CAPÍTULO 19. Algo que no quiero ver, algo que no quiero sentir
Dos meses después
Los meses pasaron. Para Vi, que había luchado todas las horas del día por no decaer en una depresión, se volcó en el trabajo de los Firelights y en sus muchos ratos libres ayudaba al mantenimiento del motel y del barrio. Ambos se habían comprometido con Zaun a intervenir cada vez que había problemas, y había vínculos amistosos con la policía del ala de arriba. Las diferencias habían continuado, pero no como antes. El shimmer, si bien no había desaparecido, se había pulverizado de casi todas las hectáreas de Zaun desde la nueva normativa antidroga que había sacado el ala superior, lo que reforzó la investigación de todas las guaridas de Zaun cada semana, siempre por sorpresa y siempre con multas variables según el nivel de vida de los implicados. Ante el bajo nivel adquisitivo de la mayoría de arrestados, se les solí encarcelar. El trabajo que los vigilantes desempeñaban ahora se hacía sentir, y por tanto, también había un respeto creciente de parte de las familias más necesitadas de Zaun, que ahora sí percibían la ayuda del pueblo rico. Vi había visto varias veces merodear a la sheriff por las calles, comprobando con su mirada analítica que todo estuviera donde tenía que estar. No pasaba ni una sola semana en la que Caitlyn no bajara a esas calles y se llevara consigo algún cargamento ilegal. Estaba barriendo las ratoneras de Zaun una a una, cada vez dejaba a menos titere con cabeza. Y el motivo era sencillo: una vez pillaba a uno más, se le presionaba para que revelara otro escondite y otro nombre. Caitlyn era infalible. El aire, por primera vez en décadas, era respirable por la mayoría de vigilantes del ala superior, que cada vez se personaban a ayudar sin las mascarillas. Vi no sentía otra cosa que no fuera devoción por ella, y siempre que la veía, se escondía. No pensaba volver a saludarla porque no quería joderla y porque se moría de la vergüenza. El simple hecho de acercársele, le hacía creer que ya le estaba haciendo daño, y eso la martirizaba. Quería que fuera feliz lejos de ella.
—¿Por casualidad no había rastro de…?
—¿De Jinx? Me temo que no, sheriff —contestó un muchacho al pasar por su lado, llevando a otro chico jovencito esposado, con muy mal aspecto. Caitlyn le leyó sus derechos, pidió su documentación y cuando ya se lo habían llevado, le susurró a su compañero que no le hicieran ningún daño al chico, porque estaba segura de que habría algún adulto involucrado actuando a través de él. Vi sonrió al escuchar esos susurros, estaba justo escondida en la pared de al lado. Callejeó un poco más hasta perderlos y continuó a lo suyo. Hizo algo de parkour para ascender hasta el techo y se colgó de una barandilla, soltándose en el aire y cayendo estruendosamente en el techo de latón de un edificio. Corrió vertiginosamente y tomó carrerilla, saltando hacia el edificio contiguo. Los sonidos hicieron que el grupo de vigilantes mirara hacia arriba. Al final, Vi aterrizó sobre una escalerilla y se deslizó como una ráfaga de viento hacia la acera, llegando hasta los Firelights que había por allí reunidos. Tocó el hombro de Ekko y sonrió. El muchacho la miró de reojo y al verla snreír se la quedó mirando, arqueando las cejas.
—Hacía tiempo que no te veía esa cara de felicidad.
—¿Insinúas que soy una infeliz? —le dio un golpe cariñoso en el lado rapado de su cabeza, y Ekko la miró mal, acabando por reír.
—No tienes remedio.
Vi se cruzó de brazos aún sonriendo y prestó atención a la conversación que los Firelights mantenían con los familiares de una de las casas que los vándalos arrestados habían ocupado para acumular shimmer ilegal. Comentaban qué daños habían sufrido, físicos y psicológicos al ser apartados de su hogar injustamente, y lo agradecidos que estaban de que los vigilantes de Piltover les hubieran arrestado. Además, los Firelights habían dejado que se quedaran en el motel gratuitamente hasta que toda esa situación acabara. Por fin su calvario había concluido. Vi estaba atenta a esa conversación cuando observó que no muy lejos de ellos el mismo grupo de vigilantes que estaban en la casa de esa familia arrestando a los culpables, pasaban muy cerca de ellos. Vi dejó de sonreír lentamente, al darse cuenta de que Caitlyn iba entre todos ellos, sobresalía por su sombrero. Charlaba y reía con sus compañeros de algún tema, estaba ahora muy lejos para entenderles, pero incluso a esa distancia pudo apreciar esa sonrisa tan blanca con las paletas separadas que le hizo recordar tantos momentos. De pronto, uno de sus guardias tropezó con algo en la acera y fue Caitlyn quien se agachó a recogerlo, sin contener las carcajadas que le provocó ver a su compañero limpiándose el traje al levantar. Vi reconoció la riñonera de inmediato. Se palpó su cintura: no estaba. Estaba tan roída y usada… uno de los enganches hacía tiempo que estaba flojeando. Caitlyn se quedó mirando la riñonera unos segundos y parpadeó levantando la mirada, más seria.
Me ha visto mil veces con esa riñonera, sabe que es mía.
—Si necesitáis mi ayuda, estaré en mi habitación. Aún te debo el alquiler de este mes —palmeó con fuerza típica de ella en el hombro de Ekko, y se apresuró a marcharse de allí para quitarse del medio.
Caitlyn, efectivamente, reconoció el bolsito.
—Sheriff, ¿quiere llevarlo a comisaría? O a lo mejor los Firelights quieren guardarlo en su sede, me consta que tienen buena reputación y la devolverán a sus dueños…
—Sí. De todas maneras tenemos que hablar con ellos —comentó la mujer. Cuando vio que estaban reunidos no muy lejos, cambiaron la dirección. Dio dos pasos pero paró en seco, señalando a sus espaldas. —Vosotros, acudid al interrogatorio del chico. No me quedaré tranquila hasta que dé el nombre de alguno de sus padres o familiares más directos, no creo que esté metido en esto siendo tan pequeño, era un cargamento significativo en cuanto al peso. Nos vemos en el ala superior.
Los hombres asintieron y se marcharon prácticamente en su totalidad, disgregando el grupo en tres partes. Otros dos se marcharon a un zeppelin que les aguardaba nada más cruzaran el puente. Sólo un ayudante se quedó con ella, su mano derecha, un hombrecillo remilgado con gafas del que Caitlyn siempre había sospechado algunas veces. Pero por lo menos, si estaba equivocada, podía aprovechar esas ocasiones para instruirle bien y hacerle ver lo mal que lo pasaban las familias en Zaun cuando un aprovechado pululaba el shimmer.
—Caitlyn, ¿cómo te va?
Ekko le tendió la mano amigablemente, y ella la evitó y le estrechó entre sus brazos. El chico se puso un poco colorado al principio, y después de corresponderla, se rascó algo nervioso las rastas. Rio un poco y carraspeó para que no se le notase demasiado.
—Eh… esto… hemos visto que trabajando en equipo nos va bastante bien. Los Firelights queríamos llegar a un acuerdo contigo, sólo contigo. Eres la única de la que nos fiamos plenamente. Y creo que sería sano para las dos ciudades.
Caitlyn asintió. Bajó la mirada al enganche roto que toqueteaba, era de la riñonera. Lo levantó un poco para que él lo viera.
—Creo que alguien ha estado saltando de techo en techo otra vez. Supongo que sabrás a quién le p…
—Esa riñonera da asco. Ya podría al menos haberla arreglado, es una descuidada. —Rio Ekko, refiriéndose claramente a la pelirrosa. En un primer momento estuvo a punto de coger él mismo la riñonera, pues Caitlyn se la estaba dando, pero lo pensó mejor… y en lugar de hacerlo, volteó un poco el cuerpo y le señaló una especie de cobertizo construido encima del bloque del motel, apartado de la zona de juegos y del árbol. —El propietario duerme allí, le conozco bien. Ve a hacerle una visita, si quieres.
Dijo eso último con una sonrisa que Caitlyn no repitió. En lugar de eso se quedó mirándole fijamente, con aquellos rasgados ojos turquesas, que acabaron impactando en Ekko. El chico se sintió mal, quizá estaba tomándose libertades que no le correspondían. Sabía que las dos eran buenas personas que habían vivido cosas muy feas, que habían estado al límite. Le apenaba que aquello acabara así de mal y que no estuvieran juntas. Pero entendió enseguida que había que respetar el lado de la vigilante. Se aproximó de nuevo a ella y alargó el brazo para coger la riñonera, pero Cait la resguardó bajo el brazo.
—Bueno. Iré a saludar. Volveré rápido. Mi ayudante os contará los detalles de lo que hemos descubierto en la casa del chico y del shimmer.
Ekko asintió rápidamente y pronto quedaron atrás, Caitlyn se alejó caminando. Si ya era alta, hoy lo era más: tenía tacón en sus zapatos, y no se había quitado el sombrero. Cuando las voces de su compañero y de los Firelights quedaron en la lejanía, bordeó uno de los campamentos que tenían y sorteó a varios huéspedes; algunos se la quedaban mirando al reconocerla, entre ellos, niños de ojos ilusionados al saber las hazañas que la sheriff estaba haciendo. Se la conocía como la mejor pacifista de Piltover y cosechaba buenos méritos desde su primer día. Había cambiado la reputación de los vigilantes en Zaun, algo que no se había visto jamás. Cuando dejó atrás también el vestíbulo, subió las escaleras de un rincón y tuvo que mirar varios carteles anclados a las paredes para no perderse, pues la habitación en la que estaba Vi estaba muy separada de las demás. Al final, sin desorientarse, llegó a la última planta y dio una última vuelta para llegar a un pasillo largo, que coincidía con la arquitectura exterior que vio desde fuera. Daba a una única puerta. Pero a mitad del pasillo se detuvo, y bajó la mirada a la riñonera. Después a la puerta. Sus largos y finos dedos se hundieron en aquel bolso, como si fuera ahí donde retuviera los sentimientos. Lo subió a la altura de la nariz y aspiró unos segundos, notando un suave aroma que le era totalmente conocido: el olor corporal de Vi, tan inconfundible como siempre. Eso le hizo sentir una especie de congoja interna. Se agobió. Los labios se le abrieron poco a poco y tuvo dificultad para respirar, y las cejas se le fruncieron por lo que le costaba mantenerse serena. Se pegó a la pared de lado y humedeció rápido sus labios, controlando la respiración.
¿Por qué me pasa esto…?
Una parte de ella, la racional, le recordó el último puñetazo que le dio en la cara, y la emoción que había sentido mientras subía las escaleras se disipó del todo. Se despegó de la pared despacio y miró fijamente la puerta. Un sonido metálico sonó a sus pies y la hizo despistar su atención: un pequeño objeto redondo rodaba como una moneda de canto, hasta que se tumbó hacia un lado. Al parecer había caído de la riñonera rota. Se agachó a recogerlo y le dio la vuelta:
—…
Era un guardapelo, con una foto de ella. Vestida de vigilante, además. Esa foto la habría sacado de algún álbum personal, era cuando estaba recién metida en la policía. En el otro espacio del guardapelo había una foto de Jinx, de Powder más bien, cuando aún no cumpliría ni siete años. De repente la puerta se desencajó y de un horrible sonido se abrió, entre chirridos. Caitlyn dio un fuerte respingo hacia atrás, cerrando el puño con el guardapelo. Vi abrió los ojos muy sorprendida, pero al cabo de unos segundos, le salió una sonrisa natural y cariñosa.
—Caitlyn… sabía que la encontrarías tú. Justo bajaba a buscarla.
Caitlyn no respondió, se quedó en silencio por el shock, aún con el puño cerrado. Vi miró su mano y se acercó dando pasos suaves. Era asombroso cómo a pesar de su estatura inferior podía intimidarla. Vi siempre imponía, a quien fuera. Tenía porte para ello. Puso la mano sobre la de Cait, y ésta parpadeó un poco confundida. Tartamudeó un poco.
—Pe-perdona. No quería cotillear, se ve que el cierre de tu bolsa también está roto.
—Sí, la tengo hecha mierda. Se ve que no me gusta cambiar mis cosas. Menudo apego más tonto, eh.
Caitlyn abrió la palma de su mano y reveló el guardapelo. Instintivamente ambas se miraron, pero Cait apartó más rápido la mirada. Había algo que le daba rabia de sí misma, y era la especie de inseguridad que sentía al estar cerca de Vi. Debería ser al revés, dadas las circunstncias, ella ha sido una descerebrada, se repetía Caitlyn en la cabeza. Vi volvió a sonreír con una extraña tranquilidad, aparentemente indemne a lo que a la otra se le cruzaba por la mente.
—¿Cómo va todo?
—Nunca paro quieta, ya lo sabes —respondió la peliazul, correspondiendo también con una sonrisa más fugaz. —¿Y por aquí, qué tal todo?
—Ahora tú estás mejor informada que yo de lo que pasa aquí. No está mal, sheriff… —rio suavemente, mirándola a los ojos.
Vi la miró unos instantes a los ojos, pero notaba palidez en el rostro de la policía, y no pudo evitar empezar a sentir un nudo en la garganta. Caitlyn debía de sentirse mal, era patente. Era lógico. Tragó saliva y no dejó que pasaran muchos más segundos sin diálogo. Volvió a intervenir.
—¿Crees que será posible una alianza con la policía de Piltover?
Caitlyn asintió en respuesta.
—Siempre lo creí posible, quizá no estábamos buscándolo de la mejor manera. Pero ahora estoy convencida de que lo estamos haciendo bien.
—Me alegro, cupcak… Caitlyn.
Caitlyn arqueó las cejas, y acabó soltando una pequeña risa. Había nervios, sobre todo por su parte. Ahora era ella quien después de todo lo vivido tenía sus reservas. Finalmente le tendió la riñonera y Vi luchó por no perder la sonrisa: si la aceptaba, ya no había más motivo para alargar ese encuentro. La tomó y se la colgó al hombro, y de ella empezaron a salir un montón de objetos, todos los que había dentro.
—¡Pero…!
Caitlyn rio a carcajadas, agachándose al mismo tiempo que Vi para recogerlos. Caitlyn le fue entregando las tonterías que Vi llevaba ahí dentro.
—¡No entiendo para qué las vuelves a guardar ahí, cómprate otra!
—Porque no sería como esta. Hay cosas que no se pueden reemplazar.
La seriedad acabó retornando al rostro de Caitlyn con aquella frase, además, la pronunció muy cerca de ella. Ambas acuclilladas y frente a frente, notando la cercanía de la otra después de tanto tiempo. A Vi se le cambió la mirada, ahora más débil, y se inclinó algo más hacia ella. Al sentir que se aproximaba, Caitlyn se puso nerviosa y se levantó deprisa, ajustándose la ropa.
—Bueno y… ¿has sabido algo de tu hermana, se encuentra bien?
Vi elevó los hombros al mismo tiempo que también se ponía en pie. Aunque no quisiera evitar la pregunta, no había nada que responder.
—No volveremos a hablar, no de hermana a hermana. Honestamente, mi relación con ella está más que… muerta. No sé dónde está, ni qué hace. Tampoco si maquina algo o pretende vivir en paz, como estoy tratando de hacer yo. Lo único que me pesa ahora mismo es la posibiliad de que no viva en paz consigo misma.
Caitlyn frunció un poco los labios, dolida de oír aquello. Y no le doraría la píldora: ella también sospechaba que jamás volverían a encontrarse con ella… no al menos en buenos términos. Jinx era otra persona. Había que dejar esa etapa atrás.
—Y… ¿cómo te ganas la vida? ¿Trabajas con Ekko?
—Desde que se dio cuenta de mis malos hábitos, me atrapó. Ayudo en el motel y en sus misiones. También intento investigar muchas veces por mi cuenta, aunque no soy tan avispada como tú para esto de las investigaciones. Hay carencia de ciertos conocimientos científicos en Zaun en comparación con Piltover, y por eso Ekko quiere reforzar la alianza con vosotros. Los vigilantes nos harán bien si siguen tus directrices. Yo estoy de acuerdo. Y bueno… —se rascó la cabeza, riendo un poco. —Me paga bien por echar una mano con sus transportes, hay mucha gente a la que ayudar. Pero si la alianza funciona, probablemente podamos montar aquí también una comisaría en condiciones, y que la gente pueda denunciar en un lugar cercano. Nos facilitaría mucho las cosas.
—Entiendo. Veré en lo que puedo ayudar. También es mi propósito —musitó la otra, asintiendo con la cabeza.
Vi la sonrió tiernamente. Se instauró el silencio de nuevo. Cuando la tensión se hizo palpable, Vi volvió a hablar.
—¿Quieres… pasar? Ekko dice que he mejorado preparando el café.
Caitlyn miró su reloj de pulsera y seguidamente miró a través de la ventana del pasillo, que daba al exterior. Su ayudante seguía hablando con los Firelights. Al volver la mirada a Vi, tomó aire lentamente.
—Tengo que trabajar. —A pesar de que no fuera mentira, hasta la propia Caitlyn supo que era la respuesta que le hubiera dicho en cualquier caso.
—¿Cómo va tu herida? ¿Puedo verla?
Cait dejó los labios entreabiertos al mirarla al decir aquello… al poco soltó el aire en una risa frágil. Apartó el cinturón a un lado y sacó la blusa, remangándola con la mano. No podía negar que se puso doblemente nerviosa cuando Vi se arrodilló frente a ella y tocó la cicatriz de su abdomen con los dedos.
—Cait, esto ha curado genial. Se nota que te lo has cuidado.
Vi quiso seguir hablando, pero notó que el vientre tonificado de la vigilante se erizó, y dejó de tocarla. Como si no hubiera visto nada, se puso en pie y sonrió. Caitlyn se apresuró a hablar.
—Debería irme ya.
—Sí… tranquila. Espero que todo vaya bien, de veras.
Caitlyn se apresuró a meter de nuevo la blusa dentro de la falda, colocó bien el cinturón con el arma y se giró.
—Me alegra verte tan bien. Lo digo de corazón. —Le dijo la peliazul. Vi aguantó la misma sonrisa que había estado mostrando desde el inicio de la conversación, aunque por dentro la sensación de angustia había crecido un poco más. Le sudaban las manos por la vergüenza de lo que había hecho. Aún recordaba cómo no la ayudó a subir al edificio, arriesgando su vida tontamente y la suya propia por efectos brutos del shimmer. Aún recordaba el rostro de impotencia y de traición de Caitlyn al tener que depender de ella misma para subir ese bloque, viéndose ya con la muerte en los talones. Otra parte de Vi sentía rabia pr su debilidad ante el shimmer, y los pocos resultados obtenidos tras consumirlo.
Otra parte sentía añoranza. La seguía amando.
Y una un poco más escondida, pero igulmente latente, eran las inconcebibles ganas de acercársela y besarla, desgastarle la boca hasta que las dos se olvidaran hasta de sus nombres. Le latía fuerte el corazón sólo de imaginarse besando esos labios tan finos y dulces. Caitlyn había caminado ya unos pasos de vuelta.
—Caitlyn.
Cait se detuvo, girando sólo un poco el rostro en su dirección. La miró sin decir nada.
—Y-yo… aquella vez…
Caitlyn asintió, parpadendo despacio una sola vez. Volvió a mirarla.
—Da igual, no continúes.
—Lo sé —se defendió sin palabras, un poco aturullada, tragó saliva al sentir ganas de llorar. —Bueno, verás, yo solamente… quiero que sepas que de verdad que me alegro de que estés bien. Y de que te vaya todo tan bien. Es lo mínimo que merece una persona como tú.
Caitlyn permaneció mirándola con esa fijeza que, quisiera ella o no, caracterizaba sus ojos. al cabo de un silencio más, simplemente asintió y bajó las escaleras. Y también se sintió al darse cuenta de que Vi contrajo la garganta para decirle aquello. Habían transcurrido más de sesenta días de aquel último golpe y de su enganche al shimmer. Ekko por lo menos había sido capaz de mantenerla a salvo en ese sentido, de sí misma.
Otra semana transcurrió de aquella charla.
Caitlyn no había tenido tiempo libre y así lo prefirió: estar ocupada y tener la mente en mil asuntos que no tocaran su vida privada le venía bien. Todos los mensajes cruzados entre Piltover y Zaun iban del condado del ala superior al motel que Ekko regentaba, por lo que Vi siempre se enteraba de las órdenes de la sheriff cuando su amigo las contaba en las reuniones y nunca de manera directa. Parecía una completa estupidez, pero esto la trastocaba, no tener ningún contacto directo con Caitlyn se le empezaba a hacer más cuesta arriba de lo que se le hicieron los dos primeros meses. No había ni una maldita noche donde pudiera descansar sin recordarla. Pero se calló y no dijo nada a nadie, prefiriendo llevar la amargura en silencio.
Mansión Kiramman
—¡Ha sido fuera! —gritó Caitlyn, señalando entre risas la pelota que seguía botando hasta la red. Su padre y Jayce, sus adversarios en un 2 vs 1 al tenis, se miraron entre sí como si hubiesen pillado traviesos en su trampa, y Jayce corrió a por la pelota para volver a sacar. Jugaban una modalidad extraña que se habían inventado, donde simplemente ambos trataban de vencer a Caitlyn. Jayce era muy buen jugador, pero Caitlyn siempre le ganaba, tanto por técnica como por resistencia.
—¿¡Es que nunca se te cansan las piernas!?
—¿A ella? Jamás. Sale a correr todas las mañanas, antes de que se despierten las gallinas —comentó burlón el padre, golpeando un revés con la raqueta para devolvérsela a su hija. Cait golpeó con más contundencia y la pelota cayó como un rayo en el campo de ellos, tan veloz que Jayce no pudo alcanzarla tras el primer bote. Al ver de nuevo el tramo que tenía que trotar para alcanzarla, el chico levantó la cabeza resignado y soltó la raqueta, haciendo un gesto con las manos.
—Me rindo. Estoy agotado.
—Vamos a tomarnos un descanso, nos han preparado limonada —el hombre le lanzó una toalla pequeña a Jayce, que atrapó en el aire, y lo mismo hizo con Caitlyn. La chica se acercó sudando a donde ellos y dio un largo suspiro, también estaba cansada, y por partida doble al estar jugando contra los dos. Palpó suavemente su cuello y la nuca con la toalla para retirar la humedad y se apoyó contra el respaldo de una de las sillas, justo detrás de su padre que se había sentado. Alargó el brazo hacia un vaso de limonada y bebió largo rato, a buches cortos pero sin parar.
—Mírala, necesitaba energía…
—Me habéis cansado —murmuró tras beber el último trago, pasándose el pulgar por la comisura del labio. Jayce le sonrió.
—Pues desde luego nunca lo parece.
—¿Ha habido novedades de las guaridas que manejaba Sevika?
Ante aquella pregunta, el padre de Caitlyn frunció mucho más el ceño y cortó la conversación de golpe.
—No te oigo hablar de otra cosa que no sea trabajo desde hace meses. Hemos llamado a Jayce para jugar, ¿no? Hija, no seas maleducada. Date un maldito respiro.
Cait entreabrió los labios y miró con cara de perro degollado a su padre, y luego a Jayce. Asintió despacio.
—Perdona, papá. Tienes razón.
—Pero no, no hay novedades —comentó Jayce, respondiendo igualmente. —Y sí, tu padre tiene razón. ¿Hacía cuánto que no me llamabas para jugar al tenis?
