CAPÍTULO 21. Roberta abusa de él

Venezuela
El camino había sido larguísimo, Eda estaba que se caía del sueño. Cuando se alejaron del aeropuerto, fue directa a un alquiler de coches y empezó a soltar billetes para llevarse cualquier automóvil sin tener que extender demasiado la conversación con el trabajador de la compañía. Pagó el seguro y entregó la identificación de Rokuro Okajima para agilizar los trámites. Estaban cansados por el trayecto, pero después de tomarse un café por el camino y asimilar adónde iban, empezaron a espabilarse.
Mansión Lovelace
—¿Cómo estás, chaval? —Rock salió primero del coche y sonrió al ver cómo García corría en su dirección, dándole un fuerte abrazo —¡Vaya! Has crecido. Estás algo más alto.
—Roberta dice lo mismo… ¿tanto se nota? —comentó angelicalmente. Rokuro alzó las cejas con diversión al oírle. También había empezado a mudar la voz. Estaba en plena pubertad.
—Qué hay, mocoso —saludó Eda sin ningún tipo de efusividad. Roberta no tardó en aparecer en la entrada del jardín, parándose a observar a los recién llegados. A Rock lo saludó amigablemente, su cara buena y taimada ya volvía a estar lejos de su auténtico yo interior.
Eda paró de caminar, quedándose al otro lado del vehículo cuando vio aparecer a Roberta.
—Estamos contentos de que hayan elegido este país para hacer turismo. Y de que se hayan dejado aparecer por aquí —ladeó la cabeza, sonriéndoles amistosamente. Miró enseguida a Eda—. Señorita, ¿se encuentra bien?
Las pupilas de Roberta se achicaron ligeramente tras las gafas al reconocer sus rasgos y su cuello se puso rígido. Luchó para contener expresión alguna, tragó saliva… y luego se volvió a García, sonriéndole.
—Señorito, ¿de verdad cree que es buena hora para atender visitas? Podemos decirles que vengan en otro momento…
—Hay que ser educados con las visitas, Roberta. Además, tenía muchas ganas de volver a ver a Rock. ¿Nos prepararías un té?
—Sí —dijo sin tardar, bajando sumisamente la cabeza. Se marchó. Pero Eda la siguió con la mirada, y Roberta, que tras las gafas tenía una mirada también muy penetrante, se la devolvió un solo segundo antes de desaparecer tras los árboles. La americana carraspeó y se ajustó las gafas moradas sobre la nariz, terminando de bordear el coche hasta ponerse al lado de ambos.
—Roberta me dijo que era usted una agente encubierta.
Eda miró al niño con cierta condescendencia mientras mascaba su chicle. Elevó los hombros, restándole importancia.
—Y le puedes recordar lo de «era», porque me acaba de echar una mirada que no me ha molado un pelo.
—Ah, descuide… es una buena persona. Sólo que siente un poco de temor cuando cree que existe un peligro cercano a mí.
Rock escucharía atentamente todo lo que dijera aquel crío durante la visita, porque sabía que no tendría muchas más oportunidades para comprobar lo que ocurría en aquella casa. Los dos le siguieron y pasaron adentro. Cuando fueron a atravesar el umbral principal, el marco emitió un pitido breve pero muy agudo, que hizo que Eda desenfundara su arma y le quitara el seguro en una fracción de segundo. De manera metódica, se cubrió la espalda.
—¡Eda! Chst… —le puso una expresión para que se guardara el arma.
—Tranquila, señorita —el niño levantó las manos en dirección a la rubia—. Es un dispositivo que pita cuando detecta ciertas cosas… bueno, en fin, armas. Le… le agradecería que la dispusiera en algún lugar de por aquí. No quiero pistolas en la casa.
—En ese caso esperaré fuera.
—Pero… —el niño pareció entristecerse.
—Eda, deja el arma, por dios. No seas tozuda, no te harán nada.
—No lo digo por él, pimpollo. Lo digo por la loca del coñ…
—Le agradecería que no utilizara ese lenguaje tan soez delante del señorito… —musitó la taimada voz de Roberta, que apareció con la bandeja llena de tazas y la tetera—. Le ha pedido amablemente que deje las armas, así que… déjelas y nadie las tocará.
García sonrió mirando a Roberta y todos se giraron esperando que Eda no porfiara. La exagente puso los ojos en blanco y se deslizó la cartuchera por los hombros. Se la mostró haciendo una mueca y la soltó sobre una silla.
—¿Satisfechos?
García amplió la sonrisa.
—Gracias, señorita. ¡Pasen!
—Joder —musitó en tono muy bajo la mujer, expresando su protesta. Rock volvió a recordar a Revy con ese «joder», lo decía continuamente.
Basta ya, se dijo a sí mismo. Ya le he jodido la vida lo suficiente, no te la jodas a ti mismo sin parar de recordarla.
Se sentaron en la mesa de un enorme e imponente salón. Eda se percató de que algún que otro mueble tenía polvo encima, aunque supuso que era porque a la chacha se le daba fatal tanto la limpieza como la cocina, y por supuesto, no esperaba grandes habilidades ni para hacer un puñetero té. Se sentó en el sillón individual más grande y comodón que vio, y Roberta se le acercó.
—Ahí va el señorito, es su asiento.
—¡Roberta! ¡No me dejes mal…! —el chico se ruborizó y se tocó nervioso la nuca—. No le haga caso, Eda… siéntese donde quiera… es sólo que suelo sentarme ahí casi siempre.
—Pero…
—Roberta, siéntate con nosotros… y despreocúpate, por favor.
Roberta echó una nueva mirada a Eda, que tuvo que contenerse para no echarse a reír y sacarle la lengua.
—Oye, García… te veo muy mayor ya. ¿Qué edad tenías?
—Pronto cumpliré los trece —sonrió acercándose una taza y soplando un poco.
Roberta no le quitaba ojo a Eda. Vestía diferente. Y no podía olvidarse de que era una de las testigos de su peor versión, la más salvaje. Ahora que no era policía, verla así le llamaba la atención: vaqueros ajustados, camiseta y chaleco abombado militar con una gorra de Nike. La gorra y las gafas le ayudaban a pasar desapercibida, de eso no tenía duda. Sospechaba que no era trigo limpio… su mano se apretó en el mango de la tetera. Pero entonces García volteó el rostro para mirarla y sonreírla, e instantáneamente se relajó. El niño era como morfina para su fiereza interior. Le devolvió una sonrisa pura.
—Sí, el señorito… se hace mayor…
Rock los miró a ambos. Chispeaba complicidad cuando se miraban. Cuando dejaron de hacerlo, el niño tenía las mejillas encendidas. Sintió entonces que aquello podía ser una afirmación no verbal de lo que Balalaika le había adelantado. No podía, no quería creérselo. Se le ocurrió algo.
—Joder, se me ha olvidado tu regalo. ¿Me acompañas al coche? —García asintió y se llevó su taza poniéndose en pie. Eda sabía que le había comprado un presente, aunque le generaba algo de ansiedad tener que quedarse a solas con la criada para esperarles. Roberta los siguió con la mirada un poco indecisa. García le hizo un gesto de despreocupación antes de desaparecer y entonces ella obedeció sin rechistar. Se sentó lentamente en la otra butaca. La colombiana observó, ya por cuarta vez, de hito en hito a Eda.
—Tranquila, que vengo en son de paz.
—Sólo me preocupo por él. No recibimos muchas visitas y estamos bien así.
Su tono cambió ligeramente.
—Ya. Ya sé que lo quieres para ti solito, pero Rock insistió en venir. Le quiere mucho —rebuscó en su bolsillo y extrajo cigarrillo y mechero. Roberta movió los labios algo intranquila y asomó la mirada por la ventana.
Exterior
—¿Te gusta?
—¡¡Es una pasada!! Muchas gracias, Rock —el niño sonrió ampliamente, sosteniendo en alto el dron teledirigido—, te lo dije en confianza, no para que me compraras uno…
—Verás… en Roanapur no hay mucha gente de tu edad. Para un amigo que tengo, mejor cuidarlo.
García le sonrió con total sinceridad y volvió a guardar el dron dentro de su caja.
—¿Cómo es que os decidisteis por Venezuela?
La expresión de Rock cambió un poco. Bajó el tono.
—Bueno, es un poco secreto todo, pero… es por Eda —se encogió de hombros, improvisó sobre la marcha—. Está un poco irritable últimamente… es una buena mujer, ha sufrido mucho este último año y la quiero tener contenta, ¿sabes?
García asintió comprensivamente, dejando la caja del dron sobre el techo del coche y apoyándose en él. Rock lo estaba encauzando bien para llamar su atención, así que siguió.
—Verás… su profesión la tenía muy machacada psicológicamente. No la dejaba vivir tranquila. Estaba haciendo daño a gente que le importaba, y lo más preocupante… se hacía daño a ella misma con sus acciones. A veces incluso volviéndose violenta —medía bien sus palabras, sin perder detalle de las expresiones que hacía el niño. García respondía con lo esperable: pequeños cabeceos afirmativos de cabeza, como si entendiera a las mil maravillas todo aquello de lo que estaba hablando. Le venía bien que esas frases le hicieran sentir mayor y con experiencia, todo lo que no tenía. Para Rock, el crío tenía la edad perfecta para querer ser un salvador, un ayudante, alguien a quien personas con problemas podían recurrir. Era inmaduro y su amor por Roberta en aquel momento le estaba vinculando a él… por sentir apego por su historia.
—Qué te voy a decir, Rock… si ya sabes lo que yo mismo viví. Te entiendo.
Rock sonrió con cierta ternura.
Mira qué pose… queriendo sentirse mayor y entenderme.
—Oh, claro, casi lo olvido. Roberta también pasó por lo suyo… —dijo haciéndose el tonto, como si acabara de acordarse.
—Es que pasó hace ya bastante tiempo. Un año, nada menos.
—Pero no es exactamente lo mismo. Verás, Eda y yo… hace tiempo que mantenemos una relación seria.
—… —García miró a otro lado, moviendo un poco inseguro los labios.
—Y quieras que no, afecta de forma diferente. A mí… me hace mucho daño cuando la veo mal, ¿entiendes?
—S-sí. Lo… lo entiendo.
—Y ella… ya sabes. Luego se le pasa un poco la tristeza y se pone cariñosa. Cosas de pareja. Tú no me entenderías, García.
El chico sonrió notablemente nervioso y no le dijo nada. Sus mejillas volvían a encenderse paulatinamente. Rock no sabía si seguir tirando del cable, pero sus expresiones para él eran prácticamente una confirmación. Tenía ganas de preguntárselo directamente.
—Cuando tengas más edad, te daré unos consejos útiles en ese tema. Tengo bastante experiencia. Eso sí, a la afortunada que le toque estar contigo la vas a tener muy satisfecha. Eso seguro.
Los ojos de García se le quedaron mirando ahora con más fijeza. Parpadeó con curiosidad.
—Y por curiosidad… ¿cómo lo haces?
—¿Cómo hago el qué?
—Dejarla satisfecha —musitó, intentando disimular su vergüenza. Los ojos fueron a parar a la casa un solo segundo—. Eda parece una chica bastante exigente, quiero decir…
—Según el día. Si quieres hablamos de ello. Tampoco eres tan pequeño, ¿verdad? Joder, ya mismo trece años…
—Me faltan unos cuantos meses todavía. Pero ya no soy un niño, Rock. Un consejo no estaría mal.
Me doy asco escuchándome hablar, pero tengo que sonsacártelo o no dormiré tranquilo, pensaba el japonés. Se le aproximó e inclinó un poco, bajando la voz, y le sonrió para crear una atmósfera de complicidad entre ellos.
—Pues… a ver. Depende mucho de la mujer. A Eda le gusta complacerme. Disfruta con eso.
—Pero… yo también quiero… a ver…
—Oye García, dime algo, somos colegas —le dio un golpecito en el hombro, divertido—. ¿Te has echado novia o qué?
—N-no… —cabeceó una negativa. Se humedeció los labios despacio—. Pero… he… bueno. He hecho algunas cosas —juntó las manos con nerviosismo—. Pero estaba muy torpe. No sabía qué hacer ni cómo hacerlo, no llegué a hablar de esos temas con mi padre.
—Lo suyo es que intentes hacerlo con alguna chica que esté más experimentada que tú.
—Sí, y esa es la cuestión, que… sigo sus indicaciones. Pero lo hago todo mal y al final, es ella la que…
Rock se estaba calentando en el mal sentido de la palabra. Roberta había abusado de un niño. No tenía perdón alguno de Dios.
—¿La que qué? No te cortes, pillín. Vamos, desembucha.
García cerró los ojos y suspiró para concentrarse. Los volvió a abrir.
—Le pedí la primera vez que me enseñara los pechos, porque… siempre es algo que me ha llamado la atención. Así empezó todo —Rock asintió aguantando el tipo y dejándole hablar—. Pero luego no podía dejar de pensar en aquello. No es que haya sido nunca de tocarme como algunos de mi clase, pero… bueno, verás…
—No te cortes, muchacho, yo te entiendo perfectamente y sé a lo que te refieres. Aprovecha de hablarlo conmigo antes de que me vaya, porque con una mujer sería bastante indecoroso.
García asintió.
—Bueno… la cosa es que pasó mucho tiempo, pero hará un par de meses pues le di un beso y se lo volví a pedir mientras nos besábamos. Pero ella esa vez también comenzó a tocarme, y ahí… no duré nada. Me ha dicho que no le interesa su placer, sino el mío, pero yo también quiero que ella acabe igual de satisfecha que yo. Ella… lo consigue muy rápido…
—¿Sigues siendo virgen, García? —le dijo, mirándolo de repente con mucha seriedad.
El chico negó con la cabeza tímidamente.
—¿Te pones protección?
—Sí —susurró—, pero ella es… —sus ojos volvieron a situarse en la casa y los apartó rápido—, bueno, es más alta que yo, me cuesta llevar la voz cantante. Entonces siempre noto que se queda a medias. No es justo para ella, ¿no?
Rock se frotó la cara. Ya no podía hacerse nada. Intentó verlo con perspectiva: 12 años era una edad aceptable para entender ciertas cosas… pero Roberta tenía 28 años. Y esos dieciséis años extra suponían mucha diferencia de madurez. Ni siquiera creía que el chico tuviera los órganos del todo desarrollados.
—¿Qué edad tiene la chica? Te aconsejaré mejor.
García perdió la sonrisa y bajó la mirada despacio hacia el suelo, pensándoselo dos veces.
—Unos… diecisiete —mintió.
—Ten mucho cuidado, chaval. Si lo haces con una mayor de edad estaría en problemas legales.
García palideció y bajó la mirada.
—N-no, claro que no…
—Además, una relación con demasiada diferencia de edad da luego muchos problemas, ¿sabes? Imagina que luego te gusta una chica de tu misma edad. ¿Cómo crees que se lo tomaría la otra?
En condiciones normales, Rock sabía que García hubiera contestado algo con cabeza. Pero como sabía perfectamente que se trataba de Roberta, no le extrañó la respuesta que recibió a continuación.
—Para mí ella es la única. No concibo el amor con otra persona.
—Sabes, García… me apena mucho oírte decir eso.
—¿Ehm? —el niño levantó los ojos con curiosidad. Rock se encontró en una encrucijada. Era por casos como estos, los casos «individuales» como los llamaba Balalaika, que él quería cambiar lo ilícito, y ni siquiera estaban en Roanapur. Pero al mirarlo a los ojos y ver su inocencia, le cabreaba más todavía la situación.
—¿Sabes lo que haría un policía con una mujer mayor de edad que está abusando sexualmente de un niño? Imagina que incluso la mujer tuviera algún antecedente.
García miró rápido a la casa, y luego, lentamente, volvió la mirada a él.
—No la denunciarás —sentenció, con los labios apretados. Había despertado a la fierecilla interna. Ahora no había bondad en la cara del crío, sino cautela—. Prométemelo.
—¿Estás seguro de lo que estás haciendo con tu vida, García? Doce años son muy pocos para valorarlo. Es la única adulta que está contigo porque me han comentado que habéis echado de la mansión al que iba a ejercer como tutor.
