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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 6. Un reencuentro forzado por la codeína


Marlowe Freudenberg acababa de llegar esa misma tarde a su cuartel de la Policía Militar. Su madre le había acompañado a dejar las maletas y a guardar la ropa, pero después, la mujer se fue enseguida. Tenía que entregar, al igual que todos los demás, su ficha de inscripción a los programas que habían sido de su agrado y las tareas que prefería realizar en la ciudad interior. En lugar de esperar a la mañana siguiente, lo haría esa mismísima tarde.

No tardó demasiado en llegar al pasillo de los comandantes. Dos de ellos estaban entretenidos hablando y cuchicheando, mirando de reojo una de las puertas de los capataces. Era justo la puerta a la que tenía que entrar. Cuando se acercó, uno de los vigilantes se giró y señaló con el rifle hacia la puerta, alzando la voz.

—Soldado, vuelva atrás. Esto es zona restringida para los recién llegados. Aun debe completar su formación.

Justo cuando aquel dijo eso, la puerta se abrió bruscamente, sorprendiendo a Marlowe y a los dos guardias. Una chica de pelo claro y corto salió con las manos en el enganche de su capa, andando tan rápido que en un parpadeo ya casi estaba a la vuelta de la esquina. Marlowe se pretendió asomar un poco hacia el despacho, pero no alcanzó a ver quién había dentro.

—Vuelva mañana, muchacho. —El joven, alto y moreno y con un flequillo cortado a lo tazón, asintió obedientemente y bajó las escaleras. Al abandonar el cuartel de los superiores se dirigió a su edificación y vio la misma silueta femenina avanzando velozmente hasta la entrada. Marlowe se dio cuenta de que sus habitaciones estaban situadas en el mismo casón. Aceleró también el paso y entró justo tras ella, pero la chica no se detenía. En la segunda planta, sin embargo, la vio frenar en seco. Marlowe abrió sus rasgados ojos, era consciente de que la chica no le había visto ni oído, así que le extrañó que se detuviera así. Lo que vio a continuación fue cómo se aproximaba a una maceta floreada y tenía allí mismo una arcada, empezando a vomitar. Marlowe tragó saliva, sin saber qué narices hacer. ¿Estaría bebida? ¿Necesitaría ayuda? Se aproximó un par de pasos y la vio tener otra más, vomitando por segunda vez. Tosió un par de veces y se fue incorporando de a poco. La vio pasarse la mano por el rostro, como si estuviese agotada.

—Perdona… eh.

Hitch dio un respingo y giró rápido, encontrándose con el desconocido.

—¿Estás bien…? ¿Necesitas que te acomp-…?

—Estoy bien. ¿Acaso me seguías?

—¡N-no! ¡No, no! Mi habitación es la del fondo…

Hitch miró la puerta que el chico le indicaba y se concentró en los posibles diálogos que mantener en una situación tan precaria como la que se encontraba. Pero Marlowe se acercó a ella y le sonrió, amistosamente.

—Soy Marlowe Freudenberg, acabo de ser admitido en la Policía Militar —le tendió la mano. Hitch miró su mano extendida y aunque tardó, le ofreció la suya. El moreno notó que le temblaba.

—Hitch Dreyse. También acabo de ser admitida.

Tras una semana en la que todos los recién llegados tuvieron tiempo para instalarse, recibieron sus respectivos uniformes. Al parecer, Yurp y algunos profesores del escuadrón habían partido a una misión relámpago con el Cuerpo de Exploración, por lo que estarían de vuelta en una semana o quizá más, un tiempo que para la joven Hitch significaría un respiro. Desde lo vivido en el despacho de aquel hombre se sentía un poco extraña, y por primera vez, insegura. Vunerable. Antes de irse a dormir recordaba cómo aquel cerdo le clavaba su erección desde atrás y se le pegaba al cuello. Intentaba consolarse diciendo que sólo la había mirado, que no osó tocarla, pero era consciente de que sólo se engañaba a sí misma: le había acariciado entre las piernas y también trató de hacer que le besara.

