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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 8. Estoy enamorado de ella


Annie Leonhart estaba terminando de escribir una carta en clave para los otros dos infiltrados, Reiner y Bertholdt. Escuchó que la tina emitía un sonido de desagüe y supo que su compañera de cuarto había acabado de bañarse, por lo que terminó rápido de escribirla y se la guardó en la chaqueta. Mientras se recogía el pelo en su característico moño, vio que un papel pasaba por debajo de la puerta, con el destinatario de Hitch Dreyse. Annie no era una persona cotilla y sabía la cantidad de pretendientes que su amiga tenía detrás, así que no tuvo la menor intención de siquiera recoger la nota que le habían pasado… al menos no en ese momento. Hitch salió con el pelo húmedo y el cuerpo envuelto en una toalla. Traía un cepillo en la mano, pero cuando iba a sentarse vio la nota y se agachó a recogerla, quedándose varios segundos leyéndola. Annie la miró de reojo, llamada por la curiosidad, y vio que se tardaba demasiado. No parecía estar ya leyéndola, sino reflexionando sobre su contenido. No le preguntó nada. Hitch la dobló por la mitad y se sentó frente al tocador, cepillándose el pelo.

—Oye, Annie, ¿sabes si ha regresado el grupo de comandantes que se fueron hace un par de semanas?

—No lo sé. Había carrozas fuera. Así que supongo.

Hitch ralentizó su cepillado al oírla, pero enseguida volvió a reanudarlo y se quitó la toalla, procediendo a vestirse.

—Te he comprado algo. He oído que tienes una cita con un amigo… del Cuerpo de Exploración, ¿verdad? —dijo pícaramente, echándole una mirada divertida.

—Te dije que dejaras de cotillear mi correo.

—Ah, sólo leí por encima, era una carta muy aburrida. Digna de un chico aburrido. Espero que por lo menos te saque algunas palabras más, porque si depende de ti…

Annie miró impasible cómo Hitch se ponía unas braguitas de encaje negras, a juego con un sujetador del mismo estilo. El encaje era un tejido muy venerado entre las nobles y la gente pudiente. Aquel simple conjunto debía costar bastante. Como Annie no le respondió, Hitch simplemente le alcanzó una bolsa. La más rubia se quedó mirándola unos segundos y la tomó, extrayendo del interior un vestido rojo intenso. Annie parpadeó varias veces, asimilando aquella cosa, que para nada era su estilo, sujetándolo con dos dedos en el aire.

—Jamás me pondré esto.

—Oh, amiga… te lo pondrás. Tienes la piel más blanca que el papel, pareces una muerta. Hazme caso, te sentará bien. Y el chico con el que te carteas… empezará a babear sin parar.

—Gracias, Hitch —murmuró doblándolo de nuevo y guardándolo en la bolsa. Hitch sonrió y se giró hacia ella ya vestida, con una blusa rosada y una falda de tubo larga que se ceñía en su cintura. Masajeó divertida los hombros de su compañera, a lo que Annie la miró desde abajo.

—Supongo que has quedado —musitó.

—¡Qué va! Me gusta arreglarme. Había pensado en dar una vuelta por mi antiguo barrio. Y luego seguramente esté en mi casa, tranquila. También me cansa ver estas cuatro paredes en el cuartel. ¿Quieres salir a tomar algo?

—Tengo cosas que hacer —desvió la mirada a su escritorio y guardó la carta. Hitch se quedó en silencio, siguiéndola con la mirada algunos segundos; después se giró a coger su bolsa de cosméticos. Annie no era muy sociable, pero hasta ella se notó seca al decirle aquello, que por otro lado era una excusa. No quería afianzar muchas amistades sabiendo lo difícil que era su papel en toda aquella misión marleyense. Cuando vio a Hitch pasar por su lado sin contestar, cosa extraña en ella, se preguntó si la había molestado—. Bueno, quizá encuentre un hueco por la tarde.

—Da igual. No quiero que nadie quede conmigo si le supone un esfuerzo —la respuesta se lo confirmó. Annie se levantó de la silla y pensó muy bien sus palabras antes de interactuar.

—No soy muy… sociable. Pero te agradezco el regalo y el interés.

—¡Me alegro! —Hitch le devolvió una sonrisa, y por primera vez Annie la sintió más falsa que nunca. La vio ponerse gloss en los labios y después de perfumarse, abrió la puerta para irse.

—Hitch, espera.

La otra rubia se giró.

—¿Sí?

—¿Por qué querías saber si regresaban los comandantes?

—Por nada, no te preocupes. También vi las carrozas en el jardín del cuartel y me entró curiosidad.

Annie se quedó mirándola sin responder, pero la otra se fue enseguida y sin despedirse. Su mirada fue instintivamente al cajón. Esperó a que los tacones de su compañera dejaran de resonar en la lejanía del pasillo y tiró del cajón, sin éxito. Había echado la llave.

A las afueras del Distrito Stohess, decidió visitar viejas amistades que había dejado atrás en el momento de ingresar en la Policía Militar. Pasó un rato divertido, donde bebió y además dos chicos se le unieron para invitarles a otras dos copas. El tiempo pasó rápido, así que cuando vio que el sol se estaba poniendo se despidió y puso rumbo a su antigua barriada. Cruzó las calles que hacía tan sólo un par de años eran su recorrido rutinario. Algunos vecinos la reconocieron al verla, otros no. Al llegar a la puerta de su casa se pensó dos veces si llamar, pero finalmente tocó los nudillos en la puerta. Se puso nerviosa en seguida y suspiró, pensando en qué demonios iba a decirle a aquella mujer que la había traído al mundo. Cuando la puerta se abrió, apareció una señora de baja estatura y pelo oscuro, con los ojos azules. Al verla se llevó una impresión, y como si nada, se lanzó a abrazarla con todas sus fuerzas, dejando a su hija con la respiración entrecortada. Las manos de Hitch también la rodearon, al principio tímida, pero luego aferrándolas con fuerza.

—Hola, mamá…

—Hitch, por favor, cuánto has crecido en este tiempo… por favor, entra. Hace frío.

Hitch asintió y sonrió, acompañándola adentro.

Para el final de la noche, y pese a que su madre la instó a quedarse, Hitch decidió solicitar una carroza y marcharse a la nueva casa que se había comprado en la ciudad interior. Reencontrarse con su madre después de tanto tiempo le había alegrado el alma. Vio varias cosas rotas en la casa y cuando la mujer no estaba mirando, le dejó un pesado saco de monedas de oro escondido tras la puerta de la despensa. El rencor se había esfumado de su corazón. Su madre había superado su enfermedad y aunque viviera sola, según sus palabras, vivía en paz. Hitch tuvo que explicarle la situación en la que se reencontró con su padre, así como también le dijo que a día de hoy, era un traficante ya ajusticiado y ejecutado. La mujer lloró su pérdida, pero Hitch se contuvo. Tenía mucho autocontrol y fuerza de voluntad, y la mentalidad muy cambiada.

Entrada al Cuartel General de la Policía Militar

—¿Marlo? ¡Oh, venga ya! ¡Marlo! ¿qué haces así? —el carruaje había pasado cerca de la entrada de Stohess, por lo que al ir aburrida mirando el paisaje se lo encontró con el uniforme puesto y hablando con Boris. Al verla, ambos chicos la saludaron y se acercaron al carruaje, hablando a través de la ventana.

—¿De dónde vienes? —inquirió Boris.

—Pues he estado con unos amigos y se nos ha echado el tiempo encima… me dirigía a casa. Llevo una semana sin ir, con tanto trabajo aquí…

—Pst, te has escogido la mejor zona para vivir… —apuntó Marlowe, quitándose los guantes. —Yo ya he cumplido mis horas extra. Debería irme a dormir un rato.

—¿Has acabado? Pues vamos, ¡te invito a una ronda! Tengo el mejor vino de estas bodegas ahí escondido… de primerísima calidad —le dijo riendo, y desenganchó la puerta para abrirla.— ¡Vamos, siéntate!

—¿Ahora? Pero si no hay nada abierto. Ah, te refieres a tu casa —comentó Boris. Hitch alternó sus ojos a él.

—Sí, pero se lo decía a él. —Cabeceó hacia Marlowe.

Se hizo un pequeño silencio y Boris sintió un pellizco de rabia por la humillación. La primera vez que la invitó a salir Hitch le rechazó, y desde entonces la tenía cruzada. Pero jamás había sido tajante con él, siempre le ignoraba. Por eso ahora su negativa le escoció en el orgullo. Marlowe se rascó la cabeza y miró hacia el edificio del cuartel, dudoso.

—¡Venga, que entra frío! ¡Siéntate, vamossssss! —sacó el brazo por la ventana y tiró de su chaqueta, atrayéndole dentro. Marlowe soltó una risita, acabando por ceder. Abrió la puerta y se sentó al lado.

—Mañana hay que madrugar —dijo Boris, con los puños apretados tras la espalda. —No os entretengáis por la ciudad interior.

—Conozco mis obligaciones. Descuida. Volveré en un par de horas. —Marlowe se despidió amistosamente y cerró la puerta. Boris llevó fríamente sus ojos a la chica, que no le devolvió la mirada en ningún momento.

Por el camino, el conductor del carruaje escuchaba auténticas carcajadas dentro del habitáculo sin parar. «Quien fuera joven», pensaba el señor, bordeando la última colina y parando a los caballos delante de la dirección que la chica le había indicado. Hitch había adquirido una propiedad apartada, de buenos cimientos y materia prima de primera calidad. Parecía la casa de un político sin familia. Cuando Marlowe la vio abrió los ojos, impresionado.

—Para un sombrero nuevo —Hitch lanzó al conductor una bolsa con monedas. El hombre al atraparla en el aire se dio cuenta que pesaba, y al abrirla, casi se desmaya de la impresión.

—Señorita, yo… no puedo aceptar tanto por tan pocos kilómetros.

—¡Y un arreglo de barba tampoco le vendría mal! ¡No sea modesto! —el hombre emocionado se bajó el sombrero en señal de respeto y se marchó. Marlowe la miró sonriendo. Ahí estaba de nuevo, esa Hitch que le tenía cautivado. Cuando abrió la puerta se encontró con una estancia amplia y ordenada, aunque se notaba que había poca vida entre esas paredes. No había lienzos ni macetas con plantas y los muebles olían a nuevo.

—Tienes bastante dinero…

—He ahorrado desde el primer mes. Aunque la casa aún la pago, no creas… —dijo riendo.

Mientras se terminaban la copa de vino hablaron de múltiples temas en el jardín, apoyados en la valla de madera. Las vistas hacia el lago eran magníficas. El estar en muchas tareas juntos les había hecho conocerse bastante bien, pero la fuente de temas de conversación con aquella chica no tenían fin.

—Oye, se dice que lo sabes todo de todo el mundo… no sé si sabrás también eso —dijo Marlowe, jugando con un trozo de hierba que había arrancado.

—Ahá —asintió, dando el último trago a su copa y dejándola apoyada sobre la misma valla. Flexionó los codos sobre ella y siguió las suaves ondas del agua a lo lejos. Marlo la miró distraído, admirando para sus adentros aquellos dos enormes ojos.

 Marlo la miró distraído, admirando para sus adentros aquellos dos enormes ojos

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí, lo que quieras.

Marlo presionó la boca, pensando cómo preguntar aquello sin parecer un metiche.

—Bueno, no pude evitar fijarme en cierta similitud con el hombre traficante. No me malinterpretes. Sé que es una teoría arriesgada. ¿Puede ser algún pariente?

Hitch no respondió inmediatamente, como solía hacer. Si empezaba a hablar de algo tan personal, Marlo sería el único conocedor de sus verdades. A Hitch no le gustaba que supieran cosas de ella que pudiesen ridiculizarla. Tardó demasiado en contestar, y cuando abrió la boca, Marlowe continuó.

—No tienes que responder. Tus secretos son tus secretos. Siento si te he molestado.

Hitch sonrió, con una expresión poco usual en su semblante. Le miró con cierta ternura, pero devolvió después la vista al lago.

—¿Sabes? —continuó el chico— creo que voy a salir de la Policía Militar. No es lo que andaba buscando cuando acepté el puesto.

—¿De veras? ¿Qué es lo que andabas buscando?

—Buscaba servir a mi patria, luchar por los necesitados y servir al rey. Creí que estar cerca de la nobleza y de los políticos tendría un significado. Pero no estoy haciendo nada de lo que quiero.

Hitch puso morritos, pensativa.

—¿Y qué harás?

—Creo que puedo aún cederle mi vacante a alguien que quiera llevar una vida tranquila. Voy a alistarme en el Cuerpo de Exploración.

—¡Eso es una tontería! ¡Por dios, Marlo! —soltó una carcajada, quedándose más inclinada sobre sus brazos cruzados. Le miró y cambió su tono de voz a uno más infantil. —¿El niño quiere jugar a los soldaditos…?

Marlo la miró algo serio y se encogió de hombros. Se le escapó una risa tonta y ahora fue él quien miró al lago.

—¿Tú no tenías un sueño cuando entraste aquí?

—Mi sueño era este —se humedeció los labios, recuperando el tono normal. —Vivir una vida sin preocupaciones, con tiempo libre. Y no arriesgando mi vida cada día por algo que no tiene solución. Los titanes son invencibles.

—Eso no podemos saberlo hasta que sigan las investigaciones y sigan los enfrentamientos. Titanes de sitios que no conocemos nos atacan, ¿no te da curiosidad?

Hitch le seguía mirando, quedándose un rato pensativa. Comprendía lo que quería decir.

—Supongo que es una curiosidad estúpida y mi sueño es doblemente estúpido —siguió él diciendo con una sonrisa, dando una palmadita sobre la valla. Se terminó su copa de vino.

—Lo importante es que no seas tú el estúpido.

—Entonces estoy en la mierda. —Ambos soltaron una carcajada y centraron la mirada en el lago que tenían por delante. Hitch también guardó silencio varios segundos, pero sin mirarle, murmuró.

—El hombre al que ejecutaron era mi padre. —Marlo abandonó toda expresión de risa al oírla, y la miró.

—¿Padre…?

—Sí. Y hoy he ido a ver a mi madre. No había tenido ningún contacto con ninguno estos dos años.

El tono de voz de Hitch sonaba muy diferente. Si se ponía a hacer memoria, casi siempre que hablaban, hablaban de él mismo.

—¿Cómo te sientes?

A Hitch le sorprendió la pregunta, pues podría haber hecho cualquier otra.

—Mi madre me ha puesto de buen humor —dijo con una sonrisa involuntaria, poniéndose un mechón detrás de la oreja. —Yo no tengo un sentido de la justicia como tú, y ya sé que mi opinión no importa. No voy a decirte que te quedes, pero… sólo piénsalo.

—Ya está más que pensado. Iré. —Dijo con decisión en la voz, arrugando el mentón mientras asentía. —Esta vida quieta no es para mí, Hitch. El mundo está muy mal ahí fuera. Quiero hacer algo. En la Policía Militar sólo hay corrupción y gente que se aprovecha de esa corrupción.

—Espero que cuando salgas a tu primer paseo y vuelvas sin pierna y muerto de hambre, sigas pensando igual. Don Valentía.

El de pelo negro sonrió y se rascó tras la oreja.

—Estoy igual de miedoso que lo estaría cualquiera. Pero si siempre tuviera miedo y no hiciera nada al respecto, entonces sí sería un cobarde.

—Esas son filosofías vacías en algunos casos —apuntilló Hitch. —Mientras tú estés batallando, yo estaré tomando un café calentito, mirando estas vistas…

—No me olvidaré de eso. —Le dio un empujoncito en la cadera y también admiró el paisaje. —¿Tienes más familia aquí?

—A mi tío, el hermano de mi madre. Y su familia.

—Oh. Hija única entonces. Como yo.

Hitch entreabrió los labios y parpadeó unos instantes, sin corroborar.

—Tuve un hermano, pero murió muy pequeño.

«No paro de cagarla, maldita sea. ¿Por qué no sé nada de ella? ¿Por qué ella lo sabe todo de todos?» se maldijo Marlowe.

—Oye Hitch, yo… no sabía nada de tu vida. Siento si estoy siendo un maldito idiota, parece que no acierto ni una. Puedes golpearme si quieres. Con cuidado de no despeinarme.

La chica rio levemente y giró despacio el rostro a él.

—Marlo, no le he contado a nadie nada de esto. Prefiero que mi vida sea sólo mía.

—Tranquila. No confías en la gente, lo entiendo. Aunque sabes que en mí puedes, ¿no?

Ella asintió y se le quedó mirando. Cuando sus ojos conectaron, Marlowe se sintió algo intimidado. Era una chica muy atractiva, y más cuando sonreía. Había tenido una vida dura, de eso no cabía duda. Pero todo eso daba igual, porque cuando le miraba, se daba cuenta de que estaba profundamente cautivado. Había normalizado irse a la cama pensando en ella y en su cabello, en sus ojos, su piel… cuando Hitch le abrazaba, se ponía colorado. Aquello no era propio de un amigo sin más.

—Me preguntaba si tenías… am… bueno, supongo que sí…

Hitch levantó una ceja, esperando que acabara.

—He visto muchos chicos mirarte y pedirte salir desde que llegué.

—No tengo novio. Ni nada que se le parezca.

Marlowe abrió los ojos sorprendido, pero intentó serenarse rápido para no parecer más idiota de lo que seguramente ya estaría pareciéndole. Asintió conforme y se puso recto.

—Se está haciendo bastante tarde… debería volver ya.

El silencio de Hitch hizo que volviera a verla, pero su rostro no le había quitado la mirada de encima. Ella le seguía observando, ¿es que acaso no le daba vergüenza mirar tan descaradamente a alguien? De pronto, la chica se separó también de la valla y acortó distancias con él, pasando una mano por su brazo. Marlo no sabía qué hacía, no sabía por qué se acercaba, porque en su cabeza no constaba ninguna posibilidad de que ella se fijara en él como algo más que un amigo. A sabiendas ahora de su pasado, supo que la mitad de cosas que circulaban acerca de ella eran falsas, a pesar de que nunca se las creyó del todo. Pero todo pensamiento racional voló de su mente cuando notó sus brazos sobre su cuello y sus cálidos labios sobre los suyos. Marlowe cerró los ojos y le rodeó el cuerpo despacio, sin poder creerse lo que estaba ocurriendo. El olor de Hitch se coló en sus fosas, su perfume, la suavidad de la mano con la que le acariciaba la mejilla mientras prolongaba el beso. Era imposible resistirse a algo así. El moreno se inclinó unos centímetros para alcanzar mejor su boca, pero cuando apenas los rozó su compañera alejó el rostro despacio, mirándole la boca con una sonrisa traviesa. Dirigió la cabeza justo bajo su oído y la notó hundirse en su cuello, comenzando un beso en esa zona tan erógena para él. Dio un fuerte suspiro de todo lo contenido que llevaba dentro.

—Hitch…

Marcharon hacia el interior de la casa. Marlowe pasó toda la noche amándola, descubriendo una parte de ella que jamás se imaginó. Todos los diálogos que Hitch mantenía con los demás para él habían perdido el sentido ya, pues de algún modo, sabía que su esencia no era esa. Fue la primera vez que se acostaba con una mujer, y al verla desnuda… supo que era doblemente afortunado. Ver un cuerpo tan increíble como el de Hitch cabalgándole despacio en el sillón mientras le acariciaba el rostro, o mientras jadeaba en su oído, le hizo tocar el cielo varias veces. Ella le manejó con dulzura, porque a pesar de haber tenido sexo alguna vez con otro muchacho, Marlowe era diferente, y le trató con todo el cariño que se merecía.

—Hitch… —volvió a susurrar, arrastrando sin fuerza la mano por la línea de su espalda. —Te…

Hitch sonrió, rozando su nariz suavemente con la de él. Sabía lo que iba a decir, y le creía. Su cuerpo siguió moviéndose sobre el masculino hasta que lentamente levantó la cabeza, jadeando al sentir las suaves embestidas del moreno. Por petición de Hitch, el chico terminó fuera de ella. Pero ver aquella imagen del cuello femenino estirado mientras tenía su clímax le pareció una obra de arte. Transpirado, apoyó el rostro sobre sus pechos, respirando agotado. 

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