CAPÍTULO 23. Lárgate
Tras su cumpleaños, tres días y tres noches pasaron sin que Hitch Dreyse supiera nada de Reiner. Ni siquiera se presentó en la celebración. Preguntó por la comitiva real que tuvo con Historia, pero la propia reina le especificó que no le impuso ningún castigo, ni siquiera vigilancia, aunque ambas sospechaban que de eso ya se había encargado extraoficialmente el Cuerpo de Exploración. Hitch pensó que necesitaba tiempo para pensar, así que no se preocuparía más por él. Ya vendría cuando la echara de menos. Después de todo, también podían ser simples amigos.
Había recuperado su vida calmada y grandiosa en la ciudad interior de Stohess, muy pocas horas pasaba en casa debido al trabajo en la Policía Militar, pero por lo menos allí volvía a tener trato con todas sus antiguas amistades. Muchos de ellos cayeron en la incursión de la legión donde ella participó hacía ya muchos meses, antes de que Marley la secuestrara, y todos esos soldados caídos tenían un grabado en la entrada del cuartel con sus retratos pintados. Su amiga Viv era rezada allí y Marlo también, y de vez en cuando les hacía una visita, cuando tenía algo de tiempo.
Los disturbios en Rose fueron apaciguándose, la estabilidad económica mejoró un poco en cuanto la mayoría de casas fueron restauradas, pero por supuesto, todos vivían con el miedo al retumbar que Eren había prometido. Esa era la desdicha de Paradis y de Marley al mismo tiempo: el retumbar. Pero no dependía ya de ellos, así que, al menos la Policía Militar, lo único que podía hacer era seguir con las labores de siempre y mantener la seguridad política. La desaparición de Annie de su cristal fue sospechosamente pasada por alto.
El día que a Hitch le tocó hacer guardia entre los negocios de la ciudad interior, observó a un oportunista ladronzuelo y rápidamente cargó el rifle, apuntando y disparando a su talón. El muchacho trastabilló y finalmente cayó al suelo adolorido, pero se salvaría. Hitch se acercó lentamente junto a otro compañero uniformado y le apartaron de las manos un arma de fuego.
—¿Esto es lo que has robado? —preguntó Hitch con las cejas fruncidas. El chico asintió lloriqueando, y el otro compañero puso los ojos en blanco y cargó al chico en brazos. Hitch le devolvió el arma al dueño del negocio, que le hizo la reverencia en agradecimiento. Al levantar la mirada y estudiar mejor la zona mientras hacía la guardia, vio que una muchacha gritaba a pleno pulmón por las carreras de caballos, tan glorificadas por los aficionados campestres. Cuando alzó la mirada al cartel vio que costaban bastante caras, pero la experiencia contenía no sólo cinco carreras, sino una adicional donde el comprador podía participar y llevarse exclusivos regalos, además de tener aparte comida y bebida para disfrutar al máximo de la jornada. Hitch se acercó con curiosidad y se puso a leer las características de cada corcel. Por sus razas, sí que eran todos bastante veloces, y su carrera como policía le decía cuál de todos ellos tenía más posibilidades de ganar, pues tenía conocimientos que un ciudadano de a pie no tenía. La mujer que las vendía se fijó en que Hitch estaba leyendo y al reconocer su emblema del unicornio se le pusieron los ojos brillosos, una clienta que fuera de la Policía Militar era un torpedo a su fama.
—¡Agente! ¡Qué buen ojo tiene! ¡Ese que lee es nuestro caballo más juguetón! ¿Se aventuraría a pagar por la experiencia? No se arrepentirá. Puede traerse a algún acompañante y retarse con él en un campo aparte.
—Parece divertido —respondió Hitch después de un rato en silencio. Al final sonrió a la chica y se puso delante de su mostrador, pagando por dos entradas.
—¡Le aseguro que no se arrepentirá! ¡Ya verá! ¡Además, seguro que usted tiene las piernas muy bien entrenadas para esos indomables caballos!
—Por descontado. Apuesto 5000 al Quarter Horse. —La del mostrador asintió y recibió el dinero, intentando calmar el rostro de expectación que le provocaba semejante apuesta. Sin duda, Hitch parecía tener dinero. Cuando le entregó las dos entradas, la policía se retiró y volvió a su puesto de trabajo.
Puerto de Paradis
—Te has arriesgado demasiado viniendo sola —dijo Reiner a Pieck, viéndola salir a flote. A pesar de que eran zonas muy vigiladas, Pieck había buscado el momento oportuno para bucear como titán el tiempo suficiente y colarse por una entrada subterránea. Una vez en la tarima de madera que dejaba atrás el puerto, se volvió a transformar en humana y allí estaba Reiner.
—No sabía que fuera a encontrarte aquí —dijo Pieck sin resuello, secándose los ojos con la mano.
