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CAPÍTULO 5. La barrera de fuego


Aquella mañana Hitch observó con frialdad el tablero de clasificaciones. El gran día había llegado, el día donde todos sus sueños se harían realidad o se harían trizas. Releyó el cartel cuatro veces. Simplemente, su nombre no aparecía.

Su espíritu y las enseñanzas de su padre la hacían resistirse a perder o a la rendición. Se humedeció los labios pensando muy deprisa, en la baraja de opciones que tenía ahora por delante. No había calibrado trabajar en otro lugar que no fuera la Policía Militar. Y el hecho de enfrentarse a un titán le daba auténtico pavor. No quería, simplemente sabía que moriría si se decantaba por la legión. En su lugar estaba la Guarnición, la tropa estacionaria y la peor pagada de las tres. Su puño se cerró unos segundos e inspiró hondo. Aún había algunos días para presentar alegaciones, pero si iba a hacerlo, tenía que pensar muy bien cómo.

Al volver a su cuartel, vio bajo la puerta del dormitorio una nota deslizada. La recogió.

«Hay una vacante en la Policía Militar. Háblame urgentemente. —Yurp.»

Hitch abrió los ojos y sin perder el tiempo, soltó la nota en el aire y corrió hacia el despacho del comandante. Annie la vio salir escopetada de la habitación, y sus ojos siguieron el bailotear de la nota en el aire. Comprobó que el número de habitación era correcto: en efecto, sería la nueva compañera de Hitch Dreyse. Lanzó su bolsa a la litera, la cama de abajo. Ella ya había sido aceptada en la Policía Militar y tenía unos días para instalarse.

Despacho de Yurp

—Hitch. Perdona la tardanza. Acabo de ver que tu nombre no está en el tablero.

—No, señor. No lo está.

—Vamos, Hitch. ¿Por qué no me tuteas? ¿No hay la suficiente confianza? —sirvió dos copas de vino tinto y la recluta miró aquello como si fuera oro líquido. El vino tinto no estaba al alcance de cualquiera, no aquella marca que él estaba sirviéndose. Esos viñedos estaban muy lejos. El hombre dejó las copas en un extremo y caminó por su despacho, cerrando la puerta disimuladamente al pasar por un lado. Hitch seguía con la mirada en el vino, pero le respondió.

—Perdone… perdona. Es una señal de respeto, y es la costumbre.

—Lo sé. Pero no es necesario, no aquí entre nosotros.

—En la nota pusiste que había una vacant-…

—La hay —asintió levantándole un poco la mano, para indicarle que no se precipitara. —Mi compañero Freddy me ha comentado que Eren Jaeger y Mikasa Ackerman no desean formar parte de la Policía Militar. En condiciones normales, esto salpica la vacante al siguiente con mejor nota. Pero he dejado retenida una plaza vacía. Y estoy entre dos alumnas. La verdad es que las dos estáis muy capacitadas…

—¿Quién más? —cuestionó la chica. El comandante negó divertido.

—La conoces, y seguro que sabes toda su vida. No quiero empezar una especie de guerra entre vosotras, no hace falta que sepáis la una de la otra. El caso es que… Freddy y yo estamos dudosos.

—No hay duda posible, Yurp. —Hitch volvió a sacar a relucir su parte carismática. Sonrió con firmeza, encogiéndose de hombros. —Soy un tipo de alumna peculiar, me merezco algunos reconocimientos. Aunque no sea de la misma forma que los demás, también he trabajado duro.

—¿Quieres probar el vino? Viene de un viñedo a las afueras.

—Lo sé —murmuró Dreyse, con los ojos puestos en la copa. Finalmente cogió la que le ofrecía y olió despacio, notando cómo el aroma le abría todas las papilas gustativas. Yurp se deleitó observando como la recluta bebía un primer trago, y su diminuta nuez en la garganta se movía al beber. Se pasó la lengua por los labios y trató de ponerse de brazos cruzados también.

—Hablemos con franqueza, Hitch. ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar por un puesto en la Policía Militar?

La chica captó enseguida la intención. Le miró dubitativa demasiado tiempo, porque tenía la sensación de que su vida podía dar un vuelco si no contestaba lo correcto. Después pensó en lo que era capaz de conseguir un simple cuerpo femenino, ante un hombre poderoso como él. Y en la corrupción que había en casi todas las calles que conocía. Tenía muy claro que la fuerza de los titanes era demasiada para combatirla. Hitch miró a otro lado sin querer, con las pupilas sin parar de moverse. No quería volver a casa bajó ningún concepto.

—Me gustaría poder ascender en la escala sin tener que hacer algo de lo que me arrepienta —dijo despacio, terminando un segundo sorbo y dejando la copa. El hombre dejó también la suya y se le acercó peligrosamente, y por primera vez Hitch se sintió en desventaja, e inferior frente a un hombre. Yurp no era excesivamento alto, pero lo era a su lado.

—¿Te estoy haciendo sentir incómoda? —el hombre metió la mano dentro de su capa, moldeando la mano en la cintura femenina.

.

—No.

—Bien. ¿Sabes que estoy casado y tengo un hijo?

Hitch negó con la cabeza. Imaginó que esto mismo había hecho su padre, pero con otra mujer. ¿La convertía aquello en una puta, como bien dijo su madre de la desconocida por la que las abandonó? No pudo pensarlo demasiado. El comandante bajó y metió la palma de la mano entre sus muslos, sobándola por fuera de la ropa. Hitch dio un respingo y suspiró de la impresión, pero su mente la acabó dejando allí quieta como un clavo. Su rostro ahora siguió enfrentando a aquel hombre a la cara.

—Bésame. —Le pidió él, con un tono ronco.

—Por favor, qui…q-quita la mano de ahí. —Acabó pidiendo. No se sintió capaz de superar aquella barrera de fuego, aunque su mente estuviera dispuesta en un principio. Yurp retiró la mano y se echó hacia atrás, mirándola con una sonrisa. Eso era lo que quería ver. Una burlesca y chula, una yegua con muchas ganas de correr, pero que en el fondo no era más que una potra, conservaba inocencia, por mucho que quisiera aparentar lo contrario.

—Hitch, sólo te voy a pedir una cosa. Sólo una. Y si la haces, estás dentro.

La chica quería largarse como alma que llevaba al diablo. Estuvo a punto de darse media vuelta y correr, pero su sueño estaba ahí, justo delante, al alcance de la mano. Al menos, quería escuchar qué quería pedirle.

—Quítate la blusa.

Hitch contuvo la respiración y miró hacia otro lado. A Yurp aquella sumisión, más psicológica que física, le encendía por dentro. Alzó las cejas esperando una respuesta, pero la muchacha no se movía de allí. Pasaron diez largos e incómodos segundos, cuando de repente, la recluta bajó la cabeza. Sus ojos se humedecían lentamente, pero no lloraría. No iba a llorar. No había llorado desde que su hermano falleció y no lo haría por algo tan estúpido y simple como enseñar un atributo natural. Las pupilas del comandante se agrandaron al ver que poco a poco se desenganchaba la capa y la abría, quería disfrutar cada momento de aquello y guardarlo recelosamente en la memoria. Cuando su capa cayó, sus manos volvieron a los botones de la blusa, abriendo uno a uno. A medida que lo hacía su erección se endurecía, ya le daba igual que le viera. Hitch deslizó finalmente las mangas por sus hombros, quedando su esbelto y fibrado cuerpo expuesto. Yurp se adelantó y caminó alrededor de ella, despacio, mirándola de arriba abajo en aquella apretada lencería. Al pasar por su espalda la rodeó con un brazo, pegando la nariz a su cuello para olerla, Hitch no dijo ni movió ni un músculo. El hombre apretó el gancho de su sujetador y la despojó de esa última prenda, haciendo que la rubia reaccionara y rápidamente cruzara los brazos sobre sus senos.

—Sh… no… enseña esas dos preciosidades, vamos. —Murmuró Yurp, con su pene erecto bien pegado al cuerpo de ella, para que le sintiera. Hitch no obedeció, pero sintió que lentamente él agarraba sus muñecas.

—Sólo quiero verlas. ¿No te gusta tanto que te miren? Abre ahora mismo los brazos —la vio cerrar los ojos fuerte, y luego dejar las muñecas muertas. El ejercicio mental que le estaba suponiendo obedecerle era mucho. Le bajó los brazos y Yurp volvió a ponerse por delante. Era la imagen más perfecta que había visto jamás. Si quisiera, ahora podría obligarla a mantener sexo con él, pero probablemente gritaría y le traería problemas. Ese era el paso que más costaba y Hitch ya lo había dado… lo último que hizo fue sostenerla delicadamente del mentón y elevarle la vista hacia él, contemplando esos enormes ojos ámbar verdosos contenidos, y algo brillantes. Volvió a mirar sus pechos, redondos y grandes, de suaves y rosados pezones. Su tonificado abdomen. Todo en ella era perfecto.

—Bien. Vístete.

Hitch se vistió en menos de diez segundos, capa incluida. Sentía la urgente necesidad de salir corriendo de allí, quería irse, con todas sus fuerzas. Tenía presente que acababa de cruzar una barrera y que no había retorno. Cuando Yurp se giró a ella le volvió a entregar la copa, y vio que a la chica le temblaba la mano. Pero lo ignoró. Chocó su copa con ella sonriendo y cambió el tono a uno más divertido.

—¡Felicidades, estás dentro! ¡Bienvenida a la Policía Militar!

—¡Felicidades, estás dentro! ¡Bienvenida a la Policía Militar!

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