CAPÍTULO 22. Será un problema
Motel La Falsa Habana
No quiso toquetear las maletas porque sabía que se irían, como mucho, en tres días. Estaba agotado por la jornada inacabable. El madrugón, las horas en avión, las horas de conducción, pasar hambre como un condenado y conducir otros 50 kilómetros para por fin llegar al motel. Seguía despierto de milagro. Tuvo que despertar a Eda y ésta, un poco a regañadientes, le ayudó a sacar las maletas del coche. También ocultó el vehículo en un hueco entre árboles que pilló literalmente en el bosque colindante, pues le advirtió que en caso de que Roberta les buscara estaría atenta al vehículo de alquiler que habían enseñado en la visita. Rock tenía aquellos descuidos tontos por sueño, porque no eran cosas que se le solieran escapar a esas alturas del cuento. Estaba desfallecido. Cuando se instalaron en la habitación y dejaron las maletas a un lado, Eda tomó asiento en el sofá, dejó su pequeño laptop sobre la mesa de café y conectó el móvil de Rock para traspasar los datos del dispositivo que había dejado grabando en directo la habitación de García. Esa había sido la primera decisión que Eda tuvo que tomar mientras escalaba los muros de la mansión: ¿ponía la cámara en la habitación de Roberta o en la del niño? Se intentó meter en la cabeza de Roberta… y la respuesta salió sola. En la habitación del crío. Pero podía haberse equivocado, o podía haber tomado la decisión que le trajera resultados muy tarde. Le costó cerca de media hora, pero consiguió por fin desencriptar el programa y ver en la pantalla del laptop, a tiempo real, lo que ocurría en la habitación. La calidad de imagen era buena. Tenía un triángulo negro en las esquinas inferior y superior debido a que había usado un escondite propicio que encontró allí, entre los trastos del chaval, y lo que más polvo tenía. Pero sólo grababa imagen, no tenía audio. Se quedó mirando la pantalla algunos momentos y asintió al ver que todo marchaba bien. Rock puso dos tazas de café recién preparado en la mesita y se sentó a su lado.
—¿Eso graba todo? Quiero decir, si ocurriera algo… ¿podrías sacar una copia, o sólo graba y luego no se puede recuperar?
—Lo graba todo y saca copias cada 10 horas —musitó Eda—. Si ella lo encuentra, sabrá que he sido yo. Son dispositivos de la CIA a los que he retirado el localizador.
Rock asintió y miró la pantalla, parpadeando cansado. Eda cogió el móvil de Rock y le cambió algunos ajustes, sin dejar de mirar paulatinamente la pantalla. Él estaba tan muerto de sueño que notó que se iba a caer redondo en cualquier instante, ni siquiera se dio cuenta de que Eda conocía su número de desbloqueo de pantalla.
—Lo bueno es que tu móvil no ha tenido ninguna pérdida de conexión importante, te vas a gastar estos días una pasta en mantener la tarifa de d… —Rock cayó de pronto sobre los pechos de Eda, como si fueran una almohada mullida. Tenía los ojos cerrados y balbuceó algo. La chica dejó lo que estaba diciendo y sus labios se curvaron en una sonrisa más tranquila—. Rock… vamos a la cama, venga —murmuró en un tono más silencioso, hablándole cerca del oído—. ¿Rock?
—Hmpf… —se acomodó entre sus pechos y se quitó los zapatos, tendiéndose enteramente en el largo del sofá. Ya estaba más dormido que despierto. Eda lo recorrió con la mirada, dejándole acomodarse, y suspiró por lo bajo. Estaba algo incómoda, pero le apenaba moverle. Habían tenido un día largo y ella por lo menos había tenido una hora para dormir en el coche. Puso una mano tras su cabeza para apartarle de su pecho y con cuidado le situó sobre sus piernas, dejándole dormir allí para que no descansara con la espalda torcida. Ella se acomodó un poco sobre el sofá y siguió mirando la pantalla, pero incluso aunque hubiera dormido algo en el viaje, también estaba agotada. Al cabo de sólo quince minutos, sentada en esa posición, la cabeza se le cayó hacia un lateral y también quedó dormida.
Ocho horas después
Rock fue el primero en despertar al sentir los rayos solares sobre toda la cara. Parpadeó despacio, sentía los músculos entumecidos… se giró bocarriba. Eda dormía sentada y le ofrecía las piernas como almohada. Fue parpadeando más seguido y, tratando de hacer poco ruido, se levantó y desperezó. Los cafés que había preparado la noche anterior estaban sin probar. Miró el reloj y luego se frotó los párpados, bostezando.
