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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 22. Lealtades divididas


Cuartel del Cuerpo de Exploración

—¿Algún punto débil de Pieck a nivel físico o sentimental?

—¿A nivel…?

—Sí. Nos dimos cuenta en uno de los enfrentamientos que las rodillas las tiene siempre algo afectadas. Lo tenemos que tener en cuenta en caso de un nuevo enfrentamiento.

—No deseo que nadie la ataque en las rodillas. De verdad, le duelen muchísimo cuando vuelve a transformarse en humana.

Hange miró a Levi por el rabillo del ojo, como si se diera cuenta de algo malo. Levi suspiró cansado y se rascó detrás de la oreja. Se incorporó y se puso recto para hablar alrededor de Hitch y encararla, aunque con su metro sesenta de estatura y el metro sesenta y ocho de Hitch, era él quien tenía que levantar la cara hacia la cadete.

—Mira, niñata, no estamos aquí para jugar a las familias felices. ¿Entiendes la gravedad de lo que te ha pasado? ¿O es que el titán acorazado te ha provocado empatía hacia toda la gente que te secuestró?

—Tanto Porco como Pieck, además de Zeke, son los principales temores de esta isla —relevó Hange, buscando hacer entrar en razón a la policía. Hitch había recuperado ya de pleno derecho su uniforme de la Policía Militar.

—Eren es el problema que les tiene atemorizados a ellos. —Dijo con determinación y luego miró a Levi, alzando una ceja. —No es que quiera empatizar con ellos, es que no soy estúpida y sé ver que las cosas que pasan aquí son extrañas. ¿Cuánto tiempo lleva Eren Jaeger sin aparecer por aquí? ¿Es que eso no puede suponer un problema para Paradis?

—Dudo mucho que Eren quiera terminar con esta isla. Sus intereses rondan acabar con Marley de una forma u otra. Estoy seguro.

—¿He acabado aquí? —dijo Hitch hastiada, uniendo sus manos tras la espalda.

Levi asintió de mala gana y Hange suspiró un poco, quitándose las gafas y frotándose la frente despacio. No tenían suficientes pruebas para acusarla de nada, y aunque encarcelaran a Reiner para hacerla hablar, nada garantizada que ella supiera información mucho más relevante de lo que estaba ocurriendo fuera. La cadete reprodujo el saludo militar y salió sin decir ni una palabra más. Hange entonces de dejó caer desganada a la silla que había frente a su escritorio, bufando aburrida.

—Reiner y Hitch tienen alguna especie de relación.

—Oh, no me digas que eso es lo único que has averiguado —dijo Levi con asco.

—¡No es ninguna tontería!

—No es que sea una tontería, es que ya lo sabía. Vi a ambos fornicando en el bosque, antes de siquiera llegar a Paradis.

—¿Y NO ME DIJISTE NADA?

—Serénate, Zoe.

Los gritos de Hange se escuchaban tras las paredes de la legión, así que varios guardias escucharon qué le pasaba el día de hoy a la comandante.

—¡Reiner y Hitch! ¡Quién lo habría imaginado! KAWAI.

—¿Cómo que «kawai»? Pst —Levi frunció las cejas obstinado y se puso en pie, dejando de mirarla. —No me importan los líos de faldas de nadie. Pero Reiner Braun siempre fue un traidor, espero que no estén confabulados para atentar contra la isla. Es lo único que me preocupa estando aquí. De Eren hace ya mucho que no sabemos nada. Si Erwin estuviera aq-…

—Basta. —Hange se puso tan seria que hizo callar a mismo Levi. —Erwin Smith murió, capitán. Todos le echamos de menos pero ya no va a regresar. Estoy haciendo lo que puedo, en su buen nombre. Yo también le extraño, ¿sabes?

Levi puso los labios en una fina línea y asintió, bajando la mirada.

—Seguro que él sabría mejor qué hacer —prosiguió la mujer— pero nada sacamos lamentándonos de esta manera. Reiner está vigilado. Si te sientes más seguro, también pondré vigilancia tras Dreyse. Pero ten cuidado con Dreyse. Es muy observadora y sabe muy bien lo que pasa a su alrededor.

—Custodiarla cerca de su casa es inútil, se dará cuenta enseguida. Ya me las ingeniaré para vigilarla.

