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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 16. Un segundo error


Al cabo de una hora, Sevika había vuelto a la parcela de la vivienda de las chicas, acompañada por un pequeño séquito de corceles. Los animales tenían un talante envidiable, una salud mejor que la de cualquier paisano de Zaun, y por los grabados en las herraduras, pertenecían al condado de Piltover donde Caitlyn ejercía su mandato. Aquel detalle de las herraduras no fue pasado por alto por Sevika, hacía falta dinero para gastar en semejante idiotez. Lo comentó a Gabriel y le acrecentó la rabia que ya de por sí le tenía a la chiquilla de mirada celestial. Pero tenían que callarse y seguir según el plan. Cuando bordearon los carromatos con los equinos, se prepararon las riendas y se comprobó que la mercancía estuviera hasta los topes. Todo estaba contabilizado y a Sevika no se le ocurrió meter la mano en esas cajuelas, porque sabía que entonces ellos serían los primeros sospechosos. Tal y como iban las cosas, tenían que parecer aliados de la causa.

—¿Cómo está Caitlyn, mejora del dolor muscular?

—Va a mejor. Le han dicho que ya puede montar a caballo, despacit-…

Su frase fue cortada por un trote atronador, que cortó toda voz y levantó polvo. Gabriel se cubrió con el antebrazo para que no le salpicara más arenilla, y cuando lo retiró, vio un magnífico ejemplar de Magnum puro coceando delante de ellos, sobre la tierra. A sus lomos, las largas piernas de una señorita que ya conocía. Cuando entrecerró los ojos para vislumbrar entre la luz solar, se percató de que Caitlyn se acariciaba el costado dañado.

—¿¡Te has vuelto loca!? —gritó Vi— ¡Es demasiado pronto! Te dijo que empezaras trotando.

—Me siento bien. No te preocupes.

—Ese caballo ni siquiera nace aquí. Habrá costado una fortuna en los impuestos a tus ciudadanos, ¿eh? —comentó Gabriel.

—Es del criadero de mi padre —respondió la chica, acariciando las crines del animal con suavidad. Miró a Gabriel desde arriba. —Y muchos de estos caballos también salen de su criadero. Con dinero nuestro.

—Claro.

Sevika dirigió una mirada amenazadora a su secuaz y le aplastó el pie fuertemente con su bota para que se callara, ellas no podían ver desde su perspectiva. Vi se acercó al Magnum y tocó la rodilla de Caitlyn.

—Baja, por favor. Es peligroso para ti.

—Es un trayecto corto.

—Pero hay zonas escarpadas, y vas a estar todo el rato gritando y moviendo la cintura para ayudar a pasar los carromatos. ¿Te crees que no me acuerdo del camino?

—Vi, voy acompañada, y mis hombres allí me están esperando. Estaré bien, ¿de acuerdo? No quiero retrasar mi recuperación con cosas que ya me siento capaz de hacer.

Vi la miró unos segundos y suspiró.

—Pues voy contigo.

—Vi, tengo que trabajar…

—Te dije que trabajaría a tu lado, codo con codo. ¿Se te ha olvidado?

—No, pero…

La charla en susurros fue interrumpida por el trote de más caballos, todos debidamente atados y con los secuaces de Sevika —y la propia Sevika— montados, listos para partir. La de piel morena dio un enérgico silbido para atraer la atención de ambas.

—¡Nosotros iremos delante, a ayudar a nuestra gente!

Caitlyn miró hacia la mujer y los vio partir delante.

—Tiene que esperarme. ¡Sevika!

A Vi se le empequeñecieron las pupilas al ver que nada más gritar su nombre se le cortó la respiración, y por más que intentara fingir que no le dolía, su cuerpo se dobló un poco, hacia el lado de donde emanó el dolor.

—¿Ves como estás? Espera, que cojo una montura y voy con otro caballo.

—Vi, no puedes venir. Confía en mí.

La mano de Vi se apretó con más dureza en la rodilla ajena, hasta que logró que Cait dejara de mirar a Sevika para mirarla a ella.

—¡Para!

—¿Se te olvida cómo tenías esa herida? ¿Tengo que estar insistiéndote como si fueras un puto bebé? Por la profundidad a la que llegó la hoja, los médicos lo consideraron prácticamente una puñalada. ¡Y tú te pusiste a andar sola con Gabriel no sé cuántos kilómetros! No dejaré que te pase nada esta vez.

—Si me sigues y no confías en lo que te estoy pidiendo, corto contigo.

Vi se calló, asombrada. Ambas se miraron fijamente, pero con expresiones muy diferentes. La pelirrosa desplazó la mano hasta dejarla caer, como si hubiera perdido la fuerza de tenerla en su rodilla. Tras unos chocantes segundos de silencio, la sheriff jaló las riendas y espoleó al animal, iniciando el galope. Vi frunció el ceño mirando la tierra, y después alucinó al ver cómo Caitlyn se iba alejando, bastante decidida y sin mirar atrás. Cerró los puños con rabia, no sabía por qué le había dicho eso, pero se le encendieron todas las alarmas. Además, ¿por qué le ocultaba nada? ¿Acaso había estado recelando secretos, mientras ella le había sido sincera en absolutamente todo? Eso sí que era injusto. Sorbió por la nariz y dejó salir el aire, frustrada. Echó una última mirada más y negando con la cabeza, se metió en casa.

Pero ella nunca era de las que se quedaba de brazos cruzados. Caitlyn estaba moviendo ficha, hacía algo, y no sabía por qué. Por lo bien que la conocía se imaginaba que con aquello intentaba protegerla, ¿pero protegerla de qué o quién?

De Powder.

Eso le dijo su mente, sin vacilar. Sin perder ni un segundo, fue corriendo al interior del despacho y rompió las cajoneras que estaban bloqueadas. Diez cajones de archivos de distintos grosores, encuadernados y por lo que pudo ver, finalizados. Casi todos cerrados con éxito cuando estaban custodiados por Caitlyn Kiramman, y casi todos sin resolver cuando el sheriff había sido Marcus. Caitlyn había sido la encargada, al parecer, de retomar los casos más complejos y sórdidos cuando éste falleció, y en su mayoría lo logró. Era implacable. Sabía que cuando regresara y viera los cajones con las cerraduras desencajadas, habría bronca. Pero no soportaba la idea de que le ocultara información, sobre todo si la sospecha era que su hermana estaba implicada.

Después de cuarenta minutos infructuosos de búsqueda, un cuaderno mucho más fino que los demás cayó al piso. Destacaba precisamente por lo corto que era. Abrió el delgado archivador y su corazón dio un vuelco al llegar a la tercera hoja. Retratos de Jinx. De su hermana. Los cargos que se le imputaban, su estado de busca y captura. Todo era normal… de no ser porque tras el bombardeo hacia el Consejo, había otros cargos con otras fechas, e infinidad de anotaciones escritas a máquina. Se llevó las manos a la cara al ver la enumeración de bombas que Jinx estaba lanzando no muy lejos de allí, pero sí lejos de Piltover. Al parecer, tenía algún motivo para estar bombardeando otras naciones, independientemente de su estatus socioeconómico. El corazón empezó a latirle muy deprisa. ¿Por qué demonios Caitlyn se lo había ocultado? ¿Y por qué su hermana… había cambiado tanto?

Ya no es Powder… es Jinx. Te lo dijo, ¿recuerdas?

Habló la vocecita de su cabeza. Al paso que Vi iba, sufrir un trastorno emocional sólo era cuestión de tiempo. Aquello estaba siendo un desafío a su propia salud mental. Pero de cualquier manera, Caitlyn no tenía ningún derecho a ocultarle esa información. Cerró el archivador y dejó todo el despacho revuelto, ya le importaba una mierda que se enterara de que había fisgoneado porque pensaba recriminárselo a la cara. Todo aquello le hizo caer en cuenta de que quizá Caitlyn iba directa a encontrarse con Powder, a lo mejor ya la tenía localizada… a lo mejor había cambiado tanto su hermana que ya era incluso capaz de prender fuego a la misma ciudad que un día la vio nacer. Ya no podía asegurar nada acerca de ella, porque cada vez había menos de Powder en ella…

…si es que aún quedaba algo.

Cuando fue corriendo hacia la caballeriza, descubrió angustiada y muy cabreada que Caitlyn se había buscado la manera de llevarse consigo también el caballo que usaba Vi.

Mientras tanto, en el centro de Zaun…

Cuando llegaron a la extensa arboleda que daba hacia el último tramo sin asfaltar que recorrerían, Caitlyn suavizó el galope, y con cuidado se bajó de su animal. Sevika le repitió sin bajarse, y al poco todos lo hicieron, mirando a la sheriff con extrañeza.

—¿Por qué nos paramos aquí? —la cuestionó Sevika, mirándola con su habitual ceño fruncido.

Caitlyn no le devolvió una respuesta. Desde la perspectiva de la morena, sólo la vio de espaldas, con esas largas y flacas piernas que tanta grima le daban a Gabriel. Sin embargo, al mover la mirada a uno de los secuaces, suspiró. Dos de ellos le miraban el culo, lo señalaban, y siseaban susurros entre risita y risita.

—Vosotros, silencio. ¿Caitlyn…?

La peliazul se metió la mano en el chaleco y empezó a rebuscar algo en uno de los bolsillos internos. Sevika contrajo más el ceño, no entendía el por qué del silencio pero le daba mala espina.

—Sevika. ¿Quieres detonar la bomba ahora, o después de que te arreste?

El pulso de Sevika empezó a ir como loco inmediatamente. Pero también se puso pálida, al haber sido descubierta. Miró a un lado y a otro y luego volvió a encarar la espalda de Cait. Se bajó despacio del caballo y sonrió.

—Perdona, sheriff, pero no sé de qué me estás hablando.