Se levantó y Eda dio un balbuceo, pero no llegó a inmutarse más, ni siquiera a moverse. Rock tomó las tazas de café y las vació, prefiriendo preparar nuevos cafés recién hechos. En lo que la cafetera los preparaba, se movió hacia el laptop y echó hacia atrás la grabación, visionando por encima todo lo que había ocurrido en la hacienda Lovelace el rato que ellos estuvieron dormidos. No parecía haber ocurrido nada. Roberta y él se habían despedido con un beso en la boca, pero cada uno marchó a dormir a su dormitorio. Aquello podía llevar más tiempo del previsto, era normal. Supuso que no era una relación de novios normal de todos modos. Aunque no sirviera de mucho, saber que García no había llegado a hacer eso esa noche le dejó algo aliviado, porque realmente no deseaba verlo. Miró dormir a Eda. Eda había opuesto cierto recelo a aquel plan suicida, de hecho, le había dicho que no quería formar parte de lo que él estaba intentando. Pero le había pagado una buena suma y le preguntó si sus valores como policía también se habían oxidado. Aquella pregunta puso a Edith completamente seria, y Rock nunca olvidaría su respuesta.
«No vuelvas a preguntarme eso», le dijo, mirándolo con fijeza.
De pronto, y justo mientras la miraba, atestiguó que Eda despertaba de un fuerte respingo, levantando la cabeza acobardada. Miró hacia los lados y se tranquilizó de inmediato, como si cayera en cuenta de dónde estaba.
—¿Eda?
La chica miró hacia atrás encontrándose con él. Se frotó media cara con la mano, empezando a bostezar.
—Nada, nada… —aulló al cerrar la boca—. Un sueño tonto.
Todos con temas que no quieren tocar. Todos con cosas que no quieren hablar.
Rock le acercó la taza caliente de café y Eda bebió pequeños sorbos.
—Traeme algo de comer, pimpollo. Me muero de hambre —se quejó la rubia, dando otro sorbo.
—A eso iba, calma —sonrió—. Yo también acabo de levantarme… iba a bajar a la cafetería de abajo y traerlo aquí.
Eda asintió y se inclinó hacia el laptop.
—¿Has tocado esto? —murmuró, deslizando el cursor por los botones de la pantalla.
—Lo he mirado por encima, parece que no ha ocurrido nada.
—Bien. Así me ahorro tener que comprobarlo, no tenía ganas —comentó, y Rock notó un deje de franqueza en su tono. Era lógico. Quién iba a querer verlo si no era con los fines legales que él pretendía. Suspiró y cogió su abrigo.
—Hace viento y frío, aunque veas el sol —murmuró Rock—. Si quieres usa tú la ducha en lo que yo vengo.
Eda asintió y se terminó el café de dos sorbos. Dejó la taza en el fregadero, la lavó y preparó ropa limpia sobre la cama para iniciar el día. Imprescindibles sus gafas de sol y la gorra, no quería que nadie la reconociera. Su estómago le pedía comida urgentemente, y al beberse el café solo y amargo tan rápido, se sintió un poco extraña.
—Pues menos mal que este ha bajado, porque menuda le espera al inodoro —dijo en voz alta, sabiendo que estaba sola y soltó una risotada. Cogió unos vaqueros ajustados claros y una sudadera negra ancha, rockera, que tenía capucha. Le vendría bien con la gorra. Soltó sus zapatillas blancas a una esquina de la habitación y se encaminó al baño. Echó un vistazo fugaz a la pantalla del portátil y vio que Roberta estaba acompañando al chico en su cuarto.
Manda huevos, se dijo a sí misma, quizá un poco para calmarse. Después de todo cada niño era un mundo. Aún por esas, algo le decía a la propia Eda que en el caso de García, era de los que maduraban despacio y tarde. Lo presentía. Se obligó a desviar la atención hacia la ducha, se desnudó y después de evacuar como era debido, se dio la merecida limpieza que no se había dado la noche anterior. El café empezaba a hacer algo de efecto. Se fue espabilando al tiempo que se lavaba bien su largo cabello rubio y el cuerpo, y sin perder tiempo remoloneando, salió de la ducha y se vistió con el vaquero y una camisa interior blanca antes de ponerse la sudadera. Oyó la puerta cerrarse.
