió la silla en el escritorio, ejecutando el saludo militar antes de salir airada de la sala. Cuando dobló la esquina chocó con Yurp, el comandante del palco, que la miró fijamente. Hitch entristeció la mirada y aceleró el paso para salir de allí. Uno de los vigilantes se acercó a preguntarle qué ocurría, pero la chica no se detuvo. Yurp por su parte siguió caminando despacio y se adentró en el laboratorio.
—¿Has oído lo que han hablado? —preguntó Freddy, el profesor de bioquímica. Yurp negó con la cabeza, y con una sonrisa maliciosa, su amigo continuó. —Esa chica está desesperada por un puesto en la Policía Militar.
—Parece encantadora. La he visto marchar con mala cara.
—Quería sonsacarle las preguntas del examen. Tú las sabes, ¿no?
—¿Las del examen de mañana? Sí, por supuesto. También sé con quién le va a tocar pelear.
—Sabes, Hitch le ha dicho que «haría lo que sea si la tiene en cuenta», pero ese viejo no sabe ver lo que tiene en frente.
Yurp arrugó el ceño, sin saber muy bien por dónde iban las insinuaciones de su amigo. El bioquímico se puso la bata y se acercó a él sonriendo de lado.
—Esas chicas con grandes aspiraciones son fáciles de manejar, Yurp. No te cuesta nada darle las preguntas del examen o darle consejos para su pelea. Por ejemplo, diciéndole su rival. Seguro que lo agradecería… muy bien.
Yurp le sonrió en respuesta, y se pasó la mano por la boca.
—Sé que puede parecer buscona, pero no creo que ceda a lo que yo tengo que pedirle. Es una niña de dieciséis años.
—Entonces se lo pediré yo —dijo Freddy. Susurró. —Además, hay traspasos de codeína que ella conoce por llevarse bien con nuestros compañeros. Sabe información de primera mano. A lo mejor ya se ha dejado meter mano por otros comandantes y lo lleva en secreto.
Yurp negó.
—Esa pobre diabla es virgen. Te lo aseguro. Cree tener el mundo bajo sus pies.
—¿Has visto el cuerpo que tiene…?
—Sí… es alta… —Yurp presionó los labios, y miró hacia un lado. Después dio una poderosa palmada al hombro de su rechoncho amigo, sonriéndole. —Fred, te dejo con tus cachivaches. Te daré noticias.