—Mira ahí —señaló uno de los enchufes más elevados del faro que tenían más cerca. —Es un cargador que ha sido desactivado. Costó captarlo, pero después de que los Firelights intentaran sabotear los traspasos de los hexportales, sentí que tenía que hacer algo. Ahora, hasta la construcción de un nido de pájaro llamaría mi atención y saltaría la alarma del dispositivo que tengo en ciertos enfarolados. —Se volteó despacio, mirándola fijamente pese a la distancia. —Si no hubieses estado tan receptiva conmigo quizá no habría sospechado. Pero mis hombres me están confirmando en este instante que han desactivado lo que tenías preparado para esta entrega de suministros…

Hizo una pausa para dejarla responder, pero Sevika se limitó a mirarla fijamente. Por supuesto, aclarando con esta actitud que había dado en el blanco. Y por algún motivo, esto no llegó a enfurruñarla del todo.

—Eres buena sheriff. Realmente astuta. Marcus es un zoquete a tu lado.

Cait entrecerró mínimamente sus ojos, fijándose bien en las armas que portaban todos los secuaces. Gabriel no estaba muy lejos de todos ellos y en él fue donde finalmente dejó la mirada puesta. El hombre no dijo nada, pero le mantuvo la mirada: si no lo hacía, si bajaba la cabeza un solo centímetro en honor a la verdad, podía cagarla. Él prefería no dejar clara su posición todavía.

—Pero dime una cosa —continuó la de piel morena—. ¿De verdad crees que lo que estoy haciendo es una traición hacia ti?

—No. La única causa que traicionas es la tuya propia.

Eso repiqueteó en el estómago de Sevika, ardiente en cólera.

—ESTÁS LOCA, CAITLYN. ¿Y TUS HOMBRES? ¿ESTÁN AHÍ DETRÁS, EH? ¡DILES QUE SALGAN Y PELEEN COMO LOS LACAYOS TUYOS QUE SON!

—No había hombre alguno esperándome. Te mentí. Os mentí a todos. Pero necesitaba que lo creyeras para que ninguno de tus secuaces se quedara en mi casa.

Sevika soltó una risotada, negando con la cabeza.

—No bajéis la guardia. Está mintiendo —gritó con una macabra sonrisa en la cara. Algunos de sus hombres desmontaron y cargaron bien sus armas. El brazo de Sevika desprendió un ligero humo violeta, al reajustarse los engranajes y prepararlo para la cacería. Tenía el puño apretado mientas veía cómo Caitlyn se hacía con una especie de desatornillador y, muy calmadamente, se aproximaba al cargamento de uno de los carromatos. Sevika la miró extrañada, pero sin perderla de vista ni un instante. No sabía qué narices estaba buscando en la mercancía que iba a ser para la nación de Zaun… hasta que abrió la solapa de uno de los enormes barriles. De él salió un fulgor tan potente y morado que deslumbró la estancia. El fulgor era ondulante, se movía, y eso le hizo tragar saliva. Porque acababa de darse cuenta de que su plan se acababa de ir al garete del todo.

—Pero qué…

—Los hexportales. El shimmer. Yo no sigo nunca pistas vacías. La única forma de vaciar vuestras guaridas era dejando que tus hombres se me acercaran. Parece que al final no tuve que pedirlo siquiera, la ocasión me vino regalada en cuanto decidiste mostrarte ante nosotras.

La mente de Sevika se partía, le faltaban importantes pedazos de información para hacer el nexo que Caitlyn parecía haber hilado tan fácilmente. Eso la quemaba, porque significaba que sus capacidades intelectuales eran muy desiguales y a favor de la de pelo azul marino.

—Gabriel lleva siempre colgada la llave al cuello. Y dos de tus hombres. ¿Creías que no iba a acabar entrando en tu almacén? ¿Que no iba a investigarte?

—Sólo has encontrado una de tantas —apuntó la morena con una sonrisa maleada. —De todas formas, te has arriesgado viniendo aquí tú sola a decirnos esto.

Caitlyn levantó mínimamente la mano, indicándole que aguardara un poco antes de sacar las guadañas.

—Querías volar por los aires la mercancía que estábamos llevando cuando estuviésemos con toda esa gente necesitada, para facilitar la guerra. No te esperabas que intercambiara la mercancía de la ciudad por la tuya. Tuve que hacerlo para evitar que cometieras tal estupidez. Porque no perderías esta indigesta cantidad de dinero, ¿verdad? El shimmer de tu propio almacén…

Sevika deslizó la hoja de un cuchillo por su manga, hasta agarrarlo por la empuñadura. Caitlyn bajó la mirada al instrumento y, por muy curtida y entrenada que estuviera, la primera sensación que tuvo su mente fue la de recordarle el punzante dolor que profesaba un corte profundo como el que estaba aún curando. El dolor físico siempre era un recordatorio brillante. Subió la mirada a Sevika y suspiró largamente.

—¿Quieres matarme, Sevika? ¿Ese es tu plan?

—No. Mi plan es que dejes a Vi.

Caitlyn cambió de expresión a una de extrañeza. Sevika se dio cuenta entonces de que esa parte del plan no pareció ser contemplada por la brillante sheriff de Piltover. No sabía qué pretendía si dejaba a Vi… y eso podía venirle bien, por lo que continuó hablando.

—Quiero que la dejes y que le digas que nunca vuelva a acercarse a ti. Que eres más que ella y que te mereces alguien sin trastornos emocionales. Sin carencias afectivas. —Sonrió de lado, jugando con el cuchillo entre los dedos. —Dicho con tanto tecnicismo, seguro que se cree que esas palabras han nacido de ti, ¿no crees?

—¿Por qué demonios haría algo así? —preguntó secamente.

Sevika no sonrió esta vez. Sus ojos se quedaron desde la lejanía pendientes a los de Caitlyn. Y tras unos segundos de silencio, acabó mirando a Gabriel y haciendo un breve gesto con el mentón. Gabriel se levantó del tocón donde estaba muy pesadamente, como si jamás hubiera querido hacerlo, y se dirigió a uno de los carromatos. Caitlyn siguió atenta los movimientos del hombre. El secuaz desbloqueó una de las cajuelas de tantas que llevaban, y cayó un pesado objeto rectangular, con conexiones que iban de una especie de compartimento metálico a otro en el mismo objeto. El sistema de botones en un lateral hizo que Caitlyn notara inmediatamente un nudo en la garganta, parpadeó rápido y levantó la mano en dirección a Sevika. Ésta comprendió y volvió a repetir el gesto para que Gabriel parara esa vez. Así lo hizo el hombre.

—Tienes la vista lo suficientemente entrenada para saber lo que estás viendo, ¿no?

—Por qué haces algo tan horrible… ¿no te da pena tu propia nación? ¿La guerra a la que la vas a someter?

—La guerra es inevitable. Pero no lo quieres ver, además, ya has llegado a la conclusión de que era lo que pretendíamos —musitó Sevika, algo más controlada. Sus palabras parecían ejercer un peso ya de por sí en su mente, pero parte de ella también se sentía mal haciendo lo que hacía. Si estaba metida en aquel fregado, era porque igual que otros muchos zaunitas, se veía desesperada por la necesidad del cambio y el respeto. Y ya no quería rendir pleitesía a nadie más.

—Hablemos, Sevika.

—No —dijo, y esta vez sonrió pero con desgana y cierta ironía. —No, sheriff. Yo ya no quiero ni voy a hablar más.

Se acuclillo frente al objeto y Caitlyn vio horrorizada que empezaba a teclear cosas. Por el calibre de una de las tuberías, sabía que el radar de aquella bomba que habían metido a traición en el carromato podía sentenciar el bosque que cruzaban sin ningún problema.

—No te lo pediré una segunda vez —comentó la morena, dirigiendo una furtiva mirada a Caitlyn y a su herida abdominal. —Te lo he pedido por las buenas.

—Sabiendo que tienes esa artillería pesada, por más que te haga caso… mis hombres darán con el resto de vuestras guaridas en un futuro cercano.

—No importa a cuántos tumbes, flacucha. Siempre habrá alguien más. Porque eso somos los de Zaun, ¿no? Le oí decirlo una vez a Marcus. Como cucarachas.

Caitlyn inspiró profundamente. Tenía que pensar deprisa. ¿Dejar a Vi, eso de verdad funcionaría? No tenía tanto tiempo para desgranar en qué salía ganando Sevika y los suyos con aquello.

—Vi no me creerá.

—Pues haz que se lo crea.

—¿Qué consigues con nuestra ruptura?

Sevika no le contó esta parte. Se limitó a mirarla en silencio y cruzarse de brazos, como si la pregunta se la hubiera hecho a ella misma. Caitlyn entrecerró con furia sus rasgados ojos, y al final dejó de observarles. Tomó impulso y se subió al caballo con cuidado.

—El shimmer se destruirá, de todos modos.

—Inténtalo y activaré el explosivo. El shimmer nos lo llevamos de donde nunca tuviste que robarlo. —Amenazó Sevika.

—Te aseguro que será destruido. —Caitlyn se palpó la gabardina militar, y todos los secuaces se pusieron en guardia, atentos por si la sheriff les apuntaba. Lo único que hizo Caitlyn fue alzar al cielo el cañón y disparar al aire, y un sonido de cascos sonó no muy lejos de toda la comitiva. Estaban rodeados. Sevika procedió a guardar la bomba y a cerrar la cajuela, alarmada. Pero por mucha prisa que se dieran en huir, los caballos de los vigilantes les alcanzaron, les acorralaron, y fueron arrestando uno a uno.

—Si no lo hago yo, lo hará otro. —Pronunció Sevika malhumorada. —Si no haces lo que te digo…

—Cállate. No he dicho que no vaya a hacerlo. No hagas ninguna estupidez. —Murmuró la sheriff, tan cabreada como envalentonada. Sabía que Sevika tenía ases bajo la manga, se estaba arriesgando demasiado, pero los tenía y no dudaría en usarlos. Cuando uno de sus hombres empezó a apretar las esposas en las muñecas de Sevika, Caitlyn levantó la mano en su dirección, indicándole que se detuviera.

—Déjala ir. Sólo a ella. Y quiero que interroguéis a Gabriel.

—Ni siquiera se llama Gabriel —musitó Sevika, poniendo los ojos en blanco. Cait devolvió la mirada al secuaz impostor, y éste se quedó también mirándola. Puede que al principio no hubiera culpa en los ojos del grandullón, pero cuando la miró a ella, percibió ese dolor sin sonidos que emite la traición.

—Bueno. A él, como sea que se llame —dijo tras unossegundos de asimilación, y dejó de mirarle. Suspiró y galopó de vuelta a casa. 

Periferia de Zaun

A mitad de trayecto, topó con Vi por el trayecto de la periferia, el único camino que aún parecía en condiciones para que las herraduras no se llenasen de shimmer, que se sabía, oxidaba algunas de ellas. Vi se bajó violentamente del caballo y Caitlyn hizo lo mismo, se apartaron para hablar, pero Vi empezó a disparar preguntas con un tono elevado de cabreo.

—¿Acaso creías que iba a quedarme aquí sentada, esperando tu vuelta? No sé ni siquiera cómo se te ocurre dejarme sin caballo… que sea la última vez que lo hagas.

Caitlyn asintió, sin querer entrar a discutir aquello. Cuando el tono de Vi se relajó un poco, ambas se quedaron mirando fijamente. Caitlyn tomó aire y se resolvió a comenzar.

—Mientras venía de vuelta he estado pensando en lo que ha ocurrido en el bosque.

—¿En el bosque…?

—Sevika lo tenía todo tramado desde el mismo momento en que conocimos a Gabriel. Por cierto, no se llama así.

La expresión de Vi pareció cambiar un poco, pero no llegó a perturbarla. Cuando se paró a pensarlo en profundidad, el plan orquestado había sido inteligente. Pero no sólo inteligente: por muy extremo que fuera, había coincidencias en las ideologías de los secuaces y de Vi, y sabía que Sevika hablaba por el dolor que le producía la diferencia entre las ciudades. Seguir fingiendo que no compartía muchas de ellas era ridículo. Quizá era el momento de reflexionar sobre lo que estaba haciendo. Escuchó a Caitlyn atentamente: oyó cómo había cambiado toda la mercancía, el enorme trabajo que supuso retirar las subvenciones de dinero y comida para sustituirlas por barriles pesados, hasta los topes del mismo shimmer que Sevika había estado custodiando en una de sus recámaras secretas de Zaun. Sevika tampoco se había quedado atrás; a pesar de la buena trama que había hecho con su plan para embaucarlas, había llevado un explosivo de alto alcance, explosivo que fue pillado por el equipo de la sheriff… pero al fin y al cabo un dispositivo adicional con el que la vigilante no contó. De no ser por la actuación rápida que  llevó a cabo, el resultado habría sido muchísimo más lamentable para todos.

—Me dijo que te dejara. Y que lo hiciera de un modo en que no tuvieras dudas de que lo hacía de verdad. Puedo llegar a imaginar lo que la empuja a arriesgarlo todo por tenerte a ti en su bando, pero… ¿no es exagerado?

—A lo mejor quiere la actuación de Powder y yo soy un buen anzuelo.

Caitlyn asintió, había considerado esa posibilidad, porque Jinx no debía estar lejos. Pero aun por esas, el plan de Sevika tenía tanto peso emocional en las gentes de Zaun, que supuso que el motivo principal por el que quería a Vi… era por darle un rostro a los zaunitas más renegados. Vi tenía ya contactos en Piltover, incluso más en el exterior teniendo en cuenta los viajes que había hecho con Caitlyn. Pero que fuera el rostro de la rebelión de Zaun era lo que Sevika quería a todo coste. Un símbolo de la astucia, de la victoria, y de la oposición a la corrupción del ala superior. Tenía que ser Vi. La necesitaba en cuerpo y alma, sus guanteletes debían ver la luz del día al igual que antaño el mundo conoció a Vander por lo mismo.

—De todas formas, no hará falta que te busques una manera de dejarlo para que ella te crea —musitó Vi, haciendo que Cait le devolviera una mirada aún muy pensativa. —Porque soy yo quien termina en este momento con la relación.

Caitlyn separó un poco los párpados, mirándola fijamente a los ojos. No entendía nada. No fue capaz de emitir sonido alguno por sus labios, quietos y confusos.

—Creo que es lo mejor. Acabaremos haciéndonos daño, y no me perdonaría volverlo a hacer.

Caitlyn frunció el ceño y abrió la boca, pero antes de poder quejarse, Vi volvió a cortarla.

—Puede que no me entiendas, cupcake, pero lo nuestro no iba a funcionar. Somos diferentes y por mucho que me esfuerce, tenemos maneras de pensar diferentes. Te deseo lo mejor en todo lo que haces. Pero yo también quiero cambios antes de pisar la tumba.

—Ya hablamos de esto, ten un poco de pacienc-…

—Eso es lo que no tengo —volvió a interrumpirla, poniéndosele delante. Cait parpadeó y la miró a la cara, aún confusa.

—Pero Vi, esto no tiene lógica. ¿Por qué te crees todo lo que dice?

—No me creo nada, no lo hago por ella. Lo hago porque no podré sentirme feliz ni realizada siguiendo la mecánica de tu plan. No quiero que Zaun viva de subvenciones. Y me explayaría más, pero ya lo hicimos la última vez. Así, que con todo el dolor de mi corazón… yo… creo que me gustaría saber dónde está Sevika ahora mismo.

¡Ver para creer!, pensó Caitlyn, desanimada. Se quedó traspuesta tras lo que acababa de decirle, no supo combinar sílabas para contestar. Se le trabó un poco el habla, pero logró atinar cuando vio que Vi empezaba a reajustar las correas de la montura del caballo.

—Vi, por favor… no seas tan necia, estos cambios rápidos son un falso resultado, la jerarquía de Piltover no cambiará tan depr-…

—Si no vas a prestarme ayuda en el plan que tienen ellos, y siendo la sheriff de Piltover lo dudo muchísimo, por favor, hazte a un lado y déjame pasar por ese callejón.

Caitlyn negó suavemente con la cabeza. Se cruzó de brazos mirándola.

—Te vas a llevar el golpe de tu vida si sigues así.

—A ver si así por lo menos vivo más tranquila en la otra vida.

Caitlyn juntó los labios en una fina línea, siguiendo con la mirada los movimientos de la pelirrosa. Empezó a sentir un nudo en la garganta. Otra vez…

—No quiero que lo dejemos…

—Somos incompatibles. Hazte a un lado, Caitlyn.

—¿¡Pero por qué me hablas así!? ¡Parece que nunca me has querido!

Vi paró de mover las manos en las correas, dejó de hacer lo que hacía y la miró lentamente. Le costaba. Siempre le costaba mirar a esos ojos tan intensos. No cedería esta vez. No, no lo haría.

—He dicho que te apartes. —Al bajar la mirada, vio que asomaba la empuñadura del arma reglamentaria del interior de su gabardina. Dio un paso adelante y la enfrentó. —Y dame tu arma.

—Has tomado demasiado vodka —musitó la otra, negando con la cabeza y una pequeña sonrisa, que brotó a duras penas, porque tenía más nervios que ironía dentro.

—Dame el arma, por favor. Cuestan demasiado caras.

—¿Para qué la necesitas?

—Para liberar a sus secuaces de la cárcel. Tus hombres no me dejarán hacerlo por las buenas y aunque no sea tan buena tiradora como tú, servirá para amedrentar.

Dio otro paso más cerca de ella y Caitlyn lo dio hacia atrás. Su mano fue a parar inconscientemente a la empuñadura que Vi no dejaba de mirar, cuando de pronto, la pelirrosa agarró el mango de la empuñadura y tiró hacia ella. Casi lo consigue, de no ser porque Cait le rodeó la muñeca con la mano.

—Cait, no voy a hacerte daño. Deja de ser estúpida, pretendo hacer esto de la manera más pacífica posible.

—Aliándote con los que tienen bombas para destrozar tu propia ciudad —dijo con la voz cerrada, sin soltarla de la muñeca. Pero Vi no se metería en ese puntiagudo diálogo, porque si lo hacía, Caitlyn volvería a arrojar algodones de azúcar en el tema. La guerra no se podía evitar, y si no se podía evitar y era necesaria para el cambio a favor de Zaun, no le importaría tanto provocarla. Porque Vi quería venganza. La igualdad jamás sería posible. Al saber que Sevika estaba detrás de todo se dio cuenta en seguida de esta realidad. Esa realidad era una en la que Caitlyn jamás podría acompañarla. Cait era un símbolo de paz. Agua y aceite, nuevamente. No se entenderían.

—Bombón, suéltame… —dijo despacio.

—Haz lo que quieras, no pienso convencerte. Pero no te llevarás el arma.

A Vi se le escapó una enfermiza risotada, mirando fijamente a Caitlyn. De repente, como si le hiciera gracia y deseara burlarse de la lucidez laboral que le estaba profesando, metió la mano bruscamente en la solapa interna y le arrancó el arma de allí, tan veloz que ni la propia Cait pudo frenarla.

O no.

Habría podido frenarme, pero no se lo esperaba.

Y prueba de ello fue la mirada de indefensión que recibió de Cait, que la miró a los ojos alucinada. Bajó la mirada a su arma, ahora en manos de Vi.

—Vi…

—¿Así me has tenido todo este tiempo, pensado que soy tu perrita faldera en Piltover? —preguntó con chulería. —¿Era tu manera de mostrarte ante los tuyos, por apadrinar a una pobre desgraciada de Zaun y quedar tú de progresista? Al final, vas a ser una fotocopia de Jayce o de Mel.

—¿¡Pero qué demonios estás diciendo!? ¿Has perdido el poco juicio que te queda?

—Probablemente sí —le respondió, sintiéndose sincera al hacerlo. Apretó los labios antes de volver a hablar. —Por favor… no intentes buscarme a partir de ahora, nunca más. Lo nuestro se ha terminado, ¿de acuerdo?

—Dame el arma, Vi.

Vi comprendió con aquella respuesta que Caitlyn no sacaría más el tema de su relación. Chica lista. En el fondo, Caitlyn no podía hacerlo, y no lo haría, porque se pondría a llorar presa de la impotencia. Vi también se sentía así, pero llevaba mucho tiempo fingiendo tranquilidad, esperando esos «cambios» que la dinámica de la sheriff prometía, y que sólo llegaban a medio gas. Tuvo una especie de revelación y aprovecharía la lucidez.

En respuesta, la luchadora sólo se ajustó bien el cañón del arma a la correa del cinturón, y se giró para dirigirse a su caballo. Fue murmurándole, de espaldas.

—Apártate del callejón o te aparto yo, no pienso dar todo un rodeo porque estés ahí parada.

No llegó a terminar su frase cuando sintió los brazos de Caitlyn cruzársele en el cuello desde atrás, agarrándole firmemente la cabeza. Se dio cuenta tarde de que le practicaba un mataleón perfectamente conectado. Vi se movió bruscamente, agarrando uno de los brazos ajenos, pero la chica los había cruzado y la palanca estaba hecha, así que la situación estaba a su favor.

—Deja el arma en el suelo. Ahora. —Apretó su flaco y tonificado bícep contra su garganta, y ajustó la palma de la mano en la parte trasera de la cabeza de Vi, haciendo la presión justa para que la joven se atorara al respirar. Vi apretó los dientes y la miró de reojo.

—No quiero hacert… hacerte daño… suéltame… —uno de sus músculos tembló. Una vena en su cuello se hinchó, de manera breve, pero antinatural. Sintió que de alguna forma su cuerpo se preparaba, que por sus venas fluía algo oscuro.

Caitlyn bajó la mirada hacia la posición del arma. No podía soltarla, o Vi se defendería. No tenía ganas de enfrentarse a ella a los puños, eso siempre acababa mal. Esperó algunos segundos en silencio a que obedeciera, y más segundos, pero Vi parecía desafiarla desde su silencio aguantando su mataleón, así que acabó apretando mucho más, hasta que la otra sintió que el cráneo le reventaba; la presión sanguínea se acumulaba aparatosamente en su cabeza. El rostro de Vi cambió a rojo. Presa del instinto de supervivencia, su fuerte cuerpo empezó a reaccionar dando codazos hacia atrás, buscando darle a su agresora. Logró rozarla con una mano, y volvió a intentarlo, pero de pronto Caitlyn levantó una rodilla y se la asestó en un costado, haciendo que el poco oxígeno que Vi estaba conservando fuera expulsado bruscamente por el impacto.

—Agh… —se quejó la pelirrosa, apretando las manos en el brazo de Cait. —Cait… suelta…

—Suelta tú —apretó más.

En ese momento, Cait oyó como un objeto pesado caía a los pies de ambas, era su arma. Descruzó los brazos alrededor de su cuello despacio y se agachó a buscarla. Vi se tomó unos segundos en coger aire, tenía aún la piel de la cara rojiza. Pero en cuanto volvió en sí y cruzó miradas con ella, agarró el arma por un extremo. Cait se esperaba un contraataque así, por lo que esta vez ambas tiraron hacia sí, cada una desde un lado. Cait observaba que el cañón apuntaba peligrosamente el abdomen de Vi, y que a ésta todo le importaba un carajo.

—¡Para, maldita sea! ¡Es peligroso!

Vi la miró enfurecida sin responder y tiró con rabia hacia ella, haciendo que Cait se pegara a su cuerpo fuerte, pues tampoco la soltó. Ambas comenzaron un forcejeo con muy mal presagio, luchando por quedarse con ella. La fuerza de las piernas de ambas destacó a favor de Vi, que pese a ser más corta, las tenía más fuertes. Caitlyn ciñó más fuerte los dedos a la culata procurando no tocar el seguro, no quería que por error el arma se disparara contra Vi. Enroscó las muñecas y logró que con un nuevo tirón los dedos de Vi se escurrieran, y esto fue el último desencadenante para que Vi perdiera los estribos. Es más técnica que yo, siempre lo ha sido. Sus ojos brillaron despidiendo un trasluz rosado, que le hizo pensar muchísimo más rápido y sentir su cuerpo muy poderoso. Vio la oportunidad y asestó un puñetazo duro, seco y desproporcionado en mitad de la cara de Caitlyn. Ésta estaba tan empeñada en no soltar el arma que los primeros segundos no lo hizo, no la soltó, pero el golpe manifestó sus consecuencias a los escasos segundos, se mareó, y no tuvo más fuerzas en ese momento para seguir tirando. Vi le arrancó el arma de las manos iracunda y miró cómo Cait perdía el equilibrio, atontada.

—Te… te dije que soltaras. Por qué te resistes tanto… —dijo la de pelo rosa, con temblores en la voz. Pero se odió a sí misma al instante, cuando vio que Cait se ponía a llorar nada más la consciencia volvía a su rostro. Un borbotón de sangre comenzó a salir de su nariz dormida. La vigilante gimió adolorida y ya no la miró, se arrastró hacia un lado con ambas manos tapando su nariz.

A Vi le iba a explotar el corazón.

Caitlyn emitió un segundo gemido de dolor que la desgarró, mezclado con el llanto. Parecía estar colapsada por el dolor, le había dormido la cara. De sus ojos fuertemente cerrados salían lágrimas, y por debajo de sus palmas, Vi vio que la sangre discurría brillante y veloz. Había sido el shimmer otra vez, actuando por su cuenta. Le temblaban las manos. Le temblaban los párpados. Le temblaba todo.

Y dudaba que existiera siquiera la remota posibilidad de que Caitlyn quisiera estar con ella después de aquel golpe. Le ascendió un nudo por la garganta insoportable al oírla llorar, con el surco nasolabial y los dientes ensangrentados. Le temblaron las piernas al verla así, bajó la mirada al arma y la apretó con las manos.

—No hace falta que me perdones. Cuando consideres oportuno me encarcelarás, igual que un día me sacaste de esos barrotes. Lo s…

No, no le diría un «lo siento». Caitlyn estaba llorando, no la miraba, y estaba tirada en la acera, incapaz de controlar las compungidas respiraciones de su cuerpo cada vez que sollozaba. No, definitivamente no le diría un lo siento, porque sería reírse en su cara. Se acercó lúgubremente al caballo y lo montó. Dedicó una breve mirada a la otra: se había apoyado en uno de los paredones del callejón, no la miraba, sólo lloraba muy angustiada y respiraba agitada, la sangre había manchado su blusa del uniforme. Parecía que fuera a darle un ataque de ansiedad por las respiraciones fuertes y rápidas que tenía.

De hecho, se dio cuenta de que así estaba siendo.

La vida es tan fácil como queramos que sea, algunas veces. Tú lo tienes todo, yo no tengo nada. Sin embargo por eso mismo, yo quiero las cosas rápido y tú quieres dosificación por no saber lo que es padecerlas. El problema no es ese, cupcake. Yo no puedo proponerte escaparnos para siempre lejos de aquí, porque no vivirías en paz. Y yo tampoco. Tenemos un deber y una nación que proteger. Siento que una hija de puta desagradecida como yo haya calado hondo en ti, porque ahora viéndote sufrir de este modo, sé lo desgraciada que tienes que sentirte.

Caitlyn había logrado dejar de sollozar, pero se veía que las respiraciones no se le habían calmado en absoluto. Seguía sin mirar a Vi, y pronto sintió que las respiraciones rápidas y la congoja se debían efectivamente a un ataque de ansiedad. Se palpó el pecho con la mano y se obligó a abrir la boca para dejar paso al oxígeno, pero parecía que su organismo, estresado, había olvidado cómo responder a tan sencilla comanda. Tenía maquillaje grisáceo corrido tras el llanto y la boca totalmente ensangrentada junto a la nariz. Vi tenía los puños lo suficientemente grandes para haberle marcado ahí también su dureza. La luchadora sintió temblar con más fuerza sus manos, el shimmer circuló rápido por sus piernas, colmándola de rabia. Miró agresivamente a Cait y dio un paso hacia ella sin que la otra se percatara. Apretó el seguro del arma hacia abajo y la encañonó cuando la joven seguía luchando por ponerse en pie y por respirar, sin mirarla. Iba a dispararle. Estaba segura, el shimmer se lo pedía. Pero de pronto la vio poner una mueca de dolor, apretando los dientes rojizos, y contempló que se estaba palpando el abdomen donde había sido aquel tajo tan profundo. La acumulación de dolores y la imposibilidad de respirar la hizo caer de culo de nuevo, y se arrastró hasta el muro de enfrente como pudo. Caitlyn se empezaba a poner nerviosa, era una sensación muy angustiante el no poder respirar y a la vez tener taquicardia, jamás se había enfrentado a una sensación tan horrible. Jamás, y Vi se la había provocado. Cuando Vi vio aquel dolor magnificado hasta tal punto, algo pareció calmar su propia rabia y aplacarla. Puso el seguro del arma y se guardó la pistola en el cinturón. Caitlyn tosió escupiendo sangre y cerró los ojos, luchando desesperadamente por normalizar las respiraciones sin casi éxito. Apoyó la cabeza contra el muro y se tomó a sí misma las pulsaciones sobre la yugular.

Y tal cual, con esa imagen tan horrible, y sintiéndose una completa hija de perra, Vi la dejó sola. Golpeó la ijada de su equino con fuerza, haciendo que el animal diera fuertes zancadas para aumentar la velocidad. Las herraduras resbalaron al escalar un montículo más escarpado, pero logró llegar al camino de la primera llanura. Se puso en pie sobre los estribos para ver mejor entre los altos arbustos, y se perdió entre los miles de árboles.

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