—Eda, traigo el desayuno. ¿Te has duchado?
—Enseguida salgo —elevó la voz, secándose con rapidez el pelo con la toalla. Se lo cepilló y usó el secador para que no goteara. Al abrir la puerta tiró la sudadera sobre el sofá, ya se la pondría cuando saliesen después. Rock entró rápido al baño.
—¡Me hacía pis! Salgo en 5 minutos.
Eda no le contestó. Se agachó en el enchufe donde había estado cargando su móvil y se lo guardó después de repasar su bandeja de entrada. Se aseguraba muy bien de todos los correos que le llegaban, pues era consciente de que podía meterse en un lío serio con la CIA si la descubrían utilizando su material. Ni modo, ya no pueden echarme, dijo con pesar para sus adentros, pero sí que podían multarla. Y sus rastreadores eran igual de buenos que los militares. Dejó el móvil finalmente en la mesita y sacó de la bolsa que había traído Rock un bocadillo envuelto, al que retiró el aluminio y comenzó a morder con ansias.
—Joder… qué hambre… —oyó tras la puerta del baño que tras accionar la cisterna, Rock se metió en la ducha también.
El móvil del japonés sonó. Eda se acercó y miró la pantalla mientras masticaba.
«Revy ♥», con un emoji de un corazón. Eda paró unos segundos de masticar… pero luego volvió a hacerlo, más lento. Miró la puerta cerrada del baño y cogió el teléfono. Se sabía el PIN de Rock, igual que se sabía los PIN de todo el mundo que cometía el despiste de desbloquear su pantalla cerca de ella. Lo primero que abrió fue la aplicación de mensajes.
«Rock… necesito hablar. ¿Estás con Eda?»
Eda se sintió mal al instante. Tragó con dificultad y pensó muy bien qué era lo que podía hacer al respecto. Lo había perdido todo aquel último año. El trabajo, la motivación, la poca familia que tenía… había perdido a Revy, ya no notaba ninguna confianza con ella ni buen rollo tras saberse que se había acostado con Rock cuando ellos pasaban por un bache. Eda era muy egoísta, y aun así, las cosas se le habían venido en contra. Era caprichosa, quería seguir teniendo cercanía con Rock, follárselo cuando quisiera sin necesidad de empezar relación alguna. Pero si interfería, ya no sólo sería egoísta. Estaría siendo mala persona. Suspiró y mantuvo presionado el mensaje, desplegando así las opciones. El móvil le permitía responderlo, llevarlo a spam o borrarlo. Y Eda lo borró, así como también eliminó la llamada perdida.
Perdóname, joder. Lo quiero para mí, dijo mentalmente. Cuando una persona tocaba fondo, le daba igual seguir nadando hacia el resto de desagües que encontrara allí. Eda inspiró hondo y se obligó a comer otro trozo del bocadillo. Dejó el móvil tal y como se lo encontró, esperando que Revy no volviera a insistir. Con lo cabezota y cerrada que era, le extrañaba hasta que le hubiera llamado… para Revy dar un paso como aquel era insólito. Por eso dedujo que no insistiría más veces. Y estaba acertando. Rock salió del baño con calzoncillos limpios puestos y sonrió al encontrarse a Eda.
—No me esperas para comer, eh —Eda se encogió de hombros mientras arrancaba otro trozo de su bocadillo—. Bien, me vestiré y ahora vengo. Te quedan de infarto esos vaqueros.
Eda le sonrió y aguardó allí mismo, en el salón. Aún se sentía algo mal. Siguió masticando y centró la vista en el laptop. Le pareció ver que allí seguían los dos, no parecían haberse movido en todo aquel rato. Eda frunció sus rubias cejas y dejó el bocadillo sobre un mueble, mientras acortaba distancias con la pantalla.
Según se acercaba, más lo iba lamentando.
Emitió un pequeño suspiro hacia dentro de impresión, los ojos se le quedaron quietos al darse cuenta de lo que ocurría. Rock volvió al salón con una sonrisa, aunque al ver la expresión de Eda, aceleró el paso y se puso a su lado. Ambos se quedaron mirando la pantalla. Rock frunció mucho el ceño, apretó los labios. Ninguno era capaz de decir nada. Le empezó a costar verlo, no tenía estómago. Le daba igual que tuviera doce, trece o catorce años y que se creyera mayor. A la vista estaba -y las imágenes lo estaban demostrando- que no sólo a su mente, sino también a su cuerpo le faltaba mucho crecimiento. Eda apartó la mirada asqueada en cuanto vio lo que Roberta le estaba haciendo y emitió un suspiro de desagrado. A Rock le sorprendió, dentro de su asco también, ver aquella expresión en Eda, incapaz de seguir mirando la pantalla. Roberta le había estado tocando, pero no fue hasta que apartó la mano y se metió el miembro del joven entre los labios que se dieron cuenta de lo enano que era para llevar a cabo aquellos actos. Eda de repente se llevó la mano a la boca y cerró los ojos, conteniendo una arcada. Rock la miró y se mordió el labio con rabia. Se alejó, pero la cogió rápido de la muñeca, obligándola a quedarse.
—Te lo dije. Te dije que lo hacía.
—No me hagas ver esta mierda —se zafó de él de mala gana y se marchó de la habitación del motel sin acabarse el desayuno.
Pero Rock se quedó mirando, sin ningún tipo de morbo. Tenía los puños apretados. Confió en que lo que iba a hacer en los próximos días liberaría al niño de aquella enferma mental.
Exterior de la habitación
Rock encontró a Eda fumando en una esquina del motel, de la planta segunda. Desde allí observaba las idas y venidas de los coches que, como ellos, iban de paso. Había salido de la habitación tan atropelladamente que no cogió ni la sudadera ni las gafas ni la gorra, estaba a cara descubierta sin más, recluida en la pared y apoyada sobre la barandilla. Se le acercó por un lado y también apoyó los antebrazos, mirándola de reojo. Eda tenía la cara de asco aún en la expresión; escupió saliva hacia un lado y él bajó la mirada, respirando hondo.
—Sé que no estabas de acuerdo en hacerlo así. Pero cuando dije que quería limpiar el mundo, iba por gente chalada y machacada de la cabeza como ella.
—No limpiarás nada —murmuró y retiró el cigarro de sus labios rosados. Rock se fijó en lo atractiva que era sin maquillar. Tenía las mejillas sonrosadas y las pestañas rubias, y había en su mirada siempre un deje atento, cauto.
—Siento que lo hayas visto.
—Era el plan —respondió en voz baja, humedeciéndose los labios—. Es igual. Me siento como una mierda por muchos motivos, ese sólo ha sido otro más.
—Te dije… que Balalaika tendría razón con lo del niño —insistió—, siempre tiene la maldita razón. Tú como policía…
—Yo también me he sentido como tú —le cortó—, yo también tuve un tiempo esa filosofía de querer salvar a todo el mundo, de exterminar al villano de la película. Pero no es tan fácil. Primero… primero tienes que aliarte con ellos para saber cómo funcionan —sonrió irónica— y cuando ya sabes cómo funcionan te das cuenta de que si partes el sistema ilegal, partes el legal. Entonces te quedas ahí en medio, como un gilipollas, viendo cómo muere gente sin que puedas evitarlo. Todavía recuerdo cómo mi primer jefe se rio de mí cuando le dije que quería ayudar a… a realzar el honor de los Estados Unidos de América. Me dijo «sí, sí… tienes mucha razón, Miss Harvard». Pero no podía ni hablar de la risa.
Touché… Rock no quería seguir hablando de ello. Ya sabia que todo era cierto. Intentó centrarse más en ella.
—¿Te ocurre algo? Me refiero… a ti —la inquirió, mirándola atento. Eda no estableció contacto visual con él. Fumó de nuevo, con los ojos perdidos en el paisaje.
—Me han ofrecido trabajo, no muy lejos de Roanapur.
—Vaya. Bueno… ¿y de qué trata?
Eda meneó el labio inferior hacia un lado, soltando hacia ariba el humo y volvió a humedecérselo. Emitió un suspiro en forma de sonrisa, totalmente desganada.
—Mi tío quiere que enseñe a las nuevas generaciones de policías a disparar. En su club de tiro.
—¿Lo aceptarás?
Eda se quedó con una expresión neutra y se acercó el cigarro a la boca, pero antes susurró.
—No, no creo.
Rock sonrió y le acarició la espalda.
—Seguro que… me echarás mucho de menos. Pero te conviene un trabajo tranquilo, dentro de lo que cabe.
Eda soltó el humo e irguió la espalda lentamente. Lanzó la colilla encendida al piso de abajo y miró a Rock de frente.
—Revy te ha llamado. Te ha escrito también, mientras te duchabas.
—¿Cómo? —Eda contempló cómo Rock miraba agitado su teléfono, buscando el mensaje.
—Cambia tu pin de desbloqueo. Me lo sé. Lo he usado para desbloquearlo y borrarlo todo.
Rock miró a Edith fijamente. Ella le devolvía le mirada, pero al cabo de unos segundos, la perdió hacia otro lado.
—Pero, ¿por q…?
—Porque quiero pensar que no estoy tan jodida de la cabeza. Habla con ella, si sientes que tienes algo de lo que hablar. El mundo ya está muy jodido… como para que nos jodamos entre nosotros. Siento haberme inmiscuido.
—Gracias por decírmelo, Eda. —Le dijo, incapaz de enfadarse con ella. La tocó del hombro y la acarició, aunque no parecía reaccionar. Se guardó el teléfono lentamente, mientras que la otra mano comenzó a deslizarla por el cuello femenino. La agarró despacio de la nuca y la atrajo hacia él, pero Eda por primera vez se libró de su agarre y miró hacia otro lado.
—Voy a dar yo el parte a la policía y asumiré los cargos por el allanamiento y la intrusión de la privacidad.
—No —le dijo en seco, ahora mirándola más serio—. Escucha, así no lo planeamos.
—Te diré a todo que sí, que se hará como tú quieras. Pero cuando me diste tus novatas y estúpidas directrices, yo ya tenía mi propio plan.
—¿Qué? —frunció el ceño.
—No eres distinto a como funcionas en la cama. Recuerda lo que decía Samantha Jones en Sexo en Nueva York —le sonrió fríamente, al pasar por su lado—. Nos tenemos que arrodillar para haceros la mamada, pero os tenemos bien cogidos por los huevos —le chasqueó la lengua y pasó de largo, dejándole allí. Rock se quedó alucinando con esa frase y se volteó despacio, mirándola con los ojos como platos.
Pero qué cojones…
Roanapur
La noticia de la detención de Rosarita llegó rápido a Roanapur, y Balalaika informó a Dutch de que se podían avecinar consecuencias tempranas. García no tenía suficiente dinero para contratar sicarios y probablemente tampoco la sangre fría, pero sin duda sabría quién había tomado partido en el asunto y querría tomar venganza. Dutch apaciguó un poco el asunto diciendo que no recordaba a García como un crío vengativo. Cuando colgó, cogió otra porción de pizza y se giró hacia Benny.
—Lava los platos, están de ayer, cerdo —le lanzó una bolita hecha con la servilleta, a lo que Benny miró el fregadero y puso cara de hastío. Revy también le lanzó otra servilleta de papel, riendo con malicia—. Y tú, pequeño trasto.
—¿Hm? —Revy se volteó, echada aún en el sofá. Su rodilla estaba con el inmovilizador puesto, así que no podía voltearse demasiado.
—Te ha llamado el chico ese de la bolera. No me gusta un pelo para ti, es otro pistolero de la puta periferia.
Revy puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, alcanzando su móvil.
—Le di tu número, así que se habrá llevado el batacazo de su vida. Le apestaba el aliento a ron. Y del barato.
—Ya… pues la próxima vez evita darle un número de uno de tus amigos, no me jodas, dale uno falso directamente.
—Es que pretendía que te hicieras pasar por mi novio. Así suelen salir antes más espantados.
—Lo que me faltaba, tener que partirme la cara con un veinteañero tocapelotas. Lo que me faltaba —repitió, dejándose caer en el sofá de al lado con la pizza—. ¿Habéis mirado las noticias esta mañana?
Revy negó con la cabeza y fue cambiando de canal. No tardaron en encontrar el noticiero, pero había otra noticia circulando en ese momento. Dutch se acarició las cejas.
—En la tele lo que dicen es que han relacionado a un importante aristócrata menor de edad con un caso de pedofilia, en Venezuela.
Revy paró de masticar y miró a Dutch de reojo.
—¿En Venezuela eso es novedad? —preguntó Benny, desde su saludable ignorancia.
—No se trata del país solamente. Ni de que sea un aristócrata. No han querido dar datos del supuesto agresor, o agresora.
