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CAPÍTULO 3. La debilidad del fuerte

Historia observaba fascinada el entrenamiento de Ymir, en plena reunión campestre. Estaban en el bosque de altos troncos. Mikasa, Ymir, Sasha, Connie y Hange danzaban en los aires con una sincronía maestra, dando giros con las espadas y cortando nucas de un titán falso a otro. Levi observaba con su rostro inanimado, buscando fallos en la técnica de todos ellos. Era tan crítico, que esa vez hasta Mikasa salió escaldada.

—¡Trabaja en equipo, no dejes a Connie solo si está tan abajo! ¡Es carne de titán! —Mikasa reculó el sentido del gas y su cuerpo se lanzó hacia abajo, ayudando a Connie a acabar con un titán falso que se estaba acercando peligrosamente a él. Levi asintió conforme.

—Ymir, no te alejes tanto —volvió a gritar—. ¡Maldita sea, no se te ve! ¿Cómo esperas dar asistencia a tus compañeros? —le recordaba mucho a Annie Leonhart, una loba solitaria. El ingrediente que cambiaba esa actitud era Historia, donde entonces era capaz de peligrar su vida y la de todo el equipo por salvarla. —¡Ymir! ¡¿Es que no me estás oyendo?! ¡Haz lo que se te manda, maldita larguirucha!

Las piernas de Ymir se abrieron y sacudió una patada brutal al enemigo de madera, haciendo que su dirección cambiara y expusiera su nuca. Sacudió con tal fuerza la espada que el acolchamiento de prácticas salió disparado tras su estocada.

—Maldita inconsciente —murmuró para sí mismo. —De qué nos sirve que se arriesgue así.

El entrenamiento finalizó, y todos excepto Ymir tuvieron que marcharse a sus obligaciones. La morena debía cumplir su nueva misión, ese era el último día que pasaría en Paradis. Mientras caminaba hacia las vastas granjas donde los huérfanos tenían una vida digna por los cuidados de la reina, observó que muy buenos ejemplares cabalgaban en el corral, y le echó el ojo a una yegua de marrón oscuro. Esa se quedaría. Cuando llegó al corral se cargó las riendas al hombro y pasó cada pierna por las tablas que delimitaban la parcela.

—Estoy domando a esa yegua, si quieres te enseño los otros caballos que tenemos disponibles para la legión —Ymir miró de reojo al chico que acababa de hablarle, pero no le hizo el menor caso. La yegua no opuso resistencia al principio, pero cuando el muchacho se acercó, se encabritó y se puso a dos patas, galopando despavorida. Era peligroso que un caballo reaccionara así, por lo que Ymir dio dos pasos atrás y miró con la ceja arqueada al chico.

—Soy del Cuerpo de Exploración, como puedes ver por mi insignia. No interfieras en mis asuntos.

—Y yo soy el que cuida las tierras y cada caballo de estas hectáreas. Y te digo que esa yegua está aún en proceso de aprendizaje, no se fia de los humanos.

—¡Genial! Está hecha a mi imagen y semejanza.

A medida que le daba la espalda y andaba en dirección a la yegua, una de las puertas de las casitas que por allí había se abrió y salieron un par de niños riendo, y la reina Historia detrás. Ymir la miró de reojo pero siguió caminando sin desviarse. Sintió que sus nervios crecían, y su malestar. Cuando se encontró otra vez con el animal le puso sigilosamente las riendas y la montura, y fue en este momento que el chico de antes volvió a interrumpirla tocándola del hombro.

—¡Te he dicho que esa yeg-…!

Tan pronto como habló, lo siguiente que vio fue un puño directo al rostro que le lanzó al césped. El chico notó el impacto como si le hubieran golpeado la nariz con un martillo, de hecho, cuando volvió en sí tumbado en el césped, notó que no respiraba bien.

—¡Ymir! —una vocecita suave se oyó, captando la atención de ambos. Ymir se giró aprisa y cerró la montura en la yegua, quería irse cuanto antes.

—Hija de puta. Tú eras esa titán horrible, con tanta fuerza en la boca para matar a toda la legión… coge al caballo y lárgate de aquí —dijo el chico muy adolorido, poniendo las manos en el césped para empezar a erguirse. Al mínimo momento que la miró una larga pierna cortó su campo de visión y la bota se le estampó en el cuello, tirándole de espaldas contra el césped de nuevo. Ymir esta vez no se giró, sino que se acercó a él.

—¡Ymir! ¡Detente! —gritaba Historia, corriendo como podía con el vestido y las túnicas que llevaba. Se horrorizó al ver cómo Ymir se sentaba sobre el cuerpo del chico y comenzaba a golpearlo. Usaba tanta rabia en cada golpe, que su cintura giraba por completo para transmitir la fuerza al puño. En uno de los puños un diente salió volando de su boca. El chico logró arañarle la cara, pero ella le agarró esa misma mano y le dislocó hacia atrás dos dedos, escuchando cómo lloriqueaba sin poder ver nada. De pronto Historia estaba a un lado y le sujetó las manos para que parara.

—Ymir, mírame. Por favor, detente.

—Es él. ¿Verdad? —preguntó, sin poder contenerse. Los nervios habían explotado. Ni siquiera había cruzado más de una frase con él y ya lo sabía. Historia se quedó callada, pero al tenerle las manos atrapadas, Ymir le lanzó un escupitajo en el rostro al herido, que ya estaba más inconsciente que consciente. Historia se enfadó y usó más su fuerza, no le importaba que no pudiera con ella, no le importaba en absoluto, sólo quería que dejara de hacer daño.

—Hija de perra… —masculló el chico, logrando que Ymir se zafara de Historia y le propinase un puñetazo más en la nariz, terminando de partírsela. Historia tiró del brazo de su amiga, pero por segunda vez, salió escaldada. Una parte horrible de la morena volvió a despertarse y usó la fuerza contra ella, empujándola. Historia perdió el equilibrio y se dio de culo contra el césped. Se quedó mirando cómo la más alta retomaba los puñetazos a pesar de que el muchacho ya no respondía. No podía parar. No podía parar… Tenía mucha rabia, odio a sí misma, a la situación que tenía que vivir, a los sacrificios que hacía en balde. Quería llorar y tampoco podía. Pero sí que oyó un sollozo, y detuvo el siguiente puñetazo en el aire. Ymir movió las pupilas a Historia, quien rendida al ver que no había podido apartarla del chico, se sentía totalmente impotente y sus ojos lagrimeaban. Ymir sintió algo romperse dentro suya. No podía verla sufrir. Bajó el ensangrentado puño y miró el rostro desfigurado del domador. Tuvo una impresión, una sorpresa, como si hasta ese momento no fuera consciente de lo que hacía. Le dolían incluso sus nudillos. Historia se pasó la mano para eliminar sus lágrimas.

—Apártate de él —murmuró casi en un susurro, cargando su pequeño cuerpo contra ella. No importaba la nula fuerza que Historia tuviera frente a su compañera: hasta Ymir sintió un impacto duro, por rabia, que la reina descargó contra ella para quitarla. La morena se escurrió la sangre salpicada que tenía en la cara y observó la chaqueta también con motas rojas.

—¡Marlo! —el aludido acudió como si le fuera la vida en ello, agachándose ante el rostro roto del granjero. Junto a la rubia, levantaron con cuidado su cuerpo y Marlo pudo cargarlo a la espalda. De repente, los dos empezaron a oír unas risotadas nerviosas a sus espaldas. Marlo fue el único que giró la cara, viendo a una Ymir exasperada.

—¡Ahí está la reina Historia, protegiendo a alguien por el que no siente el menor aprecio, para aumentar su historial de acciones bondadosas! ¡Jajajajajajajajaja, JAJAJAJAJAJA! ¡¿Y qué es lo siguiente, eh, Historia?! ¿Quién es el candidato perfecto, eh? ¿Ese cabeza de tazón, ese será el siguiente? ¡Jajajajajajaja!

Marlo apretó los dientes, pero al mirar a Historia vio que ésta ni siquiera hizo el amago de mirarla. Mientras se alejaban, Ymir se rajaba a reír, como si fuera una disonancia cognitiva, nervios explotando en forma de una risa desmedida.

—¿Acaso crees que… jajaja… crees que ese imbécil que me ha insultado estaría vivo SI YO NO LO QUISIERA? ¿EH, HISTORIA? ¿EH? Contesta, Alteza… CONTESTA.

Los dientes de Historia también se apretaron, era muy, muy difícil no contestarle cuando adquiría esa horrible actitud y provocativa. Pero Ymir no los seguía, sólo continuaba riendo y hablándoles en la distancia mientras ellos subían a sus caballos.

—Ymir —una mano femenina la tocó del hombro, Ymir estaba tan nerviosa que por poco también sale envalentonada con la nueva presencia. Esta vez pudo controlarse. Hange la miraba totalmente seria, suspirando hondo. —Ymir, debes ensillar el caballo e irte. A tu vuelta, si así lo precisas, hablaremos de cuál es tu condición y de tu futuro en el Cuerpo de Exploración.

—A lo mejor ni vuelvo, jefa. No sé si se ha creído que ir allí es ir de vacaciones —dijo con sorna, agachándose a recoger una goma del pelo que se le había caído en la trifulca anterior. Sus nudillos comenzaron a emanar vapor, la piel pelada se le regeneraba por fin.

—Tengo mucha fe en tu fuerza y en ti. Eres una gran soldado —Ymir paró de hacerse la coleta unos segundos al oírla, como si sus palabras hubieran llegado a sus sentimientos. Pero reanudó la tarea deprisa y bajó las manos.

—Ya he dicho que iré, Hange. Si no vuelvo en dos meses, dadme por muerta.

Hange Zoe miró cómo Ymir se iba sin despedirse, acercándose a la yegua que antes había conseguido ensillar. Un ejemplar veloz y puro, sin duda. La de gafas no pudo evitar sonreír.

—Todos tenemos nuestra propia cruz, no olvides eso. Este no es un terreno donde amar traiga buenas consecuencias.

Ymir la miró subida a la yegua, algo confusa.

¿Por qué dice eso?

El sol despidió el último rayo en los cristales de las gafas de su superiora, e hizo una apuesta arriesgada.

—El comandante Erwin —masculló Ymir. —El comandante y usted…

—Eso no es relevante en absoluto. Sólo digo que si de verdad la quieres, no hagas tonterías. Da tu vida por ella en silencio, y deja de torturarla psicológicamente con estupideces. Tienes tu cruz y ella tiene la suya. Ese chico al que hoy has dejado en el limbo entre la vida y la muerte es el único que la ha escuchado cuando decidiste irte.

—Lo hice por ella… —apretó las manos en las riendas, cabizbaja y furiosa.

—Aparta esa rabia de ti, Ymir. Eres muy joven, pero estás obligada a madurar. ¿No lo entiendes? ¿Cuántos años te quedan, siete…? ¿Piensas sacrificarte y acortar aún más tu esperanza de vida para estar furiosa esos siete años? ¿O es que acaso eres tan tonta para pensar que Historia es débil? Te quiere mucho, y también daría su vida por ti. Pero no es ninguna estúpida, ni ninguna débil. Eres mil veces más débil que ella, hoy lo has demostrado.

Ymir sentía un tiro tras otro con aquella declaración. «Madurar». Debía madurar. Recorrió a Hange con la mirada con una expresión más dubitativa, preguntándose ahora cuántos años de servicio llevaría con el comandante Smith. Y cuántos de esos años había ocultado con una habilidad majestuosa sus sentimientos por él. Callada y entregada a la investigación, sólo había hecho lo que se esperaba de ella, entregando su corazón a Paradis en el proceso. Ymir cerró los ojos inspirando hondo, y despacio, elevó la mirada de nuevo a su superior.

—Debería partir.

—Vuelve con vida. No sabes cómo le alegrará volver a verte con vida.

Ymir notó un nudo en la garganta, y golpeó la ijada saliendo escopetada del campo antes de que Hange o cualquier otro la viera emocionarse. Claro que volvería. Volvería, no importaba cómo. 

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