• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 24. Una oportunidad evaporada


Hospital de Roanapur

Al final, la excursión de Luc por los barrios le había acabado trayendo a su propio núcleo de trabajo. Era casi irónico. Fue Dutch el que trajo a Rock en brazos y lo tumbó en la camilla. Eda trató de acompañarle al interior del pasillo de emergencia pero dos doctores la frenaron en seco y le exhortaron esperar junto al resto en la sala de espera, ya que se avecinaba una cirugía de emergencia. Eda asintió resignada y descaminó los pasos, con los oos inyectados en rabia mientras volvía. Revy se puso recta al ver que iba directa hacia ella. Justo cuando iba a empujarla, Dutch se metió por medio y la cogió por los brazos.

—¿¡Qué pretendías, Eda!?

—No era asunto vuestro, de ninguno. ¿Por qué coño os quedasteis allí?

Revy pretendió responder y Dutch la tapó con su voz, notablemente cabreado.

—Tu intento de robo nos salpicó a todos, y encima dentro de una taberna. ¿No se te ocurrió pensar que estabas en clara desventaja, eh? ¿Te das cuenta de dónde estaba mi coche, EH?

—No lo vi. Haberlo dejado ahí y huir a pie, como hicieron todos.

Revy chasqueó la lengua cabreada y escupió al piso. Eda, aún preocupada por lo que podía avecinarse cuando un médico volviera, rezongó por lo bajo y salió del pasillo de un portazo. Cuando se marchó, la morena notó una especie de alivio momentáneo y bajó la cara, acariciándose los párpados por encima.

—Dos Manos, vuelve a la compañía y acuéstate un rato.

Ella negó, mirando a otro punto. Después volvió la vista a Dutch.

—Me quedaré a ver cómo está.

Dutch lo entendió. Asintió pesadamente y él salió afuera, también a tomar el aire.

Tres horas más tarde

La operación tuvo dos complicaciones imprevistas que, con buenas manos, quedaron en dos sustos. Al igual que Revy, había recibió un disparo que le desgarró las fibras. La distancia entre el tirador y la víctima había sido mucha y había astillado varias costillas por la onda del impacto. Pero sobreviviría, y a diferencia de ella, no estaría en el ala de cuidados intensivos. Rock despertó de la anestesia al cabo de dos horas.

Mientras tanto, en la sala de espera, la banda de Dutch no se marchó. Eda tuvo que reconocer que eso la impacientaba. Llevaban bastante tiempo sin comunicarse, ¿por qué seguían allí esperando? Se ve que el compañerismo por parte de ellos tardaba más en morir que el que Rock les guardó en el pasado. Antes de que ningún médico dijera nada, otras dos personas se presentaron en el hospital, dos hombres. Policías. Uno de ellos, el más alto y corpulento, desplazó la mirada por todos y cada uno de los rostros que tenía a cada lado, estudiándolos. Pero el que parecía llevar la voz cantante era el más bajo, también fornido.

—Señorita, usted.

Eda se señaló con el índice.

—¿Hm?

—Venga con nosotros.

—¿Familiares de Rokuro Okajima? —la banda Lagoon se puso en pie rápido. Eda volteó la cabeza hacia el doctor y luego hacia el policía, indecisa.

—Venga ahora.

Dutch pasó por el lado de Eda, tenía las gafas y sus ojos no se percibían, pero aquello parecía una orden, no una petición. Se la quedó mirando bastante rato por el rabillo del ojo. La rubia caminó afuera con los policías.

—No me fio un puto pelo —murmuró a Revy cuando la tuvo al lado.

—Yo tampoco —convino. Pero se volteó y pretendió entrar a la habitación de Rock cuando Dutch la frenó del hombro.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo? No quiero que ese cabrón…

—Sólo voy a ver cómo está.

Dutch asintió y la dejó marchar. Cuando se volteó hacia los otros, vio que Luc se había sentado en las sillas más lejanas de la sala de espera, con los codos apoyados sobre las rodillas. El negro inspiró hondo y se acercó hasta quedar pegado a la puerta. Allí se tomó la libertad de abrirla de par en par y encenderse en un cigarrillo, pues había limitación de humo en toda zona interior. Luc en un primer momento quería decirle que ahí donde estaba tampoco se podía fumar, pero no lo hizo. Estaba con la mente cruzada por otros sentimientos más importantes y no le paraba de dar vueltas a las cosas. Dutch dio una calada y aprovechó de mirar afuera. Eda estaba hablando con los dos malditos policías… y al poco se reunió otro más, que a juzgar por la uniformidad que llevaba, parecía de un rango bastante superior. Todos llevaban gafas soleadas y ninguno iba con la placa a la vista, por lo que Dutch imaginó que serían de Inteligencia o de la Interpol… claro que sí.

