CAPÍTULO 15. Choque de toxinas
Rock fue velozmente a la cocina y abrió una puerta pequeña tras la que estaban los utensilios de limpieza; cogió un cubo y de cuatro zancadas llegó al salón. Eda había despertado de golpe, pero convulsionaba. Esto frenó en seco a Rock que se quedó mirándola más angustiado.
—¿¡Qué coño le pasa!?
—Relájate. Déjalo ahí y ayúdame a sostenerla.
Eda se agitaba involuntariamente sobre el sofá, las piernas le temblaban, y la boca comenzó a burbujearle en las comisuras. Rock sintió su corazón acelerarse, era joven, con la vida por delante, una carrera hecha, cientos de aptitudes, no tenía más que cuatro años más que él y que Revy.
No te la lleves, Dios, no te la…
Pero Dios no se la iba a llevar estando Ernesto allí. Logró aplicar una inyección y al retirar la aguja del brazo, le hizo un gesto a Rock para que le ayudara a incorporarla un poco. Eda balbuceó incómoda cuando el médico le introdujo los dedos en la boca hasta el fondo, y al palpar la campanilla los retiró rápido, haciéndola vomitar a la primera arcada. Rock le aproximó el cubo, aunque Eda no parecía saber ni hacia dónde lo echaba todo, simplemente se vaciaba como una maldita regadera. De pronto la escuchó toser con su voz mientras continuaba devolviendo, su garganta emitía sonidos de esfuerzo y su abdomen se contraía ante la presión de la mano de Ernesto, que estaba cerciorándose de que nada se quedara retenido en el sistema digestivo por lo menos.
—Tiene la fuerza para vomitar, eso está bien —murmuró Ernesto, leyéndole los pensamientos a Rock. Aquello significaba que estaba más despierta que dormida. Rock miró que sobre el respaldo del sofá había una mascarilla y un aparatito pequeño, conectados por un tubo que mandaba el oxígeno. Eda volvió a abalanzarse sobre el cubo y vomitó más y más. A Rock empezaba a costarle ver el contenido de ese maldito cubo, pero Ernesto lo miraba con ojos científicos y soltó una risilla. —Pues sí que tiene estómago la muchacha. No es poco lo que se estaba metiendo entre pecho y espalda.
Rock se tapó la boca e hizo un esfuerzo por tragarse sus propias ganas de devolver. Después de un rato prudencial, Eda se quedó con la cara medio metida en el cubo, y ambas manos apoyadas en el borde. Le temblaban muchísimo.
—¿Has terminado, eh? —murmuró Ernesto, asegurándose en todo momento de que permaneciera con el tronco recto. Eda trató de buscar la comodidad tumbándose de nuevo, pero se lo impidió y la mantuvo con la espalda recta. —De eso nada, no me fio. No se te ocurra cerrar los ojos ahora.
—A lo mejor le viene bien… ya no tiene esto dentro por lo menos —murmuró Rock con el gesto asquiento, apartando el cubo de ella. Eda balbuceó algo y los ojos se le pusieron en blanco, su cuerpo se volvió lánguido, pero Ernesto la resituó y dejó que se le apoyara en el hombro, zarandeándola con cuidado hasta que volvió a parpadear. Le cabeceó una negativa a Rock.
—De eso nada, no quiero que se duerma. Es peligroso. Creo que ha mezclado estupefacientes alterantes con opioides. Seguramente sólo una de las dos era su intención, pero el capullo que dices que la drogó después le ha provocado un choque en el sistema nervioso. Ve a preparar el baño.
Rokuro obedeció sin rechistar. Llenó la bañera de agua caliente hasta arriba, era una bañera gigantesca y cuadrada, también de alto standing, así que mientras se iba llenando aprovechó para vaciar y limpiar el cubo y también limpiar el lavabo. Puso todos los platos sucios en la máquina lavavajillas, y mientras lo hacía, se daba cuenta que si Eda tenía un lavavajillas en casa, la casa estaba hecha mierda por pura dejadez y abandono a sí misma. Se preguntaba cuánto podía afectar la muerte de un familiar tan pequeño e inocente, y decidió enseguida no juzgar toda la suciedad que vio al entrar. Le recogió toda la casa y cuando la bañera ya estuvo lista, le dio tiempo también a poner la ropa dentro de la secadora. El apartamento de Eda parecía otro en tan solo media hora. Se encaminó de nuevo hasta el salón. El aspecto de la chica tras vomitar era si cabía más lamentable que el que presentaba en la discoteca. Rock recordaba con total nitidez el cuerpo bonito de Eda. Seguía estando tonificada y marcada, pero había adelgazado, y tenía un tono insalubre. Le apartó con cuidado el flequillo que estaba pegoteado en su frente. El mexicano se quedó mirándola prendado.
—Joder, huele fatal. Pero es bien linda.
—Se ha vomitado encima, qué esperabas. Trae ropa de su armario, la que estaba sucia ya la puse a lavar —suspiró—. Cuando recupere la consciencia del todo me matará, le he hecho la maldita casa entera.
—Pues si te quieres poner a barrer, no diría yo que no…
—¡Eda! —Rock se arrodilló espontáneamente a ella cuando la oyó hablar. Tenía la voz gangosa y raspada y unas ojeras enormes. Le acunó una mejilla con la mano y levantó suavemente su rostro hacia él, mirándola preocupado. —Dinos cómo te sientes.
—Yo que tú no me acercaría tanto… —murmuró de vuelta, y tuvo un eructo contenido que avisaba de otra posible vomitona. Rock ni se inmutó, seguía buscándole la mirada.
—¿Puedes respirar bien? —preguntó Ernesto. Eda tardó en reaccionar, pero asintió muy débilmente. Ernesto se quedó mirándola con una sonrisa embobado.
—Eh. —Rock chasqueó los dedos para atraerlo a la realidad. —Deja que yo la meta en la bañera, ¿quieres?
Ernesto se puso colorado y asintió muy rápido, poniéndose poco a poco de pie con ella tomada del brazo. A la mínima que se levantó el cuerpo de Eda se bamboleó hacia un lado colgando del cuello de Ernesto, no tenía fuerza ninguna. Rock se apuró a tomarla en sus brazos y la condujo hasta el baño.
—No te quedes dormida, ¿vale…?
Eda le contestó un balbuceo, tenía las cejas fruncidas y una expresión de sentirse incómoda.
Baño
No era la primera vez que bañaba a alguien, pero sí en aquellas condiciones. Su compañero, no obstante, parecía tener más experiencia. Lavó el pelo de Eda con gran velocidad y, con vergüenza, le dijo a Rock que fuera él quien pasara la esponja y que no fuera mirón.
—Después de lo que me toca presenciar, no tengo ganas de mirar ni de sentir nada —murmuró el japonés, enjabonando a Eda también con rapidez. No disfrutaba con aquello lo más mínimo, Eda estaba semi-inconsciente, lánguida como un cadáver, con la diferencia de que a veces se quejaba o balbuceaba algo.
Habitación de Eda
Al cabo de unos veinte minutos, Eda estaba en su cama con las sábanas limpias, una camiseta y bragas limpias y la cara angelical que él recordaba. Le habían puesto tras la cabeza varias almohadas para evitar que estuviera totalmente recostada. Ernesto volvió al cuarto con el estetoscopio y pasó la mano bajo la holgada camiseta que llevaba. Localizó la zona pectoral y fue deslizando con cuidado la membrana, para escuchar su corazón y después también examinarle el bajovientre.
—¿Está bien? Joder, hasta un puto estetoscopio.
—Desconozco la toxina que le habrán puesto en el vaso, pero se recuperará. No la aconsejo salir de aquí en dos días, eso sí. Y en cuanto pueda tiene que comer.
Rock asintió y observó a Eda descansando. Seguramente oía lo que decían, pero estaba con tal malestar y cansancio que no podía ni emitir palabra.
—Es increíble lo que una droga puede hacer con una persona. Si hubieras visto cómo de repente parecía una muñeca manejable…
—Sí —asintió el médico, frotándose los ojos—. Misma mierda, diferente día. Nada me sorprende de todos modos. —Miró el reloj inteligente que tenía en su muñeca. —La rusa quiere saber cómo fue todo y si tuvimos algún altercado.
Rock y él se miraron instintivamente.
—La llamaré —prosiguió el mexicano, que se marchó de la habitación dejándolos a solas.
Rock sabía que Balalaika también se enteraría del estado en el que se acababan de encontrar Eda, pero ya poco importaba su antiguo estatus como policía encubierta: estaba tan drogada que ni se habría enterado de lo que le hicieron a Bryan. Y aunque lo supiera, ya no podía ejercer. Edith ya no era nada para Roanapur, más allá de una amenaza controlada por la rusa. Pero Balalaika sabía algo importante, y era que ahora la ex agente sí que no tenía nada que perder.
Y eso la hacía potencialmente peligrosa. Era una conversación que Rock había mantenido con Balalaika. Y Rock sabía lo persuasiva y peligrosa que Eda podía llegar a ser.
—Supongo que has oído las indicaciones del médico —murmuró Rock, apartándole cuidadosamente uno de sus mechones. Eda no respondió ni abrió los ojos. —No te quedes dormida. Voy a prepararte algo de comer y enseguida regreso.
Después de uno quince minutos rápidos, Rock volvió a la habitación con una bandeja. Había hecho arroz y un sándwich tostado, junto a la manzanilla que Ernesto le había pedido antes. El médico se había quedado charlando con Balalaika todo aquel rato, lo que le hizo verificar que posiblemente a él también le esperara una charla. Ayudó a Edith a sentarla bien en la cama y la ayudó a comer. La chica, que ya había espabilado un poco, hizo un gesto de dolor al tragar el primer bocado, como si le costara.
—No está tan malo, ¿no? —sonrió Rock, y le tendió más arroz. Eda pestañeó y volcó su mirada celeste en él, unos segundos en silencio. —¿Ocurre algo?
Eda negó con la cabeza y al rato, ella misma cogió los palillos y comió por su propia cuenta. También se acabó la taza de manzanilla, y aquello sí que hizo efecto inmediato en el malestar estomacal que había sentido hasta el momento. Rock se quedó a su lado mientras terminaba de comer y cuando lo vació todo, se puso en pie con la bandeja en la mano.
—Rock —Ernesto entró sin llamar, con el móvil en la mano. —Quédate el coche, tiene gasolina de sobra para regresar. Balalaika me necesita en otra parte y ya llego tarde, vienen a recogerme.
Rock asintió y llevó la bandeja fuera del cuarto, a lo que el mexicano le siguió. Bajaron ambos la voz una vez apartados de la puerta.
—¿Te ha comentado algo de lo que nos ha ocurrido?
—No, dice que no le extraña que el hombre haya intentado forzarla. Y que eres lo suficientemente buena persona para querer socorrerla. —Bajó más el tono, transformándose en un susurro. —Me ha dicho que no pasa nada si te quedas cuidándola hoy, pero que no le hará gracia si empiezas a quedar con ella y… esas cosas. Por conflicto de intereses. No se fia de ella.
—Lo imaginaba. No se tiene que preocupar.
Se despidieron con un abrazo amistoso, y Rock después dejó la bandeja en la cocina.
—Ah… y… colega. Una cosa más —Rock se giró y vio a Ernesto ruborizado. Se acercó a él con timidez—. Es… es muy guapa. ¿Sabes si tiene novio…?
—Vete a trabajar, haz el puto favor —le empujó divertido, aguantando una risa. Ernesto puso un puchero fingido y se marchó.
Cuando regresó a la habitación, casi le da un vuelco al corazón al ver que no estaba.
—¿¡Eda!? —Oyo un ruido en la habitación contigua y se relajó. —Maldita seas, Eda, no me des esos sustos. Haz el favor de no salir aún de la cama, ¿quieres?
Eda estaba en su despacho, colocando el portátil cerrado en el escritorio y poniéndolo a cargar. Rock se acercó a ella desde atrás y la acarició del brazo.
—Has tocado el laptop —murmuró sin mirarle, mientras levantaba la tapa y le daba al botón para encenderlo. Rock no le echó importancia.
—Sí, lo tenías tirado en una esquina. Eres desordenada de narices. Pero no he cotilleado tu laptop, si es lo que te preocupa.
Eda asintió y cuando vio que el ordenador encendía sin problemas, volvió a cerrar la tapa y se puso recta, frotándose un ojo con la mano. Pasó al poco ambas manos por la cara y suspiró, agotada como estaba.
—¿Necesitas algo? Yo te lo llevo —Rock la acompañó de vuelta al dormitorio y la sentó en la cama de a poco. La chica negó con la cabeza y metió las piernas bajo las sábanas, dando otro largo suspiro.
—Sólo estoy con el estómago jodido.
Rock la arropó y se sentó en el borde, observándola. No es que le pareciera el mejor momento para cuestionarle nada, aunque estaba francamente preocupado.
—¿Sabes quién te drogó?
—Me drogué yo misma.
Rock negó con la cabeza.
—El hombre con el que fuiste a la discoteca también te drogó. Cuando no mirabas, te echó algo en la copa. Ha tenido que hacer un contraste nefasto en tu organismo, porque te pusiste blanca de repente. Él trató de… forzarte.
—Oh. Ya veo —asintió sin mucha ceremonia y extendió la mano hacia el primer cajón de la mesita. Sacó un paquete de cigarrillos y lo volcó, pero sólo salieron un par de virutas de tabaco, estaba vacío. Rock la miró y suspiró.
—¿Estás así por lo de…?
—Cállate, Rock. Cierra la puta boca, ¿vale? —le señaló tan rápido a la cara, que él cabeceó hacia atrás, le había lanzado la cajetilla vacía. Se miraron fijamente, pero Eda comenzó a parpadear más deprisa y sus ojos se humedecieron, y su mano perdió fuerza hasta que la dejó caer. Rock no se lo pensó y la abrazó, sorprendiéndola. Comenzó a sollozar en su hombro y se aferró a él con la poca fuerza que tenía.
—No llores. Bebe el té… que vas a terminar por deshidratarte —masculló, haciendo de tripas corazón para no derrumbarse él también.
—Nunca se tuvo que enterar esa zorra de que yo tenía familia… ESA ZORRA… —se desgañitó gritando amargamente contra su hombro, en un nuevo espasmo de llanto. —Pero la voy a matar, te lo juro. La voy a destruir.
—¿Es que no has entendido nada? —no podía permitir que aquello continuara, Eda tenía que encajar la muerte de la niña y seguir hacia adelante si pretendía seguir con vida. La apartó para apretarla de los hombros y mirarla fijamente. —No harás tal cosa, Eda. Porque tienes toda la vida por delante y tú misma puedes formar una familia, ya estáis en paz. Tú la traicionaste, ella te avisó.
—¡¡Su oficio es matar a todo el que se interponga entre ella y su ley!! ¡¡Su ley es ilegal!! —gritó mirándole, pero más colmada de tristeza e impotencia que de rabia.
—Sabías dónde te metías al mentirle. —Dijo Rock, sintiéndose ácido al devolverla a la realidad más cruda de cómo funcionaban allí las cosas. Pero Eda lo sabía, pudo leerlo en sus ojos cuando le oyó. Lo sabía perfectamente. —¿Pudiste hablar con tu hermana?
—¡No, joder, nadie quiere hablarme!
Rock frunció el ceño, lamento escuchar aquello. Eda se pasó las manos por los ojos, secándose las lágrimas.
—No hallarás ninguna redención —le musitó, tratando de hacerla entrar en razón. —No cometas otro error. Estás desligada de ella, no te hará nada. Pero no se fia de ti, ¿entiendes? Y es obvio, escuchando lo que acabo de escuchar. Tienes motivos. Eda, vives en un buen barrio residencial, en una buena casa. Tienes dinero ahorrado como para permitirte vivir diez veces sin dar un palo al agua. Viajar lo que quieras. ¿Podrías recordarte a ti misma que eres una persona que intenta seguir para adelante, por favor?
Eda se controlaba para no seguir llorando, y volvió a secarse los párpados con la mano. Ahora que tenía el rostro compungido y los párpados algo rosados, los ojos le brillaban mucho más.
—La gente como nosotros no puede hacer su propia vida, joder. No lo entiendes… lo único que podemos hacer es velar porque otros puedan tenerla. Y evitar que un malnacido liquide vidas inocentes por un puñado de cocaína. Me había acercado tanto… me había… ¡Joder! —clavó un codo violentamente contra el cabecero de la cama, y Rock miró asombrado que melló un poco la madera. Esta gente, ¿qué clase de titanio tienen en los huesos?
—Puedes hacer tu propia vida y la harás. ¿Me oyes?
Eda estaba alterada, pero muy agotada también, su respiración empezó a ser menos acompasada y el japonés la acarició del brazo. Se miraron fijamente, y volvió a hablar.
—No quiero que mueras, he pasado miedo hoy viéndote convulsionar. No sé qué crees que estás haciendo con tu vida pero hoy has rozado un límite. Prométeme que no buscarás problemas a Balalaika… no por ella, sino por ti. Porque vas a morir, Eda, y tu vida vale más que eso. Y todo lo que hayas intentado no servirá de nada.
Eda le miró varios segundos, hubo un silencio prolongado. Rock no perdió el contacto visual con ella porque de verdad que buscaba convencerla. Discurrió una lágrima más por la mejilla de la rubia, pero para su alivio, Eda asintió lentamente. Volvió a abrazarla, y le fue correspondido.
Al cabo de una hora, Eda empezó a sentirse mejor. No había dejado de ir al baño porque no dejaba de beber manzanilla, hasta que el reloj dio las ocho de la mañana. Ninguno de los dos había dormido nada. Habían estado en la cama hablando, poniéndose al día con lo que era posible contar, y Rock evitó sacarle temas familiares. Al final, se enteró de que Eda no había hecho nada con su vida desde la muerte de su sobrina y de su hermana, lo que había dado pie a buscar distraerse en locales y moteles. Pero eran pasatiempos aberrantes que no le suscitaban placer a largo plazo, como era de esperar. Rock evitó decirle que creía a Eda estar coqueteando con la depresión, más que nada porque quizá no le arreglaba nada. No era psicólogo para determinar algo así igualmente.
—¿No tienes sueño después de todo lo que has pasado? —le pregunto Rock. Buscó su propia cajetilla de cigarros en el bolsillo del pantalón, pero no la encontró. Se la había dejado en el coche. Eda elevó un poco los hombros.
—Lo que tengo es hambre, deberíamos desayunar.
Rock sonrió un poco y asintió mientras se levantaba de la cama.
Cocina
—¿Eso vas a comer? —preguntó el japonés con la ceja arqueada, viendo cómo cogía un paquete de cereales y se los iba comiendo con la mano.
—Los policías comemos fatal.
Rock negó mirándola de arriba abajo.
—Eso serán los demás. Yo te he visto comiendo unos buenos boles de ensalada y de arroz.
—Me encanta la comida japonesa, qué se le va a hacer.
Rock le quito los cereales de las manos, riendo al oír cómo protestaba, y puso dos boles con leche de avena en ellos.
—Así mejor.
Eda cogió el brick de leche y miró la fecha de caducidad. Se encogió de hombros.
—Bueno, todavía se pueden beber. —Dejó que él preparara las cosas y empezó a mirar alrededor. Buscaba algo. Salió de la cocina y revolvió toda la casa, pero cuando regresó a los cinco minutos después, estaba cabreada. —Genial, he perdido el móvil.
—¿Y te extraña? Te digo que anoche no sabías ni quién eras.
Eda dio un largo quejido de protesta, dejándose caer en la isla de la cocina con pesadez.
—Lo que me extraña es que ese cabrón se haya atrevido a drogarme.
—A mí no me extraña, son rufianes que ganan por pegar tiros en callejones —dijo Rock mientras comía de sus cereales.
Eda levantó la mirada y pestañeó un par de veces; al parecer desconocía esa información.
—¿Era sicario?
—Al menos él lo es, trabaja para Balalaika.
Eda frunció un poco las cejas mientras revolvía los cereales. No quería pensar peor de Balalaika de lo que ya venía haciéndolo, pero la situación la empujaba a desconfiar. Rock le hizo una negativa rápida con la mano.
—No, evapora eso de tu cabeza. Te aseguro que ella no tiene nada que ver. Creo que sólo quería echarte un polvo.
—Yo tampoco lo creo, no tendría sentido. Pero es que aquí uno ya no sabe ni con quién puede hablar.
—No sigas yendo a la discoteca del distrito este… ni que no la conocieras, ya sabes la clase de gente que se mueve por allí.
—¿Te refieres a los que venden sin permiso del jefe, o a los subordinados del jefe, que le amputan los dedos a los que venden?
A Rock casi se le repiten los cereales cuando la escuchó, así que no estaba inconsciente cuando hacían aquello, o al menos, había agudizado el sentido del oído mientras los sucesos se daban. De repente, se sintió ligeramente avergonzado. Pero fue un sentimiento fugaz, respaldado por el resto de motivaciones que le habían empujado a llegar donde estaba. No se arrepentía.
—Lo escuché. No pude ver nada, pero lo escuché —murmuro Eda, comiendo tranquilamente—. Me da igual lo que ocurriera con el chico, me lo puedo imaginar. Tampoco voy a juzgarte porque sé lo que estás haciendo.
Rock asintió.
—¿Piensas que soy un mal hombre?
Eda tragó y se apoyó un poco más sobre la isla. Negó despacio y subió la mirada hasta él. Rock sintió los dedos de Eda sobre su mano, ahora estaban cálidos. Nada que ver con el temblor ni la frialdad que tenía horas atrás, mientras devolvía en el cubo.
—Jamás pensaré eso de ti. Creo que eres el único que vale la pena en esta mierda de sitio.
Rock se ruborizó para sus adentro, esta vez, no dejaría que se le notara todo tan fácilmente. No quería que nadie se aprovechara. Pero las palabras de la rubia le confortaron… más de lo que esperaba.
—Te agradezco tu sinceridad —murmuró, haciendo un breve asentimiento.
—¿Podrías quedarte hoy aquí? —Rock se quedó de una pieza, mirándola algo asombrado. Sintió que los dedos largos de Eda seguían acariciando su mano, pero ascendían hasta su antebrazo despacio.
—No voy a marcharme hasta que te vea bien del todo —le contestó, mirándola muy serio. Eda le sonrió. —Pero no voy a ser tu putita.
Ella entreabrió los labios y los cerró rápido, encajando con todas las de la ley la respuesta que se merecía. Frenó las caricias y asintió.
—Siento aquello que le dije a Revy. Estaba cabreada, porque una parte de mí sospechó que quería estar contigo.
—Y quisiste mear bien tu territorio delante de ella, ¿no?
Eda ladeó la cabeza, comprimiendo los labios sin llegar a responder. Para él eso era suficiente afirmativa, así que prosiguió.
—No te equivocabas con respecto a Revy. Entonces yo no lo tenía claro. Pero no me gusta que piensen de mí como si fuera un objeto. A vosotras tampoco os gusta.
La exagente negó paulatinamente con la cabeza, aunque no establecía contacto visual con él.
—Estuve mal ahí. Y lo siento de veras. He debido de asalvajarme en esta zona.
Rock tuvo que reconocerse a sí mismo el permitirse desconfiar de ella. Fue soltando la mano ajena y miró su reloj.
—Quizá me llamen en un par de horas. Intentaré inventarme algo. —Se puso en pie y recogió los boles. —¿Quieres que vaya a comprar algo? Había más cosas en tu nevera, pero tuve que tirarlo casi todo. Estaba pasado.
—Tabaco. Me falta tabaco.
—Tengo en el coche. Pero me refería a cosas para comer.
Eda miró con un gesto de despreocupación la nevera.
—No, da igual. Estoy comiendo mucho más fuera porque apenas paso por aquí.
Rock no quería entrometerse más de la cuenta, así que cogió las llaves del coche y salió fuera.
Cuatro horas más tarde
Después del cigarro, ambos quedaron planchados mientras veían la tele. Eda se quedó dormida en el enorme sofá en el que la noche previa había pasado la mona y Rock tampoco tardó, pues llevaba las mismas horas despierto. Recibió dos llamadas que le dio tiempo a contestar, una de Balalaika y otra del médico. Para hablar con la jefa, aprovechó para salir al coche. No le ocultó nada a Balalaika de los hechos. No tenía por qué. Balalaika le respondió que podía hacer lo que quisiera con su vida personal, pero que tuviera cuidado con las cosas que comentaba en la intimidad. La vida de Eda pendía de un hilo, si hacía algo que no tenía que hacer, o sabía algo que perfectamente se podía evitar que supiera, no duraría ni dos días pisando la calle. Y Rock lo sabía, así que no le daría motivos para que ocurriera. Por último, le avisó de que tendría que volver a trabajar con Dutch en la misión del mes próximo, ya que involucraba la protección de testigos y una mercancía en juego desde que salía del puerto. No había mejor empresa que la de Black Lagoon para llevar a cabo aquello. Tendría unos días libres tras la misión de Bryan.
Regresó sin hacer ruido al sofá y recogió su abrigo. Se ajustó nuevamente la corbata y se sentó para ponerse los zapatos. Cuando estuvo dispuesto a levantarse, sintió que una mano le aferraba fuerte del brazo, evitando que llegara a ponerse en pie.
—Pensé que dormías… —murmuró, mirando a Eda. Estaba tumbada con la cara de lado, por lo que solo le miraba con un ojo.
—Lo estaba, pero te he oído mover.
—¿Quieres algo? ¿Comida a domicilio para esta tarde?
Eda le fue soltando de a poco y se volteó despacio. Incorporó el cuerpo y agarró el zumo de uva que Rock le había traído del coche, y le dio un buche.
—No, ya me las apañaré. —Respondió mientras bebía de la pajita. Le miró de arriba abajo. —Oye, Rock.
—¿Sí?
Eda se puso en pie y se colocó frente a él, tirando por el camino el zumo vacío sobre la mesa. Rock se le quedó mirando de hito en hito, y detestó saber que la mujer seguía teniendo cierto poder de atracción sobre él sin necesidad siquiera de hablar. Era algo que también le ocurría con Revy y con Balalaika. Con sólo ser lo atractivas que eran, había algo en él que se activaba, pero prefería no darle nombre.
—Pasa la noche aquí. Yo me encargaré de la cena —le susurró. Rock se quedó un poco atónito, miró hacia los lados.
—Oye, mira Eda, yo no…
—¿Qué ocurre? —empleó un tono aparentemente inofensivo, que a Rock le hizo sospechar. ¿Estaba mal que se lo propusiera? Quizá no, teniendo en cuenta que había hecho lo que cualquier amigo haría.
—No es que ocurra algo, pero… puede ocurrir. Y quiero que mejores y te estabilices un poco.
—Que me estabilice… —repitió, con un ligero tono burlesco. Trató de que no se le notara mucho en su expresión facial y él le sonrió un poco nervioso. Ella en respuesta también le sonrió.
—Sólo te estoy diciendo que pases la noche y que cenes aquí. Es lo menos que puedo hacer, ¿no? Me has salvado de una buena, japonés.
Rock se mantuvo quieto y con la mirada analítica. Ese era el único paso del protocolo que no tenía claro con Eda. Y por descontado, no deseaba decir algo equívoco y que pareciera que era un sobrado.
—Claro. Pero creo que para hacer la cena, primero habrá que ir a comprarla.
—Tampoco esperes una gran cena de una policía retirada. Tengo ramen envasado, sólo tengo que calentar el agua… y voilà.
Él soltó una carcajada, rascándose la nuca y mirando la cocina de reojo.
—Está bien. Aunque aún es temprano para cenar.
—Si, bueno, lo haré más tarde. Pero no quiero que te vayas aún.
Rock mantuvo la sonrisa escuchándola, hasta que sintió que se le acercaba mucho más, y comenzaba a besarle del cuello. Fue tan rápida en acercarse que apenas le dio tiempo a sospecharlo.
Los hombres somos complicados a nuestra manera, pensó entonces. Es fácil tener las ideas claras antes de hacerlas, o de que nos la hagan. Jamás quise acostarme con Eda, yo lo sé. Sé de verdad que mis intenciones eran sólo quedarme hasta que estuviera bien y alejarla del peligro. Pero por muy claro que tuviera que no iba a liarme con ella, se me ha adelantado y ya la tengo en el cuello… y joder. Qué bien sienta.
Eda lo sabía. Al ver que no la apartó, tampoco perdió el tiempo, sin despegar la boca ni frenar los besos se le pegó más, acariciándole el costado con la mano. Los besos contra su cuello hacían uso de la lengua, una y otra vez, presionando y apretando en ligeros chupetones y suspiros entrecortados.
—Yo sólo quería… de verdad que…
—Ya sé lo que querías —murmuró entre beso y beso, notó un ligero freno cuando Rock la sujetó de la mano para quitarla de su costado, pero rápidamente la mujer situó la misma mano en su entrepierna, acariciando en un vaivén fuerte su bulto desde fuera. —Pero también se lo que quieres ahora…
—No, yo no…
Rock cerró los ojos, maldiciéndose un poco para sus adentros. Eda era rápida, no dejaba pensar. O era él más rápido, o antes de que se diera cuenta la lujuria lo llevaría por el mismo camino de la otra vez y acabaría acostándose con ella. Eda ascendió la cabeza y le trato de girar el rostro hacia ella, conduciéndole hacia sus labios. Rock suspiró hondo al sentir el sabor dulce del zumo en su lengua, chocándose con la de él, pero se aferró a un solo pensamiento y la tomó de la cintura, separándola bruscamente de su cuerpo. Eda suspiró sin esperárselo, abrió los ojos y se quedó mirándole desde la distancia que él le puso con los brazos extendidos hacia delante. Miró sus brazos, y luego a él. Se calmó y sonrió.
—Me cuesta contenerme…
—Eda, estate quieta. Por favor, no me lo pongas difícil.
—¿Difícil? —le preguntó cambiando a una expresión de confusión. Rock bajó la mirada y cerró los ojos momentáneamente. Tenía que ser sincero.
—Yo… echo de menos a otra mujer, y ahora mismo tengo la mente centrada en otras cosas igualmente. Esto sólo me distraería.
Eda se mordió el labio inferior, pensativa.
—Hablas de Revy. ¿Verdad?
—No importa de quién hable, yo… sólo sé que quiero centrarme. Porque sino perderé el rumbo, y tengo claro lo que quiero hacer con mi vida. Además, tú…
Eda aguardó a que continuara, arqueando una ceja. Rock fue quitando las manos de su cintura y tragó saliva.
—Tú supones un riesgo —murmuró—. Hay una parte de ti de la que no me fio. Y cuando volvimos de Virginia, yo sentí algunas cosas.
—No te estoy entendiendo, así que háblame claro —le dijo casi cortándole. Rock noto en su voz un muy claro cabreo al no haberse salido con la suya.
—Me gustaste, ¿sabes? —le confesó y frunció un poco el ceño, mirando a otro lado. —Siempre he tenido la mirada puesta en Revy, pero tú te presentaste en el momento ideal para trastocármelo todo y… ahora…
Eda comprendió que si aquello era verdad, tendría que pensárselo dos veces.
—No puedo mentirte, para mí fuiste una distracción.
—De eso ya me di cuenta. ¿Entraba en tu plan embaucarme para que yo te siguiera la corriente con Balalaika en aquella misión?
Eda se puso tensa y la expresión le cambio. Rock asintió, apretando los labios.
—Me lo imaginé, descuida —completó.
—Tú y los tuyos no le ponéis precio a la justicia, pero yo sí. Estuve dispuesta a pagar muy caro por ella.
—Y cuando llegó la hora del pago, te sorprendió la cifra.
Eda alzó la mirada, ahora con altivez.
—Es cierto que fuiste una distracción y el ingenuo al que tenía que convencer —convino—, pero me gustaste. Quise continuar la relación pero las cosas con Balalaika lo complicaron, bien lo sabes.
—Si solo no me hubieses engañado, habrías salido bien parada de aquello. Pero no puedo replantearme mi vida por alguien que ni confía en mí, y que cree que puede usarme a su antojo.
—Ya no creo eso.
Rock alzó una ceja.
—¿Que ya no crees eso?
Eda suspiró y se cruzó de brazos.
—No quiero que estés con Revy, ¿vale? Me atraes. Creo que eres un buen tipo. Oye, por qué no… —empezó a negar con la cabeza, hablando como si aquello le produjera mucho aburrimiento. — Si, por qué no lo dejamos estar y hablamos tranquilamente de este tema. Me interesa.
—No puedo… —negó él, bajando la mirada y suspirando. —Estáis todos curtidos en la mentira. Si me quedo y te oigo hablar, sé que me convencerás, y que volveremos a acostarnos. Y lo lamento —se cerró la chaqueta—, pero me hizo daño saber todo lo que opinabas de mí y que muy panchamente le soltaste a Revy. Espero que puedas encontrar la calma de todos modos, de verdad que me gustaría verte tranquila y dejando de maquinar cosas que sólo te traerán la desgracia.
—Rock —murmuró apenada, acercándose a él. —¿Es que no vas a perdonarme aquello, joder?
—Estás más que perdonada, pero no quita el daño. Y no quiero que me veas como un imbécil rencoroso. Simplemente que me di cuenta de que no puedo replantearme cambiar de vida por personas que tratan a otras como juguetes. Quiero centrarme en mí mismo.
Sí. Joder. Soy un puto rencoroso.
Eda le miro arreglarse y suspiró, apretando con fuerza los dientes en el labio inferior al morderlo. No le trastocaría más la cabeza, no se lo merecía. Carraspeó y le señaló la puerta con la mano.
—Está bien. No quiero obligarte a nada.
Rock asintió lentamente.
—No desaparezcas, Eda. Somos amigos, ¿no?
Eda no le miraba, seguía cruzada de brazos.
—Sí, supongo.
—Quiero saber de ti, volveremos a vernos.
Eda asintió. Rock ladeó la cabeza y volvió a hablar, más sonriente.
—Acompáñame, que te voy a dejar en la tienda. No puedes estar sin teléfono.
Eda suspiró y se puso unos pantalones y las zapatillas.
No cruzó más palabra con él más allá de la despedida. Y pasaría bastante tiempo antes de que Rock la volviera a ver.