• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 1. Las estrellas son sus pecas


Frente a Erwin, Hange y sus antiguos compañeros del Cuerpo de Exploración, Historia tuvo que mantener la seriedad digna de una reina tras leer aquella carta procedente de Ymir. Dos lágrimas, eso fue todo. Los guardias que custodiaban cada una de las puertas de palacio se mantenían indemnes ante los acontecimientos; sus amigos la miraban esperando información escondida entre líneas. Fuera como fuera, no le sería de ayuda, al igual que ella no les había sido de ayuda a ellos. Ymir se había sacrificado por el bien mayor y había tenido las agallas de hacer un viaje al otro extremo del mundo con Bertholdt y Reiner para morir. No tendría noticias de ella nunca más.

Nunca más…

—Siento no ser de más utilidad —dijo finalmente la rubia, elevando sus enormes ojos claros a sus compañeros. Éstos asintieron sin añadir nada y se marcharon.

Aquella noche Historia no descansó, tampoco la siguiente. La tercera noche, sin embargo, las incansables reuniones y deberes administrativos del reino la dejaron mucho más agotada y se quedó dormida temprano. Escuchó un chasquido exterior que le hizo abrir los ojos, tenía el cerebro tan ocupado durante el día, y los sentidos como soldado aún tan recientes, que cualquier ruido la despertaba. No vio nada. Las cortinas se mecían con el viento en la oscuridad. Fue cerrando los ojos y giró su esbelto cuerpo pálido hacia la pared, dándole la espalda a la ventana. No quería ver más las estrellas… le recordaban a ella. A sus pecas. Cómo echaba de menos a esa idiota.

Una sombra se elevó cuando volvió a quedar dormida. La figura indudable de una mujer, cuyo corazón empezó a palpitar con fuerza. Al dar un par de pasos vio cómo sus formas se dibujaban ante sus ojos, acostumbrados a la oscuridad. Dormía semidesnuda, y la imagen de verla abrazarse a la almohada le dio mucha ternura. Acercó una mano extendida despacio… uno de sus largos y finos dedos rozaron la pequeña mano de Historia, que en ese momento abrió los ojos. Pero el instinto se antepuso a la curiosidad y se giró con unos reflejos de leona, girando sobre sí y empuñando un cuchillo que a Ymir le dio tiempo a frenar, justo cuando la hoja acariciaba su yugular.

—Qué….q-qué… ¿Ymir?

Ymir dejó de mirar el cuchillo y sus rasgados ojos le devolvieron la mirada, con una sonrisa maliciosa. Historia notó que el corazón se le aceleraba y que los ojos se le empezaban a humedecer.

—¡¡Ymir, qué…!! —la de pelo castaño le trabó los labios con su largo índice, callándola deprisa.

—No hables fuerte, ¿de acuerdo…?

Historia asintió y se abalanzó con mucha fuerza sobre ella, rodeándole los brazos mientras la otra cedía ante el peso y se sentaba en la cama, rodeándole el cuerpo. En ese momento sintió los suaves montículos de sus senos rozándole en el pecho y se sonrojó. Nunca se había acostado con ella. Intentó ignorar los pensamientos primarios que estaba teniendo y se concentró en el abrazo. Historia susurró a su oído, con la voz debilitada.

—¿Te has arrepentido, Ymir? ¿Has dejado atrás a esos traidores? Sabes que aquí eres bienvenida, tus amigos están aquí.

Ymir inspiró hondo y devolvió los iris oscuros a ella. Se separó unos centímetros para responder.

—He pedido algo de tiempo. Soy demasiado joven, y… no me queda mucho tiempo, ni a ellos tampoco. Pero no puedo morir antes de vivir lo que podría ser la mejor experiencia de mi vida.

—¿La mejor experiencia de tu vida?

—Si no puedo casarme contigo, ¿permitirás que siga conociéndote un poco más…?

La reina se sonrojó, y una suave risa infantil brotó de sus labios en respuesta. Ymir no sonreía. Es más, Historia sentía algo oscuro en ella, negativo, no atinaba a saber qué. Pero la conocía demasiado bien como para saber que algo ocurría. Y era demasiado madura como para exigir que se quedara con ella. De repente, Ymir ascendió la palma de la mano a su mejilla y la acarició con el pulgar, pegando la frente con la suya. Historia se puso nerviosa, su cercanía la hizo cerrar los ojos. El olor de Ymir era puro y femenino, dulce, pero hasta ese aroma tenía un carácter indomable tan característico…

—Ymir…

Ymir no dijo nada. Unió su boca con la de la rubia y comenzó a besarla, primero lento, saboreando aquellos sedosos y rosados labios, y posteriormente respiró más agitada, con sus largas uñas clavadas en la espalda de la rubia. Historia no se jactó. Continuó aquel beso, el primero que compartían en la boca y el que dejaba atrás la etiqueta de «amistad». Pronto la de ojos azules sintió que la lengua de Ymir cruzó la barrera de sus labios y se introdujo juguetona en su boca, a lo que correspondió mucho más tímida. La morena no sentía timidez, su respiración estaba más agitada y la mano que tenía en su mejilla se trasladó a su seno, empezando a masajearlo con insistencia para estimularla. Historia soltó un suave jadeo separándose de su boca y empezó a sentirse confusa. Estaba conociendo a un chico en la granja donde cuidaban a los niños huérfanos, sabía que ese chico sentía algo por ella y temía que hacer esto le hiciera daño al joven. Ymir volvió a reclamarle la boca, pero esta vez la rubia se alejó, lo que la hizo abrir los párpados.

—Ymir, espera…

—No voy a esperar —contestó con más frialdad, casi enfado en la voz, y cuando Historia trató de apartarse la morena le encerró el brazo con una mano, clavándole tanto las uñas que la otra dio un grito y le empujó con la otra mano, mirándola muy fijamente.

—Suéltame.

Los enormes ojos azules la miraron como una puñalada, e Ymir notó su imperativa. La soltó rápido, dejándole marcas de sus uñas clavadas en la piel. No sabía medirse, pero no se sentía mal. ¿Por qué se apartaba?

—¿He leído mal alguna señal, Historia? ¿Soy la única enamorada?

—No… no —la reina volvió a suavizar la expresión, al reconocer en la arisca mirada de su amiga esa frialdad que la caracterizaba ante todos los demás. Bastante conocida la tenía para saber que era una muralla interna que tenía, que no era mala. Trató de acariciarla en la mejilla, pero Ymir apartó bruscamente la cara. —Estoy conociendo a un chico en la granja, la que voy a ayudar.

Ymir la devoró con la mirada, sin mover ni una sola pestaña. No dijo ni expresó nada.

—Y… —continuó— él tenía intenciones de empezar algo.

«Y yo haciendo un viaje para sacrificarme. Hay que ser estúpida», pensaba la morena, que aún no le respondía. Ante el silencio abierto entre ambas, se acabó poniendo en pie y separándose de la cama.

—Ymir, por favor, no te vayas. ¡Espera! —se apresuró a envolverse en su albornoz y dio un salto de la cama al verla aproximarse a la ventana. Había sido muy silenciosa para entrar, el chasquido que la reina oyó mientras descansaba era del gancho anclándose en el alféizar, el mismo gancho que ahora estaba armándose en la cintura. Corrió hacia ella y desenganchó el artilugio, a lo que Ymir sólo miró al exterior, callada.

—¿Qué demonios te pasa, no eras tú la que se quejaba de todo? ¿Dónde está esa Ymir, eh? Haz el favor de mirarme a los ojos.

—No sé cómo has podido hacerme algo así. Ya sabías que te quería —al oírle decir aquello, el corazón de Historia sintió un dolor profundo, aterrorizada de saber que era ella la causante de hacerle tal daño.

—No imagines cosas que no son, sólo ha habido un acercamiento. Decidiste irte hace mucho para… «salvarme», entregándote a unos desconocidos forasteros que creíamos amigos.