Distrito de Stohess

La gran carreta de la tropa estacionaria había llegado vacía a la periferia de Stohess. Todo el pan y los alimentos repartidos en los límites del muro Sina se habían agotado incluso antes de atravesar el primer muro, fruto de las familias de hogares destrozados por algunos titanes, que a veces entraban sin que nadie los esperara. Eren no había vuelto a cristalizar ninguno de los agujeros en los muros, su paradero era desconocido. Así que tanto Hitch como toda la Policía Militar estaba encargada del amparo civil y el reparto de pan a los sectores más perjudicados. Hitch se asomó por la carreta a entregar la última barra, pero vio que habían doce brazos levantados pidiéndola y se sintió mal. Se lo dio a la mano más cercana, una mujer que cargaba con un niño pequeño en el otro brazo, pero tan pronto como lo cogió empezaron a quitárselo otros paisanos, cosa que hizo que otro compañero policía diera un golpe seco con la culata del rifle en la madera, llamando la atención de los ciudadanos.

—Vamos a volver, así que por favor, no sean impacientes. Dejen que esa mujer salga de la muchedumbre.

A regañadientes la dejaron salir. Hitch observó con desazón que la madre compartía el pan con su hijo, pero éste parecía algo pequeño para poder masticar bien. Suspiró y se sentó al lado del pescante, mordiéndose el labio inferior.

—¿Tan mal estaba todo? Jamás he visto tal pobreza en Stohess.

—El muro Sina se vio afectado por los titanes hace algunos años. Este es el resultado. Las cocinas reales no dan para más, la reina Historia está haciendo lo que puede. La comida no llega apenas al muro Rose.

—¿Cuál es el estado de Shinganshina?

—No tiene ningún estado. Ese distrito ya no tiene vida alguna. Simplemente es custodiado para prevenir de titanes puros. Pero no es seguro para habitar.

Superpoblación en Rose, como hace más de cinco años, pensó Dreyse.

—Hitch, se han avistado movimientos y ruidos extraños al norte del muro Rose. Tenemos la orden de prevenir con mucha antelación lo que pueda pasar. Así que por favor, al llegar al cuartel solicita más soldados armados y mándalos a la periferia.

Hitch asintió y cuando llegaron al cuartel se bajó de un salto, moviéndose apurada hasta la entrada del cuartel.

Cuartel de la Policía Militar

—¡Necesitamos más cadetes, todos ellos armados! ¡Que preparen todos sus caballos y salgan lo más pronto posible!

Su grito hizo que todos los trabajadores se agilizaran y un barullo desde todos los puntos del cuartel los puso a obedecer. Hitch abrió los estantes de la armería y se cargó con pólvora y cargó de munición el rifle, colgándoselo cruzado en el hombro. Cuando cerró y la mayoría de los cadetes ya estaban fuera preparando sus monturas, vio un charco con pedacitos de cristal arrastrados en una dirección. La chica elevó una ceja, siguiendo el camino de agua con los ojos. Parecía que desaparecían en la puerta del sótano.

—¿Qué es eso? —dijo en voz baja, pero sus compañeros y el resto de comandantes estaban tan agitados que no la oyeron. Dejó la pólvora encima de la mesa y siguió el rastro con sus pasos, mirando desconfiada hacia la puerta. Al abrirla, era en realidad la sala de reuniones vacía y en completa oscuridad. Al cerrar la puerta tras de sí y seguir los cristales, una figura en la oscuridad la atrapó por la espalda, cerrando la puerta con la espalda y atrayéndola hacia ella tapándole la boca.

—Grita… y te abro el cuello.

Dreyse sintió el puntiagudo filo de algo amenazando contra su yugular y abrió los ojos. La impresión no fue el arma ni la amenaza. La impresión fue reconocer la voz. Sintió que un cuerpo mojado se le adhería por detrás.

—Vas a ayudarme a salir de aquí. Primero, quítate la chaquet-…

Antes de dejarla acabar, Hitch le agarró con mucha fuerza de la muñeca con la que le tapaba la boca, y tiró de ese brazo con tanta brusquedad hacia delante, agachándose, que el cuerpo de Annie Leonhart salió despedido en una voltereta, cayendo estrepitosamente por delante de ella. Aquella jugada pilló por sorpresa a la mismísima Annie, que en un arrebato por protegerse, sólo pudo girarse deprisa, para recibir un golpe en seco de su antigua compañera de cuarto.

