CAPÍTULO 14. La desesperación del recuerdo
Flashback
—Bueno, ¿qué te ha dicho la rusa? —preguntó Revy nada más verle salir, pálido como la leche, de la oficina trasera. Dutch se aproximó a ambos con la misma incertidumbre, pero el japonés no contestó. Siguió andando, y Revy, con el ceño fruncido, le dio una patada en el trasero con cierta contundencia, gritándole—. ¿¡Hola…!?
Fin de flashback
De aquello habían transcurrido ya seis meses. Era irónico lo rápido que pasaba el tiempo cuando uno estaba ocupado. De la noche a la mañana, Rock se vio decidido a dejarlo todo para implantar un cambio drástico en su vida, que implicaba cambiar su núcleo de trabajo por segunda vez. Trabajar en la compañía Lagoon le había supuesto un primer contacto con los bajos mundos, con los suburbios y la vileza del ser humano… pero no dejaba de ser un contacto superficial. No había profundidad en sus encargos. No, ahora estaba seguro de que no había profundidad ninguna. Además, técnicamente la empresa de Dutch no tenía por qué implicar confraternizar con personajes o negocios ilícitos. Más pronto que tarde, prefirió hacer tratos privados con Balalaika y firmó un contrato de confidencialidad que le pondría en jaque en caso de contar una sola palabra de lo que su nuevo estilo de vida le deparaba. Ni él mismo sabía el límite de las exposiciones al mundo ilegal a las que su jefa podría llevarle.
Pero los meses habían transcurrido veloces. Todos los días había algo que hacer, algo completamente distinto al principio, pero que lentamente empezó a ser una rutina. Y pese a que había organización, no había un orden en su día a día. Todo era una locura y nunca sabía lo que iba a ocurrir, o si la misión para la que estaba trabajando se torcería y sería su final. Era su mayor miedo y a la vez su mejor baza: cambiar él mismo para desarrollar cambios en el mundo aunque a veces esos planes atrajeran riesgos. Sabía que era posible, pero no se sentía aún lo suficientemente poderoso como para generar esos cambios, como sí se sentía, en cambio, la rusa.
En cualquier caso, tuvo que ver cosas con las que no estaba de acuerdo. Eso le cambió poco a poco. Al tercer mes, ya contaba con trece bajas visualizadas. Odiaba verlo. Seguía creyéndose incapaz de acabar con una vida humana a sangre fría como hacían aquellos subordinados. Primero le sorprendió la pasividad de algunos de los blancos, que lidiaban con la posibilidad de ser tiroteados a todas horas, pero había otros que lloraban… otros que intentaban negociar. A la décima víctima, la mente de Rock empezaba a ponerse en blanco cada vez que sus pasos se aproximaban y el sicario alzaba el cañón, pues volvía a reproducirse una película que ya había visto una y otra vez. Su mente se acostumbraba a ver el asesinato. Todas aquellas presas tenían algo en común que había favorecido su metamorfosis, y era que todos habían violado o asesinado a tantas personas, que merecían la muerte; por lo que comenzó a sentirse juez. Sólo que el golpe de mazo lo ejercía otra persona. Quien apuntaba primero ganaba, era la ley más antigua del Oeste. Y se seguía cumpliendo con las bandas organizadas de Roanapur.
Pero no fue lo único que visualizó. Había estado presente en multitud de palizas por ajustes de cuentas, en interrogatorios con descargas eléctricas, en el desmantelamiento de bandas pequeñas y pandillas de adolescentes que habían vuelto a casa con todos los dientes rotos. El sicariato era el día a día en Roanapur. No había día que alguno no muriera. Y no había semana en que algún conflicto se desatara entre los numerosos grupos ilegales que luchaban por tener su lugar entre los suburbios. Balalaika tenía bien controladas todas las líneas de droga y sabía perfectamente por dónde se movían y por donde no tenían que moverse nunca.
A veces, cuando volvía a la cama, tenía auténticas pesadillas donde se confrontaba a su propia conciencia. Por cada nuevo cadáver visto, una nueva pesadilla asistía a atormentarle y le recordaba que un día, Dutch le ofreció un buen fajo por marcharse de allí con Revy. Hubiera sido absurdo esperar algo de esa relación. No tenía futuro con nadie, cada vez tenía más claro que su cometido era otro.
Gimnasios
—Nada mal para tu metro setenta y… ¿cuántos? —le dijo con la cara hecha un chiste. Vadim Morozova Pavolovna, alias Batareya, había pasado desde el primer día en que Rock se mudó, a enseñarle la base de todas las artes marciales. El hijo de Balalaika había recibido atención y entrenamiento militar desde los cuatro años; para él, vivir en una base y trabajar bajo inclemencias y cargas físicas eran un paseo rutinario. El chaval era muy joven, pero estaba fuerte por los años de entrenamiento. Tenía mal pronto. Siempre estaba motivado, había tenido relación con altos rangos de la base y conocía los protocolos policiales al dedillo. Sin embargo, y debido a la naturaleza de los negocios de su madre, también conocía cómo funcionaban los bajos mundos y lo que había que hacer para que «la rueda continuara girando». El chico había entrenado a Rock con ayuda de sus propios profesores, y a base de tortas y una demanda física a la que el japonés nunca se había enfrentado antes, había mejorado. Ya no era tan fácil ganarle en el cuerpo a cuerpo, y se conocía unos cuantos agarres. La resistencia había sido con diferencia lo más complicado de mejorar, sobre todo debido al consumo del tabaco. Rock se encontraba en ese momento en una postura complicada: Batareya le había tumbado de un puñetazo que le había saltado el bucal hacia la lona, y lejos de parar, habían continuado. Rock pudo bloquear un par de puñetazos y trató de jugársela atrapando su brazo, pero Batareya le dio un empujón con una sola mano y fue quien logró girarle, sentándosele en la espalda y comprimiendo la rotación de uno de sus hombros, al levantarle el brazo cada vez más atrás. Rock tapeó contra la lona y el muchacho le soltó.
—Nunca me ganarás —le espetó el muchacho, disfrutaba de todas sus glorias.
—Nada mal, Rock. —Dijo Balalaika, que se venía acercando en mallas desde un lateral del tatami. Dejó caer pesadamente la mano sobre el hombro del rubio. —Burlándote del más inexperto, ¿eh? ¿Probamos nosotros? —el chico le sonrió y después de pegarle un buche al agua, asintió y le hizo un gesto para que se movieran hacia el lado del tatami que estaba sin sudor. Rock se quedó bocarriba unos segundos más, disfrutando del goce de haber finalizado otro entrenamiento tronador. Suspiró sonoramente y se puso en pie, alcanzándose la toalla y secándose por todos lados mientras observaba a madre e hijo haciendo un rodeo de reconocimiento. Caminaban en círculos mientras se estudiaban. A pesar de que había visto a Balalaika antes en ropa deportiva, seguían siendo pocas y para él siempre una sorpresa. Sabía que entrenaba con otro tipo de entrenadores, con otro tipo de hombres curtidos, y nunca mezclaba enseñanzas con las que recibía su disciplinado primogénito.
Mejor que entrene con los que les he asignado, al menos de momento. Aún es inmaduro y joven para aprender otro tipo de técnicas, le dijo una vez, una en la que Rock se interesó por saber más de Batareya. Y Rock pensaba como ella. Pero era la primera vez que veía un enfrentamiento entre ambos, así que lo disfrutaría. Se sentó en el banco de madera que había fuera del tatami sin perderlos de vista. Uno de los entrenadores del muchacho estaba sentado en el mismo banco, y saludó cordialmente a Rock.
—Venga, abuela. ¿Cuántos tenías… 35.000 años ya? —se burló juguetón el rubio, tratando de picarla antes de empezar. Pero Batareya no era estúpido, sabía que no tenía una rival fácil. Otras veces habían «jugado» mientras compartían alguna técnica, pero a Balalaika no le gustaba entrenar con él, por mucho que se lo pidiera. Así que para sus adentros se sentía nervioso. El entrenador les avisó de que la cuenta regresiva de los 5 minutos había empezado y el chico puso una guardia distintiva, con las piernas preparadas por si debía bloquear alguna patada. Balalaika le sonreía. Se amagaron un par de veces, ambos tenían cierta disposición a fintar al rival. Rock se miró los dedos de sus manos: apenas podía torcerlos de tanto practicar el agarre, el chaval también practicaba escalada y aprovechaba cualquier mínima curvatura de los músculos ajenos para atrapar el cuerpo. Rock vio asombrado que Bat se lanzó disparado a las piernas de la rusa, buscando derribarla de buenas a primeras. Balalaika le vio venir e igual de rápida que un rayo se recargó en la espalda masculina y echó ambas piernas completamente hacia atrás, impidiéndole el alcanzarlas. Rock eso más o menos lo dominaba. Pero sabía lo que el crío haría a continuación por experiencia, y lo vio enseguida repetirlo: se concentró en una sola de las piernas y le agarró el muslo, y a continuación tiraría con todas sus fuerzas hacia él para sentarla de culo en el tatami. Cuando lo hizo, Balalaika cayó efectivamente al tatami, y medio segundo más tarde, apretó el antebrazo sobre el cuello de Bat y pateó con contundencia el hueso de su cadera, haciéndole perder estabilidad. Cuando el ruso se intentó aferrar más a la pierna para que no terminara de escapársele, Balalaika siguió apretando la pierna opuesta en la lumbar, y se impulsó hasta pegarse a su cuerpo como una lapa, cruzando las manos también tras su espalda. Batareya comprendió lo que intentaba con algo de retraso. Uno de los brazos de la mujer le apretaba el cuello, y el otro, pasaba por debajo de su axila. Cuando unió las manos tras su espalda y apretó los bíceps, el chico emitió un gruñido bajo. Apretaba demasiado la zona pectoral, se quedaba sin aire. Tuvo que soltar la pierna de Balalaika para tratar de pasar las manos tras su agarre, y hacer palanca para liberarse, pero a la mínima que le soltó la pierna, ésta la subió por el otro lado de su cintura y terminó de pegarse fuerte a él al cruzar los tobillos entre sí. Y entonces, Bat notó una fuerza descomunal que le crujió en la espalda: Balalaika apretó mucho la presión de sus muslos y de sus brazos, además, era más larga que Rock. Le tenía el tren superior e inferior prácticamente inmovilizados, pero aún le quedaban los brazos. Trató de concentrarse en no rendirse y en introducir las manos bajo sus brazos para hacerla menguar en la fuerza empleada, no abandonaría la idea de hacer palanca sólo porque le estaba agobiando. Batareya era un joven con muchísima fuerza física, más de la esperable en un chico de su edad, pero seguía estando en desarrollo. Le faltaba fuerza aun así, y también técnicas por explorar. Usó la fuerza para hacer palanca con los codos y logró introducir finalmente las manos bajo uno de los brazos femeninos. Se percató de que, fortuitamente, Balalaika no ejercía fuerza ninguna, y aprovechó para imitarla y tratar de hacerle la misma presión que él había recibido, pero un golpe duro le impactó en la cara: el codo. Había descuidado la guardia y el rostro al hacer aquello, claro, era obvio. No se sintió contenta con uno, sino que dio dos. Bat se aguantó y seguía empecinado en unir las manos tras su espalda aunque ello le costara soportar sus impactos, pero de pronto, uno de los puños de Balalaika fue a parar a su hígado, y entonces perdió el resuello y el oxígeno le abrió la boca, lo expulsó de un solo golpe. Otro codazo más en la cara, y otro golpe inmediatamente después en el hígado que lo dejó planchado. Se sintió débil, no lograba hacer entrar oxígeno en su organismo por más que respiraba, así que buscando otro tipo de vía, pensó rápido y en ese momento la empujó y se subió sobre ella para tratar de hacerle la montada. No pudo. Logró poner su cuerpo sobre ella, pero Balalaika seguía presionando muy fuerte con las piernas en una guardia cerrada perfecta, sus tobillos parecían unidos con acero. Rock sonrió al ver la cara enrojecida del muchacho, sudando por el esfuerzo. Balalaika había estado con una sonrisa durante todo el enfrentamiento y lo seguía haciendo, lo cual parecía provocar a su hijo. Algo agobiado pero aún con ganas de ganar, apartó el tren superior tratando de controlarle las muñecas, era complicado con las lumbares y la zona abdominal tan apretada. Trató de darle sorpresivamente un puñetazo lateral y Balalaika lo cogió de ese puño, frenándolo en el aire, y con las dos manos lo torció hacia un lado, cambiando la dirección del brazo completo de Bat y con ello, exponiéndole cerca el hombro. El chico se agitó al comprender un error básico y Balalaika volvió a encerrarle el tren superior con los brazos, esta vez, apretando mucho más que antes al estar más enroscado.
Bat tapeó en el tatami y la rusa cedió toda fuerza de golpe, abriendo piernas y brazos. El chico se quitó el bucal, ligeramente cabreado, pero con el paso de los segundos, sabía que tenía que serenarse, le habían criado no para ganar solamente, sino para ser respetuoso y disciplinado. Escupió el bucal sobre el banco y le tendió la mano a su madre para chocarlas.
—Parece que no avanzo mucho —murmuró sonriente, aún algo picajoso por haber perdido.
—Me has cansado mucho más que la última vez. Estás fuerte —dijo arqueando las cejas al echarle una mirada; luego se acercó al banco donde estaban los demás y cogió su botella de agua. Le dio un generoso buche.
—Espera, no te vayas. ¿Por qué no tratamos la media distancia?
Balalaika seguía dando buches fuertes, pero aún con los labios pegados a la boquilla se le percibía una sonrisilla. Tragó por última vez y enroscó la tapita.
—No creo que estés preparado.
—¿¡Me estás bromeando!?
La mujer se encogió de hombros y pronto, Boris la llamó desde la puerta. El trabajo ya la estaba solicitando. Rock volvió la mirada a Batareya y se dio cuenta de que su enfurruñe iba algo más allá de no poder entrenar lo que quería. Seguramente, pensó él, sentiría una gran admiración por ella. Boris intercambió algunas palabras con ella, ella asintió, y finalmente Balalaika se acercó de nuevo al tatami.
—Vamos, prueba de nuevo con Rock. Quiero seguir viendo sus avances.
—Entrenaré con él, pero quiero la revancha primero. En la media distancia, como suele ser en la guerra.
Balalaika se rascó la cabeza suspirando, mirándole pensativa.
—Un luchador de guerra, ¿eh? Hay realmente muy pocas probabilidades de que llegues a depender sólo de los puños contra el enemigo.
—No tanta, tu secretario lo sabe bien.
—Еще раз назовите его секретарем, и я обязательно закрою вас в спальне, пока вам не исполнится восемнадцать.
Batareya guardó silencio al calibrar las secas palabras que acababa de recibir. Asintió sin cuestionar nada y el tono chulesco desapareció de sus siguientes frases.
—Я просто хочу тренироваться с тобой… —musitó. Rock no entendía ni una sílaba.
—¿Quieres pelear como si tu vida dependiera de verdad de ello? El contrincante nunca te preguntará si prefieres hacerlo en la corta o en la media distancia. Sólo tendrá una oportunidad de atacarte, y lo hará.
—Lo entiendo.
Balalaika se acercó de repente con un claro tono decidido hacia Bat, iba a comenzar un segundo round, pero el ambiente estaba tenso tras lo que acababa de suceder y Rock notaba un ligero malestar entre ellos ahora. El chico volvió a ponerse en guardia y dejó que ella atacara primero; eso era un pensamiento inteligente después de la lucha anterior. Pero Balalaika no esperó, ni puso guardia, ni actuó con aras de entrenar. Cuando ya lo tuvo cerca, fintó como si le fuera a dar un puño, y acertó al anticipar que él no caería: él se movió justo en la dirección donde se llevaría el puño y fue directo a agarrarla de la muñeca para tirarla. No llegó ni a rozarla cuando sorpresivamente, la mujer se movió limpiamente hacia la izquierda y levantó la rodilla en seco, dándole tremendo impacto en la nariz de lleno. Rock se puso en pie alarmado al ver al chico tambalearse, pero el entrenador le tomó de la muñeca para que no interfiriera. El chico no tuvo tiempo de decidir su segundo ataque: después de una fracción de segundo, Balalaika deslizó el pie izquierdo hacia la izquierda nuevamente y giró sobre sí misma bruscamente, impactándole la tibia en la nuca. Se escuchó, en el choque, como si un libro pesado cayera sobre hueso. Con el crío bocabajo tendido en el suelo, la rubia cayó de golpe sobre él, clavándole en el centro de la espalda la rodilla. Apretó y cruzó ambos brazos sobre su cuello, en la forma de asfixiar más recurrente de luchas callejeras… sólo que, ejercido con la fuerza de una militar veterana que nunca dejó de entrenar. Bat pataleó pero no podía quitarse de encima los 80 kilos de mujerona musculada que tenía encima, porque el punto donde le clavaba la rodilla le estaba dejando también sin resuello, y sumado a la asfixia, volvió a tapear. Balalaika no dejó de apretar, sino que apretó más.
—Líbrate de esta, porque en el campo de batalla no puedes hacer eso.
Rock frunció el ceño al ver que un nuevo apretón del mataleón hacía que la nariz del chico derramara un chorrito de sangre rápido, debido a la constricción de los vasos sanguíneos. El chico estaba totalmente rojo, y perdería la consciencia si no hacía algo. Resultaba abrumador ver a un muchacho tan fornido estando tan sometido a su vez. Emitió un grito y empleó un último esfuerzo en meter la mano por debajo de su agarre, pero Balalaika negó con la cabeza mirándole.
—Ah-ah, no. Mete la barbilla presionando en mi brazo. Mete la barbilla, aunque te la vaya a partir. Porque te la voy a desencajar en cuanto lo hagas. Pero es eso o morir asfixiado.
El chico aturullado volvió a tapear, y Rock sintió que se desesperaba. No estaba tan insensibilizado, después de todo. Había cosas que le seguía costando ver. Sí. Eso era bueno. No era un desalmado. Él no podría hacerle eso a su hijo. Algún día ese chico sería más alto, más fuerte y más duro también de mente, pero no tenía claro si el cambio le costaría caro. Y ahora lo miraba con algo de lástima, perdiendo el poco oxígeno que le quedaba y pensando que, en cuanto hiciera lo único que podía hacer para tener posibilidades de vivir, se le desencajaría la mandíbula.
Balalaika sonrió, y Rock vio cómo aflojaba ligeramente la presión de los brazos. El chico bajó e introdujo la barbilla, y por fin sintió que, aunque la presión del mataleón fuera muy intensa, volvía a circular algo de oxígeno por su sistema, debido a que la nuez de la garganta ya no estaba comprimida. Balalaika abrió del todo los brazos, le soltó bruscamente y le pateó para alejarle y permitirle levantarse. Cuando el chico lo hizo y se giró rápido, buscó enrabietado bajársela a puños, pero estaba agotado. Balalaika aprovechó un desvío agotado de sus brazos y volvió a darle la misma patada que antes, tirándolo al suelo en seco. Volvió a caer bocabajo, y por más que se intentó girar a la velocidad de una liebre, Balalaika le volvió a ejercer, para su desgracia, el mismo mataleón. Y volvió a apretar. El chico gimió agotado, no tenía fuerzas para enfrentar aquello por segunda vez. Se escurrió con las piernas y Balalaika empezó a desternillarse de risa mientras, pasito a pasito y con toda su calma, iba cerrándole la guardia con las piernas otra vez, cruzando los tobillos pero esta vez por delante del abdomen masculino. Apretó, apretó, apretó y apretó más… hasta que el chico tapeó de vuelta. Ya no pensaba claro. En momentos tan intensos, la mente humana busca lo que sea por salir del dolor, y en este caso fue recordar que era un entrenamiento, independientemente de que antes la rendición no funcionara. Balalaika le soltó y se puso en pie.
Rock bajó la mirada al chico y luego al cronómetro del entrenador que estaba sentado en el banco. Un minuto y cincuenta segundos. Y sólo porque Balalaika había querido. Se dio cuenta de algo un poco macabro: Balalaika podía matar a alguien de sus características en 1 minuto si le placía. Tenía los conocimientos, la fuerza, la técnica para hacerlo. Un maldito minuto. Era una máquina de matar.
—No ibas a partirle la mandíbula —dijo Rock al pasar por al lado de la rusa, que le contestó con media sonrisa.
—Claro que no, pero se piensa que puede ir por ahí diciendo que quiere pelear como un héroe de guerra. Ni siquiera sabe lo que es eso. Qué, ¿te sientes bien? —dijo a Batareya cuando pasó por su lado, aún retirándose la sangre bajo la nariz. El chico se limitó a asentir y tomó asiento en el banco, acercándose su agua. Estaba desfallecido. Balalaika se le quedó mirando algunos segundos y se volteó a él. —Lo has hecho muy bien.
—¡Y una mierda! ¡Soy muy malo! ¡Soy una mierda!
—Sólo tienes trece años.
—¿¡Qué más da!? ¿Qué hacías tú a los 13? ¿Eh? ¡¡Tú empezaste mucho después!!
—Empecé a los 10.
—Ya tendría que ser mejor —gritó, ignorándole. —Tendría que tumbar fácilmente a una mujer. No… no te ofendas. No quiero ofenderte.
—Bueno, no lo haces. Las mujeres somos más débiles físicamente en comparación con los hombres… al menos en los términos en los que tú quieres destacar.
—Entonces cámbiame de entrenador. ¡A lo mejor es eso!
—Tienes al mejor entrenador.
—No dudo que sea uno de los mejores pero… no estoy avanzando.
—Te dije antes que estás mucho más fuerte. ¿Insinúas que he mentido?
El chico cerró los ojos y tomó aire hondamente, serenándose. No respondió más, y Balalaika tampoco. Para ella, aquello era el cierre de la conversación. Se volteó a Rock y puso los ojos en blanco.
—Qué desagradecido que es.
Rock ladeó una sonrisa, aunque era un poco forzada. De pronto, vio que Boris le hacía desde la distancia otro gesto a su jefa, un gesto un poco extraño. Balalaika asintió y se sentó en el banco, al lado de Batareya, mientras se calzaba sus zapatillas.
—¿Hay algo que hacer hoy? —preguntó el japonés.
Balalaika no le respondió rápido. Murmuró unas palabras más en ruso, en dirección al entrenador de su hijo, y éste contestó algo en el mismo dialecto mientras se ponía en pie. Tanto Bat como el hombre desaparecieron del gimnasio y hasta que no giraron la esquina y desaparecieron de su vista, ella no comenzó.
—En la discoteca del distrito este, la única que hay en esos barrios, me ha llegado un soplo de otra personita que está circulando cocaína sin mi consentimiento. No paran, ¿eh? Ya hay que ser idiota para seguir uuuuuna y otra vez cometiendo el mismo error. Estas pandillas nuevas que quieren ser alguien me están haciendo perder la paciencia.
Rock asintió. Cuando las misiones eran así de «sencillas», lo único que debía hacer era visitar la zona, hablar con el contacto, vigilar un poco y llevar la información y la cocaína sustraída a la rusa. No eran misiones que conllevaran, por lo general, más de dos horas. Pero tendría que ir a la maldita discoteca del distrito y la odiaba. Había mucha prostitución por allí, y circulación de otro tipo de drogas entre los grupos.
—El médico ilegal irá contigo, Ernesto. Si tienes que hacer uso del arma, hazlo, que le cure en la dirección que te mandaré después por un móvil de pago. ¿Todo claro?
Él asintió.
Discoteca del distrito este, periferia de Roanapur
Rock entabló una conversación amena mientras conducía junto al médico. Era un joven de 24 años llamado Ernesto, de origen mexicano, que había dedicado todos los años de su vida a matarse en la universidad y que Rock conoció el mismo día que se mudó de apartamento. Lentamente se había convertido en una compañía necesaria, era el tipo de persona que recordaba a Rock que seguía teniendo humanidad.
Porque necesito saber que no la estoy perdiendo. Sino, me volveré loco.
La historia de Ernesto no era precisamente un ejemplo a seguir; accedió a la corrupción muy joven, apenas salido de la universidad, donde topó con la mafia rusa de la manera más suertuda posible. Sus aptitudes fueron llamativas y Balalaika no dudó en acapararle para ella. Los muchachos jóvenes, con amplios conocimientos, ganas de aprender y especializarse en el campo de las sustancias ilícitas era lo único que pedían. Una vez firmaban, la rusa se encargaba que mientras cumplieran sus cláusulas de confidencialidad y lealtad, no les faltara de nada. Ernesto tenía un sueldo de cinco cifras, más añadidos por misiones «sencillas» como las que le habían encomendado. Y siempre tenía que seguir estudiando y asistir a prácticas.
Aparcaron en la parte de atrás de la discoteca. Ernesto quitó el contacto y echó un vistazo por el parabrisas sin moverse. Estudiaba a la gente que había por allí. Reconocieron a las prostitutas enseguida, incluso algún que otro prostituto también, más escondido. Habían personas sueltas en todas direcciones, tirados con alguna botella a medias en la mano, un brazo pinchado o metido en alguna pelea a puños. Rock oía alguna garganta vomitando con esfuerzo, pero por suerte, no lograba ver al responsable.
—Este sitio da asco —murmuró con la mirada fija en el portero de la puerta trasera, que era un orangután negro con la cabeza y los brazos gigantes. Recargó el arma bajo la guantera aprovechando las sombras de la noche, cuando de pronto, una muchacha se plantó en la ventanilla y tocó con los nudillos. Rock negó con el dedo tratando de poner la expresión más amable posible, a lo que la mujer insistió suplicando tras la ventanilla. Cuando vio que ya no tenía posibilidades, agrió la cara y escupió en el cristal, haciendo que Ernesto, desde el otro lado, tragara saliva.
—Parece que hoy están las más agresivas…
—Nunca le contrates un servicio a las que están en este distrito. Esta discoteca es un foco de enfermedades.
—Parece mentira que me lo digas tú a mí. Relájate, anda… —sonrió el chico, mirando a las prostitutas de la acera de enfrente. —Conozco todas las enfermedades que se mueven por aquí, quién las tiene y quiénes son sus clientes.
—¿Hablas en serio? —Rock escondió el arma bajo la funda de su axila y la cubrió con la americana.
—Al menos la mayoría de ellas. ¿Sabes cuántas quieren estar aquí y cuántas no? ¿O las que tienen hijos?
—Honestamente, creo que prefiero no saberlo.
Ernesto asintió a sus palabras, le comprendía. Salió del vehículo casi al mismo tiempo que Rock y rápidamente cambiaron el rumbo, en dirección opuesta a donde se encontraban las putas. Preferían no causar ningún malentendido con ellas porque llamarían innecesariamente la atención. Rock le hizo un gesto discreto al portero, que asintió y les abrió paso. Otro chico borracho intentó colarse junto a ellos y recibió un violento puñetazo que lo dejó KO en mitad de la calle.
—Vamos. —Dijo Rock, esperando que fuera Ernesto. Se sentía mal si le dejaba ir atrás, por algún motivo, se sentía protector con él. Además Ernesto sólo llevaba una daga de mano que de nada le iba a servir contra un arma. El japonés sabía de antemano que aunque no se apreciara a simple vista, muchos de los consumidores de aquella discoteca tenían armas encima. Las organizaciones criminales estaban a la orden del día y de diez personas con las que se cruzaba uno, siete pertenecían a una banda criminal. Rock no tenía estudiadas a todas, desde luego, no albergaba todavía tal grado de confianza con su jefa para eso. Pero había veces en que las palabras estaban de más… muchos eran poco decorosos con su propio estatus y ocupación.
—Allí —le gritó, temiendo ser oído por otra persona. La música estaba tan alta que sentía que le iban a explotar los tímpanos en cualquier momento, sentía la vibración de cada golpe musical que realizaba el DJ. Le dio un empujoncito con el hombro para que le mirara y señaló la planta de arriba—. Me dijo exactamente dónde se ponía el muchacho.
—Esperaré fuera. Si en veinte minutos no estás y no contestas el móvil, llamaré a Boris.
Rock asintió y pegó sus brazos contra su cuerpo, para sentir en todo momento el bulto del arma bajo su amparo, había gente con la mano muy larga también por ese antro. Subió las escalerillas tardando demasiado tiempo en lo que esquivaba gente. Una pareja que se estaban besando ebrios se empujaron con él por sus prisas y Rock escuchó cómo le increpaban a las espaldas. Siguió subiendo sin rendir cuentas. Cuando por fin logró llegar hasta la planta de arriba, se dio cuenta de que estaba sudoroso, pero no peor que el resto de niñatos que seguían saltando y gritando con sus copas en la mano y las hormonas revolucionadas. Se pegó a la pared y fue deslizándose hasta llegar a la esquina de un reservado. No era su destino, así que lo rodeó y pasó por debajo de un cordón rojo. El vigilante se le acercó pero nada más verle y reconocerle, se hizo a un lado y le señaló con la mano una puerta que había al final de la planta. En esa zona, donde había gente borracha y drogándose ya sin ningún pudor a ser vistos, era la zona reservada a los grupos más acaudalados. Rock cruzó la puerta y se encontró con un muchacho apaleado, sentado en una silla con las muñecas atadas tras el respaldo. Abrió débilmente los ojos al ver a Rock, no se conocían.
—Pero si es un chaval.
—Es mayor de edad —respondió uno de los vigilantes, que le lanzó la tarjeta de identidad. Rock la atrapó en el aire y leyó todos los datos. A pesar de tener un ojo hinchado, sí que era el de la foto. Bryan Lee, un nombre sencillo. 19 años, aunque tenía un rostro que fácilmente apuntaba hacia los 15 o 16. Había usado el carnet para entrar a la discoteca y tratar de vender sustancias ilegales en los aseos. Lo pillaron dos veces y dieron el aviso a Balalaika, tal y como exigía su política en Roanapur. Balalaika le dio un aviso, pero al ser descubierto vendiendo también en las proximidades del distrito, la rusa tomó cartas en el asunto y mandó interrogarlo hasta que Rock llegara. Ahora le tocaba al japonés hacer su trabajo. Rock le devolvió al chico su tarjeta pero no lo desató. Le miró bien las facciones del rostro, tratando de desmenuzar qué tipo de persona podía ser.
—¿Para quién trabajas? —el muchacho miró hacia otro lado, así que Rock se inclinó hacia sus ataduras y las fue desanudando. —Vamos, haz de cuenta que yo soy como el poli bueno. El poli malo es una mujer y la has cabreado bastante. No forcemos que se desplace hasta aquí.
—¿Quién te dice que no es con ella con quien deseo hablar? —le espetó, retorciendo las muñecas hasta que notó por fin podía separarlas. Se cruzó de brazos. Rock tiró las cuerdas y se encogió de hombros.
—Si ella viene, sólo saldrás de aquí con los pies por delante.
El chico frunció el ceño.
—No puede apropiarse de todo Roanapur.
—Ya es suyo. —Le contestó, aprisa. Miró de reojo a los vigilantes que les custodiaban y suspiró largamente. —Parece mentira que la persona que te ha expuesto a todo esto no supiera lo que se hacía. Nadie vende sin consentimiento de la rusa. Si tu pandilla y tú queréis hac-…
—¿Cómo sabes que soy de una pandilla y no de una banda?
—Porque eres un novato. Y porque acabas de confirmármelo. Lo cual refuerza lo novato que eres.
El chico quiso quejarse, pero cerró los labios. Estaba enfadado consigo mismo, se lo notaba.
—¿A quién has vendido? ¿Y cuánto?
—No mucho, la gente es reticente.
Rock curvó una sonrisa mientras se encendía un cigarrillo.
—Pues claro que lo son, porque no te conocen y los que saben cómo funciona esto, dan parte a sus jefes. Tu nombre llegó a nosotros el primer día que trataste de vender y se te dio un aviso. No hiciste caso. ¿Por qué, Bryan? ¿Tantas ganas tienes de ser un camello?
—La droga que tengo cuesta su trabajo de conseguir y tengo cosas que pagar. Más me vale venderla rápido o mi juego estará en cuello.
—Así que tu pandilla está en las últimas antes siquiera de despegar. No es un muy buen pronóstico, ¿no crees?
Bryan se humedeció los labios y acabó cerrando los ojos, estaba jodido.
—Es abusivo. Ella no lo puede tener todo para ella.
—Eso ya lo has dicho, Bryan. ¿Sabes lo que tampoco puede ser? Que intentes plantarle cara al jefe de una mafia con armamento militar por sacarte unos dólares. Tendrás los días contados nada más salgas de aquí.
Bryan elevó la mirada hacia él, los ojos le brillaban un poco.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora…? Necesito el dinero… y mi droga. Devolvedme mi droga y no volveré por aquí.
—Ya —Rock asintió con un cabeceo, mientras daba una calada y miraba al suelo. —El problema es que no hiciste caso la primera vez, y la rusa sólo da una oportunidad.
El chico tragó saliva.
—No volveré. Lo juro, no volveré.
—Necesitamos que nos digas a quién vendiste y cuánto, y en qué zona exacta de la discoteca. Es importante. Para nosotros… y para ti, si quieres salir respirando de esta sala.
Bryan se frotó los párpados con las manos, dando un grito de rabia.
—¡Apenas me acuerdo, joder! Fueron un par de mujeres y un negro… sí, un negro enorme, calvo. Con gafas oscuras, similares a las de aviador.
Rock soltó una risita divertida. El cabrón de Dutch había dado el soplo, cómo no. Fiel a Balalaika hasta la muerte.
—Bien. ¿Cómo eran las chicas?
—Una tenía un tatuaje tribal en el hombro, creo… estaba muy buena. Tenía el pelo oscuro. Y la otra… era una americana, de esas que tienen el pelo amarillo de verdad. Es la única que he vuelto a ver aquí. También está bastante buena.
Rock asintió débilmente, mirando al chico de arriba abajo. Parecía que decía la verdad, estaba dando las descripciones obvias de Revy y Dutch. La rubia podía ser cualquiera, la mitad de las prostitutas estaban teñidas.
—¿A qué te refieres con que la has vuelto a ver aquí?
—Está siempre colocándose aquí. La conocí en la parte de atrás, estaba fumando crack.
No, no puede ser Eda. Espera. ¿Dijo antes «esas que tienen el pelo amarillo de verdad»?
—¿Estaban juntas, las chicas que te pidieron?
El muchacho negó con la cabeza. Rock palmeó dos veces y le hizo un gesto para que se levantara.
—¿Puedo… puedo entonces irme?
—Sí, te irás a tu casa o donde sea que vivas. Por decirme la verdad. Acompáñame afuera.
El chico asintió con el semblante más aliviado y salió detrás de Rock; los vigilantes ni miraron, les dejaron salir sin ningún problema.
En lo que bajaban tediosamente las escaleras, Rock centró la mirada en la multitud que había unos metros más abajo. La mayor parte de la clientela estaba ebria o colocada, dando berridos y salivando como si fuera su última noche en aquel mundo. Pero dejó de andar en cuanto reconoció a Eda. No había sido ningún golpe de suerte: los ojos se le fueron a ella porque estaba generando jaleo. El muchacho, Bryan, se puso la capucha y decidió no devolver la mirada a nadie en lo que llegaba a la primera planta.
—¿Esa era la chica que te compró?
Bryan levantó un poco la mirada, desconfiado, y frunció el ceño.
—Todas las guiris me parecen iguales, no sé si era ella.
Rock puso los ojos en blanco y dejó que el chico pasara por delante suya, conduciéndole a la salida al dirigirle el hombro. Cuando por fin llegaron a la puerta, Rock cruzó un par de frases con el portero y les abrió la puerta trasera, pero el japonés no pudo evitar volver a mirar adentro una vez más. Eda estaba peleándose a berrido limpio con otra mujer, y en un momento dado, le tiró el contenido de su copa encima, lo que propició una pelea. Los hombres que las acompañaban se reían mirándose y sosteniendo a sus lobas para que no se mataran, pero Eda estaba tan, tan bebida, que soltó una vomitona de repente, haciendo que la gente a su alrededor se apartara un poco. Rock inspiró hondo. No reconocía ni a la otra mujer con la que peleaba, ni a los dos hombres que estaban con ellas. Pero le daba mala espina. Además, la notó más delgada.
—¿Está viniendo mucho por aquí? —cuestionó Rock al portero. El hombre se giró y miró sin pena ni gloria a la muchedumbre. Sólo encogió los hombros.
Rock podía ser un insensible, pero con Eda había tenido una breve historia. No era como esos gorilas gilipollas que después de fornicar se olvidaba y no volvía a requerir de la hembra. Si no había vuelto a hablar con ella, era por su determinación en el estilo de vida que había escogido ahora, y también por lo que Revy le contó. Pero los meses habían pasado y no le guardaba ya rencor. Le hubiera gustado completar la misión de esa noche yéndose a la cama pensando en que no había visto ninguna cara conocida…
…Pero sí que identificó a alguien, y ahí seguía ahora, tras vomitar. Contoneándose en una especie de baile sin demasiado ritmo, moviéndose entre las masas igual que hacia el atolladero de personas que la rodeaban. El único motivo por el que no se había caído al suelo era por lo apretados que estaban todos entre sí, moviéndose como una pegajosa masa de abejas nadando en miel. Como todos, la rubia estaba sudada, agitada, gritaba hacia otra persona ahora buscando follón y mantenía su nueva copa en alto, que perdía líquido y salpicaba a alguien cada vez que meneaba el cuerpo en alguna dirección. Balalaika le dijo que desde el suceso con su sobrina había dejado de hacer movimientos sospechosos, que se gastaba el dinero del paro en cervezas, comida basura y porros, y que desde hacía dos semanas se había convertido en compradora recurrente de heroína. Cuando un comprador se convertía en «recurrente», era porque sus consumiciones empezaban a generar la dependencia despreocupada del principiante. El que todavía cree tenerlo todo controlado, ahora Rock lo sabía muy bien. Y sabía que Eda también lo sabría. Pero al igual que un amplio sector de aquel suburbio, ya todo le daba igual, cuando la vida arrebataba todo, ya todo parecía lo mismo. Lo malo y lo bueno perdía frontera, se volvía del mismo color y sólo contaban los momentos que generaran bienestar en el cuerpo. La americana parecía llevar un tiempo encontrando la paz entre las peores ratoneras de Roanapur. Rock no quería perder mucho más tiempo allí.
—Bueno, es una clienta más. Compra y consume aquí —contestó el portero después de un buen rato, al ver que Rock seguía mirándola.
Rock no pudo evitar seguirla unos instantes más con la mirada cuando el asqueroso acompañante que iba con ella la besuqueaba desde atrás. Eda le dio un manotazo e intentó seguir bailando, y entonces Rock vio claramente cómo el cabronazo aprovechaba el estado de embriaguez para distraerla y verter algo en su copa. Eda bebió al poco, y entre la muchedumbre, Rock afinó la vista para seguirles.
—No tardes tanto, empezabas a preocuparme —gritó de repente la voz con acento mexicano de Ernesto, que llevaba rato viéndoles a él y a Bryan en la puerta.
—Aguarda —le dijo a su compañero, que le miró confundido y se quedó junto al joven. Rock palpó que llevaba el arma preparada y pasó por la pared del local, atravesándolo hasta salir al mismo callejón por los que les vio marchar.
El hombre estaba hablando con ella, y ahora también lo reconoció. Era un sicario de Balalaika, uno de tantísimos, perteneciente a una pandilla de poca monta que también frecuentaba las discotecas los fines de semana para las bajezas como la que Rock estaba presenciando. Eda estaba claramente borracha y flaqueaba al andar, pero todavía razonaba en sus respuestas. Debido al ruido de la música tan estridente, no lograba oír de qué hablaban, pero sí era capaz de intuir cosas. El hombre le acariciaba el hombro, y no tardó ni treinta segundos en arrimar su nariz a la ajena, buscando un acercamiento para besarla. Eda se resistió y empezó a comentar algo entre risas, entonces él le siguió el rollo y le acercó su copa a la boca, incitándola a seguir bebiendo. Rock frunció el ceño. La vio beber más, y en cierto punto de la conversación que mantenían, tras un pequeño cruce de frases, volvió a intentar besarla. Eda tenía la expresión del rostro cambiada. El hombre la miraba muy atento, muy de cerca, y tras un par de intentos más, logró besarla sin recibir rechazo. Los vio besarse. Rock se preguntó si Eda no se estaba buscando aquello realmente con su actitud y sus decisiones. Había sido una desgraciada en el pasado, pero también había tenido mala suerte. ¿Cómo una mujer con un trabajo tan complicado de conseguir, tan valiosa para misiones de Estado y con la vida resuelta económicamente podía estar en ese estado?
Es Roanapur… este sitio está lleno de gente infecta. Acabas infectado, por mucho que intentes huir, pensaba. Y recordó que la rusa había mandado matar a su sobrina tras la misión en Virginia.
Estuvo dispuesto a dar media vuelta y ocuparse de sus propios asuntos, cuando de repente, el beso que se estaban dando se vio interrumpido por una súbita pérdida de consciencia de la rubia. Eda tuvo un mareo y sus piernas flaquearon a la vez, y a punto estuvo de partirse la crisma de no ser por su acompañante, que le rodeó rápidamente la cintura y evitó que cayera. Parpadeaba muy débilmente, totalmente ladeada y de pie sólo porque los brazos masculinos lo permitían, pero antes de poder entender nada, el hombre caminó con ella hasta la pared del callejón, llevándosela más al fondo, y allí la volteó como si fuera una muñeca, empujándola contra los ladrillos. La mantuvo pegada a la pared presionando con su propio cuerpo, más alto y corpulento; sus manos le bajaron rápidamente los pantalones y las bragas hasta medio muslo. El cuerpo de Eda, sin fuerzas, volvió a combarse hacia un lado a punto de tropezar. El hombre volvió a colocarla a su antojo y le golpeó la cabeza contra la pared, agarrándola del cabello para que no se moviera de allí. Fue lo último que Rock permitiría. No pudo evitar intervenir.
—Aléjate de ella.
El hombre alejó sus babas del cuello de Eda, que parpadeaba pero sin parecer muy consciente, y miró cabreado al japonés.
—Vete a tomar por culo y búscate a tu propia zorra. A esta me la voy a follar yo. —Ignorándole, pasó su larga lengua por la nuca y el cuello de la mujer, y le atrajo hacia atrás las piernas para doblarle la columna y acercarse sus nalgas. Rock desenfundó el arma y dos mujeres que habían allí cerca ejerciendo la prostitución se taparon y salieron entre gritos. Uno de los hombres que las vigilaba miró a Rock desconfiado, pero no se movió de su lugar. Sabía para quién trabajaba.
—Por las buenas o por las malas. —Terció Rock, bajando el seguro y apuntando con decisión al hombre. Éste le devolvió una mirada contrariado y bajó despacio la mirada a su pene erecto bajo la ropa, y el cuerpazo de una rubia a la que no le permitirían follarse. La soltó de un empujón y Eda cayó bocabajo sobre el asfalto. Los hombres se miraron fijamente, pero al final, el agresor sonrió poco a poco dando unos pasos para alejarse de la zona. La espalda de Eda tuvo una pequeña convulsión y enseguida se la oyó vomitar. No tenía fuerzas ni para separar el rostro del suelo. Rock lamentó haber visto en esas circunstancias a la ex policía.
—Vete, no te quedes mirando. Ya. —Murmuró Rock, sin quitarle ahora la mirada al otro hombre. —Frederick, ¿no? Balalaika te mandará tristes recuerdos si no me obedeces.
Al hombre se le cambió la expresión de la cara y ni siquiera se quedó a dudar de sus palabras. Cogió su abrigo, se dio media vuelta y se marchó por donde había venido. Rock se cercioró de que nadie más le interrumpiría el paso y enfundó el arma. Los transeúntes trataron de ignorarle, especialmente los que le habían oído hablar. Todo el mundo sabía quién era Balalaika, y era como una especie de seguro de vida en esas calles. Rock se acuclilló al lado de Eda, la giró con cuidado y le subió la ropa interior y el vaquero, cerrándole los botones. Acto seguido la cargó en los brazos y se reunió con su compañero.
—¡Anda! —exclamó Ernesto—. Hacía tiempo que no veía a la monja. ¿Va sin el hábito?
—Hace ya mucho de eso —dijo Rock, haciéndole a los dos un cabeceo para que no estorbaran más por la zona. El portero les dejó paso y cerró rápido.
—Si llamáis a la policía, que sea en la acera de enfrente o habrá problemas.
Rock negó con la cabeza restándole importancia y subió a Eda con cuidado a la parte de atrás del vehículo. Bryan se sentó al lado de Eda, mirándola con el ceño fruncido.
—¡Esta guiri huele a vómito, joder! ¿No puedo ir yo adelante?
Rock puso una mirada de circunstancias y se sentó en el asiento copiloto, desenfundando el arma. Cuando Bryan vio que desenfundaba se calló y se quedó más pegado al asiento, tragando saliva. Oyó horrorizado cómo los seguros del vehículo se bajaban y se puso nervioso.
—Quieto. Saca la mano de ahí. —Rock estaba volteado hacia los asientos traseros y encañonaba al muchacho. Bryan retiró las manos de los bolsillos, había pensado en amenazar el cuello de la drogada que tenía tumbada al lado, pero no le dio tiempo. Levantó temblorosamente las manos.
—Colega, ¡te he dicho que me iba a ir de aquí! ¡No me mates, joder! Tengo… tengo familia…
—Ya te comenté allí arriba que no te iba a pasar tal cosa.
—¿Y… entonces…?
—No te conocemos. Así que guarda silencio durante todo el trayecto, ¿de acuerdo?
El chico asintió muy rápidamente.
No tardaron ni diez minutos en llegar a un paraje desértico, que en su día había sido una gasolinera. Ya sólo quedaba la chatarra y los depósitos rotos, y un montón de polvo adherido a las máquinas abandonadas. Rock no le dejó de apuntar en ningún momento. Siguió encañonándole mientras Ernesto sacaba un maletín y se ajustaba el cinturón al salir del vehículo.
—Sal fuera —murmuró Rock, mirándole fijamente. El chico dio un respingo al oír los seguros volver a subirse y salió poco a poco del coche, le temblaba todo. Se arrodilló llorando en el páramo. Ernesto se crujía el cuello impasible, mirando su reloj de pulsera en lo que Rock salía también del coche.
—Agradezco que me dejéis marchar… yo… l-lo… recordaré siempre…
—Vas a volver a casa —concedió Rock, dando una calada y señalándole con la colilla entre los dedos. —Pero dos de tus dedos de quedarán aquí. Córtaselos.
—¡¡Y una m…!! —el chico trató de huir pero antes de acabar de levantarse Rock disparó dos veces a su lado, haciendo que al chico se le acelerara muchísimo la respiración.
—Pon la mano derecha ahí.
Apartamento de Edith Blackwater
Tardaron casi una hora en aparcar en el barrio donde vivía Edith. Rock sabía la dirección, pero nunca había tenido la oportunidad de conocer la vivienda de la exagente. No es que le diera gran motivación dados los acontecimientos, pero no era un desalmado. O al menos, después de amputar dos dedos a un muchacho por faltar a su palabra y dejarle con los primeros auxilios tirado en mitad de la nada, necesitaba hacer algo bueno para autoconvencerse de que no lo era. Eda había recuperado sólo un instante la consciencia en el camino, pero volvió a sumirse en un sueño, así que Rock tuvo que sacarla en brazos. Ernesto le ayudó a buscar la llave en uno de sus bolsillos y abrieron. Ambos quedaron sorprendidos para mal.
Se notaba que era un apartamento enorme, eso ya lo sabían al toparse con el edificio desde fuera. El interior de la vivienda era amplio; con ventanales y vistas impresionantes al mar. Pero la casa estaba hecha un completo desastre. Parecía un expositorio de lo que era el síndrome de Diógenes. Había una montaña de platos y cubiertos sucios, moscas de la fruta dándose un festín con la fruta a medio podrir, ropa sucia y tirada por todos lados. La mesa estaba llena de mecheros, tabaco, porros y una cajita que contenía heroína y cocaína. También tetrabricks de vino acumulados.
—Menuda pocilga. Tiene todo sucio.
—El reflejo de lo que es esta preciosa ciudad. Dudo mucho que esto estuviera así hace un par de meses—. De hecho, Rock no tenía ninguna duda. Se sentía un intruso al estar cotilleando el dormitorio de Eda, que también era enorme, y se notaba el alto standing de los muebles y la arquitectura. —Prepara el baño. Yo le cambiaré las sábanas, está todo sucio aquí.
—Lo hago porque soy un buen hombre, pero Balalaika no me ha pagado para ser la chacha de nadie.
—Te lo pagaré yo. Quiero hablar con ella.
Ernesto se remangó la blusa y echó un vistazo a Eda.
—No creo que esté bien, tiene mal aspecto. Muy pálida.
—A saber qué mierda es lo que ese cabrón le ha metido en la bebida.
—Algo para dormirla y poder follársela. Pero creo que no eran somníferos. A veces, les dan algo similar pero con unas modificaciones químicas… para activarles la libido y que si luego las chicas violadas vayan a denunciar, su cuerpo no presente ninguna… prueba del delito, digamos.
—No sigas hablando y provócale el vómito, lleva mucho rato inconsciente.
—Espera. Esto no es una maldita película de Hollywood, ¿vale? Los tres putos minutos que he tenido libres antes de conducir hasta aquí sólo he podido verificar que no tenía vómito en las vías respiratorias. ¡Pero nada más!
Rock se tuvo que serenar y dejar al profesional hacer lo suyo. El muchacho no había tenido ni un segundo las manos libres desde que habían salido de la discoteca, y durante todo el trayecto, con la complicación de llevar a una inconsciente que no estaba premeditado llevar, y a un joven al que había que amputarle los dedos, se habían dificultado las cosas. Ernesto vino con su botiquín y trajo también un medidor para la presión arterial. El japonés se hizo a un lado, con la expresión más preocupada.
—¿Pero cómo la ves?
—Mal. Pero lo primero es lo primero, y lo segundo es lo segundo.
—Si había un riesgo superior con su salud, tenías que habérmelo dicho antes de conducir cuarenta y cinco minutos hasta aquí.
—La chica vive en un barrio de fresitas y así ha sido todo el camino. No he visto un solo árbol que no fuera de plantación artificial desde que salimos del suburbio. Si alguien de aquí nos hubiera visto, Balalaika me cruje.
—Así que lo primero es Balalaika y luego esta mujer, ¿no es así? —dedujo, con el tono algo hastiado. Ernesto tenía la mirada concentrada en los resultados del aparato, asintió y le desenfundó el brazo.
—Déjame trabajar. Quita toda la mierda que tiene en la cama y trae manzanilla y algo de comer.
Rock miró una última vez a Eda y se marchó. Cambió las sábanas a la cama y recogió toda la ropa sucia que se encontró tirada por el apartamento, había también algún calzoncillo masculino que echó directamente a la basura. Puso en marcha la lavadora y llenó una bolsa de toda la comida y los recipientes con restos podridos que había por la casa. Se pensó si tirar también la droga, pero eso ya era inmiscuirse mucho más en la vida de Eda. No tenía derecho ni siquiera a entrar así a su casa, se estaba acostumbrando a hacer lo que le daba la gana. Se sorprendió a sí mismo abriendo y cerrando cajones con el fin de registrar y saber en qué andaba metida últimamente. Pero no halló nada sospechoso… lo que se le hizo más sospechoso sí cabía. Ni un archivador, ni una libreta, sólo un portátil que había perdido totalmente la carga por el tiempo sin usar. Además, su escritorio era la única sala de la casa que seguía limpia y recogida. No había usado nada en varios días y se notaba. Era el único lugar con olor neutro. Se frotó los párpados y cuando respiró hondo, se dio cuenta de que estaba nervioso. No quería que le ocurriera nada malo… después de todo y pese a todo, la americana no le parecía una mala mujer.
—¡¡Rock!! ¡Rápido, ven! Trae un cubo o algo.