—Más de lo que te imaginas —intervino el hombre—, porque el que ha concertado esta quedada en realidad he sido yo. No paro de veros trabajar a los dos y llevaba mucho tiempo sin saber de ti tampoco. Eh, joven Jayce, se te echaba en falta.
—De joven poco… ya voy para los treinta, señor… los años no pasan en balde. Y pensar que ahora es Caitlyn quien va a cumplir los 24… justo la edad en que me convertí en consejero.
—Parece que fue ayer cuando te recibíamos con tu madre… ¡qué pequeño eras, sólo un crío!
—A Caitlyn todavía le crecían los dientes. —Recordó su amigo, entre risas.
Cait soltó una risita, negando con la cabeza. Dejó el vaso vacío de limonada y se abanicó con la mano.
—Hoy hace mucho calor…
—Y más que hará este fin de semana. ¿No os apetece ir a dar una vuelta por el mar? Pronto tendremos el barco reparado.
—¿Qué le ocurrió? —preguntó Jayce.
—Desde que falleció Cassandra ninguno lo hemos utilizado.
Hubo un silencio un poco tenso. Caitlyn bajó la mirada, pero al final, la regresó a la lejanía, como si aquello ya estuviera medianamente superado y sólo quedasen los resquicios de un dolor sano, fruto de la pérdida.
—Así que al motor le ha dado demasiado el sol y nadie ha estado para limpiarlo, a ambos se nos olvidó arrancarlo de vez en cuando —continuó el hombre—. Así que uno de nuestros empleados nos lo pidió prestado y cuando fuimos a hacer la entrega de llaves no arrancaba.
—Pues por mí… me parece una muy buena idea. ¿Qué te parece, Caitlyn?
—Tengo que trabajar.
El señor mayor apretó los labios y acabó sonriendo.
—Si ni siquiera hemos acordado un día. Eres la sheriff, puedes pedir el día que te apetezca.
—Pero no quiero hacerlo hasta que se resuelva el asunto del shimmer.
Ambos varones se quedaron otros tantos segundos en silencio. Caitlyn respiró hondo y sintió la necesidad de ser un poco más receptiva.
—Pero lo podemos hacer en cuanto termine.
—Si es que termina —comentó Jayce—, a ver si piensas que se va a terminar de la noche a la mañana.
—Estamos cerca. No nos quedan muchos más caminos por recorrer, tengo un mapeado de todas las zonas registradas y posibles vías que se nos hayan pasado por alto. El recorrido de la batisfera me resulta sospechoso. Y tiene algunas tardanzas.
El padre de Caitlyn sin mediar más palabra se puso en pie y se llevó su limonada. Comenzó a andar en silencio hacia el interior de la mansión. Cait paró lo que estaba diciendo y le alcanzó del brazo.
—Papá, perdona, no me doy cuenta.
—No quiero interferir en tu trabajo, pero oírte me satura y me preocupa a partes iguales. Sólo tienes veintitrés años y ningún día libre. Entiendo tu puesto, pero hoy no estabas de servicio.
A Cait se le cambió la cara al ver que su padre se metía triste en la casa y pretendió ir detrás, pero el hombre le cerró la puerta al poco de entrar y desapareció tras una columna.
—Tranquila. Se le pasará… aunque tiene algo de razón.
—Ya sé que tiene razón. No puedo evitarlo —habló cabreada consigo misma, suspirando. —No quiero que piense que le estoy dejando de lado. Soy lo único que le queda… y lo único que me queda a mí. Sólo quiere pasar tiempo conmigo…
—Bueno, luego hablamos con él. Tranquila. Él también entiende que tienes un trabajo duro. Pero es normal que le afecte. —Le dio un pellizco cariñoso en la mejilla que hizo sonreír a la chica. —¿Has vuelto a saber algo de los secuaces que no arrestaste? ¿De Sevika?
—A Sevika la dejé libre por un único motivo, que me condujera a las ratoneras donde el shimmer se sigue fabricando. Gracias a vigilancia exhaustiva he conseguido tumbar dos guaridas más, pero las pocas que quedan se me están resistiendo. Y es normal, ya sabe que está siendo vigilada. Tarde o temprano tendrá que hacer algún traspaso personalmente, comprobar alguna cantidad, ver a alguien… y en ese momento la volveré a pillar. No me importa lo que tarde en caer.
Jayce asintió, notaba cierta fiereza en su tono.
—Has conseguido más de lo que ha conseguido cualquiera.
—No es suficiente.
—Calma, leona… —ladeó una sonrisa. —Venga, tu padre tiene razón. ¿Y si después de la ducha nos vamos a tomar un helado? O dar una vuelta.
Caitlyn asintió.
Plaza central de Piltover
Más de un kilómetro llevaban andado cuando decidieron por fin parar frente a un puesto ambulante de helados artesanales. Jayce se había duchado y se vistió con ropa de civil, cosa que ya se le hacía un poco extraña tras las incansables horas con el uniforme del Consejo, él también trabajaba muchísimo junto a Viktor. Se quedó asombrado cuando vio a Cait salir ya lista de su habitación, con el pelo suelto, largo y tan liso que tenía, de ese azul oscuro que le cautivaba. Se había puesto un vestido veraniego, algo holgado, de un tono amarillo claro que le sentaba de maravilla y realzaba su estilizada figura. Era perfecta, la mirara por donde la mirara, no había nada que hacerle. Era para él el significado de mujer perfecta y sentía mucha envidia de Vi… pero… quizá, ahora que ella ya la había cagado… quizá era su oportunidad. No podía evitar tener esos pensamientos, a pesar de que él siguiera viéndose a escondidas con Mel.
—Hum, helado stracciatella… qué rarito eres.
—Más rarita eres tú, que te gusta ese sabor chicle con trozos de magdalenas.
—Es mi favorito —se defendió ella, dándole un codazo. Probó varias cucharaditas y luego siguió andando a su lado, estaban atravesando una de tantas plazas del centro, donde había cientos de tiendecitas ambulantes y otras fijas. Una de las ambulantes, una gran carreta de madera cubierta de flores, llamó la atención de ambos. Había un montón de portarretratos, colgantes de distintos colores, pulseras, pendientes, piercings y otro tipo de artesanías que con gran mimo, la propietaria había hecho por su cuenta y las había puesto a la venta. Jayce se quedó un buen rato mirando los bolsitos de tela y las riñoneras que había cosidas a mano, se dio cuenta enseguida del trabajazo que tenía cada una de ellas. Caitlyn se quedó varios segundos mirando uno de los piercings, recordando la nariz de su ex. Pero lo que definitivamente capturó su atención fue un colgante de plata que tenía un corazón, divisible en dos. No le hubiera llamado la atención de no ser por la increíble meticulosidad que había tenido la chica, diamantito por diamantito, en incrustar la pedrería para conformar la forma de un corazón. El precio era desorbitado, pero adecuado para el trabajo que tenía detrás. Brillaba mucho, y estaba hecho de tal forma que al separarlos en dos, parecía una lágrima. Meneó un poco la cabeza, pensándolo bien.
—¿Te ha gustado ese?
La pregunta de Jayce la hizo parpadear rápido, despertando de su ensimismamiento. Negó rápido con la cabeza y fingió que estaba mirando el resto de artículos sin más.
—Voy a tirar esto —comentó el joven, llevándose las tarrinas de helado ya vacías a la papelera. Se alejó unos cuantos metros a propósito, marchándose a la papelera más lejana que vio. Cuando tiró las tarrinas, procuró mirar de soslayo a su amiga, y ahí vio que estaba haciendo una compra. Era una ilusión patética creer que aquel colgante iba a ser para él, pero lo que verdaderamente sentía en el cuerpo era rabia. ¿Cuántas putas veces te tiene que dar esa maltratadora una bofetada para que aprendas la lección? ¿Acaso eso es lo que te gusta, Caitlyn? Además, dentro de poco es tu cumpleaños, no el suyo. Eres demasiado buena persona. Al cabo de unos segundos, la chica se guardó el paquetito con lo que fuera que hubiese comprado y miró hacia los lados, buscándole. Jayce suspiró un poco cabreado y trató de disipar al menos la expresión de ira de sus facciones. Regresó donde estaba.
No muy lejos de allí, una pequeña partida de seis caballos con seis encapuchados recorría la plaza. Llevaban rato bordeándola. Ninguno iba enmascarado, pero gracias a sus pintas, muchos civiles oriundos de Piltover se fijaban en ellos.
—Ekko, nos están mirando demasiado. Te dije que lo de las capuchas no era buena idea.
—Tú deberías llevarla siempre que pises este territorio, así que… da igual. No estamos haciendo nada malo. Aquí es donde deben de estar el resto de guaridas.
—Sevika ha sido inteligente con esto, no podemos negarlo… y yo no quería pisar Piltover.
—Es más rápido así. Si involucramos a los vigilantes al primer soplo y sale mal, podemos ganarnos una nueva enemistad en el Consejo. Aunque Caitlyn interceda, sabes que no somos bien recibidos —murmuró Ekko, dejando atrás gran parte de las carrozas de comida y otros productos artesanales. Pasaron una heladería, y poco más adelante, otro tipo de tiendecitas ambulantes. Vi abrió los ojos al encontrar a lo lejos a Caitlyn fuera de servicio junto a Jayce. Supo reconocer la espalda de Jayce aunque estuviera mirando hacia el otro lado: era inconfundible. Era alto y guapísimo, Vi sabía reconocer muy bien lo atrayente que un hombretón como él podía resultar a las mujeres, a ella misma le atraía un poco al ser bisexual. Vio que se estaban abrazando y apretó las manos alrededor de las riendas, sintiendo celos y rabia al mismo tiempo.
