CAPÍTULO 20. La desconfianza de Levi
Finalmente, todos los del barco habían llegado ilesos a Paradis. Reiner abandonó su forma titán y dejó el cuerpo de Hitch en el pico de la misma colina donde meses atrás la había raptado. Junto a él, el equipo de exploradores le habían enfrentado con rifles, sin embargo, Reiner no dijo ni aportó mucho a ninguno de ellos. Hange y Levi miraban con mucha desconfianza al que había sido un alumno suyo.
—Si pretendes quedarte aquí, contarás toda la información que tengas de esos hijos de perra. —Dijo Levi, pateando sin fuerza la espalda de Reiner para llamar la atención.
—¿Hoy tendremos que hacer noche aquí? —preguntó Armin, rellenando de gas su equipo de maniobras. Mikasa y Hange asintieron en respuesta. Armin miró de nuevo a Hitch, tenía una magulladura en el rostro, pero por lo menos estaba entera.
—Tú. No te acerques.
Reiner frunció las cejas y miró a su anterior capitán.
—Apártate de ella. —Musitó Levi, sin separarse de él.
Armin y Mikasa permanecían en silencio, a expensas de la incómoda situación que se sucedía en el campo. Zeke y Eren seguían desaparecidos, y con Pieck y Galliard fuera de combate tendrían por lo menos unas horas para descansar antes de regresar tras los muros. Pero lo que ocurría en realidad iba más allá.
La noche cayó rápido sobre los eldianos. Hange y Levi fueron a buscar comida por los alrededores, pues la mayor parte de las reservas habían escaseado en el barco. Mikasa y Armin quedaron hablando a solas de lo que estaría haciendo Eren. El Cuerpo de Exploración había decidido no ir contra Reiner porque no tenía sentido. Aunque en realidad, el comportamiento de Reiner tampoco lo tenía. Mikasa le daba muchas vueltas al dinamismo que había tenido desde que habían descubierto que era el acorazado. Algo no parecía estar bien en ese cerebro, pero no sería ella quien se quedara a resolverlo: si en algún momento su conducta indicaba violencia hacia ellos, le mataría.
Hitch despertó al poco tiempo de que el resto se pusiera a dormir. Sólo Levi permanecía despierto haciendo la guardia, la zona era un tanto peligrosa como para alejarse demasiado. Reiner tampoco dormía, pero tampoco estuvo por la labor de cruzar palabras con Levi.
—¿Qué eres ahora, un soldado o un guerrero? —se preguntó a sí mismo en voz baja, pero de pronto sintió que Hitch se sentaba sobre la hierba, frotándose los ojos. Miró a su alrededor y suspiró. —¿Estás bien?
La de ojos verdes le miró con la ceja alzada y no respondió. Al ver el cesto con frutos del bosque, alargó la mano y comió algunas moras. Reconoció Paradis de inmediato, pero en su largo dormitar había escuchado que llevaban rato por allí.
—Sé que probablemente quieras odiarme de por vida, pero necesito hablar con sinceridad contigo… y a solas.
—¿Ibas a salvarme, o a dispararme? —dijo subiendo el tono de voz, claramente a la defensiva. Reiner miró alrededor: por suerte aún el resto parecía estar dormido. Aunque al cruzar su mirada con Levi éste la apartó con condescendencia, como si le importa un bledo de lo que estuvieran charlando.
—Deja que por favor te lo explique en privado.
Hitch se encogió de hombros y se puso de pie, llevándose un puñado de frambuesas para el camino.
—No os alejéis o me haréis ir a buscaros. Si viene un titán, dejaré que os meriende, la luz de luna puede ser peligrosa —dijo Levi, que aún no terminaba de fiarse mucho de las intenciones de aquel «soldado».
Reiner pasó de largo y Hitch también, con una notable despreocupación en su expresión. No se fueron muy lejos, pero sí lo suficiente para no ser escuchados. Un par de luciérnagas pasaron frente a los matorrales, abandonándose a la penumbra de la noche. Hitch cerró los ojos y suspiró hondo.
—No necesito que me expliques nada.
—Quien lo necesita soy yo. —Reiner mantuvo los puños cerrados y se acabó volteando a ella. La miró fijamente por largos segundos, Hitch parecía un témpano de hielo. Parecía no importarle haber arriesgado su vida para llevarla a Paradis, habiendo traicionado a los suyos. Sus enormes ojos sólo le seguían cuestionando.
—No ha sido fácil los últimos meses para mí estar contigo. Yo… no sé cómo explicarte cuánto siento haberte secuestrado. Reconozco que en aquel momento, la causa de Marley y de Eldia eran para mí lo más significativo. Acabar con los titanes. Pero ahora…
—Si crees que es una noble causa, y con ello acabar con toda vida en Paradis, no entiendo qué demonios estás haciendo.
—Porque hace ya tiempo que se abrió una brecha en mí. Una brecha que me hace tomar decisiones con las que no estoy siempre de acuerdo, otras de las que luego me arrepiento. Una parte de mí sigue viendo que la misión de la eutanasia eldiana sigue siendo lo más sereno. Otra parte, sólo… duda de todo. Pero hay algo de lo que no dudo.
—No te creo ni una palabra. Y aunque así fuera, no me interesa.
—¿Que no te… que no te interesa…? —Reiner frunció los labios. —En el establo me dabas a entender que…
—Me da igual lo que creyeras entender. No me interesas. Yo no voy a ser la madre que cure tus traumas, quiero vivir mi vida tranquila y ojalá poder hacer lo que se me pegara en gana sin tener de por medio una maldita guerra de supervivencia. Eres demasiado pequeño para enfrentarte a esto. ¿Quieres servirles a ellos? Ahí tienes todo el mar para volver pedirles perdón.
—No volveré. Y aunque lo hiciera, no me querrían ya allí. Sólo querrían al acorazado.
—Ha sido una interesante charla. Apáñatelas como puedas.
—¡Hitch…! —cuando vio que se iba la agarró de la muñeca y se arrodilló instantáneamente. Hitch le quitó rápido la mano, pero entonces el rubio le rodeó una pierna y le miró desde abajo, suspirando hondo. —¿Crees que los he matado por querer tenderte una trampa, ¡acaso crees eso!? —sin darse cuenta aferró más su pierna con los brazos, atrayéndola hacia él. Hitch frunció el ceño. —Sé que te apunté, pero porque aún me costaba entender la idea de todo lo que siento por ti y el gran lío en el que me he metido estúpidamente… por quererte. Te salvaría todas las veces que estuvieras en peligro, Hitch Dreyse. Tienes que creerme, por favor.
Hitch se pasó la mano por la frente, frotándola agotada. Tenía demasiadas conmociones en la cabeza, sobre todo mentales. Lo que sentía por él era innegable, era muy estúpido seguir mintiéndose a sí misma. Pero Reiner la confundía. Cuando notó algo caliente en su muslo bajó la mirada y vio que tenía el rostro enjuagado en lágrimas, algunas contenidas y otras atravesando sus mejillas, dejando que al presionarse con su muslo su rostro compungido no lo viera. La chica suspiró y acarició su hombro despacio, murmurando.
—Reiner, no llores… levántate.
—No me pienso mover de aquí.
Hitch suspiró y se agarró a una roca para acuclillarse frente a frente, mirándole de cerca. Reiner tensó la expresión, le daba reparo que alguien le viera llorar, pero estaba tan afectado que no podía evitarlo. Hitch pasó el pulgar sobre su mejilla, secando una de las lágrimas. Y le sonrió un poco.
—En algo Eren tenía razón. Nosotros nacemos libres para decidir. O al menos… en ciertos momentos clave de nuestra vida lo somos.
Reiner movió la mirada a ella y sin poder aguantarse más la abrazó con fuerza, pegando su rostro húmedo al hombro femenino. Hitch rodeó su espalda con las manos y suspiró profundamente. Él la rodeó más fuerte y hundió el rostro en su cuello, alertando a la soldado.
—Reiner…
—¿Y por qué no me detienes…? —murmuró en su piel, volviendo a abrir la boca para apropiarse de su cuello. Hitch le evadía el rostro cada vez que se acercaba peligrosamente a sus labios, apretó en su pectoral para apartarle, pero luego el hombre se traslado a su oído y mordió el lóbulo despacio, haciéndola sentir un escalofrío.
—Porque…
—Yo te diré por qué. Porque te gusto. —Se separó lo justo para mirarla y Hitch seguía reteniéndole con las manos en su pectoral, pero entonces pudo ver con claridad los ojos ámbar de Reiner, aún húmedos y las mejillas rosadas y dejó de apretar. Cerró los ojos y tomó aire, y fue lo único que él necesitó ver para volver a besarla.

Levi se hizo paso a través de los matorrales, haciendo el menor ruido. No se fiaba un pelo de los dos, así que pasados quince minutos fue en su busca. Aunque de saber lo que iba a encontrarse, se lo hubiera replanteado. Lo peor era que no se habían ido muy lejos. Al doblar cuidadosamente por un camino de árboles empezó a escuchar alguna voz ahogada muy breve. Se los encontró de pie pegados a un tronco, y aunque llevaban prácticamente toda la ropa puesta, sí apreció las bragas de Hitch bajadas a mitad de muslo, y el vaivén de Reiner por detrás no engañaba.
—Serán… —susurró, dándose media vuelta y marchándose cabreado.
Hitch cerraba con fuerza las manos sobre las cortezas sobresalidas del tronco, tenía muchas ganas de gemir al sentir el fuerte miembro de Reiner volver a atravesarla desde atrás sin miramientos. Sus empujones la volvían a pegar al árbol, de pronto, una mano del rubio se coló por debajo de su ropa y apretó su seno por encima del sostén.
—Me encantan las tetas que tienes —susurró en voz baja suspirando, sin parar de embestirla, unido a su oído. Hitch notó de pronto que el cuerpo de Reiner se contraía y se quedaba allí; él hizo un esfuerzo subrehumano por no gritar de placer, pero dejó la mirada en sus cuerpos unidos. Esta vez se le había corrido bien adentro, no se contuvo. Hitch giró el rostro y le acercó a ella atrayéndole de la nuca, y volvieron a besarse sin salir de esa postura.
Al regresar al campamento, Levi les miró con una expresión mezcla entre asco y pasotismo. Hitch tenía un nuevo chupetón en el cuello, pero en lugar de decir nada, se acostó a dormir. Reiner hizo igual. Mascaba lánguidamente el paquete de galletas que repartían en la Guarnición, y poco a poco, ignorando que acababa de ver a esos dos idiotas copulando como cerdos, sus ojos también fueron cerrándose lentamente, invadido por el sueño.
Tardaron un día en regresar a Paradis, donde les esperaba su pueblo y los muros. Todos los caballos llevaban un ritmo tranquilo, los titanes no se habían concentrado en las franjas cercanas a la puerta exterior. Reiner iba observando de vez en cuando a Hitch según acortaban distancias con su antiguo hogar. De pronto, le vio luz en los ojos. La policía militar golpeó con energía la ijada del animal y se adelantó frente a los demás, llamando la atención de la mirada analítica de Levi. Hange gritó poniéndose en pie sobre los estribos y levantando los brazos, llamando la atención de los guardias de las torres altas que custodiaban los muros. La Guarnición levantó la puerta del muro.
—¡Volvemos a casa! ¡Yihaaaaaaaaa!
Los gritos de Hange acabaron mezclándose con la cálida bienvenida que les daban los paisanos de la isla, a voz en grito también. Distinta a las muchas otras llegadas a las que el Cuerpo de Exploración estaba acostumbrado, la reina Historia Reiss había programado viandas, música y a buenos juglares que se encargaran de ir narrando las hazañas de los últimos años. No era la gran cosa, pero el pueblo había participado y el ambiente era muy diferente… porque a pesar de todo lo malo que había al otro lado de los muros, aquellos gigantescos paredones habían sido su casa hasta el momento. Podían pasar muchas guerras, pero si seguían en pie, y si el retumbar se seguía posponiendo, gran parte de ellos se sentían protegidos.
Hange ayudó a repartir las cervezas a varios de los recién llegados. El grupo de Levi era bastante reducido. Reiner miraba con desconfianza a todo ser que se movía cerca de él. Su mente de soldado le decía que ni Historia ni ninguno de los nuevos mandatarios subyugados a ella habían publicado acerca de él. Es decir, nadie tenía por qué tenerle odio infundado. Sin embargo, todo el Cuerpo de Exploración, la Policía Militar y la Guarnición sabían perfectamente que él era un titán cambiante, y que Bertholdt también lo había sido. Por eso se sentía al acecho. Cuando por fin todos lograron desmontar, se deshizo de la chaqueta y se sentó adolorido en las banquetas que había dispuestas en las mesas del centro. Entre toda la festividad, pudo distinguir que Hitch era fuertemente abrazada en coro por todos sus compañeros de la Policía Militar, un enorme coro donde todo eran alabanzas, preguntas y llantos de emoción. Muchos de ellos creyeron que la cadete no volvería con vida de la excursión con la legión, pero tras su secuestro,las probabilidades de supervivencia se les hicieron nulas. Hitch se abrazó con fuerza a todas sus amigas y la levantaron en peso, clamando su nombre una y otra vez.
—Erwin no habría permitido que Reiner entrara tan campante a esta ciudad.
—Y nosotros tampoco. Pero deja que descansemos, Levi. —Pronunció Hange, mirando al más bajito de reojo. —Dadas las circunstancias, Reiner en Paradis puede ser una amenaza, es cierto. Quizá lo sea. —Bebió un trago, y luego se quedó acariciando el vidrio de la copa. —Pero bajo mi humilde opinión ese chico sólo es un pariah. No es ni será aceptado en ninguna de las dos civilizaciones.
—Me preocupa su relación con Dreyse.
—Fue él quien tomó partido en el secuestro, hace ya varios meses. ¿Crees que desea matarla…?
Ambos dirigieron la mirada a los ojos castaños miel de Braun, que no hacía más que observar al coro de gritos y abrazos en el que Hitch seguía siendo la protagonista. Levi se humedeció los labios.
—No, creo que sus sentimientos por ella son otros. Pero no me fio de él ni de su conducta. No puedo asegurar que no sea capaz de matarla si es ese el menester que tiene su patria marleyense.
—Se expondría demasiado. Moriría.
—No creo que le importe morir.
—Oh, bueno —suspiró Hange —Creo que iré a descansar, apenas me tengo en pie. Levi, te encargo la vigilancia de Reiner. A cualquier mínimo comportamiento sospechoso…
—Será un placer.
Ahora sólo quedaba imaginar qué era un comportamiento sospechoso para Hange, pues para Levi ya nada de Reiner le parecía un comportamiento natural. Ya no era ningún muchacho, era un hombre y para más inri, un hombre curtido en batalla que tenía problemas para escoger cuál era su sitio. Para Levi estaba claro: aquel hombre nunca fue un soldado.