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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 7. ¿Y si…?

Varias noches habían pasado ya durmiendo juntas. Algunas veces en palacio, otras en la casa de campo. Por fortuna o por desgracia eran mujeres ocupadas. Historia insistió en que siguiera ayudando al Cuerpo de Exploración a investigar el territorio enemigo, pues se había enterado de que Eren Jaeger, desde que le besó la mano, se comportaba extraño. Ymir supuso que el hecho de que Historia Reiss tuviera sangre real podía ser revelador para el mundo de los titanes, pero cuando espió el reino de Marley, era complicado que ese tema concreto saliera, Zeke jamás hablaba de ello. La soldado intentó encauzarse en las misiones de la legión con sus compañeros, pero viéndose distraída y con la mente constantemente pensando en la reina, se sentía un lastre y finalmente solicitó un puesto en la Policía Militar para estar cerca de ella. La revisión del expediente académico y sus últimos logros facilitaron mucho las cosas: no le fue difícil que aceptaran su solicitud. Pero además, la morena pidió poder acceder al Cuerpo de Exploración cuando creyera necesaria su intervención, siendo una especie de soldado mixta que velaba por la seguridad de la isla y de su reina. Para la pecosa era el trabajo perfecto.

Sin embargo, desde que lo suyo con Historia dejó de etiquetarse como amistad (antes incluso de marchar a Marley), había noches en las que las pesadillas le perturbaban el sueño y la ahogaban. La primera vez fue en solitario; dejó de padecerlas abruptamente estando en Marley. Pero desde que volvió a los muros la cosa había empeorado. Era como si el destino le recordara desde algún ángulo que no debería estar donde estaba, que no tenía que hacer lo que estaba haciendo. Y aunque al principio fueron pesadillas sosegadas, empezaban a ser más perturbadoras y siniestras.

La noche en la que Historia despertó en mitad de la madrugada escuchó sollozos. Al girarse vio a una Ymir inconsciente, de ojos cerrados y secos, pero debía estar llorando en la pesadilla. Su voz quejumbrosa sonaba a dolor, y un espasmo le sacudió el cuerpo de repente.

—Cariño —susurró la rubia, mirándole preocupada. Las otras veces sólo la había oído hablar en sueños, o como mucho, despertar asustada. Esta vez parecía atrapada en un nubarrón mental. Ymir no pareció moverse más, y despacio, Historia se recostó a su lado, mirándola con cierta precaución. La vio fruncir las cejas, y de pronto su cuerpo se puso rígido—. Shh, estoy aquí… duerme… —dijo con voz melodiosa, acariciándole el rostro.

Ymir no podía tranquilizarse. En su mente desconsolada sólo podía ver cómo un perturbado Galliard la obligaba a entregarse a la muerte, mientras golpeaba a Historia sin parar con un atizador. En el sueño estaba esposada, totalmente entregada a ser devorada, pero el odio a los eldianos iba más allá, y cuando él terminó, fue Reiner el que empezó a apalear a la rubia, hasta que los ojos de la rubia se hincharon y su cuerpo se cubrió de heridas. Cada vez se movía menos. No se movía… Ymir se partía las muelas intentando morderse, pero el hierro que le impedía cerrar la dentadura no la dejaba convertirse. El siguiente fue el propio Zeke. Cuando éste cogió el atizador, simplemente lo tiró y agarró a aquel ángel malherido del cuello. Historia se trapicó con su propia saliva y sangre, y seguía quejándose mientras notaba cómo era asfixiada sin defenderse. Ymir lanzó un fuerte grito de impotencia, sollozando, y de repente despertó del letargo, dando un gemido de dolor al sentarse sobre la cama.

—Tranquila, Ymir… ¡hey! —el largo cuello de la morena estaba transpirado y su respiración totalmente desbocada. Al oír la voz de Historia la miró y pareció ser un elixir de vida, la rodeó con mucha fuerza. La otra sintió alarmada el latir del corazón como si estuviera por sufrir un colapso nervioso. Se apartó un poco, sosteniéndola del rostro—. Ymir… ¡Y-Ymir! ¿Qué te pasa? ¡Háblame!

—No puedo… resp-… —Ymir perdía la fuerza con la que la había abrazado, e Historia salió de un salto de la cama y del aposento. Abrió la puerta del pasillo y pidió auxilio.

20 minutos más tarde

—Mejor, ¿verdad? —el médico dejó a un lado el agua hirviendo que había despejado las fosas nasales de la morena, y esparció cuidadosamente el ungüento silvestre sobre sus clavículas y cuello—. Bien, pronto se secará, no lo toques. Pronto podrás respirar bien.

Cuando él y los tres guardias que vinieron a socorrerlas se marcharon, Historia puso una mano sobre su muslo.

—Te pondrás bien.

La morena asintió, sintiéndose agotada y ridícula. Le costaba hablar igualmente.

—Buf…

—Sé que llevas tiempo con sueños y pesadillas extraños, no puedes dejar que te afecten a nivel físico.

—Son muy… reales… —juró haber visto incluso la imagen de un Eren de pelo largo cerca de todo aquel calvario, mirándola sufrir impasible y sin moverse a salvar a Historia. Como si supiese lo que ocurría y no pensara en hacer nada al respecto. Ymir tragó saliva y se concentró en que simplemente había sido un mal sueño.

Parecen reales —matizó la otra —pero no lo son. Necesitas descansar, iré a avisar a la Policía Militar de que hoy no podrás trabajar.

Ymir la agarró con mucha fuerza del brazo, impidiendo que se moviera de la cama. La más bajita se volvió con el ceño fruncido y tensó el brazo al sentir la fuerza prensil que tenía.

—Deja de agarrarme de esa forma. Lo digo por tu bien y harás lo que te aconsejo.

Ymir abrió la mano y se lamentó de la fuerza utilizada, completamente innecesaria. Sentía que los párpados le pesaban.

—Quédate, no desaparezcas. He tenido un sueño horrible, Historia, de ti… y… me siento insegura si no te tengo a la vista.

La reina sonrió con más dulzura. Pero por muy asustada que Ymir estuviera, debía hacer sus quehaceres. La acarició del brazo lentamente, y se quedó allí los siete minutos que Ymir aguantó despierta. Nunca dormía y el ungüento tenía propiedades para inducir el sueño, por lo que cayó rendida enseguida. Rezó porque no le volviera a dar otro ataque de ansiedad. Al salir de la habitación, se descubrió el brazo: Ymir parecía estar tan acobardada que la había intentado retener con mucha fuerza. Le había clavado tanto los dedos en la piel que le saldrían moratones. Suspiró y bajó a su reunión.

Las semanas habían traído una de las peores nevadas de la historia junto al invierno. La vigilancia se había reforzado en los muros, algunos avistamientos de titanes en masa habían preocupado a la ciudadanía y al propio Cuerpo de Exploración. La Policía Militar ayudó a la invención de nuevas armas anti-titanes, pues aunque ya supieran la realidad, no podían permitir ser devorados indiscriminadamente por esos pobres condenados.

«Ellos están condenados, nosotros sólo lo estaremos si no nos movemos», dijo Eren en una reunión, después de semanas de silencio sepulcral. El pelo le había empezado a crecer, su personalidad era diferente. Lo que él vio al tocar la mano a Historia no podía ser aún comprendido por nadie, simplemente sabía lo que tenía que hacer y ya lo había decidido, pero para eso necesitaba tiempo, y también que ciertas personas estuvieran en la posición que les correspondía. Cualquier error o intromisión podía traer serios problemas con la revolución eldiana que él pretendía. Aún faltaba tiempo.

Ymir había tenido miradas con él, sobre todo cuando coincidían en los entrenamientos. A la morena aún le faltaban piezas por conectar, pero no podía evitar pensar en la Coordenada, y en el lugar magistral donde todos los titanes se unían en un solo lazo, el lugar donde recuperó la humanidad tras sesenta años de inhóspito viaje. No podía evitar pensar que el hecho de haber regresado a Paradis era… un error. Un error no previsto. ¿Acaso su futuro era realmente morir en Marley? No esperaba que Eren se lo dijera, y ella tampoco se sentía fuerte para oírlo. No quería aceptar que algo así pudiera

ser cierto. Ni siquiera sabía por qué tenía la impresión de que ese Eren de pelo largo que aparecía en sus pesadillas lo sabía, pero no con el que entrenaba actualmente. Con el paso de noches más tranquilas, olvidó esto. Hange había empezado a demandar su presencia en el campo de entrenamiento para experimentar con su titán, estudiando especialmente la biomecánica trituradora y la potencia de los huesos de su cráneo y maxilares. Realmente había una grata diferencia morfológica con respecto a los huesos de otros titanes, motivo por el que el titán de Ymir podía destruir edificios de roca con los dientes. También le indicaron estrategias de lucha dado su tamaño, y practicaron con el de Eren. Lo único que Ymir tenía que envidiar al titán de ataque era su estatura y mayor fuerza en las extremidades, mejor preparadas para la lucha cuerpo a cuerpo. Pero fueron varios los enfrentamientos en los que acababa mordiéndole en la nuca con mucha velocidad y ganaba al menor.

De cara al enfrentamiento de múltiples titanes que avanzaban desde Marley, mientras algunos de la legión terminaban de construir el fuerte que años atrás había sido echado abajo por los titanes, la reina Historia cabalgó desde los muros con sus principales escoltas, llegando hasta la avanzadilla de Erwin. Ymir la vio trotando desde bastante distancia y se extrañó.

¿Por qué está fuera de los muros? Lo mejor será preguntarle. Enseguida dejó su saco de maderas sobre el suelo, pero oyó un agudo grito de Hange llamando su atención, así que bufó y volvió a cargárselo al hombro.

—Tranquila, jefa. ¿No he sido tu mejor adquisición este año, o acaso vas a negármelo? Estoy trabajando durísimo, y no nos has traído ni un poquito de agua…

—¿PAN? ¡PAN, PAN, PAN! ¡PAN! —Sasha soltó todos los troncos al suelo y el resto de exploradores levantaron la mirada de su trabajo.

—No, ha dicho agua. Sasha, vuelve ahí —Connie le empujó cariñosamente la cabeza a los troncos que soltó—. Termina la hoguera o moriremos congelados.

—La misma energía con la que Sasha pide comida debería ser con la que trabajen, camaradas. ¡A cerrar el pico y a…! —un fuerte estruendo ahogó su palabra en el ruido. Una explosión. Luego otra. Y una tercera. Hange se giró horrorizada, esperándose lo peor. Conocía la luz y conocía el sonido.

La imponente figura del mono titán avanzaba hacia ellos.

—No… —murmuró Hange—, ¿qué diablos hacen aquí ahora? ¡Levi, avisa a Erwin! —Levi miró con hastío al Bestia y montó rápidamente en su corcel. Cabalgó varios metros hasta Erwin, quien obviamente, también se enteraba del panorama. La luz se vio a mucha distancia.

—La prioridad son Eren e Historia. Que vuelvan al muro —dijo solemnemente el rubio, metiéndose en el bolsillo una especie de carta que Historia le había entregado en persona. Levi la vio, pero Ymir, que desobedeció a Hange y venía justo detrás del capitán, no. Levi le plantó cara y señaló el campamento de Hange, elevando la voz.

—¡Vuelve a tu posición!

—¿Por qué estás aquí, Historia? —preguntó la pecosa, ignorándole.

—Alguien se las ha ingeniado para dejarme una carta en la mesita, y el que la escribió pareció saber que el carguero, el bestia y el acorazado venían con un chico al que les corresponde… el titán mandíbula. Debes volver conmigo a palacio.

—¡¿Para eso te has arriesgado a venir hasta aquí, has perdido la cabeza?!

—¿Acaso tenía que dejar que os mataran? Me he dado la prisa que he podido, ¡pero ya ves que no ha sido suficiente! —contestó Historia, peleona.

—Ymir tiene razón, debiste haber traído a un subordinado —alegó Erwin. Las pisadas de los titanes enemigos empezaban a sentirse muy cerca, y el rubio no perdió el tiempo. Señaló al acorazado—. Tiene mucha resistencia y es el que está más cerca. Uno de ellos tendrá a ese chico del que hablan bien protegido, a la espera para comerte. Sal de aquí con Historia y los de la Policía Militar, nosotros intentaremos distraerles.

Ymir frunció el ceño asintiendo y esperó a que Historia cabalgara para seguirla desde atrás y cubrir sus espaldas. Se dio cuenta de podía alcanzarla, así que sacó una fusta y golpeó con inquina la ijada de la yegua de Historia para que ganara velocidad.

—¡¿Qué diablos haces?!

—¿Crees que quiero escapar como una comadreja? ¡Parece que no me conoces! ¡Es a ti a la que quieren y eres la que se expone, eso no tiene ningún sentido! —sin siquiera poderlo Ymir prever, Historia frenó bruscamente a su yegua y la hizo cambiar el rumbo, dirigiéndose directamente al acorazado. Hacia… Reiner. Se soltó la capa y su equipo de maniobras enganchado en su cintura relució con el brillo del sol.

—¡HISTORIA! —gritó con fuerza, obligando a su caballo a voltearse y perseguirla. Le hizo correr todo lo que pudo, pero Historia de repente enganchó una parte muscular del tórax de Reiner y el gancho se trabó, empezando a hacer corredera hacia dentro con una velocidad abismal. Historia salió disparada en el aire, aterrizando con éxito sobre el hombro de su ex compañero.

—¿No era que me necesitabas a mí también? —le chilló para provocarle. Reiner trató de atraparla con la mano, e Historia se movilizó hacia su talón de Aquiles, los cuales cortó de un tajo. El titán de Reiner tropezó y cayó bocabajo. Antes de que Historia pudiera ensartar sobre músculo de su nuca, ya era tarde. Fuertes piedras cayeron a su alrededor, con tanta fuerza que devastaron algunos árboles. El poderío del bestia mató a tres subordinados de Erwin, uno de ellos un recluta. Levi tenía al titán mono demasiado lejos para ir por él, por lo que el problema de aquellos «meteoritos» devastadores seguiría sin resolver. Eren lanzó un graznido al convertirse en el titán de ataque.

—¡Eren! —Mikasa gritó con rabia al verlo convertido, odiaba que tuviera que recurrir a ello sin decírselo, pues le costaba bastante protegerle. Connie y Sasha atacaron a dúo al carguero, pero éste simplemente seguía corriendo. Tenía un casco que le cubría la cabeza y gran parte de la nuca.

—¡Historia! —gritó Ymir, con un oído taponado por el ruido de las explosiones. El humo no la dejaba ver nada.

—¡¡Ahí está!! ¡Galliard, ve a por ella, está en forma humana! —aquello lo escuchó perfectamente. Galliard tenía una ballesta gigante en su poder y disparó hasta tres flechas al mismo tiempo. Una dio en algún blanco, sólo que aún no podía ver nada con semejante cortina de humo. Pero esta se disipó. Y lo que vio le hizo frenarse en seco, elevando lentamente la mirada hacia arriba. La poderosa cabeza del titán mandíbula le miraba a cuatro metros de altura, con una sonrisa maliciosa. Ésta se puso a cuatro patas y abrió la boca para zamparlo, pero Pieck fue rápida y alcanzó a lanzar a Galliard fuera de combate. Se tuvieron ambas cuadrúpedas frente a frente y empezaron a pelear como leonas. El titán de Pieck tenía una resistencia voraz, pero para su desgracia, y como Ymir bien sabía, prefirió destrozarle una de sus rodillas con su mandíbula. El carguero lanzó un bufido que hizo temblar el bosque entero, tanto, que incluso Zeke paró de lanzar piedras, temiendo haber dado a uno de sus camaradas. Pieck estuvo muy tentada de volver a su forma humana. Las rodillas las tenía maltratadas, apenas podía andar sobre dos piernas, aquel mordisco la tendría bastante incapacitada por un tiempo.

Rápido, Ymir la dejó abandonada y buscó a su rubia con la mirad. El humo la estaba sacando de quicio porque ni siquiera podía ver por dónde pisaba. Por el camino nuevas flechas se incrustaron, tanto en su cuerpo como en otros que estaban luchando allí. Ni las notó. Un candidato a guerrero de estrella amarilla tenía un arma de fuego con mira, y estaba cuidadosamente apoyado para fijar el blanco. Cuando Ymir juntó bien los párpados, casi se desmaya de la impresión. El cañón apuntaba directamente a una cabecita rubia que se había retirado la capucha de encima y no paraba de toser, ahogada con el levantamiento de tierra por los impactos. Ymir aplastó al muchacho con la mano, triturándolo como si fuera un trozo de mierda.

Erwin anunciaba retirada sin dar tiempo a que los titanes enemigos se recuperaran, muy a pesar de Eren, quien empezaba a tener claro que comerse a alguno de ellos sería una solución más plausible. Se llevó a Mikasa, a Connie, a Sasha, Jean y a todos los que pudo en los hombros y el cabello, y corrió con la máxima velocidad que pudo. El comandante rubio se cercioró que Levi tampoco había sufrido ningún daño, y al verlo montar su caballo cogió él el suyo. Su vista nuevamente volvía a llenarse de capas verdes caídas, demolidas de la peor forma por enemigos que desconocían.

Malditos, decía. Son unos malnacidos.

Los cuerpos yacían quietos, pero tuvo cuidado de no pisotear ninguno con las herraduras. Se aseguró de que nadie más quedara tras él, que él fuera el último, y avanzó rápido. Mientras dejaba atrás a esos hirientes marleyenses, sus ojos pálidos se fijaron en una figura alta, de capa verde, que luchaba por sostenerse a las cortezas de un tronco. Aceleró el camino y palideció aún más al reconocerla. Una lanza de dos centímetros de diámetro atravesaba el muslo de Hange, quien estaba anclada al suelo sin poder levantarse. Al vérselas sola, el mismo instinto de supervivencia la había hecho arrastrarse un poco del camino, pero estaba perdiendo sangre sin parar.

—Hange. Maldita sea, Hange —chistó malhumorado por la situación, bajándose del caballo. Era consciente de que tenía los enemigos a las espaldas y que no podía entretenerse mucho. Pero ni aún siendo ella, ni siendo cualquiera, abandonaría a la persona afectada.

—¿Qué demonios haces ahí parado? ¡Lárgate, Erwin! ¡No creo ni que me vean, ya vendrás en otro momento!

—Lo siento mucho, Hange —murmuró dolido, obligándola a tumbarse. Le metió un amasijo de su propia capa en la boca rápido, y ni siquiera se tomó el tiempo a pensarlo más. Retuvo la pierna de la mujer contra el suelo y agarrando el artefacto con las dos manos, lo sacó de un tirón seco. Teniendo en cuenta que le había desgarrado de lado a lado el muslo, era posible que perdiera la pierna. Vio que abrió la boca, pero un nuevo impacto de piedras le impidió oírla gritar del dolor que sufría. Así tal cual estaba, sin miramientos, la cargó en su mismo caballo y ató su capa al cuello, evitando que se deslizara por algún costado. Lo primero era perderlos de vista. Le alarmaba, ya que la falta de torniquete estaba dejando el caballo empapado de sangre, y pronto, Hange perdió el conocimiento a sus espaldas.

El fuerte golpe final llegó con un violento amasijo más de piedras torpedo que lanzaba el bestia, varias de las cuales hicieron tropezar a Ymir. Giró aturdida la cabeza hacia atrás, cuando de pronto, el carguero la mordió en la nuca despedazando la carne a un lado. Los ojos le brillaron al contemplar el rostro sorprendido y fatigado de Ymir, aún conectada por las fibras musculares a su titán.

—¡La inyección, Galliard! ¡Inyéctatela! —Galliard abrió su mochila, pero esta vez fue Jean el que lo sacudió de una patada y lo lanzó al suelo. Ascendió como una flecha hasta la nuca del mandíbula y cortó velozmente las tiras de carne de sus brazos, cogiendo a Ymir de la cintura y llevándosela con él. Ymir notaba adormilados los pies. En el otro brazo de Jean, Historia seguía dormida. Por fortuna, fue el camino de árboles el que les terminó de escoltar hasta una zona más segura. Historia abrió débilmente los ojos, entre tos y tos. Vio la destrucción en sólo quince minutos de pelea.

¿De qué te sirve un cetro real, Historia?

Volvió a preguntarse ella misma, mientras Jean usaba el equipo de maniobras para mantener a las dos chicas a salvo.

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