• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 1. El inicio de la guerra


«¿Y qué pasa con nosotras…?»

?"

Habían pasado ya dos meses. Las novedades que llegaban al Consejo eran por intermediarios que ningún vinculo mantenían con el grupo de Ekko o Vi. En consecuencia, cualquier noticia que involucrara a la pelirrosa ya no sería interceptada fácilmente por Piltover. Caitlyn no había pasado una sola noche sin rememorar la despedida que tuvieron; la última vez que se tocaron fue el abrazo frío mientras observaban la destrucción de la torre donde sus padres estaban… una explosión que se llevó por delante a varios consejeros abogando por la diplomacia con Silco.

La bomba de Jinx destruyó la paz. Silco se había salido con la suya incluso después de muerto, y se materializaba ahora en los pesamientos histriónicos y esquizofrénicos de Jinx. Ahora la de pelo azul dormía aún menos. En parte por su enfermedad mental, en parte por la nueva recarga y acumulación de traumas, y en parte por la mutación genética que le fue inyectada. Poco o nada sabía de sus efectos y poco o nada le importaba. Su conexión con Vi era lo único positivo que sacó a aquella última explosión. Las hermanas no se habían separado desde el golpe de estado que provocó la detonación. Vi no podía dejar sola a su hermana, tenía que cuidarla y calmar sus feroces fantasmas y visiones. El corazón permanecía fuerte por el día, pero cuando volvía a su cama, fría y pequeña, con el sonido de la violencia al otro lado de la ventana, le costaba conciliar el sueño. Las Líneas, la resistencia militar de Zaun, eran más ruiosas que nunca. Y recordaba a Caitlyn. 

Pero no se permitía hacerlo demasiado rato, o el dolor la desgarraba.

Piltover, habitación de Caitlyn

La jornada como vigilante había sido mucho más dura que el resto de la semana. Montañas de heridos y fallecidos habían llenado los hospitales a causa de la facción Zaun, o eso asumían el resto de policías por la proximidad de los cuerpos a las entrañas de la ciudad subterránea. Proclamada como nueva sheriff y sedienta de una justicia que tenía la fachada muy descascarillada por los antecesores que uparon ese puesto, Caitlyn se había obligado esos dos meses a mejorar en todos los sentidos que puede mejorar un tirador, un gobernante y un ciudadano que ama a su patria y cree en la properidad sana. La corrupción se castigaba más duramente, el tráfico ilegal de tecnología hextech estaba tan milimétricamente calculado que casi siempre requería el acompañamiento de científicos reputados para evitar juicios precipitados. Por supuesto, Caitlyn encabezaba especialmente las misiones peligrosas para incautar a los enemigos de la paz.

En todo esto se obligaba a pensar, al menos, cada vez que su gatillo se pulsaba una y otra vez. Le costaba. Cada jornada le pesaba más que la anterior, y la satisfacción de un trabajo bien hecho se había converido progresivamente en pesar. Estaba matando civiles. Malhechores, gente mala, pero personas. 

Esa noche, alrededor de las cinco de la madrugada, sintió ruidos sospechosos en el exterior de la ventana pero no movió ni un músculo. En casos así, y tan entrenada como estaba, recurrió al hieratismo típico de alguien que concilió con el sueño hace rato. El posible ladrón que la acechaba fuera iba a recibir unas buenas trompadas si finalmente decidía entrar. Pero fuera quien fuera… era realmente silencioso. Caitlyn acabó poniéndose nerviosa y entrearió los párpados muy lentamente. No veía a nadie en su alcoba. Los ruidos en el alféizar cesaron igual de rápido que comenzaron, y si su cazador era bueno, debía asumir que ya se encontraba dentro con ella. Tal vez mirándola. Decidió que era absurdo seguir fingiendo que dormía y se levantó de la cama con cuidado.

Lo que delató a la persona que la observaba fue una corriente de aire mínima que se coló por la ventana, que no llegó a cerrar del todo. Caitlyn se envolvió su alta y delgada figura en el albornoz de raso y se movió por la habitación. Exploró la ventana y percibió un olor singular. Abrió más los ojos.

De pronto, notó la hoja helada de un machete en su garganta. Sus reflejos la hicieron volcarse hacia un lado y abrir el espacio justo para colar un antebrazo delante del ajeno y forcejear con la mano que la intentaba degollar. Se dio cuenta que sus propios dedos eran más largos que los de la otra chica: enseguida vio las uñas rosas y azules desconchadas, notó su respiración feroz por el esfuerzo. Caitlyn apretó la boca y usó todas sus fuerzas para apartar la hoja, pero Jinx estaba fuera de sí.

—No te resistas, hija de puta. Y guarda silencio si no quieres que después de ti vaya a por tus papis. Para de resistirte, JODER.

Jinx estaba loca. Fuera de sí. Ese hecho triplicaba su fuerza en aquel momento. Sus ojos eran de un fucsia alarmante, sus dientes amarilentos salivaban apretados con fuerza. Caitlyn emitió un jadeo al sentir que le ganaba la partida. Jinx ya sonreía triunfante cuando de repente, sin explicar cómo narices pasó, su cuerpo dio una fuerte sacudida, volteó y cayó precipitado hacia el piso, de un fuerte estuendo. Caitlyn había aplicado una llave para reducirla y tuvo éxito. El factor sorpresa habría sido fatal. Jinx saltó poniéndose en pie y se abalanzó sobre ella, tirándola al suelo. Trató de apuñalarla una y otra vez, y nuevamente la de pelo oscuro la atrapó de la muñeca.

—¿¡Qué demonios estás haciendo!? —chilló la vigilante.

—Salvar a mi hermana. Sueña contigo. La oigo llorar. Y tú intentas separarla de mí. NO TE SOPORTARÉ MÁS. —Gritó y apretó con todas sus fuerzas, uniendo ambas manos para coducir la punta del arma hacia su tórax. Para su desgracia, Caitlyn era más fuerte físicamente que ella, siempre lo había sido. Y ya no había más factor sorpresa de su lado. La mujer apretó hacia arriba, forcejeando, y ganó la más fuerte: Caitlyn logró torcer la trayectoria de la hoja, que la rozó finalmente en el hombro y se clavó con saña en el mármol. Se escurrió entre los brazos de Jinx y empezaron a golpearse salvajemente.

Las puertas de la habitación se abrieron y un guardián cargó el objetivo de su arma en dirección a Jinx. Al saberse en peligro, ésta saltó por la ventana sin cruzar más palabra. Caitlyn levantó la mano en dirección a su guardia para que no disparara y se asomó rápido al alféizar: un tronco tenía un rastrojo de sangre brillante y una capa fina de piel. Vio una silueta de trenzas largas a lo lejos, colándose entre dos edificios y desaparecer.

—¡Esa chica es la terrorista! ¡Su madre se está vistendo para preparar una persecución con los guardias de…!

—No, deténgala. No deje que mi madre se involucre. Puedo encargarme de esto.

Además, ella tiene que descansar, sigue débil…, pensó.

—Señorita, es demasiado peligroso. Se ha colado sin que nosotros hayamos podido ni olerla.

—Sólo es escurridiza, pero no invisible. No quiero que mi madre se involucre, ¿he hablado claro?

El guardia asintió y bajó velozmente las escaleras. Caitlyn apretó los labios y frunció el ceño al volver a mirar las marcas de sangre marcadas en el tronco. Había saltado tan precipitadamente desde la tercera planta de su mansión, que no midió bien. A juzgar por la corta estatura de Jinx, calculó que se había dado de bruces en la nariz. Caitlyn bajó la mirada al machete clavado en el mármol, había conseguido agrietarlo y abrirlo. Tiró de la empuñadura con fuerza y lo sacó, mirándose reflejada en la hoja.

Ciudad subterránea, sótano de las caballerizas

En una de las cuadras más alejadas, a veces Vi dormía. Prefería ese lugar cuando se sentía un poco sola, un lugar nocturno alejado de su hermana, porque si la tenía al lado, sabía que se activaban algunas de sus pesadillas. Era un motivo egoísta. Al final de un modo u otro casi siempre las padecía igualmente. Esa madrugada estaba tan agotada que le costó despertar. Fue una humedad fría y un movimiento repetitivo cerca de ella lo que la hizo finalmente espabilar. Al abrir los ojos vio a Jinx, acurrucada con fuerza contra su pecho, abrazándola, como si necesitara su cuerpo para sentirse protegida y amada. Jinx había desarrollado un terrible e impresionante trauma vinculado al abandono, no soportaba estar lejos de Vi, y Vi creía que era también en gran medida por su culpa. Los años habían pasado, la propia Jinx pronto dejaría de ser una adolescente y ella era una mujer hecha y derecha. Viendo el panorama, el futuro que se les abría camino tenía cada vez tonalidades más tétricas. Le costaba reconocerlo, pero si seguía permitiéndole a Powder actuar de la forma en la que actuaba, las cosas podían acabar muy mal. Parpadeó y se fijó de dónde venía la humedad: su hermana tenía una ceja rota y un borbotón de sangre saliendo de la nariz. Se alarmó.

