CAPÍTULO 4. Lencería nueva
—Pero… Camilla… esto…
—¿Pero qué pasa…? ¡Estás casada! ¿Me estás diciendo que nunca le has dado una sorpresa de ese tipo?
—Ah-eh… yo… bueno…
Maldita sea, ¿y yo qué le respondo ahora…?
Yor miraba ruborizada el conjunto de lencería que Camilla le estaba mostrando en su móvil. Se trataba de una página de compras online especializada en ropa interior sexy. Camilla y Dominic se habían enterado de que pronto sería el cumpleaños de Loid, puesto que en la empresa todos eran muy cotillas. Yor se había aprendido la fecha de su cumpleaños los primeros días que se conocieron, era necesario ir sobre seguro con preguntas básicas sobre el otro para que el matrimonio pareciera fidedigno.
—Es que… no… no soy muy de…
—Bueno, Camilla, no seas tan dura —dijo su otra compañera y se volvió a mirar a Yor con una sonrisa—, piensa que si nunca le has dado una sorpresa así, ahora podrás. ¡Seguro que le encanta! ¡Tienes muy buena figura!
Camilla se quedó mirándola atentamente, con un deje sospechoso.
—Pero… habréis mantenido relaciones, ¿no? —preguntó, con picardía para intimidarla. Yor se puso como un tomate y asintió.
—Eh… ¡claro! Por favor, estamos casados… lo que… lo que pasa es que estamos algo ocupados, sobre todo él… y… bueno…
—Claro, claro —se rio con cierta malicia la otra. Sin preguntarle, seleccionó un conjunto y le dio a «Comprar». Yor se alteró un poco.
—Pero… ¡Camilla…!
—No seas boba, a él le encantará. Creo que ese conjunto te quedará muy bien. Si lo necesitas yo misma te daré las pautas. Santo cielo, ¿cómo has podido despertar algo en él siendo tan torpe? ¡Tienes 27 años!
—Y… ¿y tan importante es? —preguntó, haciendo que la rubia parpadeara y se lo pensara un poco.
—¡Claro que lo es! Es importante. Es el motivo de muchas rupturas o desengaños amorosos. ¡En cualquier momento puede sustituirte por otra si no le das lo que cualquier hombre quiere!
—Vaya… —bajó la mirada y suspiró—, pero me da vergüenza que el paquete llegue cuando él esté en casa.
—Bueno, ¿no está tan ocupado? Tranquila, seguro que llega cuando estés tú.
Yor tomó el móvil y volvió a inspeccionar el producto. Le gustaba la lencería de aquel tipo, pero le avergonzaba ponérsela. Era el tipo de prendas que gustaba de mirar y alabar en silencio en las tiendas femeninas, para nunca llevarse ninguna. Pero le hacía gracia todo aquello. Después de todo, no podría usarlo con él.
Al día siguiente, al anochecer
Loid regresó del trabajo y se quitó la chaqueta y el sombrero en el perchero. Cuando se giró, se encontró a Anya y a Yor entrenando abdominales sobre una esterilla. Anya estaba exhausta, pero seguía dando todo de sí. Pero Yor las hacía como si fuese un robot. Parpadeó al verle el abdomen. Se había percatado anteriormente de sus habilidades en las artes marciales, pero no en su cuerpo específicamente. Tenía bien marcado cada surco… y ahora que estaba hipertrofiando después de una buena sesión, más aún.
—Pensé que se había convertido en una costumbre perdida.
—¡¡Anya debe estar fuerte para el torneo de vóleibol de mañana!!
Loid suspiró.
—¿Y decides ponerte en forma la tarde anterior? No dará resultado. Bueno, aparte del más obvio, tener tantas agujetas que serás muy ineficiente en tu desempeño.
—¡Augh! —chilló Anya, desmoralizada. Yor terminó sus repeticiones y se pasó el antebrazo por la frente, soltando una risita.
—Bueno… le he enseñado técnicas muy importantes. ¡Anya mañana ganará, ya lo verás!
—¡¡Eso es!! ¡Ganaré! —volvió a animarse la pelirrosa, señalando a su padre—. ¡Traeré una Stella dorada!
—Seguro.
No lo hará, pensó automáticamente.
—¡Augh! —volvió a chillar Anya; se tapó la cara con las manos.
—En fin, voy a ordenar algunos papeles de los últimos pacientes.
—Anya-san, no te vengas abajo… ¡ya verás que mañana sale todo bien! —trató de animarla, aguantándose un poco la risa al verla tan cabizbaja después de la sequedad de Loid—, ¿te apetece que nos bañemos juntas?
—¡Chí!
—Venga, vamos. Antes de que se haga de noche.
Ambas se incorporaron y se ayudaron a recoger el salón de las toallas y esterillas. Loid se sentó en el sofá del salón y puso algunos papeles de pacientes falsos sobre la mesa. Todo estaba escrito en clave, pero ya que esas dos se marchaban al baño, prefería trabajar en el salón con la luz natural que seguía entrando por la ventana. Las vigiló por el rabillo del ojo. Yor llevaba un top ajustado y su vientre transpirado al aire; debido a la intensidad del ejercicio aún tenía bien inflamados los surcos de su abdomen. Se fijó en ellos y luego siguió el camino marcado por las marcas de la transpiración. Sus pechos enjutados en el top. Apartó la vista rápido. No podía fijarse. No podía ni siquiera otorgarse ese placer. Yor era bellísima, probablemente la mujer más guapa con la que se había cruzado en el curso de su carrera. Su fuerza, su espíritu, su bondad y acercamiento con Anya eran puntos positivos para la misión también. Pero no quería caer en la atrayente tentación de relucir otras características de ella que nada tenían que ver con el desarrollo de todo el tinglado. Y una de ellas era precisamente lo atractiva que era. Siempre que ese pensamiento se le cruzaba, tenía la habilidad de sepultarlo fácilmente. Así que eso hizo. Observó cómo tomaba en brazos a Anya mientras se metían en el baño juntas, como madre e hija. Habían desarrollado la suficiente cercanía entre las dos, sin apenas su intervención, y tenía plena confianza en ella en ese ámbito. Era en lo único que podía pensar ahora.
Escuchó varias risitas y sonidos de agua salpicada desde dentro; esas dos se lo pasaban en grande. Anya no paraba de reírse a carcajadas. Al final, salieron limpias y envueltas en sus respectivos albornoces. Anya tenía su pelo rosado recién peinado y Yor también.
—Bueno, que sepáis que ya he pedido la cena. Las pizzas están al caer.
—¡¡YUSHHH!! —festejó Anya, con su usual semblante de ganadora ante las adversidades. Yor sonrió al verla y fueron al dormitorio.
Le puso el pijama mientras la niña la miraba con sus enormes ojazos verdes.
—A mami le gusta papi…
—¿Eh…? —Yor paró de ponerle el calcetín, mirándola con los ojos muy abiertos. A veces de verdad creía que la intuición de los niños era perturbadora.
—Se te ponen los ojos brillosos cuando le miras —se defendió la niña, buscando rápido una explicación. La otra pareció aliviarse, pero no dejó de tener las mejillas coloradas.
—Bueno… tu padre es muy buen hombre —dijo un poco nerviosa. Terminó de secarle el cabello con el secador y ladeó una sonrisa—, Anya, ¿por qué creías que me iba a ir el otro día…?
—¡Estabas muy seria!
Era mentira. Pero fue lo primero que se le ocurrió para salir del paso, no quería ser el bicho raro en casa igual que lo era en el colegio. Yor sonrió amablemente.
—Vale… pero no quiero que pienses así, ¿de acuerdo? No… no te he dado motivos, ¿verdad? Loid-san cree que también deseo marcharme.
—¡Mami no se irá! ¡Lo ha prometido!
Yor la miró atentamente, aunque sus pensamientos se dispersaron cuando oyó el timbre. Sonrieron a la vez creyendo que era la comida. Yor se apresuró a salir junto a ella al salón.
Recibidor
—Ah… entonces… ¿esto…?
—Así es. De un pedido online. Los repartidores no tenemos ni idea de lo que es y tampoco se nos da esa información.
Loid miró sorprendido un paquete de cartón, a nombre de Yor Forger.
—¡¡UAAAAAH…!! —el grito de la mujer los pilló de sorpresa a todos, que dieron un brinco. Rápida como un trueno, Yor corrió desesperada y le arrebató la caja de las manos a su marido, apretándola contra su pecho—. Es… ¡es mío! ¡Lo estaba esperando!
¿Por qué demonios ha reaccionado de ese modo? ¿Acaso me está ocultando información…?
Lejos de la expresión que la vio poner, él se puso de repente completamente serio y le echó una mirada de arriba abajo. Yor cerraba los ojos totalmente sonrosada y después de una torpe reverencia, se marchó corriendo a su habitación.
No.
Aquello no pensaba permitirlo.
Justo cuando iba a cerrar, el otro repartidor llegó casi al mismo tiempo. Le pagó rápidamente, casi sin mirar los billetes. Dejó las cajas de las pizzas abiertas para que Anya comenzara a comer, pero mientras la niña degustaba velozmente una de sus porciones, no paraba de recibir como estocadas los pensamientos nerviosos de ambos padres.
¿Por qué me oculta algo? ¿Y con ese ímpetu? El otro día no me quiso decir por qué se podía marchar dentro de poco, y ahora esto… no puedo permitirle tantos secretos. Entorpecería la misión.
¡Menos mal que no lo ha abierto! ¡Dios mío, me hubiera muerto de la vergüenza! ¿Y qué narices voy a hacer yo con esto…? Dios mío, dios mío, madre mía…
Se acabó. Sea lo que sea la pienso pillar con las manos en la masa.
Anya abrió los ojos asustada y miró rápido por todo el salón, a ver qué diantre podía hacer para que no se descubrieran entre sí. Desconocía qué ocurría con exactitud en el cuarto de su madre pero estaba claro que no quería que nadie entrara. ¡A lo mejor le habían traído armas puntiagudas! Si Loid la descubría, aquello sería un fracaso.
—¡Papi! ¡Se me han caído las papas! —dijo, al mismo tiempo que lanzaba las dos bolsas de patatas fritas sobre la alfombra.
—¡Las acabas de tirar tú! —dijo algo molesto. Se alejó de la silla rápido, pero Anya se asustó al contemplar que las dejaba allí y pasaba de largo, directo al pasillo.
¡La iba a descubrir!
Estoy siendo descuidado, iba pensando él. Si la pillo con algo embarazoso será abrupto. Pero no puedo descartar que pueda ser esa asesina, u otra investigadora de Ostania. Quizá incluso trabaja junto a su hermano y lo he pasado por alto.
—Bueno Yor, lo siento pero esto tenemos que hablarlo… ¿qué demonios es lo que… has…? —abrió la puerta de golpe, y Yor emitió un grito de susto y estupefacción que la hizo voltearse tan torpemente, que tropezó y cayó de golpe sobre la cama.
—¡¡No mires!! ¡Loid-san, no…!
Loid cerró de golpe la puerta, tan veloz, tan efímero, que ésta había durado abierta tan sólo medio segundo. Suficiente para saber que la había cagado soberanamente.
—… —Anya exploraba la cabeza de su padre.
Soy estúpido. Soy imbécil. ¿Qué demonios… hace… pidiendo… eso…? Pero… qué… y ahora me odiará por no haber respetado su intimidad, algo que prometimos al inicio de esta tapadera. Qué… qué buen cuerpo…
Anya siguió comiendo su pizza en silencio, a sabiendas que ambos se habían salvado.
—Per… perdón, Yor-san. Cre… creí que ocultabas algo…
Yor no podía contestar. Se había quedado completamente petrificada y roja como un tomate oculta bajo las sábanas. Loid había entrado justo cuando se miraba la lencería frente a un espejo… pero ni siquiera le había dado tiempo a probarse el sujetador. La pilló pasando los brazos por los tirantes cuando abrió la puerta de esa manera tan poco cortés. Y ella, fiel a su estilo de torpeza infinita, había hecho el ridículo danzando un poco antes de estrellarse contra la cama. Cuando Anya miró a su padre, estaba completamente ruborizado.
Loid aceleró el paso, abrió la puerta de su dormitorio y se encerró totalmente mortificado por la vergüenza.
Anya se quedó mirando ambas muertas mientras seguía masticando tranquila, y le dio un poco a Bond para que la probara también.
¡Otro peligro salvado por la gran espía Anya Forger!, pensó.
—Waof —ladró tranquilo Bond, comiendo su porción de pizza.