CAPÍTULO 13. Entrada en la mafia rusa
Dutch supo relativamente pronto que Patrick Dossel estaba acabado… en los términos referidos a su culmen laboral. Balalaika se había encargado de destruir por completo su carrera, sus acciones, sus referencias -en su mayoría ya de por sí, falsas- y habló con la Corte Internacional de Justicia para dar créditos de todo lo que había estado haciendo aquel ser desde que tuvo un mínimo de libertad en sus puestos de trabajo. Sin embargo, incluso a la rusa le costó proteger algunas identidades. Todo el mundo nacía con una identidad real y propia, y en el caso de Eda era Edith Blackwater. Debido a los tratos continuados con bandas armadas, la Corte falló a favor de la muchacha y le permitió una segunda identidad, pero como era lógico, la Fiscalía dio las notificaciones pertinentes al resto de autoridades internacionales acerca de Edith, de su domicilio y de que seguía viva y coleando. Cosa que fastidiaba en cierto modo los planes de la propia Eda. Pero no podía pedir más: era una vida de subidas y bajadas. Se había librado de la muerte en múltiples ocasiones y esa última misión le había roto una costilla. El hecho de recuperar su identidad no la ayudaba en gran cosa, al contrario. Y además, estaba obligada por contrato a seguir trabajando para la rusa hasta su jubilación.
Después de cinco interminables días de incertidumbre, Balalaika le permitió ver la luz de la luna a Patrick Dossel, después de 48 horas de interrogatorio y otras 72 de torturas físicas para extraerle toda la información que pudo. Patrick fue pateado una noche hacia el exterior de una cantina, con seis dedos menos y los dos ojos morados. Le habían quemado y suturado las heridas, pero ahí estaba, medio cojo y con ganas de irse a su apartamento. Era consciente de que el dinero también se le acabaría pronto, pues las influencias de la rusa le habían cortado el grifo. Se había metido con la organización criminal equivocada. Y la suya había sido desmantelada, por lo que era probable que la CIA tomara cartas contra él cuando dieran con su paradero. Estaba bien jodido, lo mirara por donde lo mirara. Pero Patrick Dossel tenía un as bajo la manga que le había servido desde que era un crío: su narcisismo le había hecho llegar muy lejos, su astucia le había conducido a la gente correcta, y sus inclinaciones perversas le habían permitido tener vivencias con las que otros sólo podían fantasear.
Debía ir a un lugar.
Pero lo único que vio a su alrededor que no fuera la cantina donde acababan de darle la décima paliza, era una cafetería. Tenía una iluminación amarillenta, cálida. Se puso como pudo los guantes para ocultar sus amputaciones y se encaminó hacia allí.
Cafetería
—¿Te volvió a hablar la rusa, o se tomó por fin unas vacaciones?
—Esa mujer dudo que descanse —contestó Rock, dándole un buen mordisco a sus churros con chocolate. Le encantaban. Le trató de robar el que le quedaba aún a Revy en el plato, pero ésta le dio un manotazo con una sonrisa.
—Ni se te ocurra, japonés. Te corto las manos.
Ambos se miraron sonriendo y Rock siguió con lo que quedaba de su desayuno. Aunque estuvieran acostumbrados a madrugar, tras los últimos acontecimientos a ambos les había costado dormir. Rock tenía la impresión de haber tocado una especie de meta al atrapar a Patrick Dossel en su propio territorio, pero… realmente no había hecho nada. Como siempre, no era la mano ejecutora de ningún logro final, sólo un mero observador. Mientras masticaba el último trozo, se fijó en la expresión de Revy. Habían retomado poco a poco su amistad, pero nada era como antes. Él lo sabía. Así como sabía que no volvería a serlo tras lo que le había confesado. El hecho de trabajar juntos siempre les acabaría uniendo de nuevo, pero cuando trataba de tener un acercamiento un poco más íntimo, Rebecca huía. Ya no quería saber nada y se sentía apenado por ello.
Cuando se fijó ahora en ella, se dio cuenta de que algo no marchaba bien. Se había puesto seria de repente. Desvió la mirada hacia la ventana, donde ella miraba, y reconoció al desdichado de Dossel bajo una pequeña estación de buses que había frente a la cafetería. Le sorprendía verlo con vida.
—No entiendo por qué no ha matado a esa cucaracha —declaró el japonés, apretando después los labios al fijarse mejor en él. Parecía estar charlando con una muchacha que había también en la parada, en el otro extremo del vidrio. Revy no contestó, seguía muy atenta a los movimientos de Dossel. —En fin, imagino que tendrán sus cosas que charlar. Balalaika no dejaría a alguien como él con vida si no es por un motivo.
—No, no lo haría —dijo después de largo rato.
Rock endureció la mirada cuando ella volvió la vista a él. Sabía que estaba preocupada. Cuando la chica se movió un poco, los dos pudieron ver su rostro: era muy joven, y casi por descontado menor de edad. Revy miró hacia los lados, como fijándose en el resto de clientes que había en la cafetería. Después la vio palparse cerca de la axila, en el interior de la cazadora. Allí tenía sus armas.
—Qué haces… —susurró Rock. Llevó una mano a la de Revy, acariciándola. —Guarda un poco el temple, ya me encargaré de él. ¿Te crees que me he olvidado? Además, no creo que sea tan idiota de…
Cortó su frase al ver que rápidamente Revy saltaba como un muelle del asiento, librándose de su caricia y trotando hasta la puerta. Al volver la mirada y ponerse a tientas su abrigo, vio escandalizado que el muy cerdo estaba intentando besar a la cría, frente a una clara resistencia por la parte de la chica. Lanzó un improperio y corrió tras Revy.
Parada de buses
—¡¡Eh!! ¡Tú! —gritó Rock, angustiado y algo cansado del trote que se había pegado. Revy había dejado de correr y caminaba con decisión hacia ambos. Patrick sólo paró cuando los vio lo suficientemente cerca, no parecía ver bien con la cara tan hecha mierda y los párpados tan inflados. La chica le dio un empujón para quitarle de encima y salió corriendo en otra dirección. Revy se encendió un cigarro con la mirada fija en la acera y expulsó una buena cantidad de humo.
—Oh, vamos… ¿cuál es vuestro problema? Ya he hablado lo que tenía que hablar con Balalaika. Todos estamos en paz, ¿no?
Rock apretó los puños y su mirada le cambió por completo. Revy estaba en un costado, algo más retirada, pero no miraba a ninguno, sólo fumaba en silencio.
—Hablar no creo que hayas hablado mucho. Te han partido bien la boca.
Patrick tosió y se dio el lujo de sonreír, dejando de fijarse en Rock para observar cómo la criaja a la que había acobardado seguía corriendo, ya lo bastante lejos para que se obligara a evadir de su cabeza la posibilidad de atraparla. Suspiró con una expresión divertida en el rostro y reposó la espalda lentamente en la vitrina de la parada.
—Hoy por mí, mañana por ti. Todos pasamos por una paliza de estas alguna vez.
—Hay cosas peores —murmuró en voz baja la morena, haciendo que Rock tuviera un escalofrío. Volvió la vista hacia ella y el sólo hecho de imaginarse lo indecible le hizo apartarla. Sentía rabia… volvió despacio la cabeza hacia él.
—No quiero volver a verte por Roanapur —atinó a decir, mirándolo fijamente. Patrick se echó a reír.
—Tú no tienes ninguna potestad. La única que tiene la potestad de echarme me ha dejado salir de su mazmorra.
—No te equivoques —le frenó Revy, con el mismo tono calmado y el cigarrillo en una de sus comisuras. —Sigues respirando porque yo lo quiero. En el momento en que te vea de nuevo hacer algo que no me gusta, estás muerto.
—¿Tú y yo nos conocemos de algo, acaso? —la cuestionó el hombre, volteando medio rostro hacia ella.
—Estás cruzando el límite de mi paciencia. —Dijo Rock. Patrick le miró, pero volvió a centrarse en Rebecca. Puso una expresión con los ojos entrecerrados, como si hiciera un repaso mental de rostros que pudieran identificarse con la mujer que le devolvía la mirada.
—Lo siento mucho, pero no sé quién eres. —Se encogió de hombros y despegó la espalda de la vitrina. Revy ahora lo siguió con la mirada algunos segundos, una de sus manos tembló y tuvo el amago de desenfundar, pero no lo hizo. El hombre se contoneó un poco, despistando de ambos la atención. —Imagino que serás alguna alumna resentida que no pasó las pruebas físicas para la policía. Muchas se quedan a medias, hace falta mucho entrenamiento. Las calles no se limpian con gente inútil.
Las calles no se limpian con gente inútil…, esa frase la había escuchado Revy antes. En sus peores pesadillas, y en su más horrendo recuerdo.
—Sí. Me consta que odias ver las calles sucias. Con vándalos, con putas y con drogadictos.
—Así es. Por algo he llegado adonde estoy…
Rock le miró de arriba abajo cuando Dossel respondió aquello. ¿Se estaba viendo a un espejo, acaso, para saber lo ridículo que sonaba?
—Y si son adolescentes conflictivos, qué mejor que un correctivo.
Patrick Dossel cambió la expresión de su rostro de un segundo a otro al escuchar esa frase. Parpadeó un par de veces, sintiendo una sensación extraña. Parte de él acababa de desbloquear muchos recuerdos, pero esa frase era una especie de ritual. La decía siempre que había cazado a una jovencita pandillera o potencialmente peligrosa en las calles de Surwile, prácticamente en sus inicios. Abusaba de las chicas para enseñarlas a golpes, y generalmente, si había tenido un día poco provechoso, también solía violarlas. Había ocurrido con varias, una docena o más, al menos en Surwile. Pero también había inculcado esa frase en la plantilla de policías corruptos de esos barrios bajos, por lo que sus hombres también la repetían con frecuencia. El oírla ahora, de una voz femenina de Roanapur dadas las circunstancias, le hizo saber de inmediato qué era lo que había hecho. Pero tuvo que volver a concentrarse en el rostro de Revy. Surwile era una ciudad nocturna, carente de luces y con un sinfín de maleantes adolescentes. Las niñas eran una minoría, pero siempre las había… siempre las había. Se humedeció despacio los labios y se fijó en los ojos rasgados de Rebecca. Su color de piel canela, los ojos oscuros… no. Sólo importaba la mirada. La mirada le dijo de quién podría tratarse. Empezó a mover una de las manos enguantadas hacia ella, desde la distancia, señalándola.
—Es cierto que me conoces.
Revy le mantuvo la mirada sin decir nada más. El viento gélido se llevaba a un lado el humo del tabaco y agitaba la coleta de la chica. Pero su mirada ni parpadeaba, estaba impasible.
—¿Eso les decías a las niñas a las que abusabas? ¿Que era un correctivo? Valiente hijo de puta. —Rock volvió a apretar los puños y bajó la mirada, concentrándose en tomar aire despacio para no saltarle a la yugular. Revy sin embargo permaneció quieta, como si no le afectara en nada aquella conversación.
—Escucha —prosiguió Patrick, centrándose más en dirigirse a ella—, las cosas han cambiado mucho. Te aseguro que, lo que sea que te hiciera, no era la misma p…
—Acabo de ver cómo lo intentabas de nuevo —zanjó Revy y escupió el cigarrillo a un lado mientras desenfundaba el arma. Le encañonó rápidamente, haciendo que Patrick elevara las manos despacio. Pero era un cabrón, y estaba sonriendo.
—Tendrás que perdonarme, pero si acabaste tras las rejas era por ser una niña con problemas. Familia desestructurada, tal vez. Me la juego a que sí. ¿Padres negligentes? ¿Padre alcohólico? ¿Madre maltratada? ¿O simple abandono por ambas partes? Seguro que fuiste una niña no deseada con demasiado tiempo libre y muchas tiendas que robar. ¿Tendrías la amabilidad de decirme por qué te arresté?
Rock se acercó a Revy y le quitó el revólver de la mano, bajando primero despacio el cañón mientras miraba hacia los lados. Era tan de madrugada que por suerte nadie veía la situación. Le fue quitando poco a poco el arma y se la quedó él, pero no dejaba de mirar a su amiga, preguntándose qué pasaría por su cabeza. Acababa de notarle un temblor en la mano cuando le quitó el arma.
Si le tiembla el pulso… es que está generando miedo en ella. No puedo dejar que cargue con todo.
—Discutir con mi padre, eso fue lo que ocurrió. —Murmuró Revy, sonriendo con sorna. —Salí de casa con el labio roto porque me acababan de romper una botella de vino en la cara. Así fue como me encontraste.
Patrick asintió débilmente y puso una expresión como de querer recordar. Pero Rock no era tan estúpido: se estaba dando cuenta de que sólo quería fastidiarla. ¿Acaso se creía que tenía una especie de as en la manga porque Balalaika le había dejado con vida? ¿Acaso por eso Revy no había disparado? En cualquier caso, ahora era él quien tenía la sartén por el mango. Inspiró hondo y bajó el seguro, colocándose en la guardia que Edith le había enseñado. Le apuntó directamente a la cabeza. A esa distancia y recordando las directrices, no fallaría. Y si fallaba, seguramente Dios agradecería que ese malnacido tardara horas en morir por un tiro mal dado.
—En Roanapur no es fácil ser ayudado por la asistencia médica si no te llevas bien con la rusa. Todos están comprados. —Rock le miraba fijamente mientras hablaba. Revy no miró a su compañero, estaba aparentemente muy calmada. Pero ambos sabían la tensión que tenían. Patrick se giró hacia Rock lentamente.
—Cometerás un error si me matas ahora. Si he salido, es porque tengo un encargo.
Rock sintió que el arma le empezaba a pesar. No sabía cómo las mujeres locas de aquel negocio podían aguantar tanto rato con los brazos apuntando, pero él sentía que quería bajarlos. Su mente, sin embargo, se balanceaba por decidir algo.
—¿Sabes qué, Rock? Déjale. —Revy levantó por fin la cabeza. —Está ya muerto. No le quedan más de dos días.
—Eso, Rock —repitió Patrick con retintín, sin quitar esa asquerosa sonrisa de su rostro magullado. El japonés estaba tenso y tenía el ceño fruncido. Bajó poco a poco el arma, sin quitarle la mirada de encima.
—Vámonos. No le quedan más de dos telediarios —le repitió Revy al oído, y empezó a caminar en sentido opuesto, volviendo al coche en el que se habían desplazado hasta allí. Pero…
Un disparo sonó a sus espaldas y la hizo brincar del susto. Se giró velozmente y corrió hasta donde estaban los dos, mirando impactada lo que había ocurrido.
Patrick se desangraba. Rock había vuelto a apuntarle y esta vez disparó directo al abdomen. Le hubiese encantado dispararle en el corazón, pero su puntería había desmejorado, y a causa de ello, la muerte de Patrick fue extremadamente lenta. Los pocos transeúntes que paseaban por allí cuchicheaban entre ellos y cruzaban la acera cabizbajos, andando muy rápido y obviando el hecho que acababa de ocurrir prácticamente en sus narices. Patrick alzó la mano a un hombre que pasó no muy lejos de él, pero en cuanto trató de pedirle auxilio, de su boca emanó un buen borbotón de sangre. Daños internos, era de esperar que el tiro le hubiera destruido algún órgano. Se arrastró con los codos, bocabajo, pero no llegó a los cinco metros cuando un potente dolor, similar al de una puñalada, le atravesó el cuerpo, y entonces supo que iba a morir. Daba igual lo rápida que fuera la ayuda que le prestaran: no daba tiempo. Se giró gimoteando hasta quedar bocarriba y miró a Rock, boqueando torpemente el oxígeno.
—Er…eres… un c-co-completo idiota… —dijo, con los dientes bañados en sangre. Le miraba fijamente desde la acera. —La rusa se cabrear…
BANG.
Rock volvió a levantar el arma y disparó, y esta vez su disparo le rompió el cráneo de una. Revy abrió los ojos al presenciar ese último tiro. Se acercó a Rock y le retiró el arma, volviendo a enfundarla bajo la axila izquierda. Suspiró hondo y le puso la mano en el hombro.
—No le mires. Vámonos. Creo que la has cagado.
Rock no podía pensar con claridad, acababa de matar a sangre fría a otro ser humano. Ahora sabía lo que se sentía. Le costó creerse capaz de dar el primer tiro, pero nunca se imaginó que también le daría el segundo y en la cara. Sintió ganas de vomitar al ver el cuadro de sesos en el que se había transformado Patrick Dossel. Le empezaron a temblar las manos por el camino. A sentir que había hecho algo incorrecto.
Era un monstruo… —se repetía, mientras andaba torpemente hacia el vehículo de Revy— … era un monstruo, ¿por qué me siento de esta manera?
Cuando Revy se sentó en el asiento piloto y arrancó, Rock no pudo aguantar más y comenzó a vomitar a través de la ventanilla, sin parar. De repente le empezaron a embargar miedos secundarios. ¿Y si era cierto que Balalaika le había encargado algo? ¿y si la volvía a tomar con él, o desconfiaba de la banda de Dutch en consecuencia?
—¡Para de vomitar ya, joder! ¡Qué puto asco! Y me estás manchando la pintura.
Rock tuvo una última arcada y supo que hasta el último churro salió de su garganta. Tenía los lacrimales rojizos y húmedos. Escuchaba a Revy de fondo increpándole por los desperfectos que mañana tendría que «limpiar con la lengua», pero hacía caso omiso.
Al día siguiente
Patio trasero del Hotel Moscú
Después del incidente, Rock y Revy habían avisado a las autoridades de lo ocurrido, cuando ya hubo pasado un tiempo prudencial, y por supuesto, poniéndose en contacto primero con la rusa para ver cómo proceder. Balalaika tenía experiencia para manejar imprevistos de última hora, pero el problema en aquella situación no lo suponían las autoridades locales: antes de colgar, había informado de que necesitaría contrastar información de lo ocurrido con toda la banda. Rock no dijo nada más en la llamada y Revy tampoco. Informaron a su jefe antes de dar parte a la policía.
Como era de esperar, cuando los agentes llegaron allí y posteriormente fueron a la sede de Black Lagoon, no hicieron ninguna pregunta, sólo solicitaron la firma de Rokuro y Rebecca como testigos de lo ocurrido en la parada de bus. Balalaika había movido ficha antes incluso de que esos funcionarios se pusieran la chaqueta. El hecho de que ellos no le hicieran pregunta alguna, entrañaba que las preguntas las haría la rusa. Así que sólo podían callar y ser serviciales.
—Sé sincero, Rock. No ganarás mucho ocultándole nada —murmuró Dutch, apoyado en una de las columnas de piedra exteriores. Benny, Jane, Revy y Rock estaban algo nerviosos, a veces mirándose entre sí, a veces soltando algún comentario tonto para hacer tiempo. Rock elevó la mirada hacia él y asintió.
—No tengo necesidad alguna de mentir, pero eso no quita que me traiga problemas.
—Cierto. Muy cierto. —Declaró el otro, asintiendo mientras daba una corta calada. Una parte de Rock temía esa contundencia. Pero ya era un hombre adulto, no podía ni quería seguir buscando el amparo de nadie. De pronto, justo cuando iba a responderle, oyeron un ruido seco al otro lado de la puerta exterior. Los guardias no se movieron un ápice.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Jane.
—Una puerta de interrogatorio. Puedes estar segura —convino Revy, que también daba en ese momento una calada interminable. Soltó el humo en cuanto uno de los vigilantes abrió la puerta que daba al patio. Les repasó con la mirada y finalmente señaló a Rokuro.
—El intérprete —dijo, cambiando de dirección el dedo y señalando ahora el interior del edificio. —Adentro.
Rock dio una rápida calada a su colilla y la tiró en los adoquines. Entró sin vacilar y trató de mantenerse firme durante todos los pasos que daba. El vigilante le hizo parar para cachearle, y una vez comprobó que no llevaba nada, le hizo un gesto con la mano para que atravesara la puerta que daba a otro habitáculo que él desconocía, pero que como poco, no era la oficina habitual. Justo al lado de aquella puerta, había otra puerta aún más grande y robusta, que a juzgar por el marco metalizado que tenía, parecía una especie de cámara. Rock la ignoró y cerró la puerta tras de sí.
Estudio de Balalaika
Rokuro dio pasos más tímidos en cuanto vio que aún no había nadie sentado en la imperiosa silla tras el escritorio. Pero no estaba solo: unas sombras se proyectaban en una de las puertas laterales que tenía el estudio, una puerta abierta que dejaba ver a dos personas hablando en un tono bajo. Rock se acercó a una de las sillas de espera y cuando se sentaba, la voz de un muchacho lo agitó.
—Tú, japonés. No te sientes. Nadie te ha dicho que te sientes.
Rock se puso recto como un clavo y miró hacia la puerta. Reconoció al muchacho rubio inmediatamente, era el hijo de Balalaika. Vestía con una camiseta de malla negra, destinada claramente a entrenamientos de artes marciales mixtas, y unas mallas en las piernas de igual color, que en su conjunto le hacían parecer una especie de ladrón. El crío sudaba y tenía un pómulo mucho más hinchado que el otro.
—Ah… ¿me han traído al lugar equivocado? —fue lo único que se le ocurrió preguntar a Rock.
—No, ahora viene vuestra jefa. Quiere hablar contigo. Chico, menudas cagadas te mandas. ¿Eres el inútil de tu grupo?
Su acento era inconfundiblemente ruso, se le notaba cinco veces más que a Balalaika, pero a pesar de ello, parecía dominar el idioma. Fuera como fuera, a Rock aquello le sentó de culo.
—¿Perdona…? ¿De qué vas, eh?
El chico se encogió de hombros y se secó el sudor de su cuello con una toalla.
—¿Quién te mandaba matar a nadie?
—¿Quién eres tú para cuestionarme?
El rubio ladeó ligeramente la cara, mirándole con una curiosidad mayor, pero su sonrisa vacilona desapareció. Se encaminó con los pies descalzos hacia el escritorio, y cuando quedaron sólo separados por la mesa, Rock volvió a recordar por qué aquel insolente era hijo de Balalaika; se notaba que era un adolescente, pero medía igual que su madre, algo insólito para un maldito adolescente. El chico movió algunos papeles con los dedos, los fue deslizando hasta dar con el que le interesaba y lo tomó por un extremo.
—Éste. ¿Lo ves? —señaló una fotocopia del documento de identidad de Patrick Dossel. El ruso se volvió a pasar la toalla por el puente de la nariz, su cansancio se disipaba. —No teníamos prevista su muerte hasta dentro de tres días, un accidente de avión comercial.
Rock frunció el ceño y se limitó a no responder. Si podía evitar opinar, mejor.
—Sal de ahí —sonó de repente, con autoridad. El muchacho sonrió a Rock de medio lado y dejó el papel en su lugar. Cuando pasó por el lado de Balalaika, evitó mirarla a los ojos.
Rock se volvió a poner algo tenso, pero esta vez luchó porque no se le notara. Se sorprendió de ver a la rusa en mallas, exactamente igual que su hijo, pero con una camiseta roja. Ahora podía ver claramente lo que escondían las mangas de la gabardina militar: unos buenos bíceps y antebrazos. Balalaika tenía su larga cabellera rubia recogida en una trenza deshecha, con el flequillo algo sudado pegado a su frente.
—Bien, Rock. Tenemos un problema. —Murmuró al llegar al escritorio. Le hizo un gesto para que se sentara, pero al rehusar, ella se encogió de hombros y se dejó caer en la silla. —Tú y tu amiguita habéis hecho que interrumpa mi sesión de grappling.
—¿Te refieres a Revy…?
Balalaika no dijo ni sí ni no, sus ojos leían las líneas de un papel que tenía en la mano. Lo giró y le señaló un párrafo.
—Esto me llegó hace unas diez horas, y con el suficiente retraso para disparar las alarmas de una ciudad entera. ¿Has visto las noticias últimamente?
Rock no entendió nada. Al final tomó asiento despacio y se acercó a leer el papel.
«Trata de blancas, violaciones y vejaciones grabadas y almacenadas en una carpeta informática en un ciber-local de Surwile, Virginia. El asunto ha traspasado toda su frontera y se convierte en una diligencia prioritaria de la Corte Internacional de Justicia.»
Rock frunció las cejas y lo leyó varias veces. Después dejó la hoja y observó a Balalaika.
—¿Qué es esto?
Balalaika le devolvió la misma mirada fija, pero más analítica. Era imposible no sentirse intimidado. Pero Rock no tenía ni idea de lo que ocurría, así que tras unos incómodos segundos, volvió a interactuar.
—Oye… ¿por qué nos has citado a todos aquí?
Balalaika suspiró y dejó caer despacio la espalda en la silla.
—Si de verdad tengo que explicarte qué ha ocurrido, es que eres muy descuidado. ¿Recuerdas que te pregunté si Eda y tú habíais hecho un trabajo en equipo u os habíais perdido en algún momento la pista?
—Algo así, sí…
—Lo pregunté porque no me fiaba del todo de ella. —Alargó de nuevo el brazo hasta el papel y clavó el índice en el mismo párrafo sin dejar de mirarle. —Esto que ves aquí, es un seguro de vida. Imagino que el de la encubierta.
—Lo siento, Balalaika, pero no estoy entend-…
—Cierra la boca y escúchame. Y no vuelvas a interrumpirme, porque te lo haré pagar.
Rock tragó saliva y sintió un escalofrío. Cerró los labios, mirándola. Ella asintió.
—Era importante que fueras con ella porque yo confiaba en tu palabra. Te volveré a hacer ahora mismo unas preguntas, y por lo que más quieras, me responderás con la verdad. Porque sino morirá todo aquello que amas. Cree bien lo que te estoy diciendo. Saldrás afuera, y no habrá nadie esperándote. ¿Me he explicado con claridad?
Rock sintió que se le caía el alma a los pies. No podía pensar con claridad, no del todo tras semejante amenaza. La boca le pedía agua.
—¿Me he explicado con PUTA CLARIDAD? —repitió.
—Sí.
Balalaika asintió y se acercó un walkie a los labios. Dejó presionado un botón mientras hablaban.
—Durante el tiempo que os fuisteis de viaje a Virginia, ¿os perdisteis de vista en alguna ocasión?
—Sí.
—Cuántas.
—Tres o cuatro… no las conté. Diría que tres.
—¿Más de una hora?
Rock vaciló.
—Una de ellas… una de ellas diría que más, porque yo estaba dormido y cuando desperté ya no estaba.
Vio cómo las pupilas de Balalaika empequeñecían, en sus iris azules.
—Durante la ejecución de la misión. ¿La perdiste de vista?
—No.
—Así que doy por sentado que ocurrió tal y como ambos me comentasteis. Ella le extorsionó, le dejó en el baño y os marchásteis.
Rock titubeó.
—E… eso… —dejó de mirarla.
—Ella le pegó un tiro, ¿verdad?
Rock empezó a sudar frío. Todo el sudor que lentamente se había secado en la nívea piel de la rusa, empezaba a decorar su propio cogote por los nervios.
—Ella… ella…
—Y le robó su identificación policial.
—N-no presté atención a eso…
—Dime lo que viste. Con lujo de detalles.
Sesos reventados hasta en el mismo techo, debido a la potencia del calibre. Aquel horrible recuerdo volvió a su mente.
—Eda le disparó desde el cuello… y le voló la cabeza. Eso fue lo que vi. Pero, por favor, lo que ocurr-…
—Ahórrate tus paternalismos. Sólo un pobre ingenuo trataría de defender la posición de la asesina y la traidora. No quiero tu opinión, limítate a lo que te estoy preguntando y no te vayas por las ramas.
—B-bien…
Balalaika se frotó media cara con la mano, parecía agotada, pero incluso así, acabó asomando una sonrisa perversa en sus labios.
—Es lista… lo es. Lo ha hecho bien. —Murmuró, más hablando consigo misma que con él. Abrió los ojos y volvió a dirigirse a Rokuro. —¿Por qué lo hizo?
—Me explicó de vuelta en el hotel que lo hizo porque pensó que, al haberle sacado el nombre de Patrick, el tal Zack se lo contaría y Patrick nos asesinaría. Lo hizo porque creyó que corríamos peligro.
—No lo hizo por eso.
Lo sospechaba. No sabía los motivos con claridad, pero incluso entonces, sospechó de las intenciones de Eda.
—Yo la cuestioné también… le dije que era innecesario mentirte, créeme, traté de hacerla entrar en razón antes de tener la videollamada contigo. Pero de repente empezó a decir que era cierto, que se precipitó, que ahora había cagado la misión y que no la delatara… que lo hizo porque pensó en nuestras vidas.—Balalaika se le quedó mirando, a la espera de que continuara. Rock se ponía más nervioso por momentos. Se humedeció los labios. —Pero… ¿acaso no era cierto? ¿Podrías decirme por qué?
—Después de haberme mentido, no debería. —Le dijo secamente. Rock bajó la mirada. —Ella asesinó a Zack porque se dio cuenta en ese momento de algo. Dices que le mató al poco de saber el nombre de Patrick, ¿verdad?
Rock asintió.
—Sí. Nos dijo el nombre de Patrick Dossel, y la misión ya con eso estaba hecha. Pero de repente, Eda le apuntó y disparó.
—Ella no se esperaba que el nombre que fuera a recibir fuera el de su jefe. El mismo jefe que la mandó a Roanapur.
—¿Y qué si lo era? Se lo dije a Eda y te lo digo a ti ahora, ¡no te hubiera importado que fuese Patrick!
—Eda ya me había hablado de Patrick durante un interrogatorio. Sabía que yo conocía su origen como policía encubierta. ¿Lo que te estoy diciendo tiene algún valor para ti ahora mismo, Rock? ¿O sigues sin sumar uno más uno?
No, y me va a explotar la cabeza…
—Lo siento, pero…
—Eda me dijo, mediante el uso de la intimidación y la amenaza, quién la mandó a Roanapur hace ya unos años. Patrick Dossel. El mismo hombre que a espaldas de todos lideraba una organización criminal, al mismo tiempo que comandaba los movimientos del Centro de Inteligencia y balanceaba ambas informaciones a su conveniencia para seguir duplicando su patrimonio. Cuando Zack le dijo a Eda que el jefe de dicha organización tan buscada era Patrick, se dio cuenta de que la sapa a la que yo estaba buscando era… ella misma.
Rock parpadeó, asimilando la información.
Le costó.
Le costó bastante, especialmente debido a su inexperiencia. Pero cuando empezó a conectar lentamente los hechos, a colocar las piezas de puzzle, abrió despacio los ojos.
Eda fue enviada aquí en calidad de agente encubierta. Con el tiempo, lo supo todo. Absolutamente todo de todos. Los negocios lícitos y los ilícitos, quiénes los llevaban, cuántos cazarrecompensas existían, cuántas bandas criminales habían y con qué sustancias traficaban… lo sabía todo… le habría costado años de aprendizaje y de investigación para clasificar y estudiar a todos los residentes maliciosos de Roanapur, lo que incluía por supuesto, la compañía de Black Lagoon, que funcionaba y funciona al mejor postor. Pero lo que ella desconocía era que la mayoría de la información no iba destinada al desmantelamiento de los grupos criminales, sino al crecimiento de la propia mafia de Patrick, y debido a la ayuda de la propia policía, saber cómo camuflarse bien entre el resto de bandas de Roanapur. Eda había ayudado sin saberlo al lado criminal que dirigía un líder del propio Centro de Inteligencia, y cuando Zack le nombró, supo que estaba jodida. Mató a Zack para evitar que le interrogara nadie. Pero me falta algo. Hay algo que desconozco en todo esto.
Rock miró el párrafo del papel y luego a la rusa.
—¿Qué significa esto de aquí?
—Posiblemente el fin de muchas cosas. Parece que nuestra exagente americana quería demostrar que estaba de parte de los buenos y echarle toda la culpa a un muerto. Dejó la identificación de Zack Ford en el locutorio, sin embargo, en la carpeta encriptada del ordenador sólo hay información con la que mi organización sale perjudicada a todos los niveles. Si ahora la llamo y le pregunto, dirá que lo hizo Zack.
Rock apretó los labios.
—Ya no puede decirlo.
—Exacto. —Miró fijamente a Rock. —Ya no puede porque sé que para entonces, ya estaba muerto. Hubiese sospechado de todos modos, ¿sabes?
Rock sintió algo agridulce al tragar saliva. Suspiró y dejó la mirada perdida.
—Pero Eda intentaba con ese movimiento erradicarte a ti y a todos los que te siguen. Erradicar la ilegalidad en Roanapur, o al menos suavizar los niveles de lo que ocurre. No he visto esas cintas de la carpeta, pero puedo llegar a imaginarme qué clase de… monstruosidades habrá en ella.
Balalaika se acercó el walkie a la boca y dio un mensaje a alguien.
—Mátala y deja una copia USB de la carpeta que ella dejó en el locutorio. Estoy cansada.
Rock fue testigo de algo, y hasta él pudo imaginárselo. Balalaika dejó de apretar el botón y a través del walkie sólo se oyó un disparo, y luego un «Hecho» seco y masculino provenir desde la otra línea. Lejos de disfrutar, el semblante de Balalaika era idéntico al de alguien que acababa de venir de pasear del campo. ¿Cómo de insensibilizada podría estar? Él lo supo. Lo supo de inmediato, y con horror, lo musitó.
—Has… matado a su sobrina, ¿no?
—Sólo perdono de matar una vez. Le perdoné la vida a la niña una vez. Ella ha jugado arriesgado, y ha perdido. Su sobrina era el precio de su propia apuesta.
Rock sintió ganas de llorar, pero de nada servía seguir proyectando debilidad hacia gente como Balalaika. Quería marcharse de allí.
—Quiero… quiero irme, Balalaika. Pero… antes…
—Qué.
Él la miró, fijamente.
—¿Por qué le ha salido mal? ¿Qué es lo que ha cambiado de repente para que tú te enteraras de todo?
—Llevo desconfiando de Eda desde que volvió de Virginia. Así que en lugar de acabar del todo con Patrick Dossel, le mandé un audio nada más salir de su última paliza, diciéndole que tenía horas para huir si pretendía seguir con vida, y que lo hiciera hacia Surwile, de donde nunca debió salir. Si no tenía noticia alguna de que había cogido un transporte, mandaría a alguien a matarle y su subordinada y todos los que quedan vivos de su organización caerían como moscas. Edith no es tonta. Debió de haberle estado espiando en todo momento, al fin y al cabo es su especialidad. Y escuchó esto que te digo, así que… bueno. En cuanto vio que le mataste, un mensaje de advertencia llegó al dueño del locutorio diciendo que revisara una carpeta de uno de sus ordenadores, con todos los pasos para hacerlo. ¿Entiendes lo que ha ocurrido, Rock?
Rock tragó saliva y comprendió que la vida de Eda tal y como la conocía podía estar ya acabada. También desconocía los límites de la paciencia humana… al menos en términos tan macabros. Desconocía qué reacción tendría Eda al descubrir que su sobrina acababa de ser tiroteada.
—Jamás pensé que la muchacha tenía esa carta contra mí —murmuró la rusa, acariciándose el labio inferior con la yema de los dedos. —Es asombrosa, sin duda. Pero ha sido muy arriesgada y ha actuado en solitario. Por inseguridad.
—Ha actuado como haría alguien con un mínimo de corazón. Algo que a ti te falta por completo.
Boris, indemne hasta el momento, apretó la mano en el mango de su subfusil, pero Balalaika lo calmó cabeceándole una negativa. Rock sintió que podía respirar de nuevo, su lengua le había traicionado. Pero era lo que de verdad sentía en aquel momento. Bajó la mirada irritado, sudoroso y nervioso: el mundo era injusto. Peor aún… se sentía la mano ejecutora de la muerte de aquella niña inocente.
—Eda ha tocado fondo porque tú tampoco fuiste capaz de decirme la verdad. No hubiera dejado que las cosas llegaran hasta este extremo.
—¿Y ahora qué, Balalaika? ¿Vas a matarla también a ella?
—Le horrorizará saber que por mucho conocimiento que crea tener de lo que ocurre en Roanapur, no puede eliminar la ilegalidad. Aquí sigo mandando yo, las cosas funcionan como yo quiero. Podría atraer a todo el puto Centro de Inteligencia armado hasta los dientes contra este Hotel, y se irían con el rabo entre las piernas. Pese a los años que lleva esclavizada por el sistema legal e ilegal, sigue sin comprender aún que para que una selva de locos se mantenga sin reventar, necesita un león que sepa cómo funciona. En el momento que quitas una pieza de este bloque, la naturaleza sólo decae un segundo, para volver a fabricar otro tipo de bloque que le ayude a recuperar la estabilidad perdida. Pero la naturaleza siempre gana, Rock.
Había escuchado aquel discurso anteriormente, con otra variante de palabras. Se daba cuenta por fin, desanimado, que era cierto. De cabo a rabo era cierto.
—Estaba enfadado con Eda hasta hace sólo unos instantes. Será mejor que vaya a buscarla.
—Y al respecto de eso… —empezó Balalaika. Rock se había puesto en pie, notablemente devastado, y la miró con pesadez. —No vuelvas a tirártela. Eres un blanco fácil. Es capaz de… no sé, tomarte como rehén si se le va la cabeza. Ya no tiene ningún aval de nada, se sentirá perdida.
—No es capaz de hacer eso —murmuró Rock, conteniendo sonar aún más cabreado. —Podrá ser todo lo calculadora que tú quieras, no lo negaré. Pero no es una mala mujer.
—Y yo sí, ¿verdad?
—Supongo que… no. No realmente. No… no lo sé.
—Hay gente muy mala ahí fuera, Rock. ¿Quieres entender esta jungla? ¿De verdad quieres?
Rock asintió, tras varios segundos callado. Y vio sonreír a Balalaika.
—Trabaja conmigo, entonces. Te veo potencial.
—Lo haré. Buscaba el momento de decidirme. Pero no quiero mentirte, Balalaika. Yo también busco erradicar el mal de este mundo como intentó hacer Eda.
—Intentémoslo —murmuró, sin dejar de sonreír. —Yo también busco a algunos malos, muy malos. Pero tendremos que ponernos a su altura primero y entender la pista sobre la que bailan. Entonces… veremos.
Rock no dijo nada más. Ni siquiera deseaba saber los pormenores. Se avecinaba un cambio crucial en su vida. Se acercó a la puerta, cuando oyó algo más provenir de Balalaika a sus espaldas.
—Para trabajar conmigo deberás abandonar la Compañía Lagoon.