—Es una mierda. Pero la queríamos mucho en Black Lagoon. Era muy amiga de Revy, tanto cuando eran adolescentes, como cuando regresó a Roanapur, después de años teniéndole perdida la pista.

Luc miró en la misma dirección y se quedó en silencio.

Exterior

—Viejo, ¿qué haces aquí? —saludó efusivamente Eda, con una media sonrisa. El hombre más bajo, y notablemente más curtido, se quedó mirándola serio y fijamente—. Se ha complicado un poco tu pedido.

El hombre hizo un gesto seco al muchacho alto que le acompañaba, que al saber la gravedad de lo que se avecinaba, miró a Edith y apretó un poco los labios. Se marchó de regreso a un coche blindado. Eda lo siguió con la mirada y volvió despacio la vista a su progenitor. El hombre dejó que algunos segundos más transcurrieran sin apartar la mirada de su hija. El tono de la conversación iba a cambiar.

—Ha sido imposible hacerlo de manera limpia —murmuró la rubia—. Era arriesgado.

—¿Estás excusándote?

—No. —El hombre asintió, pero permaneció con la misma mirada analítica y seria. Eda titubeó un poco al volver a hablar—. No sabía que eras el nuevo Jefe de Inteligencia. Habías dejado de trabajar para la INTERPOL.

—Y nunca pensé en regresar hasta que tu tío me dijo que te estabas replanteando trabajar en su club de tiro. Se me hizo sospechoso y revisé los avances en el caso perdido de Roanapur que dirigía Patrick Dossel.

Eda maldijo para sus adentro. Había tenido mucha suerte en la vida para muchas cosas, y mala para otras. Pero aquello que se avecinaba sería un bache duro. No podía trabajar con su padre, ni cerca de él. Y acababa de descubrir que…

—…así que lo retomé —continuó el hombre—. No sabía que las cosas estaban tan mal en la CIA. He solicitado un traspaso de todos los archivos, en nombre de la cooperación internacional y de todos los departamentos de Policía.

—Te han dado el caso —masculló, intentando no denotar los sentimientos negativos que le confería si quiera pronunciar esa frase.

—Sí. Estoy al mando de las investigaciones de Roanapur y tú estarás en el equipo temporalmente, como colaboradora de la CIA y en función de agente doble. No se disparará una sola bala sin que yo sepa quién, cuándo, dónde y con qué arma lo hizo.

Eda negó lentamente con la cabeza según le escuchaba hablar.

—No es tan sencillo, mi cabeza corre peligro si se enteran de que sigo trabajando para la CIA.

—Obviamente. Por eso actúas en calidad de encubierta.

—Es un suicidio, ¿de verdad crees que esta gente es tonta?

—La gente no es tonta. Lo que no se pensarán jamás, es que tú eres una suicida. Así que trabajarás para que no te pillen con las manos en la masa y no hacer cagadas como la que acabamos de presenciar.

—No creas que no he puesto a salvo la maleta. La dejé debajo del vehículo de uno de tus camaradas en cuanto pude.

El hombre tardó en intervenir. Se quedó mirándola. Al verla de arriba abajo, dilató ligeramente sus fosas nasales.

—También he investigado tus últimos movimientos este año. Abandonaste por tu cuenta y riesgo la iglesia de Yolanda en cuanto Rosarita Cisneros se convirtió en peligro nacional. Empezaste a controlar el tráfico de armas a distancia, fiándote de la lista de clientes que te pasaba tu superior.

—Si algo no cuadra con mis cálculos, no es culpa mía o de Yolanda, sino de los esbirros de Patrick Dossel. Me consta que han intentando apoderarse de esta ciudad usando muchas estrategias, entre ellas, la aportación de pruebas falsas al Ministerio Fiscal. Sabiendo que la rusa no diría una palabra si trataban de vincularla a las bandas a las que se las vendía después.

—La esbirra principal eras tú.

—¡Yo no sabía que él dirigía una maldita mafia, le daba la información pensando que él obraría bien!

—Pero colaboraste con su organización al contarlo todo, lo supieras o no. Por eso has hecho que el objetivo que menos tenía que sospechar de la Policía Criminal, te encañonara directamente. Por culpa de tu falta de precaución has condenado más este país, y acabado con la vida de tu hermana al sentenciar a su hija.

Eda parpadeó débilmente, con la mirada cambiada.

—No es fácil nadar en el mismo río que Balalaika. Pude engañarla un tiempo, pero esas misiones siempre tienen un coste.

