CAPÍTULO 33. Un nuevo rumbo
Dos horas después
Rokuro se quedó dormido con los brazos cruzados en la mismísima sala de espera, con el rostro cabeceado hacia delante. Cuando el cirujano salió a hablar con los conocidos de Ernesto y Edith, Revy se levantó seguida de uno de los guardaespaldas de la rusa. El hombre se hizo pasar por conocido de Ernesto, pues seguramente tenía la misión de enterarse del estado del mexicano y pasarle la información a Balalaika. Revy habló a solas con el médico y le relajó saber que ambos se habían salvado de sus heridas. El chico pasaría por una rehabilitación similar a la que ella misma vivió.
Cuando Eda recuperó la consciencia, sus ojos definieron el rostro de Rebecca lentamente. Entreabrió los labios, los tenía muy secos, pero el simple hecho de tragar saliva le dolió como si le rajaran verticalmente la garganta.
—Eh, capulla. ¿Me escuchas?
Eda frunció sus rubias cejas, adolorida. Le costó largos segundos, pero poco a poco fue situándose y siendo consciente de lo que había vivido para estar ahí postrada. Sí, la criminal colombiana la había atacado con un cuchillo arrojadizo. Ahora entendía el dolor de garganta, pues se lo había justo encima del pectoral y provocado daños en los tejidos de la laringe, lo suficientemente superficiales para que la condicionaran al hablar al menos una semana. Revy le notó la incomodidad en la expresión de la cara.
—No es fácil tener un collarín, eh… escucha. No hables. Guarda reposo o la empeorarás, has tenido suerte, Eda.
—E…s…
—Pero mira que eres gilipollas, si te acabo de decir que no hables.
Eda puso una expresión de dolor y volvió a cerrar los párpados, agotada. Suspiró, y el suspirar también le dolió. Revy se tocó su propio cuello, un poco contagiada por el dolor que tenía que estar soportando la ex policía. Bajó un poco la mirada y… no supo qué más decirle. Había estado siete horas allí aguardando a verla viva, porque realmente quería verla. Pero ahora que la tenía delante y que era la única que podía comunicarse, apenas le salían las palabras. La recorrió despacio con la mirada. Al cabo de unos segundos tocó su mano. Eda separó brevemente sus rubias pestañas, observando el contacto, y devolvió la mirada a Revy.
—El chico ha sobrevivido… el mexicano. Está en otra planta, seguro que pronto lo tienes aquí.
Eda abrió más los ojos, mirándola con más fijeza.
—Imp…os…
—Eda…
—Es imp-imposible…
—Tenía un tiro en la pierna. Se curará. Lo que pasa es que el pobre había perdido mucha sangre. Pero una vez vino la ambulancia han sido rapidísimos. ¡Sabían ya su grupo sanguíneo y todo!
Eda volvió a tratar de decir algo, pero al hacerlo tosió y fue una tos nada amistosa. Revy dejó de sonreír cuando vio salpicaduras de sangre salir de su boca.
—Estate callada, coño. Si no tienes nada que decir. ¿Para qué lo intentas?
—… —Eda dejó el ceño fruncido mucho tiempo con una expresión de desagrado y dolor cuando tragó saliva esta vez.
—Va, así está mejor. Te digo que te acaban de operar. No hagas tonterías. Toma… —le pasó su libretita con un bolígrafo. Eda lo cogió a tientas y con algo de torpeza escribió.
«¿De verdad está vivo?»
Revy asomó la cabeza y tras leer asintió.
—Sí, sí, y ya fuera de peligro. Y Roberta ha fallecido durante la operación, así que… como actuaba por libre nadie tomará represalias.
Revy sintió una especie de alegría cuando Eda sonrió al recibir esa información. La rubia se tomó unos segundos y volvió a escribir.
«¿Qué sabe la policía?»
—Olvídate de ellos, les dijimos que Roberta fue quien mató a García. Estás libre de cargos. Al estar ella demente, no habrá mucha más investigación.
Eda estuvo a punto de devolverle la libreta, pero se quedó mirándola, y escribió algo más.
«Por qué estás aquí.»
Revy se quedo mirando el papel como si buscara ahí mismo la respuesta, se ruborizó un poco. No sacaba nada con mentirle. Humedeció despacio sus labios.
—Porque sé lo mal que se pasa. No quería que te despertaras con esas preguntas o… no sé, con la inseguridad de que pueda venir esa loca a cobrarse venganza. Creo que todos nos merecemos un descansito…
Eda movió un poco los labios pero no hizo más intento por comunicarse oralmente. Los dos intentos previos le habían terminado de pulverizar la garganta.
—Sabes, Eda… hace mucho tiempo me preguntaste si sentía algo por Rock. Y te mentí.
Eda no le devolvió ya la mirada. Se acordaba perfectamente, tanto de su pregunta como de su mentira.
—Sé que has vivido muchas historias con él, no todas buenas… y… y yo…
Eda comprimió la boca y volvió a escribir mientras tanto, incorporando un poco más la espalda sobre la camilla, que ya estaba flexionada. Aun así le costaba mirar bien el papel con el collarín.
—…yo… no sé muy bien qué hacer ahora —prosiguió la morena—. Creo que si no lo intento con él, no podré con nadie. Me conoce bien. Pero quiero saber lo mismo que en su día quisiste saber tú, y quiero que me contestes con la verdad. ¿Tú… sientes por él… algo…? —le costó un error formular todo aquello, volvía a sentirse vulnerable y era una sensación muy angustiosa. Eda no separó ni un segundo los ojos de lo que escribía, a duras penas e incómodamente. Le giró finalmente la libreta.
«Creo que es un buen hombre que se ha trastornado. Y yo sólo dejo que los hombres me defrauden una vez. Si tú quieres darle otra oportunidad, es asunto tuyo. Jamás interferiré.»
Revy se dio cuenta de que no había respondido a su pregunta con claridad… al menos no del todo, y eso le generó otro malestar.
—Lo sé. Sé que se ha trastornado. Pero todos lo estamos. Y no me has respondido.
Eda se quedó mirándola de nuevo. No merecía la pena que le contara la verdad. Parpadeó débilmente y pensó en cómo escribir algo con lo que Revy se quedara tranquila. Empezó una frase pero la emborronó.
—Te gusta, ¿verdad? Le amas.
Eda escribió rápido.
«Le quise. Pero la cagó. Y de eso ya ha pasado mucho tiempo. Puedes estar tranquila, que no siento otra cosa por él que no sea aversión. No dejaré que se acerque a Ernesto.»
Revy asintió lentamente. Se sintió tentada de preguntar cuál fue aquella cagada. Pero Eda cerró la libreta y se la devolvió con el bolígrafo, dando a entender que no quería continuar con la conversación. Tras guardárselos en el bolso, Revy se incorporó y la volvió a tocar de las manos.
—Estoy para lo que necesites. De… ¿de acuerdo…?
La americana bajó la mirada y acabó curvando una sonrisa. Le levantó el dedo pulgar.
De camino a la compañía
Rock miraba de reojo a Revy, la notaba algo extraña. Pero aún seguía demasiado cansado y no sabía si era por su propio sueño acumulado, aquel último par de días había sido muy intenso.
—Vas muy callada. ¿Te dijo algo Eda?
—No podía hablar casi, ya te lo he dicho.
