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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 28. Una mente digna de una policía militar

Cuartel Militar, sala de espera

Hitch estaba francamente nerviosa. Desconocía la apariencia de la mujer, y le desconcertaba por completo que pidiera verla en el mismísimo cuartel general, aunque por otro lado lo consideró más seguro.  Al cabo de una media hora, dirigió los ojos al mostrador principal. Las dos figuras que se acercaban desde allí la intranquilizaron. A ella no le hubiera dado ningún interés si la veía pasar, pero a ese niño… ese niño era una versión física de su padre, veinte años más joven. Su expresión era idéntica. De mayor sería igual que él, tenía la misma mirada odiosa y prepotente. Hitch empezó a ponerse en pie despacio, hasta que la mujer la sonrió de oreja a oreja.

—Ya veo. Alta y delgada hasta después de parir. Y rubia. Cómo no —le tendió la mano, pero Hitch se la quedó mirando sin ningún amago de darle la suya. Al final la mujer la bajó y se sentó en el sillón de delante. Dreyse no dijo nada y al final fue la mujer la que volvió a intervenir. —Eres muy hermosa. Como tantas otras con las que mi difunto marido estuvo engañándome.

Hitch frunció las cejas, estudiándola con la mirada. En cautela y completo silencio.

—Sé que el que mi marido se fijara en ti no fue una casualidad. Eres su tipo. Era… de inclinación sexual bastante fácil, ¿verdad?

No respondió.

—Debes de estar adolorida —arqueó las cejas, y señaló con la mirada su barriga. —Aún se ve algo hinchada. Duele sacar a otro humano del cuerpo, ¿verdad? Una se siente… poderosa. Cuando tiene un hijo. Y a la vez muy débil. Nuestros hijos son nuestra fortaleza pero también nuestra debilidad. Tú lo sabrás muy bien ahora, que tienes un bebé tan inocente y pequeño al que cuidar.

Sintió un nudo ascenderle por la garganta, el hecho de que mencionara a su bebé la preocupaba demasiado.

—Sí —respondió.

—Ah, ¡vaya, pensaba que hablaría yo sola en todo el encuentro! ¡Tienes lengua!

—Como sabrás… no hice nada a tu marido.

—Sé que no te fijarías en alguien como él. Era mucho mayor que tú. Lo que te interesaba era… lo que podías conseguir con su rango, ¿verdad?

La rubia frunció las cejas débilmente, respirando despacio. Tenía que pensar muy bien lo que iba a responderle.

—Él…

—Él abusó de ti. Lo sé. Si te digo la verdad… no me importa. —Sonrió mordaz. —Pero de una forma u otra murió y nos dejó bastante… pobres.

—¿Es eso? ¿Queréis dinero? Podremos entendernos fácilmente.

—Claro que no —la mujer negó rápido. El chico no dejaba de mirar a Hitch fijamente, pero la policía no se dejó intimidar. Ya había lidiado con miradas como aquella dese hacía bastante. —El dinero te lo puedo dar yo. A cambio de tu casa y las tierras donde vives. Son preciosas.

Hitch arqueó una ceja, sonriendo muy poco.

—¿Esa casa? Aún la estoy pagando. Y jamás te cedería ni un metro cuadrado.

—Estoy segura de que te lo replantearás. El pan que tu hombretón rubio llevó… ¿estaba rico?

ESto hizo que la policía dejara de sonreír rápidamente.

—¿El… pan?

—Esa panadería la regenta mi primo —habló por primera vez el crío, mirándola con una sonrisa siniestra. Hitch sintió un calambre. Ella no había comido. 

—Verás, el veneno tarda un poco en manifestarse. Y sólo te estoy pidiendo una casa, unas tristes tierras… supongo que no valdrá lo mismo que la vida de tu gran Reiner Braun, ¿verdad?

—Te daré dinero para que te compres un terreno similar. Pero…

—Así que es más importante sus bienes materiales que el soldado. No esperaba menos de una golfa pretenciosa como ella —susurró el hijo de Yurp, haciendo que la rubia lo mirara con una sonrisa.

—Nunca vas a intimidarme siguiendo ese camino. Supongo que… se habrán muerto ya nuestros patos. Al fin y al cabo es para lo que compramos el pan.

El criajo frunció el ceño y se puso en pie de repente, mirándola amenazante.

—¿¡Cómo!?

—Pero tú quién coño te creías que soy. Una niña asustada como tú, acaso. —Hitch se puso en pie lentamente, enfrentándose cara a cara al muchacho. —Amenázame más y amenázame mejor. O te seguiré viendo como lo que eres, una rata escocida.