—Últimamente siempre vengo aquí a pensar. Ha sido una casualidad.
—¿Cómo está Hitch, Reiner? ¿Has mantenido contacto con ella?
—Creo que lo mejor es que no estemos más tiempo juntos. Sólo la haré sufrir tontamente, y este es su sitio. Si la guerra comienza, me limitaré a proteger a cuantas personas pueda y a sacarla del peligro, pero nada de eso implica que tengamos que tener una relación.
—¿Lo has hablado con ella? —Pieck se trató de poner en pie pero resbaló enseguida, por la flaca fuerza de sus piernas. Reiner se puso en pie a su lado y la ayudó a levantar y a andar. Estaba totalmente empapada.
—No. Pero he hablado con la reina Historia. Para todos aquí soy un traidor, y me miran con mil ojos. No es justo dejar que Hitch sea tachada de traidora sólo porque la vean conmigo.
—Hace unos días fue su cumpleaños, cumplía veinte años. —Se pasó el antebrazo por la nariz secándose gran parte del rostro con la manga de ropa. —Espero que por lo menos le hayas regalado algo bonito.
—No me presenté. Creo que es mejor así.
Pieck paró de andar, alzando una ceja. Le dio un coscorrón fuerte en la cabeza, que hizo que Reiner despertara de su sombría mirada.
—¿Eres tonto, no le has dicho ni felicidades? —le pegó otro, más fuerte.— ¡Ve ahora mismo a saludarla!
—Si voy a verla no me podré controlar. Para —le detuvo la mano y la miró sonriendo. —Mira, y parecías venir cansada…
—Reiner, no puedes martirizarte, el pasado ya está hecho. La amenaza ahora mismo es Eren Jaeger. Si quieres mi consejo, nada que tú puedas hacer cambiará el transcurso de ciertas cosas, así que… disfruta. Por favor, hazme ese favor. Estoy segura de que esa chica te quiere.
—Tampoco es que me haya buscado mucho… —rio quitándole hierro al asunto.— En realidad, no quise aparecer porque sé que sus amigos no me tienen en mucha estima. Y quería que se lo pasara bien en su cumpleaños. Para estos tres días después, no hay excusa.
—¡Porque es una orgullosa! Y es parte de su encanto, qué creías. Reiner. —Paró en seco, poniéndose delante de él.— Si de verdad la deseas, ve por ella. No la dejes ir. Porque si la dejes ir, créeme, habrá una larga cola de hombres dispuestos a hacerla feliz. Te sustituirá. ¿Eso quieres?
Reiner apretó los puños y le evadió la mirada.
—No. Pero temo… que mi otro lado la… verás, la charla que tuve con Historia… —suspiró y respiró hondo para calmarse— Me hizo pensar en demasiadas cosas. No soy un buen hombre. Llevé a Ymir a Marley para que la mataran. E Ymir era… una buena persona… yo… no soy un buen hombre. Sólo sé destruir. Es lo único que he hecho desde que puse un maldito pie aquí, desde que era niño. Desde que destrocé la puerta de la muralla. Destruir, destruir, destruir.
Pieck bajó la mirada y frunció las cejas, estaba mortificado. Así sería difícil hacerle cambiar la perspectiva. Le abrazó con un brazo y le instó a caminar.
—Vamos, llévame a un lugar donde pueda comer algo y no haya mucho cotilla.
Pieck había hecho tan gigantesca travesía tras una disputa entre los cambiantes y el propio dirigente marleyense de tropas. A priori, Finger le dijo que traería a Reiner de vuelta, sin embargo su plan sólo era tener vía libre para viajar… pues sería un viaje sólo de ida. Ella ya podía imaginarse la muerte y destrucción que traería el retumbar sobre la isla, pero no podía alcanzar a imaginar qué haría si los colosales atravesaban el mar para dañar a su padre, única familia que tenía. Eren debía estar cerca de Paradis, y si le encontraba, le daría muerte. Tal cual fue como se lo contó a Braun, que recibió aquella decisión con seriedad y poco entusiasmo. Estaba cansado de ver morir a la gente a su alrededor. Bebieron y comieron discretamente, pues su rostro era conocido, pero si algún soldado se percataba de quién era la mujer que le acompañaba, podía interpretarse como traición a la corona. De hecho era altamente probable que Hange o Levi ya hubieran visto a Pieck Finger con él. Pero tanto le daba. A lo mejor si les arrestaban y veían que eran inofensivos, hasta podía dejar a Hitch vivir sin que su recuerdo la martirizara.
Al final, sus caminos se separaron. Pieck lo tranquilizó diciendo que buscaría hospedaje en alguna habitación en el distrito de Trost, donde las aguas debían estar más calmadas y los guardias en menor número. Era muy peligroso acercarse a las sedes del Cuerpo de Exploración, pero más aún si en Stohess la reconocía algún Policía Militar.
Reiner, por su parte, hizo igual en el distrito de Stohess. Hange había requerido de su presencia un par de veces, una de ellas, pidiéndole colaboración en forma de titán para sus últimos experimentos. Reiner no osó abstenerse… si lo hacía, iría a la cárcel, y aunque una parte de él deseara hacerlo para expiarse de alguna manera, no sería por semejante idiotez. Además, así al menos demostraba que no estaba allí para matarlos. Muchas veces, por las jornadas de trabajo tan largas que los exploradores le hacían hacer, debía almorzar allí.
Y así pasaron algunos días.
Una semana más tarde
—¿Puedo sentarme contigo? —le preguntó Hange un día, dejando su plato sobre la mesa sin esperar a que le respondiera. Reiner cruzó las manos sobre la mesa y asintió sin más. Ese mediodía había muchos soldados almorzando allí, casi no se podía ni respirar.
—¿Has visto a algunos valientes de la Policía Militar? Se han prestado a ayudar, después de todo. Y han traído el nuevo material anti titán que nos ayudaste a crear. Francamente, tengo que darte las gracias. Tu titán quedó destrozado después de las últimas pruebas, es un ataque fulminante. Creemos que con un poco más de explosivos, saldrías reventado tú del interior. La última vez nos la jugamos un poco…
—Ya me di cuenta. Me bailó el cerebro en la último detonación. —Hange se carcajeó al oírle, y él siguió masticando con pasividad su comida.
—Te noto de capa caída. Sé que a lo mejor no soy la compañía que quisieras, pero eh. —Le puso la mano en el hombro. —Aquí no somos como en Marley. Puedo ser tu psicóloga… si es que viniendo de mí eso puede servir de algo útil.
Reiner sonrió, pero dejó de mirarla y se acabó su plato de comida. Puso los cubiertos encima, y en ese momento la puerta del comedor tan gigante del cuartel se abrió. Una fila de policías militares entraron saludando con el puño sobre el corazón.
—¿Por qué últimamente vienen tanto?
—No debería darte esta información —dijo Hange algo aburrida, viendo como los policías cogían también respectivamente su plato de comida y se sentaban. Algunos, a lo lejos, aún estaban en el exterior desmontando de sus caballos. —Pero no es nada del otro mundo. Simplemente la ronda de entrega de comida les ha pillado muy cerca de este cuartel y avisaron con antelación para que la cocinera hiciera el doble de sopa y arroz.
Reiner paseó la mirada por todas las caras que salían de allí, especialmente las soldados. La mayoría estaban en silencio, salvo un grupito de chicas que iba más atrás, donde ya se las oía cuchicheando y riendo a partes iguales. Se puso tenso. Hange le vio de reojo y llevó la mirada adonde la tenía el rubio.
—Ah, qué chica más guapa, eh… aunque tú ya te habrás fijado mejor que nadie, eh. Después de todo, tú la secuestraste.
—Sólo había caos en mi mente cuando lo hice —se defendió Reiner, sintiéndose algo parecido a un abusador o a un asesino cuando la palabra secuestro salía a la palestra. Hange se rio, encogiéndose de hombros.
—Ayudaste a traerla a salvo, eso no se nos olvida. En fin. Voy a acostarme la media hora que queda antes de que sea mi turno, tengo la espalda hecha puré.
Reiner a veces se preguntaba cómo Levi y Hange y los otros comandantes de la legión, se las ingeniaban con el tema de la desaparición de Annie Leonhart. Esa niña… se preguntaba por dónde andaría pululando, o incluso si ya habría logrado llegar a Marley. Suspiró. Cuántos problemas embebidos en un ambiente de paz tan falsa. Se levantó a dejar el plato en los carriles con el resto de platos sucios, sólo quería irse antes de que Hitch o alguna de sus amigas le viera la cara. Se adelantó a la puerta y pasó por el establo de los caballos. Cuando giró por el pasillo de la cuadra que le correspondía se puso recto y tieso, al ver que la chica estaba cerrando la alforja de su caballo.
Cientos de caballos aquí y tenía que tener el suyo atado en el mismo pasillo que el mío. Maldición, pensó Reiner. Ya ni modo. Siguió andando hasta pasar por su lado, y Hitch, entretenida al principio con lo que fuera que estaba buscando de su bolso, no se dio cuenta de que había alguien más con ella hasta que él le pasó por el lado. Dirigió el rostro hacia Reiner y sus pupilas se quedaron algo paralizadas, no se lo esperaba tan de cerca después de tantísimos días.
—Vaya… pero mira a quién me encuentro, el desaparecido en combate. ¿Qué haces aq-…?
—Lo mismo que tú, pasaba a comer —le cortó rápido él, terminando de desanudar las riendas del poste. Hitch notó cierta acritud en la voz pero fingió no haberse dado cuenta.
—Te perdiste la maravillosa tarta que me hicieron mis compañeros. El chocolate de aquí es mejor que el de Marley, te lo aseguro… esos granos de cac-…
—Basta. No me interesa.
Hitch apretó la mano, dentro tenía algo, pero Reiner ni siquiera lo miró. Se odiaba a sí misma por insistirle. Pero aquello salió de su interior sin pensar.
—He comprado entradas para ir a un espectáculo de carreras de caballos. ¿Te apetece venir conmigo? Es dentro de unos días.
Pero qué haces, estúpida, se dijo a sí misma, este imbécil está pasando de ti.
Reiner no le contestó siquiera. Aquello provocó una sensación de tristeza que Hitch se negó a exteriorizar. Antes que nada, le estaba sorprendiendo su actitud. Vio cómo abrió la portezuela y sacó al animal, poniéndole enseguida la silla de montar y ajustándola al vientre.
—¿Te pasa algo, te han amenazado? —inquirió ella en un hilo de voz, acercándose a Reiner por un lado.
—No. No vengas a buscarme. Deja de hacerme preguntas tan estúpidas. —Subió sus fornidos brazos a la montura y puso el pie en el estribo, pero antes de subir, la miró y frunció las cejas. —¿Lo has entendido bien? No quiero que te acerques a mí.
—¿Acaso crees que he entrado aquí a buscarte? ¡No me hagas reír! ¿Qué demonios te ha dado ahora, vas a decirme que lo que hiciste en el puerto de Marley era…?
Ahí la vio clara. Era su momento para joderla, sólo así lograría que no pensara más en él y le odiara. Ella sin querer le había dado la idea.
—Necesitaba venir a Paradis, era un plan orquestado. Y necesitaba hacerlo de forma segura, así que te utilicé.
Por mucha fuerza interna que tuviera, a Hitch le cambió el semblante al oír aquello.
—Ahora que ya está hecho —continuó— y que ya me he saciado contigo también, no necesito nada de ti. Nada en absoluto. Lárgate y vive tu vida lejos de mí.
—No me lo creo. —Reiner apretó la mandíbula al escucharla responderle eso. Así que sonrió con malicia y dejó a un lado el caballo, acortando peligrosamente distancias con ella. Hitch no dio ni un paso atrás, mirándole fijamente. No era fácil tumbarla emocionalmente así que tendría que subir el nivel.
—¿Por qué, por la nota? La escribió Pieck. Es una mujer, es igual de sentimental que cualquier otra mujer. Jamás escribiría esa chorrada, y menos por una basura como tú. Sal de mi vista antes de que me cabree.
A Hitch le temblaron las piernas y el corazón le palpitó rápido, sin moverse apenas de su sitio. No podía creerle. Se negaba a creer algo tan estúpido, casi fantasioso por su surrealismo. Quiso hablar pero no pudo, porque de repente empezó a sentirse mal.
—Eres una basura y no me interesa tener nada contigo —le espetó de nuevo encarándola de cerca. Hitch tragó saliva y a su mente le costó un horror sintetizar una respuesta. Se quedó en silencio muchos más segundos de los que le hubiera gustado.
—No sé lo que estés tramando —dijo al final, nerviosa. —Pero eres un mierda.
Al pasar por su lado le empujó con fuerza del pecho y le apartó de su camino, y Reiner estuvo a punto de cogerla del brazo y retenerla a su lado, pero sería de locos. La vio corriendo para marcharse y bajó la cabeza. Dos papelitos cayeron cerca de sus botas. Parpadeó y se agachó a recogerlos, eran las entradas que Hitch había comprado. Haciendo de tripas corazón, las rompió en añicos y esos añicos los llevó guardados en el puño. Al salir al exterior del establo montado a caballo vio angustiado que Hitch se desquitaba llorando mientras Armin la abrazaba, preocupado. Ni él ni Mikasa pidieron explicaciones, sólo se quedaron ahí consolándola. Armin vio cómo Reiner lanzaba los añicos de las entradas al césped y golpeaba la ijada del caballo para irse, pero hasta por el rabillo del ojo pudo observar cómo el otro rubio le miraba con desprecio… y también con inquietud. Armin, que no estaba enamorado de él, era incluso capaz de sospechar que algo más ocurría ahí.
Esa noche Reiner se hubiera lanzado al mar de no ser porque tanto Hitch como Pieck eran vidas importantes para él, y no deseaba verlas morir ni en el retumbar ni en ninguna trifulca real bajo el delito de traición. Si algo así pasaba, seguiría siendo por su culpa. Pero toda la noche se martirizó aún más, recordando el llanto de Dreyse en el hombro de Armin, desconsolada. No tenía que haberla insultado.