—¿¡Qué coño…!? ¡¡Jinx!!

Jinx abrió los ojos mareada, y cabeceó dolida hacia un lado. Se desmayó sin más.

—Maldita sea. —Bufó la otra, moviéndose para contemplarla mejor. Sabía que permitirle esas escapadas provocaba más daño en la ya maltrecha espiral de enfermedades mentales que estaba concibiendo. Muy pocos años para tantos delirios, pensó. Suspiró y la acunó.

Pudo curarla tras varios minutos, el mareo provino evidentemente del golpe y posterior hemorragia. Jinx parpadeó agotada y la miró fijamente, sus miradas chocaron con fuerza, como siempre. Los ojos de Jinx tenían mucha vida, pero era una vida apagada. En los de Vi se percibía el daño arrastrado de los últimos meses. De los días en cárcel. Ambas compartían un dolor común: la separación de la otra. Pero lo que a Jinx la enloquecía, era saber que no era la única en su corazón, así como también la certeza de saber que no poseía la fuerza de Caitlyn o de Vi, y que por tanto, no tenía las aptitudes para ser reconocida de igual a igual. Siempre era la más débil, la más loca, la más tonta, la más manipulable. Enseguida esos pensamientos acudieron a su mente y la empujó, cabreada. Vi se puso en pie con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasa, por qué me empujas?

—Porque no soporto que me mires con esa condescendencia, hermanita.

—¿Condescendencia? Sólo me preocupo por ti. Estás herida, ¿has parado a mirarte a un espejo?

Jinx sonrió con un halo de perversión y se puso en pie de un salto. Notó un mareo, pero logró frenar su propia caída. Se acarició el abdomen con las manos, mirándola con cierto desafío.

—Lo siento, ¿te desagrado a la vista? Ya sé que no tengo esas piernas tan largas que tiene tu novia, ni esa cara tan limpia, ni esos ojos tan azul-…

—Powder, para ya.

—»Powder»… —musito con chulería, riendo. Negó con la cabeza y se volvió a dejar caer en el camastro. —Dime, ¿acaso creías que no iba a encontrar este patético escondite? Si querías alejarte de mí, no tenías más que decírmelo. ¿Acaso querías privacidad para poder tocarte pensando en tu novia?

—¿¡Pero qué diablos te pasa!?

Jinx detectó ira en los ojos claros de su hermana, y por algún motivo, esto la excitó ligeramente. La llenaba de vida ver en ella la misma ira que ella tenía, sabía que había agresividad retenida en ese cuerpo tan bien entrenado. Si lograba que sacara a la bestia, por lo menos se sentiría de igual a igual.

Por lo menos así… la sentiría más cerca de ella. Por lo menos así…

El portazo de Vi saliendo del establo la hizo parpadear, se había quedado en el limbo. Al poco, oyó ruidos lejanos de alguna trifulca entre algún vigilante con algún ciudadano del ala inferior. Nada nuevo. El olor a sangre derramada era el pan de cada día. Extractos de guerra que se aproximaban cada vez más amenazantes.

Sala de reuniones (alternativa del Consejo)

La sala de reuniones que habían usado durante décadas, segura y altiva en lo alto  de Piltover, se encontraba bajo reconstrucción. La bomba de Jinx la había dejado reducida a añicos, se había llevado por delante la vida de personas irremplazables. Jinx era una terorrista en busca y captura con recompensa sobre su cabeza. Caitlyn no había movido un dedo por quitar dicha recompensa. Quería a Vi, pero tenía sólidos sus propios principios. Jinx necesitaba algo que la redimiera o que la eliminara, era demasiado peligrosa y los problemas de Piltover con Zaun ya eran bastante grandes. Por su parte, Jayce y los padres de la sheriff Caitlyn aún seguían bajo revisión hospitalaria tras el fatídico incidente. Jayce era el único consciente que se sintió con fuerzas para asistir a la reunión.

—Así que la terrorista pirada ha estado en tu propia casa, Cait. Quiero decir… sheriff.

—La encontraré —se adelantó a cortarle, mirando seguidamente a uno de sus camaradas.

—También puede encontrarla ella a usted. O a cualquiera de nosotros. Si supiera que seguimos vivos y que su bomba no tuvo total éxito. —Manifestó uno de los consejeros que logró salir con vida.

Caitlyn tomó el portafolios que había sobre el escritorio y leyó línea tras línea. El plan de ataque se centraba en el punto débil del objetivo: Vi. Cuando sus pupilas repasaron ese nombre, levantó lentamente la mirada y se fijó en los tres mandatarios que habían urdido el plan.

—Conozco a la chica. Ha vivido prácticamente toda su vida en Zaun, la traje expresamente al Consejo porque tenía información para derrotar a Silco, aparte de su importante punto de vista como habitante de los cañones subterráneos. No entiendo por qué sale en este informe.

—Eso ya no nos debería importar, con todo respeto. Y si mal no recuerdo, sus palabras no fueron tomadas en consideración entonces.

—No lo fueron porque desconocíais a Silco y desconocíais la situación en el ala inferior.

—¿Crees de verdad que estamos para molestarnos por eso ahora? —ahora fue Jayce quien habló, desde su silla. Estaba vendado casi por completo y con el brazo inmovilizado, aún podía intimidar al resto de consejeros. La sheriff repasó su labio inferior con la lengua despacio, y miró en un apartado del informe los nuevos consejeros que habían tomado partido en la elaboración de ese fichero. Muchos habían venido desde muy lejos para tratar de hacerse con el control de Piltover. No le gustaban. Ascendió de nuevo la mirada hacia ellos.

—Si no conocéis bien la ciudad subterránea, tampoco conoceréis bien esta. Lo digo con el máximo respeto. —Murmuró.

—Y yo le respondo, niña que no tendrá mucho más de 22 años, que mi experiencia en otras ciudades es más que suficiente para hacerme caso de este problema. Una terrorista amenaza las tierras altas. Viene de un suburbio con alta tasa mutagénica. No me imprta cómo lo quiera ver, a mi modo de entender, son el enemigo y han movido ficha. Esto es una guerra. Su amiga, hasta cierto punto entonces, tuvo razón. Pero ahora es irrelevante.

—Ya no es necesario iniciar una guerra, ¡Silco no está más!

—¡¡Silencio!! —la voz de Shoola resonó hasta que lo único que se oía en la sala eran los engranajes de su cuello. —Hemos votado sin su presencia y ya se ha aprobado, señorita Kiramman. Le ruego vuelva a sus labores como sheriff y deje a los nuevos consejeros hacer su trabajo. Usted cumplirá con lo dictado en el informe.

Caitlyn apretó los puños y salió de un portazo. Sus padres habían quedado bastante afectados tras la explosión, de hecho su padre seguía en coma. Ya no estaban para aportar una voz amiga que secundase sus mociones. Caitlyn debía regresar a su trabajo y peor aún: realizar la misión encomendada prácticamente contra su voluntad. A pesar de que el Consejo de Piltover y ella quisieran arrestar a Jinx, los métodos para hacerlo se les antojaban muy diferentes. Ella quería dejar fuera a Vi como diera lugar.

La sheriff no iba a dejarse convencer tan fácilmente de todos modos. Haría lo que tuviera que hacer por la seguridad de su ciudad, amaba Piltover, pero sabía que tenía oscuridad en la propia luz que irradiaba y  que tanto atraía a los turistas. Nadie había logrado manipularla ni doblegarla en espíritu. Sabía perfectamente la inteligencia que tenía, lo ágil y espabilada que era. Haría su trabajo, pero también realizaría sus propias investigaciones aprovechando los lugares en los que debía personarse durante esa misión. Si descubría algo que podía evitar el empeoramiento de la guerra y las revueltas entre el ala inferior y la superior, lo haría.

Dos semanas más tarde

Jayce había recuperado la moviidad de casi todos los dedos de la mano, con rehabilitación constante. El padre de Caitlyn seguía en coma, desgraciadamente, y Cassandra aseguraba que a pesar de sentirse bien, tenía sospechosas punzadas en la sien todos los días. Habían sido meses de desamparo y de discusiones con su hija. Tenía ahora un marido que cuidar, pero la situación se le había hecho cuesta arriba. Ya bastante pesada era la tarea de soportar el carácter arriesgado de su única niña. Tenía que aceptar que ya era una mujer y que tomaba sus propias decisiones.

Cuando Jayce salió de la última sesión de rehabilitación, se encontró tras la puerta a su querida amiga de la infancia: le resultaba extrañísimo verla sin el uniforme de sheriff. Caitlyn le observaba con una pequeña sonrisa, que se amplió al ver que le habían retirado el vendaje compresivo de la muñeca. El hombre se fijó en sus dientes perfectos, sus paletas separadas que tanto le cautivaban.

Pst, ojalá fuera lo único que me cautivara de ella.