—No creo que la chacha haya sido capaz —murmuró Revy, peleándose con un largo colgajo de queso que no se cortaba.
—Pues al parecer sí que ha sido capaz. Los dos han sido capaz —Dutch dejó su móvil en la mesa—. Balalaika, como siempre, nos ha proporcionado la información. Al parecer nuestra querida exagente de la CIA ha estado investigando el caso por cuenta propia con Rock. Han puesto una cámara en la habitación del niño al sospechar lo que ocurría y les han pillado con las manos en la masa. Evidentemente, al ver que se trataba de esa colombiana chalada y carnicera, la policía por fin ha tenido la excusa ideal para arrestarla.
Revy se quedó pensativa.
—Pero García…
—El niño no ha prestado declaración todavía. Se han necesitado nueve hombres para reducirla y meterla en el patrulla, y al parecer estaba gritando en español que si le ponían la mano encima al niño iba a matar a todo el mundo. Así que bueno, por el camino a comisaría ha ido elevando ella misma el número de cargos.
Benny suspiró asombrado.
—¿El niño consentía esas relaciones?
Dutch asintió.
—Lo que me ha dicho Balalaika es que el niño consentía, sí.
Revy puso una cara de asco progresiva y dejó el plato de pizza sin acabar en la mesa. Dutch la miró de reojo y comprendió que quizá no era el mejor público para contar aquello. Pero su profesión era la que era.
—Sé que esto no es buen plato para nadie. Pero no nos importa nada de esto. Centraos. Lo importante aquí es que tanto Roberta como García podrían tomar represalias. Ella irá directa a aislamiento, lo que la perturbará más todavía, y García se gastará el poco dinero que tenga en tratar de sacarla de allí. Si consiguen un buen abogado, podrían conseguirlo, y entonces puede que corramos todos peligro.
—Hay pruebas gráficas —murmuró Revy, inanimada—. Se tiene que comer cárcel, le guste o no.
—Edith fue quien las proporcionó y no hay lugar a dudas. Pero ella también se someterá posiblemente a juicio por quebrantar la ley para conseguirlas.
Revy se ahorró cualquier comentario, hablar de Eda le molestaba.
—Si viene a la compañía, de seguro que nos pillará a todos con los calzones bajados —murmuró Jane, quien estaba mirando a trasluz uno de los billetes falsos que tenía siempre en el bolso. Benny suspiró mirándola.
—A ti sí que te van a pillar cualquier día con los calzones bajados. ¿Con qué dinero has pagado ese nuevo laptop?
—¿A ti qué te importa? —se lo guardó rápido, mirándole enfadada. Benny se desentendió elevando las manos.
Revy miró el mensaje que había dejado a Rock, el cual no había respondido. Tampoco había respondido a la llamada. Ni siquiera sabía por qué cojones lo estaba intentando. Estaba todo perdido con él.
—El programa de protección de testigos no dejará que el rostro ni la identidad de García se sepan. Tampoco el de Edith Blackwater. Pero con el de Roberta… hay un conflicto de intereses.
—Sí, lo hay —murmuró Benny alcanzándose otra porción de pizza—. La CIA querrá exponerla y exponer todos sus crímenes, y realzar que ha sido uno de sus activos quien realizó la misión. O eso le gustaría, porque si ocurriera así, encubrirían a Eda por sus servicios prestados y es posible que incluso la vuelvan a reclutar. El problema es el lado oscuro de Roanapur. A Balalaika ya no le interesa que Rosarita esté en la cárcel, no si eso genera un alto en los vínculos que tiene con todas las bandas y grupos paramilitares que desean la cabeza de Cisneros.
—Ni yo lo habría expresado mejor —comentó Dutch, bebiendo un buen buche de su cerveza.
—Acabaría antes y mejor la cosa si le dispararan a esa zorra en la puta cabeza. Ni para uno ni para otro. Todos jodidos y con la ley aplicada a medias. Y que se jodan.
—La CIA querrá quedar bien ante todos los medios de comunicación atrapando a una asesina serial, un monstruo que ha cometido todos los crímenes de lesa humanidad que podían cometerse. Los crímenes de guerra no prescriben. Estaría bien jodida. Y no creo que sea tan sencillo hacer tratos ahora, a puerta cerrada. Sea como sea, habrá que estar atentos… porque si los intereses de Roanapur son contratarla por su eficacia y matarla a partes iguales… buf.
Todos asintieron.
Dos días más tarde
Finalizada la misión y hechos los interrogatorios pertinentes, Rokuro y Edith fueron enviados a casa. El nuevo dirigente a cargo del grupo que una vez tuvo en plantilla a Edith le reconocieron la efectividad de la misión, aunque también le hicieron entender la peligrosidad de sus actos y la ilegalidad de sus infracciones. Edith se las conocía de memoria, las asumió y gracias a sus referencias logró esquivar el juicio, aunque no gran parte de la multa. No le importaba. Las multas, una vez pagadas, suponían un espacio en blanco… como si nunca hubiera hecho nada. Su ficha de antecedentes seguía limpia a ojos de la ley. El nuevo jefe, Hank Smith, habló con ella en una reunión privada y le comunicó sus vías de futuro en caso de que se pensara retomar lo que había dejado. Edith sintió las ofertas tentadoras, también recordó lo que su tío le ofreció. Pero se lo pensaría dos veces. Cuando preguntó qué harían con la prensa y con Rosarita, Hank no le facilitó dicha información, a menos que en ese momento aceptara el puesto de trabajo que le ofrecía.
Cuando el avión les dejó en Roanapur y cogieron un taxi, Eda le dijo que le invitaría a cenar a su casa. Rock aceptó de buena gana y fueron en el vehículo de ella hasta allí.
Casa de Edith
Al entrar, supo que había mejoras en la vida de Edith. Seguía siendo algo desordenada, pero todo estaba limpio y con un orden, especialmente y como era de esperar, el despacho. Eda hizo un plato de pasta a la boloñesa, cenaron, y después de hablar un poco de qué era lo que harían con sus vidas, ambos se dieron cuenta de que seguían un poco desorientados.
—Yo sí que pensé hacer una locura —dijo Rock de repente, alzando un dedo. Estaba sentado en el sofá cuando Eda de repente se le dejó caer encima de las piernas, dejando las suyas estiradas en lo largo del sofá. Le rodeó el cuello con un brazo y se le puso cerca de la cara. Hubo un segundo en el que se miraron. Él sonrió levemente— ¿qué te parecería un centro de investigación privada?
—Qué buena idea… —rozó su nariz con la masculina y abrió la boca, pero Rock subió la mano a su hombro y la detuvo. Susurró.
—¿Estás escuchando lo que digo, rubia mala?
—Claro que sí… —le sonrió y le miró a los ojos con fijeza. Los tenía tan azules que Rock se perdía en ellos, pero le dejó de mirar rápido y volvió a intentar besarle. Rock movió el rostro hacia un lado para esquivarla y Edith suspiró con una sonrisa— eh, vamos… te he cocinado… —murmuró y persiguió sus labios. Le tomó de la mejilla para girarle la cara hacia ella y sus bocas se encontraron. Empezó a besarle con ganas, buscando su lengua directamente con la suya. Rock sentía su miembro activarse sólo con aquello, le tenía bien calado. Pero odiaba que le resultara tan sencillo. Eda seguía devorándole la boca mientras le atraía del cuello, y le mordió con fuerza el labio. Rock suspiró por el dolor pero eso sólo lo encendió más. Sabía lo que le gustaba y lo que esperaba de él en la cama. Con Eda todo siempre era muy salvaje. Le lamió los labios y situó una mano en una de sus prominentes tetas, apretándola fuerte. Eda gimió ansiosa y se le volvió a pegar a la boca; ambos jugaron con la lengua del otro sin parar.
Haré lo que ella hace. Creer que tiene las riendas y hacer lo que quiera después, pensó con lascivia. Aunque sabía que le iba a costar porque su pene ya la estaba demandando, y sabía que en cuanto la viera desnuda querría ser brusco. A Eda le gustaba fuerte y eso sería premiarla. Cuando siguió el beso, un poco impacientada, la rubia se separó momentáneamente de su boca y se quitó el top ceñido naranja que llevaba puesto. Rock se puso muy nervioso internamente al descubrir que no llevaba sujetador. Amasó con más fuerza su pecho, y sin previo aviso mientras la volvía a besar, le retorció uno de los pezones. La oyó quejarse de inmediato y distanciarse de su boca, y Rock le chistó en los labios. Ella fue conteniéndose poco a poco, mirándole a los ojos.
—Uf… —dijo divertida, mordiéndose el labio—, eso me pone…
Hubo una trifulca amorosa por quién decidía el control sobre el otro. Pero para cuando Eda comenzó a cabalgarle, Rock sintió que ese placentero escalofrío volvía a dominarle. Era sublime verla moverse de aquel modo. Tan enérgica que parecía querer romper la cama. Volvió a envolverle los pechos con las manos, para seguidamente desplazarlas hasta sus mejillas. Eda prácticamente le arrancó las manos de allí para volver a situárselas en las tetas. Reafirmar su posición de poder sólo provocó que Rock se sentara sin quitarla de encima y la rodeó con los brazos, instándola a detenerse del todo. Ahora que se tenían tan cerca, pudo oír lo agitada que estaba. Edith trató de quitarle los brazos del cuerpo, pero notó que el chico no cedía. En su lugar, comenzaba a besarla lentamente del cuello.
—Fóllame, Rock —suspiró divertida—, no remolonees.
—Déjame hacerlo a mi manera —lamió su cuello y la atrajo de las mejillas. Se besaron y dio un giro veloz, situándose sobre el cuerpo femenino. Se volcó sobre ella y la embistió despacio, ronroneando sobre sus pechos. Eda le aruñaba la espalda y aplicó fuerza bruta. Pero esta vez Rock no se puso agresivo ni cabreado. Apartó las manos con las que le hacía daño y las colocó sobre su cabeza, volviendo a apropiarse de sus labios. Eda le correspondió, pero empezaba a sentirse fuera de onda. Salía de una sensación para envolverse en otra donde no le gustaba estar. Rock la agarró de un muslo y apretó más las embestidas, chocándose contra ella mientras le gemía entre beso y beso. Con la otra mano no paraba de acariciarla. El cuerpo de Eda tuvo una irremediable sacudida de placer; comenzó a respirar más rápido al recibirle y a gemir. Rock la miró entonces con una radiante sonrisa. La desconcentró.
—¿Qué mierda miras con esa sonrisa? —preguntó tapándole la cara con las manos.
—Ver lo guapa que eres —quitó sus manos y se zafó de ella. La agarró aprovechando su sorpresa y la giró, situándola a cuatro patas. La penetró de golpe, atrayéndola de las caderas con una renovada rapidez. Eda quebró un suspiro y apretó las manos en las sábanas. Iba a correrse enseguida. Rock aumentó la velocidad y se excitó al oírla jadear como un animal indefenso. En uno de los choques perdió fuerza en la voz y de un segundo a otro comenzó a temblar. Rock sonrió satisfecho, oyéndola gemir y viéndola con la espalda sudada en cuestión de segundos. Aquella americana tan imponente y guapa chillando en aquella postura sumisa… se puso nervioso. Y sabía que iba a correrse. Pero no se lo permitiría. Volvió a girarla, ante una mirada de cansancio y reproche de su amante. Volvió a penetrarla desde arriba, pero mucho más lento. Más pausado.
Más… cariñoso. Y ya estaba demasiado cerca del orgasmo como para siquiera hablar. No quería que se detuviera. Siguió penetrándola despacio, acariciándola del rostro, y susurrándole palabras que la hicieron quedar perpleja. Rock sólo tuvo que embestirla tres veces más para hacerla retorcerse de placer y llegar al orgasmo. El japonés se volvió a poner nervioso al oírla. Dio un gemido arrastrado sacando su miembro de ella justo en el momento en que eyaculaba.
Esa noche, después de darse una merecida ducha y acostarse ya para descansar, Rock cayó el primero. Eda estaba también cansada y más de semejante guerra sexual, pero hubo algo durante el encuentro que la preocupó y la mantuvo despierta. Algo que no le dejaba de dar vueltas incluso mientras se duchaba. No eran las anticonceptivas, pues ya las tomaba de serie desde que se convirtió en funcionaria. Lo que le preocupó fue algo que llevaba tiempo sin ocurrirle… sí, pensó, justo esa sensación de mierda.
Fue lo que sintió esa vez al follarse a Rock. Algo que no había sentido las otras veces.
Cuando la acariciaba de la cara y la follaba tan lento, y cuando luego le susurraba que era suya… había sentido algo. Eda tragó saliva en la oscuridad de su amplio dormitorio, y llevó la mirada a Rock. Estaba dormido bocarriba, con la cabeza hacia ella. Se fijó en él unos segundos y luego apartó la vista. Suspiró cabreada.
Aquello sería un problema.