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CAPÍTULO 17. Los ojos rosas de la destrucción


—He hecho cosas de las que me arrepiento enormemente.

Empezó la mujer, de piel morena, acuclillada frente a una mesa. Tenía las manos cruzadas y casi parecía rezar una plegaria, pero en realidad, aquella postura siempre le había ayudado a meditar. Su cerebro pasó rápidamente recuerdo tras recuerdo todo lo vivido los últimos meses. Había sido lento, pero al mismo tiempo muy intenso. Todo por una causa demasiado grande hasta para ella misma.

—Y haré cosas de las que me arrepentiré siempre. Pero son necesarias —se excusaba, moviendo lentamente la yema de sus gruesos dedos sobre la mesa. Sevika frunció sus largas cejas y suspiró al mirar la otra mesa que se erguía frente a ella, la que una vez fue el escritorio de Silco. —Sé que tú me entenderías. Lo harías todo y más por Zaun. Me apoyarías, y quién sabe si incluso estas ideas desmadradas también se te habrían ocurrido a ti.

Sevika se incorporó y alargó un brazo hasta el cajón del despacho de Silco. Sacó de allí un portafolios delgado con fotos retrato de Jinx, con las fechorías que estaba haciendo en otras ciudades. Había conseguido una copia y la había metido en una de las cajoneras de Caitlyn en alguna de las múltiples horas que Caitlyn descansaba su herida abdominal, y Vi trabajaba en el jardín. Fue ridículo lo fácil que resultó, no hubo complicación ninguna. Tarde o temprano la pillarían con la mentira, lo sabía, o al menos Caitlyn la pillaría, pero lo importante era que no lo hiciera Vi. Con eso ya estaba más de la mitad del trabajo hecho.

—Increíble lo que pueden provocar unos papeles tontos y la inseguridad. Ese lado es el único decepcionante de Vi —musitó, mirando las líneas que ella misma había escrito, imitando la letra de Caitlyn.

Sevika había hecho que Vi mirara en las cajoneras cerradas de su novia, y sabía que tarde o temprano encontraría aquel papel. Sólo tenía que jugárselo a una carta: decirle que había oído de las nuevas fechorías de su hermana, y esa misma noche lo más probable sería que Vi intentara averiguarlo y confirmarlo por su cuenta. Si no era esa noche, la siguiente. Pero era tan insegura, que no dormiría tranquila hasta averiguarlo. Así había sido. Había recibido noticias de los secuaces —lque aún no habían sido encontrados por la vigilante— de que Caitlyn tenía un enorme hematoma extendido en el rostro, y eso sólo podía significar que Vi había desconfiado de ella… y que había seguido bebiendo el shimmer de manera más indiscriminada. Sevika había alterado varias de las dosis que le daba, para que aparte de fuerza, le ofreciera rabia, celos, descontrol y cierto grado de insensatez. Si tenía que pagar su furia con alguien, sería con Caitlyn, y si lo hacía con Caitlyn, doble sería su sufrimiento después, mayor la vergüenza del acto realizado, no sería capaz de encontrar una respuesta lógica a su propia conducta… y lo más importante, Caitlyn la abandonaría. Sevika había conseguido que uno por uno, estos hechos se sucediesen solitos. Ahora tenía a Vi de su lado, a Jinx muy lejos de Zaun y a Caitlyn sintiéndose una completa mierda. No le venía nada mal que se sintiese así, porque sólo era cuestión de tiempo que la niña de oro empezara a rendir mal en su trabajo.

—Sólo había que esperar un poco y atacar en el momento justo, tenías razón. Qué pena que por culpa de tu indisciplinada aprendiz estés criando malvas. Al menos a una de ellas la entrenaste bien —murmuró a un inexistente Silco, y refiriéndose a sí misma. Se preguntaba cuánto tiempo habría de pasar para que Vi supiese que el portafolios de Jinx que encontró en el despacho de Caitlyn era una bonita falacia, bajo la que se había guiado para separarse de la vigilante.

—Lo de ser tonta viene de familia, definitivamente —decía Sevika, riéndose. —La única que de verdad me preocupaba era Caitlyn, pero ya ves… ya ves, Silco. Dos tortas dadas con contundencia, un empujón y ya la tengo totalmente desorientada. Tendrás que entender que con ella la palabra no era el mejor método para quitarla del medio… es la única con cerebro de la relación. Vi es tan zoquete como Marcus, impulsiva, y no sé cómo agradecérselo.

Sevika tenía razón en muchas cosas, y había tenido mucha suerte en otras. Era una realidad.

Guarida de los rebeldes

Los hijos de Zaun que no simpatizaban con los últimos movimientos de los vigilantes se habían reunido, cada vez más cuantiosamente, en las guaridas más recónditas de las que Sevika tenía conocimiento. Era una de las principales valedoras de aquella misión de guerra y la única que conocía todas las ratoneras donde cada fin de semana se reunían los secuaces. Sevika había permitido solamente que Vi conociera cada ubicación, porque quería que ella tomara el relevo en cualquier caso y fuera el rostro de la rebelión que con tantas ansías estaba conformando. Desde lo vivido con la vigilante, Vi había cambiado drásticamente de personalidad. Había perdido a su hermana y se había quitado del medio a Caitlyn de la manera más violenta que la situación permitió, y con ellas dos fuera de su cabeza, su mente estaba privatizada de toda sensación buena o empática. No le hacía ni chispa de gracia la alternativa de Sevika, pero entendía su agresividad. Había un futuro en Zaun si seguían esa línea desproporcinada. Y ya no podía echarse atrás. De igual modo, Sevika tenía que andarse con mucho ojo: había cosas que la pelirrosa no sabía, como por ejemplo, que la mercancía que se perdía desde Piltover había sido sustraída por ellos. Pequeñas cosas que prefería ocultarle para no hacerla dudar.

—La próxima entrega de subvenciones será nuevamente en el centro de Zaun. Desde bien temprano tendremos que tener listos los cañones y las armas. Para evitar contraataques y avances rápidos, tirotearemos sus caballos nada más yo dé la señal. Después, los disfrazados destruirán los carromatos.

—Deberíamos dar un tiempo de margen a que escape la población, de lo contrario será una masacre —alegó Vi, mirando fijamente a los ojos de Sevika.

—Nos mezclaremos con ellos. Así no dispararán. O al menos, dudo que se atrevan. Sin embargo sí que se verán obligados a abrir fuego contra la avanzadilla de la retaguardia, damos por sentado que para cuando ese grupo esté llegando, ya los civiles se habrán escapado. Y ahí, podemos prepararnos para perder a varios de nuestros hombres si no están avispados. Tenéis que usar el shimmer, sobre todo los que vais llegando al centro. Liquidad a los malditos vigilantes y luego prended fuego a toda la zona.

Vi tragó saliva e hizo un esfuerzo sobrehumano para digerir lo que iba a hacer… o más bien, por qué iba a hacerlo. Se había cansado de ver aquello nefasto lo mirara por el ángulo que lo mirara, sin embargo, sí que tenía validez en un propósito.

—Vi no tiene claro algunos detalles en los uniformes que hemos imitado de la policía.

—¿Cómo? —murmuró Sevika, mirando a su secuaz. Después todos dirigieron la mirada a Vi. Ésta se encogió de hombros.

—Tienen hombreras difíciles de imitar, eso es todo. No importará, los ciudadanos no se fijarán en eso.

La idea principal era hacer creer a los ciudadanos que la guerra la formaban los propios vigilantes, porque pretendían disfrazarse como ellos. Todo sería tan caótico, tan confuso desde cualquiera que les mirara, que ni los propios vigilantes sabrían hacia dónde o a quién atacar llegado el momento. Ellos sin embargo, .

—Si tenéis oportunidad, liquidad a la sheriff primero. —Apuntó uno de los secuaces, haciéndose notar con su voz grave ante los demás. A Vi se le cambió la expresión del rostro. — Sin su figura, estarán mucho más desorientados.

—No será necesario. Podemos obtener mejores resultados si la secuestramos y solicitamos recompensa por ella —se aventuró Vi, buscando la manera de sacarla del terreno más mortífero. Sevika se acariciaba el labio con la hoja de una navaja, mirándola fijamente y analizando si aquella idea era fruto de sus ganas de ganar, o de su miedo por perderla. Optó que ambas eran correctas.

—Si alguien mata a la vigilante, perdemos puntos. Vi tiene razón. Es un buen as. —Respondió Sevika. —Pero igualmente, si está matando a muchos de los nuestros, que alguien le reviente la cabeza de un balazo. La hija de puta ha sido siempre un grano en el culo.

Los gritos y vítores se encendieron entre aplausos ante aquella idea, pero Vi sintió un incomodísimo nudo en la garganta al siquiera imaginarlo. Todo lo que habían vivido, sentido, lo que habían pasado bueno o malo… reducido a un disparo en la cabeza. Si Caitlyn fallecía y más de aquella manera, Vi no soportaría ni un solo día más en aquel mundo podrido. Consideraría su causa perdida. Cerró los ojos lamentándose antes de tiempo.

Si le pegan un tiro y me la matan, mataré a todos estos gusanos y luego me borraré del mapa. Yo decido cuándo empieza y cuándo acaba esta rebelión, de eso puedes estar bien segura, Sevika.

Por amor del cielo, esto va a ser sanguinario…

Cuartel de Piltover

—¿Qué es eso?

—¿Qué cosa? —preguntó un joven vigilante, que aún estaba en prácticas. Miró a la mujer que le comandaba, una vigilante más veterana, pero ésta sólo contestó con una silenciosa mirada analítica hacia arbustos lejanos.

No se volvió a mover lo que fuera que la mujer visionó, pero sí sembró un poco de tensión entre el resto de compañeros. A ningún vigilante le gustaba hacer la entrega de subvenciones, lo hacían por estipulcación del rango más alto, que era la sheriff. Caitlyn se encontraba en la carroza más lejana, protegiendo el lado oeste mientras galopaba despacio. Había atraído algunas miradas… hacía tan sólo tres horas atrás entró corriendo en comisaría, con las manos en la cara y muy agitada. Sólo Jayce, que en ese momento se encontraba allí con Viktor, salió disparado hacia el baño y le hizo compañía por casi una hora. Una hora donde Caitlyn luchó por dejar de llorar sin parar, y cinco insoportables minutos de un ataque de ansiedad al que jamás se había enfrentado. Lo único que vieron después el resto de vigilantes, es que la muchacha salió del baño con la nariz y las mejillas coloradas.

Pero eso había sido hacía tres horas.

Ahora, el paso del tiempo había tornado el tono rojizo de su cara en un enorme y clarísimo hematoma morado verdoso que se extendía a medida que pasaban los minutos, con el origen del impacto en la nariz. Fuera lo que fuera lo que le había ocurrido a la sheriff, había sido con una fuerza brutal. Tenía toda la cara amoratada y resultaba impresionante verla. Caitlyn no había vuelto a hablar con nadie desde que salió del baño de comisaría, y procuró no acercarse tampoco a nadie para evadir preguntas. Como la misión que tenían requería atención y que nadie les robara en el trayecto —sobre todo porque ya habían desaparecido varios carromatos con mercancía anteriormente—, aprovechó eso para ponerse a vigilar a cierta distancia y evitar también que le preguntaran.

—Definitivamente hay que avisar a la sheriff. Se encuentra al oeste, casi al final de la comitiva —murmuró la mujer vigilante pasados diez minutos, al ver de nuevo un bulto moviéndose en la lejanía. Ordenó que toda la mercancía frenara. —Chaval, corre y díselo. Haré parar esto hasta que Caitlyn esté informada de que nos están siguiendo. No logro ver bien, pero la necesito aquí.

El joven salió como alma que lleva al diablo para trasladar el mensaje a su jefa.

Vi observaba en todo momento desde un árbol alto, junto a Sevika en la otra rama. Ambas observaban que Caitlyn ya había empezado a moverse ágilmente en el caballo para encabezar la partida. No les convenía que fuera adelante, o al menos, no le convenía a Vi, estaba demasiado a tiro.

—La verdad es que, teniéndola desde aquí… dan ganas de terminar con todo, ¿verdad? —murmuró Sevika. Vi parpadeó y la miró fijamente, apretando los labios.

—No quiero ni que la mires, Sevika. Si quieres que esté de tu parte, evitarás que alguien le ponga un dedo encima. O te juro por lo que más quieras que acabo con tu séquito.

—Tranquila, sólo era un comentario. No voy a hacerle nada a tu… preciosa muñequita. Veo que la tratan bien en casa, ¿eh?

Vi perdió fuerza en la mirada con aquella última frase. Se creía que Sevika desconocía el hecho de que había sido ella quién le pegó, por eso la frase tenía más carga negativa sobre su psique.

—Menudo palazo se ha tenido que comer. Tiene la cara hecha una mierda —continuó Sevika, chistando la lengua. Vi apartó la mirada de Caitlyn y se subió la capucha para ocultar el color de su pelo.

—Deberíamos bajar antes de que llegue a la primera fila. Ataquemos ya.

Sevika asintió y dio un potente silbido. Eso no sólo llamó la atención de sus secuaces, sino de los propios vigilantes a los que iban a confundir. Saltaron delante, encima y por detrás de la comitiva, haciendo que muchos aldeanos que circulaban por allí se asustaran. Los pocos carromatos que ya habían empezado a repartir subvenciones y comida quedaron parados, sin atención, y los zaunitas que esperaban en la cola empezaron a correr en todas direcciones. Desde la perspectiva de los ciudadanos, todos eran vigilantes, pero había un sector que claramente estaba haciendo problemas sobre los habitantes de Zaun. Caitlyn se dio cuenta rápidamente de lo que estaba ocurriendo y tardó sólo tres segundos en percatarse de las hombreras sin el símbolo oficial de Piltover.

—¡No ataquéis a ningún civil! ¡Mirad las hombreras de los impostores!

Sevika abrió los ojos, en una clara mueca de rabia descompuesta.

No es posible que se haya dado cuenta tan rápido. Joder, esto nos viene mal.

Con esa aclaración, los vigilantes pudieron ir discerniendo a cuáles atacar y a cuáles no. Pero no pudieron cantar victoria, porque de repente, un explosivo reventó e hizo volar por los aires a cinco carromatos. El alcance de la bomba fue mucho más largo de lo que los propios secuaces zaunitas se imaginaron: las chispas se mezclaron con tecnología hextech de algunas armas de Piltover y la onda expansiva se multiplicó una y otra vez, hasta arrasar de un solo oleaje con más de doscientos cuerpos, que acabaron tendidos inmóviles sobre el suelo.

—¿¡Pero qué coño estás haciendo!? ¡¡Han muerto muchos de los nuestros!! —gritó uno de los secuaces, encarando a Sevika. Sevika soltó una risotada y lo agarró con fuerza del cuello de su camiseta.

—Vete a llorar a otro lado, aquí íbamos a venir a por todas. El primer sector de carromatos está destruido, ¿no? PUES CÁLLATE Y DISFRUTA.

Vi se despegó de ellos y saltó como una bala hacia una de las techumbres de las primeras casas que daban la bienvenida a Zaun. Pisara donde pisara habían cadáveres, aunque agradeció en silencio que la mayoría fueran de animales y vigilantes, y no de sus compatriotas. Ayudó a otra secuaz a escalar por el mismo techo y le hizo un gesto para que la siguiera. Ambas mujeres sacaron de su disfraz un par de bombas de bajo rango, que se activaron en cuanto se pusieron de acuerdo. Corrieron mientras el tiempo para la detonación se terminaba. Al llegar a una de las zonas señaladas, Vi sintió de nuevo el shimmer correteando por su sistema circulatorio como si fuera el causante de todas aquellas últimas decisiones. No podía parar, sólo pensaba en cuándo sería la siguiente dosis para sentirse dura y fuerte, destructora. Empezaba a necesitar el shimmer más de la cuenta.

—Me dijo Sevika que tomes esto. —La chica le lanzó un minúsculo botecito, y Vi lo agarró en el aire. El fulgor fucsia brillaba en sus manos vendadas. Lo destaponó y bebió sin pensárselo. Notó quemor en la garganta, pero el efecto fue rápido y la hizo sentir aún más poderosa. Así podía sentirse capaz de cualquier cosa. Caitlyn perdía importancia, Powder también, perdían espacio en su cabeza y en su corazón, para instaurarse una necesidad de imponer su autoridad y sus ideologías. Lo hacía todo sumamente fácil, y además, esta nueva versión había eliminado los desastrosos efectos que provocó en Vander y en el muchacho rubio que había perdido la vida, cuando ella aún era una adolescente.

—Mucho mejor. —Murmuró la pelirrosa, y dio un enérgico salto al techo del piso superior. Se colgó de las oxidadas barras que juntaban un alféizar con otro y elevó su cuerpo sin ninguna dificultad hasta subirse al techo. Desde allí, soltó las dos bombas de bajo calibre, que eliminaron la segunda línea de caballos que estaban en sus establos, sin jinete, abrevando y descansando. La chica que la acompañaba miró un poco preocupada la capa de gente muerta que tenían abajo. Se quedó un poco impactada hasta que Vi le dio un duro manotazo en el hombro.

—No te quedes quieta, muévete o te dispararán los vigilantes. Otra cosa no, pero quitar vidas se les da muy bien.

La chica tragó saliva y corrió junto a ella, hasta alcanzar otra planta más alta desde donde tirar las otras bombas. Querían eliminar todos los caballos hasta que no tuvieran forma de largarse, y debido a la encerrona que les habían hecho los que estaban disfrazados, empezaban a quedarse sin margen para pelear. Los habitantes ya se habían ido en su myoría, huyendo despavoridos.

—Tíralas tú, que tardas demasiado en prepararlas. Yo prepararé la siguiente tanda. Tíralas ya, no tardes.

La chica asintió y se puso a trabajar. Se giró y preparó las bombas, con cuidado de no retirar aún las anillas. Una fuerte ráfaga de viento sopló y la capucha se deslizó alrededor de la cabeza de la chica. Vi sacó de su zurrón cuatro bombas pequeñas más, pero en cuanto elevó la mirada sin querer hacia donde la chica estaba con las otras, se quedó quieta. La chica tenía el pelo celeste. No era azul como tal, sino un color casi blanco. Pero azul, de un modo u otro. Las dos mujeres a las que quería tenían un color de pelo azul. Sabia perfectamente que esa chica no era su hermana ni Caitlyn, pero un sentimiento raro se estaba instaurando en su cuerpo al verla. De repente, fue como si su lado racional le dijera que por favor, le retirara las bombas de las manos.

—Chica.

La muchacha se giró algo nerviosa, tenía miedo y se le notaba.

—Deja eso. Baja y enciérrate en la tienda de abajo, me aseguraré de que nadie la ataque.

La chica se lo pensó.

—Pero Sevika nos ordenó que…

—Sevika no manda aquí. Aquí mando yo. Lárgate.

La muchacha asintió y se volvió a poner la capucha. Dejó las bombas sin abrir a los pies de Vi y se puso rápido en pie. Vi se acuclilló frente a todo el trabajo que tenía por delante, cuando un tiro silencioso impactó en carne.

Parpadeó, al principio indemne, pero luego moviendo muy deprisa los iris hacia las piernas de la chica. O lo que quedaba de ella. La muchacha puso una expresión de horror, una mueca de dolor que no llegó a término, porque la bala le había atravesado el cráneo y no la dejó gesticular más segundos. Murió casi en el acto. Sus piernas perdieron fuerza y se desplomó hacia un costado, sin más. Vi respiró acongojada y se puso de pie velozmente. Asomó sin miedo la cabeza, sabía más o menos la trayectoria.

Y sus ojos conectaron con los otros.

Vi abrió más los ojos, alucinada. Dio un paso atrás por pura impresión.

Caitlyn le devolvía la mirada, encañonándola desde su lejana pero visible posición

Caitlyn le devolvía la mirada, encañonándola desde su lejana pero visible posición. Vi apretó los puños pero los soltó rápido, y procedió rápidamente a sostener las bombas que la chica no había podido lanzar. Antes de lograr meter el dedo en la anilla, un tiro le impactó en la pechera metalizada y la hizo dar tres paso atrás, sin tirarla. 

—HIJA DE PUTA —gritó un secuaz en la planta baja, que se acababa de dar cuenta de lo que ocurría. Muchos de los que estaban abajo se fijaban en qué narices ocurría en las plantas superiores, era importante tener siempre localizada a Vi. Pero también a Caitlyn. Una bengala roja empezó a despedir humo sin parar, pero ni por esas Caitlyn dejó de apuntar a su ex novia.

—Dispárame porque no voy a parar —musitó Vi, a sabiendas perfectamente de que no podía escucharla, pero sí intuiría y traduciría su mirada impotente, de provocación. Se había vuelto más insolente desde que las dosis de shimmer acrecentaron. Volvió a caminar cerca del borde para provocarla abiertamente, y se agachó despacio a sujetar todas las bombas sin abrir, que eran como pequeñas cajas rectangulares. Caitlyn abrió los ojos sorprendida pero tenía muy poco tiempo para decidirse. Se asustó un poco: no reconocía la actitud de Vi, le dolía que la incitara a dispararle como si su vida no valiera nada. Vi vio con una sonrisa maliciosa que la vigilante ajustaba rápido el rifle a su hombro, apuntándola, al ver que acortaba distancias con el borde del edificio. Con la diferencia de que ahora sabía que la pechera era un chaleco antibalas. Cuando fue a retirar una de las anillas recibió un disparo limpio en el hombro izquierdo, que hizo gritar a Vi de dolor. Su cuerpo dio el retroceso de medio paso. Supo que tenía orificio de salida. Arrastró un gemido de dolor animal y se agachó a recoger los pequeños proyectiles, pero no llegó siquiera a agacharse. Caitlyn recargó en menos de un segundo y disparó dos veces más, logrando tirar a Vi de rodillas. La mujer gritó, endemoniada y muerta de rabia, con los ojos rosas y el hombro perforado por tres agujeros pequeños. Vi gritó varias veces, contenida de angustia, sentía que su hombro no dejaba de sangrar. Cuando trató de ponerse en pie del todo sintió un mareo inmediato y casi cae de culo. Miraba con los ojos acuosos por la rabia que sentía, Caitlyn la miraba friamente, en una expresión que la otra tradujo como decepción absoluta.

—¿¡VAS A MATARME, CAITLYN!? ¿¿ACASO CREES QUE QUEDA ALGO POR MATAR??

—¿¡VAS A MATARME, CAITLYN!? ¿¿ACASO CREES QUE QUEDA ALGO POR MATAR??

Levantó la última caja detonante que le quedaba y elevó el brazo para lanzarla, pero otra bala le atravesó el brazo, y aquí el dolor fue mucho más insoportable.

—Retirada —chilló Sevika muy malhumorada, el plan estaba careciendo de éxito rotundo por culpa de Vi y de la puntería de la vigilante. Apenas podía creerse que esa zorra de alta alcurnia pudiera alcanzarla en zonas tan específicas estando tan lejos. Su arma ni siquiera era la que tenía mira, y había que tener mucha precisión. Mientras sus hombres se volvían por las mismas líneas que salieron y empujaban a los pocos civiles vivos que quedaban, Sevika cargó su rifle y apuntó hacia arriba, al punto estratégico donde estaba Caitlyn.

No es tonta, desde luego que no.

No podía verla y el alcance era precario. Pretendía darle, pero era consciente de que tenía que tener algo de buena suerte. Además, no era igual de preciso apuntar con un brazo hecho de tecnología y shimmer. Vio un atisbo de algo moviéndose, y disparó. Caitlyn, enfrascada en la tarea de tener controlado lo que Vi hacía, no prestó tanta atención al resto de puntos. Una bala se incrustó en el muro donde ella estaba apoyada para cubrirse, y se guareció deprisa: al analizar el diámetro de la bala, supo que le habría partido el hueso de la tibia de haberla alcanzado.

Esta gente no tiene corazón. No saben ni por qué están luchando, pensó airada. Recargó el arma, pero para cuando enfocó el techo desde donde estaba Vi, sólo vio su sangre esparcida y con claros símbolos de huellas. Bajó el arma y escurridiza como un gato, se introdujo entre dos pasamanos para saltar hacia el techo. Tomó carrerilla y tomó el impulso que pudo, pero a pesar de ello, sus delgadas piernas tropezaron con el bordillo y tuvo serias dificultades para ascender al techo donde estaba Vi. Además, se notaba el cuerpo sudado de todo lo que había corrido para alcanzar ese edificio. Acopló bien los antebrazos a la parte superior del techo y colocó una bota para ascender, pero nada más comenzó a elevarse la suela resbaló y el cuerpo dio un peligroso tirón hacia abajo, quedando colgando del borde. Caitlyn respiró agitada y aferró bien las manos enguantadas al borde: estaba agotada. Se la había jugado demasiado al querer ir tras Vi. Miró hacia abajo y cerró un segundos los ojos, había demasiada altura, si resbalaba, moría. Miró hacia arriba y trató de regular la respiración. Apretando los labios logró volver a colocar la bota en el paredón, y haciendo una dominada muy maltrecha, pareció poder con el peso de su propio cuerpo, muy despacio, con los brazos temblando por el esfuerzo, cada centímetro ascendido era un suplicio. Logró poner un brazo flexionado por encima del techo, entre gemidos de esfuerzo, cuando de repente dos botas enormes caminaron frente a ella. Caitlyn respiraba sin resuello y al fijarse en las botas ascendió la mirada arriba, encontrándose con los ojos rosados de Vi. Vi tenía el brazo izquierdo completamente encharcado en sangre. Se sentía capaz de estar en pie únicamente por efectos del shimmer. Pero miraba ahora a Cait con una fijeza amenazadora, directa. La expresión era terrorífica, hubo algo que le recordó a Jinx. Para cualquiera que fuera testigo del encuentro, se daría cuenta en seguida del peligro que corría la sheriff, y la indefensión que proyectaba. Era casi sumisión. El lado afectivo de Cait dio unos segundos de tregua y de silencio para que Vi se prestara a ayudarla, pero su cuerpo no aguantó más de dos segundos, y entendió que si no lo hacía por sí misma, ella no se lo iba a facilitar. Comprimió fuerte los labios y con un último esfuerzo logró sacar medio cuerpo más, arrastrándose sobre el techo para subir las piernas. Su corazón palpitaba como un loco por la adrenalina de vérselas con la muerte tan de cerca. Tenía la garganta seca. Al ponerse de pie pesadamente, respirando asfixiada, de repente su cuerpo se tensó y la encañonó, guardando las distancias. Vi se cruzó de brazos sonriendo.

—He podido matarte ahora mismo y no lo he hecho. ¿De verdad vas a apuntarme?

—De rodillas —murmuró Caitlyn, señalándole el suelo con el mentón. Vi no se movió. Su hombro seguía despidiendo caminitos de sangre brillante, su antebrazo disparado también. Lentamente, un charquito rojo se extendía bajo su posición. —Se te curarán las heridas en el hospital. Ponte de rodillas, Vi.

Vi se acercó peligrosamente a Caitlyn, provocando que ésta diera un paso atrás y la encañonara con más ahinco.

—¡Deja de andar!

—¿Vas a disparar? Deja que haga un ajuste.

Caitlyn estuvo muy tentada de partirle la mandíbula al golpearla con el largo del cañón, pero pudo abstenerse. La mano sana de Vi rodeó la punta del cañón y la condujo a su zona pectoral, concretamente, el lado izquierdo donde su corazón latía desbocado. Le sonrió.

—No tengo nada que perder ya. ¿Quieres acabar con esto rápido? Dispara. Porque no voy dejar que me arrestes, vigilante.

A Cait empezó a temblarle el labio inferior, quería hablar, pero no sabía ya ni qué recriminarle. Quería llorar, pero no lo haría.

—V…

—No hables, joder. ¿Quieres seguir disparándome? Dispara. VAMOS, DISPARA. ¡DISPÁRAME!

La joven dio un respingo cuando le gritó, alejó la mano del seguro. Vi sentía que el pecho de Caitlyn aún se movía agitado, respirando con contundencia. Se miraron fijamente varios segundos, pero al final, Vi soltó el cañón, y cuando lo hizo, Caitlyn bajó unos milímetros el arma, ya no la encañonaba con ninguna fuerza. Vi se encogió de hombros, dio unos pasos atrás y empezó a andar en otra dirección para largarse. Le echó una última mirada, una última mirada donde los ojos de Caitlyn la miraban angustiados. No había podido dispararle, pero tampoco hizo más por arrestarla. Estaba demasiado saturada.

No puedo más…

No puedo más…

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