—La familia está bien protegida en nuestra plantilla. Ni siquiera creo que sepa qué otros parientes puedas tener. Lo que me lleva a mi siguiente advertencia —le lanzó un USB, que Eda cogió en el aire y se guardó rápido en el bolsillo. Al hacerlo, asomaron dos cigarrillos y el hombre se tomó una pausa para mirarlos y luego devolverle la misma mirada fría—. En la investigación se te ve muy pegada a Rokuro Okajima, antiguo trabajador de Black Lagoon y un protegido actual de esa zorra rusa.

Eda asintió. El hombre elevó una ceja inquisitivo, aguardando que ella continuara.

—Es un amigo.

—¿Igual de amigo que mi antiguo camarada, Patrick Dossel… cuando te follaba en su oficina?

Eda entreabrió los labios y bajó la mirada, tenía una capacidad asombrosa para humillarla. Lo último que la rubia se esperaba era que aquella información hubiese salido de la oficina de Dossel. Cerró los labios y los presionó un poco, humedeciéndolos a medida que volvía a encauzar la mirada con la ajena.

—Eso fue algo pasajero, algo… que no repetiría.

—Claro que no, porque esta plantilla la dirijo yo. Tengo la primera y la última palabra en toda materia que se mueva en el Ministerio Fiscal relativo a este caso. Y desafortunadamente soy tu padre y tu superior, así que no, no se repetiría conmigo. En el momento que alguna de esas conductas vuelva a repetirse en un organismo tan respetable, te acusaré yo mismo ante la Corte por tráfico de influencias y posible cohecho. No saldrías de prisión. ¿Queda claro?

Eda le mantuvo la mirada, tan fría como la de él, en algo se parecían. Ambos tenían los ojos celestes, y él, aunque ya bastante canoso, se notaba que había sido rubio en su juventud. El hombre elevó un poco el tono.

—¿Queda claro, Edith?

—Sí, señor —farfulló.

—Recogerás tus nuevas armas y la uniformidad mañana a primera hora. A mediodía tendrás que repetir todos los cuestionarios psicológicos en los temas que he visto convenientes que te repases.

—Estás de broma, ¿no…?

—¿Cómo de amigo tuyo es, el tal Okajima?

Eda había intentado dar esquiva al tema, pero no iba a poder.

—Es un amigo, ya te lo he dicho.

—¿Cómo de amigo?

—Hemos tenido algunos encuentros, pero no es nada. Él tiene su trabajo, y ahora yo tengo el mío.

—No puedes mezclar el placer con los negocios, Edith —le hizo con gesto con su angulosa barbilla, delatando un gesto algo pendenciero—, no he pasado por alto lo que sí has hecho bien, que es la misión aparentemente conjunta con él para retirar a Rosarita. Él no sabe cuáles fueron tus intenciones con la ayuda que le prestaste y así debe continuar. Esa jugada cobrará importancia más adelante.

—Sabes perfectamente que este trabajo se me da bien. Pero necesito tiempo. Dutch está mirándonos en este momento, desde el hospital. Ahora finge que está atento a su cigarrillo, mientras intenta grabarse tu cara y saber quién narices eres. Y Balalaika se enterará.

—Se tiene que enterar. Quiero que ese grandullón sospeche de ti, para que ella también lo haga.

Eda no comprendía. ¿Por qué quería exponerla de aquella manera? El plan era cada vez más suicida.

—Entonces no quiero hacerlo.

El hombre ladeó media sonrisa, que a Eda y a cualquiera se le hubiera hecho siniestra.

—Si quieres seguir trabajando como policía, lo harás.

—No, no lo haré. No voy a jugarme el cuello por una ciudad que está en el último estadío de cáncer. —Dijo más cabreada, perdiendo la paciencia—. Me he esforzado mucho en hacerlo todo como se esperaba de mí, he estado en puto Afganistán. Pero sé reconocer cuándo algo está perdido antes de empezarlo.

 Pero sé reconocer cuándo algo está perdido antes de empezarlo
—Entonces te falla el radar

—Entonces te falla el radar. Pero no importa. Porque ya estoy yo aquí para decirte todo lo que tienes que hacer para no jugártela. Peligroso es, pero te aseguro que corrías más peligro en Afganistán. No hagas nada por tu cuenta, Edith. Deja que sea yo el que te guíe. ¿Quieres acabar con la mafia rusa? No es imposible. Sé cómo usar las piezas del tablero.