—Porque quise que ella ejerciera como tal hasta mi mayoría de edad —dijo con la boca cerrada, notablemente alerta por el camino que tomaba la conversación.
—Entonces, ¿te contenta saber que estás haciendo estas cosas con la que consideras también tu madre?
El niño negó enérgicamente con la cabeza y la señaló.
—¡Yo soy bajito, y no tengo fuerza ninguna! Ella sólo me protege, p… pero no es mi madre. Ni la considero como tal. Por incompatibilidad con sus antecedentes, jamás le otorgarían mi custodia. Pero eso no importa. A mí no me importa ya nada de eso. Sólo quiero que ella esté bien.
—Conozco a un niño que te dobla la estatura y la corpulencia, y tiene un año más que tú —le dijo teniendo en mente Batareya—, es increíble lo que puede cambiar una personalidad sólo por los lugares donde crezcas —le señaló la casa—, viniendo de una familia de renombre… y viendo tu personalidad… qué coño, y cómo te has desenvuelto hasta ahora. Eres mucho más niño que él. Y sigues siendo menor de edad, maldita sea. Ni siquiera llegas a la edad mínima del consentimiento sexual. Lo que ella hace contigo es ilegal.
—Se lo he pedido yo, ¡¿vale?! ¡¡Absolutamente todo!!
—Bien… ¿y qué se supone que tengo que hacer yo ahora con esta información?
García notó sus ojos húmedos, se sentía acorralado por Rock. Le miraba fijamente, aun así.
—Déjalo estar… no me falta mucho para tener los 16, entonces cambiarán las cosas.
Pero entonces todo lo que intento hacer, todos los cambios… no son más que una farsa… ¿se supone que tengo que dejarlo estar porque un crío se crea mayor y responsable?
—Está bien. No haré nada, ni diré nada a nadie —dijo al final, levantando un poco las manos. García cerró los ojos y respiró aliviado.
—Te lo agradezco… muchísimo. No estamos haciendo daño a nadie.
—Ella te lo hace a ti en la cabeza, pero no te darás cuenta hasta que esa relación acabe.
García negó. No estaba dispuesto ni a ceder terreno ni a hacerle creer que lo cedía.
—Me da igual lo que piense o diga la gente.
—Ten por seguro que hay gente que ya lo sabe.
El niño abrió los ojos algo confuso. Sintió un rayo de miedo. Si lo sabía más gente, podía complicarse todo.
—¿Quién…?
—No pienso darte ni un solo nombre sabiendo los antecedentes de Roberta. ¿O se te ha olvidado, toda la gente que masacró en tu nombre y para protegerte? ¿Crees que puedo confiarte nombres, chaval, para que se los digas y firmes la sentencia de muerte de medio país?
García se dio cuenta de que Rock tenía razón y que tenía que ser muy cuidadoso con las informaciones que le daba a la mujer… de lo contrario, y de manera muy sigilosa pero también salvaje, volvería a matar. No deseaba que Roberta empuñara un arma en lo que le restaba de vida.
—Lo… entiendo.
—No diré nada. De mí no saldrá. Pero que sepas… que la gente lo sospecha. No les des motivos públicos para traer a la policía aquí o habrá otra masacre en el momento en que la intenten alejar de ti.
García asintió con fuerza. Se creía capaz de controlarla.
—Volvamos adentro, vamos. García… es importante que no le digas nada a ella. Sabes cómo es —lo tocó del hombro y se encaminó hacia dentro. García asintió. Lo sabía de sobra.
Salón
Roberta ascendió la mirada esperanzada y sonrió al ver al niño con un dron en las manos.
—Mira, Roberta. ¡Mira qué pasada! —corrió hacia ella.
—Tiene diseño policial… —murmuró, al ver la arquitectura miniaturizada del aparato. Se lo devolvió y curvó más su sonrisa al verle disfrutar—. Sí, es bonito.
—Sí que lo es.
Rock echó una mirada a Eda, que estaba espatarrada sobre el sillón individual. No había probado su té, sólo se dedicaba a mirar aburrida por la ventana mientras su dedo índice jugaba con un hilacho que colgaba del bordado.
—Bueno, García. Roberta. Nos marchamos ya, muchas gracias por el té. Me alegra saber lo bien cuidado que lo tienes —murmuró, y esas últimas palabras las mencionó con las pupilas directas sobre Roberta. La mujer detectó algo en esa mirada, al fin y al cabo, no podía evitar ser una perra de presa, sabía olerse ciertas situaciones y frases con doble fondo en otros humanos. Miró instintivamente a García, que permaneció cabizbajo fingiendo que admiraba las piezas del dron.
—Les acompaño a la puerta —musitó en voz baja. Eda suspiró aburrida y se puso en pie, cruzando la primera el umbral y cogiendo tras el dispositivo su cartuchera con el arma. Se la ajustó a la pechera y la enganchó justo por debajo de sus enormes pechos.
—Venga, niño, chacha, un placer.
Roberta apretó un poco los dientes al verla cruzar la puerta, pero ni dijo ni hizo nada. Rock se despidió cordialmente de ambos y la puerta se cerró.
Exterior
Rock se acercó cabizbajo y con pasos arrastrados hacia el coche. Eda se había sentado en el capó unos segundos para encenderse otro cigarrillo y prenderlo. Una ráfaga de viento le agitó el pelo y apagó la llama del mechero, por lo que colocó la mano por delante y volvió a intentarlo. El mechero no respondió más. Rock le tendió el suyo prendido, y se miraron a los ojos mientras ella succionaba y encendía el cigarrillo. Sabía por aquellos oscuros ojos achinados que tenía algo serio que contarle. Soltó el humo y cabeceó hacia él al tomar distancia.
—¿Algo interesante?
Rock asintió, y aprovechando que estaba de cara a la casa, sacó muy disimuladamente un diminuto micro de detrás del dobladillo de la camisa. Lo enrolló velozmente y lo dejó en la guantera. En lo que duraron esos movimientos, la rubia se cercioraba de que Roberta no les observaba por ninguna ventana.
—Ha desembuchado algo, pero no gran cosa. Tendrás que hacer la parte B.
—He estado estudiando la casa, pero no podía preguntarle nada a ella. Tiene tics nerviosos. Debe de sospechar hasta de su propia sombra.
—Sí, has hecho bien —murmuró y se puso en el lado piloto, arrancando el vehículo—. No tienen cámaras de seguridad externas. Eso me ha sorprendido.
—No tienen tanto dinero. La casa es cuanto le queda a los Lovelace, y ya lleva tiempo pagada.
Rock le lanzó un objeto diminuto y Eda lo cogió en el aire y se lo metió entre las tetas. Se dejó el cigarro en la boca y tomó una goma, dejándose un moño deshecho para que el aire no le estorbara. Miró la casa mientras se recogía los mechones hacia atrás.
—¿Podrás hacerlo? —inquirió Rock.
Eda asintió, no podía responder por el cigarro entre los labios. Dio una última y larga calada y le devolvió el cigarro, que Rock cogió y dejó en el cenicero del coche antes de situar las manos en el volante.
—Ve hasta la carretera y espera allí, no te quedes en el recinto —advirtió la mujer. Se separó del capó y le tocó con los nudillos la ventanilla; Rock la bajó y la miró. La chica se inclinó y apoyó los brazos sobre la puerta, asomando un poco su cabeza adentro y sonriéndole—. Espero recibir una buena compensación por esto, ¿sabes…? Yo nunca trabajo gratis.
Rock ladeó una sonrisa y le guiñó el ojo, confirmando sus palabras instantáneamente. Acto seguido a vio voltearse y meterse entre unos arbustos, decidida a bordear la casa. La miró por el retrovisor mientras iba dando marcha atrás y enderezando el coche, había que maniobrar un poco. A los diez segundos ya estaba con el morro hacia la salida. Miró en todas direcciones pero, incluso con lo enorme que era el jardín y la extensa visibilidad que tenía, ya no vio a Eda por ninguna parte.
Es indiscutible que… las mujeres de Roanapur están bien entrenadas.
Carretera
Rock llevaba diez minutos y ya se estaba estresando. Empezó a imaginar todos los escenarios que podían salir mal y se dio cuenta de lo preocupado que estaba por Edith. Miraba el reloj del coche continuamente, coche que mantuvo arrancado en todo momento. Se puso a ras de la autopista, donde lo único con lo que podía entretenerse era observar cómo raudos coches pasaban por su lado una y otra vez, bamboleando suavemente su vehículo. Al fin, después de otros cinco minutos de amargura, reconoció a Eda saltando las vallas de madera un poco más adelante, y comprendió que después de alejarse de la mansión Lovelace había serpenteado campo a través para evitar ser vista por nadie. Rock movió el coche unos metros hacia adelante y le desbloqueó las puertas. La americana se sentó en el asiento copiloto y se sacó el teléfono del pantalón sin decir ni hacer nada más que deslizar los dedos por la pantalla. Rock estaba nervioso, pero arrancó alejándose por fin de allí.
—Joder, Eda, no te quedes en silencio. ¿Te ha salido bien o no?
Eda no respondió, seguía con el rostro pensativo. Al cabo de veinte insoportables segundos, comenzó a asentir lentamente.
—Sí. Había tenido una pérdida de conexión a los diez metros. Pero ya parece que va bien.
—¿¡Y por qué coño no dices nada!?
Eda levantó la vista del móvil y alargó el brazo hacia él, robándole su cigarro de sus labios y dando ella una calada. El cigarro abandonado en el cenicero ya se había apagado.
—Porque te pones muy nervioso bajo presión, y si te decía de buenas a primeras que la vinculación de los dispositivos no había salido bien sin comprobarlo, te hubieras puesto ya con tus ataques.
Mis… ataques… ¿tan nervioso soy?, miró a Eda unos instantes antes de volver a centrarse en la carretera. Era cierto, estaba muy cualificada para leer a la gente. Era inteligente. Eso le gustaba mucho. Pero tenía que reconocer que empezaba a afectarle sentirse siempre en desventaja intelectual con ella. Le pasaba algo muy similar con Balalaika.
—He visto una valla con un motel cercano, iremos allí. Hay vistas a la playa.
—No. Si por un casual detecta la cámara, ¿cuál crees que será su primera parada?
—Cierto.
Cómo no va a ser más lista, si yo tampoco paro de ponérselo en bandeja. Pisó el acelerador y se alejó.
—Espero que seas consciente de que te juegas la cárcel, en caso de que la chacha sea la que quiera denunciar al descubrir la cámara. Les llevará directos a tu móvil.
—Me arriesgaré.
Eda se encogió de hombros y después de otra calada, le devolvió el cigarro.
—Bien. Conduce 55 kilómetros y ve al motel de La Falsa Habana. Lo acabarás encontrando en algún cartel blanco.
—¿Qué motel es ese?
—Uno con buenas salidas por si alguien viene a joder. Ya me he estudiado esta zona mientras tú ibas sobando en el avión.
Rock sonrió negando con la cabeza, qué cabrona que era. La vio echar el asiento hacia atrás y cruzar los tobillos justo encima del salpicadero. Se metió una mano en el bolsillo y extrajo algo, tendiéndole seguidamente la mano.
—¿Qué es eso?
—Tu regalo de cumpleaños. Siempre se me olvida dártelo.
Rock despistaba con cuidado la mirada de la carretera y cogió el presente. Era un colgante, una cadenita plateada que tenía un revólver con la R grabada. Rock sonrió.
—Anda ya… si luego ni las uso.
—Es el arma que te iba a regalar. Al final me la quedé yo.
—Eso… —frunció el ceño y volvió la vista a la carretera—. ¿Es plata de verdad?
—¿Tengo cara de regalar bisutería? Anda que… —bajó los pies y le rodeó el cuello con cuidado, atándoselo—. Mira, te queda muy bien —sonrió.
Rock le devolvió la sonrisa. Lo siguiente que oyó fue a la rubia bostezado. Se quitó las gafas de sol y se puso la gorra sobre la cara, dando a entender que iba a dormir.
Rock, cansado como estaba, tuvo que aguantar el kilometraje.