CAPÍTULO 26. El fin de los titanes
Cinco meses después
Un fuerte temblor sacudió el bosque. Cientos de pájaros sobrevolaron la ciudad interior. Que el golpe se hubiera sentido en el mismísimo muro Sina sólo podía significar una cosa: las murallas de la periferia habían tenido algún percance. Connie Springer detectó una fuerte humareda a lo lejos desde su cofa de vigilancia de Trost, y entre los millares de cipreses tan elevados, el humo dejó entrever algo que lo colapsó. Dirigibles.
—¡Señor! ¡Veo… veo dirigibles en esta dirección!
—¿Qué…? —A Levi se le achinaron los ojos al captar las pequeñas figuras que avanzaban hacia el distrito. Aún estaban lejos, pero cuando pareció ver que una escalerilla de mano se desplegaba de uno de ellos, un enorme estruendo les tiró a los dos, haciéndoles perder el equilibrio. Ya no se lograban ver los suaves montículos montañosos ni apenas el cielo. Todo se sumió en explosiones y una densa humareda.
—¡Iré a dar la señal de alarma! ¡Que todo el mundo prepare a los caballos!
—¡Sí, señor!
La paz había durado lo que habían durado todos los preparativos en una cabeza maquiavélica. Eren Jaeger había avisado a los que consideró necesario avisar, pero el plan irreversible ya había arrancado. Entre los picos más altos a los que llegaba el denso humo por fin pudo avistarse algo más: las cabezas pequeñas de los colosales, pegadas a sus apoteósicos cuerpos.
Aquello era el Retumbar.
La destrucción de la población a favor de la minoría había comenzado. Pero para arrancar se necesitaba salir de la isla. Y eso provocaría también múltiples daños a los campos donde creció. Ya nada más importaba. Eren era el pontífice de aquella misión y no fracasaría. Todo estaba hilado en su cabeza. Con lentitud, los pasos titánicos de los colosales fueron carcomiendo terreno. Absolutamente todo era destruido a su paso. Ningún árbol en pie, ninguna casa, ningún animal, todo era aplastado y sellado en la tierra. La muralla de Sina también se rompió en último lugar, y al ser la más interna, era la que tenía a los titanes que más mundo destruirían a su paso. Sabía quiénes iban a fallecer con cada pie depositado sobre otro pero hacía ya tiempo que muy a su pesar, había aceptado cargar con la culpa.
La Policía Militar y el Cuerpo de Exploración poco podían hacer ante aquella salvajada… ya era tarde. Trataron de poner a salvo los infinitos heridos y rezar porque los colosales pasaran de largo y les dejasen atrás. Los ciudadanos y las propias tropas desconocían el plan maestro, y en su burbuja de miedo debían quedarse. Reiner, Hange, Levi y Connie lograron matar a tres colosales entre los cuatro, pero era imposible que se deshicieran del millar de almas hechas titán que había allí. ¿Por qué la maldición de los 13 años no se había cumplido con todos ellos? Reiner se quemó el brazo con el vapor de la nuca de uno de ellos y se alejó de inmediato. Vio a Annie a lo lejos, cargándose en la cintura el equipo de maniobras, y decidió acercarse. También estaba Zoe.
—Tengo que poner a salvo a Hitch. Hange, volveré en cuanto pueda.
—¡Lo entendemos! —gritó la comandante, preocupada en ese momento de que uno de los colosales no la atrapara con el brazo. Por suerte, otro de los dirigibles que veía en el cielo sí lo reconocía. Ella ya se olía que toda aquella locura del retumbar iba a tener lugar pronto. Armin, Onyankopon y Yelena estaban intentando no bajar demasiado el dirigible para que pudieran salvarse sus amigos. Pero no contaban con la intensa humareda que habría en el momento de hacerlo.
Cuando hubo unos segundos de paz en el aire, Reiner descargó el gancho al llegar a la superficie y alcanzó corriendo a Annie del hombro, girándola algo fuerte. Ésta le miró de arriba abajo.
—¿Y Hitch?
—Tiene el equipo de maniobras, pero la explosión del retumbar le ha pillado fuera del muro Sina.
—¿QUÉ? ¿ACASO NO LE DIJE QUE SE QUEDARA EN TODO MOMENTO EN EL INTERIOR?
—Ella toma sus propias decisiones —se soltó de él, sacando las hojas de su equipo. Le señaló con una de ellas. —Nadie se esperaba que un día de la nada, después de 5 meses pasara esto. Si la encuentras antes que yo, llévala al cuarto dirigible, está Armin adentro.
Reiner asintió fastidiado y enseguida sus caminos se separaron. La muerte y la destrucción aumentaban radicalmente cada vez que un nuevo paso de alguno de los colosales se aplastaba contra la tierra, cada vez en más cantidad y cada vez más cerca, hasta que Reiner sintió que los temblores ya no paraban.
—¡¡Hitch!! —llamó sin parar a cada sector de Stohess que dejaba atrás. Lo que quedaba del muro Sina era sólo escombro. Los titanes hacía rato que habían pasado por allí, pero permanecía en el ambiente una humareda que dificultaba la respiración. A su paso por las calles destruidas veía y escuchaba lamentos de alguien a los pies de algún muerto y con eso notó que el corazón se le encogía. Cráneos reventados, cuerpos convertidos en plastilina, humanos reducidos a cenizas por cercanía a la piel del colosal. Lo que más se encontró fue cuerpos convertidos en tapices planos. Y más hacia la periferia, la locura hecha humanidad. Los supervivientes atracaban negocios, robaban a otros más débiles y forcejeaban entre sí por unas monedas, o cualquier objeto de valor que pudiera asegurarles un futuro, la reconstrucción de sus casas o simplemente un carruaje en el que escapar lejos de todo aquel susto. Un forastero intentó robar por la espalda a Reiner, pero éste se giró y lo redujo con un solo brazo, apartándolo de su camino.
—¡Hitch! —volvió a gritar a pleno pulmón, pero su grito se perdió entre el griterío de las otras cientos de personas que corrían asustadas de un lado a otro. Parecía el fin del mundo… y realmente lo estaba siendo de alguna manera cruel.
—Rein… ere…eres…¿tú…? —el rubio se giró y vio a un policía militar tirado en el suelo con las dos piernas fracturadas. Inmediatamente se agachó a su lado y sacó de su bolsa una cantimplora, pero éste negó con la cabeza. Hizo un esfuerzo por hablar.
—¿Por qué no habéis subido a los dirigibles que eran para la Policía Militar? ¡Maldita sea!
—No pudimos… el retumbar… fue más rápido que los dirigibles… y… bandidos del mercado negro nos han atracado cuanto han podido. —Tosió cerrando los ojos y alzó un dedo en dirección al lago. Cuando Reiner siguió el dedo con la mirada casi se le salen los ojos de las órbitas. La vio. Ni siquiera contestó al hombre. Se puso en pie de un salto y corrió como un guepardo tras su presa, abalanzándose encima del malnacido que estaba ahogando a la mujer en el lago. El hombre, aturullado, se puso en pie y también forcejeó con el rubio, al hacerlo se le abrió la argolla de su capa, que Reiner supo de inmediato que era robada pues no era de su talla. Cuando el ladrón intentó responder el soldado esquivó a un lado y le impactó un potente puño en la barbilla que tiró al suelo al otro de inmediato. Aprovechó que lo dejó adormilado para meter las manos bajo el agua y sacar el cuerpo de Hitch. Por su inexpresividad facial supo que había tragado agua. Respiró con dificultad de lo nervioso que estaba. La tumbó boca arriba y presionó en el punto exacto del pecho para hacerle expulsar el agua. Al tapar la nariz con sus dedos y pasarle su aliento a la boca, con toda la fuerza que tenía en sus pulmones, la notó moverse. De inmediato volvió a su pecho, y al presionar la segunda vez la mujer expulsó el agua, despertando en el acto. Tosió sin parar y siguió expulsando agua, y sólo entonces, Reiner se giró al malhechor y le cerró el cuello con sus manos, metiéndole la cabeza en el lago.
—Te crees muy valiente intentando robar a una embarazada, ¿verdad, hijo de perra? ¿¡Verdad!?
—Para, Reiner…
—NO. Que sepa lo que se siente. —Apretó más fuerte, hasta que el hombre empezó a dejar de patalear. Hitch lo agarró de los brazos y entonces el más alto lo soltó, dejando que el bandido saliera tosiendo medio ahogado. Enseguida le quitó la navaja que llevaba en uno de los bolsillos y una bolsa de monedas, que supo que eran también de Hitch. Recogió la capa de la orilla y la tomó de la mano, marchando al punto de encuentro con los demás.
Eren observó a una distancia prudente lo que ocurría en otro de los dirigibles que no estaba a su servicio. Floch había muerto por mano de Mikasa. Esperable. A Reiner le quedaba poco para utilizar su acorazado. Vio cómo entre tres soldados ayudaban a Dreyse a subir a bordo de uno de los dirigibles, y éste en concreto fue el primero que cambió el rumbo y huyó de aquel nido de colosales. Eren cerró los ojos, dándoles el tiempo justo para escapar antes de poner la segunda parte de su plan en marcha. Sus recuerdos no llegaban a tanto como para saber qué sería de ese hijo que la rubia esperaba… pero si podía evitar la muerte de todos ellos, lo haría. Sería reconocido como el mayor genocida de la historia, pero no era un asesino. Eso lo sabía bien. A pesar de ello… la guerra del fin de los titanes había comenzado.
El fin de los titanes
Al cabo de veinticuatro horas los bombardeos acabaron. El incendio de las múltiples construcciones marleyenses se había extendido hasta convertirse en el incendio forestal y todas las casas de las colinas fueron arrasadas. Cientos de miles de pueblerinos fueron aplastados y las calles eran una densa e interminable alfombra de capas de cuerpos aplastados unos sobre otros. Los que no habían muerto en el acto habían sido los más desafortunados. Nadie de la población de Marley saldría bien parado de una situación como aquella, ni siquiera los pocos supervivientes. Los demonios de Paradis, de algún cruento e inesperado modo, habían ganado. Y todos los cambiantes eldianos que habían formado parte de la historia de los titanes en los últimos 2000 años habían tomado partido en ese desenlace.
Hitch jamás había sentido semejante miedo e impotencia como la de esperar a que Reiner volviera a dar señales de vida. Permaneció el día completo junto a otros supervivientes eldianos y marleyenses muy cerca del puerto, en los únicos barcos que no habían sido saqueados. Yelena tenía encargado velar por la vida de ciertos intereses políticos de Paradis, como los Azumabito, Historia Reiss y algunos policías militares, entre los que se encontraba Dreyse. Trató de no acercarse demasiado a ella, aunque tras el claro cambio de planes de Eren Jaeger, cambios que no le había dicho ni a ella, la tensión se palpaba demasiado en el ambiente, todo el mundo sentía que iba a morir y Hitch estuvo al borde de la ansiedad, no sólo por su vida, sino por el futuro incierto que tenía por delante y lo preocupada que estaba por Reiner y el resto de sus compañeros. Yelena tocó el hombro de la policía militar y ésta le miró con cierto coraje. El mar aún tenía que estar varias horas agitando la embarcación hasta que las pisadas de los colosales dejaran de sentirse.
Pero finalmente, y después de las incontables muertes, la maldición de los titanes había desaparecido. Todos los eldianos supieron inmediatamente la verdad. La existencia de otras razas siempre había estado más cerca de lo que creían.
—Así que Hange se sacrificó por los soldados más jóvenes.
—Para que pudiésemos escapar. Pero prefiero seguir recordando esa historia en soledad, si no os importa —respondió Mikasa, frotándose con pesadez la mitad del rostro.
Nadie osó decir una palabra frente a ella. Muchos habían perecido en la guerra y por supuesto, el creador de un plan tan loco no podía ser otro que el primero que se prometió a acabar con los titanes… y el mismo que había muerto defendiendo la causa. Nadie se sentía del todo feliz, eso era imposible. Aquel encuentro entre viejos camaradas había tenido lugar para honrar a los que un día vivieron por la causa. Sin embargo, ya era hora de marchar. Mikasa se fue sola seguida por Jean, y los demás simplemente volvieron a sus casas.
Los meses pasaron.
—Estás enorme… —Annie sonrió con tranquilidad al palpar el vientre abultado de su amiga. A Hitch se le escapa una boba sonrisa cuando sacaban a relucir el tema de su embarazo. Había estado colmada de atenciones los últimos meses, especialmente por sus amigos y por Reiner. —¿Te trata bien ese inútil?
—Annie… no seas mala.
—Hm. Qué blanda te has vuelto. —La miró divertida y sonrió un poco, aunque sus mejillas se ruborizaron al sentir el brazo de Armin envolverla del cuello.
—Dejemos de molestar a la parejita. —Murmuró Armin cerca de su oído.
—Mira qué dos pequeños gatitos. A cuál más enternecedor —se oyó la potente voz de Reiner, que en ese momento apareció a espaldas de Hitch y unió sus manos en el vientre de su novia. Acarició despacio y dejó varios segundos allí las manos, y se inclinó para besarla en la mejilla. —¿A qué estáis esperando vosotros dos? ¿Eh? ¿Annie?
Tanto Armin como Annie se pusieron rojos como un tomate ante semejante pregunta.
—Nunca. —Dijo seriamente la rubia, mirando mal a Reiner.
—Sí, bueno… al final te acabarán pillando desprevenida y ya verás. O qué te crees que me pasó a mí. —Hitch explotó en una carcajada, subiendo el hombro al sentir el cosquilleo de los besos de Reiner.
—Bueno… erm… quién sabe, yo… a veces lo intent-…
—¡Armin! —dijo avergonzada Annie al prevenirle de que hablaran de algo más íntimo y personal, Hitch miraba elevando las cejas a uno y a otro, acariciándose el labio con la lengua. De repente dio un respingo y bajó la mano a su vientre, al notar algo.
—Au…
—Qué patada. Cómo se nota que viene otro guerrero en camino. Es un niño. —Asintió Reiner divertido.
—Perdona, pero yo también daba guerra a mi madre desde dentro… ¡já! —le quitó divertida las manos y fue a sentarse.
—Chicos, nos vamos… os dejamos en vuestro casoplón. —Poco a poco los invitados fueron desalojando la casa de campo de Hitch, donde Reiner actualmente vivía con ella. Los últimos meses había ayudado a reconstruir la ciudad, por fin desprovista de murallas, y le había sido asignado un puesto como policía militar junto a la protección de los nuevos políticos y de la reina Historia. Cuando miraba a Hitch a veces, se preguntaba qué locuras tenía que pasar a veces por la mente de Mikasa al haber perdido a su amor. Nada de aquello sería fácil en muchos más meses y años. Inspiró hondo, hasta él echaba de menos a Eren. Le había enseñado más de él mismo de lo que cualquiera hubiera podido.
—No es broma, creo que ya me queda poco… —murmuró la melodiosa voz de Hitch, de pie frente al espejo. Reiner sonrió y evaporó cualquier mal pensamiento de su mente. Se acercó a los labios de Hitch y la besó dulcemente, rodeándola con los brazos. Notaba aquel enorme barrigón entre ambos e instintivamente le abrió la chaqueta, volviendo a poner sus grandes manos en su vientre.
—Pues sí, esto va a reventar en cualquier momento.
—Anoche tuve contracciones…
—¿De verdad? Pediré unos días libres —le prestó atención, retirando un mechón de su cabello hacia un lado. Le acarició la mejilla.
—Sí, unas pocas… me costó dormir —le miró con una sonrisa leve, pero se borró un poco.—No he roto aguas. Pero no te voy a mentir, tengo un poco de miedo, yo…
—Voy a estar contigo… tranquila. —Sobó con el pulgar su mejilla y sonrió.
—Ya… —dio un breve suspiro y también sonrió, mirándole a los ojos. —Sólo… sólo quiero que todo salga bien. No sé si seré lo suficientemente fuerte. Un parto nunca es fácil.
—Podrás insultarme y pegarme todo lo que necesites. Quiero que te olvides de todo eso ahora, ¿estamos? Eres plenamente capaz. A mí no se me olvida lo fuerte que eres —se adelantó a su mejilla y rozó con los labios. Escuchó que Hitch volvía a suspirar, era normal que estuviera un poco tensa.