Eda inspiró hondo… si era cesada por su padre, con el alcance ministerial que tenía y sus logros en la Interpol como Jefe de Investigaciones, tendría que devolver la placa. Algunos antiguos compañeros de la CIA aún guardaban cierto recelo a Edith después de salir indemne tras haberse hecho pasar por muerta y aceptar mucho dinero en negro de la rusa. El mundo policial podía llegar a ser muy duro, dependiendo del lado del prisma desde donde se mirara.

—En el USB tienes dos correos que tienen en su bandeja enlaces encriptados. Ten mucho cuidado y quédate bien con la dirección web, porque son la única forma de acceder a las escuchas de la sede que manejamos nosotros. Tienes asignados unos cuantos objetivos. Si ves a alguien que no conoces en Roanapur últimamente, no le observes demasiado. Probablemente sea uno de los míos. La secreta está pululando —Edith asintió sin mediar palabra. Al poco, el hombre volvió a reparar en ella—. Si esto sale bien, te asignaré una nueva misión política y podrás dejar de vestirte como si fueras una pandillera.

A Eda se le escapó una risa floja sin ningún atisbo de diversión.

—La ropa es lo de menos. Ya no estoy tan segura de irme de aquí.

—Te irás de este sitio, Edith. En el momento en que Balalaika muera, tendrás mucho trabajo incoando expedientes a protección de testigos.

Eda bajó el tono de voz.

—Esto será un río de sangre si eso llegara a ocurrir, papá.

—¿Cómo me has llamado?

La mujer frunció un poco las cejas y se puso recta, echando atrás sus hombros.

—El… el hecho es que no quiero precipitarme con nada.

—Cuando juraste ante la bandera, perdiste la posibilidad de elegir libremente. Precipitado o no, abandonarás este lugar, al asiático y a cualquier pandilla de pistoleros con la que hayas confraternizado. Si pretendes seguir bajo el mando de la ley, no te puedes descarrilar. ¿En qué momento creíste que fingir ser una de esas vulgares callejeras te daría tratos de favor?

—Jamás lo pensé —se defendió.

—Los tratos son con ellos, mientras que sigan pensando que eres su amiga —Eda tenía el presentimiento de que hubiera planeado lo que hubiera planeado, saldría con muchos trompicones por el camino y mucha sangre. Inspiró hondo y miró hacia otro lado—. Olvídate de ese muchacho, porque él también caerá.

—No tengo nada con él —musitó, arrastrando las palabras.

—Por tu bien, eso espero. Si tu madre te viera ahora, en lo que te estás convirtiendo… se revolvería en la tumba.

Eda sonrió forzadamente.

—Ya bastante se revolvió en vida con lo que debía aguantar contigo.

Hubo un silencio breve, que se rompió bruscamente cuando el hombre usó toda la fuerza en abofetearla. Le giró la cabeza por el fuerte impacto hacia un lado, y el tronco corporal de su hija se curvó un poco hacia ese mismo costado. Eda sintió un dolor indescriptible y la misma impresión de no esperárselo la dejó varios segundos en shock, con el pelo dorado tapándole el rostro. Los segundos pasaron y respiró angustiada, sintiendo el enorme escozor pululando por los poros de su mejilla. Se la tapó y se puso recta despacio, devolviéndole la mirada iracunda, pero sumisa.

—Mucho más dinero tendría que haberme pedido el Centro de Menores por sacarte de allí.

Hospital

Dutch tuvo un respingo, impresionado al ver cómo aquel desconocido le doblaba el cuerpo a Eda de un bofetón en la cara. Eda no respondió. Sólo se quedó quieta, con la cara girada hacia un lado.

—Qué cojones… —musitó muy confundido. Hasta él se sintió incómodo. Eda se giró con la mano tapando su mejilla y caminó tan atropelladamente hasta la puerta donde él estaba que casi chocan. Sus miradas se cruzaron un segundo, un segundo que le bastó para verle los ojos llorosos y los dientes con una buena ristra de sangre. Dutch devolvió la vista al furgón, pero el hombre misterioso ya se había marchado.

Mientras tanto, en la habitación hospitalaria de Rock

—Eh, Rock, ¿puedes oírme?

Rock entreabrió los ojos poco a poco, llevaba bastante rato despierto. Aún estaba atontado por los calmantes y la vuelta a la consciencia tras un tiroteo.

—No me puedo creer que siga vivo, no… no tiene sentido.

—Ya. Cuesta de creer. Pero ya te lo creerás más cuando te den esos tirones en rehabilitación…

Rock puso una expresión de dolor fingida, aunque al hacerlo, le dio dolor de verdad. Respiraba más seguido de lo normal, ya que sentía un pinchazo constante en las costillas.

—Revy… qué… qué es lo que estás haciendo aquí… ¿cómo es que has venido a verme?

—Hum. Luego no quiero tener problemas con mi conciencia, ¿sabes? No hay más.

Rock soltó una risa floja. Estaba tan aturdido que su mente divagaba en muchas cosas al mismo tiempo, y en ninguna a la misma vez. Pero aquello que le dijo Revy le pareció hasta fantasioso.

—¿De verdad estoy hablando con Revy Dos Manos…?

Ella suspiró largamente.

—Ay, Rock, Rock… en menudos líos te metes… no sé en qué andareis tú y Eda, pero si lo que pretendías era enfurecer al cártel colombiano, tengo que felicitarte.

—Bueno. Qué es lo peor que puede pasar, ¿que me amenacen? ¿Que me corten algún dedo para sacarme dónde está la maleta? Ni yo mismo lo sé…

—Sabes qué, no me cuentes nada.

—Mira que se lo dije —Rock cogió carrerilla hablando, estaba tan sedado, que no paraba de dejar a su lengua soltándolo todo—. Le dije que saldría mal, que acababa de ver cómo el mafioso con el que había tonteado se había visto la escucha y que no se quedaría de brazos cruzados. Pues nada. Ella cogió igualmente su maleta y nos pilló con las manos en la masa. ¡El cabrón se quedó muy atento! Hahahaha…

—Ya veo, ya veo. Haz el favor de no hacer tanto esfuerzo, idiota. Deja de reír. —Le tapó la boca con la mano y su garganta dejó de proferir sonido, cambiando por una especie de resoplido de alivio. Poco a poco la morena le retiró la mano—. En fin, Rock, sólo venía a ver que seguías vivito y coleando. Me piro, odio los hospitales.

Se empezó a separar. Rock la tomó de la mano y la apretó levemente, frenando su marcha. Revy le miró confundida.

—Espera… dime… qué querías decirme cuando… —tosió débilmente y se esforzó en centrar la mirada en ella—. Dime qué era lo que querías decirme.

—¿De qué me estás hablando? Estás empanado, eh… no te enteras nunca de nada, Rock —se rio burlona de él, ladeando la cabeza—. Descansa y ya más tarde lo verás todo con claridad.

—Dímelo, Revy. Dímelo o no dormiré hoy.

—¿Pero de qué vas…? ¿Qué mierda te han enchufado, morfina? —rio fingiendo mirar las bolsitas que tenía conectadas a su vía. Rock ladeó una sonrisa tranquila.

—No me tomes por bobo… tu mensaje. Tu llamada. La llamada no la escuché, y el mensaje lo descubrí muy tarde —murmuró, sabiendo perfectamente que le mentía—. Te tengo al lado ahora y has venido a verme… esta ocasión no se repetirá si no te lo pregunto ya, así que…

—Qué mal mientes, eh… es imposible que te haya tomado tantos meses leer un mensaje —murmuró, sin acritud ni enfado. Rock volvió a toser despacio, poniendo una expresión de dolor momentánea—. De todos modos ya no tiene ninguna importancia.

—Estás distinta… más calmada… más contenta… ¿y eso…?

Revy le fue quitando lentamente los dedos de su mano y finalmente la dejó reposada en la camilla.

—He tenido mucho tiempo de calma obligado, digamos. Ya sabes, la recuperación y eso.

Rock la volvió a agarrar al sentir que se marchaba, y esta vez Revy tuvo cuidado al dar ese paso atrás, porque la rodilla le dio un crujido leve.

—Espera.

—Ten cuidado, capullo… ya bastante guerra le habéis dado a mi pierna por hoy. He hecho el deporte de una semana en diez minutos.

Rock suavizó el contacto, bajando cansado la mirada a su rodilla. La forma de esa rodilla no era igual que la opuesta, además, le faltaba más musculatura en la pierna.

—Perdona, se me olvidaba… eh… Revy, podrías… ¿podríamos hablar de por qué me enviaste ese mensaje?

Revy curvó una sonrisa y suspiró hondo.

—Sólo quería dejar las cosas claras. Había… —no, no se lo cuentes. Esa parte no, dijo su cerebro. Reculó la frase—… tenía nuevas motivaciones y sentí que lo que tuvimos fue corto… pero importante. Si no lo dejaba bien cerrado, sabía que me iba a comer la cabeza.

Hubo un silencio por las dos partes. Revy suspiró hacia adentro, le costaba un mundo expresarse de sí misma y de sus pensamientos, siempre le había costado. Miró a Rock furtivamente y volvió a hablar.

—…y cuando no me respondiste supe que era una gilipollas, estaba ya todo cerrado por tu parte. Lo que pasa es que no me lo quería creer.