—Ya, pero… no sé. No me has dicho nada de lo que hablasteis por notas.
Revy se sacó el cigarrillo de los labios y echó el humo por la ventanilla, pendiente a la carretera. Sabía que Rock iba recién despierto y no le hacía mucha gracia que condujera.
—Le pregunté qué tal le iba con ese… médico ilegal.
Rock agrió la expresión.
—No me hace ni puta gracia que se hayan juntado. Al parecer a él le gusta desde la primera vez que la vio.
—¿Qué más te da? No estarás celoso, ¿no?
—Por ella no —masculló, y le dio un pequeño codazo al ver que se reía de él—. Eh, que es cierto, me da miedo que él esté con ella. Es una manipuladora de mucho cuidado.
—Pues Eda la habrá cagado, igual que todos alguna vez.
—No, no. No se puede comparar… —Rock se rascó la perilla pensativo—. No sé. A mí me ha llegado a traumar. Si me regalan algo el día de mañana pensaré que tiene escuchas y cámaras dentro.
—Es por su profesión. Bueno, ex profesión —le miró por el rabillo del ojo pero volvió deprisa la mirada hacia el frente—. ¿Cuál fue el detonante de que os enemistaseis?
—Fui yo. La cagué.
Vaya. Parece que no voy a tener que investigar nada, está siendo sincero. Le hubiera gustado animarle a contarle lo sucedido diciéndole que era la primera cosa en la que ambos concordaban, en que él cargaba con la culpa de su separación. Pero prefirió hacerse la tonta.
—¿La cagaste…?
—Hice algo que no podré perdonarme. Y que no haré más. Pero… no creo que sea capaz de contártelo a ti.
—No me jodas, Rock. No me jodas con eso. ¿Le mataste un gato o qué coño…?
—N-no… —tragó saliva y sintió un sudor frío por la nuca. Si se lo contaba a Revy, quedaría fatal. Tenía que ser sincero, pero… ¿hasta qué punto? Más teniendo en cuenta el pasado de ella. Era muy arriesgado contarle la verdad.
—Me estás acojonando. Para el coche.
—No hace falta… yo…
—He dicho que detengas el coche, joder. Me lo vas a contar.
Ya estaba hecho. Pasara lo que pasara, él se lo habría buscado. No podía echarle la culpa a la franqueza, sino a sí mismo por su conducta del pasado. Cuando desvió el automóvil al arcén y echó el freno de mano tuvo que obligarse a respirar hondo y relajarse. Puso ambas manos sobre el volante y lo apretó, centrando la mirada en el parabrisas.
—Es que… no quiero que esto cambie tu percepción de mí. Y sé que lo hará.
—Es posible, pero tendrás que joderte y arriesgarte. No te queda de otra.
Rock quitó el contacto de la hendidura y apagó el motor. Se mordió despacio el labio inferior y luego fue girándose para mirarla. Revy le observaba de hito en hito, tenía ahora una bota puesta sobre el salpicadero.
—Eda controlaba siempre nuestra relación. Las pocas veces que me hacía creer que yo dirigía algo… era sólo porque ella lo estaba controlando de otra manera, y después me daba cuenta. Cuando empezamos a chocar fue por lo obvio, yo trabajaba para Balalaika y ella nunca dejó la placa. La CIA y la Interpol le encomendaron la misión donde todo se desmadró en el muelle… y ella se lo estuvo callando como un mes, porque sabía que yo aún estaba recuperándome de los disparos que recibí en la cantina. Tú estuviste en esa reyerta.
Revy asintió sin más.
—Bueno pues… yo desconocía que ella había estado todo ese tiempo planeándolo todo con su padre. Me lo contó porque quería pedir participación por mi parte aprovechando mi vínculo laboral con la rusa, y ahí fue que empezó la discusión.
—¿Y qué? ¿Le pegaste un sartenazo?
Rock resopló.
—N…no. Yo… no sé. Me cegué. Tenía frustración porque mi propia meta en Roanapur no estaba funcionando, pero sabía que si iba contra Balalaika me comería otro marrón tarde o temprano. Lo viera por donde lo viera salía mal parado, ella me decía que no, que hiciera lo que dijeran ellos y nadie saldría herido. Como me seguí negando se cabreó y me dijo que o lo hacíamos a su manera o me iba de su casa, porque obviamente no podíamos estar juntos teniendo semejante conflicto de intereses.
—Tenía toda la razón.
—La tenía —asintió—. La tenía, no lo discutiré. Pero en ese momento yo en lo único que podía pensar era en que me había ocultado información, en que me hablaba siempre como si fuese su lacayo y que no le dolía lo más mínimo echarme a la calle recién salido del hospital. ¡Era una cabrona, Revy, digas lo que digas!
Revy se encogió de hombros. No le concedería nada hasta no saber lo que había ocurrido con total detalle. Vio el desánimo en los ojos del japonés al no corresponder a sus frases.
—Continúa, Rock. Qué pasó.
—Pues… estaba tan cabreado en ese momento que le dije que me iría, pero que yo mandaría en una última cosa. E intenté tener sexo con ella. Y-yo… —ahora que lo había soltado se sentía aún peor, no sentía calma alguna sino todo lo contrario, temía que Revy le echara del coche—, yo he intentado rememorar aquel día y pensar en qué hubiera pasado si ella no se hubiera sacado de la nada un arma de debajo de la mesa. Forcejeamos y al final la amenacé con el arma para que se estuviera quieta.
Revy frunció el ceño, no le estaba gustando lo que se estaba imaginando.
—Dime que no la forzaste a punta de pistola.
—Al principio se me pasó por la cabeza pero… cuando ella se rindió, tiré el arma. No llegó ni a caer al sofá cuando Eda me dio una soberana paliza.
Revy le observó varios segundos en silencio. Rock estaba tan avergonzado que luchó para centrarse en cualquier otra cosa, que al final fue el humo ascendente del cigarrillo que tenía en la mano.
—No llegaste a violarla.
—No… pero… p-pero… no sé, estaba tan cabreado… creo que iba a hacerlo. Si ella no hubiese sabido pelear…
—¿Esto es todo o hay algo más?
Rock negó con la cabeza.
—Supongo que es todo. No sé qué me pasó, pero no me volverá a ocurrir y menos contigo. Tú… no eres como ella.
—¿Y qué? Podría serlo, el día de mañana. ¿También te sentirías poca cosa y querrías violarme?
Aquello era justo lo que Rock no quería que pensara. Se sintió caer al vacío, lánguido como un peluche indefenso.
—Comprendo que pienses así y tienes toda la razón —desvió la mirada hacia el volante y volvió a apretarlo con las manos—, supongo que no querrás saber nada de mí ahora. Yo… ni siquiera… ni siquiera creo que quisiera violarla… en ese momento sentía que era la única manera de que esa z… mujer, amiga tuya, me respetara. Porque siempre ha estado riéndose de mí.
Revy suspiró despacio y lanzó el cigarro a medias al asfalto, bajando la bota del salpicadero para acomodarse de nuevo en el asiento.
—Creo que no debes quedarte en Roanapur. Sé que… sé que te lo dije cuando no nos conocíamos tanto, porque no te tragaba. No había manera de soportarte. Veo que has sabido desenvolverte bien en ciertos aspectos, pero en otros… en fin, sé que este no es tu ambiente.
—Mi ambiente será el que tú quieras.
—¡No, Rock, no puedes ir por ahí así!
—¿Pero es que todavía no entiendes nada…? —se giró hacia ella rápido y la tomó de las mejillas; ambos se miraron fijamente—. Te quiero, Rebecca. Jamás podré enamorarme de otra mujer. No como estoy de perdido por ti. Pero tú has visto… has… ¿¡has visto lo guapa que eres!? Y ese carácter…
—Cállate —murmuró notando el rubor ascenderle como calor en el rostro—. Conduce hasta la compañía, anda.
—Espera —murmuró—, quiero saber qué será de nosotros.
—Rock… sólo nos hemos dado un beso.
—¿Q… qué?
—Sí… y después de esto necesito reflexionarlo. Precisamente por el carácter que tengo es que tengo que hacerlo. Lo que a ti te ocurrió con ella… es también en parte por el carácter fuerte que tiene.
—LO SÉ —gritó riendo, sin dejar de acariciarle las mejillas—, yo… ¡lo sé! Pero podemos irnos a donde quieras. Revy, no tienes por qué pasarte el resto de tu vida siendo una forajida de Roanapur. Hay más mundo ahí fuera… y yo pronto encontraré un trabajo normal y corriente para que no tengas que mover nunca un dedo.
—Lo que me faltaba. Ser ama de casa.
—Bueno pues… buscamos trabajo los dos. No tengo ningún problema.
—Que no es tan fáaaaacil… —Revy recordó de repente, después de muchísimos años sin hacerlo, que ni siquiera tenía la secundaria. Dejó el instituto tras aquel incidente. Sabía multiplicar y dividir, pero más por repetición y por práctica para hacer inventario en la compañía Lagoon que por enseñanza.
—Está bien, entonces… podemos seguir en Black Lagoon.
—¿Podemos…? —soltó una risita burlona—. No mediaré para que vuelvas. Y Dutch tampoco me haría caso si llegara a hacerlo.
—Vale, pero escúchame… —la hizo callar de un beso rápido, fugaz, que dejó a Revy descolocada al no esperarlo. Saboreó su labio inferior unos segundos y se distanció, murmurando sobre éste—. Deja las ilegalidades, sólo te pido eso. Que te centres en la parte blanca del negocio.
—Eso se puede intentar, al fin y al cabo nunca fue la intención inicial de ninguno de nosotros involucrarnos en lo ilegal. Pero qué más da, Rock… —sonrió con algo de dulzura—, si al fin y al cabo seguiré en Roanapur. No, mira… lo que tienes que hacer es tu propia vida. Lárgate de aquí tú que puedes. Podemos vernos algún fin de semana.
—¿Algún fin de…? Me niego.
Revy suspiró, se le empezaba a complicar de nuevo el rumbo de la conversación. Él quería estar con ella a todo coste y no parecía entender que el hecho de seguir haciendo vida en Roanapur era puramente perjudicial para él y su cabeza.
—Si te quedas aquí te vas a volver loco…
—Haré lo que sea necesario para estar contigo y hacerte feliz. Pero por favor… eres la mujer con la que quiero estar.
Joder…
No la dejó pensar más. Se le volvió a acercar a la boca y la besó, lenta y profundamente, como si su boca fuera un postre que se probaba despacio, pero con todas las ganas del mundo. Revy le empujó un poco del pecho y se desenganchó de sus labios suspirando.
—Pensaré en algo —murmuró, y Rock se sorprendió.
—¿De veras…? ¿Vas a darme… otra oportunidad…?
—Sí, joder, pero no se lo digas a nadie de momento. Y mucho menos a Dutch… todavía eres tema tabú —masculló, en parte cabreada consigo misma, en parte temerosa. No era la primera oportunidad que le daba a Rock…
…ni tampoco la segunda. Las circunstancias habían sido cruciales para darle un chance, era cierto que Rock tampoco lo había tenido fácil aquel tiempo… pero sí sentía que si esta vez le fallaba, habría un antes y después en ella. Cuando se volvieron a besar, sintió que el corazón se le derretía. Cada vez que compartían un beso se sentía más enamorada que la anterior, y tenía miedo, mucho miedo a estamparse de bruces.
Había sido una dura recuperación para Ernesto. El tiro le había jodido bien la rodilla, y el pronóstico no es que fuera el mejor del mundo: recuperaría la movilidad y podría andar, incluso trotar. Pero estaría limitado muy pronto en deportes con impacto en el tren inferior, y por supuesto, no podría seguir acompañando a Edith a correr por las mañanas como habían hecho cuando se fueron a Cuba. Eso quizá había sido la peor noticia para él, el prescindir de algo en lo que coincidían. Pero no podía quejarse dadas las circunstancias. Balalaika había velado por su salud y seguridad durante día y noche y contratado al mejor fisioterapeuta para que su rodilla se pareciera a lo que era. Tristemente, no corrió con la misma suerte que Revy y en su caso hubo que instalar una prótesis artificial. Los primeros meses andando con un cuerpo extraño fue duro y muy, muy frustrante, y Eda también estaba con su propia recuperación, por lo que le daba la impresión de estar solo en el mundo, igual que antes de conocerla. Rock le envió un mensaje de «Recupérate pronto» que bien podía haber sido sintetizado por un robot, y a pesar de que le respondió, jamás recibió más mensajes de vuelta. Ernesto dio por sentado que Rock le odiaba desde que se marchó con Edith y no podía culparle. Entendía que entre amigos había cosas que no se podían hacer. Así que aunque le apenó, trató de no darle más coba al asunto.
Cuando transcurrieron cuatro largos meses, ya se podía decir que recuperaba la rutina de su vida diaria. Le quedaban un par de semanas de baja médica y Balalaika ya le había dejado varios correos informándole de su «itinerario» médico. Ernesto se lo tomó con calma, aprovechando la baja para no responder ninguno y pensar bien en qué querría hacer con su vida. Se había prometido, en un principio, estar bajo el mandato de la rusa hasta los 30 años, porque era muy joven para todos los logros que tenía y estudiaba mucho para ser el mejor, pero la vida que le esperaba estaba ligada a los peligros de Roanapur. Cuando se miraba la pierna y recordaba el rostro desencajado de ira de Roberta, un escalofrío le recorría. Había pasado el suficiente tiempo solo en camilla para repasar todas y cada una de las frases con las que Edith había tratado de disuadirle de continuar con aquello. Recordaba todo lo que Rock también le comentó acerca de su relación con ella, que estuvo desde el principio sentenciada por el claro conflicto de intereses que existía entre sus líneas laborales. Pero estando Eda ya con la placa entregada, ¿no podía ser distinto?
Según ella, no.
Aquella tarde habían quedado para comer algo y luego ir a caminar a la playa. Eda le había recomendado andar descalzo sobre la arena, pues era el terreno que más trabajo daba a las piernas. Ernesto llevaba sin verla tres días, y le había hecho poco caso por teléfono porque había estado viajando a su ciudad natal. Para él, cada día sin tener noticias suyas era un infierno, porque era lo más cercano a una novia y a una familia que tenía. Una de las cosas que más había temido mientras se recuperaba en camilla era que le dejara por otra persona, porque con lo hermosa que era, hasta cualquier enfermero podía enamorarse de ella atendiéndola todos los días en su cuarto de hospital. En momentos de soledad, recordaba constantemente cómo Rock se la había vendido: «Es manipuladora, siempre hace lo que quiere aunque te tenga que convencer primero de lo fantástico que eres, y como sabe que está buena, jugará con eso». Ernesto, como todo hombre joven y solitario, pensaba demasiado las cosas, sobre todo ahora que tenía demasiado tiempo libre para hacerlo.
Pero cuando Eda desembarcó en Roanapur y le escribió tras casi 24 horas sin dar señales, Ernesto sintió que le volvía el oxígeno al corazón. Tenía perfectamente calculados los tiempos entre el avión, el tren y el barco: no había parado ni en una cafetería si a esa hora ya estaba con los pies en Roanapur, y eso debía de tener un significado. Se dio una ducha reparadora, tomó las pastillas que le correspondían y cogió su billetera. Roanapur por fin daba la bienvenida al verano, el clima era absurdamente caluroso y tocaba disfrutarlo. Metió en una mochila pequeña algo de provisiones y una toalla grande y fue a recoger a Eda al puerto.
Restaurante frente a la playa
—¿Te lo vas a comer…? —preguntó la rubia, señalando con la cuchara el marisco que se había dejado a un lado.
—¿Bromeas? Voy a reventar.
Eda balbuceó gustosa y se lo llevó a la boca, saboreando contenta todo lo que engullía. Su recuperación había sido otra mierda, pero en distinta zona. Su laringe y sus cuerdas vocales habían curado a paso de tortuga y le costó más de tres meses recuperar su timbre de voz natural. Por suerte, había sellado a la primera y no había más daños que lamentar que aquél. La cicatriz era tan minúscula, que apenas parecía haber sido suturada. Había estado pendiente por completo a la recuperación de Ernesto y lo había ayudado en lo que había podido, pero era cierto que su tiempo se había limitado desde que sus compañeros de trabajo de la CIA la habían llamado a declarar hasta siete veces, por casos distintos acuñados -como siempre- a Roanapur. Eda se intentaba desligar lo máximo posible de su pasado como policía. Desde que su padre también tomó parte en el engaño y en la corrupción, aunque fuera por supuestos motivos lícitos, sintió que ya no tenía motivos para seguir en el cuerpo. Tras eso, David había intentado recuperarla en plantilla, pero Eda rechazó cada comisaría que solicitaba su inclusión, incluso la de la policía local. Sencillamente no quería saber nada.
—Joder, qué bueno estaba todo. Cómo me encanta el pulpo. Estoy por cazar uno yo misma —se dejó caer finalmente en el respaldo tras acabarse el pudin que habían pedido de postre.
—Oye… ¿al final hablaste con tu padre?
—Y con mi cuñado. Menuda brasa —echó la cabeza hacia arriba, mirando el techo mientras suspiraba.
—Se me ha hecho eterno estar aquí sin ti. Nadie venía a verme.
—Nadie venía a verme a mí tampoco, no sufras.
Al cabo de unos segundos estiró uno de los brazos sin moverse mucho, sacando de su mochila la cajetilla de cigarros. Tomó uno y lo colocó entre sus labios, y se atrajo la mochila sobre las piernas para buscar el mechero.
—No puede ser, ¿lo has vuelto a retomar…? Creí que ya no fumabas.
Eda asintió sin echarle muchas ganas y se prendió el mechero, aproximándolo al cigarro. Succionó y soltó el humo sin sacárselo de los labios. Le guiñó el ojo y él sonrió de vuelta, aunque un poco preocupado.
—Si llevabas un montón de meses sin fumar… tienes que tener cuidado, que acabas de salir de tu operación.
—No seas pesado, que me llevo el coche y te dejo aquí, eh… —le señaló con el mismo cigarro, y dio otra calada—. Sólo fumo dos o tres al día.
—Bueno… —asintió algo apesadumbrado y movió un poco el rostro en dirección a la playa. A pesar del calor, los delincuentes y sus familias no tenían mucho tiempo para ir, al menos en el lado donde Eda le dijo, cosa que agradeció. Demasiadas personas les conocían a ambos y ninguno tenía ganas de socializar—. Por cierto, al final del camino ponen una pantalla, por el otro lado del puerto. Hay un montón de sitio para aparcar y verla desde el coche. Creo que iban a proyectar una comedia.
Eda ladeó una sonrisa.
—¿Quieres ir a ver una película?
—Quiero hacer lo que sea mientras no sea ir a mi casa. Nunca había pasado tantísimas horas seguidas en el dormitorio… —nada más decirlo se dio cuenta de que estaba errando. Ahora que estaba Eda con él, las ganas de ir al dormitorio se habían acrecentado repentinamente. Pero Eda habló primero.
—Me vendrá bien para desconectar. Pero si me aburre, nos vamos. Allí habrá mucha gente.
—Seguro. Si no te sientes a gusto o… ¡claro, qué bobo! Si tienes que estar muerta del cansancio del viaje. Si prefieres ir a la cama…
Eda le miró fijamente, y poco a poco dibujó una sonrisa.
—Vemos la película e iremos a descansar.
Él también sonrió, puramente contagiado de verla. Era increíble lo rápido y fácil que podía animarle.
—Te echaba mucho de menos, de verdad. Estos tres días se me han hecho eternos…
—He ido para visitar dos casas y dormir una siesta. Luego ya tenía que volver a subirme a otro avión. Pero no te preocupes, he dormido mucho en las butacas. Ahora que sé que no hay una esquizofrénica persiguiéndome…
—Touché.
—¿Cómo va tu pierna?
—Bien, aquí en la playa puede que me moleste un poco, pero nada que no se pueda aguantar. El cuerpo ha respondido bien a la prótesis.
Eda asintió lentamente, comprimiendo sus labios mientras le observaba a distancia la rodilla. Al cabo de un rato, Ernesto pagó la cuenta y, cuando ella terminó el cigarro, pasaron el resto de la tarde andando sobre la arena hasta que el sol se puso. Se dieron un par de baños por el camino para refrescarse. Luego regresaron a por el coche.
A las afueras de la Compañía Lagoon
Rock apretaba sin parar el claxon de su coche para meter prisa a Revy. Lo último que le había escrito por mensaje era que se iba a echar «dos horitas de siesta», pero las dos horas se convirtieron en cuatro, y después de siete llamadas perdidas, Revy despertó de un brinco y le dijo que ya estaba vistiéndose. Como una bala, saltó fuera de la cama, se dio una ducha rapidísima y se vistió con falda alta vaquera y un top oscuro. Le dio tiempo a cepillarse los dientes y empezar a pasarse el secador cuando oyó que Rock volvía a llamarla y a cabrearla desde el exterior, tocando el claxon sin parar.
—¡AL PRÓXIMO BOCINAZO TE TRAGAS EL VOLANTE, COÑO!
—ESO, ESO…
Rock bufó mirando a Dutch gritándole a través de la ventana. Con el tiempo, el fortachón se había hecho a la idea de la relación que sus dos camaradas habían retomado. Rock llevaba formalmente de pareja cuatro meses con Revy y aún no la cagaba, por lo que empezaba a relajarse un poco. El contacto continuado con el japonés y con lo que habían vivido los dos años previos en la compañía, resultaba difícil no volver a tomarle estima. Revy volvía contenta a casa, no armaba jaleo en las misiones y tenía animosidad por realizar cualquier cosa… cuando algo marchaba bien, se notaba. Dutch se lo notaba. Así que no interfirió y se dedicó a facilitarles las cosas. Esa tarde, Dutch y Benny irían con un coche a ver la película que proyectarían en la plaza de Roanapur, donde otras decenas de coches y conocidos irían a emborracharse y a armar gresca probablemente. Pero la idea del cine en la plaza había sido innovadora y llamó mucho la atención.
—Revy, ese mamón de Rock no para de dar bocinazos, ¿es que no le oyes o qué?
—ME ESTOY DANDO LA PRISA QUE PUEDO, COÑO.
—Ah, que se acaba de levantar… HAHAHAHA —se escuchó a Benny murmurar desde el fondo del pasillo, a lo que Revy corrió y le asomó el dedo corazón.
—TE HE ESCUCHADO, MAMÓN.
—Madre mía, si es que no se puede hacer planes con vosotros. En fin, nosotros nos marchamos ya, que no queremos perdernos el inicio. Daos prisa.
Dutch se despidió y bajaron él y el rubio hacia el otro coche. Revy, acalorada por la batuta que se había metido, bajó rápido las escaleras, cerró el almacén y se sentó al lado de Rock.
—¡Ya era hora! ¡Que vamos a llegar tarde!
—Otro. ¿Quieres arrancar una vez y dejar de refunfuñar?
—¡¡Yo no refunfuño!! —se denfendió riendo, arrancando el vehículo y poniéndose en marcha hacia la plaza.
Plaza de Roanapur
Cuando llegaron allí, se dieron cuenta que habían subestimado el poder del boca a boca. Se suponía que sólo algunas personas se enterarían de que habría una proyección, sin embargo, no habían ni aparcado en la plaza cuando vieron que les costaría encontrar un hueco. El asfalto había sido marcado por unas líneas divisorias correspondientes a plazas temporales a ocupar según fueran viniendo los vehículos, y el reparto del espacio estaba pensado para que cualquier coche pudiera salir sin demasiadas complicaciones por donde había entrado y sin molestar la visión a los demás. La película estaba comenzando y Revy y Rock oían cómo, sin embargo, muchos conocidos estaban ya picados y discutiendo a voces porque uno le había robado la plaza al otro, o porque no había dejado suficiente espacio para pasar, o porque el puesto ambulante de palomitas que habían puesto cerca del autocine tenía una cola enorme y las chucherías estaban caras. Todo era un problema en Roanapur, hasta el precio de las palomitas. Pero al final, y paulatinamente, las voces fueron callando despacio según la película ya comenzaba con escenas donde había gente hablando. Rock logró finalmente encontrar una plaza libre entre dos vehículos, el de la derecha con los cristales polarizados -algo bastante común en Roanapur-. Podía ver los coches que tenía delante, atrás, izquierda, derecha y también los que había en sus respectivas diagonales. Había una distancia de un metro por cada plaza. Pero justo donde él se hallaba, la ausencia total de farolas hacía que hubiera oscuridad prácticamente plena, como en un cine real. A quien se le ocurrió la idea, había pensado en todo. Compartió sus palomitas con Revy y la acarició de la mejilla, a lo que ella le devolvió una mirada divertida. Eran los pequeños planes como aquel los que le recordaban a Rock que la seguía recuperando. Si seguía así, podría convencerla de algo a lo que le había estado vueltas todo el día y que no sabía cómo se podía tomar.
Hacia la mitad de la película, algunos coches arrancaron y se marcharon. Rock estaba enfrascado en la trama: un forajido del Oeste se enfrentaba a calumnias acerca de su familia desde que era un niño, todo el mundo hablaba mal de ellos dándolos por muertos, y ahora que había crecido y que era diestro con las armas, estaba cobrándose uno a uno su venganza.
Mientras tanto, en otro coche…
Eda se había desinteresado por la película a la escasa media hora y pidió marcharse a Ernesto. Éste, que era la primera película del Oeste que se dignaba a mirar, y alucinando con el fuerte ruido que proporcionaban los altavoces cuando había una reyerta, quiso quedarse. Eda insistió una y dos veces más, y a la segunda negativa, empezó a tirarle las palomitas, a tirarle del pelo y a molestarle con toquecitos en la cara todo el rato, que acabó derivando en más risas y con él tratando en vano de enfadarse. La rubia pasó al segundo nivel rápido y entonces comenzó a besarle, y el chico, con ninguna experiencia previa con mujeres hasta que había llegado ella, sentía todo aquello como viajar en nubes de azúcar una y otra vez. Quiso prestar atención a la película y le paró las manos en varias ocasiones, pero al final y como ya era costumbre, ella tomó la voz cantante. Antes de que se diera cuenta Ernesto estaba con el abdomen fuertemente apretado, suspirando por lo bajo y sin mirar ya la película; lo que observaba era muy nervioso cómo Eda le hacía una mamada. Se había recostado como pudo sobre sus piernas y la propia caja de cambios. Aunque hubo un forcejeo al principio, Eda se apresuró a no dejarle pensar demasiado y empezar con aquello, disfrutaba haciéndole sufrir, era muy tímido, y sabía que no se sentía cómodo del todo sucumbiendo a hacer aquello en público. La oscuridad no era suficiente y, quien mirara hacia sus ventanillas y concentrara un rato la mirada se daría cuenta fácilmente de lo que hacían. Pero el chico estaba haciéndole frente a la vergüenza y al enorme placer que sentía cada vez que Eda se metía su polla hasta el fondo dando un suave gemido, y por supuesto, el placer acabó pesando más. No por ello dejó de estar nervioso. De vez en cuando miraba por fuera para cerciorarse de que nadie se acercaba demasiado, al fin y al cabo seguían estando en plena calle. La americana disfrutaba oyéndole gemir contenido, no quería hacer ruido pero no podía evitarlo, especialmente cuando se ahogaba con su polla al llegarle hasta la garganta. Abrió los labios para sacársela completamente llena de saliva, y se la sacudió fuerte con la mano, mirándole divertida. Él protestó lastimero.
—Eres una cabrona… Ed-Eda… v… van a vernos…
Eda repasó todo el largo de su pene con la lengua y volvió a iniciar una mamada, totalmente concentrada en eso, ahora además acompañando con el mismo vaivén de la mano. Aceleró mucho el ritmo de repente y el chico soltó el aire de a poco, notó que iba a explotar en cualquier momento. Vio anestesiado de placer que bajaba la otra mano a sus propios muslos, masturbándose ella mientras seguía trabajándole la polla, y con las pupilas dilatadas del gusto llevó su mano al mismo sitio, relevándola y palpándola con un par dedos en las bragas. Suspiró, le daba mucho placer sentir lo húmeda que estaba. Porque lo estaba. Sintió un fuerte deseo animal de penetrarla, hacía ya más de una semana que no hacían nada, y tal y como Eda le había acostumbrado, ese tiempo ya le parecía mucho. Dio un gemido más fuerte sin querer, apretando rápido la mandíbula para callarse; había vuelto a acelerar la mamada. No podía ya concentrarse en otra cosa que no fuera su cara y sus labios, succionándole sin parar. La mano, mojada por los fluidos de las bragas de Eda, la llevó a su espalda, la cual estaba tensa de sostenerse a sus piernas para acomodarse al reducido espacio del coche. Poco a poco la fue acariciando más arriba, en la nuca, y luego en el rostro. Le retiró suavemente su cabello rubio hacia atrás, tomándola de la parte de atrás de la cabeza para continuar con el vaivén.
—N…no pares…
Eda se la sacó de la boca para respirar, pareciendo que iba a tragar saliva, pero lo que hizo fue escupirle una enorme cantidad de ésta en el glande, que esparció con una masturbación veloz de la mano. Le miró a los ojos.
—No has parado de decirme que pare… ¿ahora no…?
—N-no, a-ahora no… —se le quebró la voz, intentó atraerla de nuevo a su miembro—. Me voy a correr…
Eda le miró con la lengua fuera unos segundos, estimulando el orificio de su glande, pero no tardó en volver a chupársela. Ernesto cerró momentáneamente los ojos dejando la cabeza apoyada en el respaldo, se sentía en el puto paraíso con la mujer más guapa del mundo. Le gustaba mirarle mientras se la chupaba, no sentía ninguna vergüenza al hacerlo, cosa que no se podía decir de él, que se le encendían las mejillas sólo con cruzarle miradas un segundo. Le repasó el cuerpo con la mirada y volvió a bajar la mano hacia uno de sus pechos enormes. Sintió el pezón duro tras la tela del bikini, y sin pensárselo dos veces se lo desanudó de detrás del cuello. Eda dio un gemido suave cuando le agarró un seno, pinzando sin fuerza su pezón. De pronto la rubia reconoció los gemidos contenidos y suaves que Ernesto hacía intentando de no elevar el tono, se sacó el miembro de la boca y la dejó abierta, tocándolo sólo con la punta de la lengua mientras le hacía una paja en un vaivén rápido. Las piernas masculinas se tensaron bajo su peso y el chico abrió los labios, empezando a jadear lo más despacio que pudo. Vio excitado cómo su corrida aterrizaba sobre los labios y la lengua de la rubia, antes de que cerrara la boca y se lo tragara todo. Él sólo había visto aquello en las cintas porno. Que se lo hicieran a él, y que se lo hiciera un pivón como ella, era algo con lo que sólo había soñado. Además, pasaba tantísima excitación cuando le asaltaba con alguna actividad de aquellas, que al poco de correrse sentía como si hubiera corrido una maratón, su cuerpo se fatigaba. Su miembro permaneció erecto bastantes segundos después, segundos en los que ella no paró de lamérsela despacio, y al final se quedó mirándole fijamente, dándole un beso en la punta. Ernesto se humedeció los labios, los tenía resecos de tanto suspirar. La agarró de la cintura, levantándola para sentarla sobre sus piernas. Comenzaron a besarse. Al cabo de un rato por fin se calmó, y se separó un poco, mirándola fijamente.
—Te amo… —le susurró. Eda pareció alzar un poco las cejas al oírle—. S-sé que es precipitado pero… no tengo ninguna duda… me gustaría que vivieras conmigo.
—No viviré en Roanapur.
Su sequedad con el tema de Roanapur seguía igual. Se volvió a anudar el bikini tras la nuca y luego volvió a su asiento.
—Por favor, no te enfades…
—¿Qué? No estoy enfadada, tonto —le devolvió la mirada y le acarició la mejilla, a lo que el joven sonrió notablemente aliviado. A este le tengo bien cogido por los huevos, mira qué carita—. Pero es que… —prosiguió— yo no puedo vivir aquí, ya te lo dije. ¿Y sabes? Me encantaría que viviéramos juntos.
—Dios, ¿en serio?
—Ahá —curvó una sonrisa—, pero tienes que dejar este vertedero.
—Pero es que mi trabajo…
—Mira, tienes dos opciones —le cortó, levantando la V con los dedos—. Vienes conmigo a empezar una nueva vida y te olvidas de la zorra de tu jefa, o te quedas aquí chupando de su bote. —Le chasqueó los dedos cerca de la cara—. Espabila, que tienes veinticuatro, no catorce.
Ernesto se guardó incómodo su miembro tras los pantalones, odiaba que le tomara por niño por estar lento en comparación con la seguridad de ella.
—Es que me hace ganar mucho dinero…
—Si el dinero es lo que te preocupa, yo tengo un montón. Para vivir cómodamente y darnos los viajes que queramos cuando queramos. No necesitas trabajar más.
—No quiero ser un parásito y menos gastar de tu dinero.
—Te puedo buscar trabajo de lo que quieras… menos de médico ilegal. Corres peligro, Ernesto. Es un trabajo mal pagado para lo que te expones.
—¿Y me lo vas a decir tú?
—Así es, porque te recuerdo que en cuanto vi que había corrupción también en mi gremio yo misma entregué la placa.
Era cierto. Ernesto no podía discutir con ella. Suspiró.
—Pero nosotros… somos…
—Sí —le confirmó con la voz dulce, sonriéndole. Le acarició la mejilla con los nudillos, sin dejar de mirarle. A él se le iluminó el rostro y asintió.
—Vale. Buscaré algo fuera de la ciudad. También podría ir dejando paulatinamente los trabajos con Balalaika.
—No quiero que le rindas más cuentas a Balalaika que no sea para darle el adiós.
Ernesto tragó saliva. Esa no iba a ser una conversación tan sencilla para él.
—De acuerdo. Y no hace falta que me hables tan fiera… a ver si ahora no voy a poder tener ni jefa ni amigas —rio mirándola. Eda le miraba seriamente, aunque al ver que se reía, hizo su mejor esfuerzo por sonreír también.
—No, claro. Por quién me tomas.
Un fuerte golpeteo en la ventanilla le hizo al mexicano dar un brinco. Ambos dirigieron la mirada a la ventanilla y se las encontraron con alguien a quien Ernesto no reconoció, pero Eda sí.
—Eh, monja. Dile a tu novio que saque su coche de aquí, que la película ha terminado ya.
—Sí, ahora mism-…
—Sácalo por el otro lado y no vengas aquí a dar por culo, Matt.
—¿¡Perdona, zorra!? ¿Qué coño hablas?
Eda abrió la guantera sin mirarla y sacó de la nada una Glock a la que retiró el seguro al mismo tiempo que apuntaba en dirección a la ventanilla. Ernesto se asustó y se pegó rápido al respaldo, con los ojos abiertos. El tal Matt levantó las manos, mirándola más acobardado.
—Relájate, Eda. Sacaremos nosotros el coche.
—Vas a llamar zorra a la puta de tu madre. ¿Me has entendido, mierdecilla?
El hombre asintió varias veces. Ernesto miró a Eda por el rabillo del ojo y suspiró más asustado. ¿Por qué tardaba tanto en bajar el arma? El corazón le palpitó a mil cuando un flashback de Roberta apuntándole a la rodilla y disparando le vino a la cabeza. Gimió asustado y cerró los ojos, comenzando a temblar.
—Me marcho, tranquila, me marcho… —musitó Matt, dándose la vuelta. Eda miró analíticamente cómo iba vestido, no parecía llevar el arma encima, pero ahora que le había amenazado había que andarse con ojo. Volvió a ponerle el seguro al arma y la dejó en la guantera.
—Q…qué hacía… eso ahí… —expresó como pudo, sintiendo que le fallaba la respiración.
—Te la puse por seguridad, nunca se sabe cuando uno va a necesitarla.
—No tenías… llave…
Eda giró un poco el rostro hacia él y contempló lo que le pasaba. Su reacción. Le tocó del hombro.
—¿Qué te pasa?
Ernesto tanteó el tirador de la puerta con la mano temblorosa, respirando a destiempo, y la abrió a duras penas. Eda miró que a lo lejos Matt hablaba con sus colegas y dedicaban a mirar el coche de ellos continuamente. Mala señal. Cuando Ernesto trató de salir al exterior ella abrió su puerta también y trotó hasta el otro lado. Vio que Rock y Revy se aproximaban de un costado, aunque ambos se detuvieron cuando contemplaron que el chico caía al suelo y apoyaba la espalda contra el coche para respirar. Eda se acuclilló frente a él tomándolo de la barbilla.
—Qué te pasa —le repitió, algo más nerviosa. Revy se llevó la mano a la cartuchera cuando vio que el coche de Matt, un forajido de Roanapur que no le caía bien a casi nadie, les rodeaban lentamente con el coche, dando círculos a su alrededor sin rumbo.
—Eda, qué le has dicho al soplapollas ese. Sabes que está preparando algo, ¿no? —musitó Revy ceñuda.
—Joder —masculló Eda, al darse cuenta de que Ernesto tenía ahí mismo un ataque de ansiedad. Le abrió los botones del cuello de la camisa y le abanicó rápido con la mano, sin apartar la mirada de él—. Me he dado cuenta, pero no creo que sea tan idiota de dispararme aquí. Hay demasiada gente.
—Aquí no lo hará, pero en cuanto te alejes puede que te siga —terció Rock. Eda no le contestó ni le miró, se limitó a peinar hacia atrás el cabello humedecido de Ernesto. Esto le jodió la moral. Eda tenía capacidad para cabrearle aunque no hiciera nada.
—Y-ya… ya… se está pasando… —meneó la cabeza hacia un lado—. Me has asustado.
—Puto cagón… —susurró, y al poco de ponerse en pie, le dio un tirón fuerte del brazo para ponerle en pie. Ernesto sintió mucha vergüenza cuando le oyó decir aquello y pretendió meterse en el coche, pero Eda le empujó hacia la puerta trasera y abrió ella la del lado conductor. —Métete en el lado copiloto o atrás y ponte el cinturón. Rápido.
Quiso preguntarle si de verdad creía posible que le hicieran daño aquellos matones, puesto que no les conocía. Pero Eda ya había dejado claro que le parecía un cagón, así que prefirió no seguir confirmándoselo. Aún sentía dolor en el pecho del episodio que acababa de ocurrirle. Dio la vuelta al coche y abrió la puerta del lado del acompañante, aunque Rock le palmeó el hombro.
—Colega, ¿todo bien…?
—S-sí. Está todo bien, tranquilo.
—Seguidnos —zanjó Rock mirándoles—. Seguidnos, sabemos dónde despistarles.
Eda asintió y una vez dentro del coche volvió a coger la pistola de la guantera; Ernesto apartó la mirada según lo hacía.
Por suerte, Matt perdió ambos coches al segundo derrape que hicieron los conductores. Ernesto se quedó alucinado viendo a Eda al volante, brusca pero tremendamente eficaz, echando freno de mano al mismo tiempo que Rock desde su coche. Cuando aparcaron en una plaza apartada, ambos vehículos se quedaron en paralelo.
—¡Qué pasada tío! ¿Pero cómo… cómo hacéis todo eso, quién os enseñó? —al mexicano parecía habérsele pasado el susto.
—Ésta —señaló con el pulgar a Revy, sonriendo. Revy se señaló a sí misma con cara de no entender nada.
—Perdona, ¿yo? No conduzco así de mal, habéis quemado neumático al salir innecesariamente.
Eda ladeó una sonrisa. Ernesto salió rápido del lado copiloto y corrió cuidadosamente a ver si oía más coches tras ellos. Parecía que no. Cuando volteó hacia Rock, chocaron las manos riendo.
—Joder, qué grande eres.
Revy salió del coche y dio una calada al cigarro mientras apoyaba la lumbar en el coche. Eda hizo algo parecido, aunque sus ojos claros estaban fijos en los dos hombres. Revy le dio una suave patada en la rodilla, haciendo que la rubia le devolviera la mirada.
—Tenemos que hablar.
—De qué.
Revy sabía que la presencia de Rock la incomodaba. Desde su postoperatorio, la había visto en muchas ocasiones, había quedado con ella a solas y recuperado la amistad perdida; sin embargo, había sido imposible que hubiera entre ellos contacto positivo alguno. Rock había tratado de acercar posturas varias veces, pero no había manera.
—Tengo que pedirte un favor.
—Tú dirás.
—¿Podemos hablar en privado?
Eda siguió observando a los hombres, pero después trató de centrarse en Revy.
—No nos oyen, dime.
Revy negó con la cabeza y se separó del coche, andando y alejándose más de donde estaban ellos. Eda resopló y la siguió, dejándose el cigarro en los labios. Esperó algunos segundos pero la morena no terminaba de dar con las palabras.
—Bueno, a la mierda. No hay forma de decir esto con facilidad. La compañía de Dutch necesita una buena tiradora para… un encarguito.
—¿Dutch?
Revy asintió.
—Se sabe que has entregado la placa.
Eda ladeó una sonrisa irónica.
—Y entonces ya estoy disponible para nuevas misiones ilegales, ¿es eso?
—No pienses así de él. Quiere atrapar a un cabrón.
—¿Él, o la zorra de la rusa?
Eda no parecía muy amigable, no obstante, Revy tenía que insistir.
—Él. Balalaika no tiene nada que ver. Es un encargo de otra persona… pero creo que es familiar de Dutch.
—¿Crees?
—Es que él quería hablar contigo directamente, pero sé que te negarías sin dejarle hablar. Esta misión… en fin. Necesito a alguien de confianza, no quiero prestar mis espaldas a cualquiera. —Eda la miró de reojo. La morena continuó—. Él también es muy suyo y no contaría toda la verdad, por eso… no es que crea o no crea. Sé que es un familiar suyo, pero no debería estar diciéndotelo. Y si no quieres, es lo último que te puedo contar.
Eda aguardó varios segundos, calibrando todas aquellas frases. Entrecerró un poco los ojos y dio una calada larga, soltando el humo muy despacio después.
—No lo sé, Revy. Le tengo asco a las bandas y también a la policía. Si me tengo que mezclar con…
—No exactamente —la cortó—, yo haré la parte de los tiros, tú solo… sólo tendrías que cubrirme las espaldas y rescatar a un niño.
—¿Un niño? —frunció las cejas, mirándole por el rabillo del ojo mientras lanzaba la colilla al césped. Revy asintió.
—Es su sobrino.
—Entiendo. ¿Dónde está metido?
—Malas compañías… de Roanapur. Del distrito este, pero en la otra punta de la ciudad.
—¿De cuántos kilómetros estamos hablando?
—Unos… 300 desde aquí. Más o menos.
Eda lanzó una respiración larga, y volteó a mirar a Ernesto. Seguía riéndose con Rock. Volvió la mirada al frente, y luego al suelo.
—No lo sé. Si él se entera de que estoy yendo a pegar tiros por ahí…
—Lo… lo haré yo. Esa parte, o lo intentaré. Y… ¿es oficial? ¿Estáis juntos?
Eda asintió despacio.
—Lo estoy reeducando un poco. Parece mentira que note tanto los seis años que me llevo con él.
—No es tanto la edad sino las experiencias. Si quitas a Ernesto del campo de la medicina, dime, ¿qué puede enseñarte a ti?
—No puede enseñarme nada. Ni siquiera entiende la peligrosidad de lo que hace, sólo piensa en el dinero.
—Já.
—… y porque hasta ahora Balalaika ha ejercido de protectora y lo manda a los lugares cuando no hay peligro.
Revy sonrió mordaz.
—Sí, bueno… hasta que lo mandó a donde Roberta, pensando en que la única afectada sería yo.
—A eso voy —se encogió levemente de hombros—, mira lo que ha pasado a la mínima que le ha sacado del cascarón.
Revy bajó ligeramente la mirada y luego se acarició los brazos, pensativa.
—Sabes, es…
—… es la última misión que haré.
Revy abrió los ojos y levantó un poco el rostro mirando a Eda.
—Me lo has quitado de la boca.
—¿Vas a dejar Black Lagoon?
—No me gusta expresarlo así. Pero creo… creo que quiero demostrarme que soy capaz de hacer otras cosas… aparte de ser una pistolera.
Eda arqueó una ceja, mirando más fijamente a Revy. Aquello no lo diría en voz alta, pero pensaba que no. Que Revy sólo funcionaba en combate. Que nunca podría dejar de ser una pistolera cuyas habilidades se intensificaban para el mejor postor.
—Ya veo. Ahora quieres ser ama de casa… y criar a los hijos de tu japonesito, eh.
—Dicho así suena demasiado ridículo.
Eda se reservó decir que en efecto, aquel plan le era ridículo, y más si lo intentaba de la mano de Rokuro. Pero por otro lado… qué derecho tenía ella a cortar los sueños de los pocos amigos que le quedaban. Bajó la mirada por el cuerpo de Revy.
—¿Estás embarazada, Revy?
Revy suspiró con media sonrisa y negó despacio.
—He tenido ya tres sustos, pero… no. Al final he tenido que hablar con el médico para… que me explique todo eso de las anticonceptivas, yo no sé cómo va.
—Es fácil. Yo llevo tiempo tomándolas.
—Ya. A mí nunca me ha hecho falta.
Eda realmente llegó a sospechar que se replanteaba la salida de la compañía por estar encinta. Ese era un escenario donde la propia Revy jamás se habría imaginado y la haría hacer tonterías. Habiendo sido ella misma quien rellenó su biodata en el pasado… se imaginaba que la morena se sentiría acorralada y jodida.
Revy vio que su amiga curvaba una sonrisa algo irónica.
—¿Qué sonríes, eh?
—Lo haces por él.
La morena dejó de sonreír al oírla y volvió a centrar su mirada en el paisaje que tenía en frente.
—Yo… supongo que…
—No lo estoy criticando. Pero no quiero que te haga nada malo. Está corrompido, bien lo sabes.
—Todos lo estamos —meneó la cabeza, hablando con más indiferencia.
—Ernesto no lo está.
—Todavía. Si sigue contigo lo estará.
—¿Eso piensas? ¿Que corrompo a la gente?
—Pienso que la corrupción no es solo una actitud o una acción. Es una forma de pensamiento. Y que se contagia —Eda miró de reojo a Ernesto, pero no dijo nada. Revy continuó—. ¿Qué harás después, Eda? ¿Irte a vivir con él?
—Sí. Tengo que hacerlo.
—¿Tienes que hacerlo…?
—Sí, Revy… —de repente se frotó con fuerza la cara y la nariz, y cuando se apartó la mano también miró el paisaje con una expresión de determinación—. Ya he vivido suficiente mierda el último año entero. Quiero tener mi casa, mi dinero, mi pareja y no tener que preocuparme por quién va a cortarme el cuello mañana. Esto es agotador.
—Te metes conmigo cuando piensas hacer exactamente lo mismo —se le acercó dándole un codazo, riendo con cierta perversión—. ¿Para cuándo los niños?
—Él quiere a futuro, yo no.
—Estamos en las mismas.
—Si salimos de Roanapur… todavía puede que… no sé. Haya alguna luz.
—Entiendo que quieras tenerlo todo atado para entonces —convino la morena—, no sería la primera vez que personas que salen de Roanapur en busca de una vida tranquila acaban siendo tiroteados en la puerta de sus casas varios años después… por algún ajuste de cuentas.
—Me preocupaba Roberta, en su momento.
—¿Y ahora?
Eda no quería ni decirlo en voz alta, porque muy en el fondo de su ego, sentía temor.
—Balalaika. Le he causado muchos problemas y la he toreado tres veces. No sé qué piensa de mí al respecto.
—Tsk… —chasqueó la lengua—. La situación será siempre así con ella. A lo mejor se te cabrea si le robas al médico más joven, callado y servicial que tiene.
Aunque lo dijera en broma para seguir incordiándola, Revy sintió en la nueva expresión de Eda que aquellas palabras la intranquilizaron.
—Tú eres amiga mía. ¿Qué… qué harías tú… en mi situación?
Revy alzó una ceja, confusa.
—Pero… ¿entre qué dudas?
—A lo mejor lo estoy enfocando mal. A lo mejor no tengo que llevármelo. Le doy una patada, como ya he hecho con otros antes, y me largo yo sola. Estaría sola, claro. Con amantes y de fiesta en fiesta hasta perder el conocimiento, pero sola. A lo mejor así no le hago correr un peligro innecesario sólo por la necesidad que tengo de estar con él.
—Me preguntas demasiadas cosas, joder… —jugueteó con el mechero en su pulgar, encendiéndolo una y otra vez—. No lo sé. Intenté apartar a Rock de mi vida varias veces. Cuando creía conseguirlo, o volvía él, o volvía a mi mente. En ambos casos era algo pesado de soportar.
—Ya.
—Supongo que ante la insistencia y que no he podido negar lo puto obvio… he optado por hacer lo mismo que tú con el médico. Supongo que si no somos un poco egoístas, viviremos infelices.
Eda siempre había hecho lo que le había venido en gana, especialmente en el terreno romántico. Revy por el contrario, carente de experiencias que no fueran traumáticas, sólo podía aferrarse a lo único que la hacía feliz, que en aquel momento, había sido su compañero Rock.
—Todo está podrido, Eda —continuó—, no hay relaciones perfectas ni las habrá. Mira tu caso y el de Rock… mira a Balalaika y su hijo, que a saber de quién es… hacemos lo que podemos con lo que tenemos.
Eda se quedó callada más rato aún. Revy también por largos segundos. Por algún motivo, y esto sucedió en ambas mujeres, se sintieron tristes. Rebecca se humedeció los labios despacio y parpadeó con los iris en el asfalto.
—Vas a irte muy lejos, ¿verdad?
Eda asintió.
—Me voy y me lo llevaré a él. Y no quiero que nadie sepa en principio dónde haremos vida.
Revy entendió a lo que se refería y sopesó las consecuencias de una decisión así. Probablemente, aquella misión sería la última vez que viera y escuchara a su amiga americana. Respiró hondo, cerrando tenuemente los párpados.
—Te cuidarás, ¿verdad?
—Haré lo que pueda —murmuró con una sonrisa—. ¿Y tú? ¿Te cuidarás?
—Haré lo que pueda.