—Ese amigo suyo… siempre ha querido algo más con ella.
El abrazo duró demasiados segundos. Tantos, que después de que no se separaran, Vi hizo parar al caballo sobre el que iba.
—¿Pero qué haces? —susurró Ekko, parando a su lado. Le dio una patada en la pierna. —No te pares, avanza. No te quedes ahí.
Vi apretó los labios mirándoles y negó con la cabeza, reanudando la marcha. Tenía que centrarse. No estaban ahí por motivos de ocio, que era justo el plan que parecían tener ellos dos. Aunque sabía que no tenía nada que reprochar, se sentía mal. Y eso no podía evitarlo. Sentía por primera vez que la perdía para siempre.
Caitlyn le miró sonriendo y fue despegándose de él poco a poco. Jayce le devolvía una mirada avergonzada, tenía la expresión de la cara algo sonrojada.
—No tenías que haberte molestado, Cait… —murmuró, bajando la mirada a la pulsera que le había comprado.
—Mereces un premio por aguantarme, sobre todo este último par de meses. Me has demostrado que eres un amigo de verdad —le dijo, y elevó los hombros hasta dejarlos caer en un suspiro. —Además, este mediodía he estado imperdonable contigo y con mi padre, sin parar de hablar de trabajo. Creo que vosotros dos me hacéis mucho bien.
Jayce aún acariciaba la pulsera en su muñeca que Cait le acababa de regalar. Se sentía un idiota por sentir rabia antes, pensando que le estaba comprando algo a Vi. Esa vez había pensado en él y no en esa violenta mujer de pelo rosa. Rodeó a Cait los hombros con un solo brazo y siguieron caminando juntos, atravesando el sendero de piedras que recorrían todas las carrozas.
—¿Por qué dices que te hago tan bien, eh? Perdona el narcisismo, pero quiero saberlo… —le pidió sonriente. Su amiga también sonrió en respuesta, iba algo cabizbaja mientras se trataba de expresar.
—Porque… aunque no se lo haya dicho abiertamente a nadie, lo he pasado mal —hizo una pausa al pronunciar esto, él detectó que estaba buscando las palabras para continuar. —Aunque yo creyera que las cosas tenían arreglo, mi propio cuerpo me decía que no. La presión del trabajo, de los estragos del shimmer y la amenaza de guerra, y Vi sufriendo las consecuancias de esa maldita droga… no sabía cuánto me afectaba hasta que casi me ahogo con mi propia respiración.
Jayace sintió despacio y pensativo.
—¿Aún… la echas de menos? ¿Te ves capaz de continuar sin ella, al menos?
Caitlyn aún no se sentía muy preparada para encarar esas preguntas, y se dio cuenta porque al segundo de escucharlas su cuerpo tuvo una reacción negativa, una especie de rechazo que comenzó esa espiral de vacío en el estómago. Notó un pequeño nudo en la garganta, señal de que si seguía hablando del tema, iba a llorar.
—Sí la echo de menos. Si te digo que no… te mentiría —musitó en un hilo de voz, algo nerviosa. Suspiró. —Tengo que ser capaz me cueste lo que me cueste.
Cuando el camino se terminó, el joven observó un pequeño grupo de jinetes encapuchados que se adentraban en el bosque, y que acababan de pasar por el mismo camino que ellos de manera muy silenciosa. Se extrañó y se vio obligado a terminar la charla.
—¿Has visto esa partida de hombres?
Caitlyn se giró y estudió el galope y las razas de los caballos. Sospechó de inmediato que eran caballos de Zaun.
—Esos caballos no se crían aquí arriba.
—¿Crees que…?
—Quizá es Sevika… —murmuró con las cejas fruncidas, aunque había algo que le chirriaba en esa teoría. —Pero no sé, ¿pasar por el centro? Parece un poco cantoso, con toda la gente que hay aquí.
—Precisamente por el gentío es que tú no te has dado cuenta. —Le dio un toquecito en la nariz.
—Touché… —suspiró la vigilante, y realmente se debatió entre seguirles la pista o no.
—Caitlyn. No les sigas. Acabo de avisar a uno de los guardias. Que ellos nos avisen, y que no les entorpezcan el paso. Si es Sevika o alguien que nos interese conocer, los guardias nos pasarán la información.
Cait se humedeció los labios despacio, realmente pensó en desobedecerle, el instinto policial le pedía ser ella misma quien fuera detrás a investigar a esas personas. Le daba pavor que un nuevo episodio de explosivos se diera en su ciudad, porque eso iniciaría una guerra contra los zaunitas totalmente innecesaria. Por otro lado, si Ekko y su gente obtenín pistas acerca de la existencia de un mercado negro con hextech y envíos de shimmer, les convenía dejarles estar.
Hizo caso a Jayce y no fue detrás.