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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 27. Un amargo reencuentro


Reiner llegaba tarde y se maldecía por ello. Las noticias del parto de Dreyse habían llegado por parte de Armin, quien había dejado a Annie y a dos médicos marleyenses atendiéndola para que todo fuera lo mejor posible. La tecnología marleyense no había avanzado demasiado en ese sentido: un parto seguía siendo un parto, no había secretos para soportar el dolor ni anestesia viable. Tener un hijo era una tortura con final feliz, pero una tortura al fin y al cabo.

Reiner cruzó medio valle junto a Armin, pues le pilló en mitad de una misión que se alargó mucho más de la cuenta.

—Armin, cuando te fuiste, ¿cómo la viste?

—Tranquilo, Reiner —sonrió un poco para infundirle calma, mientras el coche avanzaba a toda velocidad por esos caminos de Paradis a los que los neumáticos no estaban acostumbrados aún. —Todo irá bien. Hitch es muy fuerte.

—Lo sé, pero le dije que estaría a su lado y no lo estoy. Maldita sea. Me odiará.

Al cabo de dos horas de camino lograron llegar al cuartel de la Policía Militar, lugar donde Hitch había roto aguas. Facilitaron una cama y como el equipo médico estaba mucho más cerca que de su propia casa, todo se organizó para ser atendida en una de las habitaciones. Cuando los dos soldados rubios entraron, Armin corrió al lado de Annie, que estaba tocando la frente brillante de Hitch. Reiner se quedó en primer lugar sorprendido ante la cantidad de artilugios desconocidos que el marleyense estaba empleando, pero antes de decir nada un fuerte grito de su novia lo alarmó y avanzó a su lado, agachándose y tomándole la mano. Hitch dejó de gritar y dejó caer con fuerza la cabeza a un lado, el pecho subía y bajaba con mucha rapidez.

—Estoy aquí. Estoy aquí, mírame.

Hitch apretó su mano y dirigió sus ojos cansados y enormes hacia él, asintiendo como pudo. Pieck entró fortuitamente a la sala, con el pelo recogido y se sentó al lado del obstetra que estaba frente a la entrepierna de la madre primeriza.

—¿Cómo va?

—Va muy bien. Tiene que empujar, el bebé está bien colocado.

—¿Has oído nena? Como practicamos —susurró Reiner, acariciándole la mano con el pulgar, pero Hitch estaba muy concentrada en sus respiraciones discontinuas.

—Es inaguantable, primera y última vez que me haces pasar por esto… —se quejó con la voz arrastrada, cerrando los ojos. Tomó un impulso y empezó a empujar largamente, todo lo que pudo, Reiner observó algo nervioso cómo Pieck ayudaba en la labor. Sabía leer muy bien la expresión de su amiga morena, así que si algo iba mal lo sabría. Pero de momento no detectó nada sospechoso. Hitch empezó a sollozar angustiada y su novio la besó en la mejilla, hablándole con ternura.

—Esto no es nada para ti. Haz como acordamos, si tienes que pegarle a alguien, ya sabes… a Annie. —La señaló con el dedo, Annie puso los ojos en blanco y se separo de los dos, asomándose a ver cómo iba el alumbramiento. Su rostro sí cambió, jamás había visto algo así. Un ser vivo estaba saliendo del largo y delgado cuerpo de su amiga. Ni siquiera supo cómo alguien como Hitch podía abrirse tantísimo, pero tuvo que sostenerse a algo para no desmayarse.

—¿¡Qué demonios ocurre!? —clamó Reiner, mirando enfadado a Leonhart.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —dijo Hitch desconcentrada, a lo que Pieck le dio un empujón suave a Annie para que se retirara.

—Hitch, lo estás haciendo genial, tranquila. Respira hondo, cálmate y vuelve a empujar muy fuerte.

La joven asintió, aunque cuando empezó a retener aire en los pulmones y a empujar, notó un fuerte dolor y un tirón. Trató de no focalizarse demasiado, pero el dolor empezó a ser tan intenso que paró de empujar de repente y comenzó a llorar sin poder evitarlo, teniendo un amago de cerrar las piernas.

—No, Hitch. Son los hombros, tranquila. Lo peor ya está… un último esfuerzo.

Reiner miró ceñudo a Pieck, algo no le cuadraba. Pero no iba a dejar a Hitch sola. Le apartó el corto cabello rubio y sudoroso que le cubría y apretaron sus manos a la vez cuando hizo ese último esfuerzo.

—Eso es… bien, Hitch, muy bien. Dame las tijeras. —Esta vez habló por primera vez el marleyense. Pieck le entregó las tijeras pensativa, se miraron mutuamente. Reiner estaba que explotaba de la maldita intriga, tenía miedo y nervios pero no quería asustar a su novia, ya bastante le estaba costando traer a aquel bebé al mundo. De pronto las voces del pasillo de sus compañeros expectantes callaron, sólo se escuchaba en la habitación la respiración sin resuello de Hitch, que yacía tumbada y boqueando, recuperando el oxígeno como podía. Reiner le acarició el rostro a la chica y se acercó a darle un beso.

—¿Está todo bien…? Tú, quien seas… dime algo… —murmuró agotada Hitch, sin prestar atención a Reiner. Se estaba dirigiendo al enfermero, pero éste dio un empujón al bajo vientre de Hitch para facilitar la salida rápida de la placenta. Reiner giró también el rostro a ambos, aunque al erguirse un poco vio el cuerpo de un bebe con la piel pálida y azulada que no lloraba. Hitch hizo un esfuerzo horrible por incorporar un poco el cuerpo y al verlo se cayó con fuerza sobre la cama, empezando a tener un ataque de nervios. Su hermano. Era el mismo color. No tenía ninguna duda.

—Por favor, dime que… que está… Pieck… por favor… —sollozaba Hitch entre lágrimas, sin parar de compungir y contraer el cuerpo por el llanto.

—¡Tranquila! Tranquila, Hitch… —se apresuró a consolarla Pieck, con una calmada sonrisa. El enfermero sacó de su botiquín unas gotas que rápidamente hicieron tragar al recién nacido. Casi como por arte de magia, el bebé empezó a mover torpemente los dedos y las piernas, y su minúsculo abdomen dio un respingo. El rostro finalmente se le contrajo en una expresión de incomodidad y empezó a llorar, haciendo sentir a ambos padres un profundo alivio. Reiner había estado atacado esos segundos, sintiéndose un completo inútil.

—Esta enfermedad ocurre a algunos eldianos. Está bien estudiada en Marley. —Comentó el enfermero, apoyando al bebé en una tina para poder limpiarlo bien, así como sus oídos y sus orificios nasales. —Nacen azules por la falta de oxígeno, sólo necesitan unas gotas de este medicamento y enseguida todas sus vías respiratorias se ensanchan con naturalidad. Sólo ocurre cuando son pequeños.

Hitch aún con los ojos enjuagados en lágrimas seguía agarrando a Reiner con fuerza, mirando a su hijo como si temiera tocarlo. Pero Reiner, infinitamente calmado y feliz, se apartó de ella y fue a conocer a su hijo de cerca. Un varón, tal y como esperaba. Pieck se lo entregó con sumo cuidado y al tenerlo en las manos tuvo una sensación que le llenó de cabo a rabo, maravillado. Despacio se movió hacia Hitch y lo puso en su regazo para poder admirarlo juntos. Por su parte, ella había tenido un fulminante recuerdo de su hermano pequeño, que de haber seguido vivo tendría poco más de siete años. No quería desechar su recuerdo, pero saber que esa enfermedad se transmitía en su familia le daba pánico, no podía creer que su pequeño también la padeciera.

—Hitch… eres madre. Es nuestro bebé. —Susurró Reiner con calma, besándola cerca del oído. Sabía que acababa de pasar mucho miedo, pero cuando la miró tras decirle eso sonrió, pues la vio emocionada.

—Sí… —respiró profundamente, en ese momento todos sus dolores habían desaparecido. Apenas se creía que fuera madre, ella, precisamente ella, que no se veía formalizando ni una pareja. Estudio las facciones de su hijo por primera vez, maravillada de todo su ser. Los párpados aún estaban algo hinchados, las pestañas eran rubias y casi traslúcidas, y el escaso pelo que recubría su cabeza también era claro.

—Y ni un solo punto. Has dilatado como una campeona. —Dijo Pieck asintiendo orgullosa, dejándole el medicamento en la mesita de noche. —Cada 8 horas el bebé tiene que ir tragando esas gotas para evitar que se haga daño en la garganta tosiendo. Siempre llevad varios encima, si se acaban y tiene que respirar mal, se arrastra la enfermedad con todas sus consecuencias y generalmente esas víctimas sin medicación no llegan a los dos años de edad.

Cuando Pieck terminó de decir aquello y miró a la recién parida vio un halo de desconsuelo en su mirada, como si algún mal recuerdo asolara su mente. Y acertaba de pleno, pero a pesar de ello, la joven acabó curvando una tenue sonrisa cuando su pequeño le apretaba el índice con la manita.

—Qué fuerza…

Reiner se inclinó suspirando conmovido y pasó también un dedo por la mejilla tersa del bebé, que bostezó en respuesta.

Unos días más tarde

—Es todo un campeón… yo supe siempre que iba a ser un niño —dijo Reiner, cargando al bebé en un solo brazo. Apenas tenía unos días de vida, pero según el médico, era bastante grande y saludable. —Mira qué porte… este podrá hacerte frente en un pulso pronto, Armin. Sacará mis bíceps.

—Por su bien esperemos que sea mejor luchando que tú —saltó Annie, defendiendo a un Armin ruborizado. Se encontraban en una panadería. —¿Cómo sigue Hitch?

—Adolorida, pero feliz. Aunque lo quiera ocultar se le cae la baba con él.

Armin sonrió, agarrando la manita del neonato con suavidad. Estaba plácidamente dormido. Cuando el panadero le dio el pedido a Braun, tomaron las bolsas y se giraron.

—¿Ese es el hijo de Hitch? —dijo una voz ajena, que hizo que todos se voltearan hacia la puerta. —¿Hitch Dreyse, la policía militar?

—S-… —empezó a decir Reiner.

—¿Quién pregunta? —atajó Annie, sospechosa. No conocía a aquella mujer.

—Martha Abdel. Esposa de un difunto que ella conoció muy bien. Éste es mi hijo. —Señaló con el mentón a un chaval de no más de dieciséis años, con rasgos bastante endurecidos para la edad que tenía. Annie guardó extremo y cauto silencio, mirándola con fijeza. —Me gustaría tener una charla con ella a solas, si es posible.

—No es posible —contestó Annie, haciendo que Reiner tomara mejor a su hijo, desconfiado. Si Annie sospechaba era por algo y no le gustaba cómo le miraban aquellos dos.

—Oh, tranquila. No le haré daño. —Murmuró la mujer, con un tono extraño. Armin frunció el ceño y se puso al lado de Reiner, tapando también al bebé. La señora que hablaba lograba hacerlos sentir incómodos a todos.

—Y nosotros tampoco a usted —concluyó la rubia.

—Annie —la regañó Armin por lo bajo. —No amenaces así, no sabemos quién es.

—Es la esposa del antiguo comandante de la Policía Militar. Yurp. El hombre que abusaba de ella.

Al hijo de Yurp se le apretaron los dientes inmediatamente.

—Esa zorra quería ascender en el escalafón a todo coste y le sedujo.

Reiner cambió su expresión por completo, colmándose de rabia. No podía hacer nada con un bebé en las manos, y tampoco quería que le vieran el rostro. Pero aquella frase sobraba, le daba igual que la dijera un criajo.

—Si buscas venganza, cóbrala en mí. Yo reventé la cabeza de tu padre. —Dijo Annie frívolamente, haciendo que Armin sudara frío.

—Annie…

—Annie… —repitió Reiner, mirándola preocupado. El chico trató de abalanzarse sobre la rubia, pero antes de que se acercara la madre lo cogió del pescuezo, volviéndolo a su lugar.

—Es sólo un niño enfadado. No hagan caso. Busco a Hitch porque quiero hablar pacíficamente con ella. Y lo haré de un modo u otro, pero preferiría tener un encuentro consentido por su parte, a tener que forzarlo yo. —Miró a Reiner a los ojos. —Si tengo que forzar un encuentro, les prometo que no será agradable para ninguno. Mi marido no merecía morir.

—Tu marido… el hombre que te engañaba… y que trató de violar a Hitch cuando tenía la misma edad de tu hijo… ese hijo de perra merecía morir por todo lo alto, le habría matado con mis propias manos si hubiera sab…

—Reiner —dijo Armin, tocándolo del hombro. —Por favor, chicos, basta. Vámonos de aquí.

—Recuerden lo que les he dicho —dijo la mujer, sin verse afectada en absoluto por lo que Reiner decía. —Mi marido tenía una clara debilidad por las mujeres descaradas como ella. Pero no gastaré tiempo hablando con ustedes de esos pormenores.

Armin empujó cuidadosamente a Reiner hacia la salida, oliéndose que aquello podía acabar muy mal. Annie se quedó de pie tranquila, mirando muy fijamente a madre e hijo. Así que Armin trató de agarrarla de la mano para llevársela también. Cuando Annie empezó a andar lentamente junto a él, echó una mirada directa al hijo de Yurp. Parecía desbocado y dolido. Ese niño era peligroso y daría problemas. Sabía verlo.

Casa de Reiner y Hitch

—Tranquila, Hitch. No nos han seguido, hemos estado atentos a eso —murmuró Armin, dejando el pan recién comprado en la encimera. Al girarse vio que Reiner estaba callado y mordiéndose la lengua, aún cabreado. Le lanzaba trocitos de pan a los patos que a veces paseaban por allí por la cercanía al lago. Y Hitch miraba con preocupación la cuna donde dormitaba su pequeño.

—No me importaría si sólo se tratara de mí —suspiró y se encogió un poco en el sillón, flexionando las piernas. —Tengo un bebé. Si él corre peligro… no sé qué…

—Si se acercan aquí acabaré de raíz con esto —farfulló Reiner, negando con la cabeza. Hitch suspiró.

—Es increíble que ese hijo de perra siga dándome quebraderos de cabeza después de muerto y cinco años más tarde. Qué estrés…

—He visto la mirada de ese niño. Aunque la madre quiera algo pacífico, él no lo querrá —aseguró Annie, humedeciéndose los labios. Armin le dio un toque en el hombro. Y por su parte, Reiner soltó el pan en la encimera y se agachó al lado del sillón de Hitch, acariciándola de la mejilla.

—Hitch, tranquila. Sé proteger a mi familia. Quiero que estés tranquila.

—La veré. Si lo que quiere es un encuentro, se lo daré. Pero no voy a permitir que se acerque a mi casa ni a mi hijo —murmuró mirando a Reiner a los ojos de repente.

Reiner suspiró y miró de reojo la cuna.

—Estás prácticamente recién parida. No me fio de lo que esa mujer o ese niñato puedan hacerte en tus condiciones. Iré armado donde sea que ocurra ese encuentro.

—Tú te quedarás con él —señaló con el mentón la cuna. —No voy a prolongar esta estúpida conversación.

—Tú harás lo conveniente y yo también —manifestó Annie irritada, sintiendo que gran parte de lo que ocurría era por su decisión de aquel entonces. —En algún momento tendré que hacerme cargo de lo que hice. Lo acepté en su momento pero nunca tuve que enfrentar las consecuencias.

—¿Quieres callarte, Annie? —gritó Hitch, poniéndose en pie rápidamente. Al hacerlo tan deprisa sintió una punzada en el bajovientre, aún estaba dolorida del enorme proceso que conllevaba sacar a otro ser humano del cuerpo. Cerró los ojos y se tocó, suspirando. —Cállate. Hiciste lo que yo hubiera hecho en tu lugar. No quiero que te involucres.

—No voy a dejar que corras peligro. Es mi última palabra —dijo Annie sin mirarla.

—Y yo no voy a dejar que mis amigos se sigan sacrificando por mí. Entré a la Policía Militar por medios de los que nunca me he preocupado. Sospechaba que tarde o temprano algo similar podía ocurrir. No quiero que interfieras, Annie. Y esa es mi última palabra.

—Sea pues.

—¡Basta! —Armin frunció el ceño, poniéndose entre las dos. Finalmente miró a Hitch. —Por amor del cielo, ¿cómo puedes decir que sólo es asunto tuyo? ¡Ese hombre intentaba violarte! Eso jamás será tu culpa, a nadie le importa ya cómo hayas entrado al cuerpo militar. Te ayudaremos.

—He dicho que NO. —Hitch levantó tanto la voz y se puso tan seria, tan irreconocible, que Armin se achantó y dio un paso atrás. Hitch tenía el ceño fruncido y los miraba a ambos como si estuviera muy iracunda. —Fuera de aquí. No quiero enterarme de que hacéis nada. NADA. ¿Entendido? —señaló a Annie de repente. —Me da igual el cargo de culpa que tengas por lo de Marco, que ahora hagas esto para expiarte es muy egoísta. Y ahora lárgate.

Annie cambió por completo la expresión del rostro, afectada. Abrió los ojos mirándola fijamente, y Armin también miró a Annie, preocupado.

—No la escuches, Annie —murmuró Reiner. —Yo tuve la culpa de aquella muerte más que nadie. Hitch. Basta.

—¡Fuera los dos! —gritó exasperada, hacía mucho que Reiner no la veía tan fuera de sus cabales. Annie miró a Hitch largamente antes de irse, y dio un portazo. Armin, que iba a detrás, les miró antes de volver a abrir la puerta.

—Ese tema de Marco… —apretó los labios. —Hitch, te has pasado.

—Así es —dijo indiferente.

Armin sonrió dulcemente, mirándola con cierto esfuerzo.

—Pero yo no soy tonto. Sé lo que pretendes —murmuró bajando el tono de voz para que la otra rubia no le oyera desde fuera. —Eres muy inteligente, ¿verdad…? Siempre lo has sido.

Hitch apretó los puños, respirando hondo. Reiner entendía a duras penas una conversación entre aquellos dos intelectos sociales. Armin asintió vagamente, mirándola.

—Por muy mal que la hayas hecho sentir hoy, te va a ayudar. Aunque se enemiste contigo de por vida. Es mucho más cabezota que tú. Siento que hayas tenido que recurrir a la carta de Marco para espantarla. Pero lo más triste es que no te funcionará. Espero que… sepas pedirle perdón llegado el momento—dijo Armin despacio, y salió pacíficamente por la puerta. Hitch bajó la mirada y se dejó caer en el sillón de golpe. Reiner la tocó de las rodillas, mirándola bien.

—Hitch… tienes que estar tranquila, te lo repito. Voy a proteg… —se le cortó la voz cuando la chica le cogió del cuello de la camisa, girando el puño y atrayéndolo hacia ella.

—Tu único deber es protegerle a él. No quiero que hagas nada más tú tampoco. Si te pasa algo o le pasa algo a él no me lo voy a perdonar. Tu única prioridad es tu hijo, y te lo juro por lo más sagrado, Reiner Braun, que si algo le pasa por no centrarte en él, te voy a matar.

Reiner abrió los ojos alucinando, siempre había sabido que Dreyse tenía un fuego interior bien disimulado, sabía que tenía una mentalidad muy fuerte… y que era capaz de cosas increíbles. El fuego ahora lo veía en su mirada, pero no se dejaría amedrentar. Sonrió y le tocó la mano con la que le agarraba, acariciándola.

—Mi prioridad es mi familia. Y no de manera individual. —Frunció el ceño, mirándola para infundirle seguridad. —No me subestimes, preciosa. Ni a mí ni a Annie.

Hitch no subestimaba a ninguno de los dos, pero no quería más muertes. Odiaba las muertes.

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