—¡Fíjate! ¿Quién diría que llegaría el día en el que te fuera a tumbar así? ¡Já, pensé que era una abuela la que me estaba atacando!

—No se te ocurra… hacer nada que… —suspiraba Annie con dificultad. Dreyse se dio cuenta se que apenas tenía fuerzas para mantenerse en pie, estaba… tremendamente exhausta. Resultaba raro verla tan desamparada.

—Cállate. ¡QUE VENGA ALGUIEN! ¡AYUDA! —dijo a voz en grito, manteniendo las manos de Annie cruzadas entre sí.

—Me convertiré… suéltame… o lo lamentarás… ya me corté. Así que puedo hacerlo cuando quiera. —Cuando Hitch oyó aquello abrió las manos rápido, sólo para darse cuenta de que efectivamente, a Leonhart le había dado tiempo a cortarse la palma de la mano.

—No lo harás —dijo, sudando frío, buscando alguna excusa para convencerla —No lo harás, apenas tienes fuerzas. Estás débil.

—Puedo emplear mis últimas fuerzas para intentarlo, ¿quieres ver?

Hitch se puso de pie rápido y la miró con el ceño fruncido. ¿De verdad quería facilitar la ejecución de Annie?

—¡Señorita Dreyse! ¿Algún problema ahí?

Hitch miró la puerta y lentamente volvió la mirada a la rubia tirada en el suelo, que le devolvía fija la mirada. Inspiró hondo… y decidió.

Ciudad interior (Palacio Real)

—Así que os comisteis a Ymir.

Reiner abrió los ojos y apretó la mandíbula. Quiso ponerse en pie para interactuar con Historia, pero notó un rifle en su cabeza y continuó haciendo la reverencia.

—Majestad… verá, Ymir se ofreció a…

—Fuisteis capaces de devorar a Ymir. Fuisteis capaces de hacerle eso a vuestra compañera.

—Ella entendió los motivos y se ofreció a acompañarnos. Siento que haya sido ella, pero… no podía ser otra.

—Porque ella «robó» al mandíbula, y por eso se sintió en deuda con un par de traidores.

Traidores, Historia le odiaba. No sabía dónde había quedado la inocencia y simpatía de la antigua Christa que él conoció, pero desde luego, en ese momento percibió sólo rabia.

—Debería encarcelarte y hacer que alguien te devorara a ti. Jamás te perdonaré lo que le hiciste.

—Lo comprendo. —Reiner cerró los ojos y suavizó su expresión. Si le encarcelaban, no volvería a ver a Hitch. Ni siquiera en un momento como aquel podía parar de pensar en ella.

—Pero no lo haré —dijo después de un rato, notándose el hastío en su voz. Suspiró y Reiss se sentó en el trono lentamente, cerrando los ojos. —Estoy cansada de tanta muerte, destrucción y venganza. Mi odio empieza y acaba a título personal, como reina, no puedo juzgarte más que por alta traición. Sin embargo… hacías lo que la antigua corona quería, en Paradis. Algo con lo que los políticos estaban de acuerdo. Y yo te pregunto ahora, Reiner Braun, como soldado o como guerrero, ¿cuáles son tus objetivos?

Reiner apoyó con fuerza la rodilla en el suelo y frunció el ceño.

—Haga lo que crea necesario.

Boris Feulner observaba aquella comitiva real. Había crecido y madurado esos últimos cuatro años, y viendo a Reiner más alto y fuerte aún que la última vez, daba auténtico pavor enfrentarse a él cara a cara. Pero ahí permanecía Historia, mirándole con el poco juicio que tenía. En la corte ya se sabía que tanto ella como Ymir habían tenido una relación especial. Historia estaba dolida y furiosa, pero nada de aquello le devolvería a la pecosa.

—¡¿Sabes lo que me da rabia, Reiner?! ¡¡Sabes!! —se puso en pie tan abruptamente que un guardia se sobresaltó.