—Ymir

—Ymir… no quiero a ese chico —continuó. —Pero es tan… bueno, que… no quiero hacerle daño. Ha estado a mi lado desde que te fuiste y quiere empezar algo conmigo y yo… me he sentido tan sola desde que no estás, que…

Aquello fue lo último que pudo soportar. Era demasiado celosa, y antes de conocer a Historia, radicalmente independiente de lazos afectivos, lo que la hacía no saber manejar lo que sentía con la decencia que merecía. Se puso recta y se giró con un aura que la morena nunca había usado con ella. Dio dos pasos hacia Historia hasta tenerla en frente y la más baja notó su imponencia física: ya casi había olvidado las dos cabezas de estatura que aventajaban a Ymir, y se sintió muy, muy pequeña… ¿de qué sirve un cetro real, Historia? ¿De qué?, se preguntaba a sí misma.

—Contaré lo que sé a mis camaradas y volveré a la tierra originaria de Bertholdt y Reiner para cumplir con lo que te prometí. Tú quédate aquí y sé feliz, aunque veo que no necesitas ninguna receta que te guíe. —Dicho aquello subió una bota al alféizar, pero Historia la volvió a retener de un brazo.

—Deja de hablarme tan fríamente, Ymir, tú no eres así. No conmigo. Por favor, no te vay… —antes de terminar la frase la poderosa mano de la morena la agarró de la muñeca y se la retorció con tanta fuerza que soltó un grito. — ¡Basta! ¡Por favor…! —Los ojos iracundos de la mujer no dejaban de mirarla, muerta de rabia, Ymir jamás la había lastimado queriendo. De repente, las puertas del aposento se abrieron. Un policía militar preparó una ballesta y clamó un grito para atraer a todos los que estaban merodeando el pasillo. Ymir soltó a Historia y volvió a subirse al alféizar, preparándose para el salto.

—¡¡Disparen, es la que se marchó con los traidores!! ¡Que no huya! —murmuró el guardia.

Ymir saltó, pero de las dos flechas que soltaron los policías, una atravesó de lado a lado su cuerpo, cambiándole la expresión de los ojos de inmediato.

—¡NO! ¡Atrás! ¡No quiero más ataques! —chilló la reina, los ojos se le llenaron de lágrimas enseguida. Ymir no pareció infringirse daño ni tener un objetivo concreto, la flecha atravesándole la carne no se la esperó ni ella misma. No le dio tiempo a calcular bien su propia caída con el gancho, y después de estrellarse contra un muro vecino cayó fuertemente al jardín. Una caída de quince metros mortal para cualquier humano corriente.

—¡¡Que no escape!! ¡¡A por ella, muchachos!! —los guardias se dirigieron en tropel a la planta baja, armados. Historia se colocó una blusa y la capa y bajó tras ellos, seguida de un segundo pelotón.

—Si alguien la mata responderá ante un tribunal. —Dijo fríamente Historia, bajando apresurada las escaleras. Al llegar al portón exterior, los guardias seguían apuntando a la chica. Hitch se abrió paso junto a Marlo y ambos se arrodillaron sobre Ymir, analizando la caída y la herida. Tenía la mirada perdida y nublada, y de su vientre emanaba una espesa cantidad de sangre.

—¡Llama al médico, Hitch! Hay que arrancarle la flecha, sino no podrá regenerarse bien. —Hitch salió corriendo, e Ymir dio un gimoteo de dolor cuando Marlo tocó la flecha. —Tranquila, ya viene.

—¡¡Ymir!!

El grito de Historia le hizo abrir los ojos a la morena, pero de pronto, muchos nubarrones aparecieron frente a ella. La noche se cernió por completo en su campo de visión, y lo último que vio antes de desmayarse fue a Historia arrodillarse sobre ella.

 La noche se cernió por completo en su campo de visión, y lo último que vio antes de desmayarse fue a Historia arrodillarse sobre ella

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *