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CAPÍTULO 20. Di quién manda


NO, NO LO HAY. ¡NO LO HAY!

¿SEGURO, ROCK? —vociferó en su mismo tono, con las caras muy cerca, ambos se miraban fijamente. Pero Rock no tenía ni por asomo la tranquilidad que emanaba de las facciones de la rusa—. ¿Crees que Chang sabría con tanta precisión las coordenadas tuyas de no ser por un topo? ¿EH, ROCK? Piensa. Con tu cabeza de arriba por una vez, PIENSA, COÑO. —Le golpeó con el dedo índice en la sien, y Rock sintió que iba a babear ira pura. —¿Crees que luego él mismo no sería capaz de traicionarla por conseguir una ruta de opio multimillonaria, EH? ¡ERA PERFECTO! Te engañaba a ti, la usaba a ella como topo para engañarla y eliminarla después y se quedaba con la ruta. ERA UNA JODIDA OBRA MAESTRA, Y TÚ HAS SIDO EL PEÓN ENTRE LOS PEONES. UN PEÓN CON SUERTE, CLARO, PORQUE EVITASTE QUE LA BOMBA TE EXPLOTARA A TI.

—Estaba enfocado intentando hacer todo lo que me decías —parpadeó y la miró fijamente. Alzó un dedo en tono acusatorio—. Pero ya veo, que cree el ladrón que todos son de su condición. ¿No, Balalaika? —sonrió malévolamente— ¿Qué querías tú de mí, cuando intentaste besarme en tu habitación de hotel aquella vez?

Boris lamentó haber oído eso, y observó a Balalaika. Ella mantuvo la mirada en Rock, con su impertérrita sonrisa.

—Sólo cerrar bien una jornada.

—Ya es suficiente. He oído bastante. Capitana, deje que eche a este cerdo de aquí.

Rock mantuvo su sonrisa enfermiza y se despegó despacio del escritorio. Boris lo cogió del pescuezo y lo volteó de un empujón, lanzándolo fuera de la oficina. Se cerró la puerta de golpe y los vigilantes que custodiaban el pasillo lo guiaron un poco alterados a la salida trasera del hotel.

Exterior

—¡¡¡¡GAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!! —Gritó con todas sus fuerzas, jodiéndose la garganta mientras caminaba por el centro de Roanapur. Los pájaros enjaulados a la venta revolotearon asustados, algunos gritándole por el susto, otros loritos incluso le insultaban en su dialecto. Pateó una de las jaulas, y el animal dejó de aletear y emitir sonido alguno. Rock respiraba muy agitadamente con los puños apretados. Quería asesinar a alguien.

Hotel Moscú

—Así que le besaste —murmuró tras un prolongado silencio Boris, abandonando ya el trato de usted… cuando estuvo seguro de que el jaleó pasó y que nadie les oía. Balalaika se arregló el flequillo y retomó el cigarrillo que había tirado a medias al cenicero antes, colocándolo sobre sus labios sin decir nada. —Balalaika.

—Sólo fue un beso. —Murmuró mientras trataba de hacer encender el mechero.

—¿Has besado a alguien más?

Balalaika dio una larga calada, calmada y pacíficamente, y soltó igual de despacio el humo blanco mientras sus pupilas llegaban hasta las de Boris. Soltó el mechero sobre el escritorio.

—Claro que no.

Boris ladeó una sonrisa.

—No es verdad.

—No preguntes lo que ya sabes. Me obligas a mentirte para no verte esa estúpida cara de perro degollado, sargento.

—Eso es precisamente lo que más detesto. Que me mientas a mí.

Balalaika se arregló la gabardina militar y suspiró.

—Hablaremos de esto en otro momento.

—Le has mentido al chico —meneó la cabeza hacia la puerta—, nos consta que Rebecca no guarda relación alguna con la Tríada de Hong Kong.

Balalaika le miró fijamente, apoyada en la estantería. Sus largas piernas se cruzaron estando de pie, y le sonrió un poco.

—Ya. Y qué —ladeó un poco la cabeza. —¿Quieres venderme?

—Le has comido la cabeza. Ha salido como un loco sin saber si puede confiar ya en su propia sombra.

—Y cuando lo asuma será un hombre nuevo. Se volcará en lo importante. Veo potencial en él, pero quiero que antes se libre de esos lastres sentiment… —la frase le quedó a medias, porque sin esperárselo ni ella misma, Boris soltó el fusil al suelo y la arrinconó duramente contra la estantería, agarrándola con un puño de su abrigo. Encerró fuerte los dedos y la comprimió con su propia corpulencia. Balalaika se sorprendió, pero enseguida recuperó el tipo y se quedó mirándole fijamente. Mantuvo el temple, todo lo contrario que él, que apenas se reconocía tras atacarla así tras quince años de compañerismo.

—Un hombre necesita tener algo o alguien en quien creer. Sino, tu y yo sabemos los estragos imprevisibles que puede provocar. Lo sabes —apretó más la mano en el cuello de su abrigo, apretándola más contra los libros. La rusa le observaba con fijeza.

—Son tus celos los que hablan, sargento. Calma… mírate… —bajó la atención al enorme puño de Boris, que estaba tan apretado como tembloroso— …estás nervioso…

Boris cerró fuerte los ojos y despacio, fue abriendo el puño y liberándola. Balalaika le siguió atenta con la mirada, observando su expresión.

—Lo lamento. Yo…

—No —lo calló colocando la yema de tres dedos sobre sus labios, y él no fue capaz de devolverle la mirada—. Siento habértelo ocultado. Pero no necesito a un escolta triste y despechado que tenga la mente llena de tonterías.

Boris calmó los nervios del todo y lanzó un suspiro; no tardó en recuperar su expresión natural de siempre. Era cierto que no podía dejarse embaucar por sentimientos tan primarios o acabaría cagándola. Separó su cuerpo de ella lentamente, sofocado. Balalaika deslizó los dedos que tenía sobre su boca hacia abajo, paseándolos por el cuello, y el hombre inspiró hondo y ladeó la cara ante su contacto, como si fuera un animal herido aliviándose. Al abrir los ojos y mirarla ella también le observaba, con una fijeza que calaba hasta las entrañas. Siempre había tenido mucha fuerza en la mirada, y sus facciones completamente rusas no es que la hicieran angelical precisamente. Se obligó a voltearse, pero Balalaika cerró el puño en el cuello de su camisa igual que había hecho él, y le atrajo de vuelta para chocarse contra su boca y comenzar a besarle. Esto hizo reaccionar negativamente a Boris, que la cogió de las muñecas y se apartó muy rápido de ella, de mala gana.

No…, la mente de Boris no quería ceder. Su cuerpo, sin embargo, y sus recuerdos…

Balalaika rio por lo bajo y logró zafarse de uno de los agarres, con lo que volvió a agarrarle y se le acercó metiéndole la lengua entre los labios. Boris gruñó cabreado y la apretó bruscamente de los hombros, empujándola con más violencia contra la estantería y provocando que algunos libros por el impacto se cayesen a los lados y sobre la cabeza de ella. Balalaika emitió un pequeño quejido ante el golpe y de manera muy fortuita le cruzó la cara con una bofetada, que Boris sintió hasta en el alma. Cuando levantó la palma para cruzarle otra la agarró de la muñeca, y ni corta ni perezosa Balalaika le abofeteó con la otra mano, empleando más fuerza aún. Con las dos mejillas enrojecidas, el hombre la agarró de ambas muñecas y comenzaron a forcejear. Los dos eran corpulentos, tenían las piernas largas y musculadas, aunque había una enorme diferencia entre ambos, y era que él no pretendía hacerle ningún daño. Le empujó las manos y se las soltó, pero la mujer lo agarró de ambas mejillas con una mano y le hincó las uñas, conduciéndole la dirección de la cabeza.

—No interferirás en mis planes personales por motivos personales, te lo dije hace años y te lo repito, por si se te ha olvidado.

—El único motivo que aún me ataba a tu causa era mi admiración.

—No quiero tu admiración. Quiero tu respeto —le contestó veloz, sin soltarle la cara. Empezó a apretar con una fuerza que Boris sintió en su mandíbula, y al intentar retirársela, volvieron a forcejear. Esta vez notó la agresividad femenina desde el principio. Trató de ponerse en guardia pero ella no le soltaba, y de pronto recibió una cachetada más que lo enfureció. La agarró de la coleta con fuerza, tirando hacia atrás, y la oyó emitir un quejido. Pero no se esperó el rodillazo en su entrepierna. Eso le hizo ver las estrellas e inclinarse, en un bufido de dolor. Allí echado, respirando entrecortado, la oyó reírse, su voz sonaba justo por encima de su cabeza. Era suave y lenta, pero también macabra. Apretó los dientes adolorido mientras sus manos apretaban sus huevos, y tensó más la mandíbula al sentirla agarrarlo despacio del cuello de la camisa. Alzó el rostro hacia ella, que le devolvía la mirada siniestra y burlesca. Estaba sonriendo, pero emitió un largo suspiro condescendiente. Enroscó el puño sobre el cuello de su blusa y tiró hacia arriba, levantándole unos centímetros en lo que él acomodaba las piernas y volvió a besarlo. Boris tuvo dos amagos de volver a escaquearse, pero Balalaika insistió e insistió, sintió su otra mano encerrándole la mandíbula desde abajo para conducirle la cara de nuevo, y al final, al sentir la presión de su suave boca y su lengua adentrándole, sintió que ya era muy difícil separarse. Tenía un poder hechizante sobre él, al que varias veces había intentado hacer frente. Pero los recuerdos para él tenían un peso significativo y Balalaika, o mejor dicho Sofiya, lo tenía bien calado y jodido desde que se cruzó en su camino. Los tres años de edad que le sacaba a la rusa nunca significaron nada: ella tenía una mente superior, más fuerte, más pragmática, y más manipuladora. Lo sabía y no podía hacer nada por detenerla. Le había herido saber que había dado un beso a Rock. Aunque ahora, sintiendo la fuerza de su boca y su lengua contra la suya, y sus manos sujetándolo del cuello y de la ropa, volvía a sentir la conexión pura. Llevaba muchos meses evitando a toda costa el contacto físico con ella porque sabía lo que podía provocar. Se le encendió la llama. Dejó de agarrarla con la intención de detenerla y condujo las manos hasta el borde de su falda. Una mano se posó en su culo, el cual agarró con fuerza para luego bajar la diminuta cremallera del lateral y dejar que cayera al suelo. Estaba enfocado en el beso y no podía mirar hacia abajo, pero el tacto de sus trabajadas manos sintió el encaje de las ligas que llevaba y el tanga, y le excitó. Centró las manos en cada nalga y las masajeó con fuerza, pegando el cuerpo al suyo una y otra vez; quería que después de aquello el olor de la rubia se le quedara en la ropa por mucho tiempo. Balalaika dejó que la tocara mientras se ensalivaban la boca sin parar; Boris gimió excitado por el roce de los cuerpos y ascendió una mano de nuevo a su coleta, esta vez con la intención de retirarle la goma. La rusa meneó la cabeza para liberar su largo pelo platino y volvió a su boca, soltándole del cuello de la camisa y esta vez colocando las manos en sus hombros. 

—Te quiero, muchísimo…

—Lo sé —musitó ella, muy cerca de su boca—, arrodíllate…

Boris parpadeó mirándola, suspirando excitado. Le buscó la boca de nuevo y deslizó su gabardina poco a poco por sus hombros, pero Balalaika sonrió un poco y le frenó las manos, subiéndose de nuevo la gabardina. Presionó los hombros masculinos hacia abajo con las manos.

—Abajo —musitó de nuevo, ligeramente más imperativa. Boris quitó las manos de ella y se apartó lentamente, mirándola de arriba abajo.

—Capitana…

—Lo que tengas que decirme, me lo dirás desde el suelo.

Boris realmente se lo pensó dos veces. Sabía que se había extralimitado desde el mismo segundo en el que decidió empujarla contra las estanterías, jamás la había enfrentado. Pero no dejaba de ser por un motivo importante, estar siempre detrás de ella pasándole factura emocional. Asintió muy despacio, asumiendo su posición, y fue agachándose hasta que sus rodillas tocaron el piso. Balalaika le siguió con la mirada seria ahora, y la poca sonrisa que tenía se perdió por el camino. Aprovechando que el escritorio estaba justo tras el cuerpo de él, se aproximó allí para arrinconarle un poco y se desenganchó las ligas con las manos. Boris bajó la mirada a su tanga negro y respiró entrecortadamente, excitado y doblegado. La rusa se bajó la ropa interior, completamente vestida de cintura para arriba, y cuando sus miradas se encontraron, él sintió que estaba demasiado seria. Como si un rayo le atravesara de repente, Balalaika le volvió a cruzar la cara de un mal puño, y Boris gimió adolorido con la cara doblada por el impacto. Antes de poder reaccionar recibió una bofetada en la otra dirección, y luego otra, y cuando se preparaba para recibir la cuarta trató de atraparle la mano en el aire, pero ella se la vio venir y la subió, para responder con otra bofetada más que lo hirió en el labio.

—La próxima vez que vuelvas a empujarme, y a darme consejos de moral, te haré más daño —le susurró, en un tono bajo. Boris trataba de calmarse, Balalaika nunca pegaba suave. Se saboreó la sangre del labio con la lengua y ya no se vio capaz de mirarla a la cara. Balalaika se aferró a él y le puso el coño en la cara, a lo que Boris se replanteó en una fracción de segundo si hacerle algún daño físico.

Pero no podía.

Apenas había sido un pensamiento intrusivo.

Él nunca podría hacerle daño a ella.

—Demuéstrale a tu capitana cuánto la respetas —le ordenó, hablando algo más alto. Boris frunció un poco el ceño al principio, pero inspiró hondo y se centró en el maravilloso cuerpo que tenía delante. Se excitó nada más pegar su nariz al abdomen femenino, abrió la boca para acatar su pedido. Era increíble lo sumiso que podía llegar a ser un hombre de principio férreos cuando la mujer a la que amaba le ponía entre la espada y la pared. Por supuesto que la obedeció, y pasados los primeros segundos de humillación, sintió cómo su polla crecía mientras le degustaba la vagina. Empezó a contener sus propios bufidos de placer mientras le practicaba sexo oral. Balalaika se sostuvo con una mano al escritorio y al mirar hacia abajo sus largos mechones rubios flotaron, se los echó hacia atrás para que no le entorpecieran semejante visión. Lo mantuvo allí el rato que quiso -que se aseguró de que fuera bastante- y en cierto momento exhaló un suspiro de excitación contenida, mientras le manejaba la cabeza a su conveniencia. Boris cerró los ojos y repasaba sin parar su clítoris y sus labios vaginales por entero, sintiendo cómo los fluidos femeninos caían de vez en cuando y eran recogidos por su lengua. No pudo aguantar más al sentirla tan húmeda y se trató de poner en pie agarrándose a sus caderas. Balalaika le agarró fuerte del pelo y le dobló la cabeza tirando hacia abajo; le apretó más contra el escritorio, obligándole a permanecer de rodillas. Abrió un poco más los muslos y los posicionó a cada lado de su cabeza, dejándole un espacio mínimo para que siguiera trabajándole allí. Boris gimió placenteramente, aunque también algo disconforme, y se centró exclusivamente en dar todo de él para masturbarla. La rusa, tras un largo rato en el que no paró de observarle, empezó a sentir su absomen contraerse y sus pezones erizarse bajo la ropa. Boris se animó al escucharla dar un gemido. Hasta una roca como ella tiene sentimientos, comprobó para sus adentros mientras seguía aplastando fuerte la lengua contra su clítoris una y otra vez. La rubia gritó débilmente y soltó la cabeza de Boris para sujetarse al borde de la mesa, marcando un vaivén duro y fuerte sobre su boca, rítmicamente. Los gemidos se volvieron más seguidos, más agudos, e iba lentamente subiendo la cabeza en dirección al techo, sin dejar de mover la cadera rudamente contra su cara. Boris aprovechó que estaba a punto de explotar para meterle dos dedos en la cavidad de golpe, provocándole un jadeo entrecortado más agudo. Boris recibió un chorro transparente en la cara que le mojó entero, y Balalaika bajó la mirada hacia él, con la mirada lasciva y los labios abiertos, gemía con una sonrisa maliciosa del enorme placer que le daba ver a un hombre tan fuerte sometido entre sus piernas, con la cara llena de su corrida. Boris lanzó un suspiro largo mirando hacia el suelo, respirando y descansando la boca, mientras oía encima suyo cómo los suspiros susurrantes de la militar se convertían lentamente en una risa floja, pausada… que no cesaba y que cada vez se materializaba en una carcajada más siniestra. Boris sabía lo que se le debía estar pasando a Sofiya por la cabeza, el regocijo inmenso que debía sentir al tratar a las personas como quería y salirse siempre con la suya. Su risa era macabra y al verla le estaba mirando a él, totalmente burlona. El sargento se pasó la mano por la cara, la cual tenía completamente regada, y tras unos segundos donde por fin la oyó callarse vio por el rabillo del ojo su mano, de la que colgaba un pañuelo de papel. Lo tomó y se secó la cara con él, en lo que ella se apartaba y se subía el tanga. Se giró hacia un lado para engancharse las ligas, mientras sus ojos observaban con fijeza a Boris. Éste se volvía a poner en pie despacio y se acomodó como pudo los calzoncillos desde fuera como pudo, para que no fuera tan evidente su erección.

—Hay algo que quería preguntarte antes de continuar con el trabajo —murmuró mientras se volvía a abotonar el cuello de la camisa. Balalaika seguía mirándole callada, mientras se subía la cremallera lateral. Boris lanzó el papel en la papelera—. Lo del bombardeo en Japón…

—Fueron dos niñatos contratados por Chang.

—Lo sé —le devolvió la mirada— pero, ¿tienes idea de quié…?

—No —murmuró y retiró el contacto visual. Boris lo tradujo automáticamente en un sí, porque la conocía de sobra.

—Te dije que le perderíamos. Si continuabas… llevando esta vida…

—Sargento, vuelve a tus quehaceres. No tocaré este tema aquí —le increpó de pronto.

El tema de Batareya siempre le había sido tabú a él. Balalaika había prometido en un pasado no tan lejano que ejercerían en algún momento como padres, pero que mientras la guerra y los negocios turbios finalizaban, sólo ella sería su madre y desde la distancia. Ahora, con un niño de trece años alto y fuerte, pero de mente endeble y endemoniadamente seguidor de la fortaleza que había visto en su madre, sabía que podía acabar igual de jodido que él mismo en un futuro cercano. No quería. No quería que conociera a otra mujer como Balalaika y que le jodiera el raciocinio.

—Te doy la enhorabuena, capitana —ladeó una sonrisa irónica—. Tú sola has ejercido, malamente y desde la distancia, y has forjado sin querer un criminal. Si sigues así, se convertirá en tu peor seguidor. Y seguirá sin traerle cosas buenas.

—Parece mentira que lleves en estos barrios de mierda tanto tiempo y sigas pensando que con el buenismo se llegue a alguna parte.

Boris asumió su parte de culpa, que dicho fuera de paso, no distaba de ser resultado de lo que ella decía. Respiró hondo y se concentró para salir ahí fuera, al pasillo.

Para volver a fingir que allí dentro no había ocurrido nada y regresar al trabajo.

Un tiempo después

Zona de rehabilitación

—Así que el muy capullo no ha vuelto a visitarla desde el mismo día de la explosión —musitó Dutch, apoyado de lado contra la vitrina que daba a la sala de rehabilitación de pacientes. Allí dentro Revy era ayudada por un fisioterapeuta a caminar entre dos barras, tras 3 semanas de reposo en camilla una vez concluyó la operación. Benny miró a través del cristal igual que hacía su jefe. No era la primera vez que traían a Revy en coche hacia el ala del hospital que se ocupaba de su recuperación, pero sí la primera que salía a la luz el tema de Rock, al cual no veían ni sabían de él desde hacía justamente ese tiempo. Había desaparecido entre el sinfín de trabajos que exigían en el Hotel Moscú. Revy no había mencionado ni una palabra al respecto hasta que Benny la cuestionó.

—Le pregunté por curiosidad, pero no sabía nada. Al parecer se despidió de ella cuando estaba en la unidad de Vigilancia Intensiva y no regresó. Pero dice que ha estado un par de veces… mirándola desde la puerta.

—Menudo mal rollo. Se va a convertir en un acosador, lo que le faltaba. No le bastaba con estar metido en el mundo del crimen.

—Ya… le pregunté precisamente porque yo vi algo raro… el otro día.

—¿Algo raro?

Benny negó con la cabeza, evadiendo el tema.

—En fin, hablemos más tarde. Yo tengo que marcharme ya, le prometí a Jane que la acompañaría al ayuntamiento.

—Pst… vigila bien lo que vaya a hacer ahí. Yo iré a tomar algo y volveré a por este trasto —murmuró cariñosamente, refiriéndose a Rebecca. Ambos salieron del ala hospitalaria y se despidieron en el exterior.

Revy siguió haciendo sus ejercicios a lo largo de las barras, que eran con diferencia los más dolorosos. Sudaba como si hicieran 40 grados, pero era la única que vestía con una camiseta manga corta, empapada de sudor en el cuello al dar un nuevo paso. La rótula no se había vuelto a desplazar, lo cual era una señal excelente. Signficaba que no tendría que pasar por quirófano si seguía cuidándose. Pero el caminar se había convertido casi en un deporte de riesgo por el hecho de las suturas de su abdomen, al haber sido tiroteada. El conjunto de esas heridas había triplicado la dificultad de toda la rehabilitación, y tuvo que armarse de paciencia en los primeros encuentros con su fisioterapeuta. Pasaba mucho dolor en aquellas cuatro paredes.

—Perfecto, Rebecca. Es increíble la rapidez con la que estás soldando —la animó el licenciado que la esperaba al otro lado de las barras, pues ya más o menos podía avanzar sola. Revy tenía una debilidad apabullante en la pierna y sus músculos estaban flojos. Logró llegar a ese extremo y él la sujetó para ayudarla a llegar hasta el banco. Allí le ofreció agua y ésta bebió con ganas, respirando hondo.

—Qué puto dolor. ¿Cuándo se me irá el dolor?

—Pronto si sigues mejorando. Lo más importante es no tener resbalones ni torceduras tontas, cada paso dado tiene que ir con mucho cuidado. ¿Bien? Te quedan otras tres vueltas y acabamos.

Revy asintió y dejó la botella a un lado. El fisio le explicó los ejercicios que le tocaría hacer la semana siguiente, que variaban un poco siempre con respecto a los de la semana anterior. Revy asintió y suspiró sólo de imaginarlo, qué pocas ganas que tenía.

—Tómate un descanso, volveré en cinco minutos —murmuró palpándole el hombro y se alejó trotando hacia el pasillo. Revy se quedó en el banquillo descansando y recuperando el aliento mientras secaba su sudor con la toalla. Cuando miró hacia la vitrina esperando encontrarse a Benny y a Dutch, le chocó no ver a ninguno. En su lugar, una sombra se escondió por la puerta. Revy frunció el ceño. No había armado un numerito las otras veces que había visto a Rock lejos, porque él sólo la miraba y se iba sin intercambiar palabra alguna, pero si era él por tercera vez yendo a observarla, se las arreglaría para darle un puñetazo.

Pero sintió un pequeño desazón cuando descubrió que en efecto, era él. Rock la observaba fijamente al lado de la puerta, fumándose un cigarrillo. Estaba prohibido fumar allí. A Revy había muchas cosas que le molestaban enormemente en el mundo, y una de ellas era sentirse vulnerable. Así se sentía. Rock la había tratado mal en el apartamento de Tokio, le había gritado igual que ella, y tras semejante incidente con unos matones, se fue el mismo día que la postraron en una camilla. Se sentía profundamente herida con él, y al ser la que había estado en una posición de víctima continuamente, era como si la presencia de Rock le recordara lo insegura y poca cosa que era. Lo odiaba.

Rokuro tiró el cigarro y se despegó de la puerta, caminando lentamente hacia la vitrina. Al verle, la chica se tensó muchísimo. Apretó los dientes instintivamente por la ira creciente en su cuerpo. No podía hacer ninguna tontería ahora si no quería verlo repercutido en su recuperación.

—No te acerques más. —Le dijo cuando llevaba la mitad del camino. Rock abrió la puerta de la sala sin ningún miramiento, entró con las manos en los bolsillos y mirándola fijamente—. ¿¡Es que no me oyes!? ¿Qué coño te pasa, tarado?

—Tranquilízate. No vengo a ver cómo estás.

La mirada de Revy se trastornó unos segundos. Esas palabras de Rock la herían, ya no podía negarlo. Desconocía por qué se había vuelto tan capullo.

—Sé breve, no quieras que Dutch te pille aquí. Le he contado que me has estado esp-…iando… —le costó acabar la frase, al ponerse en pie con mucha dificultad. Dio un par de brinquitos hasta ponerse cerca de las barras. Rock la miró moverse y tardó unos segundos en intervenir.

—Porque quería hablar contigo, pero siempre estabas acompañada.

—Bien, pues aquí me tienes. Qué te pasa —dijo con notable acritud, sin mirarle y con las manos sobre las barras para mantenerse en pie.

—¿Recuerdas alguno de los rostros de los chicos? Del muerto y del que te atropelló.

Revy no quiso parecer aún más vulnerable, pero recordar aquel momento la hizo dejar de moverse y suspirar brevemente. Tenía aún algo del estrés postraumático. Le había afectado mucho levantarse con la pierna rota y ver, al mirar hacia atrás, cómo un coche la embestía y seguidamente notaba los dos impactos de bala en el abdomen. Ajustó las manos en las barras, apretando ahí sus nervios.

—N-no. No lo recuerdo bien. Ya me estuvo preguntando la policía.

—No me interesa la investigación de la policía, todos mienten. Necesito que hagas memoria.

—No pude apenas fijarme. Creo que tenía el pelo claro, pero no estoy segura. Todo son… ráfagas.

—¿Era blanco? ¿Color de ojos, quizá? Fue en Japón, así que esos detalles son importantes.

—Te estoy diciendo que no me acuerdo, joder. Si eso era todo, márchate. Como haces siempre.

—Me parece que no me has entendido —murmuró con impaciencia. Revy cruzó la mirada con él… parecía otra persona. Hasta su ropa era distinta, de mayor calidad. Tenía unas gafas de sol colgadas en el cuello de la camisa—. Fuiste la única testigo del niñato que se escapó. El coche no tenía matrícula. ¿Cómo disparaba?

—Bien para estar dentro de un coche.

Rock la miró y arqueó una ceja tras varios segundos.

—¿Y…?

Revy rodó los ojos y se puso recta de repente, lo que casi le provoca caerse. Se sujetó bien a las barras y le encaró, con la voz agotada.

—Pregúntale a tu zorra de pelo rubio. Ella lo sabe todo, ¿no?

Rock pareció confuso.

—¿A mi zorra…? ¿De quién hablas? ¿Eda?

Ahora la que pareció confusa fue Revy. ¿Por qué iba a referirse a Eda? Hablaba de su jefa la rusa, no de Eda.

A menos que…

Miró hacia la puerta y se percató de que una figura más había cercana a la puerta, claramente aguardando algo o alguien, pero no parecía tener intención alguna de entrar. Entonces cerró los ojos sintiéndose mucho más agotada, y las pocas fuerzas con las que iba a encabezar el resto de la clase se le disiparon por completo. Rock vio que Revy estiraba una mano hacia las muletas que había apoyadas en la pared. Se aproximó hacia éstas, las cogió y se las tendió, pero justo cuando iba a coger una de ellas se las quitó, y Revy por poco sufre una caída. Rock las lanzó muy lejos, quitándoselas del alcance. Revy suspiró impresionada y antes de caer el japonés la sostuvo de los brazos, manteniéndola en pie. Le apoyó con cuidado la espalda en el espejo que había frente a las barras, donde los pacientes iban mirando su propio avance. Revy gritó cansada.

—¿¡PERO QUÉ COÑO TE PASA!? ¿QUIERES MATARME?

—No —murmuró Rock, indolente. La sostuvo de los brazos y la miró de cerca, el rostro, el cuello. Había adelgazado, pesaba menos—. Verás. He estado haciendo mis averiguaciones. Dutch siempre ha mantenido el contacto con Chang tras su pérdida ante Balalaika, lo de la ruta… y todo eso.

—Me da igual toda esa jodida mierda, Rock. Suéltame.

—Pero a mí no me da igual. Necesito saber que el que quedó vivo no sigue sediento de sangre, porque en ese caso, mi familia corre peligro y yo también. También necesito saberlo por presión de los intereses de la rusa. Y ya no me es tan fácil ponerme en contacto con Chang.

Revy respiraba angustiada, se notaba el cuerpo y la mente cansada y no quería seguir recordando aquel día de mierda, porque una vez se acordaba de uno, se acordaba de todos los demás.

—Yo…

—¡Haz el puto favor de recordar! ¡Eres la única que vio algo! —la apretó de los hombros, y cuando Revy tensó el cuerpo por pura inercia, sintió que el abdomen le daba un calambre nada amistoso. Gimió en un grito breve y su cuerpo se movió hacia un lado. Rock dejó de apretarla y trató de mantener el tipo—. Contra antes te acuerdes, antes acabará y antes me marcharé. No quiero nada más que tenga que ver contigo.

Exterior de la sala

Dutch salió del coche con una bolsa llena de refrescos y se aproximó a la puerta que daba al ala de rehabilitación. Estaba tan ensimismado en su mundo con sus pensamientos que casi pasa por alto la presencia de la mujer que estaba apoyada en el muro exterior, muy cerca de la puerta. Aunque llevara gafas de sol y ropa de abrigo hasta el cuello, reconoció sus facciones y su pelo rubio natural era inconfundible en una zona como aquella.

—¿Eda…? ¿Cómo tú por aquí…? —preguntó extrañado. Vio que iba con un jodido revólver en la cintura y eso lo tensó. Para más inri, la mujer no le respondió al segundo, sino que se tomó su largo tiempo para soltar el humo de su cigarro. No giró siquiera el rostro hacia él.

—Dutch —convino, sin decir nada más. Un saludo cordial y frío, como si nunca hubiesen sido amigos. El negro se sintió suspicaz al respecto y se metió en el pasillo que daba a la sala.

Zona de rehabilitación

—Bien, pues he cambiado de número de teléfono. Tengo varios móviles nuevos, pero te voy a dejar el que tendré esta semana y el de la siguiente —murmuró Rock mientras doblaba una tarjetita por la mitad y se la colocaba en el bolsillo del pantalón. Revy temblaba, no por miedo, sino por el cansancio físico de su cuerpo al estar resistiendo apoyada contra la pared. A Rock le sorprendió que ella le evadiera todo el rato la mirada. Estaba algo cabizbaja y con el cuello apretado, la mandíbula también—. Lo siento Revy, lo nuestro no podía ser. Lo he intentado. Pero no me haces ningún bien.

—Nada puede hacerse con cobardes como tú —respondió, con cabreo retenido—. Espero no volver a verte.

—Volveremos a vernos, porque me tienes que dar esa información que te estoy pidiendo. Más te vale acordarte antes de que alguien salga herido. Porque además…

Revy le hubiera contestado, pero se vio sorprendida por su propio mutismo. No le salían las palabras. No paraba de imaginarse que Eda era la que estaba tras la puerta, que habían vuelto a verse… pero lo que más le dolía con diferencia era la manera en la que la trataba después de haberla dejado tirada. Rock seguía hablándole pero ya no le escuchaba, sus palabras le entraban por un oído y le salían por otro.

Hasta que de pronto por fin, guardó silencio. Por fin dejó de amenazarla y de decirle cosas hirientes. Su cuerpo estaba alterado, con claras ganas de llorar, pero lo primero era calmar su respiración antes de que le diera otro ataque de ansiedad, como ya una vez le dio estando en camilla. Rock se distanció de su cuerpo y la joven sintió que podía respirar por fin, y cuando le vio agacharse a por sus muletas, cerró los párpados.

—Toma —se volteó el japonés y le volvió a tender ambas muletas. Revy tenía las mejillas calientes y una de ellas estaba surcada por una lágrima furtiva. Cogió las muletas y trató de recomponer la cara. Ambos escucharon a sus espaldas que llegaba el fisioterapeuta, apurado.

—¡Perdón, ya estoy! Venga, Revy, prepárate para las últimas.

Rock caminó hacia la puerta de salida por la que había entrado. Revy lo miró una última vez y susurró al licenciado.

—No haré una mierda, quiero descansar.

—No puedes. No podemos hacer menos que en la última sesión, vamos. ¡Ánimo! —la trató de acercar a las barras y, aunque una parte de ella quiso intentarlo, de pronto tuvo un arranque de ira y empujó al hombre, que fue a parar contra el muro y la miró asustado. Revy perdió el equilibrio en el mismo momento que le empujó y cayó estrepitosamente al suelo, notando un impacto en la rodilla que casi la hace desmayarse. Rock se giró por el ruido. Revy se contuvo lo que pudo, pero se abrazó la pierna y lanzó un grito de dolor impotente, tras el que rompió a llorar amargamente.

Visto desde este ángulo, has perdido toda tu fuerza.

Los sollozos de Revy eran impotentes, odiaba llorar, pero no podía expresar de otra forma el dolor garrafal que acababa de provocarse. Lanzó un bufido de hastío y el fisioterapeuta se apresuró a ayudarla.

—Tranquila… con cuidado… vamos a dejarlo por hoy, ¿vale?

Revy dio un grito de desesperación y de miedo al sentirse la rodilla distinta. Si la rótula se había desplazado, estaba bien jodida porque todo aquel proceso debía repetirse, incluyendo la operación, y una rótula pasada por dos operaciones tenía mucho peor pronóstico. El fisioterapeuta la ayudó a respirar desde el suelo y logró calmarla de a poco, pero Revy estaba devastada.

Dutch, que acababa de presenciar toda esa última escena desde la puerta, aguardó a que Rock pasara por su lado y dejó calmadamente la bolsa de refrescos en una silla. Se dio la vuelta y salió tras él.

Exterior

Cuando Rock salió colocándose el cigarrillo entre los labios, no llegó ni a encontrar el mechero. Un potente empujón le vino desde atrás y el cigarrillo voló de sus labios. Eda se separó del muro y chistó cabreada al ver cómo el negro lo agarraba de la blusa, lo giraba, y empezó a darle una auténtica paliza. Rock tardó lo suyo en reaccionar y los dos primeros puños de Dutch se los tuvo que comer en frío. Pero logró subir la guardia y reconocer el patrón que el negro tenía para combatir. Esquivó sus golpes, lo pateó fuerte y le logró hacer hasta tres combinaciones seguidas, pero la envergadura de Dutch las soportó y le intentó contraatacar con un croché de izquierda que Rock bloqueó. Antes de que la pelea fuera a más, dos tiros al aire puso a toda la gente a gritar y a correr como loca, dispersándose de ellos. Dutch miró cauteloso a Eda, que se volvió a enfundar el arma e hizo un cabeceo hacia su coche.

—No perderé más tiempo aquí. Vámonos.

Rock asintió, palpándose un ojo. Ese primer golpe de Dutch le había jodido, y seguramente se le hincharía por la mañana. Pero no le dijo nada. Simplemente se giró.

—La conozco desde hace muchos años, pequeño hijo de puta —dijo Dutch, arrastrando las palabras. Rock paró de caminar, pero no se giró—. Es la primera vez que presencio cómo se queda callada, porque no puede manejar a un gilipollas como tú. La próxima vez que te vea cerca de ella espero que vengas armado. Porque entonces no habrá un tercer encuentro.

Rock no le concedió ni una mirada. Se subió en el asiento copiloto junto a Eda y ésta arrancó bruscamente abandonando el recinto del hospital antes de que llegara la policía.

Un mes más tarde

Rock vendió el apartamento que había adquirido con los trabajos de Balalaika y parte del sueldo se lo gastó en un viaje mezcla entre placer y negocios. Eda le había propuesto irse a varios lugares exóticos -aunque ella en realidad ya conocía las playas de casi todos-, pero Rock le dijo que quería comprobar una cosa por sí mismo antes que ir a cualquier lado. Cuando le dijo el destino, a la mujer se le cambió lentamente la expresión. Volvió a centrar la mirada en la carretera, con la mano izquierda colgando fuera de la ventanilla.

—¿Por qué allí?

—Quiero hablar con García Lovelace a solas y será difícil.

—No creo que me permitan poner un solo pie en esa mansión —musitó la rubia—, la colombiana y yo hicimos un trato y ella prometió matarme en cuanto acabara su caza.

—Le falta un pie y medio brazo. Y dos dedos de la mano.

—Tiene esas extremidades biónicas, y créeme, que le han pagado una tecnología millonaria. Ahora casi parecen de verdad.

—Le tienes miedo, eh —comentó Rock, fumando tranquilo.

—Y una mierda —se apresuró decir la otra—. No necesito tener miedo de nadie para respetar su patrón cuerpo a cuerpo. Y ella es muy buena luchadora, y mejor tiradora.

—Resumiendo, que le tienes miedo.

—El único que le tendrá miedo serás tú cuando te cruces con ella. No le toques mucho las narices o no volverás de una pieza.

Rock soltó una risa apagada. Casi todas sus risas últimamente eran apagadas. Todos los malditos días se acordaba de Revy. También de Balalaika, pero con Balalaika por lo menos tenía trato constante. Y ahora, en lugar de olvidarse y dejar atrás toda aquella basura que había vivido y que había hecho vivir a otros, no paraba de recordarlo. Recordó cómo Revy se pegó un castañazo en mitad de su rehabilitación por el estrés al que la había sometido, la paliza que Dutch le propinó en consecuencia… la misma noche en que Balalaika le hizo dudar de todo el mundo, telefoneó a Eda. Por suerte Eda había dejado de coquetear con las drogas y de visitar la discoteca del distrito este, era una chica inteligente y tenía la cabeza bien amueblada, pero eso no quitaba las veces que había jugado con él. Rock, aún teniendo aquello presente, la llamó esa noche pidiéndole que le recogiera, y cuando se metió en el coche, tenía los ojos llorosos y la abrazó. Eda entonces, fuera del dormitorio y después de tanto tiempo sin saber de él, le pilló el gesto por sorpresa, pero le respondió al abrazo. Rock se sentía muy solo, pero ella…

…ella se sentía asquerosa, al estar colaborando de alguna manera a hacer sentir a Rebecca como una mierda. Porque sabía perfectamente el daño que podía sentir al verla con él, y por ello y por vergüenza, no tuvo el valor de mirar a Revy a la cara cuando Rock se personó en el ala de rehabilitación. Cuando Dutch la había saludado y ella tardó en responder, fue también por vergüenza.

Pero ninguno hablaba de ello. Sólo eran dos personas intentando recomponerse individualmente después de haber perdido demasiadas cosas. Eda sabía que Rock estaba tirando su vida por el retrete intentando formar parte de Roanapur para «arreglarlo», pero si se lo hacía saber, si le hacía saber todo lo que ella ya había conocido de primera mano, entonces se quedaba sin él. Y aunque fuera una mujer dura se empezaba a dar cuenta de que Rock le gustaba. Su egoísmo no conocía límites, así que… mientras durara aquello, lo disfrutaría y haría lo que le viniese en gana.

 mientras durara aquello, lo disfrutaría y haría lo que le viniese en gana

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