—Alteza, guarde cuidado, es un cambiante…

—Lo que más odio es que no podré volver a verla, ni siquiera tengo una maldita tumba que visitar, ¡NADA! Por tu culpa y la de Bertholdt, yo…

Reiner apretó la mandíbula con fuerza. No podía mirarla a la cara.

—…yo no puedo explicarte lo que se siente cuando te arrebatan a alguien que quieres tantísimo, le hacen daño y la… matan… lejos de ti, te genera una impotencia que…

Los ojos se le llenaron de lágrimas, y al verla así, Reiner sintió un fuerte nudo en la garganta.

—No soy lo suficientemente madura aún, se ve —dijo con dolor, dejando de mirarle. —Eres un traidor. A la mínima que atentes contra esta ciudad entrarás en una prisión subterránea hasta que se cumplan esos malditos trece años y mueras como te mereces.

Todos los presentes cambiaron la expresión de sus rostros, anonadados con las palabras de la humilde reina, Historia Reiss, colmada de resentimiento. Era tan buena, y tan angelical, que verla así provocó una empatía brutal, incluso de Boris, que miró con desprecio al antiguo soldado.

—No es un eldiano de corazón, qué se podía esperar…

—Silencio. —Bramó Historia, mirando a uno de sus súbditos cuando dijo aquello. —Dejadle libre. Si Braun es requerido por algún agente o explorador de la legión, tiene la obligación de colaborar sin rechistar, de lo contrario también será encarcelado. Si da indicios de violencia, será ejecutado con el material anti titán necesario, el mismo que vieron nuestros exploradores en Marley.

Reiner quiso incluso darle las gracias por su clemencia, pero Reiss se levantó y abandonó la comitiva rápidamente, con sus súbditos y guardias. La Policía Militar le instó a salir de palacio y allí todos empezaron a disgregarse.

No sé qué demonios estoy haciendo aquí, pensó al estar en mitad de las calles, transeúnte como uno más entre tantos ciudadanos. Su mente se quebró más, y empezó a disociarse como ya otras veces le había ocurrido antes. Era peligroso que sucediera, pues podía tener lapsus de memoria, como tras la muerte de Marco. No podía pensar con claridad, así que se limitó a montar en caballo y marchó hacia otra parte. Por la tarde era el cumpleaños de Hitch y sus ánimos estaban por los suelos.

La jornada de repartos había terminado bastante entrada la tarde, y pronto el sol se pondría. Hitch se había pasado el día en la carreta o bien galopando, y la última hora había dejado que Annie se quedara descansando en casa. Sí, la había salvado. No podía hacerle daño. Por Annie muchísima gente había muerto, pero algo en su interior le decía que no tenía la maldita culpa de todas esas muertes, en realidad, era un sacrificio que no llegaba a entender del todo. La causa, después de haber estado retenida tanto tiempo en Marley, ya la conocía, pero aún incluso con todas esas muertes a sus espaldas, la cadete no podía descubrirla ante las autoridades. Le pidió a Annie que le explicara todo lo que sabía, sin embargo, después de comer y darse un baño, la rubia cayó tremendamente rendida en la cama, y como Hitch debía ir a celebrar su cumpleaños le dejó una nota pidiéndole que la esperara y que no huyera sin avisar. Una prueba de confianza, pues era perfectamente posible que al regresar ya no se encontrara allí.

Lago a las afueras del muro Rose

—¿Olga…? ¿Dónde estás?

—¡¡SORPRESA!!

Hitch dio un brinco del susto cuando de repente un montón de lámparas se descubrieron, mostrando en la cabaña del lago una enorme mesa de comida y chucherías. Sus compañeros de la Policía Militar y del Cuerpo de Exploración rieron y fueron a coro acercándose a ella, canturreando el cumpleaños feliz.

—¿Pero qué…? —Hitch sonrió muy agradecida, tapándose media cara con la mano al ver la gigantesca tarta de chocolate y nata que iban transportando todos sus compañeros. El número 20 salía encendido en velitas, y cuando las sopló todos sus compañeros gritaron como locos, colmándola a besos y abrazos. Cómo echaba de menos a sus amigos. Se sentó a comer con ellos el resto de comidas caseras que habían traído y por supuesto, varios jarrones de cerveza que Connie Springer había facilitado. En fiestas como aquella, echaba mucho de menos a Sasha, especialmente cuando veía tanta comida encima de la mesa. Historia se las arregló para vestir de incógnito para no ser reconocida y le tapó los ojos a Armin, entre risas, en mitad de algún uego de mesa. Todos se cebaron a comer hasta reventar, y cuando ya el alcohol afectó a más de uno, empezaron a jugar y a bailar estúpidamente. Eran los pocos lujos que podían darse los cadetes con semejante guerra encima, después de todo. Como trajeron mucha comida gran parte de la tarta pudo guardarse para que Dreyse se la llevara. Así que cuando ya estaba bastante entrada la madrugada, algunos empezaron a irse, ya bastante afectados por las copas.

—¡Que vaya bien, amigos! ¡Y mañana temprano a trabajar, que esto no sirva de excusa! —gritó Connie con las mejillas sonrosadas, antes de salir cabalgando. 5 más se fueron con él, pero a pesar de que ya era bastante tarde, muchos siguieron charlando más tranquilos alrededor de la mesa, con el lago por delante. La brisa nocturna era muy agradable y apacible, invitaba casi a quedarse dormido sobre el mismo césped.

Mientras Hitch se terminaba un zumo de uva, echó la mirada a los arbustos más lejanos de la cabaña y a los caballos que seguían atados en el establo. Paseó la mirada largo rato por allí, hasta que sintió que Mikasa se sentaba a su lado y se estiraba, bostezando.

—Ya es tarde, Armin, deberíamos irnos. ¿Y tú dónde miras…?

Hitch devolvió la mirada a sus amigos, negando con la cabeza.

—Mañana era el día que teníamos libre, ¿no? —respondió Armin al comentario que le hizo Mikasa.

—Claro que no. Nos toca entrar al cuartel en dos horas.

—¿Có… CÓMO? ¿Por qué no has dicho nada? ¡Mikasa!

—Porque yo no habría podido dormir de todos modos. Y nos lo estábamos pasando muy bien. Con dos horas por un día no pasa nada, Armin. Vamos. Hitch, felicidades.

Hitch les sonrió pero no se puso de pie con ellos; el resto de los que quedaban estaban quedándose dormidos en el mismo césped, y Armin los fue tocando del hombro para que espabilaran. Cuando se fueron levantando, muertos de sueño, fueron arreglando la montura y saliendo hacia su cuartel. Mikasa subió al caballo y esperó a Armin subida en él, mientras se arreglaba la bufanda alrededor del cuello. Armin se disponía a subirse también, pero Hitch le gritó a distancia.

—¡Armin, ven un momento, me parece que esto es tuyo!

Armin miró hacia la orilla del lago y vio a Hitch aún sentada, manipulando algo en las manos. Le pidió a Mikasa que esperara y se acercó al lago, acuclillándose a su lado. Al asomarse por el hombro de su amiga vio que no tenía nada en las manos, lo que le hizo arquear las cejas.

—Annie salió del cristal. Me ha pedido que la ayude a escapar… y lo estoy haciendo.

Armin palideció de un segundo a otro, sin poder responder. Hitch lo miró y suspiró, volviendo la mirada al mar. Puso una voz condescendiente fingiendo que aquello no le interesaba.

—Será mejor que saques a esa asquerosa titán de mi casa, Armin, y que lo hagas de inmediato. Sé que…

—¿Por qué ahora…? ¿Hitch…? ¿Y por qué me lo dices en este momento?

—No quiero que Mikasa lo sepa. Quiero a Annie, es mi amiga también. —Murmuró cambiando de repente su tono. —No quiero que Mikasa le corte el pescuezo. Annie quiere hablar contigo, ¡y ya me contará después! Pero trata este tema con cuidado. No quiero que nadie más muera. Y… es mi amiga.

Armin le apretó con suavidad el hombro.

—Gracias.

Hitch asintió y se puso de pie, palmeándose el abrigo que llevaba para quitarle los restos de césped. Armin la ayudó a poner la tarta en la alforja y ambos, junto a Mikasa y el resto que quedaban en la cabaña, se marcharon hacia sus lugares de trabajo. 

(Si alguien conoce al autor/a, que me lo diga para darle el merecido crédito.)

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