CAPÍTULO 5. Cortar de raíz
—No puedes culparle. Él no sabía lo que iba a pasar.
—Ni siquiera quise quedarme a ahondar en los motivos que llevaron a la Toman a acabar de esa manera. Ni siquiera estaba interesado. Es la realidad más perturbadora en la que he estado, y sólo podía salir de una cabeza también perturbada. A partir de ahora tengo que seguir mis instintos o seguir los pasos de una mente más cualificada.
Naoto suspiró al escucharle.
—Espero que no te estés refiriendo a mí. Kisaki se nos escapa, como el agua entre los dedos. Empiezo a creer que ya hace tiempo que nos evadió. Probablemente él también sea un viajero en el tiempo, eso explicaría… muchísimas cosas.
—Es posible. Si fuera así… nos dificultará la partida hasta el final.
—Sólo es cuestión de seguir intentándolo, ¿no? Dame esa mano, vamos…
Cuando sus manos se tocaron, Takemichi no sintió nada. Nada en absoluto… a salvedad de un fuerte dolor de cabeza.
Naoto le sonrió.
—Sabía que podía ocurrir. —Comentó, dejando su mano contra la de Takemichi. Éste la subió incrédulo.
—¿¡Qué pasa!?
—Nada. ¿No lo ves?
—¿Y qué demonios significa ese «nada»?
Naoto bajó finalmente su mano, distándola. Se cruzó de brazos, guareciendo las palmas con ahínco bajo sus propias axilas. Frunció lentamente el ceño.
—Que mi hermana no tenía más vías alternativas. Lo has intentado todo.
—¿¡Me tomas el pelo!? ¿Cómo va a ser eso posible?
Ya notaba su aumento de pulsaciones.
—Quizá viajando de nuevo al pasado, si tú te hubieras sacrificado y el vínculo con la Toman no te involucrara en ningún momento…
—Pero siempre me involucró. ¡Siempre! Incluso con mi primera vida. Siempre tuve algún contacto, aunque fuera pequeño, con alguno de sus integrantes.
—Sí. Tristemente, eso nunca fue posible repararlo. Imagino que, teniendo todo el poder que tienes actualmente, habrías de tomar una decisión radical para protegerla. Pero se me escapa.
—¿Se te escapa?
Naoto parpadeó y le miró, con las pupilas empequeñecidas. Suspiró largamente.
—¿¡Se te escapa!? —repitió más fuerte, mirándole cabreado. —¿Seguro? ¡A ti nunca se te escapa nada! —Los ojos de Takemichi se llenaron de lágrimas y bajó la mirada, tremendamente iracundo. Cuando sollozó, con la cara encendida por el furor de sus sentimientos, y pudo recomponerse un poco…
…se irguió repentinamente sobre el césped y sacudió un puñetazo directo a la tumba de piedra que tenía en frente.
Algunas familias que lloraban acongojadas la pérdida de un familiar se dieron la vuelta y contemplaron a Takemichi llorando frente al epitafio. Éste rezaba «Un honor para la policía, un honor para el pueblo: Naoto Tachibana y Hinata Tachibana«, con sus respectivas fechas de fallecimiento… que concluían el mismo día.
No le tocaba ninguna mano, Naoto estaba allí, enterrado a unos cuantos metros bajo tierra. Poco o nada había ya que hacer.
Cuando Hinata falleció y Naoto asistió al aviso, no soportó ver a su hermana muerta. A Takemichi le impactó saber esto, más teniendo la certeza de que Naoto conocía la realidad de los mundos que él era capaz de cambiar. Pero esa seguridad se había evaporado en aquella realidad. No precisamente porque Naoto no conociera esa información, sino porque esa misma realidad nueva había cambiado fuertemente su manera de pensar. Su relación con Takemichi estaba muy muerta, ni siquiera concebía el hablar con él; tampoco compartía ideales con su hermana. Deprimido y solo, Naoto se centró en el trabajo y enterró cualquier otra posible realidad.
No era tan raro, pensó Takemichi.
No era tan insólito.
Podía ocurrir.
Todo era posible.
Pero el hecho de que Naoto estuviera muerto planteaba la dificultad más marginal de todas: todos los hechos posibles habían acabado polarizados hacia lo irreversible. Ya no podía volver al pasado para arreglar las cosas. ¿O sí?
¿Había otra forma?
¿Tenía acaso que desenterrar el cuerpo de Naoto e intentarlo?
La mera idea se le hacía perturbadora. No tenía derecho a profanar la tumba de nadie y menos de esos hermanos.
Takemichi se irguió con los nudillos ensangrentados y se largó cabizbajo. Antes de dejar atrás la verja que rodeaba el cementerio, echó una última mirada a la localización de la lápida.
Despacho de Takemichi
Un minuto de silencio, y otro de calma. Tenía muy claro lo que tenía que hacer.
Delante de sus manos cruzadas, otra mano había depositada sobre un impoluto mantel de tela. Tenía aún restos de tierra del cementerio. La sensación que revoloteaba por el estómago de Takemichi era nauseabunda. Él no se había involucrado en el desenterramiento del cadáver, en esa realidad tenía el poder para mandar a quien quisiera. Y así había sido, como su última década de vida… todo como él deseaba.
Pero feliz y complacido era lo último que se sentía. Sonrió con cierto sarcasmo, asquiento de sí mismo. Una sonrisa de autocompadecerme más, claro que sí. Mi viejo signo de identidad al fin y al cabo.
Tocó la podrida y maloliente mano cercenada de Naoto.
Surtió efecto.
Epílogo
—Es la primera y la última vez que el señorito Hanagaki hace esto, señora. Me temo que prender fuego a las aulas equivale a la expulsión inmediata. ¿Tiene idea de lo que va a costarle la indemnización? ¡Imagínese si hubiera salido quemado algún alumno!
Avergonzada, la madre de Takemichi salió pidiendo disculpas del despacho del director. No cruzó palabra con su marido ni tampoco con su niño cuando fueron llevados al portón exterior.
Un grupo de muchachas, entre las que se encontraban Hinata y Emma, dirigieron la atención totalmente desconcertadas a Takemichi. Hina intentó acercarse, pero su compañero había hablado antes con Naoto…
Naoto apareció en el momento justo y le dijo a su hermana que alguien estaba intentando robarle material escolar de la taquilla, por lo que la chica se sintió un poco aturdida y salió corriendo.
—¿Qué propones, cariño? ¡Jamás pensé que nuestro niño…!
—Te vas a enterar cuando lleguemos a casa, muchachito. No te vas a librar. No sé en qué diantre pensabas, pero ve preparando esos ojos para buscar información de otros institutos. Vas a darte tú mismo toda esa tarea. Con la edad que tienes, vergüenza debería darte provocar semejante canallada. ¿¡Quién demonios te ha metido ideas raras en la cabeza!?
Takemichi no oía gran cosa de lo que le espetaban sus padres. No tenía ánimo. Había borrado su pieza del tablero de juego para siempre… al menos, de la vida de los demás. Era lo único que le importaba.
Cuando llegó a casa, los padres volvieron a regañarle. Horas y horas. Pero al final…
Cuando llegó la hora de cenar, Takemichi se había quedado dormido sobre un trozo de papel que había estado escribiendo y garabateando.
Su madre le pilló durmiendo, y aunque estuvo tentada de despertarle a golpes por la rabia que sentía, observó unos instantes el dibujo que había hecho su hijo.
«No soy muy inteligente, pero es la única manera. No puedo dejar que ninguno me busque ni me conozca. Que la pandilla siga siendo pandilla. Que mis amigos logren sus sueños. Que Hinata viva. Hinata vivirá siempre y cuando Mikey siga donde lo dejé. No quiero tener con él ningún tipo más de relación.»
El instituto de Takemichi salió solo una vez más en el noticiero del pueblo. No esa misma noche, pero sí al día siguiente del incendio que el viajero temporal había provocado nada más poner los pies en el pasado.
Mientras la madre colocaba los platos, su atención no pudo evitar distraerse hacia la pantalla al reconocer la estructura del instituto. Abrió la boca.
«…pero al parecer, este instituto ha tenido dos desgracias en dos días… según nos han informado los mismos periodistas que viajaron allí para dar parte del incendio provocado por un alumno ya expulsado, hoy ha ocurrido otra salvajada: un aparente jefe de pandilla callejera ha apuñalado veinte veces a otro muchacho. El pandillero no huyó de la escena del crimen, de hecho muchos se presentaron con el mismo nombre para confundir a la policía.»
La mujer vio una foto de un niño no mucho más mayor que su Takemichi. Piel ligeramente tostada, pelo rubio teñido y unas horripilantes gafas de pasta. Además, concluía el look con un pendiente que le daba el toque personal.
«…su nombre, Kisaki. Víctima del atentado.»
«Mikey, te lo explicaré todo. Lo haré con miedo, pero con la seguridad que sé que tus acciones son capaces de transmitirme. Confío en que esta información no saldrá de aquí… porque si alguien la descubre, ella podría correr peligro de nuevo. Destruye esto después de leerlo.
Y si después de esta explicación no quieres hacerlo, lo entenderé. Porque conozco tus principios.
Sólo quiero que sepas que si no lo haces tú, lo haré yo. Espero que los siguientes motivos que voy a darte te hagan reflexionar sobre el futuro de la Toman. Confía en mí, por favor, tal y como yo confío en ti.
Cuando prenda fuego al instituto… acaba con él. En las siguientes líneas, te explicaré lo que ocurrirá si lo haces.
Pero también te diré lo que ocurrirá si no lo haces.
La decisión es tuya.»
Takemichi sonrió brevemente al oír las noticias.
Volvería a sonreír doce años después, cuando no escuchara la noticia que dio inicio a aquella travesía. Y en el fondo tenía su poesía, el asunto. Seguía siendo el que dirigía el cotarro.