CAPÍTULO 2. El abrazo del hermano mayor
Las horas en el jet privado junto a Balalaika se le hicieron largas. Se le entregó un pequeño archivador con documentos que marcaban un itinerario, así como una breve presentación de los personajes que conocería en Japón. Como era de esperar, era un barrio en la otra punta del país, por lo que la mafia había preferido ahorrar tiempo en avión. Rock se dio cuenta en seguida de que el barrio al que se dirigían, en términos de ilegalidad, no era muy diferente a Roanapur.
Cuando por fin el viaje terminó ya había leído todo lo que tendría que hacer. Nada más poner un pie allí, un coche negro blindado y de cristales polarizados les recogió y marcharon en absoluto silencio a las entrañas del barrio. Se comenzó a sentir azorado, sobre todo en los momentos donde las calles se estrechaban tantísimo que parecía que el todoterreno no pasaría. Pero el conductor ni se inmutaba. Parecía conocerlas a la perfección. Lo peor era que a más adentrados estaban, más horrible era el aspecto de las callejuelas y de sus gentes. El estado de la calzada era deplorable para cualquier vehículo. Finalmente aparcaron en una esquina aprovechando la cubierta que ofrecían unas sábanas tendidas justo en los laterales, y bajaron primero los hombres de Balalaika. Rock y ella fueron los últimos en salir al exterior, una vez el hombre de confianza de la rubia les dio pase.
Cantina de Pruskal
El barrio, Pruskal, no tenía nada que envidiar a Roanapur a salvedad, por lo que Rock podía entrever, del control de la propia Balalaika. Se metieron en una cantina que parecía abandonada, pero que pronto se dio cuenta de que no lo estaba. Había clientes consumiendo, hechos igual de mierda que el local. La barra y los vasos que ofrecían para beber estaban sucios, el olor indicaba que había habido sexo recientemente en las mismísimas sillas. Rock se sintió tentado de vomitar porque se detectaba la falta de higiene. Cuando ya todos tomaron asiento en una habitación contigua, al japonés le sorprendió escuchar a la jefa hablando en ruso con uno de sus subordinados, en un tono muy bajo. Después de su orden (o lo que parecía una orden), el hombre se encaminó hasta una de las salidas. Entonces oyó un grito.
Rock no olvidaría fácil lo que estaba por presenciar.
Tres chicas japonesas entraron con la cara molida a palos y algo ensangrentadas por ciertas partes del cuerpo, atadas y llorosas ante Balalaika, sus hombres, y el propio Rock. Tras ellas, un pequeño grupo de hombres malhumorados empezaron a vocear. Balalaika miro rápidamente a Rock, que empezó a traducir.
—Es un acento bastante cerrado… básicamente te… te insultan…
Balalaika no cambió ni un milímero la expresión de su cara y volvió la mirada a ellos. El único que fue sentado en una silla fue uno de los hombres, que no paraba de cruzar mirada con una de las chicas afectadas. Volvió a gritarle a Balalaika.
—Dice que qué quieres a cambio de sus hijas.
Balalaika entonces asintió, con un deje de satisfacción que heló la sangre a Rock. ¿De dónde salían esas chicas? Al menos dos de ellas eran menores de edad, estaba convencido. La rubia se tomó un insoportable tiempo libre para encenderse un puro y le dio una larga calada.
—Pregúntale que si ha aprendido la lección —murmuró, sin apartar la vista del hombre desconocido. Rock tradujo, y el señor contestó azoradamente y con expresión de miedo, haciéndole fruncir el ceño. Bajó la mirada.
—Dice que sí.
—Qué más ha dicho.
Rock la miró, apretando los labios. El hombre desconocido siguió hablando, dijo dos frases más. No quería traducir porque se acababa de dar cuenta de que él mismo, Rokuro, formaba parte del bando de los malos. Sentía asco.
—Dice… dice que si habéis acabado con la virginidad de su hija o de alguna de sus sobrinas. Porque entonces lo pagarás muy caro.
Balalaika movió una sola ceja, posando sus ojos azules en uno de sus subordinados. Aquel gesto se quedó grabado en la cabeza del intérprete, porque entonces, aquel hombre armado levantó su pistola y apretó el gatillo, reventándole la sien a una de las muchachas. Las otras dos que quedaban vivas dieron un salto y se abrazaron, llorando sin parar. El hombre empezó entonces a gritar muy atropelladamente, siendo agarrado por los hombres rusos.
—… —Rock negaba con la cabeza, sentía que el corazón le iba a explotar.
—Qué dice —dijo secamente, llevándose de nuevo el puro a la boca. Esperaba la respuesta de Rock. Éste tragó saliva para aguantar un puchero, y pudo hacerlo.
—Dice que ha aprendido la lección… que no le hagas daño a ninguna de las otras dos.
—Cinco millones por la sobrina. Diez por la hija. Y diez mil dólares si quiere el cuerpo de su otra sobrina, sino, mis hombres la descuartizarán y el resto de su familia seguirá pensando que él la tiene retenida.
—¿¡Qué demonios estamos haciendo aquí, Balalaika!? ¡¡Jamás me dijiste que…!! ¡Argh! —no llegó a acabar su frase cuando notó el cañón caliente de la misma pistola en su propia yugular, lo que hizo que el moreno se pusiera recto como una tabla. Balalaika rio con suavidad, e hizo un gesto con la mano para que le soltaran. El subordinado ruso obedeció, pero no apartaba su mirada fría de Rock. Y éste, apunto de mearse en los pantalones, concentró sus esfuerzos en continuar con el papel que le correspondía en aquella locura. Le tradujo palabra por palabra al hombre desconocido, quien cerró los ojos. El sudor se le había concentrado tanto en la frente, que dos gotas discurrieron por una de sus sienes. Rock no pudo evitar bajar la mirada al cadáver de la muchacha muerta, que no tendría más de 15 años. Acababa de perder la vida de la manera más loca, un simple gesto, una mala contestación mal dada… ¿podría haberlo evitado de haber escogido otras palabras para no haber desencadenado…? En fin. Empezó a martirizarse en seguida, los sudores fríos de repente volvieron a invadir su cuerpo.
—Ha dicho que acepta el trato, incluyendo también el cadáver de la niña. Que tú ganas.
—Dile que firmará un contrato donde su empresa es mía. Y que correrá con los gastos de todas las transacciones empresariales que deriven del cambio de propietario. Lo único suyo que podrá seguir manteniendo será su casa, pero si intenta jugármela una sola vez más, lo pagará con la vida. Hemos terminado.
Ni siquiera esperó a que Rock tradujera todo. Al concluir su frase, la mujer se levantó y escupió lo que quedaba del puro en el suelo de la cantina. Rock se quedó hasta que su traducción terminó, pero nada más acabó, los rusos tampoco le permitieron más cruce de palabras con aquel sujeto.
Rock no pudo quitarse de la cabeza la imagen de la chica muerta empapada en sangre, ni tampoco de la culpa que le carcomía. Fue martirizado hasta el hotel. No llevaba ni tres horas allí y ya habían quitado una vida y… ganado más de quince millones de dólares. ¿Así era la vida de un gángster? No pudo evitar mirar a Balalaika durante el trayecto de vuelta. ¿Cómo podía dormir esa mujer por las noches con lo que hacía? Claramente no estaba en sus cabales. Por muy inteligente que fuera, tenía que tener algún clavo suelto.
Habitación del hotel – 5:00 de la madrugada
Balalaika dormía en el ático de un hotel de cinco estrellas y para sus trabajadores tampoco había optado por menos. La habitación de Rokuro era una suite, y a pesar de que traía consigo todos los servicios especiales que quisiera, él no quiso ni siquiera cenar tras lo ocurrido. No pudo pegar ojo. A las 5 de la mañana dos golpes secos en su puerta le hicieron brincar. Boris, mano derecha de la rusa, le instó a seguirle ya que la mujer deseaba hablar con él.
—Perdona que haya perturbado tu sueño, Rock. No lo habría hecho si no fuera un asunto importante.
—Descuida. No he podido dormir.
Balalaika tenía un cigarrillo entre los labios y se dio cuenta de que en lo que llevaban sin verse, se había cambiado la manicura, sus uñas larguísimas eran ahora de un color rosa claro, perfectamente hechas. Parecía que los motivos de su vigilia no tenía mucho que ver con los de él. Cuando se acercó al escritorio, la rubia le deslizó con un par de dedos una fotografía para que la viera. Ella estaba con la vista centrada en otros documentos.
—¿Cómo de bien la conoces?
Rock suspiró y miró bien la foto. No le hizo falta mirarla más de dos segundos para reconocer a Eda, la monja de la iglesia de Roanapur donde se traficaba con armas.
—Bueno, es amiga de la banda y a veces hemos compartido intereses laborales. Se lleva bien con Revy.
—¿Se lleva bien contigo?
—¿Conmigo?
Balalaika no le respondió, puesto que ni siquiera parecía esperar la posibilidad de que alguien le respondiera con otra pregunta. Simplemente siguió enfrascada en su lectura en otros documentos. Rock cabeceó rápido y volvió a hablar.
—Am… sí, diría que sí. Diría que nos caemos bien mutuamente.
—¿Cómo de bien la conoces?
Retornaron a la pregunta inicial. Rock se pensó la respuesta varios segundos.
—No mucho. Sólo sé que es monja y que tienen algunos tratos extraños por ahí con otros grupos organizados. Tienen armas en la iglesia.
—Se dedican al tráfico. Pero es parte de su tapadera. Eso lo sabías, ¿verdad?
Rock lo imaginaba, pero igual se sorprendía. Abrió los ojos en una expresión de total estupidez, quedándose callado con la foto en la mano. Cuando dirigió la mirada a otro de los documentos que Balalaika le entregaba, tuvo que parpadear varias veces.
—N-no… no es posible… ¿esta es…?
«Edith Blackwater. 29 años. Policía encubierta de la CIA desde hace siete meses.» Rock abría más y más los ojos según devoraba esas líneas. ¿Quién coño era Edith Blackwater? Balalaika tenía en esos documentos cosas muy específicas escritas. Cosas como el grupo sanguíneo, ex parejas, vínculos y tratos con el crimen organizado.
—Hemos permitido que un agente doble esté en Roanapur porque sus tratos y los nuestros con algunas mafias eran comunes, especialmente con el tráfico de armas y de droga. Ella no movía un dedo si no pasaba por mí antes, y yo no interfería en sus investigaciones. Pero es posible que la hayamos subestimado.
—¿P… por-por…? ¿Por qué…?
—Porque la investigación por la que dijo que estaba aquí concluyó hace dos semanas, sin embargo, sigue en Roanapur. Yolanda nos hace los envíos de información cada vez más dosificados con respecto a sus averiguaciones. Y tienen prohibido acabar con el cártel colombiano de Abrego si yo no lo apruebo, porque puede hacerme perder dinero ahora mismo.
Rock intentaba que no se le notara demasiado la cara de estúpido, pero no lo conseguía.
—Siento no ser de utilidad. Si esperabas que yo te contara algo… bueno. Por lo visto tú vas mucho más adelantada. No… no tenía ni idea de que esta chica fuera… en fin.
Balalaika dio por fin la primera muestra de ser humano desde que embarcaron: se echó hacia el respaldo y se tapó los ojos con las manos, suspirando largamente. Estaba agotada, también tenía sueño.
—Esa chica ha estado merodeando la cantina y la acaban de ver en las inmediaciones del barrio otra vez, mis hombres han visto a alguien con sus características. Y yo confío en el ojo avizor de mis hombres para este tipo de misiones. Ahora sólo quiero saber por qué estuvo aquí y qué pretende.
Rock asintió. El asunto parecía serio. Balalaika continuaba frotándose los párpados según hablaba. Uno de sus hombres tocó la puerta de la habitación.
—Ve a descansar, Boris.
—¿Está segura, Balalaika?
—Sí. Todos iremos a descansar. Es una orden.
Rock contempló cómo los dos hombres que custodiaban el ático hacían el saludo militar y se marchaban después de teclear lo que parecía un código de seguridad en la pared. Rock suspiró hondo y se apartó un poco de la mesa, aunque se quedó varios segundos de más pasmado con la imagen fotocopiada de la cara de «Edith Blackwater, alias Eda» que aparecía en el archivador de Balalaika.
La chica rebelde, dejada, violenta, sarcástica y mascachicles con gafas de sol picudas que había visto en la iglesia no tenía nada que ver con la foto extraída del fichero policial que tenía por delante en ese momento. Una mujer refinada, con una mirada elegante, pulcra, rezumaba inteligencia. Tenía los ojos de un celeste intenso y unas gafas que le daban un aspecto intelectual, además, era rubia natural. El rubio que llevaba con el hábito era un tinte para dar más credibilidad a su papel. Rock alucinaba por momentos con su propio alrededor. ¿Cuánto tiempo llevaban siendo engañados por Eda? Es más, la había notado cerca en más de una ocasión, muy cerca suya, interesada en él o en su información, interesada en pasar una noche intensa con él según sus propias palabras. Era una ligona, pero ahora se daba cuenta, con una divertida sensación de engaño interna, que lo hacía por motivos laborales. Y no cualquier tipo de motivo. Era una agente encubierta. De la puta CIA.
Todos aquellos pensamientos se difuminaron rápido de su cabeza cuando sintió una mano sobre su hombro. Miró a Balalaika y parpadeó asombrado al verla tan cerca, casi se le había olvidado dónde estaba parado.
—Mis hombres necesitan descansar, no han parado en todo el día. Pero sé que tú no dormirás hoy.
Rock frunció los labios y se abstuvo de responder, como dándole a entender su enfado aún por lo ocurrido en la cantina. Ni siquiera sabía qué decir. Balalaika palmeó sin fuerza su hombro y dirigió la mano hacia la tetera que había en la mesa central. Sirvió algo en dos tacitas pequeñas y convidó una a él, quien aceptó. Bebieron un sorbo. Sorbo en el que Balalaika le aguantó la mirada por encima del borde de la taza. Rock tragó y apartó la mirada hacia otro lado.
—Te acabas acostumbrando. Sé que lo parezco, pero no soy un monstruo. —Murmuró la mujer, ladeando un poco la cabeza. Sonrió. —Debes de opinar que soy un monstruo, ¿es así?
—Desde luego, no pareces sufrir por las cosas que haces.
—¿Sufrir? —preguntó, con un tono extrañado. Dio el siguiente sorbo y apoyó una mano en la pared, justo al lado de Rock. Éste tuvo la misma sensación que en su día con la reunión ante los Washimine: le estaba acorralando. Y lo sentía muy bien, porque Balalaika era más alta que él. Pero se mantuvo firme.
—Sí, Balalaika. Creo que no comprendes el alcance de tus actos. Y no me refiero a tus estratégicos movimientos para atropellar todo lo que tienes por delante. Me refiero a tu conciencia.
La rusa le dedicó una sonrisa, y bajó la mirada a su boca, luego a su cuerpo… para retornar de nuevo a sus ojos.
—En mi vida no hay espacio para el bien o para el mal. Sólo para la lucha. La paz es tan efímera, que apenas se puede disfrutar.
—¿Y entonces para qué luchas?
—Te equivocas de conceptos. Lucho porque es lo que hay que hacer. No por la paz, sino por el bien. Porque aunque te duela verlo, yo soy de los buenos.
Rock negó con la cabeza, se resistía a creer eso después de lo que había presenciado el día previo.
—Esa chica… sólo era una cría. Has mandado matarla como si nada…
—Porque él creía que podía anteponerse a mí. Si de verdad hubiese sido canalla, hubiera matado a su hija. Su única hija.
—Mira, Balalaika…
—Ah, qué mono eres —ladeó una sonrisa y se acabó lo que quedaba de té, dejando la pequeña taza sobre la mesa. Se volteó a él volviendo a poner la mano en la pared y acercándosele más todavía. —¿Quieres que nos pongamos a leer el historial delictivo de ese japonés? Todo centavo que le he cobrado, es dinero que él me robó. Más algunos intereses.
—No, no me interesa.
Ambos se quedaron en silencio, manteniéndose fijamente la mirada. Ambos tenían mucha fuerza en los iris. Rock se mantenía impasible. Y Balalaika seguía sonriendo. Pero por mucho que se creyese poder aguantarle esa guerra fría, demostró su debilidad en ese terreno en cuanto Balalaika bajó otra vez la mirada a su boca.
—Hay algo que siempre me llamó la atención de ti —susurró, pegándose más a su cuerpo. Se inclinó unos centímetros, poniendo su boca peligrosamente cerca de la de Rock. Él hubiera luchado por mantenerse firme, pero lo cierto es que al notar sus grandes senos apretándole los pectorales, se puso nervioso. —Tu espíritu. Hubieses sido un buen soldado. A mis órdenes, claro.
—Jamás hubiera matado a un inocente por ti.
—Yo no mato inocentes. Mato culpables. Puedo decirlo con orgullo. ¿Puedes decirlo tú?
No. Yukio…
¿Por qué vienen estos pensamientos a mí ahora, por qué…? Soy débil.
Bajó la mirada y Balalaika le tomó rápido de la barbilla, rescatando la atención de su mirada. Se sintió hipnotizado.
—Yo ya sé lo buena persona que eres —murmuró, acariciándole el labio inferior. Rock suspiró ante su susurro, se sentía excitado y avergonzado—. No hace falta que me lo demuestres con tanto arranque de valentía.
Las palabras de Dutch quisieron golpear su mente. Rock lo supo. Supo que todo lo que le dijo cobraba sentido ahí mismo, pero lo cierto es que ni una sola de sus frases se llegó a materializar convenientemente, porque estaba tan nervioso, que sólo podía pensar en lo que estaría pensando la rusa. Balalaika parpadeó en silencio sin dejar de acariciarle la boca, y al cabo de unos segundos Rock se movió para salir de su caricia. La mujer le chistó suavemente y hundió sus dedos en su cabello, atrayéndolo de la nuca para que volvieran a mirarse frente a frente. Subió la mirada a sus ojos de nuevo, se lo comía con la mirada. Rock sentía que iba a explotar de tanta sensación junta. Estaba rebasado. Tragó saliva y ya no tuvo que hacer nada más. Balalika se inclino más y junto sus labios con los suyos, rozándolos… él quiso quejarse. De verdad que quería. Pero se sentía hechizado. Le parecía injusto lo que hacía y con quién lo hacía. No sólo injusto con Revy, injusto ¡para él mismo!, manchando sus propios ideales. Balalaika cerró los ojos y le besó despacio, situando una mano en su espalda. Notó el suave aroma a tabaco, aunque ya no sabía diferenciar si era el de ella o el suyo propio, ya que varios de esos se había fumado desde lo que ocurrió esa tarde.Cerró los ojos y continuó el beso, sólo un par de segundos, pero en cuanto la rusa le abrió la chaqueta, se puso tenso como un palo y la tomó de las manos, apartando la boca. Balalaika abrió los ojos y puso una expresión de sorpresa que apenas duró un segundo, porque enseguida sonrió.
—Creía que ya iba a convencerte de que te quedaras un ratito más.
—No puedo continuar con esto.
—¿Estás seguro…? No estarás intentando convencerte de que te tienes que marchar, ¿verdad…?
—No —sonrió brevemente. Miró a otro lado de la habitación y se volvió a cerrar la chaqueta—. He estado a punto de hacer una estupidez, eso es todo.
Balalaika asomó una sonrisa más notoria y se separó de él. No parecía sentirse ofendida.
—Bien, Rock, pues te deseo buenas noches. Recuerda el despertador, hay muchas cosas que hacer para dentro de… oh. —Miró su reloj de pulsera—. Tres horas.
—¿Cómo haces en tu día a día para no desfallecer? ¿Eres consciente de lo que vives?
La rusa arqueó una ceja, miró a Rock y no pareció dispuesta a alargar la conversación, porque enseguida tomó su teléfono y la mirada se perdió en la pantalla por largos segundos. Rokuro recordó algo importante y se dio media vuelta, encaminándose a la puerta. Se despidieron y él regresó a su habitación.
Había estado cerca, realmente cerca de cagar su relación con Revy.
Ni siquiera sé si tenemos una relación, se contestó a sí mismo. Y después de reconocer esto para sus adentros, suspiró. Trató enseguida de pensar en otra cosa para que su ánimo no decayera.
Suite de Rokuro
Al poco de asearse y ponerse la ropa para dormir, descolgó el teléfono y marcó el número de la compañía Black Lagoon. Tras una larga serie de pitidos, por fin alguien con la voz cansada respondió.
—Compañía Black Lagoon.
—¡Revy! Qué alegría escuchar tu voz…
—¿Ehm? —Revy se puso tensa—. ¿Y a ti qué te pasa, por qué demonios estás llamando a estas horas de la madrugada?
—Siento las horas. Sólo quería…
—¿Ha pasado algo que debamos saber?
—N-no… no quería hablar de trabajo, sólo… saber cómo estabas tú.
Hubo un silencio corto. Luego se transformó en el basilisco.
—¿¡Para esa chorrada has llamado!? ¿Sabes acaso que me has despertado, imbécil?
—Vamos, deja de ser tan malhumorada…
—Cuando te vea te arrancaré los ojos. ¿¡Me estás oyendo!?
Rock empezó a reírse sin poder evitarlo. No escuchó risas de vuelta, sólo un par de improperios más en referencia a su nula inteligencia seguido del fin de la llamada.
Oficina de la compañía Black Lagoon
Dutch, pesadumbroso por el sueño acumulado, asomó la cabeza hacia el salón. Había oído el teléfono sonando por bastante rato, así que imaginó que alguno de sus compañeros que tenían su dormitorio más cerca habrían descolgado. Se encontró a Revy inclinada hacia la mesa, con los puños cerrados. Se aproximó bostezando y le puso la mano en la espalda.
—¿Algo important-…? Oh, vaya. ¿Por qué estás tan roja?
Revy tenía las mejillas encendidas. Al ver a Dutch tan cerca dio un respingo y se puso recta. El negro le sonrió y señaló el teléfono con un cabeceo.
—¿Ha llamado tu japonés? —insistió.
—Sí, quería saber que cómo estábamos. Son las… tantas de la madrugada.
—Ya, pero mira como te has levantado antes que yo. Sabías que era él, ¿eh, pillina? —trató de pellizcarle la mejilla para provocarla, pero Revy le esquivó y le dio un empujón malhumorada.
—Estáis compinchados para hacerme enfadar, pero no cederé tan fácilmente.
—¿Sabes, Revy? Eh. Revy. —Le chistó para que se detuviera, cosa que la chica hizo, aunque la seguía notando tensa al girarse de vuelta. Él se puso serio y la miró fijamente. —Nunca te he dicho esto porque quería ver qué tal iban los acontecimientos, pero… ¿sabes? Rock me parece un buen chico. De estos con los que alguien como tú podría replantearse cosas a futuro.
—¿Q… qué? Dutch, ¿cuánto has fumado hoy? —intentó sonar fiera, aunque la voz había bajado un poco de volumen. Se cruzó de brazos, apretándolos con su propio agarre nervioso.
—No estoy de broma, Revy. Es un buen chico. Y tiene buenas intenciones contigo. ¿No has pensado nunca en llevarlo a más con él?
—¡Jamás! —le gritó. Abrió la boca para continuar, pero se dio cuenta que su mente no atinaba a adornar más su frase. Inspiró hondo y bajó la mirada. —Además, es una persona con la que he tenido varios choques de opinión.
—Estamos en una vida enmarronada, Dos Manos. —Murmuró Dutch. Se encendió un cigarrillo y dio una profunda calada. —Y jamás seré quién para decidir en tu vida. Sólo quiero que sepas que te mereces algo bueno. Si el chaval vuelve aquí y no se ha ido de putas porque piensa sólo en llamarte y saber como estás, tiene un tanto, ¿no te parece?
—¿Y qué coño tengo que decir yo a eso? No me importa lo que él sienta. Sólo es un niño grande, y un llorón. Y… ni siquiera sabe realmente lo que le conviene. No tenía que haberse ido con la rusa.
—¿Qué es lo que realmente te molesta, eh? —la cuestionó.
Esto hizo que la expresión de la muchacha cambiara un poco. A sus 26 años, Rebecca había vivido de todo. Dutch era conocedor de algunas vejaciones que le habían hecho pasar, pero especialmente, del maltrato físico al que era sometida desde muy niña. La había conocido con cicatrices en la cara y los labios rotos. Esto había ido de la mano con una personalidad introvertida para los temas en los que no le interesaba profundizar, por el daño que aún le hacía aunque ella no quisiese reconocerlo. Venía de una familia tan desestructurada, que cuando se la encontró robando en la calle para comprarse comida, supo enseguida que era sólo un pedazo roto destinado a desencajar en los círculos sociales que conociera a futuro. Revy había sido prácticamente criada y educada después de los trece años por el propio Dutch, y ser una adolescente problemática jamás había hecho al negro amedrentarse.
—No me molesta nada, Dutch. Mira, sólo deseo volver a la cama. Espero que ese idiota no me haya cortado el sueño del todo, porque de lo contrario…
—Bien, bueno. Imagino que no te interesará la conversación que tuve con él antes de que se marchara. Hablamos de Balalaika y de lo que podía ocurrir en los viajes de negocios… cuando los negocios se ponen tensos de día, y reconfortantes de noche.
La mujer apretó los labios y frunció el ceño, como si un pequeño cortocircuito se hubiera dado en su cerebro.
—Voy a irme a dormir —se giró.
—Me gustaría que me lo contaras. —La interrumpió—. Quiero saber qué te gustaría hacer con tu vida a futuro, Revy, y también quiero saber tus intenciones con Rock.
Revy frunció el ceño de nuevo. Él la conocía demasiado. Y acababa de dar con una tecla importante. Para ella empezó a sentirse como una encerrona.
—¿Acaso eres mi padre?
—Sé que algo te preocupa con él más allá de la posible relación que ellos dos forjen. Y me importas, pequeña. No quiero verte sufrir.
La muchacha suspiró y miró a otro lado, ceñuda aún. Le tembló un poco la boca. Una parte de ella quería hablar del tema, pero por mucha confianza que tuviera con Dutch, era como si su orgullo y su miedo la detuvieran. Dutch sabía esto perfectamente, la conocía. La miraba y era como si pudiera oler lo que sentía.
—Bueno… él…
—¿Sí?
—Él es un buen tipo. Sé que lo de los malditos gemelos le hizo cambiar un poco. También lo de la muchacha china. No quiero que siga ocurriendo.
—Porque eso podría cambiarle, ¿verdad…?
La morena intercambió miradas con él, pero al cruzarse, la bajó rápido. Asintió comprimiendo los labios.
—Creo que esto que hacemos no es un trabajo adecuado para él. Nunca se siente a gusto, y las pocas veces que se ha visto hasta el cuello de la misma mierda que nosotros, se transforma en otra persona. Por querer… ya sabes… aguantarlo. Estar a la altura.
Dutch curvó una pequeña sonrisa y le puso la mano en el hombro. Revy siguió sin mirarle, sentía algo de vergüenza al abrirse sentimentalmente. Además, acababa de poner de manifiesto que efectivamente Rock le importaba.
—¿Puedo saber cuáles son tus intenciones con él? —preguntó acariciándole el hombro con ternura.
—Yo no tengo ninguna intención con él, Dutch. Me he dejado llevar una vez. Pero eso es todo.
—Y entonces… ¿cómo te gustaría que fuera tu relación con él?
El cambio en la pregunta ruborizó más a la chica, que emitió un pequeño sonido de disgusto con los labios y le devolvió una mirada un poco más chulesca.
—No tengo ninguna pretensión, ya te lo he dicho. ¿¡Esperabas que dijera que me muero por sus huesos!? ¡¡Por favor!! —soltó una carcajada, y Dutch se la quedó mirando con una sonrisa. Palmeó su hombro de nuevo y bajó la mano.
—Bueno, Revy. Quería decirte algo importante. Y es más importante de lo que crees. Aunque sé que te lo querrás tomar a broma.
Revy alzó una ceja. Ladeó un poco la cabeza y se dio cuenta, al verle bien, que estaba rebuscando algo en el bolsillo de su chaleco. Sacó un sobre de gran grosor y se lo tendió, pero Revy vaciló unos segundos.
—Vamos, cógelo.
—No te entiendo —musitó, con el rostro cambiado al darse cuenta de que por una de las solapas se entreveía un enorme fajo. Tragó saliva y cogió el sobre, mirando atónita a su jefe. —Pero Dutch…
—No duraremos mucho, tú y yo. No por el camino que vamos. Y no quiero eso para ti. —Su voz sonó mucho más seria ahora. Señaló con el dedo el sobre y la miró fijamente. —Cuando Rock regrese, le dirás que necesito las instalaciones de la Compañía Lagoon para mí y para Benny únicamente, órdenes de Balalaika. Pero lo que harás después será coger el dinero y largarte con Rock a empezar una vida en otra parte.
—Él no es mi novio, Dutch. No lo seremos jamás. ¿De verdad me estás despidiendo para que vaya a irme a comer helados con ese idiota? ¿Crees que es la vida que quiero?
—Por supuesto que sí.
La voz de Dutch era tan firme, que la chica sintió una punzada en su propio cuerpo. Era lo que ocurría las pocas veces que alguien se atrevía a hablarle con la sinceridad más desgarradora. «Por supuesto que sí», Dutch había sabido leer entre líneas todos aquellos años. Revy bajó un poco la mirada, con un nudo en la garganta, y apretó con fuerza el sobre lleno de billetes. Se relamió los labios con su usual cara rabiosa, pero al mirar ahora hacia un lado, Dutch apreció sus ojos acuosos. Sin pensárselo dos veces la envolvió con sus enormes brazos y la estrechó fuerte. Notó que Revy daba un suspiro débil y aunque se resistió un segundo, cedió rápido. Cerró los ojos y se apoyó en su pecho, respondiendo al abrazo con ahínco.
—Pero yo no quiero dejarte… —murmuró.
—Cuando te recogí de aquella calle no pensaba darte un arma. Tú misma la empuñabas de antes. Podrás llevarte tus armas, pero no te llevarás este trabajo a tu casa, Rebecca. Porque quiero que vivas. Tú y el japonés. Os tengo demasiado aprecio, sois jóvenes. —Le dio un beso en la cabeza y se separó un poco para mirarla de cerca. —Y tampoco deseo que Rock cambie su forma de ser para mantenernos satisfechos a nosotros.
—Aun así, estás perdiendo tu tiempo… Rock no tiene por qué hacerte caso.
—A mí puede que no. Pero a ti te lo hará, porque le tienes loco.
Revy negó con la cabeza pero Dutch asintió con mucha vehemencia, haciéndole burla. Todas aquellas bobadas conductuales que ambos tenían a veces con el otro no le parecían más que chiquilladas; claro que él lo veía desde un punto de vista amparado por la experiencia. Balalaika le había hecho vivir muchas cosas que no quería que Revy viviera con Rock, ni Rock con la propia Balalaika. Y resultaba tan fácil darles una buena vida, teniendo los recursos y la oportunidad… finalmente, y con mucho dolor, se había decidido a dar un paso. Dejar a Revy vivir su vida lejos de las reyertas. Le costaría al principio habituarse a una rutina fuera de Roanapur, pero lo conseguiría. Y nada le haría más feliz, ya que se sentía un hermano mayor.