Por fortuna, la mentalidad de Hitch pudo recomponerse rápido ante aquellos acontecimientos. No era en lo absoluto una mujer débil ni de las que se martirizaba eternamente con sus decisiones tomadas. Lo único sólido que quería era llegar a la Policía Militar, y ahora que había sido trasladada a la ciudad interior y que tenía su propia casa independiente, sentía que por fin su vida empezaba a estar encauzada. En una de las misiones preparatorias, con sus nuevos compañeros ya conocidos, la chica se enteró de que había tráfico ilegal de codeína por los prostíbulos del sur, muy a las afueras de Stohess. Descubrió en seguida cuántos locales de ese tipo había, y en cuáles su padre había podido estar a raíz de las últimas salidas que había tenido. Sólo le quedaba investigar en físico, pero como no podía decírselo a nadie, esa misión se vería postergada varias semanas más.

—Annie, Annie, Annie… dabas tanto miedodormida que ni he podido despertarte —el semblante apático de la rubia ya era normal para Hitch, su compañera de cuarto.

—Últimamente siempre duermes de más —añadió Marlowe mirando a Annie.

—Déjenla en paz. Es de Trost. Y la única con experiencia en combate aquí —apuntó Boris.

—¿En serio? ¿qué estás, interesado en ella? —dijo picajosa Hitch.

—Sólo se me ocurre una forma de que una idiota como tú haya llegado hasta la Policía Militar, Hith —atajó el chico.

—¿Ah, sí? ¿cuál? —le miró Hitch, provocándole con la mirada fija. Boris la miró pero apartó la vista enseguida. Él también tenía amigos y algún rumor se cocía de ella, pero por supuesto, nada demostrado ni demostrable. Sabía que las notas de Hitch tampoco cuadraban a ningún nivel para estar donde estaba. Marlowe se mantuvo quieto y solemne, aunque no pudo evitar, tras aquella respuesta, echar un vistazo a su compañera Hitch. Era muy resuelta para comunicarse y mentalmente rápida para contestar con mucha contundencia, incluso cuando intentaban infravalorarla. Eso le gustaba de ella. Fuera lo que fuera lo que opinaran, había visto ese tiempo que su intelecto y su habilidad para sacarse sola las castañas del fuego era algo con lo que no se nacía, sino que se entrenaba. Ella era la viva prueba.

Pero por supuesto, también le parecía muy atractiva. Esto no se lo dijo a nadie. Tenía ojos en la cara para ver como día tras día, algún idiota más carismático que él le insistía a salir.

Con el paso de las semanas, los recién entrados policías militares empezaron a conocerse mejor entre sí, y los grupos se sentían más. Como era de esperar, Hitch era muy venerada en el sector masculino y raro era el día en que no recibiera algún tipo de halago. Además, su rendimiento mejoraba progresivamente con los trabajos que le encomendaban. Cada policía tenía unas tareas fijas o un recado que hacer en la ciudad interior. Hitch, ante su polémica entrada en el cuartel como fija, suscitó dudas acerca de su honestidad y algunos comandantes llenaron su fichero de tareas más complejas, a fin de determinar cuan eficiente era completándolas con éxito. A Hitch ya poco le interesaba lo difícil que fueran esas tareas, más de una vez había logrado que otro las hiciera por ella. A cambio de una información, a cambio de un favor. Sus amigas se habían encargado de solventar varios de los recados -algunos especialmente difíciles, como el que le dejó a Annie para que investigara el paradero de Carly Stratmann a cambio de excusarla de sus actividades un día más tarde-, y al final, pese a que la sobrecarga de trabajo seguía siendo la misma, Hitch se alegraba mucho de vivir donde vivía, de tener su propia casa apartada y del sueldo increíble que estaba acumulando. Una de las misiones que le encomendaron fue atrapar, junto a Marlowe y Boris, a un traficante de codeína muy buscado. Los tres fueron enviados fuera del distrito para cumplir con la misión. De camino, en el carruaje, Hitch no paraba de reírse animadamente con el de pelo negro, recordando una vez que Annie se había puesto una rosa que le regalo del revés.

—¡Esa chica no tiene solución! En serio, ¡se la puso al revés! ¡Hasta tú sabrías ponerte una pinza con los dientes hacia dentro, con esa cabeza de tazón que tienes!

—Eh, ¿qué le pasa a mi corte de pelo? Es una tendencia de mi barriada —se defendió riendo el chico. Hitch hundió los dedos en su flequillo y le despeinó, viendo cómo todos sus flecos volvían a su posición rápidamente.

—¿Y si te presentas a un casting de peinados? Te expulsarían antes de poner un solo pie allí.

Boris miraba a través de la ventana, aburrido de aquellos dos ineptos. Pero sintió que la chica también se dirigía a él.

—Hay que buscarle una novia a ese, Marlowe, mira qué cara tiene… Boris, ¿no habrás cogido un saquito de opio del cuarto de Marlowe, verdad…? —Marlowe le dio un golpecito en el hombro.

—¡Hitch! Era un secreto… —se defendió el moreno en voz baja.

—Te vio tu compañero, lo sabe todo el mundo. No seas tonto, benefíciate. Si vendes algún que otro ramo nadie lo sabrá.

—Es consumo personal, Boris, no le hagas caso a esta loca —se defendió el chico, hablando con sinceridad. —Yo jamás haría algo fuera de la ley.

—El chico más bueno que hay en este distrito, aquí le tienes. Mira qué carita… —tocó con el índice la mejilla de Marlowe como si la pulsara, y el chico se puso algo colorado ante su tacto. Boris puso los ojos en blanco. Antaño Hitch le encantaba, ahora no la soportaba.

El carruaje paró, dejándoles delante de una extensa calle de piedra por donde no había ningún transeúnte. Hitch puso una mueca asquienta al ver las casas de piedra, que prácticamente eran techumbres a punto de caer.

—Vaya sitio…

—Es nuestra parada

—Es nuestra parada. —Boris se adelantó dejándoles atrás y se aseguró de nuevo de que el rifle estaba cargado antes de colgárselo al hombro. Se adentró en el camino de los prostíbulos, mirando a lado y lado mientras avanzaba. Escuchó que Hitch y Marlowe empezaban a cuchichear a sus espaldas, riéndose como dos idiotas.

—Mírale, cómo se conoce la calle… —rio divertida, andando al lado de Marlowe.

Poco a poco, y como era evidente, sus vestimentas empezaron a llamar la atención. La capa, el arma de fuego, las botas, hasta la misma insignia bordada del caballo verde en sus hombreras, eran objetos de muchísimo valor en el mercado negro. Los borrachos dormían a sus costados, las putas seguían con sus quehaceres, alguna que otra les miraba de reojo. Hitch mantenía una expresión de alerta, sin perder de vista su arma mientras andaba.

—Deberíamos preguntarle a una de las prostitutas —dijo la chica.

—Nos mentirán. —Dijo Boris.

—¿Por un buen dinero? ¿Tú crees?

—La mayoría no se prostituyen por gusto, sino por necesidad o por control de algún chulo. Qué raro que tú no lo sepas.

—Para, Boris. —Cortó Marlowe, muy serio.

—Déjalo, aún sigue afectado desde que rechacé su cita —se encogió de hombros, impasible. Sonrió, incluso. Aunque vio que Boris parecía tenérsela agarrada desde entonces, con malevolencia, cosa que le hizo enorgullecerse de haberle humillado en el pasado.

Al doblar la esquina, aquello continuaba. Otro sinfín de callejuelas donde los prostíbulos estaban en casi cada metro cuadrado.

—La codeína se detectó en aquellos dos locales —murmuró Marlowe, intentando no ser oído por los ciudadanos que les seguían con la mirada.

Cuando llegaron allí y se pusieron frente a la puerta, Boris llevó la iniciativa y entró por la sorteando la seguridad de la entrada sin contemplaciones, mirando a lado y lado una vez dentro. El lugar olía a rancio y a sexo, a piel mugrienta, y también a alcohol. Tras una fina cortina que prácticamente era traslúcida, se escuchaban los jadeos continuados de una mujer, y tras otra, hubo un extraño repiqueteo que hizo que Marlowe y boris se movilizaran rápido hacia allí. El moreno corrió las cortinas y vio las pastillas celestes sobre una mesa, a un hombre y dos prostitutas.

—Debe venir con nosotros, señor.

—¿Cómo…? —el hombre sonrió, el aliento arrastraba el olor del alcohol a gran distancia. Boris no se dio cuenta, sin embargo, Marlowe miró a aquel sujeto con más curiosidad por motivos de peso. Estaba algo gordo, y su rostro estaba bastante malogrado en comparación con el dibujo que le habían hecho para encontrarlo.

—Serat Boraj, debe venir con nosotros y responder ante la justicia. Queda arrestado. —Boris le apuntó directamente con el rifle, a escasos centímetros de la cara. El hombre sonrió plantándole cara, y acarició la parte de atrás de su bolsillo. Marlowe detectó la forma de la hoja de un cuchillo en su pantalón, por lo que él también levantó el rifle en su dirección.

—Ni se le ocurra.

—Tranquilos, iba a dejarlo. —Puso el cuchillo en la mesa y levantó las manos. Marlowe se dio prisa en esposarle. Aquel hombre se lamió los labios y dejó la mirada puesta en la tercera policía que había entrado, una chica. Se miraron fijamente y Hitch apretó los dedos en su rifle, sin apuntarle. Marlowe dedicó una mirada a su compañera y la instó a salir con un cabeceo, allí dentro ya estaba todo hecho.

—Ahora responderás ante la justicia. Y dirás cuántos añitos llevas moviendo esa mierda por aquí tan campante. —Sentenció Boris.

—Me alegra saber que la Policía Militar sólo haya tardado año y medio en dar conmigo. Se ve que por lo menos, tenéis personal eficiente para arrestarme sin ningún herido. Me alegro de verles.

Dijo con una sonrisa, pero ninguno de sus comentarios fue tomado en serio, estaría perjudicado por los efectos de la codeína todavía. Lo metieron preso en la carroza, y después un segundo tropel de policías entraron a examinar de arriba abajo el local donde lo habían encontrado. El hombre era el mayor movilizador de droga de la ciudad externa. Pese a estar gordo y tener la cara destrozada por el efecto de la droga, se notaba que aquel señor, no hacía mucho, había sido muy atractivo.

—Teníamos un arsenal de policías escondido por si atacabas con los tuyos. Raro me parece que no hayas hecho sacar las navajas a todos los del local y los del local vecino. ¿Es que querías ser apresado, idiota? —preguntó entre risotadas Boris, mirando con condescendencia al esposado.

Marlowe lo miraba serio. El hombre, tras un rato en silencio, respondió.

—Ya he forjado un imperio, aunque me pillen, no se detendrá. Nunca sabréis por dónde.

—Ya veremos hasta dónde eres capaz de callarte en la silla de la prisión subterránea.

Hitch apretó los dientes y se forzó a mirar por la ventana, le estaba pudiendo la presión. El hombre miró a Hitch y se repasó la boca con la lengua.

—Matadme. Porque nada os contaré. Que lo haga la chica, que va muy callada. Seguro que un sitio como éste le da mucho asco.

Marlowe no pasó por alto el color de pelo del hombre, ya medio calvo, ni el suculento color de ojos ámbar verdoso que tenía. Era una apuesta arriesgada, pero era un color demasiado particular en todos los distritos en los que había vivido o viajado. Sin decir nada, dejó su mano sobre la de Hitch y ésta sintió como si el chico acabara de introducirse en su cabeza. Le miró furtivamente, pero acabó apartando la mano. Con esa misión se había llevado un shock. Por ende, mayor sería en el futuro su mecanismo defensivo. Quizá por eso Hitch era un muro infranqueable en el terreno sentimental, y rara vez alguien llamaba su atención de no ser porque podía obtener algo a cambio. Marlowe suspiró.

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