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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 10. Un amanecer diferente


Loid despertó en casa. Su instinto desconfiado lo hizo levantarse de un brinco cuando sintió unas manos asirle del cuello, pero éstas le presionaron un poco, sin fuerza, hacia abajo para que se estara quieto. Parpadeó angustiado. Su mirada se hacía nítida muy lentamente, pero no su olfato. Su olfato era inconfundible. Como el olor que ya tan bien reconocía.

—Soy yo… tranquilo —murmuró una voz femenina y sosegada. Loid dejó escapar un suspiro.

—¿Yor…?

—Sí —musitó. Los iris azules del hombre lograron hacer clara una bonita sonrisa sobre él. Tan dulce… que casi sonrió él también. Pero no podía tomarse nada a la ligera. Si había algo que le generaba muchísimo desconcierto, eran las situaciones límite donde no era controlador. Esa era una de esas escenas. Peor aún: habían adormecido su cuerpo en el Centro de Inteligencia, así que se temió lo peor.

Yor sostenía una especie de pinganillo inalámbrico entre los dedos.

—Yo… yo ya lo he escuchado.

—Espera, Yor —se incorporó lentamente, y la acarició de los brazos—. ¿Dónde está Anya? ¿Y cómo he llegado hasta aquí… lo sabes?

—Está todo bien… pero debemos marcharnos. En teoría nada debería ocurrir. Tu misión ha cambiado. Creo que deberías escucharla.

Loid la miró confundido y bajó la atención al pinganillo. Se lo colocó en el oído y presionó un botoncito lateral.

Era la voz de Sylvia.

Yor le miró atentamente mientras lo escuchaba. Detrás de ella, Anya se desperezaba tras otra larga siesta involuntaria y se ponía detrás de su madre. Cuando observó a través de la ventana, se dio cuenta de que había una inmensa luna llena alumbrándoles en el salón. Volvió la vista a su padre. Por más que lo intentaba, no lograba leer nada de su mente. Loid tenía una expresión extraña. Miraba en todo momento a Yor con suma fijeza, como si le costara creérselo.

—¡Anya no puede leer nada si hay luna llena! ¿Qué vamos a hacer?

—Anya —murmuró Loid, quitándose el pinganillo de la oreja y mirándola seriamente—. Tu madre te ayudará a hacer tus maletas. Nos iremos de vacaciones una pequeña temporada.

—¿Uh…? ¿Y el curso escolar? ¿Y la recolección de Stellas?

—Volverás al Edén el curso que viene. Y ya no tienes que seguir coleccionándolas si no es lo que deseas.

—¿La señora mala se volvió buena?

—Más o menos. Pero… yo… ya no soy espía tampoco.

Yor echó una mirada a Anya y respiró hondo.

—Anya-san, vamos a hacer tu maleta.

Puerto

Seguía siendo de madrugada cuando la pequeña familia embarcó. Loid comprobó el depósito y las coordenadas. También indicó a Yor cómo conducir un barco de aquellas magnitudes en casos de marea. Hacía tantísimo frío, que la mujer tiritaba.

—Dentro hay una estufa encendida. Ve con ella.

—Hace demasiado frío en la cabina. ¿Estarás bien?

—Estaré bien. Pero no tenemos tiempo que perder.

Yor se apresuró a bajar las escaleras, se sentía nerviosa porque había tenido que esconder casi todas las armas punzantes en un armario escondido del propio navío. Antes de bajar al segundo peldaño Loid la tomó del brazo rápido, mirándola fijamente.

—¿Sí…?

—Ya sabes cómo y dónde esconderos para que nadie jamás os encuentre por mucho que busquen en este barco, ¿verdad?

—Loid… me asustas… ¿Sabes algo que yo no sé?

—¡Sólo quiero estar seguro de que me escuchaste con las medidas de seguridad!

—¡Está bien…! No me… no me grites… —al oírla dejó de apretar su brazo, cosa que había hecho inconscientemente y fruto de lo nervios.

—Disculpa. No pasará nada. A ninguna. Pero es importante que recordéis eso… por si me pasara algo a mí. ¿De acuerdo?

Yor le miró con un deje de preocupación aún mayor.

—Baja con ella, por favor —insistió el hombre—. Y no olvides esto que acabo de decirte.

Yor retiró su mirada de él con una pequeña punzada de rabia. Era como si le estuviera ocultando información.

Pero no era exactamente así. Loid no le estaba ocultando información. Lo único que ocultaba -de manera nada fructífera- era su propio temor a una traición por parte de Sylvia. Sólo tenía su palabra. En cuanto atracaran en el inhóspito lugar donde le había dicho que fuera, se daría cuenta rápido de si le había tendido una trampa o no. Hasta entonces, permanecería asustado y con mil ojos en el trayecto.

Si tenía que dar la vida por ellas, lo haría.

Cuatro horas más tarde

La noche había avanzado y Anya, incapaz de aguantar más, se quedó dormida en los brazos de su madre, abrazándole el cuello. Pesaba lo suyo, pero Yor estaba tan acostumbrada a levantar peso y entrenar, que apenas siquiera se dio cuenta ya de que la seguía meciendo en sus brazos. La tenía abrazada como un koala mientras dormitaba, y de alguna manera así ella también se sentía más segura. No quería soltar a su hija por nada. Por el meneo del barco, sabía que Loid seguía conduciéndolo manualmente. La negrura aún no se había ido ni un poco, tampoco la luna llena. Era plena madrugada.

Pero no tardó en sentir un descenso de la velocidad, sumado al pequeño oleaje. La embarcación estaba frenando. Cuando se asomó a ver dónde estaban, no reconoció nada. Entonces, tal y como Loid la previno, y sin soltar a Anya de uno de sus brazos, movió sigilosamente el segundo fondo de la pared y se encerró adentro con la niña. Sumidas en la completa oscuridad. Tenía un reloj de pulsera donde activó el cronómetro.

Sólo le quedaba esperar.

Loid salió cansado pero muy nervioso al puerto y dio un salto para acordonar el barco. No tardó en ver a su enlace, con un gorro de pescador y la caña azul. Estaba estirado con los pies descalzos. Parecía llevar una hora allí sentado, pero sólo había un pez en el interior del cubo. Era parte del atrezzo y se dio cuenta en seguida.

—¿Por qué tardó tanto en amanecer hoy? Es raro en esta época del año.

—Un pescador novato diría esa tontería.

El falso pescador asintió y dejó la caña trabada entre los maltratados tablones. Sacó un papel amarillento de su bolsillo, que Loid comprobó enseguida que se trataba de un sobre abultado. Se giró y fue a un punto más remoto y distanciado del barco. Cuando se aseguró las espaldas y también una buena panorámica hacia el puerto, abrió el sobre y extrajo lo que había en el interior.

Su mirada se quedó anonadada. Documentos de identidad. Pasaportes. Parpadeó rápido, girándolos y mirando el papel plastificado que venía con tres empadronamientos. El domicilio y los nuevos puestos de trabajo.

Bajó las manos, introduciendo con cuidado de nuevo todos aquellos documentos en el sobre. Tragó saliva y dirigió la mirada a la embarcación. El pescador falso se levantó, recogió su cubo y la caña y se marchó tranquilamente, encendiéndose un cigarro. Jamás le volvería a ver.

Loid necesitó unos segundos para encontrarse a sí mismo. Estaba hasta mareado.

Tenía que volver a verlos para creérselo. Así que eso hizo. Los volvió a mirar con mayor interés. Seguro que algo se había dejado. Cuando hojeó papel por papel y tarjeta por tarjeta, un pequeño papelito se desprendió del plastificado y cayó. Loid lo cazó en el aire y lo leyó con nerviosismo.

«Tendrás que ir con mil ojos igualmente. Nunca se sabe adónde nos llevan nuestros pasos del pasado. Cuídalas. Y si en algún momento el remordimiento te hace querer volver, hazte un favor y pídele a Yor que te pegue una paliza.

PD: Sé que te mueres de ganas por saber en qué se quedará la reunión de última hora que he programado con los embajadores de Ostania gracias a la revelación de tu hija. Te lo diría, pero estaría faltando a mi contrato de confidencialidad. Y es algo que sólo puedo compartir con los espías de mi plantilla.

Estás cordialmente despedido.»

El corazón le latió como loco. Hizo una bolita con aquel papel y se lo comió. Y corrió hacia el barco.

Yor sintió movimiento al otro lado. Pero su calvario no duró demasiado: la señal de los cuatro golpes a cierto ritmo se escuchó con claridad y ella salió del escondite. Asomó la cabeza, con los ojos llenos de preocupación.

—¿Todo está bien fuera…? Puedo pelear perfectamente.

—Yor. Vámonos de aquí. Quiero enseñarte algo —le tendió la mano. La mujer abrió un poco más los ojos y le acompañó a cubierta, saliendo con cuidado al exterior.

Loid sabía las paradas que tenía que hacer y la calle a la que tenía que ir. Sylvia había sido minuciosamente precisa.

—Esto… no está tan lejos… ¿no? Ese faro me suena.

—Es una zona limpia.

—¿Cómo?

—Sylvia y yo le llamamos así a las zonas libres de tecnología gubernamental. Nadie nos vigilará en este barrio, ni en esta casa.

—¿Qué casa? Aquí yo sólo veo mansiones.

Loid sonrió vagamente.

—Bueno… —se acercó a ella y paró de andar, a lo que Yor le repitió confundida. Habían parado delante de una casa enorme y bonita con un jardín bien cuidado y vallado. Miró alrededor. Parecía un barrio muy tranquilo. Había algunas familias dando un paseo. Loid tecleó algunas cosas en su móvil y luego lo volteó hacia ella.

Había tantas cifras en aquella cuenta bancaria que Yor frunció el ceño, con una risita de extrañeza.

—Am…

—Yor. ¿Te gusta esta casa? No tenemos que quedarnos aquí… si no te gusta.

La chica abrió más los ojos.

—¿Q… qué…?

Loid acortó distancias con ella y la miró fijamente, tomando su mano libre.

—Esto de aquí es mi finiquito.

—¿¡Te han echado!? —preguntó asombrada.

—Nos han echado.

—S… sí… bueno… intenté pedir un trabajo más humilde, pero… no había nada para mí en la organización. Han prometido no buscarme si no interfiero.

—¿TAN FÁCIL? 

—Anya me dijo… que el perro a veces detecta lo que va a ocurrir. Y claro, como ella puede leer las mentes… también funciona con los animales.

—¿QUÉ?

Yor soltó una risita y alzó la mano para calmarlo.

—Vio que el jefe y yo nos dábamos un apretón de manos…

—No podremos interferir. Ya no tenemos nada que ver con ellos —la miró—. No me lo puedo creer. Pero Sylvia tampoco ha querido decirme nada.

—¿Por qué no?

—Porque ya no formo parte de WISE. Soy un… —habló más lento, intentando creérselo—… soy un civil. Padre de Anya. Y… esposo de Yor.

Yor le miró con una expresión de felicidad y bajó la atención a su niña. Ajena a todo el miedo, la supuesta «vigilante día y noche» soltaba la babilla por la comisura.

—Loid… ¿qué pasará con la misión que tenías? La de evitar la guerra…

—No estoy autorizado para saber los cambios que realizará Sylvia a ese respecto. Pero Yor… —le puso la mano en el hombro y apretó un poco, mirándola con contundencia—. Pase lo que pase, estaremos preparados. Os protegeré hasta mi muerte si es necesario. Os quiero a las dos.

A Yor se le encendieron un poco las mejillas y giró la cara rápido, evitando ruborizarse más.

Entraron juntos a su nuevo hogar.

Epílogo

Varios años más tarde

El tratado internacional había salido en las noticias de todos los países. Se describió como «El gran freno», a la inminente guerra con la que se había estado especulando toda una década. El mismo día de la graduación de su hija. De su primera hija. Anya Forger.

Cosas tristes y hermosas habían pasado desde que llegaron a su nueva casa. Bond había fallecido siendo un perro feliz y extremadamente anciano, calmado y sin dolor en una de sus siestas. Anya había finalizado la secundaria con matrícula de honor en todas las asignaturas y había perfeccionado la lectura de mentes para controlarse a sí misma. Para celebrarlo, la familia había ido con los Desmond y los Blackwell a las extensas costas de éste último. En realidad, para celebrar las notas de todos sus hijos en conjunto. Loid permanecía lejos de todo el bullicio, sentado en una silla plegable en mitad de la arena. Agradeciendo en mucho tiempo la ausencia de preocupaciones. Uno de los cachorros que Bond tuvo antes de fallecer correteaba jugando con los más pequeños de la fiesta, mientras que el otro trataba de robar las piezas recién salidas de la barbacoa en cuanto los humanos se despistaban. Sonrió desde la lejanía de todo aquel jolgorio, al ver cómo finalmente lograba quitarle un filete a Damian y corría a través de la playa.

Una anécdota que ahora se recordaba con cariño y mucha diversión fue la declaración amorosa de Becky Blackwell hacia Loid cuando cumplió los 13 años. Se había apuntado a una academia prestigiosa de artes marciales mixtas y tenía un cuerpo entrenado y formidable en la actualidad, ahora que tenía 16. Nadie sabía que su mayor inspiración había sido Yor Forger.

Anya también se había alejado de sus amigosen ese instante y paseaba por la playa a ras de la orilla. El tercer y último hijo de Bond le perseguía dando saltitos y le traía en la boca su cuerda de juguete para que volviera a lanzársela. Loid sonrió al verla. La chica había crecido en estatura, aunque seguía siendo la más bajita de sus compañeros. Siempre había sospechado que la explicación residía en los laboratorios de los que había escapado. Pero aquello ya no le suscitaba interés alguno. Era una muchacha sana, fuerte, y cuando empezó a tener más madurez social, increíblemente despierta e inteligente. Seguía queriendo estudiar para el Cuerpo de la policía y especializarse en la rama judicial. Loid la intentó prevenir al principio, pero aquello no hizo más que seguir animándola. Él sabía perfectamente que quería escoger esa rama para especializarse en el espionaje. Por su poder mental, lo lograría, pero era también peligroso. Además, empezaba a hacerse mayor en otros aspectos y por primera vez, Loid se sentía inexperto. Anya había comenzado una relación amorosa con Damian recientemente. Y Becky, por su parte, sólo seguía fijándose en profesores o muchachos de más de 25 años.

«¡No lo hago queriendo, mira con los estúpidos con los que tenemos que estudiar!», dijo una vez en la casa de los Forger, provocando las quejas de Damian y sus amigos, que estaban a un lado.

—¡Ed… edpera…!

Anya paró al escuchar una vocecita a sus espaldas y paró de caminar. Una minúscula figura regordeta de andares torpes traía en alto una caracola. Anya sonrió y se acuclilló delante de su hermano.

—¿Qué traes ahí…?

Yor acabó tomándolo por sorpresa, al colocar las manos en los fornidos hombros de su marido. Le desvió la atención de aquella escena. Éste la miró devolviéndole de inmediato una sonrisa. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sin que alguien se le pudiera acercar por detrás sin sospechar que su vida corría peligro.

Su último mayor miedo, echando la vista atrás, fue cuando Yor tuvo su parto prácticamente sola, sin él ni Anya cerca. Loid había encontrado un buen trabajo en la fábrica de los Blackwell y era un buen asesor de armamento de bajo calibre. Había decidido no involucrarse en ninguna licencia que fuera para matar, sino en las pistolas destinadas a las competiciones deportivas de tiro. Yor sólo cambió de ayuntamiento, esta vez como secretaria de verdad… y habían hallado una buena estabilidad, especialmente gracias a los honorarios de Twilight en el pasado como espía. Y habían decidido por su seguridad no tener ningún hijo biológico. Cansados del gasto en preservativos y anticonceptivas, al cumplir los siete años de matrimonio, Loid decidió hacerse la vasectomía. Yor le apoyó, pero en plena recuperación postoperatoria se dieron cuenta de que la mujer ya esperaba a su primer hijo. El embarazo había sido tranquilo y sano, sin embargo, empezó con las contracciones cuando él se fue de viaje de trabajo. Yor no quiso molestarlo por teléfono con sus dolores hasta que se dio cuenta de que había roto aguas y que el bebé estaba en camino.

Para cuando Loid estaba de regreso urgente en el primer vuelo que halló, la mujer tuvo que ser asistida por los paramédicos en el interior de la ambulancia. No pudo hacer tiempo hasta llegar al hospital. Él se culpabilizó todo el año por aquello, pero… cuando atravesó la puerta de su habitación hospitalaria y la encontró con su bebé en brazos, se sintió pletórico.

«Una mujer muy fuerte», comentaba uno de los médicos de urgencia que la había atendido. «No se ve todos los días un parto donde la mujer apenas grite. Su varón está sano y fuerte como un roble.»

Y ahí estaba, dos años y pocos meses más tarde. Correteando tras Anya. Tenía un casco de cabello tan negro como el de Yor y los ojos azules. Anya había comentado que el niño sólo sabía pensar en las tetas de su madre y en lo llamativas que eran las niñas con las que se cruzaba a su corta edad, por lo que ya lo había apodado en petite comité como el depravado, a pesar de los regaños de Loid.

Era feliz.

—¿Estás bien? Pareces pensativo —susurró ella, acariciándole el pecho desde arriba—, ¿te traigo algo de comer?

—No te preocupes. Sólo pensaba en la tranquilidad de no hacer nada.

—Yo te daré algo que hacer, Loid. Acompáñame. Esto es importante.

—¿Hm?

Ella tiró de su mano para levantarle y fue andando hasta la orilla, acortando distancias con Anya y el pequeño. Tomo a su hijo de las axilas. Pero no se lo acercó al pecho. Así, con los brazos estirados, se volteó hacia Loid y se lo puso por delante. El rubio sintió un enorme hedor de repente. Frunció el ceño al ver la cara de picardía que le ponía su esposa.

—Te toca.

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