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CAPÍTULO 16. La fría cultura marleyense


—Fíjate, ya caminas mejor que yo… —murmuró Pieck desde la lejanía, aunque sabía que la chica la estaba oyendo. Había pasado ya algo más de un mes. Treinta y cinco días desde que la cadete Hitch Dreyse había sido obligada a abandonar Paradis. Treinta y cinco días en los que se había esforzado al máximo por recuperar correctamente la movilidad perdida. Pieck la había visitado cuando podía, observando su mejoría y la lenta disipación de los moretones tan oscuros que había tenido tras la batalla. Hitch había intentado hacerse amiga de los guardias varias veces, y según la información que le había llegado a la propia Pieck, alguno que otro ya empezaba a mirarla con otros ojos. Aunque fuera la prisionera de aquel bloque militar, eso no le había impedido tratar de socializar con los que la rodeaban y custodiaban, aunque sin mucho éxito. En Marley no era fácil simpatizar con personas que no fueran eldianas si se era un eldiano. Pieck sabía, por testimonio de Reiner, que la chica solía ser muy precavida con lo que decía y una vez se le pasó la furia por el secuestro y empezó a asumir su nueva situación, no le quedó otra que adaptarse cuanto antes. Era de agradecer para todos que no opusiera resistencia… porque por otra parte, eso sólo le repercutiría negativamente. La habían tenido varias horas y durante varios días en los interrogatorios, pero tras estudiar sus aportaciones con distintos policías analizadores, la conclusión fue que Hitch Dreyse ni era peligrosa, ni parecía conocer los intereses de Eren Jaeger.

Esa mañana le tocaba entrenar las piernas. Hacía tres días que había dejado de desplazarse en la incómoda silla de ruedas, pero el hecho de que ahora sus tobillos volvieran a tener fuerza para sostenerla en pie significaba que ya podía andar… y eso reforzaría la vigilancia. Si podía andar, podía moverse por sí sola y huir. Pieck le sonrió cuando llegó hacia el final de la colchoneta y al tenerla delante le acercó las muletas.

—Gracias, Pieck. —Dijo, respirando cansada. Pieck sonrió un poco y caminó a su lado, observándole las piernas. Reiner se unió a las dos, tenía los zapatos de Hitch en la mano.

—Las tienes muy bonitas —dijo la de pelo negro, atenta a la forma alargada de sus rodillas. Estaba segura de que sólo por el cuerpo que tenía, aquella muchacha podía haber sido una rompecorazones. Reiner asomó la cabeza con los ojos como platos al escuchar a Pieck, pero se tranquilizó al ver que según ella, lo que tenía bonitas eran las piernas.

—Gracias. De ti no puedo decir nada, porque siempre te veo con esas faldas tan largas…

—Aquí no hay nadie al que le importe lo que tengo que enseñar —rio la morena, a lo que Hitch contestó con un tono mucho más vacilón.

—Créeme, te equivocas —alzó sus cejas divertida y paró de andar, tomando asiento en un banquito de la sala de entrenamientos. Pieck la miró muerta de curiosidad.

—¿Qué…? Oh, vamos… ¿acaso te refieres a alguien en particular?

—Ahá. —Dijo la rubia manteniendo su sonrisa picarona. Reiner se agachó frente a ella, como todos los días después de entrenar, y puso con cuidado un pie de Hitch sobre su muslo, para colocarle los zapatos evitando que ella contrajera la pierna más de lo necesario.

—Reiner, ¿estás oyendo lo que dice? Hitch, ¿me estás tomando el pel-…?

—Pero si Reiner ya lo sabe. Seguro que hasta Magath lo sabe, aquí todo el mundo lo sabe y quien no lo sabe es porque no tiene ojos en la cara —dijo entre dientes.

 Seguro que hasta Magath lo sabe, aquí todo el mundo lo sabe y quien no lo sabe es porque no tiene ojos en la cara —dijo entre dientes

—Maldita sea, ¡dímelo!

—No, es mejor que dejes que se lance él solito. Se nota que lo quiere hacer, pero aún le da vergüenza. Yo diría que le impones —Hitch hablaba del imbécil que le dio la bienvenida haciéndola una hemorragia en la nariz. Con el paso de los días, Porco acabó disculpándose con Hitch, y aunque no se les permitiera a ninguno congeniar con la reclusa, el trato constante había dificultado aquella norma. Pero se limitaban a hablar en aquel tono cuando no había tanto oficial presente. Reiner, sin embargo, seguía guardando un poco las distancias con ella. Treinta y cinco días donde la había ayudado a levantarse, a sentarse, a recuperar la movilidad de las piernas y hablado con ella por horas, y horas, y horas… cuando Hitch fue recuperando su cordura y su estado de ánimo, resultaba muy fácil que te cayera bien. Pero Reiner desconfiaba a pesar de ello, pues sabía de antemano lo ociosa que solía ser en la Policía Militar. Además, Hitch nunca hablaba de cosas realmente importantes de sí misma. No sabía nada de su familia, ni de su pueblo, ni de sus hobbys… y quedaba raro preguntar después de haberla secuestrado. El problema era que Reiner había empezado a tener sentimientos encontrados y se repudiaba por ello: no soportaba a Hitch, pero al mismo tiempo, no quería dejar de cargarla en los brazos. Al cambiar las sábanas había empezado a olerlas, era el mismo olor que el gel le dejaba en el cuerpo tras los baños, mezclado con su aroma personal.

Reiner era un guerrero, pero sentía que parte de su lado soldado despertaba a veces y le recordaba que, fuera quien fuera, seguía siendo un humano. Dentro de toda aquella gran altura y montón de músculos, se sentía accesible. Y eso era una debilidad que tenía que domesticar, ya no era ningún niño.

—Deja de hablar tonterías —farfulló el rubio cuando terminó de atarle los cordones. Hitch y Pieck se estaban riendo, y cuando le oyeron Hitch elevó los hombros, seguía con la atención en la otra.

—Te lo digo si logras que me dejen salir un día a dar una vuelta —dijo, haciendo que Pieck dejara de sonreír lentamente. Reiner frunció el ceño y las miró a las dos en silencio.

—¿Te refieres a… dar una vuelta por Marley, tú?

—Sí, aunque sea con muletas. No importa. No me vendría mal algo de aire, ¿no crees? Me aburre estar en la habitación todas las horas del día.

—Hm… no está en nuestra mano —terció la de pelo negro.

—¡Venga ya! He visto lo bien que se lleva un guerrero con Magath… si le convences de que me deje un día libre yo te diré quién es tu admirador secreto, ¿qué te parece? —la miró con una sonrisa de oreja a oreja. De pronto Reiner se puso en pie muy serio y dejó los fríos ojos puestos en Dreyse.

—Pieck, Hitch se refiere a Porco. Él es quien está colado por ti. Todos lo sabemos. Hitch, ¿y ahora qué harás? ¿Qué otra porquería vas a sacar a relucir para intercambiarla por un favor? No puedes salir a la calle más que para venir aquí, que te quede claro. Deja de ser tan ingenua. —Pieck se quedó callada, un poco más perturbada por el carácter de Reiner que la propia declaración referida a su compañero Galliard. Miró a Hitch y la vio manteniéndole fijamente la mirada a Reiner. Pero al final, callada, fue ella quien bajó la cabeza y se acercó las muletas, poniéndose en pie con una terrible dificultad. Pieck comprimió los labios. Por muy bien que le cayera Dreyse había normas. Francamente, más de treinta días sin ver el mundo más allá que a través de una ventana… se le hacía tortuoso de sólo imaginarlo.

—Tampoco pide ninguna locura —dijo, bajando la voz al andar al lado del rubio. —Con supervisión podría dar una vuelta. Va a pasar aquí quién sabe cuántos meses más.

—No quiero que conozca Marley. No quiero que conozca nada de estas calles. Es muy lista, Pieck.

—Ya sé que es lista, y no niego que nos la intente jugar y huir

—Ya sé que es lista, y no niego que nos la intente jugar y huir. Pero no es un maldito animal. Hasta los perros pasean.

—Pronto podrá correr. No estoy dispuesto a enseñarle nada. Sé que mientras yo le muestre algo, ella tendrá la mirada puesta en los sitios donde poder esconderse.

—Entiendo, Reiner. Es tu rehén y tu responsabilidad. Tú sabrás.

Aquella noche, Hitch rechazó jugar con él al ajedrez. Casi siempre jugaban entrada la madrugada. Reiner se quedó con el tablero en la mano, algo avergonzado. Pero enseguida endureció la mirada y se dio media vuelta. Se dejó caer en su escritorio y sin decir nada empezó a rellenar algunas cosas escritas en un montón de papeles para matar el tiempo. Pronto oyó cómo la chica rozaba una cuchara sobre el cabecero, y al llevar sus iris hacia ella tenía la mirada en la única ventana que había en la habitación. Siguió escribiendo, hasta que después de unos quince minutos el trajín con la cuchara empezó a hacérsele insoportable.

—Para de hacer eso —dijo sin mirarla, consiguiendo que cesara el ruido.

Al cabo de unos segundos empezó de nuevo. Y ahí la miró. Hitch tenía una mirada absurdamente infantil y le miraba directamente. Siguió dando golpecitos con la cuchara, pero ahora sin quitarle la mirada de encima. Parecía como si fuese una provocación no verbal.

—¿Vas a parar? ¿O me vas a hacer quitártela?

—¿Damos una vuelta fuera?

—Ya lo dejé claro antes. —Se limitó a decir, haciendo que la chica pusiera los ojos en blanco. Volvió a retomar los golpes con la cuchara y Reiner se puso en pie, yendo y arrebatándole el cubierto. Hitch le miró suspirando y tuvo que limitarse a mirar la ventana, que era lo poco que podía hacer.

—Pareces un señor mayor en el cuerpo de un joven. ¿Adónde crees que voy a ir a parar en mi estado si intento escaparme? ¿Tan tonta me crees?

—Sí —respondió sin mirarla, mientras continuaba escribiendo. Hitch sonrió.

—Bueno, no niego que quizá te diera algún susto —se encogió de hombros. —Pero qué más podría hacer. ¿Tú no te aburres estando en estas malditas cuatro paredes? Ah, no —se cruzó de brazos gruñendo en un tono más bajo. —Tú por lo menos sales de vez en cuando.

—Y tengo que pedirte que dejes de hablar tanto con Pieck. Está tan necesitada de una amiga que ha ido a hacerle caso a la peor opción posible.

—Qué controlador, Reiner. ¿Es que me quieres entera para ti…? —alzó las cejas con diversión, tirándole una bolita que acababa de hacer con la servilleta. Ésta cayó a mitad de camino.

Reiner frunció su entrecejo y la miró con seriedad. Aquella tipa era una maldita descarada.

—Nos iremos a dormir, es tarde.

—Por supuesto, pero yo sola. No quiero que te hagas ilusiones. —Dijo con el mismo tono picajoso, agarrándose a cualquier mínimo tema para provocarle, ese hombre parecía un muro sentimental. Reiner no le contestó. Cogió un par de esposas que tenía en el escritorio y se acercó a Hitch mientras las abría, quien le miró abandonando toda expresión de sonrisa.

—¿Qué haces?

—Son órdenes de arriba. Ya has empezado a andar y eso te convierte en una reclusa más peligrosa. ¿Has hecho todo lo que tenías que hacer en el baño?

Hitch le miró en silencio, completamente seria. Ante su mutismo Reiner la agarró de la muñeca y trabó la esposa con el cabecero, eso le impediría alejarse de la cama hasta la mañana siguiente.

—¿Y si quiero usar el baño por la madrugada?

—Me despiertas. No me importará.

—No voy a escaparme, te lo repito. ¿Crees acaso que voy a enfrentarme a ti para conseguir la llave?

—Cierra la boca. —La encaró de cerca con otra voz, y la chica clavó sus enormes ojos en los del rubio, malhumorada, pero no dijo nada. Parecía un maldito perro, aquella situación era surrealista.

Cuando apagó las lámparas, el guerrero se quitó la camisa y extrajo la daga y el arma de fuego que llevaba en el cinturón, dejándolas ambas bajo su cama. La cama chirrió cuando se dejó caer con todo el peso sobre ella. Cerró los ojos pero de pronto oyó la voz de Dreyse.

—He dado toda la información que sabía, probablemente facilitando el acceso a archivos oficiales de mi cuartel y poniendo en riesgo la vida de mis compañeros para no ser asesinada aquí. Sólo pido ver el mundo que me rodea, para mí esto es nuevo. No tengo tanta entereza como tú para aguantar tantísimo tiempo encerrada, sólo pido un poco de…

—¿Comprensión? ¿Lástima? —preguntó Reiner sin girarse. Hitch llevó la mirada hasta él. La luz de la luna que entraba por la ventana contorneaba la enorme y ancha espalda del rubio.

—De comprensión.

—No esperes ni comprensión ni lástima. Eres eldiana. Tan pronto como te pones un brazalete ahí fuera vales menos que una cucaracha.

—Pero ahí fuera he visto cómo os veneraban.

—Porque aceptamos suicidarnos a largo plazo por ellos. Por Marley.

Reiner oyó un chasquido metálico proveniente de las esposas y se giró. Hitch se había volteado hacia él también.

—Te refieres a la maldición de los trece años.

Reiner asintió.

—No nos queda mucho tiempo. Pero somos guerreros y nos ofrecemos en cuerpo y alma a la causa de Marley, que no es otra que la aniquilación de los titanes.

—Usando titanes.

Reiner volvió a fruncir el gesto, mirándola en la oscuridad. Hitch elevó los hombros.

—Os tienen lavado el cerebro. Tú has vivido en nuestra isla, así que sabes perfectamente que somos personas normales y corrientes. Si no queréis titanes, es tan simple como que dejéis de enviarlos como un maldito castigo. Sois vosotros los que habéis dispersado a esas personas, transformadas en monstruos por todo el mundo. Esta batalla es vuestra culpa. Me da igual quién tenga la genética para ser titán y quién no.

Reiner tuvo un escalofrío al oír la palabra «genética». Un término científico que no existía en Paradis, y sin embargo, ahí lo usaba ella. Sabía que tenía la oreja bien puesta en todas las conversaciones de oficiales que podía. Había que tener cuidado.

—Hitch… en las guerras todo viene precedido por la historia. En el pasado, Eldia…

—¡Me aburres! ¡Ya sé por qué nadie espera nada de ti más que esta estupidez de trabajo que tienes! ¡Menuda mala suerte que he tenido!

Reiner sonrió por primera vez, pero no era una sonrisa con buen fondo.

—¿Estás segura? ¿Sabes que pasaría si Magath decide meter aquí a otro vigilante? Para empezar, empezarías a vivir con un marleyense. —Hitch se encogió de hombros y le dio la espalda. Pero él continuó. —Te puede tocar una de dos opciones. El primer tipo de vigilante que me imagino que Magath querría, sería un auténtico radical y protector de la cultura marleyense, un conservador absolutista. Morirías apaleada cualquier día, porque esos guardias sienten un asco natural hacia los eldianos. Te escupiría, te maltrataría y desde luego, muchas veces te dejaría sin comer.

Hitch abrió los ojos, pero sin girarse. Reiner se incorporó sólo un poco, apoyando un codo y mirándola aún con esa sonrisa de desgraciado.

—El otro tipo es el más probable. Frente a los demás te tendría asco, sí, pero como todo marleyense que no rinde cuentas ni tiene que demostrar su patriotismo porque nació con la sangre correcta, te viviría violando día y noche. Y he visto cómo varias eldianas condenadas al paraíso tienen una última lectura de sus fechorías. Salen de esa habitación hechas mierda, sintiéndose un despojo después de lo que les hacen en grupo. Pero en tu caso sería peor, porque a ti no te matarían. Serías su putita día y noche.

—Entonces… dices que no vas a dejarme salir al exterior, ¿verdad?

Reiner dejó de sonreír y volvió a ponerse serio, asombrado con la pasividad verbal de la chica. Había pasado olímpicamente de lo que le acababa de decir.

—N-n… no.

—Era lo que quería saber. Ve a aburrir a otra con tus historias. No te daré las gracias.

Reiner se percató de que Hitch tenía una mente más fuerte de lo que parecía a priori. Se dejó caer despacio sobre la almohada y finalmente quedó bocarriba, inspirando hondo.

A la mañana siguiente

—Braun, abra la puerta. —Reiner saltó de la cama al reconocer la voz al otro lado de la puerta. Destrabó la cerradura y al otro lado de encontraba Galliard, Pieck y un capitán. El rubio practicó el saludo militar y giró la cabeza a la cama, Hitch seguía durmiendo a pierna suelta y con la mano esposada suspendida en el aire.

—No entraremos. Dele esto a la reclusa —el capitán le entregó ropa de calle nueva. Reiner se quedó de una pieza al tomar las prendas.

—Pero señor…

—Se cree que han podido llegar visitantes de Paradis a Marley —dijo Pieck en voz baja. —Si eso es así, nos conviene que al menos unos días sea vista con nosotros. Ella no tiene por qué saber nada.

—Es peligroso que conozca las calles.

—Es más peligroso que ataquen por sorpresa y no tengamos para ellos un aliciente a que se alejen —dijo Magath. —Si ves algo sospechoso o una cara conocida acercarse demasiado, amenazarás a la rehén para evitar desgracias de nuestros civiles. Si hace falta herirla, lo harás.

—Sí, señor.

—De todas formas es sólo un rumor, no hemos podido confirmar nada. Quiero los sentidos alerta y que la tenga muy bien vigilada.

Reiner asintió. Magath se marchó y antes de que Pieck hiciera lo propio, le metió un papel doblado furtivamente en el bolsillo del pantalón.

Reiner cerró la puerta y dejó la ropa sobre su cama. Extrajo la nota y la desdobló.

«Es posible que sea Eren o el propio Cuerpo de Exploración, pero también puede que sea un informe de pasajeros de nuevos barcos mal contabilizado. Trabajaré en ello estas semanas. Lleva a Hitch al teatro o cómprale un helado, no seas tan amargado.«

—¿Amargado yo…? —susurró con una ceja arqueada.

Pasaron dos horas hasta que aquella holgazana empezara a balbucear y moverse en la cama, Reiner ya se había aseado y vestido con ropa limpia, y el brazalete rojo que le correspondía.

—Dreyse, levanta. —La rubia parpadeó despacio, llevando la mirada hasta él. —Te vas a salir con la tuya, después de todo.

—¡¿De veras?!

—Sí. Esperaré a que te vistas —desbloqueó la cerradura de sus esposas y le ofreció la ropa. A Hitch se le había iluminado el rostro. Con lentitud, la que le permitían sus piernas, se metió a darse un baño y a vestirse.

A Reiner ya le rugía el estómago de esperar a esa muchacha, era mediodía y ninguno había desayunado. Al fin se abrió la puerta y se puso en pie.

—¿Por qué has tardado tanto?

—Me ha costado más salir de la bañera que otra cosa, temía resbalar. ¡Vamos! ¡Vamos, vamos, vamos!

—Shhhh…

Hitch hubiese preferido mil veces salir sin muletas, pues tampoco es que estuviera en muy buenas condiciones físicas para estar dando brinquitos. Por suerte ambas piernas podían apoyarse. Hacía muchos días que ni siquiera veía el pasillo del cuartel, por lo que empezó a animarse a cada nuevo paso que distaban de la escalera. Al menos, siendo una ciudad tecnológicamente tan avanzada, habría muchas cosas nuevas que ver. Reiner la miraba de reojo mientras caminaba a su lado. La ropa que le habían dado no tenía nada de especial. Una falda gris que llegaba hasta sus tobillos y una blusa de un lila pálido que se enjutaba en la cintura por el elástico de la falda. Hasta aquellas dos prendas tan básicas le quedaban bien. El elástico de la falda marcaba su estrecha cintura, y además se había desabotonado hasta tres botones de la blusa, cosa que llamaba la atención lo quisiera ella o no, porque tenía los pechos grandes. De repente un largo rifle les cortó el paso y Hitch dio un respingo, mirando a los ojos sin vida de aquel vigilante. No tenía expresión alguna para mirarla.

—¿Dónde está su estrella eldiana? —preguntó. Hitch tragó saliva y notó cómo Reiner le sacaba del bolsillo de la falda el brazalete gris que le correspondía.

—Iba a ponérselo ahí fuera, está todo bien. —Contestó Reiner mientras ajustaba la insignia de la estrella a su brazo.

Acabamos de salir y ya me la ha intentado jugar una vez esta estúpida, pensaba Reiner algo cabreado. Esto me pasa por no estar atento.

Cuando salieron al exterior sintió un instinto natural de acorralarla y apretarle la pierna, amenazándola con comportarse y asustarla. Pero ya sabía que muchas veces, debía luchar contra aquel lado oscuro que tenía. Hacer eso sólo serviría para asustarla innecesariamente.

—La estrella debes llevarla siempre.

—Quería evitar que me tratasen como a una cucaracha, como bien me explicaste anoche.

—La gente debe saber quién eres y de dónde procedes. Nos facilita trabajo, así no empiezas a hacer tonterías en la calle —caminaba lento, al mismo ritmo que podía Dreyse. Como ya se esperaba, los paisanos marleyenses empezaron a cuchichear alrededor de los dos. Se sorprendió de la poca cantidad de eldianos que se encontraba en su caminar,  eso hacía que llamaran más aún la atención.

—Siéntate ahí y espera.

Ordenó el rubio. La cadete se sentó lentamente en una de las bancas, parecían estar en un restaurante. El tiempo fuera era exquisito para disfrutarlo, así que Hitch trató de ignorar todas las miradas furtivas que le estaban dedicando. En lo que Reiner iba a pedir algo de comer para que se lo trajeran a la mesa exterior, la chica fue acomodando las muletas a un lado. Alargó los dedos a una flor que vio solitaria, pero antes de poder olerla…

—Los eldianos no pueden sentarse aquí —oyó de repente la chica. Movió el rostro hacia donde venía la voz, encontrándose con un alto y delgado chico moreno, que tuvo un claro cortocircuito cuando Hitch le devolvió la mirada. 

Jamás había visto unos ojos de aquel color tan especial
(Si alguien conoce al autor o autora de esta maravilla, que me lo haga saber rápidamente, me gusta dar créditos.)

Jamás había visto unos ojos de aquel color tan especial. Que le quemaran por los pensamientos que se le cruzaron por la mente al ver lo atractiva que era aquella malnacida. 

—Es el restaurante de mi padre y aquí sólo come gente decente. Haz el favor de marcharte ahora mismo si no quieres que llame a la policía.

—¿Hablas en serio? Mi acompañante tiene mucho dinero, pensábamos hacer un pedido grande… —sonrió la chica con amabilidad, aunque por muy comedida que se mostrara, el hombre sólo sintió más rabia.

—Haz el favor de marcharte. ¡Ya!

Cuando le levantó la voz la mujer dejó de sonreír y se puso en pie con dificultad, sosteniéndose de la mesa. Hitch vio que los clientes también la miraban con recelo y apatía, y lentamente, también algunos transeúntes.

—Y encima está medio inválida. Y en esto se supone que nos gastamos nosotros nuestros impuestos, ¿verdad? —gritó una señora que pasaba por allí, negando la cabeza al ver las muletas.

—¿Ves lo que estás consiguiendo? No sé ni cómo te has atrevido a sentarte ahí, en el cartel pone claramente que los eldianos no pueden consumir.

Reiner empezó a notar la trifulca desde el interior y se apresuró a pagarlo todo antes de que sucediera cualquier revuelta.

—No quiero tener problemas. Me he sentado porque pensé que no había tal discriminación.

—Discriminación, dice… ni siquiera sé cómo has podido decir esa palabra bien, maldita retrasada. Y estás tardando en irte.

—¡Eso! —el hijo pequeño de la misma señora vio clara su oportunidad cuando la eldiana se acercaba la segunda muleta, y arremetió un fuerte empujón contra ella. Hitch cayó al suelo después de trastabillar y sintió un fuerte tirón en el muslo que le hizo ver las estrellas.

—¡LÁRGATE DE UNA VEZ! —chilló el hombre, empezando a armar jaleo y un coro detrás suya. La vio moverse tan despacio que la irritaba, y cuando intentó incorporarse, parecía tener un dolor que se lo impedía. El hombre se acercó sonriendo con malicia a ella, disfrutando de la mirada de indefensión que estaba poniendo. Echó las manos sobre ella, pero antes de que pudiera hacer nada, una enorme mano dura y fornida le abrasó la garganta, haciéndole retroceder. Vio que el brazo del rubio tenía un brazalete rojo y enseguida el hombre se acobardó, levantando las manos.

—¿Hay algún problema? —preguntó Reiner en un hilo de voz, inyectándole las pupilas.

—¡No! ¡Ninguno, joven Braun! ¡Sabemos… de su honorable causa, perdone! ¡No sabíamos que iba con ella!

Reiner le soltó con apatía, y se hizo el silencio entre todos los que rodeaban la escena. Se giró y levantó a Hitch del suelo ofreciéndole un brazo, del que la chica se sujetó hasta ponerse en pie. Le dio las muletas y después se giró despacio a los presentes. Reiner tenía pleno derecho a comer donde le diera la gana, su reconocimiento como guerrero era el rango más alto. Era muy respetado por Marley.

—Esta eldiana está bajo los cuidados del servicio militar marleyense por motivos que no le incumben a ninguno. Vayan y hagan sus vidas. No quiero ver a nadie acercarse a ella.

—¡Por supuesto! ¿quieren algo de postre…? ¡Invita la casa, señor!

—Sólo queremos que nos dejen comer tranquilos.

El hombre asintió y dispersó a los curiosos, aunque tenía algo de rabia en el cuerpo, como casi todos los que se fueron de allí teniendo la sensación de que habían sido ganados por una simple eldiana. Reiner se sentó frente a Hitch y desplazó el plato lleno de comida caliente hasta ella y él se quedó con el suyo. Mientras masticaba dirigía la mirada a un lado y a otro, pensando que quizá sí le convino que hubiera pasado aquello, pues si había alguien infiltrado en Marley sabría que el secuestro de Hitch era totalmente real. Después, más centrado en su delicioso plato, le ofreció algo de ensalada, aunque cuando volvió la vista a la chica vio que no había tocado nada. Ni siquiera los cubiertos.

—Llevamos sin comer desde anoche. Come o será peor.

Hitch devolvió la mirada a la comida, se encontraba totalmente inapetente después de aquello, con el estómago cerrado.

—Probablemente me lo hayan envenenado.

—Entonces moriría yo también. Pero vamos a probar. —Pinchó con su tenedor unos guisantes del plato de la rubia y los saboreó. —Bobadas. Cómetelo.

Hitch se obligó a comer, pero no fue capaz de acabarse el almuerzo. Al cabo de media hora, Reiner insistió en abandonar la plaza central y dirigirse a los campos de concentración donde el cruce con eldianos haría la situación mucho más sosegada; los marleyenses no pisaban demasiado esas zonas. Vio que Hitch no cruzó ninguna palabra más con él. Se dedicó a mirar los alrededores, el tipo de construcciones arquitectónicas que había en ese continente eran muy distintas. Los caballos que vio también parecían diferentes.

En los campos de concentración vio numerosos puestos ambulantes de diverso tipo. A Hitch le habían requisado el colgante que Marlo le compró cuando fue secuestrada, sin embargo, Pieck le aseguró que seguía estando a salvo y no harían nada con él. Se preguntaba si aquello tendría algún valor en Marley, por si llegado el momento debía buscarse la manera suicida de adquirir un barco y huir de aquel maldito lugar. Los eldianos con los que se cruzó eran muy introvertidos. Nadie parecía mirar a nadie, muy pocas charlas en la calle, casi todas las ropas eran grises y parecían diseñadas para ser el foco de tristeza. Cuando llevaban un rato andando, Reiner la miró curioso.

—¿Aún no te has cansado?

—Sí. Un poco. Podemos volver ya, si quieres —notó cierto tono retraído en su voz.

—Te dije lo que había a las afueras, pero insististe.

—Lo sé. Tenías razón. —Reiner la miró con los ojos algo más abiertos. Hitch aprovechó un leve pinchazo en el muslo que tuvo para detenerse y pegarse a una valla que delimitaba el camino por el que andaban.

—Volveremos en caballo. ¿Te apetece algún… no sé, helado o tontería para comer?

La chica negó con la cabeza y seguidamente se apoyó más en la valla, mientras se masajeaba uno de sus párpados.

—Si volvemos a salir será mejor que demos vueltas por aquí y no te metas en el interior de la ciudad.

—Ahá.

—Veo que por fin te ha comido la lengua el gato. Qué alegría. Espera aquí.

Reiner se ausentó no más de tres minutos, trayendo consigo un par de caballos. Aquel camino no conducía a otra parte: podían disponer de caballos en los campos de concentración si se tenía una estrella amarilla o roja. Ayudó a Hitch a subir a la montura y de pronto un caballo trotó muy cerca de ellos, alcanzándoles el paso.

—¡Chicos! —dijo Pieck, sonriéndoles. Al ver la expresión de Hitch alzó una ceja. —¿Qué ha pasado?

—Nada, ha conocido la cultura marleyense de primera mano.

Pieck frunció los labios. Pero Hitch se aventuró a cuestionar.

—¿Por qué se aguanta este trato?

—Porque tienen pánico a los titanes. Los ven como una simbología del demonio.

—Los únicos demonios son ellos. Si tanto miedo les tienen, que dejen de aumentar el número de conversiones.

Pieck miró a Reiner, que le devolvió la mirada. Era un tema bastante más complejo que aquel. Pero Pieck no iba a gastar el tiempo en aquello.

—En la zona intermedia entre los campos de concentración y la plaza, hay convergencia más o menos bien aceptada de todos los ciudadanos, es donde pasan muchos mercaderes y hay varios juegos por ahí. ¡Y la comida está muy buena!

Hitch asintió al escucharla. Cualquier cosa sería mejor que aquello.

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