CAPÍTULO 14. Un sangriento toque de atención
Centro de Zaun
Una interminable fila de personas se aglomeraba frente a los carros de Piltover, enormes y lujosos. En sus cajuelas había varios vigilantes repartiendo lo que correspondía a cada familia que había hecho hacía unos meses la llamada de socorro. La mayoría eran familias compuestas de cinco o más miembros, y todos se iban con sus carros maltrechos a rebosar de comida, dinero, y un escolta que les acompañaba hasta el banco para no ser robados por el camino. Con eso les daría para subsistir pocas semanas, pero era de agradecer hasta que la nueva ley pacificadora viera la luz del sol por fin. Zaun estaba empezando a comprender por las buenas que Piltover no les ignoraba. Empezaban a sentirse cerca, el plan que urdió Caitlyn estaba funcionando, aunque fuera lento. A ella le importaba más qué decían las personas, y claramente tras este gesto, las cosas que decían eran buenas, pero también había desconfianza en si iban a mantenerse de cara al futuro. No todo lo bueno dura para siempre, y la nación de Zaun recordaría si algo malo ocurriera.
Tres insoportables horas más tarde, por fin era el turno del secuaz, de falso nombre Gabriel. Gabriel se acercó tirando del carro hecho una porquería y cuando llegó a la mesa donde pondrían su supuesta subvención, posó un par de papeles con la solicitud que le entregó Sevika.
—¿Qué es esto? —Vi fue la que le atendió, cogió el papel en un segundo y lo desdobló, leyendo las líneas sin entender demasiado. —Bombón, ven.
Caitlyn la oyó a duras penas entre el gentío, pero Gabriel percibió un codazo y un murmullo de «No me llames así mientras estoy trabajando» que se le hubiera hecho enternecedor si no hubiera salido de la boca de una puta vigilante. Se contuvo para que sus facciones no delataran el asco que le daba aquella niñata de poco más de veintidós años con el rango de sheriff. Vi le enseñó la solicitud y pudo ver claramente que Caitlyn identificaba la insignia. Saltó varias líneas y se centró en el pedido final, se notaba que estaba acostumbrada a leerlas.
La mirada turquesa de Caitlyn fue a parar de la carta a Gabriel, y de Gabriel al cargamento que llevaba en el carro maltrecho.
—Eras Gabriel, ¿cierto? —le preguntó saliendo del carromato de un salto. Se puso a su lado y extendió el brazo hacia el carro. —Vamos ahí, que con las voces acabaremos gritando.
Gabriel dio un suspiro involuntario, para más inri, no iba a ser Vi quien le ayudara. Vi se quedó atendiendo el resto de las peticiones. Le tocaría lidiar con la niña de alta alcurnia.
—Sí, soy yo. Me alegra ver que te acuerdas de mí, sheriff.
Caitlyn sonrió un poco y se agachó sobre la pata de madera que sujetaba la rueda. La tocó con los dedos y luego comprobó la carga que llevaba.
—Y tampoco tienes mulo, ¿no?
—Me prestan uno ahora, pero el mío murió desgraciadamente. No puedo seguir pagando éste, necesito uno propio. La última notificación que tuve del banco de Piltover fue que se valoró positivamente el pedido… como comprenderá ahora necesito urgentemente el carro y el mulo, o cualquier equino que pueda tirar de él. Yo soy grande, pero se me atrofiarán los tendones de los brazos si sigo haciéndolo así todos los d-…
—Te lo pagaré yo, ¿de acuerdo?
¡No! ¡Estúpida, tú no tienes que pagarme nada! ¡Tienes que decirme que NO PUEDES!
Gabriel empezó a ponerse nervioso al ver que el plan se podía torcer por el gesto de buena fe que estaba teniendo Caitlyn. Miró hacia los lados, pero sus compañeros no estaban a la vista. De repente, como escupida directamente del cielo por algún ángel, Vi apareció trotando donde estaban ellos.
—Cupcake, te necesitan allí. Me encargo yo de esto, ve. Corre. Hay problemas.
Cait les dejó la solicitud allí y sin mediar palabra salió corriendo, ajustándose el sombrero de sheriff a la cabeza. Vi se inclinó de nuevo sobre el carro.
—¿De verdad esto está tan mal? Perdona, no quiero desconfiar. Es que los he visto y utilizado en un estado mucho peor.
—Eso no quiere decir que esté bien. Imagina que se me cae todo encima y se me chafa la verdura… o si las armas con las que mantengo el negocio se desperdigan, las hay de todos los tamaños. Por no hablar de que tendría que llevarlo todo a pie hasta casa.
—Caitlyn no podrá darte las cosas. Quiero decir, ni el carro ni el mulo. Te lo va a pagar, probablemente, porque no hemos traído ese tipo de mercancía en los carromatos. No teníamos constancia de un pedido así.
—¿Y cómo continúo trabajando hasta que un tendero de aquí me lo dé? ¿Y viviendo? No es algo por lo que pueda esperar siquiera un solo día, esos carros están muy lejos de aquí. Por no hablar de lo que cuesta un caballo o un mulo… me robarán el dinero de aquí hasta que lo compre, por mucha escolta que me pongáis. Conozco estas calles.
Vi apretó los labios.
—Iré yo si hace falta. Pero créeme, este carro está aún para veinte trotes más, sólo le falta la fuerza para tirar.
En la sombra de su cabeza retorcida, a Gabriel se le manifestó una idea muy macabra. Se aguantó las ganas de sonreír al dirigirse ahora a ella.
—Quizá estoy exagerando un poco con el estado del carro… pero es que si no lo hago, ya sabes… nunca nos harán caso los del ala superior.
—Ella sí —le cortó Vi, tajantemente, casi como si le molestara. Se le quedó mirando algunos segundos y luego se alejó, en dirección al carromato que dejaron atrás. —Ahora vuelvo, voy a llamarla. Pero este carro aguantará hasta allí, créeme.
Cuando Vi desapareció de su campo de visión, el hombre extrajo del doblete de su manga una afilada navaja. Miró a los lados asegurándose de que nadie estaba cerca para atestiguar lo que haría, y rayó a conciencia las mismas marcas que Sevika le había dejado. Haría su voluntad… a su manera. Fue tarareando encima del carro, el cual cedió ruidosamente al haberle manipulado aún más la pata dañada. Estaba a punto de irse al carajo con todas las de la ley. Una vez al lado del barril, aflojó las tuercas que también Sevika había marcado y dio un salto abajo, escondiéndose la navaja. Vi, cuatro jóvenes policías y Caitlyn volvieron donde estaba Gabriel.
—Iremos a algunas caballerizas cercanas. El carro aguantará hasta allí, doy fe. —Comentaba Vi mientras se colocaba en la parte delantera del carro, agarrando con las manos desnudas las dos barras de madera. Las levantó poco a poco, la verdad es que pesaban más de lo que creía. Caitlyn alzó despacio la mano en su dirección para que se detuviera.
—No creo que aguante. Esa pata está muy tocada. ¿Necesitas llevar el armamento del barril a su destino hoy, obligadamente?
—Ya llego tarde así que… cuanto antes entregue los picos, mejor. Algunos están oxidados y necesito llegar al taller de mi destino lo más rápido posible.
Caitlyn frunció un poco sus cejas y miró de nuevo la pata dañada. Parecía estar preocupada, Gabriel se dio cuenta de que no se había percatado de que la pata estaba peor que antes, pero supuso que era por la perspectiva desde la que la miraba ahora.
—No lo sé, Vi. Quizá deberíamos esperar unas horas a que alguno de nuestros carromatos se vaciara.
—No seas boba, esto aguantará. Ya he visto la pata.
—Bueno, si la señorita está tan convencida… —añadió Gabriel, le interesaba que anduvieran con el carro en las pésimas condiciones en las que estaba. Vi caminó, otros dos policías la ayudaron a tirar. Gabriel le hizo un gesto con la mano a Caitlyn para indicarle educadamente que podía acompañarles, y como era de esperar, Caitlyn caminó a un lateral del carro. Seguía mirando con desconfianza la pata astillada, que hacía una vibración preocupante y un chirrido cada vez que la rueda daba un nuevo giro. Gabriel miró de reojo el barril sin tuercas que había preparado. Calculaba en silencio la dirección de todas sus piezas si volcaba, y lo tremendamente peligroso que era que alguno de ellos recibiera de lleno la mercancía afilada. Cierto era que algunos picos y lanzas tenían la punta oxidada pero eso no las hacía armas menos peligrosas; también tenía armas blancas muy bien pulida y afiladas. Que alguien saldría herido era un hecho, porque el carro estaba rodeado y ninguno sabía que el barril de armamento puntiagudo estaba en la peor zona posible. Vi era la única a salvo al encabezar el puesto del mulo.
Lo peor no fue lo calculado que lo tenían él y Sevika. Lo peor fue que encima tuvieron suerte.
Vi y los dos policías tiraron con fuerza, atravesando un estrecho camino de piedras. Gabriel se pasó rápido la lengua por el labio inferior, un poco nervioso al ver que el chirrido seguía sonando igual de fuerte. En teoría todo estaba bien calculado, pero él también podía hacerse daño si la situación se torcía. La pata del carro aguantó una sola piedra. A la segunda, se partió inminentemente, haciendo un chasquido sonoro. El carro perdió estabilidad y todos los barriles volcaron violentamente hacia un costado, los abiertos y los que tenían quitadas las tuercas también, por lo que el interior de la cajuela se convirtió en un montón de tablones, lanzas puntiagudas y cimitarras desperdigadas. El barril más próximo al lateral donde estaba Caitlyn se volcó con tanta rapidez que no hubo manera de frenar la caída de las lanzas, la joven se cubrió la cara subiendo el brazo. Diez de ellas se precipitaron vorazmente hacia el lado caído, y por más que la sheriff se movió con mucha rapidez, dos puntas le rompieron el traje, cortándolo en seco.
—¡CAITLYN!
—¿Sheriff? —uno de los policías soltó abruptamente el carro ante la mirada preocupada de Vi, que fue la primera en soltarlo. Ambos corrieron a su lado. La pelirrosa llevó con precaución la mano a la raja de la blusa policial, había sido un corte tan seco que el cuerpo de la policía tardó varios segundos en empezar a sangrar… pero lo hizo. Cait se levantó y notó un dolor punzante. Supo de inmediato que la herida no era superficial, pero sus ojos miraron a sus compañeros y a su novia y aguantó el tipo como pudo.
—Tranquilos… iré al médico, no está lejos.
—Maldita sea, Caitlyn, déjame ver la herida. Por poco esa lanza te atraviesa.
Cait rehusó a ser inspeccionada, alejándose y negando con la cabeza lentamente. Le hizo un gesto de despreocupación con la mano.
—Te dije que no aguantaría, cariño. Pero no te preocupes. Vi, ayúdales a llevar lo que se pueda al destino.
—Señorita, ¿necesita unas gasas limpias? —se acercó Gabriel, intentando contener la satisfacción que sentía en su interior. Caitlyn apretó los brazos cruzados sobre la zona de la ropa rota.
—S-sí. Con una bastará.
—¿¡Con una!? —el tono de voz de Vi sonó más preocupante todavía. La conocía. No era propio de Caitlyn quejarse en absoluto, si pedía ayuda era porque estaba muy adolorida. Temía que se enfadara con ella o que necesitara puntos por algo que claramente había sido su culpa. Se acuclilló y subió las manos a la ropa de Cait, pero a la mínima que intentó separarle los brazos ésta los apretó contra sí.
—¡Estate quieta!
—Sólo quiero ver la herida.
—Es superficial. Haz el favor y ayuda a llevar los materiales del carro, ¿vale? —pidió, mostrando una suave sonrisa. Vi la miró fijamente y se fue poniendo de pie, sintiéndose mal. Asintió sin decir nada más y se fue con los policías.
Mientras tanto, Gabriel trajo de un compartimento del mismo carro un par de gasas, vendas y algo de alcohol. Le entregó dos gasas. Vio que Caitlyn las cogía con una mano a la vez que miraba atenta a Vi y a los otros.
—Ven conmigo. —Pidió la chica, y se dio media vuelta. Juntos marcharon hasta un árbol cercano. Vi les miró preocupada una vez más, a lo lejos, pero enseguida se puso a ayudar con aquel caos, con cuidado de que ningún civil más saliera herido. Uno de los policías dio un berrido y llamó la atención de los demás, al parecer se había cortado la palma de la mano con algún otro objeto cortante. Nada más grave.
—Caitlyn, ¿te encuentras bien?
—Sí —musitó sin más, con la voz contenida. Ahora que estaba más lejos y de espaldas a los demás, dejó apoyado su rifle en el tronco del árbol y se desenfundó los guantes, tirándolos al césped. Con las manos desnudas se comenzó a desacordonar el chaleco del traje. Dio un suspiro de dolor.
Gabriel disfrutaba con aquello, pero tenía que fingir que estaba preocupado. Carraspeó un poco y frunció las cejas, inclinándose hacia la zona donde se desacordonaba. De pronto se impresionó al sentir varias gotas seguidas caer al asfalto, bajó la mirada. Hasta él pensó que había sido un corte superficial, pero no lo había sido.
—Creo que voy a tener que ir al hospital. No se lo digamos a Vi, ¿de acuerdo?
—Pero madre mía… sheriff, yo…
—Las tenías bien afiladas. Necesito puntos urgentemente.
—¿Co… cómo que urgentemente?
Caitlyn vio preocupación en los ojos de Gabriel y sonrió. Habló como pudo.
—Tranquilo, no me va a pasar nada. Pero si no me tratan rápido se me puede infectar.
El hombre siguió en su salsa disfrutando de su propia interpretación, que bajo su juicio, estaba siendo extraordinaria. Pero una cosa no quitaba la otra. Sintió algo de admiración hacia la compostura de la vigilante. La raja profunda permitía ver a través, la carne cortada y los tejidos atravesados. Él tenía cicatrices por heridas menores y se imaginó el dolor físico que estaba atravesando aquella niñata en ese momento. Estaba bien entrenada… era fuerte después de todo.
—¿Te duele mucho…? Dios, no sé ni qué hacer, me siento inútil.
—Dame el alcohol —mordió una de las gasas para romperla, quedándose con la mitad, y taponó el pitorro del alcohol. Al levantar la blusa del todo, Gabriel se quedó alucinado.
Menuda frialdad para el dolor. La esbelta cintura de Caitlyn estaba atravesada por un tajo abierto. La lanza la había rajado con una precisión asombrosa y se había llevado por delante varias fibras musculares. Al subir la blusa, Gabriel retiró con un papel la sangre que estaba cayendo, apretando con cuidado, Cait cerró los ojos muy fuerte y miró a otro lado, dando un suspiro quejumbroso.
—¡Perdona! ¿Estás bien…?
Caitlyn abrió los ojos con la expresión cambiada, su respiración se agitó suavemente. Gabriel percibió que estaba intentando regular sus respiraciones antes de hablar.
—S-sí. Echa más alcohol en el resto de gasas, por favor.
—Caitlyn, ¿quieres que te la limpie yo?
—No.
Caitlyn apretó con contundencia la primera gasa mojada en alcohol. Comprimió la mano con decisión. Al apartarla parecía más limpia, pero sólo bastó que se moviera un poco de posición para que el desagradable tajo volviera a rellenarse de sangre.
—No dejas de sangrar. Llamaré a tus compañeros.
—Es normal que sangre. No les digas nada, creo que puedo llegar andando.
—¡Caitlyn! ¿Qué haré si te desmayas por el camino? Vi y tus compañeros me matarán, y no estoy para esas corridas…
A Caityn le cambió la voz al apretarse con mucha fuerza la segunda gasa, habló arrastrando las palabras.
—Sólo aprieta con fuerza la venda y esto en un nudo, ahora cuando los coloque sobre la gasa. —Con la otra mano se liberó el cinturón del pantalón y se lo entregó.
—Dios mío, estoy nervioso.
—Tranquilo, Gabriel. He sobrevivido a bombas que han explotado prácticamente en mi cara… podré con esto. No tienes la culpa. Se te prometió un carro y no lo tenemos, lo siento mucho. Piltover te compensará, sobre todo por la confianza depositada.
Gabriel cambió un poco el gesto cuando la escuchó decir aquello. La mirada se le fue lentamente hacia los arbustos y árboles que les rodeaban, porque sabía que en alguno de esos estaba detrás Sevika observando la situación. Lo cierto es que esa respuesta era bastante… pacífica. Cogió el cinturón que le tendía la chica y le rodeó la cintura con él. Todo aquello le hizo por un segundo replantearse si lo que estaba haciendo era lo correcto. A lo mejor aquella muchacha de verdad quería un cambio. Pero eso le hizo agrupar otras preguntas en su mente, que en el fondo no eran preguntas. Si ella era buena, pero los propósitos de la política central de Piltover no eran buenos, ¿qué más da lo buena que fuera ella? Sólo era la sheriff, incluso hasta ese rango era insuficiente para lograr cambios sociales y económicos. Le venía grande. Cait bajó ambas manos al tronco del árbol en el que estaba respaldada y le hizo un asentimiento a Gabriel para indicarle que podía apretar ahora. El hombre, de brazos y manos fuertes, apretó con dureza el cinturón y lo ciñó a su esbelta cintura, un símil de torniquete con decisión en la herida abierta bajo la venda y las gasas. Miró con cierta satisfacción cómo Cait apretaba las dos manos en el tronco, dando un grito ahogado.
—Lo siento —le mintió, mirándola. —Te hice daño, ¿no?
Caitlyn respiraba agotada. Las manos con las que se sujetaba al árbol temblaban.
—Gabriel, no le digas a Vi cómo tengo la herida. Iré al hospital, ¿de acuerdo?
Al bajar los brazos del árbol la herida mojó por completo el resto de gasas apretadas que tenía en el costado, como si la barrera fuerte de la venda y el cinturón hubiese servido de poco.
—Pero lo mínimo que puedo hacer es acompañarte, ¿me dejas?
Caitlyn apretó la mano en la herida, tardó varios segundos en responder. Al hacerlo le miró fijamente. Hizo un esfuerzo en sonreír.
—Te lo agradecería.
El secuaz dejó caer del bolsillo disimuladamente una ramita pintada de color fucsia, la pisó y se marchó con Caitlyn a pedir ayuda; en el fondo, lo único que querían conseguir con aquella jugarreta era que Vi pusiera en peligro a Caitlyn de la manera más tonta y lo habían conseguido. Pero Gabriel empezaba a creer que no sería suficiente.
De pronto, mientras andaba, un pensamiento le asoló y cayó en cuenta de algo importante. La voz de Sevika se reprodujo.
«Caitlyn es el modo de perturbar a Vi. De demostrarle que son distintas. Si tuvieras que manipular a Caitlyn estaríamos perdidos, no funcionaría. Está muy sana mentalmente. En estas taras, lo mejor es ir a por la pieza más débil. Y en cuanto a traumas se refiere, esa es Vi.»
No importaba una mierda lo que la sheriff pensara o no. Lo importante era lo que había sucedido en la cabeza de Vi: había insistido una y otra vez en llevar un carro en mal estado a sabiendas de que Caitlyn opinaba diferente, y al final, pasó lo que estaba programado.
Gabriel sintió que el ritmo de Caitlyn menguaba cada cinco minutos. Cuando llevaban andados los cuarenta minutos, la chica frenó y emitió un suspiro arrastrado, cerrando los ojos. Gabriel percibió sudor en su cuello y en sus mejillas algo de color.
Fiebre. Buena señal. La herida puede ser mortal si no se da prisa en llegar a un médico. Oh, Vi, ¿qué harás si esta chica se te muere?
Bajó la mirada a la mano que tenía apretada en su herida, estaba totalmente ensangrentada. La sangre había atravesado ya la venda, las gasas, mojado el cuero del cinturón, su mano, y ahora el líquido rojizo recorría el largo de sus dedos para aterrizar en forma de gotas continuas, sin ninguna pausa. Ahora que se habían parado, notó que las gotas no paraban de caer y el hombre volvió a impresionarse.
Qué obstinada es.
Sin mediar ni una sola palabra, tragó saliva y volvió a reanudar el paso con él.
Duró otros quince minutos sin emitir palabra ni quejido alguno, Gabriel alucinaba. Lo esperable hubiese sido verla ya desmayada. Caitlyn apoyó un hombro contra un tronco y respiró profundamente, apoyada de lado. Se pasó la mano que le quedaba limpia por el sudor del cuello, era conocedora de su propio estado. Volvió a reanudar la caminata, pero esta vez, al tercer paso volvió a parar, inclinándose unos centímetros hacia delante. El dolor había dejado de ser algo controlable. Ahora era literalmente como si la hubieran apuñalado.
—Sheriff. Creo que estás haciendo demasiado esfuerzo. Ya veo desde aquí el gentío, si quieres puedo ir yo solo y traigo el transporte. Llevas… una hora caminando así, dijiste que los puntos tenían que ser urgentes, yo…
Cuando volvió la vista a ella, tenía el cuello y la frente aún más empapados, unos diminutos mechones de su pelo pegados por el esfuerzo. El hombre se apiadó. Su corazón le dijo que no estaba haciendo bien. Inspiró hondo y clavó una rodilla, llevando una de sus grandes manos a la fina muñeca de Caitlyn. La chica respiró con más asiduidad, incapaz de seguir ocultando la agitación de sus inhalaciones. Cuando el secuaz le retiró la mano, notó que temblaba como si fuera un sonajero. Subió la mirada a ella.
—Esto está muy mal. Creo que tienes fiebre —le dijo seriamente, a lo que Caitlyn asintió con pesadumbre. Ella lo sabía desde hacía rato.
—Pero puedo llegar hasta allí, sólo nos faltarán unos diez minutos. Démonos prisa.
—¿Estás segura?
—Completamente.
El hombre se sintió tentado de cogerla en brazos y llevarla, pero se contuvo. También empezó a preguntarse si era necesario ser tan cabrón.
«Si muere es un plus, ni se te ocurra socorrerla«, le dijo antes Sevika, empeñada en buscar la ruina psicológica de Vi.
Siguió andando a su lado. Viró la cabeza para ver si veía a Sevika, a los suyos o al carro con los policías que ya habían dejado atrás: no vio a ninguno.
Doce minutos más tarde, llegaron al carromato de vigilantes que ya había concluido el reparto. Tumbaron a Caitlyn rápidamente en una camilla y se la llevaron de allí en un furgón. Gabriel la acompañó hasta urgencias.
Toda la empatía posible que hubiera podido sentir por ella se esfumó al ver cómo en el mismísimo centro de salud de Zaun, un lugar donde todo el mundo debía esperar tuviera la emergencia que tuviera, de repente dos personas uniformadas y notablemente acaudaladas firmaron unos papeles y transportaron a la muchacha hacia una salita especial, ante las quejas de otros ciudadanos. Como acompañante, Gabriel se dio cuenta de todo lo que ocurría: le apartaron en una sala de espera también diferente, más grande y limpia, parecía que nunca tenía uso más que para ocasiones especiales. Bufó maldiciéndolos a todos. También oyó fragmentos de una conversación entre dos pacientes.
—La niña de cuna de oro es atendida antes y en un lugar refinado. En nuestra propia nación, en Zaun. Ver para creer. Esto es un puto chiste.
Negó con la cabeza irritado y se frotó los párpados, se sentía agotado. Cuando uno de los médicos salió a la sala de espera, se puso en pie y esperó a que se le acercara, de brazos cruzados.
—Es usted quien la ha traído al carromato de policías, ¿verdad?
Él asintió.
—El instrumento con el que se ha cortado estaba oxidado, la herida estaba muy infectada, aquí las bacterias son mucho más rápidas que en Piltover. Por no hablar de la magnitud y profundidad del corte. Es hija de una de las consejeras del ala superior, necesitamos tener un historial sumamente detallado de cómo ocurrió el accidente.
—Pregúnteselo a la señorita.
—Ha caído inconsciente.
—¿Cómo dice?
Sintió una punzada de preocupación que le costaba asimilar a él mismo. Frunció el ceño. El médico insistió.
—Necesitamos poner al corriente a su padre de lo que le ha pasado, esto puede convertirse en algo muy grave. ¿Estaba usted allí cuando ocurrió?
—Déjeme verla.
—Está en observación. Ha perdido más de un litro de sangre. ¿Por qué demonios han tardado tanto en asistirla?
—¡Condenado matasanos! ¡Le digo que me deje verla, no hablaré con usted y menos en ese tono de superioridad con el que se me está dirigiendo!
El hombre se asustó, mirándole a los ojos. Parecía amenazador. Y Gabriel se dio cuenta de que aquel médico no pertenecía a Zaun. Estaba allí sólo de paso, sólo para atender a los vigilantes. Eso le llenó de ira.
Pero al final, ni por un motivo ni por otro le permitieron acercarse a la habitación de Caitlyn.