Incluso en su adormecimiento, a Rock le sorprendía oír hablar a Revy con tanta tranquilidad. Se la veía serena. La cogió de la mano y trató de cruzar los dedos con los suyos, pero aunque ella se lo permitió, la sonrisa que había mantenido hasta el momento se evaporó.

—Quiero volver a Black Lagoon…

—¿Qué…?

—No por Dutch, ni siquiera por mí… no quiero más problemas. Llevo todos estos meses intentando hacer por mi cuenta lo que la policía no ha podido, y es imposible, Revy… me siento un imbécil, un puto imbécil… encima… te he dado de lado pensando que era lo que tenía que hacer para que no corrieras peligro.

Revy descruzó los dedos de los de Rock y miró instintivamente hacia la puerta semiabierta. Creyó haber escuchado algo. Se volvió hacia él y susurró.

—Estás con Eda. O eso me han dicho.

—¿Con Eda? Con Eda nunca he estado, es todo sexo. Y una buena amiga. Pero es una persona autoritaria y manipuladora, no podría confiarle mi vida… no como a ti.

Revy sintió espinas en todas sus frases. Intentaba otorgarle el beneficio de la duda, pero habían dos cosas que le fastidiaban. Primero, que no terminaba de creerle. Segundo, la facilidad con la que Rock bailaba de unas preferencias a otras. No le daba ninguna confianza.

—Menos mal que por lo menos es tu amiga… pese a lo autoritaria y manipuladora que es —le dijo, presentándole lo mal que sonaban sus propias palabras cuando se repetían.

Rock sonrió atontado y cerró los ojos unos segundos.

—Está feliz conmigo, porque de mí obtiene todo lo que quiere. Lo que no sabe es que yo también me estoy apuntando unos tantos.

—No me gusta ese tono una mierda… y no, no me lo cuentes, no quiero saber vuestras movidas. —Se empezó a alejar, suspirando—. Anda que menudo par.

—¿La he vuelto a cagar? ¡Vuelve aquí…! —dio un manotazo en el aire, ante el que se hizo daño en las costillas astilladas, y gritó levemente—. Quiero… quiero seguir hablando…

—Joder… —susurró la morena, pensando en qué podía hacer. Se lo pensó dos veces, pero finalmente se aproximó con cautela.

—Si en algún momento toda esta mierda acaba… sabrás que es cierto. No paro de acordarme de ti y de cómo la cagué en Japón. ¿Crees que aún… hay una posibil…?

—Ni remotamente —murmuró Revy, sin dejarle terminar. Estás bien jodido, Rock, pensó.

Rock la miró fijamente ahora. Revy también.

—Haces… haces bien.. ya no soy de fiar. Ni yo mismo me fiaría de mí —suspiró acomodándose muy despacio en la camilla, con cuidado. Revy se volteó para marcharse, cuando de repente, algunos pensamientos le pulularon. No dejaría que se quedasen en el tintero esa vez. Se giró a él y bajó el tono de voz.

—Pero sí que quiero dejarte algo claro.

Rock la miraba prestándole toda la atención del mundo. 

—Mi relación con Eda ha sido una montaña rusa desde que nos conocimos en el Centro de Menores. Ella… a su manera tampoco lo ha tenido fácil. Es cierto que ha jugado con casi todos los capullos que se le han cruzado, pero si… si te estás riendo de ella, mejor déjala. Porque creo que está pillada por ti y eso no se lo va a reconocer a nadie. Y aunque no pueda ya ni mirarla a la cara, le tengo aún algo de respeto.

—¿Dejar el qué, Revy? Te digo que no hay nada. Ni siquiera hemos tocado ese tema.

—Una de las cosas que me sorprendió fue la facilidad que tuviste para dejarme ahí —señaló la camilla—. Te tenía por un imbécil sensiblón. Y cuando no volviste lo primero que creí es que te ocurrió algo.

—… —Rock guardó silencio, avergonzado. Fue Balalaika, ella me metió pajaritos en la cabeza…

—Mucho después de tu visita a mi rehabilitación fue que se me contó que estabas con ella… cuando yo aún ni había recibido el alta.

—Eso no es del todo cierto. Quien te lo dijera, te engañó. Trabajamos juntos una temporada, me ayudó a salir del pozo mental en el que estaba.

—¿Te acostaste con ella para salir del pozo?

—Joder, ¡si vieras cómo insistía! ¡Prácticamente se me bajaba a la bragueta!

—Y tú no podías decirle que no, ¿UH…?

Me cago en mi puta calavera, cada vez que hablo con la verdad por delante estoy quedando peor; Rock trató de alcanzarla de nuevo, no paraba de separarse, y sintió un dolor profundo en el pecho que le aumentó rápido las pulsaciones.

—Argh —se acarició el pectoral apretando los labios. Revy suspiró.

—No volverás a trabajar con nosotros, Rock. Estás solo. No vuelvas a tener el descaro de pedirme algo así. Y si aprecias tu mandíbula, tampoco se lo digas a Dutch.

Rock se removió incómodo y trató de levantarse de la camilla alzando el brazo hacia Revy. Ésta se obligó a cerrar la puerta antes de seguir contemplando aquel espectáculo, porque si lo hacía, iría como una subnormal a socorrerlo. Suspiró un poco nerviosa y dejó la mirada puesta en el pasillo, inerte ya de personas. Un poco adolorida fue cojeando hasta la salida donde veía la figura imponente de Dutch, y se sorprendió de lo cansada que estaba al llegar hasta él.

—¿Dónde cojones está tu muleta, Revy?

—Se quedó en el bar —dijo respirando agitada. Subió la palma de la mano al hombro masculino—. Me cago en la puta, me he cansado…

—Te pierdo de vista 10 minutos y ya empiezas a cojear —dijo molesto, ayudando a dirigirla hacia el banco exterior más cercano. Revy se sentó y estiró muy poco a poco la pierna, con una expresión de dolor—. Has tardado en salir. ¿Hablaste al final con el japonés?

Revy asintió, masajeándose con mucho tacto la rodilla.

—Ese tío tiene problemas graves. No está bien del coco.

—Tiene problemas —asintió—. Y no quiero que te quedes a solucionárselos.

—¿Me has visto cara de representante a la caridad? —murmuró y soltó una risita. Luc se acercó despacio a Revy y se arrodilló frente a su rodilla, quitándole despacio las manos para palpar la posición de la rótula con sus dedos—. ¡¡Ah!! ¡Joder, me haces daño!

—Más daño del que debería. Supongo que con todo este traqueteo, se te quedó la muleta por allí tirada.

Revy tenía los dientes apretados y la única contestación que el chico obtuvo fue la de un gemido contenido de dolor al seguir masajeando fuerte la zona.

—Para, me haces daño…

—Lo sé, pero me preocupa que no esté bien en su sitio. No camines sin ella… cuando vuelvas a casa, no apoyes más el pie, por favor. Sino, la fisioterapia sólo irá a peor.

Revy asintió, suspirando aliviada cuando después del masaje le retiró las manos. Luc se puso en pie despacio y miró a la lejanía. La mujer se sintió mal y pensó sus palabras antes de soltarlas.

—Oye… siento lo que ha ocurrido. Que sepas que no siempre es así, eh… —dijo con una sonrisa leve, aunque notaba cierta tensión. Se sentía culpable por lo que había tenido que vivir alguien como él, que a pesar de habitar en Roanapur, no conocía aquellas ratoneras ni tenía contacto con armamento. Dutch se apartó de ellos para dejarles intimidad. Luc lo siguió con la mirada. Pasaron algunos segundos, cuando bajó de pronto la mirada a la acera. Revy alzó las cejas—.¿Estás bien?

—No lo sé.

Revy le siguió mirando desde el banco. Esa respuesta no le había gustado.

—Hay días en los que uno no sabe si va a salir vivo de esos locales. Pero son una minoría. Ha sido mi culpa llevarte allí, sabiendo que hoy estaban de eventos… a más gente haya, más probabilidades habrá de gresca. Siento si te has asustado.

—¿Asustarme…? —se fue sentando lentamente a su lado, sin dejar ahora de observarla a los ojos—. No estaba asustado. Estaba aterrorizado. No sé cómo no me oriné en los jodidos pantalones.

La muchacha asintió despacio, empezaba a sentirse incómoda. Detectaba en él un tono peculiar que no le había escuchado antes.

—Allí el uso de pistolas es… como el uso del mechero.

—No sabía que portábais pistolas con tanta ligereza. Parece la ley del más duro. Pero tampoco esperé verte disparar de aquella manera, yo… —resopló con cierto cansancio y se tapó los ojos con las manos, frotando fuerte. Se las quitó al rato, y cuando volvió a establecer contacto visual con Rebecca, notó que le había ya cambiado por completo la expresión del rostro. Ya no le miraba y sus labios no tenían expresividad alguna.

—Ya. —Masculló, en un tono muy bajo.

—Tengo muchas ganas de conocerte. Muchísimas… porque sé que no eres así —acercó un nudillo a su mejilla, y para su sorpresa, Revy apartó la cara hacia un lado de manera muy cortante, sin devolverle la mirada.

—Soy como me viste. Ni más ni menos.

—Te he conocido en un momento de debilidad —murmuró, pegándose un poco más a ella. —¿Puedes mirarme a la cara, por favor?

Revy no reaccionó. Su mirada seguía fija en algún punto, pero perdida de cualquier recepción con los sentimientos que él intentaba hacerle ver. Parecía… enfadada.

—Revy. ¿Podrías mirarme? —insistió. La chica se tomó varios segundos, pero al final parpadeó y movió los iris castaños hacia él. Sintió que la fuerza de su mirada lo desvestía—. Quiero conocerte, y dios sabe que me encantaría estar contigo. Me gustas muchísimo.

—Eso ya lo he oído de otra boca.

Luc se mostró un poco dolido ante su sequedad, pero no quería abandonar todavía.

—Quiero estar contigo. No me extraña que otro haya dicho lo mismo. Eres una gran persona, y apuesto lo que sea a que has sufrido lo inimaginable. Pero… veo un problema en todo esto. —Revy apartó la mirada de nuevo de él, desconectando de la conversación y volviendo a tener la vista ensombrecida—. Lo siento pero… no… no puedo conocerte en ese ambiente. No quiero estar temiendo por mi vida ni por la tuya.

—Es mi ambiente. Lleva siéndolo desde que respiré por primera vez.

—Eso no importa en absoluto. ¿Sabes qué? Yo vivo aquí, en el centro. Hay menos contaminación, los locales no tienen ese tipo de problemas ni de gente tan delincuente… o al menos no les interesa aparentarlo. Podríamos probar a vivir juntos un tiempo.

Revy soltó una risa amarga.

—Por favor… sólo nos estamos conociendo.

—Ya lo sé. Y no quiero presionarte a nada. Me has malinterpretado… verás, en mi piso se acaba de ir un compañero de piso que ya no será residente del hospital. Ha quedado una habitación libre, somos 3. Me gustaría que fueras allí no sólo para tenerte cerca y poder conocernos en un sitio menos tóxico… sino para que también explores posibilidades para tu vida. Hay muchos puestos de trabajo que necesitarían a una chica como tú.

—Esto es lo único que sé hacer. No puedo cambiar lo que soy, Luc.

—¿Cómo puede ser que lo que mejor se te dé es acabar con vidas ajenas? Por disputas tan… tan… ¡ni siquiera sé cómo categorizarlas! ¡No me enteré ni de lo que pasó ni por qué!

Revy abrió los labios poco a poco y suspiró larga, largamente. Bajó la mirada.

—Te agradezco la proposición.

—Revy, ¿por qué no lo piensas? Ganarías un poco menos de dinero pero te quitarías de un montón de problemas. Deja que te ayude. Y que te cuide —musitó, empezando a acercarse a su rostro. Subió tímidamente la mano a su barbilla y la rozó con un dedo. Revy cerró los ojos cuando le condujo la barbilla hacia sus labios, y se dieron de manera espontánea un beso. Notó un fulgor interno inmediato, acompañado de un recuerdo de Rock cuando la besó por primera vez. Luc rozó la nariz con la de ella y la volvió a besar, pero ella se apartó, con el ceño fruncido.

—Somos incompatibles.

—Sólo por ahora. Si… si piensas en lo que te he dicho, yo podría…

—No voy a ir al centro, ni a cambiar de vida. ¿Entiendes?

Luc notó un enorme desazón. Parecía muy convencida y eso lo apenaba.

—Lamento oírlo. Siendo así… yo… no puedo. No puedo seguir conociéndote.

Revy asintió. Como siempre que algo le afectaba, era la rabia el sentimiento que más le crecía dentro. Para colmo, el segundo beso que concedía a alguien volvía a traerle el recuerdo de Rokuro, después de haberle llenado la cabeza de mierda y de confusión en la habitación del hospital. Se puso de pie muy rápido y caminó por la acera, aunque al primer paso con la pierna tuvo un cojeo más grave que casi la hace tropezarse, y tuvo que agarrarse muy rápido a una papelera. El sonido del choque hizo que Luc se pusiera en pie, pero antes de poder hacer nada, presenció aterrado cómo Revy se apartaba de la papelera, tomaba impulso y descargaba una patada contra ella con tanta rabia, que la desenganchó y salió tirando toda la basura por los aires. Luc se llevó las manos a la boca impactado, observando cómo entonces Revy retomaba su andadura aún más coja que antes.

—¡Rev…! —Dutch lo frenó del hombro, mirándolo fijamente.

—Déjala. Siento las molestias. Y siento que no haya funcionado. Pero si aprecias tu vida, no la calientes más ahora. Déjala.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *