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CAPÍTULO 13. Islandia

Dormitorio de Historia

Otra maldita noche sin dormir. Por la hora a la que el coche de Pixis arrancó para marcharse, supo que aquel encuentro sexual había durado más de tres horas. Tres malditas horas. Las paredes de la mansión eran tan gruesas y las habitaciones tan separadas las unas de las otras, que la intimidad era total, y supuso que así debía ser la casa de cualquier alfa respetable. Donde nadie supiera qué ocurría en la habitación contigua. Cuando supo que aquel vejestorio se había ido, se sintió más calmada. Se sentó en el asiento del alféizar que tenía su ventanal y miró hacia el exterior. Fuera estaba Pieck charlando con Petra y con Mina, parecía haber cierta alteración entre ellas. Nifa, que no andaba muy lejos, caminaba tocándose la barriga como si se encontrara mal. 

Su puerta sonó y desvió la atención, preocupada.

—Nikolo…

—Historia, te he traído la cena… ¿estás bien?

—Fuera —una tercera voz retumbó e hizo que ambos dejaran de sonreír. La más bajita dejó de mirar en esa dirección y fingió que era la ventana lo más interesante de aquel cuarto. Nikolo se fue dejando la bandeja de comida y a ellas dos a solas. Ymir se quedó de pie mirándola… pero no a los ojos. La rubia no sabía ya cómo hablar con ella.

—No quiero hablar contigo.

Ymir apretó la mandíbula. Esa criaja no tenía ni idea de lo que suponía la escena que habían vivido antes en su dormitorio.

—Uno de los guardias del cobertizo me ha dicho que has estado usando el equipo de maniobras tridimensionales —murmuró, cambiando de tema. Historia sintió un pellizco molesto en las cervicales, como si ser pillada en aquel asunto le diera algo de temor.

—Siempre he querido aprender.

La alta mujer contuvo la respiración y acabó por destensar la mandíbula. Se humedeció la boca y habló en un tono de voz más bajo que invitó a Historia a mirarla.

—¿Y por qué no quieres hablar conmigo?

—Porque te… odio. Te odio. —Elevó los hombros al inspirar y soltó el aire de repente. Cuando movió la cabeza hacia Ymir se dio un susto al tenerla tan cerca, se pegó al cristal. Ymir arqueó las cejas.

—¿Tan horrible soy?

Historia se frotó la mitad del rostro, soltando una risa estúpida por los nervios. Estaba cansada. Y agobiada. Comprimió lentamente sus labios y centró sus ojos en los de ella. Se quedaron mirando largos segundos, se paró el tiempo. Pero de repente Ymir se acuclilló e Historia se abrazó las piernas, echándose hacia el otro lado. Sintió una suave presión en su brazo izquierdo y dirigió la mirada a la morena.

—Si me hubieras expuesto a eso… puedes estar segura, me habría quitado la vida. Quizá no hoy, pero muy pronto. —Ymir dejó caer las manos desalentada al escucharla, no dijo nada. —¿Por qué lo hiciste? —preguntó. Si va a sincerarse, este es el momento. Historia deseaba saber si de verdad Ymir la quería.

—Porque sentí pena por ti. Estabas llorando de una forma que jamás había oído, casi hiperventilabas. Empecé a sentir asco de lo que estaba viendo y… simplemente actué.

Historia tenía el ceño fruncido y no la miraba mientras escuchaba.

¿Te importo, entonces? ¿O sólo era… algo territorial? No, no puede ser. Yo…

Sus pensamientos no llegaron a término. Ymir se pegó a ella y la arrinconó en el alféizar sobre el que estaba sentada.

—Petra. Despierta. ¿Hola…? —Nifa chasqueó los dedos delante de ella, al verla ensimismada. Pero Petra no quitaba su mirada del ventanal de la segunda planta. Cuando la otra pelirroja ascendió allí también su atención arqueó las cejas, impactada. Historia e Ymir se estaban besando. Había un leve rechazo por parte de la rubia, un empujón, que dejó de serlo en cuanto Ymir insistió, inclinando y pegando más su cuerpo contra el de ella en la ventana. Petra bajó la mirada como si estuviera encajando una especie de derrota.

—Volverá a haber problemas

—Volverá a haber problemas. Es muy nueva aún. Si te sirve de consuelo.

—No, no me sirve. Me duelen las tripas cada vez que…

Dejó de hablar, sustituyendo cualquier palabra por un suspiro de hartura. Pieck se estiró en la tumbona y cuando dirigió la mirada al mismo lugar, asintió para sus adentros. Era obvio que acabaría pasando. Historia había estado cabreada, pero no se podía salir de allí fácilmente. Sabía lo posesiva que era Ymir, y también sabía que aunque no se lo hubiera dicho a nadie, la nueva le gustaba un poco más que las demás. Mejor para nosotras, pensó. Aunque Petra no pensaba igual. 

La cabeza de Historia se convirtió en un caos

La cabeza de Historia se convirtió en un caos. Ymir la había besado sin esperárselo y nada más entrar en contacto con su saliva, con la esponjosidad de sus labios, el corazón le empezó a latir como si fuera a salírsele del pecho. Le entró calor proveniente de los nervios. Su mente en aquel instante no fue capaz de recordarle lo que ocurrió en la fiesta. Y por ello, y un mar de confusiones de por medio, Historia no se resistió un buen rato. Los segundos pasaron, los recuerdos dolorosos se abrieron paso a la pasión del momento, luchó por serenarse. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, aún la estaba besando. Ymir se dio el descaro de tironear hacia abajo el escote de sus senos, buscando sacarle fuera uno de los pechos, y en ese momento Historia reaccionó, encerrándole la muñeca.

—No. Ni… ni hablar.

Ymir permaneció pegada a su boca y emitió una especie de gruñido, echándose más encima de su cuerpo.

—¡Para!

El grito la hizo abrir los ojos, mirándose ambas fijamente. Apreció el temor en sus iris y se distanció poco a poco, separándose del alféizar. Historia frunció un poco el ceño y se subió la blusa, tragando saliva. Se aleja… pensó, ligeramente más calmada.

—Eres mía —dijo solemne, respirando algo agitada. Historia con el tiempo se percataba de que siempre tenía muy poco aguante a la tensión sexual. Pero no quería ni podía satisfacerla tras los últimos acontecimientos. No quería hacerlo y menos en ese momento, con ella.

—Ymir… —suspiró sonoramente. —Me hiciste mucho daño, ¿vale? Necesito tiempo para pensar lo que quiero hacer.

—No tienes derecho a decidir. —Le dijo cortante. —Sería perfectamente capaz de hacer eso que te hice de manera consciente.

—¿¡Ah, entonces te acuerdas!?

—No —dijo con sinceridad. —No del todo pero me lo puedo imaginar. Es lo que pasaría si te pillara con otra persona.

Historia sintió que se le iba el corazón por la boca y saltó al suelo, enfrentándola.

—¡¡Ese chico sólo me puso una chaqueta por encima!! ¡¡Nada más!! Se dio cuenta de que tenía frío. Pero me tocó de la mejilla y tú, con tu don de la oportunidad, tenías que ver justo eso. ¡¡Y lo mataste, Ymir!!

—Y a ti te castigué. —Dijo alzando la cabeza, mirándola totalmente quieta. Historia negó con la cabeza, hastiada.

—Aquello no fue un castigo, fue un delito. Si no fueras quien eres, la policía te hab…

—Pero soy quien soy —la interrumpió rápido. —Y te toca aguantarte. Haré lo que quiera contigo.

Historia la miró frunciendo el ceño, sin contestar. Le ardía la garganta de aguantar la sarta de insultos que se estaba reservando. Prefirió no tentar a la suerte. Ymir agarró la maleta que había estado preparando, se la abrió, y la volvió a mirar.

—Prepara sólo cuatro trapos para mañana. Vas a viajar.

—¿A viajar? ¿Adónde?

—Eso no te importa en absoluto. Obedece.

—No lo haré.

Ymir pareció tener un pequeño tic en el labio inferior al oírla. Se irguió y caminó lentamente hacia ella, haciendo que Historia apretara la boca. Cuando dio el tercer paso la dejó de mirar, dándose por vencida.

—Ahora la hago —murmuró, consiguiendo que parara de amenazarla con su acercamiento.

Ojalá no le tuviera tanto miedo, pensó.

Aeropuerto

Historia se comió la mirada de odio de Petra cuando salieron de la casa con las maletas, y no supo por qué, pero de algún modo malsano, su dolor se convirtió en el suyo propio, como si no estuviera donde le correspondía. Seguramente Petra tuviera un amor enfermizo y obsesivo hacia la alfa, pero quizá justamente por eso era mejor idea que fuera ella en su lugar. La rubia no cruzó palabra alguna con Ymir desde el día anterior. Cuando cruzaron las pistas del aeropuerto, se acercaron a un jet privado de acabado metálico, de cortas dimensiones pero donde el dinero se respiraba en cada minúsculo adorno. Tenía que reconocer que tenía bastantes nervios… el estar fuera de la mansión, en el mundo exterior por «primera» vez, le hacía sentirse muy insegura. El pensamiento intrusivo le sugería que en algún momento la tiraría por la ventanilla, o la mataría en algún hotel donde los pocos testigos darían parte a favor de la alfa para encubrirla. Cuando el botones pasó el equipaje al maletero y entraron las dos, se impresionó de nuevo: el mobiliario era de lujo. Moderno, sobrio, parecía el epicentro de una mesa de juegos de políticos. Los asientos acolchados y enormes invitaban a sentarse para no levantarse jamás. Historia se aproximó a una de las butacas y se sentó, sonriendo sin darse cuenta. De pronto un fuerte chasquido de trabe llamó su atención: el controlador aéreo ya daba las señales. Ymir acomodaba su portátil sobre la mesa y se puso el cinturón. Historia la imitó y echó la mirada por la ventanilla. Cuando aquel alargado vehículo empezó a ganar velocidad y de repente se elevó de la pista, la rubia dio un suspiro hacia dentro de la impresión, apretando las manos en los reposabrazos. Sintió el cambio de presión en sus oídos y cómo ganaban altura sin parar. No tenía nada que ver con subirse a un árbol con el equipo de maniobras. Si cayesen…

—Sí, dáselo. No ha desayunado.

Historia despistó la mirada de la ventanilla al oír a Ymir, y enseguida vio que una azafata preciosa, igual de rubia que ella pero increíblemente alta, le ponía una bandeja delante con un sándwich de las características que Historia solía pedir en cocina. Olía genial. Se acercó el plato y le dio un mordisco, notando el aguacate en su punto y el huevo duro picado también, junto al bacon. Qué maldita delicia, pensó.

—Ymir.

La morena no la miró, tenía la vista pendiente a la pantalla. Cuando Historia cotilleó un poco mientras masticaba, se dio cuenta de lo poco que entendía aquel lenguaje de económicas. Había un montón de gráficas, de celdas con nombres extraños, infinidad de números. Parecía estar mirando una especie de inventario de símbolos. Y nada entendía. Al bajar la mirada a su teclado, vio que su mano derecha tenía sus dedos ya bien formados y cicatrizados tras el loco intento de suicidio que tuvo en su dormitorio. Las cuatro uñas de nuevo nacimiento eran las únicas que estaban sin pintar. Y en los nudillos aún quedaba una suave marca lineal de donde fue la mutilación. Se sintió mal, por mucho daño que le hubiera hecho. 

—Ymir, ¿tienes hambre? ¿quieres probar?

—No.

La morena no desconcentró sus ojos del portátil ni un segundo, ni dejó de teclear en un chat aparte que también tenía abierto. No parecía importarle que Historia pusiera la atención en lo que hacía. Tampoco entendía gran cosa de su trabajo.

Islandia

—Volveré en una hora.

Historia asintió y fue testigo de cómo Ymir, tras esa frase, se dirigía al hombre que se quedaría vigilándola. Pero lo hizo en islandés. Y a juzgar por la longitud de la frase, lo hacía de manera fluida. No tuvo ni idea de lo que le dijo al muchacho, pero sí supo que había hablado de ella. Quizá que le pusiera bien el ojo encima por si decidía escapar. Historia puso los ojos en blanco y se abrazó los brazos, muerta de frío. Al salir del coche climatizado, la temperatura exterior debía estar bajo cero por fuerza, no estaba acostumbrada a aquello.

—Ymir te puso a ti abrigo. En casa.

Historia le miró curiosa, el acento del chico le delataba, era islandés. Cuando entró al interior de aquella casita apartada en mitad de un gigantesco bosque nocturno, donde no sabía ni dónde estaba parada, se quedó de piedra. La casa era una especie de chalet rural construido con piedra. Se volvía a notar una vez más el dinero que habían derrochado en amueblarlo. Eso sí, estaba helada. Como si le leyera el pensamiento, el vigilante se agachó frente a la chimenea y juntó la leña para prenderla. Historia tiritaba y se acordó lo que le dijo: había abrigo. Buscó con la mirada alrededor de la casa hasta dar con el guardarropa. Cuando lo tuvo entre las manos, justo antes de ponérselo, parpadeó y se acercó despacio la pelliza interior del abrigo a la nariz. Su cuerpo pareció relajarse, aliviarse, sentir una calma. Era el olor de Ymir, tan suave y a la vez tan intenso, seguramente concentrado por los años de uso. Coló los brazos en él y se envolvió al cerrar la cremallera. Le quedaba bastante grande, pero para el caso que lo necesitaba le vino bien. Después se limitó a sentarse frente a uno de los ventanales y mirar el cielo repleto de estrellas. Era increíble el alcance que tenía aquel manto lleno de puntos ante la total falta de alumbrado artificial. La luz que desprendían junto a la luna llena era tan intensa que lograba apreciar las diminutas ondas curvas que se movían en algún lago no muy lejos de la casa. Era… el lugar más bonito que había visto, cosa que confirmó más al presenciar la aurora boreal verdosa cruzando el firmamento. Grabó bien aquel paisaje en sus recuerdos.

Ymir llegó a la casa tres horas más tarde de lo que le dijo

Ymir llegó a la casa tres horas más tarde de lo que le dijo. No era muy expresiva con sus emociones, pero hasta en esa ocasión la vio poner los ojos en blanco antes de mirar quién volvía a incordiarla cuando el teléfono sonó. Atendió y nuevamente se la encontró hablando en islandés, o lo que Historia había decidido que era el islandés. Era asombrosa la velocidad y fluidez con la que pronunciaba cada palabra. Se le hizo sensual. Y nuevamente cayó en cuenta de la inteligencia que tenía.

Le ha crecido el pelo un montón.

El flequillo ya no le caía tan fácilmente tapando los laterales de los ojos, sino que ahora aguantaba tras sus hombros. La media melena le daba un aspecto mucho más femenino. La mire por donde la mire, siempre me ha parecido guapísima.

Historia suspiró y apartó la mirada de ella. La devolvió a la ventana y a aquellas maravillosas vistas. Se le pasaban los minutos mirando cómo muy lentamente esas ondas se curvaban entre sí, gobernando sobre el cielo. Soltó el aire de repente y se dejó caer hacia atrás sobre el amplio sofá central: el techo del chalet tenía una enorme ventana que también dejaba ver aquella fantasía. Sonrió sin darse cuenta.

—Reiner me regaló chocolate a la taza. Estará listo en un rato, por si quieres.

La rubia sólo movió la cabeza hacia ella, y se le hizo raro verla tras una encimera y preparando algo. Estaba acostumbrada a ver a Nikolo siempre.

—Probaré un poco, aún tengo frío. El clima aquí es sólo para osos polares, no me negarás…

—Es Islandia, qué creías.

—No lo sabía, no me dijiste el lugar.

—¿Sigues con frío? —preguntó alejándose de la encimera. Caminó hasta ella y bajó la mano hasta una de las manos ajenas, notando las yemas heladas. —Echaré más leña.

Historia asintió sin decir nada, aunque notó algo más de calor sólo por haber sentido su contacto, cosa de la que se irritaba consigo misma.

—Ymir… ¿por qué me has traído aquí? Parece que no te hago ninguna falta.

—Porque tenía que venir aquí en persona. Y no me fio de ti. Así tendré que estar contigo, ya encargué una correa para que no te separes mucho.

Historia no respondió. El olor del chocolate se avecinaba. Y el calor del fuego acrecentado por Ymir también. Lo siguiente que vio fue a la morena cargada con gruesas mantas de plumas, que dejó sobre la alfombra que daba pie a la chimenea.

—No te quedes pasando frío. Túmbate ahí. Ahora te traigo el chocolate.

Historia dio un breve bufido al incorporarse, mirándola incrédula. No le cuadraba que estuviera tan atenta. Siendo como era, le hacía sospechar.

Pero, ¿sospechar de qué?

Cuando se tumbó sobre la mullida alfombra y se tapó con el edredón, por fin empezó a entrar en calor. Se quedó hecha un ovillo y cerró los ojos, disfrutando del olor a leña ardiendo, y disipando un poco el cansancio del viaje. El olor del chocolate se incrementó y cuando los abrió sonrió, volviendo a sentarse para agarrar la taza.

—Gra… gracias —sopló un poco y removió con la cuchara. Había puesto poca cantidad, las tazas eran pequeñas y tenía nubes de chuche en la superficie. Al probar el chocolate espeso con la nube, se deshizo en su boca. —Oye… esto está riquísimo…

—Creo que es lo único que sé hacer.

Historia la miró con curiosidad, Ymir no se había echado nubecitas.

—¿No te gustan las nubes? Con el chocolate están de muerte.

—No quedaban más.

La rubia la miró repasándose los labios con la lengua. Era porque se sentía rara conociendo ese otro lado de Ymir. Ya más de tres meses a su lado, y no la conocía de nada. Era triste.

—Toma, anda… —sacó una cucharada con varias encima y se la acercó a la boca, Ymir negó. Descruzó sus largas piernas cuando se hubo acabado su taza, poniéndose en pie.

—Ya me buscaré la forma de saborearlas.

Historia sintió que sus mejillas se coloreaban al oír aquello. Contrólate, joder. Simplemente no estás acostumbrada a que te trate con delicadeza. Poco a poco se terminó su taza, se le había asentado el estómago y había perdido el poco frío que le quedaba. También se levantó a dejarla en el fregadero. Cuando estuvo de vuelta, miró alrededor.

—Oye, creo que debería irme ya a la cama.

—¿Tienes sueño?

—No realmente. Pero me noto cansada.

Ymir asintió, como si no necesitara ninguna explicación más. Sin decir más nada, acortó distancias con ella mirándola fijamente, haciendo que a la otra se le volviera a acelerar el corazón. Puso una mano en su cintura y se le acercó, igual que hizo el día anterior en su cuarto, a traición. Se fue inclinando hasta rozar sus labios y contempló que Historia no la evadía. Entreabrió los suyos, pero antes de tocarlos, susurró.

—Historia… —la rubia miraba sus labios, pero llevó los ojos hasta los de la alfa—. No es el único motivo por el que te he traído aquí.

—Lo sé. Piensas enterrar mi cadáver y dárselo a algún dios islandés…

Ymir no rio con el chiste, ni sonrió. Historia apretó los labios.

—Sólo la primera parte. Tengo que hacerlo. Te estás tomando demasiadas libertades. —A la chica casi se le cae el alma a los pies. Se apartó dándole un empujón, pero Ymir la atrapó de la muñeca sin apretar y la chocó con ella de nuevo, susurrando con una sonrisa maliciosa. —No seas cría. Es broma.

—Ríete o algo, por el amor del cielo…

La morena parpadeó despacio, más contra más cerca estuviera de sus labios. Acarició su nariz con la ajena y subió una mano hasta su hombro, inspirando poco a poco.

—Tu olor… es… una invitación a hacerte mía, siempre que te veo. Hay algo especial. Ya que tenía que venir, quería que vinieras conmigo.

—¿Especial…? Escucha, Ymir, no estoy preparada para…

Ymir pareció manifestar en su expresión facial la incomodidad que le suponía escuchar aquello. No quería forzarla, pero al mismo tiempo, se preguntaba que qué coño importaba si la forzaba o no, tenía que obedecerla al fin y al cabo.

—Ymir… —volvió a susurrar, mirando de reojo sus uñas clavadas en el hombro. —Para…

La morena soltó su hombro, ni siquiera se había dado cuenta de que la estaba apretando. Tragó saliva y se contuvo de seguir tocándola. 

—Siento lo que te hice. Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y estar más atenta a mi bebida.

Jamás se esperó oír un "lo siento", y menos en aquellos términos

Jamás se esperó oír un «lo siento», y menos en aquellos términos. Historia la miró con un halo de preocupación en el rostro, sintiéndose débil y accesible. Pero Ymir no la tocaba. Sólo la miraba, y no fue capaz de aguantarle tampoco eso.

—Soy más fuerte de lo que parezco —respondió. —Pero el único motivo por el que voy a perdonarte todas las heridas que me hiciste… es porque no eras tú. Si lo haces de nuevo… cumpliré lo que evitaste la otra noche.

—No me amenaces —oyó de repente, con la voz arrastrada. Aquello parecía darle mucha rabia. Historia la miró a los ojos.

—Te aseguro que no es una amenaza. Es una promesa.

—No me amenaces —volvió a repetir, mirándola aún más cabreada. Algo no parecía ir bien. Historia dio un paso atrás e Ymir tardó bastantes segundos en darse cuenta de su cambio en la voz. Parpadeó más rápido y se humedeció la boca, nerviosa. Intentó serenarse en silencio, pero Historia volvió a hablar.

—¿Alguien a quien estimas se suicidó? —le preguntó, empezando a atar cabos. La pregunta dejó a Ymir confundida. Sí, es eso. Puede que la tal Nanaba prefiriera morir a quedarse con ella al lado. Oyó a Mikasa decir que el empujón del guardia no fue un empujón. Había lagunas en la investigación. Nanaba hubiera preferido tirarse de cabeza por el puente antes que pasar un día más en la mansión.

—Amenazó con hacerlo, igual que estás haciendo tú. Y no quiero hablar más de ese tema. Simplemente, no lo hagas más.

—Ymir, yo me sentía como una mierda… ¿crees que soy el tipo de persona que busca quitarse del medio al primer obstáculo? Estar en esa casa es mucho más duro de lo que crees…

—Sólo no lo hagas. No lo vuelvas a intentar.

—Bueno… vamos a dormir. En esa improvisada que has hecho.

La morena no la miró de camino al salón, simplemente se quitó la ropa y se metió tal cual bajo el edredón de plumas. Historia, después de ver colorada como un tomate que se metía desnuda, se quedó con una camiseta interior y las braguitas puestas, y mantuvo las distancias. Agradecía enormemente la chimenea, porque al haberse deshecho de ropa tenía frío otra vez.

—Historia…

—Qué… —abrió los ojos, sin voltearse.

—¿Has visto el cielo? Es un corazón.

Cuando la rubia se puso bocarriba, Ymir apagó todas las luces de la casa. Parecía saber ya que al hacerlo, las estrellas y todos los fenómenos naturales del cielo se veían con mucho más color. Era cierto, las bandas moradas y verdes se entrecruzaban y había una forma de un corazón irregular. Menudas rarezas tenía el azar.

—Creo que de no haber sido seleccionada, jamás habría sabido lo que es ver esto. Es impresionante.

—No te emociones… es muy raro que se haya puesto así la aurora boreal.

Historia asintió, sonriendo. Notaba algo de calor por la parte por donde estaba el cuerpo de Ymir, con su organismo, a lo mejor no sentía tanto el frío como lo estaba sintiendo ella. Quería abrazarla, pero en lugar de eso, se volvió a girar despacio hacia la chimenea.

—Historia…

—Qué pasa…

—¿Me das nubecitas?

—Qué idiota eres… —rio— No las pienso vomitar. —Giró de nuevo el cuerpo en su dirección, sin aproximarse. Ymir la miraba calmada, encogiendo los hombros.

—Con tus labios me vale.

Historia inspiró hondo y soltó el aire, sin perder la sonrisa. Qué voy a hacer con ella. Pero la sonrisa se evadió cuando Ymir se arrimó y sacó una mano del calor del edredón, para tocarla en la mejilla. La rubia cerró los ojos ante el tacto, y lentamente se irguió hasta sostenerse con los codos. Unió su nariz con la de ella y finalmente presionó su boca con la ajena, cerrando los ojos. Mantuvo aquel contacto varios segundos, embelesada, y poco a poco acabó acariciándola también del rostro, mientras su boca se abría a la par que la de Ymir, conectando las lenguas. Este contacto tan húmedo la excitó. Ymir besaba muy bien, demasiado bien, pero esa noche además estaba tontorrona y cariñosa, y… había dicho que era especial. Quizá era un engañabobos que le habría contado a todas sus chicas, pero en aquel instante decidió que esto ya no podía importarle tanto. Se obligó a separarse de ella después de un minuto de intensidad, minuto tras el cual Ymir, sin que Historia se diera cuenta, acusaba una erección totalmente dura, pero el edredón era demasiado gordo como para percibirlo.

—Entonces… ¿dices que tengo un olor especial?

Ymir abrió los ojos consuma dificultad, intentando calmar su instinto de poseerla como un animal. Todavía podía hablar con lógica. Todavía podía pasar la noche sin tener sexo.

—S…sí. No sabría explicártelo.

La rubia puso su cuerpo más cerca y subió el rostro hacia el ajeno, empezando a besarla despacio. Historia se sorprendía de lo cariñosa que estaba siendo, parecía estar con otra persona. Y claro que sí… le salió besarla. Sabía que esa parte estaba dentro de Ymir, no era la primera vez que la sentía así de abierta con ella, pero… la parte negativa acababa interponiéndose de algún modo. No quería ni pensarlo. Mientras se besaban sin descanso, se daba cuenta de lo mucho que quería que la tocara. Fue ella la que introdujo la lengua en la boca de la morena, quien pareció sentir un crispamiento y también la secundó, entrelazándose y uniéndose sin parar en el interior de sus bocas. Ymir la acariciaba sólo del rostro, pero de pronto empezó a alejarse. Historia levantó un poco la cabeza para que no se despegara de ella, pero la morena insistió, entre respiraciones.

—No puedo continuar. Me estoy poniendo muy nerviosa.

—¿Nerviosa…? —preguntó la rubia, acalorada. Susurró con una sonrisa. —Quiero que sigas…

La morena la miró frunciendo suavemente sus cejas. Historia saboreó su labio inferior, acariciándolo sin llegar a besarla.

—No quiero forzarte a hacer nada.

Historia abrió más los ojos, sintiendo que aquello no era normal. ¿De verdad acababa de decirle eso? No quería siquiera creérselo porque no deseaba acrecentar falsas ilusiones.

—¿De verdad te importa…?

—No quiero hacerte daño. Y por eso, mejor… vamos a dejarlo por hoy…

La rubia volvió a ascender a atraparla de los labios, pero esta vez y de manera repentina, la buscó entre las piernas. Ymir emitió un quejido breve y se separó, tenía la respiración alterada.

—Mírame… Ymir. —La sujetó de la cara, y pasó su pulgar por su labio inferior. La alfa la miraba calmando su respiración, pero con mucha lujuria. —Házmelo despacio… quiero sentirte.

Ymir la miró preocupada, pero no se veía capaz de aguantar más tampoco. La miró desde arriba y al final la destapó. Historia notó una ráfaga helada al quitarle la cobertura de la manta, pero lo que quería era despojarla de la camiseta… y verla. Lo hizo. 

Al ver sus turgentes pechos a la luz del fuego, puso la mano encima y la acarició, masajeando uno de ellos y luego bajando hasta sus caderas. Pegó el rostro a su hombro y comenzó a degustarla por el cuello, mientras su mano le deslizaba por los muslos las braguitas. Ymir apenas tardó diez segundos en acomodar bien su cuerpo entre las piernas abiertas de Historia, y una vez hecho aquello, para no hacerla sufrir con el frío, tapó hasta media cintura. Aunque a ella aquel edredón ya le estaba sobrando. Historia apretó los labios al sentir la punta del pene de Ymir como una roca que la apuntaba. La acarició del omóplato despacio. Ymir respiraba mal, como si hacer aquello con lentitud le estuviera costando un horror. Pegada al cuello de Historia, empezó a empujarse en su interior, despacio y con paciencia. Ni siquiera la rozó, no la tocó, ni hubo casi preliminares. Historia frunció las cejas con cierto esfuerzo y dio un quejido suave, que hizo que Ymir se apartara del cuello para ponerse justo encima de ella, nariz con nariz.

—Tranquila… lo haré despacio.

Dios, quién eres. Sólo de escucharla hablarle así, con tanto cariño, se derretía. Su cuerpo reaccionaba, aunque la diferencia entre sus tamaños se notaba también mucho en sus sexos, eso no era nuevo para ninguna. Historia la acarició de la espalda y separó más los muslos, al sentir recostarse a la morena. Sentir a Ymir desnuda sobre ella, pezones contra pezones… te quiero. Ymir dejó de penetrarla para bajar una mano a la cavidad de Historia. Se mojó con esos fluidos la punta y volvió a acercar el miembro allí, preparando poco a poco las caderas. Al posicionarse bien se fundió con su boca, robándole gran parte de su atención de esta forma. La sostuvo del cuello, acariciándolo, y poco a poco comenzó a mover su cintura contra ella, muy poco, pero adquiriendo un ritmo más o menos constante que facilitó la dilatación. Historia comenzó a botar suavemente ante los movimientos de la morena, la notaba entrar casi sin dolor, pero sí con algo de presión. Ymir separó los labios y se le distanció un poco, contrayendo la espalda. Historia la vio jadear de tan cerca con aquel estímulo que se excitó. Ganó algo más de velocidad, mientras los labios de ambas mujeres, entreabiertos frente a frente, se rozaban por el vaivén de los cuerpos; los alientos se entremezclaban con cada gemido que balbuceaban. Historia notaba que la espalda de Ymir comenzaba a transpirar, que su trasero llevaba rato ya chocándose contra su entrepierna con más necesidad que antes.

—Dime que me quieres… —musitó la más pequeña. Ymir se esforzó por escucharla, pero sus ojos volvieron a ignorar los suyos y se situaron en la unión de sus sexos, alimentando su lujuria al comprobar que todo su largo y ancho entraba y salía por completo en la vagina de la más pequeña, y salía sin dificultad, una y otra vez, sin parar. El sonido de los cuerpos chocándose… Historia la condujo de las mejillas para que la mirara. —Dímelo… reconoce que te gusto más que las demás…

—Eh… qué…

—Te gusto más que las demás, ¿verdad…? Ah… —dio un fuerte gemido que hizo que las pupilas de Ymir se expandieran del gusto. Historia la escuchó balbucear algo ininteligible y al cabo, apretó bruscamente el ritmo, dejando atrás la lentitud. —Ymir…

—Hmgh… sí… claro que sí…

—Más que todas ellas… ¿verdad?

—S-sí… —le contestó, a trompicones. Historia sonrió satisfecha, mordiéndose el labio inferior, se sentía por encima. De algún modo le había dominado para que le acabara confirmando y soltando esa información.

—Eso es… baja un poco… eso es… —murmuró para controlar la velocidad que acababa de tomar, Ymir respiraba muy costosamente, cada vez más, pero se obligó a recuperar el ritmo tranquilo de antes. Estaba siendo tan placentero como tortuoso. Historia dio un jadeo más profundo al notar que la palma de Ymir la acariciaba de arriba abajo. Ymir volvió a chocarse más fuerte contra ella y enseguida Historia la araño sin fuerza del cuello. Estaba muy excitada, en realidad, la velocidad le daba igual desde hacía un rato.

—Ogh…

Ymir se chocó de repente frenéticamente con ella y frenó en seco. Historia creyó que había acabado, pero al poco suspiró y continuó metiéndose en ella despacio, a un ritmo algo más acusado. Bajó los labios, susurrándole.

—Qué preciosa… eres… —Historia la miró fijamente, calmando sus jadeos. No sabía ni cómo sentirse al respecto, simplemente, en un momento como aquel seguir negando que aquella mujer le gustaba era muy estúpido. Más preciosa eres tú, pensó en su cabeza. El simple hecho de estar follándola así, en semejante lugar… había perdido todo el frío. De repente, Ymir se apoyó en sus rodillas y puso recta la espalda, agarrando las piernas de Historia como si fuera una carreta. La empezó a empalar con fuerza y rapidez, chocándose contra su vagina deprisa, y vio cómo su cuello se tensaba al mirarla ahora desde arriba. Soltó un sonoro suspiro y seguidamente su abdomen se contrajo, dando un gemido más agudo, femenino y sensible que se mimetizó con el de Historia al momento del orgasmo. Paró de embestirla con fuerza para hacerlo despacio, mientras acomodaba la pierna de Historia sobre su hombro y besaba la zona de su pantorrilla, con los ojos cerrados. Respiró muy agotada, y al poco salió de ella y le agarró la mano, situándola rápido en su tronco. Historia bajó la pierna de su hombro y movió la mano con la rapidez que sabía que le gustaba, volviendo a tensarla. Le impresionó muchísimo ver que se corrió bastante. Cuando soltó el quinto chorro y el más leve, Ymir le tomó la mano.

—Ya… ya… no me queda más. —Pronunció rendida, respirando agobiada.

—Pensé que habías acabado dentro… —dijo divertida.

—Lo he hecho. Dentro. —Se frotó el rostro y se dejó caer agotada a su lado.

—Pero… ¿y fuera también?

Ymir asintió despacio, abriendo los ojos para mirarla.

—Dentro y luego fuera.

—¿Cuánto llevas sin hacerlo?

—Unos cinco días.

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