El hijo de Yurp la ahogó con las manos en un ataque de ira, haciendo que Hitch se arqueara bruscamente hacia el suelo.

—Dile que la suelte —masculló Reiner quitándose la capucha y acercándose rápidamente desde el mostrador. Cargó el rifle y apuntó a las espaldas del chico, haciendo que éste la soltara de inmediato. La madre suspiró cabreada y se levantó despacio, alzando las manos.

Muchos otros policías sacaron sus armas de fuego y los apuntaron. Pero había uno que apuntaba directamente a Hitch en la nuca.

—Llevo años esperando esto —el policía miró a Reiner con una sonrisa asquerosa en el rostro. —Siento que tengas que ser padre soltero a partir de ahora.

—Eso es, ¡dispárale! —escupió la mujer, gozando al ver esa imagen. Hitch cerró los ojos preocupada, lamentando en silencio todo lo que iba a perderse. El cañón estaba frío en su nuca, demasiado frío. Y oyó como quitaba el seguro.

El tiro los sobresaltó a todos. Reiner abrió los ojos angustiado y se arrodilló cubriendo a Dreyse, con la respiración agitada. Los policías se giraron en tropel a la ventana, de donde había venido el disparo. Annie Leonhart quitaba el ojo de la mira y los miraba desde el exterior, sin ninguna expresión. La madre del crío sacó un arma mucho más pequeña de su abrigo, pero antes de levantar del todo el brazo, un segundo y tercer tiro detuvo a los familiares, mare e hijo. Ambos cayeron al suelo muertos.

—Así que era el hermano de Yurp.

—Un infiltrado. La Policía Militar le seguía la pista desde hace bastante. Pero no queríamos decirte nada porque… eres capaz de tomar la situación por el mango a tu conveniencia y nos cagabas a todos.

—Casi caga él en todo el mundo… que todavía noto el frío del cañón en la nuquita —protestó Hitch.

Reiner sonrió y la rodeó con un brazo en respuesta. De pronto la rubia vio marcharse a Annie y se disgregó del grupo de cadetes para darle un toque en el hombro.

—Escucha, Annie…

—Ya sé lo que vas a decir. Y está olvidado.

Hitch abrió los labios pero los cerró, suspirando.

—Estaba preocupada por la vida de mi hijo, así que… no medí muy bien mis palabras.

—Lo entiendo. —Annie le tendió la mano igual de seria que siempre, y Hitch se la dio un poco sospechosa. Cuando las apretaron, Annie hizo un amago veloz de tirarla por encima de su cuerpo y Hitch la quitó rápido, mirándola con los ojos abiertos. Armin y Reiner rieron ante el susto que se llevó, y Annie curvó media sonrisa. —Has picado.

—Mírala, qué bromista se ha vuelto… —fue andando hacia atrás hasta encontrarse con Reiner y fingió que le contaba un secreto, aunque todos podían oírla perfectamente. —Claro, como ahora está con Armin y tiene los colores subidos…

Leonhart abrió los labios y se puso como un tomate, dándose la vuelta y acercándose a la puerta.

—Hasta otra —pronunció, escuchando muerta de la vergüenza cómo Reiner y la propia Hitch se reían a sus espaldas.

Vaya dos cabrones se han ido a juntar, pensó la rubia platino. Armin la siguió también con las mejillas ruborizadas y se marcharon juntos del cuartel.

De camino a casa, hablaron un poco acerca de lo fácil que seguía siendo tener ideologías negras en el cuartel militar. Sólo hacía falta carisma y sangre fría para no ser pillado por tus compañeros, y si tenías un mínimo de astucia, podías aprovecharte de cualquier sitio que fuera magno… para hacer que su estructura entera se arrodillara a sus pies.

El motivo por el que Hitch Dreyse podía permitirse la vivienda que tenía en mitad de un paraje natural, era porque a sus ahorros había sumado la expropiación ilegal de varias iglesias, que incluso a día de hoy seguían recaudando las donaciones de familias pudientes y de clase media a lo largo de lo que anteriormente eran los tres muros. Ese secreto, como buena descarada y mujer de armas tomar que era, se lo llevaría a la tumba. Hitch había puesto la oreja en tantas conversaciones, y había conocido a tantísimas personas, y había visto tanta extorsión de cerca, que su otra fuente de ingresos era la propia circulación de la coderoína, la droga más famosa que arrollaba los suburbios más olvidados por la ley. Eran extensiones donde la Policía Militar apenas llegaba, zonas olvidadas y al margen. Pero este secreto también se lo llevaría a la tumba. Por su propia mano, nunca hacía nada. Sin embargo, recibía los beneficios.

«No es el gobierno el que está corrupto… evidentemente es la gente que conforma sus escaños», le dijo una vez su padre.

Hitch no había robado ni un penique de impuestos ciudadanos, ni se lucraba de esa parte de su salario. Pero sí se aprovechaba de la debilidad de los que tenían dinero y adicciones.

El secreto de Hitch Dreyse no era sólo que siempre fue inteligente para los negocios y una descarada para sus relaciones sociales. Su físico le había hecho la mitad del trabajo sucio.

Cuando las puertas de su casa se abrieron y entraron tanto Reiner como su hijo en brazos de él, el rubio se dio cuenta de que a los pies de la entrada habían algunos patos muertos.

—Es por el pan —dijo Dreyse —lo habían envenenado.

—Ya… supongo que no habría antídoto. ¿Crees que les queda más familia vengativa por ahí suelta?

—No. Los he estudiado bien. Estos eran los últimos.

—¿Los últimos? ¿Estudiado?

Hitch reculó un poco. Casi se me escapa, pensó. Se acercó a él y le abrió los brazos para cargar ella al bebé, sonriendo al instante.

—Quiero decir que no tengo constancia de más familiares.

Reiner la miró y finalmente curvó una sonrisa, se echó en el sofá y durmió tranquilo, con una plácida sensación de alivio en el cuerpo. Hitch le miró con mucha atención, sus enormes ojos oliva le estudiaban un poco, en la lejanía. Finalmente volvió a ladear su sonrisa, pero para sí misma: era consciente de que en la vida… sus logros no eran por suerte, sino por su cerebro. No sabía qué le deparaba el mañana, pero confiaba tanto en sus habilidades, en los conocimientos que su padre le inculcó, que no temía a nada. Se acababa de quitar del medio a las dos únicas cucarachas que podían entorpecer su bienestar, y ahora tenía por delante un futuro en el que aspiraba a todas las riquezas y comodidades que quisiera, sin rendir cuentas a nadie, por propio esfuerzo.

Le había costado, y sus métodos ni siquiera los conocía -ni conocería- Reiner Braun, ni Annie Leonhart, ni nadie de su entorno ni de la propia Policía Militar. Era tan lista, que había conseguido que lo de la esposa y el hijo de Yurp pareciera espontáneo. Y eso la hacía sentir regocijo. Porque aunque no fuera mala persona, sus métodos podían fácilmente llevarla a prisión. Pero había atado todos los cabos. Ahora era libre, feliz y rica.

Y cada vez lo sería más. Igual que un policía militar a la vieja usanza. Siendo corrupta. Y descarada.

Flashback

—No voy a vivir tranquila hasta borrarles del mapa. No sabes todo lo que su padre me hizo. Estoy segura de que si supieran quién soy y dónde vivo, vendrían a por mí.

Carly Stratmann escuchaba lo que decía su amiga Hitch. Sabía que era una policía militar de armas tomar, alguien con un carácter tan manipulador como competente para formar parte de… la Policía Militar clásica. Veía en ella un peligroso ejemplo en potencia de ser humano convertible en lo mismo que quería destruir. Pero tanto le daba… al fin y al cabo, habían hecho negocios para mapear el seguimiento de la coderoína, una de tantas drogas potenciadas por Carly. Hitch era una financiadora de fiar. Y Carly tenía información de la familia de Yurp, al ser hija de un importante magnate militar. Así que sus intereses eran totalmente compatibles.

—Si les envías una carta a la dirección que conozco… alegando que sabes quién es Hitch Dreyse y la casa que tiene, y mintiendo un poquito acerca de los hechos, vendrán solitos a ti. No hace falta que sepan que fue Leonhart quien disparó. Aunque te aviso que el crío es un mecha corta. Si le tiras demasiado de la lengua se pondrá violento; la Policía Militar le disparará también a él.

—Es un mini Yurp. No me interesa que venga más mayor a seguir cobrando venganza. Muerto uno, muertos todos, ¿me entiendes?

Carly abrió los ojos, algo sorprendida. Pero acabó sonriendo.

—Qué diría tu marido si te viera en estas…

—Reiner es un encanto. Y hace lo que yo le digo, en eso es inteligente —sonrió dulcemente, como si acabara de recordar una escena muy bucólica. Se encogió de hombros y finalmente le tendió la mano a Carly. —¿Trato?

Hitch sabía que estando recién parida, sus amigos irían a socorrerla. 

—Trato. —Sonrió Stratmann.

 —Sonrió Stratmann

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