CAPÍTULO 34. Una llamada de despedida
Rock no estaba al tanto todo lo que hubiese querido de lo que Revy y Eda, junto a Dutch, tenían planeado. Después de una noche maravillosa junto a Revy, donde ambos acabaron sudados y exhaustos, cayó rendido en los brazos de Morfeo antes de diez minutos. Como al día siguiente libraba, ninguna alarma sonó durante el resto de la madrugada… ni de la mañana.
Cuando se despertó sobre las 10 de la mañana, Revy hacía ya muchas horas que se había ido y le había dejado una nota bajo la almohada para que no se preocupara. Pero Rock se preocupaba, siempre se preocupaba, ya no tenía el corazón preparado para cierto tipo de imprevistos y notaba el peso del pasado cada vez que algo ocurría sin tenerlo controlado. Pero tenía que controlarse: Revy había ido a alguna misión con Dutch a solas. Ninguno de los dos le cogió el móvil, pero sí lo hizo Benny, sólo para decirle que lo único que le habían contado de aquella misión era que estaba a más de 300 kilómetros de los almacenes Lagoon, por lo que ir a ciegas era un despropósito y a Rock no le quedaba otra opción que morderse las uñas hasta tener noticias.
Horas antes…
—Eda… ¿q… qué haces…?
Eda maldijo cuando un despiste la hizo volcar la taza en la que desayunaba. Corrió a asomarse a la habitación y le escuchó, a lo que rápidamente trató de calmarle. Pero cuando Ernesto se fijó en ella se dio cuenta de que no iba vestida normal, tenía la cartuchera cruzada en la espalda, por lo que vio claramente bajo sus axilas dos vainas de armas vacías. Enseguida se incorporó sobre sus codos y Eda suspiró.
—¿Pero adónde vas…? ¿Así vestida…?
—Vuélvete a dormir. Te hablaré en unas tres o cuatro horas.
—No, Eda —giró el cuerpo y estiró una mano para prender las luces. Al girarse hacia ella Eda estaba cabizbaja—. ¿Es que… ibas a irte… sin avisar? ¿Querías dejarme?
—No —se apresuró a murmurar, tocándolo del pecho. Se acuclilló al lado de la cama y negó con la cabeza—. No digas tonterías. Acuéstate y sigue durmiendo, y por la noche volveré.
—No te he ocultado nada desde que estamos juntos. Nada en absoluto. Espero lo mismo de vuelta —le dijo tajante, mirándola a los ojos—. Dime adónde vas, por favor.
—Es sólo una bobada. Pero descuida, te iré escribiendo en cuanto pueda.
—Allá donde vas parece peligroso. Y esto… esto es… —resopló. Eda notó perfectamente cómo su mirada y su expresión facial pasaba de ser somnolienta a una de claro cabreo, cuando tocó las vainas de su cartuchera—. Me dijiste… no. Me prometiste que no volverías a hacer estas cosas… a cambio de que yo no ejerciera en Roanapur. ¿Pensabas ir por libre haciendo lo que te diera la gana? ¿¡Con armas!?
Eda movió la vista hacia sus cartucheras vacías y se le ocurrió la excusa perfecta. Su mente estaba preparada para las mentiras rápidas e improvisadas. Él era lento aún con esos temas…
—Cuando devolví la placa me dieron un plazo para devolver mis armas en la CIA. No puedo quedármelas… y no estoy acostumbrada a llevarlas en una bolsa.
Ernesto entreabrió los labios. Una parte de él no se lo creía. Todo era raro.
—Entonces no te importará que te acompañe, ¿no?
—En absoluto —dijo con naturalidad, encogiéndose de hombros—. Sólo que tengo que estar allí en media hora y ya voy bastante tarde. Es una simple formalidad, me tendrán allí firmando papeles.
—Son demasiadas horas, me parece extraño…
—Ven si no te fías de mí. Allí sólo te dejarán entrar hasta cierto punto, eso sí. Espero que cuando salga de la oficina tres horas más tarde estés contento, porque ver, no podrás ver nada.
Ernesto calmó su enfado, parpadeó más neutral. Se acomodó un poco sobre la cama y la miró fijamente.
—Entonces… ¿sólo vas a entregar tus armas?
—Sí. Ya no las tendría nunca más. ¿No era eso lo que querías?
Ernesto curvó una sonrisa.
En condiciones normales, Eda se hubiera sentido profundamente satisfecha al ver que su mentira había tenido el efecto deseado, al fin y al cabo, estaba acostumbrada a salirse con la suya. Pero cuando le vio sonreír, algo en su cuerpo cambió. Sintió asco de lo que estaba haciendo.
—Era lo que quería… me alegra… me alegra que hayas tomado cartas en el asunto por fin. Perdona… dios, perdona. Pensé que me estabas mintiendo.
Eda siguió con la mirada cómo se dejaba caer de nuevo en la cama. Ni siquiera iba a acompañarla, porque no le hacía falta ir para confiar plenamente en ella. Se fue poniendo lentamente en pie sin dejar de observarle.
—Ten cuidado de todos modos —siguió él, cerrando los ojos—, hay mucho loco a estas horas en la carretera. Te esperaré aquí.
—No voy a dejar las armas. Revy me ha pedido un favor.
Ernesto frunció las cejas contrariado y volvió a mirarla atentamente.
—¿Q…?
—Si esto sale bien, dejaré las armas en comisaría y haré el papeleo que he estado atrasando para despedirme formalmente del Cuerpo de Policía. Pero tengo cinco armas de reserva escondidas en esta casa. Una en el desván, dos en el sótano, otra tapizada dentro del sofá y otra en esa misma cama que duermes, detrás del cabecero. No las tiraré, ni pensaría en tirarlas nunca, porque son una protección adicional en esta ciudad de mierda. —Ernesto tenía los ojos cada vez más abiertos y en última instancia, dirigió una mirada al cabecero—. Iré a ayudarla porque está la vida de un niño pequeño en peligro y me recuerda a mi sobrina, y porque si le hubiera dicho que no me habría sentido igual de asquerosa que ahora… al tratar de engañarte. Me iré y será la última misión que haga. Aquí y en cualquier lado. Si sale mal, te habrás librado de mí. Si sale bien… pues… dependerá de ti seguir aquí cuando yo vuelva o no. No pienso obligarte. Te diré por móvil dónde voy.
Se obligó a girarse y marcharse de la habitación antes siquiera de darle la oportunidad de hablar. No quería oírle, no era el momento ni de discutir ni de estar blando. No podía perder tiempo. Para bien o para mal le había dicho la verdad… y a la vuelta del viaje enfrentaría las consecuencias.
A las afueras
Ambas mujeres habían salido de las inmediaciones mucho más pronto de lo previsto gracias a que asistieron con sus motos. Revy aparcó justo detrás del edificio donde se suponía, el sobrino de Dutch había sido secuestrado. Por su parte, Dutch había traído una camioneta consigo por si las cosas se ponían feas y había que hacer uso de armamento militar de mayor calibre. Si la policía le pillaba por allí con algo de aquella envergadura, su empresa no vería la luz del sol durante un mínimo de cinco años.
Pero por suerte, ni siquieran tuvieron que investigar ni buscar. El negro localizó al niño en cuanto lo trasladaban de una caseta a otra pistola en mano. Revy estuvo a punto de agujerearle la cabeza al captor que lo llevaba, pero Eda le comunicó por el pinganillo que eso desencadenaría un fuego cruzado con la muerte inminente del niño. Había gente en ambas casetas y justo tras la segunda, un autobús de extraños cristales polarizados.
—No me jodas que llevan al resto de niños ahí dentro —masculló Revy.
—Puedes apostar por ello —respondió la americana—. Lo único que quiero que hagas es que te metas en la primera caseta y amenaces al primero que veas. Diles que al primer uso de comunicación que veas disparas.
Eda no quería distraerse, pero por un instante miró su riñonera, pensando si coger el móvil y preguntar a sus contactos de Inteligencia tendría algún resultado. Ya no confiaba en nadie de ningún bando que no fuera el suyo propio y por descontado tampoco en su padre. Negó y volvió a encerrar esas distracciones bajo llave.
El por qué habían secuestrado a los críos, ya ni siquiera le suponía una incógnita porque se había estudiado en el pasado varios casos como aquel, sin embargo, le extrañaba que ni siquiera dentro de los límites de Roanapur se respetaran esos códigos. En Tailandia las cosas no funcionaban así, la familia y los menores de edad solían ser sagrados. Descartó la idea de que aquel grupo fuera oriundo de Roanapur. Lo que complicaba las cosas… los extranjeros siempre complicaban las cosas. El instinto policial de Edith la empujaba mentalmente a investigar…
…pero oyó un tiro, y rápidamente se movilizó a cubrirse. Asomó la cabeza pero se relajó al oír a Revy amenazando dentro de la caseta. Que sólo hubiese sido un tiro y nada más significó que la primera parte del plan había salido bien. Así que siguió con su parte del plan.
Rápidamente se acercó al autobús y golpeó con el codo el cristal de la ventana, accionando la palanca desde fuera para activar el mecanismo y abrirla. Se asomó arma en mano, para encontrarse con un montón de críos asustados, escondidos tras los respaldos del autobús. Algunos estaban llorando llamando a sus madres.
—Tranquilos, ¿¡eh!? Que yo soy de los buenos…
—Zorra… deja el arma abajo.
Eda movió sólo los iris, lentamente, hacia el foco de la nueva voz de adulto, y se dio cuenta de que un hombre de tez mulata la estaba apuntando desde el exterior. Eda miró vacilante su arma aún sin bajarla, lo que hizo que el hombre diera un tiro hacia el techo del autobús y provocara un abrumador estruendo de gritos y llantos de miedo en los niños. Eda asintió despacio.
—Tranquilo, colega. La dejo, la dejo… —se agachó muy despacio, depositando el arma en el suelo. Un segundo antes, separó la mano derecha para coger la segunda pistola que tenía en el muslo y le apuntó rápida como el rayo, agujeréandole la frente al sujeto de un tiro certero. Los niños siguieron llorando assutados.
—Niños, nos vamos de excursión —exclamó enfundándose sólo una de las armas mientras volvía a recoger la primera. Se sentó en el asiento conductor y observó con detenimiento la hendidura del contacto. Se dirigió al pinganillo—. Si pretendes que mueva este trasto, vas lista. ¿No se supone que debería haber un conductor con las llaves dentro en esta puta mierda?
—¡¡Eda, saca a los críos de ahí!! ¡¡Dutch está viendo cómo están yendo tras el bus en cuatro furgones!!
—¿¡Cómo que cuatro!?
—¡¡Cuatro, joder, cuatro!!
—TU PUTA MADRE —Eda asomó la cabeza por las grandes ventanillas del bus y se dio cuenta de que en efecto, venían directos a por ellos. Distinguió a Dutch disparando y a los del vehículo respondiendo al fuego cruzado, pero la misión principal parecía ser el bus. Edith no tenía tiempo que perder. De pronto vio una sombra y apuntó rápidamente a la puerta del autobús, pero era Rebecca. Tenía un golpe en el rostro, pero parecía de una pieza.
—NIÑOS, MOVED EL CULO SI NO QUERÉIS QUE ESOS CABRONES OS METAN TORPEDOS POR EL CULO Y LO SUBAN A INTERNET. VAMOS. ¡¡VAMOS, FUERA DE AQUÍ!!
Los niños empezaron a moverse con el temor en los rostros. Eda fue contándolos con la mirada según corrían frente a ella y seguían a la morena. Revy los dirigió mientras corría hasta la densidad del bosque.
—Mierda. ¡Mierda! ¿Dónde está el sobrino de Dutch?
—¿No es alguno de esos negros? —dijo con una sonrisa divertida la rubia.
—No, no es ninguno de estos. Tiene una marca de nacimiento en la mejilla. Eh, tú, niño —paró a uno del hombro con el arma, aunque el crío se tapó la cara llorando y Revy chistó escondiéndose rápido la pistola—. Tranqui, perdona. ¿No habéis visto a uno con una marca en la mejilla y piel mulata?
El niño señaló el bus, con un minúsculo dedo que le temblaba. Ambas miraron hacia atrás y vieron con el ceño fruncido que el autobús tenía ahora un furgón parado al lado, mientras que los otros tres iban tras ellas. Eda desenfundó y corrió hacia allí, pero Revy la agarró de la coleta y le dio un tirón hacia atrás, frenándola.
—¡Au! ¿Qué haces, idiota? —se tocó la cabeza apartándose.
—No arriesgaré más tu vida, me has ayudado bastante. Llama a la policía y yo intentaré sacarlo de ahí.
No le dejó contestar, Revy se volvió rápido.
Dutch se combatía en fuego cruzado contra los que no habían salido aún del furgón. Pero uno de ellos salía con un crío mulato en brazos, y Dutch profirió varios insultos al apuntar con el arma: no quería arriesgarse. El secuestrador lanzó al niño al interior de los asientos traseros y rápidamente se metió con él cerrando la puerta. Pero estaban tan concentrados en tirotearse con Dutch, que pasaron por alto la segunda presencia. Antes siquiera de que a alguien del interior le diera tiempo a accionar el bloqueador, Revy movió el tirador y abrió de golpe la puerta, pateándola y desencajándola del automóvil. El coche se movía justo en ese instante, pues pretendían salir disparados, pero se vieron sorprendidos por la mujer y abrieron fuego. Dos tiros alcanzaron a la morena en el chaleco antibalas, lo que la hizo jadear y responder rápidamente al fuego con dos tiros certeros. El conductor cayó con la cara sobre el volante y el coche emitió un desagradable sonido continuado por el claxon. Dutch metió los brazos en la parte de atrás y agarró la muñeca del individuo con la que pretendía en ese momento sacarles la pistola. Le rompió la muñeca de un conciso movimiento y lo arrastró hacia fuera, lanzándolo en la carretera. El raptor gimoteaba del dolor tocándose la mano. Revy tendió la mano al niño, que se la dio llorando algo desconfiado.
—Tranquilo, chaval. ¿Te han hecho daño?
Dutch se sintió tentado de matar al individuo, pero pensó en frío… lo más apropiado era llevárselo a quien tuviera la potestad de hacer auténtico daño sin sufrir consecuencia legal alguna.
—Tú te vienes con nosotros. Vas a cantar como un pajarito —lo apuntó con el arma. Pateó lejos la pistola del hombre y luego se dirigió a su sobrino—. Chaval, ¿éste te ha hecho algo?
—Ni siquiera sé quién es… —murmuró el niño. Más tiros se escucharon desde el lado que Revy había dejado atrás. Abrió los ojos atemorizado y se abrazó a las piernas de la mujer, lloriqueando. Revy ni siquiera pudo prestar atención a ello, porque la mirada se le fue preocupada al foco de los tiros. No paraban, no cesaban. Había un claro fuego cruzado, pero era imposible que Eda fuera la que respondiera con tanta cadencia, tenía que haber mínimo uno más de su parte. Se le hizo extraño. Y le dolía mucho el cuerpo de los impactos sofocados por el chaleco.
—Dutch…
—¿Dónde está Eda? —preguntó, haciéndoles un gesto a ambos para comenzar a correr, allí corrían peligro. Estaba claro que aquello era en ese momento un núcleo de alguna transacción, una especie de escala donde el tráfico de menores estaba destinado a ser rápido, pero ellos habían irrumpido y quienquiera que los esperase estaría o habría tomado ya medidas.
—Llévatelo contigo, yo me encargo.
—Ni hablar, Revy. Llamaré a la policía, es imposible que salgamos ganando así.
—Sácalo de aquí, ¿vale? Es la prioridad. Te he dicho que yo me encargo.
Salió corriendo en busca de Eda, utilizando el mismo furgón de los captores con los tres cadáveres dentro bailando por la velocidad con la que circulaba. La explanada era enorme pero notó enseguida que uno de los ejes de las rueda no respondía bien a los giros. Le dio igual. Siguió y siguió, apartó bruscamente el cuerpo sin vida del captor que había estado en el lado copiloto, con asco. Posicionó el coche detrás del muro de donde provenían los tiros. Seguían escuchándose, pero el ruido del coche no había pasado por alto. Tras unos segundos el cruce de disparos volvió a retornar. Revy se asomó agachada a través de las paredes y vio que tres hombres disparaban a un semimuro, atentos al mínimo movimiento. Pero los tiros volvieron a oírse, esta vez desde otro punto de la construcción derruida, y esto la hizo apresurarse a buscar un rincón donde cubrirse. Vio, mientras se movía, cómo alguien más se dedicaba a responder a los tiros de los secuestradores.
Pero qué coño… no entiendo nada, quién más hay…
La sobresaltó un nuevo cruce de tiros muy cerca de donde estaba, la habían visto. Rodó hacia el otro lado y cambió de cobertura, y un tiro le rozó el gemelo. Fue tan limpio, que sólo le rajó la piel superficialmente, tardó varios segundos en sangrar. Ni siquiera lo sintió con toda la adrenalina que llevaba encima. Sentía más en el cuerpo los impactos que el chaleco antibalas había amortiguado anteriormente. Cuando quiso salir al exterior para ver el otro lado del semimuro donde creía que Eda estaba oculta, casi pierde el resuello: dos hombres altos y fornidos estaban justamente buscando unirse al tiroteo, asistiendo al grupo de los secuestradores. A los hombres les pilló de sorpresa, igual que a ella misma, pero tardaron un poco más en reaccionar. Revy atontó a uno de ellos de un golpe en la mandíbula con el arma y lo sacó de juego al menos dos segundos. Con el otro tuvo que enzarzarse en una pelea a puños. Éste estuvo más ágil y la vio venir, así que la retuvo con fuerza de las muñecas contra el paredón. Revy apretó con fuerza los dientes intentando liberarse pero no hubo manera. Aprovechó para asestarle un golpe en los huevos, a lo que el hombre flaqueó disminuyendo la fuerza de su agarre.
—Z…¡zorra…! —Revy logró soltarse de una mano, cerró el puño y se lo estampó en el rostro, pero el hombre era tan corpulento, que sólo lo hizo parpadear. Trató de responderla con rapidez, pero la morena saltó hacia un lado y esquivó tres golpes. Le dio una patada directa a las costillas y un croché de izquierda con el que le hizo mirar a otro lado, y aquí sí el hombre escupió sangre.
—Vamos, grandullón… VAMOS —dijo riendo como una loca, con los puños en guardia. Le hzio dos esquivas y le voló un diente al responder con un uppercat desde la barbilla, que hizo gemir asqueado al rival. Antes de volver a situar siquiera el rostro para encararla, una ensordecedora patada le impactó en seco en el oído y cayó de rodillas al suelo, tosiendo y mareado. Revy se reía burlona, disfrutando de su victoria, pero había descuidado a alguien. El otro. Ese otro la agarró por sorpresa del brazo y de manera muy brusca la lanzó hacia el suelo. Revy dio dos vueltas sobre el asfalto y sin perder ni un segundo se puso en pie. Vio que el hombre la comenzaba a apuntar con su pistola y le golpeó en la muñeca con la misma patada que al compañero, haciendo que soltara el arma. Los dos hombres, iracundos, volvieron a acercarse a ella. Revy los miró alternativamente y puso ambas manos en sus armas. El hombre que la había tironeado del brazo se le abalanzó encima y la empujó con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo. Forcejearon allí mismo, brazos femeninos contra los masculinos, el hombre estaba agobiado y no quería darle la oportunidad de armarse. Sabía quién era Revy Dos Manos. El otro, aprovechando que su compañero forcejeaba con ella desde arriba, se puso en pie con la cara empapada en sangre y tomó un buen impulso, pateándole la cara a la muchacha. Revy notó una contractura inmediata en el cuello, que le llegó desde el hombro hasta el mismísimo cerebro, y su mejilla ardió del dolor. Eso no la hizo dejar de forcejear, si no lograba empuñar ninguna de las pistolas, tampoco lo lograría él, eso lo tenía clarísimo. Pero estaba en desventaja, tenía aquel cabrón subido encima del abdomen y pesaba. El hombre la agarró de las manos con fuerza.
—¡¡No para, joder!! ¡Sigue pateándola!
—Pero esta mujer… es la que trabaja para…
—¡¡Cállate!! He dicho que la golpees. Si coge las armas morimos nosotros, ¿entiendes, zopenco?
El otro hombre tragó saliva y devolvió la mirada a la chica. Revy logró zafar una de las manos y la cerró en torno a la pistola derecha, pero no logró desenfundar… porque él la pateó en la mano y mandó el arma a volar.
—¡Bien! En la cara. Ahora. ¡¡En la cara!! Esta nos la llevamos, por las pérdidas ocasionadas.
El secuaz tomó impulso y siguió pateándola. Revy recibió las patadas en el rostro con el mejor semblante que pudo. Estaba colmada de rabia. Dio un fuerte impulso con la cadera hacia un costado y trató de sacar a aquel tipejo de encima suya, pero en cuanto él lo notó se cargó mucho más sobre ella, y a Revy se le cambió el rostro. Vio cómo abría la boca para tomar oxígeno. En mitad de las patadas de su amigo le escupió en la cara y la golpeó con el codo fuertemente en su mejilla, y en aquel momento por fin sintió que Revy perdía fuerza en el forcejeo. Pataleaba con las piernas para sacárselo de encima.
—Hijo de puta, TE VOY A MATAR. TE VOY A MATAR —le gritó rabiosa, arrastrando un largo jadeo de esfuerzo al volver a tratar quitárselo de encima.
Se está cansando, pensó el que estaba de pie, respirando agitado por las patadas que le había sacudido. La vio de nuevo tratando de tomar su empuñadura, pero su secuaz se la quitó y fue él quien la apuntó en el cuello.
—¿Vas a ser buena? Espero que sí. Tú sí que vas a tocarme la polla a dos manos, ya verás que sí… —dejó escapar una risotada, y Revy le imitó, antes de retraer saliva y escupirle con fuerza en los ojos. Acertó en uno de ellos, lo que provocó que el hombre dejara de reírse y le sacudiera un puñetazo en la cara. Revy ahogó un jadeo de dolor. El captor sonrió. No pensaba dispararle, era más valiosa viva, o al menos, trataría de evitarlo. Dentro de lo malo todavía todo aquello podía ser provechoso. Ya se imaginaba forzándola todo lo que quería, le encantaban las que eran violentas. Que llorara si quisiera, mientras no dejaba de patalear y de tratar de pegarle. Sólo de imaginarse cómo trataba de sacárselo de encima mientras la penetraba por el culo, le daba placer puro. Pero se despistó con aquellos impuros pensamientos: Revy de repente sacó fuerzas de donde no le quedaban y le impactó la frente con dureza contra la de él, y fue como si la vista se le nublara. La chica gritó y la empujó con un esfuero sobrehumano hacia un lado, estaba ya sudando y agotada del esfuerzo. El que estaba en pie dudó al principio, pero no podía permitirle que se fuera. Mientras aún se quitaba a su compañero de encima le impactó en el cuello la punta de sus botas, y escuchó cómo Revy emitía un gemido de ahogo quebrado. Respiró angustiada con la mano en el cuello y cuando vio otra segunda patada acercársele logró esquivarla a duras penas, y gatear rápido. No pudo coger ninguna de sus armas. Le costó ponerse en pie y justo cuando lo consiguió, el musculado cabrón que se mareó había ya reaccionado y la agarró del tobillo. Tiró con una fuerza descomunal hacia atrás y oyó sorprendido que la mujer gritaba en un tono mucho más agudo, casi un sollozo. Revy se tocó la rodilla al caer sobre el asfalto de nuevo. Apretó los dientes y se apresuró a golpearle la cara con la suela de sus botas, logrando que la soltara. Se puso en pie y apoyó con la pierna temblorosa antes de empezar a correr como una loca.
—¡¡No!! ¿¡A qué coño esperas, síguela!?
—Dios mío, es rapidísima… —ambos sacudieron la cabeza y el más alto y de piernas flacas salió tras ella en grandes zancadas. Él más corpulento cogió el arma perdida de Revy y se metió en la construcción para unirse por fin al maldito tiroteo, que aún seguía.
Revy corría totalmente fuera de sí. De no ser por la adrenalina y la tensión que tenía circulándole por el organismo, se habría dado cuenta del agudísimo dolor que estaba soportando en la rodilla operada. Pero la emoción no duraba para siempre. Corría muy rápido intentando bordear la construcción, aquello era gigantesco. Sabía que el otro la pestaba persiguiendo y le estaba alcanzando. Se dio más prisa en agitar los brazos mientras corría, ya no le quedaba más oxígeno, y jadeaba cuando tomaba las bocanadas de aire. De pronto escuchó una zancada tras ella demasiado cerca, y lo siguiente que notó fue que la volvía a agarrar del brazo. Revy se giró y subió la guardia dispuesta a pelear de nuevo, pero el hombre la esquivó y golpeó su pierna delantera para desestabilizar su guardia. Lo que no se esperó fue que no sólo la desestabilizó, sino que la hizo volver a gritar angustiada. Logró hacerla hincar rodilla, y cuando trató de levantarse, su pierna ya no respondió. Al mínimo esfuerzo cayó estrepitosamente contra el asfalto. Le miró cansada, respirando totalmente ahogada, exhausta. El hombre recargó el puño, y justo cuando Revy pensó que vería las estrellas, oyó un frenazo fortísimo cerca de su cuerpo. Viró la mirada y un motorista que llevaba su motocicleta naranja le dio un fuerte cabezazo al individuo. Lo pilló tan desprevenido que hasta tardó en reaccionar. El desconocido le impactó un rodillazo en la cara, desenfundó el arma y le atravesó el pecho de dos tiros. Ni siquiera verificó si estaba muerto o no: se acuclilló ante Revy y con su mano enguantada la tocó de la mejilla. Revy apretó los dientes confusa e irritada, y usó la poca uerza que tenía en llevar la mano a la visera y levantársela rápido hacia arriba. Abrió los ojos sorprendida.
—Qué coño… qué… haces…
—No siempre vas a rescatarme tú a mí —murmuró Rock, enfundándose el arma. Pasó las manos por debajo de las axilas a Revy y la levantó de un solo impulso hacia arriba tratando de ponerla en pie, pero Revy gimió adolorida al apoyar.
—Es… espera… —cerró los ojos con fuerza y se tocó la rodilla. Estaba inflamada y lo notaba al simple tacto —Ese perro… me ha hecho daño en la pierna.
—Nos ocuparemos de ello. Vamos, despacio, a la moto.
Revy frunció el ceño.
—¿Ocuparemos…?
Rock no contestó más. La levantó con cuidado y la ayudó a ponerse en la parte de atrás de la moto. Se quitó el casco integral y antes de ponérselo, puso cara de lástima al verle el rostro totalmente magullado y ya ligeramente hinchado por golpes.
—Pienso matar al otro también en cuanto lo vea. Te lo juro, Revy. Deja que te ponga esto con cuidado.
—Dame mis armas y sólo tendrás que ocuparte de conducir —dijo adolorida, poniéndose con su ayuda el casco y dejándose levantada la visera. Rock se sentó, quitó el caballete y arrancó rápido hacia la construcción.
Eda llevaba casi diez minutos batiéndose en fuego cruzado con aquellos hijos de puta. Eran más, y había tenido ayuda externa de alguien que no conocía, pero que estaba bien oculto… y que no tenía ni puta idea de disparar. No había dado ninguna, había errado absolutamente todos los tiros. Eda se preguntaba quién coño podía estar «ayudándola» sin siquiera dirigirse a ella. Pero lo bueno era que tenía un buen escondite.
—Me queda poca munición… —susurró para sí misma, ligeramente preocupada. Tenía muy buena puntería, pero aquello se estaba complicando y hacía demasiado que había perdido de vista a Revy. Se sintió en problemas. Parecía que, al no ver la posibilidad de ganarle, estaban haciéndole perder munición a propósito. Tenía que tener cuidado con las balas que perdía. Uno de los secuestradores casi la pilla desprevenida y, de vuelta, el descnocido a sus espaldas en la construcción disparó contra él, errando como un novato.
—¡¡Si eres uno de los malditos niños vuelve al bosque, coño!! ¡Me vas a disparar a mí! —un tiro le llegó de cerca del otro bando y abrió los ojos, casi sintió que le rozaba las pestañas. Se agazapó y movió antes de recibir el segundo. Cuando logró esconderse, esta vez por fin pudo quedar de frente con respecto al sitio en el que estaba su misterioso ayudante. Pero estaba agachado tras el semimuro—. Maldito mocoso… —murmuró.
En el piso de abajo, uno de los secuestradores, uno corpulento y bastante alto, se tomó la valentía de cruzar por medio de toda la construcción para que la nueva visual diera de lleno con el escondite de Eda. Eda le apuntó y disparó durante todo el recorrido, había bastante distancia, pero logró darle en una pierna y el sujeto cayó gritando. El hombre tenía la cara magullada por golpes, no entendía por qué. Hubo un solo segundo de cruce de miradas en el que ambos dispararon, pero fue Eda quien le atravesó la sien de un extremo a otro de un disparo. Otro más se asomó y apuntó a Eda en ese mismo momento. Eda lo vio demasiado tarde y recibió un disparo de lleno en el brazo justamente mientras se volteaba a cubrirse. Apretó los labios y cerró los ojos con fuerza, al sentir progresivamente el calor intenso de la bala corroyéndole el hueso. Arrastró un gemido con los labios cerrados y se apretó con la otra mano. Soltó una bocanada de aire, soportando el dolor y pensando rápido en sus probabilidades: desde ese momento, tenía absolutamente todas las de perder si se quedaba. No podía seguir combatiendo ni esperar por Revy. Varios tiros se cruzaron entonces tras el muro. Asomó con mucho cuidado y contempló horrorizada que era el que le había disparado contra el desconocido que le había estado tratando de cubrir las espaldas. Y como sospechaba, no tenía ningún tipo de guardia ni conocimiento estratégico a la hora de comportar el cuerpo en un tiroteo. Recibió dos disparos en el cuerpo y el muchacho, fuera quien fuera, cayó de espaldas gimoteando. Sintió que su corazón palpitaba con más fuerza imaginando que era uno de los niños que había en el bus en un estúpido arrebato.
¿Y ahora…? ¿Ahora qué coño hago…?
BAM. BAMMMMMMM.
Un estrueno hizo temblar toda la construcción, tirando a Eda al suelo. Cerró los ojos de nuevo muy fuerte, apretándose el brazo tiroteado. Sabía que la bala estaba alojada dentro, tenía que darse prisa en salir de allí. Cuando asomó, sacudió la cabeza decidida y sin siquiera ver nada tras toda la humareda, cruzó por un lateral las piedras y se situó tras el semimuro. Se agazapó tras éste para acortar distancias con un cuerpo tirado. Gateó respirando hondo y cansada, le estaba empezando a sudar el cuello por el sobreesfuerzo, nunca era buena señal tras recibir un disparo. Le quitó el pasamontañas al individuo y al verle, separó los párpados.
—Ed… Eda…
Eda lo miró sin expresión alguna. Enseguida, le abrió el abrigo que llevaba y los ojos se le cerraron con un alivio abrumador: llevaba chaleco. Ernesto tosía débilmente, aún aturdido, y como pudo curvó una sonrisa. Una sonrisa que se borró en cuanto ella le saludó con una bofetada.
—¡¡Au!!
—No se te ocurra volver a hacerlo. Ha sido peligroso y no sé qué coño haces aquí.
—No quiero… ser un… un lastre cuando te toque ir por ahí… ahí… ai… ay… aiy… jod-joder… joder, esto duele muchísimo… esto duele muchísimo… ay… —se palpaba sin parar el costado donde había recibido los impactos.
—Claro que duele. Son proyectiles, qué coño esperabas. Médico de mierda…
—Au… Eda… Eda no te enfades…
—Cómo no voy a enfadarme —dijo, y Ernesto se quedó asombrado al ver sus ojos cristalinos con lágrimas—. No quiero perderte, ¿por qué haces esto?
—Porque yo tampoco quiero perderte —susurró, con los dientes apretados por el dolor. La alcanzó de la mejilla y al acariciarla una lágrima le alcanzó los dedos, Eda le miraba bastante apenada.
—Me da igual… el mundo puede perderme a mí —le costó tomar aire por el sollozo, pero trató de ser rápida en quitarse las lágrimas. Ernesto se incorporó con los codos y la siguió mirando asombrado.
—Nunca te había visto llorar… y menos por un insensato como yo.
Eda trató de serenarse y se limpió los párpados rápido, sin decir nada. Le ayudó a levantarse. A Ernesto la energía se le fue de un plumazo al ver que su brazo derecho estaba con la blusa totalmente ensangrentada.
—¡Mierda, Eda! ¡Pensé que no había llegado a darte…!
—Camina, joder, CAMINA. Quiero que salgas de aquí antes de que el humo se vaya del todo.
—La granada la ha lanzado Rokuro… sé por dónde tenemos que salir.
Era increíble cómo funcionaba el instinto de supervivencia en los humanos. Eda apenas echaba cuenta ahora de su brazo, estaba con la expresión cambiada tras descubrirle a él allí… y con él sucedía a la inversa, había dejado de sentir tanto dolor en las costillas al verla a ella herida.
Pudieron bajar los escalones para encontrarse a los dos últimos enemigos que habían participado en el tiroteo hechos mierda por la explosión. Eda respiraba cada vez más sonoramente según bordeaban la construcción, e iba algo torcida al correr, ligeramente combada hacia el brazo disparado. Eda reconoció la moto naranja de Revy y vio que ella iba detrás con las dos armas en las manos.
—Sube, Eda. ¡Vámonos!
La rubia vio que Rock venía en ese momento en otra motocicleta que dejó aparcada. Era la moto de Eda.
—Sal de mi moto.
—Eda, rápido, pueden venir sus refuerzos. Conduce tú —Rock le pasó el contacto, y Eda hizo un esfuerzo inhumano por cogerla y sentarse. Ernesto negó con la cabeza.
—¡¡No!! ¡Está herida! ¡Hay que buscar otra forma de salir.
—Eda, ¿Estás bien? —Rock se acercó a ella, pero de repente, ésta le dio un brusco puñetazo, que hizo que Rock casi cayera de culo. Revy abrió los ojos.
—¿¡Pero qué coño te pasa!? —chilló.
—No, ¿¡a ti qué coño te pasa!? ¿quién coño te crees, para traerle aquí? —le vociferó al japonés, en referencia a Ernesto. Revy se mordió la lengua cuando contempló cómo sangraba la herida de Eda, las gotas caían sin descanso. Se contuvo, pero no le gustó un pelo aquel golpe. Rock la miró cabreado.
—M-me da igual lo que pienses… —empezó él.
—Eda, conduciré yo la moto… no conozco las marchas, pero…
—CIERRA LA PUTA BOCA, JODER, CIÉRRALA. ¡CÁLLATE! —lo agarró del cuello, cortándole las frases al mexicano. Rock no lo aguantó. Ni lo aguantaría. Sin importarle meterse en la pelea, le separó bruscamente la mano del cuello del chico y la enfrentó. Pero antes de que pudiera abrir la boca recibió otro brusco puñetazo en la cara, y aquel… aquel fue determinante. Rock se giró hacia ella y gritó abalanzándosele, pero ella se lo esperaba, y vio desquiciado como no sólo le esquivaba, sino que le clavaba el codo en la nuca y le retorcía el brazo con uno solo, el que no tenía herido—. TÚ LE HAS TRAÍDO AQUÍ. ¡¡ERES UN MIERDA!!
—HE SIDO YO, EDA, HE SIDO YO. ¡¡BASTA!!
—No seas desquiciada, joder, yo no le dije nada. Ni siquiera sé cómo Rock lo supo —gritó Revy.
Eda miraba con los labios y los dientes temblorosos a Rock, y al escucharlo todo, le soltó bruscamente. Alargó el brazo hacia el casco y se lo tendió a Ernesto.
—Muévete, conduciré yo.
—Eda, por dios, estás…
—No me calientes… —le amenazó, mirándole con mucha fijeza—, no me calientes… sólo esta vez te lo diré. Mue-ve-te.
Ernesto suspiró cabizbajo y se echó a la parte de atrás. Eda se sentó y arrancó la moto, y al poner el brazo herido en el otro manillar arrastró un gemido de dolor contenido, respirando cansada. Ernesto negaba con la cabeza mirando a Rock.
—Por el aprecio que le tengo a mi amigo, me voy a callar lo que pienso de ti.
—Por el aprecio que le tengo a mi amiga, me voy a callar lo que pienso de ti.
Le espetó ella, y arrancó sin dejarle decir ni media palabra. Ernesto sintió un brusco derrape con la moto y echó la vista atrás: Dutch se había marchado con su sobrino tras dar parte a las autoridades, pero Revy y ella debían irse cagando leches y ellos también si no deseaban estrenar un historial delictivo. Rock iba conduciendo atrás, Revy le había enseñado, pero no se atrevía a ir tan rápido como usualmente iba ella… y se notó en el momento en que Eda lo dejó atrás en apenas 5 segundos. La aceleración de la moto era bestial. Se abrazó con fuerza a su cintura, empezó a temer por su vida.
—Cuando aparque…
—…¿sí…?
—C…cuando… —la moto dio un peligroso movimiento indeseado, pero Eda pudo encauzar rápido la dirección.
—¡¡Eda!! ¡Frena ahora mismo! ¡Vas a desmayarte y nos vamos a matar!
—¿Tienes… kit cerca…?
—En la alforja. ¿Tienes orificio de salida?
Eda sintió que se le nublaba la vista. Pero una parte de ella no podía abandonar: llevaba a Ernesto de paquete y no quería que sufriera ningún daño. Se obligó mentalmente a permanecer consciente. Iban llegando a la civilización.
—No. Está profunda y creo que ha podido astillarme el húmero.
—Eda, frena ahora mismo. Frena. Te lo ruego… si sientes algo por mí…
—Cierra la puta boca.
—Bien. Cuando hayamos llegado, tenemos que hablar. No aguantaré más esta actitud.
Eda soltó una débil risotada. Giró en contramano y varios coches le pitaron, pero aceleró tan rápido que todos la perdieron de vista entre los callejones. Eda dejó la moto rápidamente aparcada y cuando apagó el motor, cerró los ojos, intentando regular sus respiraciones. Ernesto contempló muy preocupado que tenía la nuca encharcada en sudor. Se bajó sin mediar palabra, sacó el kit de la alforja y la agarró bruscamente del brazo que no tenía herido. Eda gimoteó ante sus tirones y caminó medio obligada.
—¿Aquí os hospedáis?
Eda asintió, señalando con la cabeza la puerta del local.
—Coge las llaves. En mi pantalón.
Ernesto lo hizo rápidamente y abrió la puerta entrando con ella.
Cuando llegaron al salón, Ernesto preparó a la paciente rápidamente. Sacó una camiseta de la maleta de Eda y la comprimió para metérsela en la boca y que mordiera. Lo necesitó nada más le limpió la herida, pero palideció en cuanto supo dónde estaba alojada. Después de cinco minutos de un dolor insufrible, donde Eda no paraba de gritar y retorcerse, extrajo las pinzas.
Hay que tratarla ya, pensó, tremendamente mortificado. No es seguro aquí… maldita sea… puede perder el brazo… maldita sea…
Cada vez que Eda respiraba emitía un gemido de dolor agudo, estaba agónica.
—Tranquila —le murmuró—. Te pondré anestesia local.
Eda asintió, y la vio mareada por la expresión de los ojos. Ernesto estaba temiendo aquello.
Pero no quedaba de otra. Tendría que tratarl ahí mismo, en un salón y con pocas medidas.
Comisaría
Cuatro horas más tarde, Revy, Dutch y Rock fueron finalmente interrogados. Dutch había avisado antes a Revy que dadas las circunstancias no les quedaba de otra, así que tuvieron que dar parte de lo sucedido. También vendría bien para estar mejor informados de aquel grupo de secuestradores que se había tomado la libertad de irrumpir en Roanapur para tratar con niños.
Durante esas cuatro horas, Rock llamó por décima vez a Ernesto, y éste por fin le descolgó y le explicó que había logrado salvar el brazo de Eda, pero que no se sentía tranquilo teniéndola allí. Cuando Rock también le explicó la situación que habían vivido, se despidieron y volvieron a lo suyo.
—Las cosas se han complicado por un asunto que era de mi entera incumbencia. Pagaré todos los gastos médicos de Eda, házselo saber.
Revy asintió, aunque estaba muy lejos ya de todo aquello. Su mente no había parado de darle vueltas a las imágenes que había protagonizado Eda cuando estaban en las motos. Parecía fuera de sí de repente. Rock actuó sin pensar al separarla.
De pronto Eda la llamó al teléfono.
—Zorra, ¿estás bien? —preguntó la morena.
—En la mierda. Pero sigo respirando —dijo.
—Me alegro. De verdad.
—…
—…
—Escucha, Revy…
—¿Sí?
—Eres una de las mejores. Lo sabes, ¿no?
Revy frunció los labios al escucharla.
—Eda…
—Sé que hablamos de salir de Roanapur y buscar una nueva vida… relativamente cerca la una de la otra.
—Sé lo que vas a decirme —musitó Revy, cabeceando despacio—. Escucha…
—Escúchame tú.
—No, escucha, joder. No importa nada, ¿vale? Estoy… estoy a una sola llamada, y a un solo mensaje. Dejemos que pase el tiempo y que esta mierda pase a la historia en nuestras vidas… y luego ya… luego ya vemos, ¿vale?
—Gracias por entenderlo… necesito… necesito curar lo que me pasa en la cabeza.
—Todos lo necesitamos.
—Tú también. Oye…
—No me hará nada, Eda. ¿Vale…? Descuida.
—Porque si te lo hace le mataré. Y no es ningún farol.
Revy asintió despacio.
—Descuida.
Revy miró a Rock de reojo, que estaba cabizbajo y con el ojo hinchado y morado de los dos puños que Eda le había sacudido. Revy oyó que la llamada comunicaba a los pocos segundos.
Algo en ella se sintió mal… y bien al mismo tiempo.
Era el sabor de una libertad extraña. Una libertad autoconcedida después de haber pasado por muchos infiernos. La sensación pretendía ser fabulosa, pero… no terminaba de serlo. Era agridulce. La llamada que habían tenido era una despedida. Y por eso, cuando pasaron pocos segundos, a ambas se le saltaron las lágrimas desde sus distintas ubicaciones, mientras miraban el móvil. Se llevaban muy bien, pero habían pasado por demasiado. Por demasiado.
Demasiado… demasiado para alguien que ni siquiera está cuerdo. Ninguno lo estamos.
Rock la miró y se preocupó.
—¿Estás bien…?
Revy asintió guardándose el móvil.
—Eda y yo habíamos estado mirando algunas parcelas y casas de nuevas construcción para empezar una nueva vida lejos de aquí. Pero… aunque habíamos encontrado buenas opciones… ella… —movió el labio inferior, buscando las palabras exactas— bueno, ella prefiere buscar el lugar por su cuenta. Seguro que la perra cabrona empieza a irse de vacaciones como una loca en cuanto se recupere.
Rock la rodeó con un brazo y le susurró en el oído.
—La casa en la que vamos a vivir ya la he comprado yo.
—¿Q… qué?
Rock asintió.
—Si no te gusta, buscaremos otra. Fuera de Roanapur. Lejos de Roanapur. Nadie nos molestará jamás. Y tengo apalabrada una empresa de… agárrate.
—¿Qué?
—Una armería.
—¡No jodas!
—Para que trabajemos los dos.
—Wow, Rock… espera. Creo que me estoy abrumando.
—N-no… tranquila. Sólo será si tú quieres, y lo que no quieras se cambiará. Pero… la casa te encantará.
Revy inspiró hondo y sintió que muchas cosas le revoloteaban dentro.
La primera, el temor a lo desconocido.
Rock le sonrió.
Entonces, el temor se disipó un poco.