—Caitlyn, ¿qué haces aquí? —preguntó con una tierna sonrisa.

—Asegurarme de llevarte a tu casa sano y salvo. Y a devolverte las flores.

Jayce se fijó en que llevaba un ramo de flores blancas muy similar al que él le trajo cuando ella sufrió la combustión el Día del Progreso, también provocada por Jinx. Aceptó de buena gana el ramo y se lo acercó a la nariz, sin quitarle la vista de encima.

—Por lo menos yo no lo despreciaré…

—Estaba maquinando demasiado aquella vez, la cabeza me echaba humo —contestó divertida, comenzando a andar junto a él en dirección al patio. Le acompañaría a su casa. Jayce se encogió de hombros.

—No creo que me pase nada hasta allí. Sé que tienes muchas cosas que hacer… ah, aunque por cierto…es raro verte sin uniforme. ¿Es tu día libre?

—Lo es —contestó—, pero avanzaré en mi misión vestida de civil igualmente. En la ciudad subterránea no me reconocerán si voy así.

La sonrisa de Jayce se ensombreció.

—¿Es que acaso estás pensando en bajar? ¿Sola?

—Sh, baja la voz…

—Me niego. Hay gente muy peligrosa ahí abajo, Caitlyn.

La chica sintió que la mano de Jayce la atrapaba del brazo suavemente; ambos dejaron de andar.

—Y estoy cansado —prosiguió—, no deseo perder a más personas que me importan. Por favor, no bajes.

Caitlyn no pudo evitar cambar el semblante ante la preocupación en el rostro de su amigo, pero de igual modo, le tranquilizó con una pequeña sonrisa.

—Parece que olvidas quién soy.

Jayce le devolvió una sonrisa amarga.

Se miraron unos instantes, fijamente. La sonrisa de ella continuaba, pero la de él decreció. Sus ojos color miel bajaron furtivamente a los finos labios de la vigilante y frunció un poco las cejas. Jayce tenía mucha fuerza en la mirada, y Caitlyn detectó algo extraño.

—¿Ocurre algo m…? —empezó a musitar ella, pero calló cuando sintió el dedo pulgar del moreno perfilarle al labio inferior. Se puso nerviosa inmediatamente.

Jayce…

—Si te ocurriera algo jamás me lo perdonaría —volvió a mirarla a los ojos. Acopló la mano a la nuca femenina, y la otra, a su cintura. Caitlyn era tan estilizada y alta, con la cintura tan esbelta, que podía rodearla perfectamente con sus dos grandes manos. Apretó el agarre de la mano, sin saber cómo continuar para convencerla. Sin saber cómo continuar para sincerarse del todo. —Caitlyn, debería decírtelo antes de que algo nos pase a alguno de los dos… yo… jamás podría encontrar en Mel este sentimiento. Cuando te miro…

Caitlyn le miró algo alarmada y entreabrió los labios para hablar, pero no le salió ninguna palabra. Entonces Jayce decidió no continuar, la acercó de la nuca y se inclinó hacia su boca. Notó un roce, pero nada más. Caitlyn le apartó suavemente al tocarle del pecho.

—Lo siento. Yo… no puedo —susurró.

Jayce abrió los ojos y suspiró, acariciándole la mejilla.

—Tienes un corazón de murallas difíciles —dijo lentamente. Los ojos de Caitlyn, de un turquesa y una vitalidad que podía levantar a un muerto de la tumba, respondieron volviendo a conectar con los de Jayce. —Algún día me lo apropiaré.

—Mi corazón…

—¿Sí?

Caitlyn bajó un instante la mirada, tragando saliva. Ordenó sus pensamientos y murmuró en un hilo de voz casi inaudible:

—Mi corazón pertenece a otra persona. Intento olvidarme, pero no puedo.

Jayce sintió algo quebrarse en su interior, se le cayó el ramo de flores a la acera. La miró estupefacto, jamás en la vida habría esperado una respuesta así de alguien como su amiga Caitlyn. Era la mejor en su trabajo, teía unos principios de oro, pero era esa también su tara: la sed de justicia le impedía avanzar en muchas de sus relaciones sociales. Vivía por y para el trabajo de su nación. Que le confirmara que alguien había logrado conquistarla, le hizo darse cuenta cuan alejado estaba sentimentalmente de ella. Volvió a recorrerla de arriba abajo.

—¿Quién es el afortunado?

—Será mejor que me vaya —murmuró, notablemente inquieta. Cortó el contacto visual y se puso la gabardina. Jayce no respondió a eso, simplemente la vio marchar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *