CAPÍTULO 18. Tu olor es diferente
Hacía tres días que Historia se había marchado. Ninguna beta preguntó los motivos. Moblit, temiéndose lo peor, había intentado sonsacar a su jefa dónde se encontraba la pequeña, pero no recibió ninguna explicación más allá del «se ha ido». Ymir tuvo que hacer de tripas corazón para no llamar a un investigador que controlara a Historia Reiss. Quería saber qué hacía, con quién se veía, cómo estaba siendo su incorporación en la casa. Sabía que la relación con sus hermanos y su madre no era la mejor. El patrimonio Fritzel había mantenido las transacciones mensuales que mantenían a Rod Reiss en las mejores manos del hospital, aunque su enfermedad seguía avanzando a pasos terribles. Por lo menos, pensó, podrá pasar más tiempo con él.
—Pero qué me pasa… —susurró, frotándose la frente con sus largos dedos, como si tuviera una fuerte migraña. Habían sido tres días espantosos dando vueltas a sus últimas decisiones. No, al final no contrataría a ningún investigador. Pero no podía parar de pensar en ella y la desinformación de su estado le corroía.
Antiguo dormitorio de Historia
Aquellos días, sin que nadie la viera, había estado visitando su dormitorio. Las sábanas habían sido retiradas, la ropa se la había enviado. Intentó postergar sin éxito sus visita a aquel dormitorio porque sabía que podía empeorar aquellos pensamientos tan extraños que estaba teniendo. Se paseó por la habitación lentamente, pasando la mano por su tocador. En el cepillo aún quedaba un pelo largo y fino, rubio. Ymir abrió los cajones para cotillear, pero no había nada en ninguno de ese mueble, más allá de algunos pintauñas y un par de cajas de perfumes vacías. Cuando pasó por delante de la cama, frenó en seco y miró a ambas mesitas de noche. Se fue a una de ellas y abrió sus cajones. En el primero había un libro con un marcapáginas. La morena frunció las cejas y lo recogió lentamente, mirándolo por el lado de atrás para leer el argumento: era un libro de la biblioteca. Sabía que Historia leía mucho, que era una persona cultivada en la literatura. Ymir había dejado de interesarse por la lectura muy pronto, pero al fijarse bien en el título, recordó que era uno de los favoritos de su difunto padre, de género wéstern. No era un género que soliese gustar y menos en los libros. Pero Historia había superado la página 500 sin mayor problema. Tan sólo le faltaban las últimas para concluirlo. Ymir se llevó el libro consigo. Al abrir el cajón de la otra mesita, se encontró con un montón de cartas perfumadas y sobres, y al final del todo, la foto revelada de las dos posando en la candidatura de Erwin. Ymir sonrió un poco y sintió un nudo en la garganta.
—Ymir… ¿estás bien?
Ymir guardó la foto donde estaba y se irguió despacio, acomodándose el libro del Oeste bajo el brazo.
—Hola, Pieck.
—¿Has perdido a tu ángel de la guarda? —preguntó la de pelo negro con una pacífica sonrisa, cruzada de brazos y apoyada en el marco de la puerta. Dejó de sonreír despacio. —Grandullona, ¿estás bien? Sé sincera conmigo.
—Sólo necesito un poco de aire. Hablamos después.
Pieck comprimió los labios al escucharla y asintió sin contestar más, no quería importunarla. Pero la conocía lo suficiente como para saber que no estaba bien.
Casa Reiss
—Mamá, ¿esto qué es?
—Páginas de trabajo. Es la página donde tu hermano logró un puesto en la panadería del centro. Te sugiero que busques algo cuanto antes si pretendes vivir bajo mi techo.
Historia puso una mueca con los labios y sopesó la idea de buscar trabajo. Aunque hubiese sido humillante, tenía que haberle pedido algún préstamo pequeño a Ymir. Sus ansias por marcharse de la mansión eran tan grandes que ni siquiera pensó en cómo sería su vida lejos de ella, sin sus comodidades, y no hablaba precisamente de la obtención de una vida acomodada… sino de un lugar donde no fuera continuamente regañada. También era cierto que se había acostumbrado a la vida lejos del trabajo, pero eso no podía ser. No le gustaba sentirse poco productiva.
—Había pensado en abrir una editorial donde todos los libros sean digitales. Yo los prefiero en físico, pero ya sabes… ahora la tecnología está en cabeza. Y muchos jóvenes escritores desean publicar constantemente.
—Para esas cosas se necesita un dinero que no tenemos. Tenías que haberlo pensado mejor cuando aún podías.
Historia apretó la boca y se puso lentamente en pie, mirando a Alma.
—Aparte del dinero de Ymir, yo también te he enviado todos los meses. ¿Es que no has ahorrado nada?
—No, Historia, me lo he ido gastando con cosas que he visto necesarias. ¿Quién iba a imaginarse que ibas a abandonar su casa? Sólo a una tremenda idiota como tú se le ocurriría.
Historia sonrió irónicamente, no pensaba entrar al trapo porque con ella también era imposible discutir. La mujer siguió descargando sus frustraciones con ella y después de diez insoportables minutos de monólogo, se marchó con la cesta para comprar algunas cosas, rechazando en aquello también la colaboración de Historia. Su hermana Frieda ya no estaba, y el resto de sus hermanos seguía trabajando. Su padre descansaba en cama. El único que quedaba por allí correteando de lado a lado con un dinosaurio de un jugete era su hermano más pequeño, Dirk, de pelo negro y profundos ojos azules, que aún tenía chupete. Sus cortas piernas correteaban por el salón hasta que Historia le tomó en brazos, mirándole divertida. El niño le sonrió y le puso las manitas en la cara.
—¿Puedo jugar? ¿Estoy invitada? —el nene rio y cuando le bajó, se giró a su cajita de juguetes para darle prestado otro dinosaurio. Historia sonrió y se cruzó de piernas para jugar con él, tomando el dinosaurio.
(PD de la autora: Por comodidad, he decidido que Dirk sea un niño pequeñito, me hacía ilusión.)
Un mes más tarde
Rod Reiss había empeorado considerablemente. La enfermedad había seguido su camino y extendido hasta un punto incómodo del cardias, punto intermedio entre el esófago y el estómago. Eso dificultó tanto la tarea de comer, que Historia veló por su estado y pasaba el día junto a él. También le acompañó al hospital siempre que lo necesitaba. La ambulancia no tardaba ni cinco minutos en aparecer por la puerta de su casa, recogerle y traerle, pero la evolución de la enfermedad empezaba a pronosticar un ingreso inminente que la familia tampoco podía posponer mucho más. Por el momento, el hombre seguía en la cama de su casa, pero ya interactuaba mucho menos y perdió musculatura facial. Para ella, el pasar de los días desde que había llegado a casa había sido agotador, mentalmente un desafío, nada se podía hacer contra el avance de una enfermedad sin cura. Al parecer, y a juzgar por lo delgado que estaba, iba a ser fulminante, los médicos no le daban mucho tiempo. Por otro lado, el otro asunto que la tenía ligeramente preocupada era su propia realidad. Había sido precavida, callada, no había confiado en nadie para contar cómo se sentía tras la marcha de la casa de Ymir. En su casa eso era muy fácil: nadie le preguntaba de todos modos. Frieda era la única con la que más o menos podía hablar de igual a igual, pero actualmente estaba en casa de otro alfa, que ni por asomo era tan multimillonario como Ymir y la pensión que les pasaba, aunque buena, no era suficiente para cambiar a una casa más grande. Almab había buscado una casa para todos, pero el corte de suministro económico de la alfa mermó mucho y no le dio tiempo a comprar casas a sus hijos para independizarlos. Los siete vivían pues en la misma casa.
—Hija… ¿has visto la tele?
Su padre le habló. Abrió los ojos desmesuradamente y sonrió, parecía que aquel día se sentía más sociable. Ya era raro oírle hablar. Al voltearse y seguir la dirección de su dedo, vio que era Ymir la que salía en la pantalla, siendo grabada por un séquito de periodistas a una distancia prudente: la morena avanzaba dejándoles atrás rápidamente. Historia no sabía si mirar o cambiar de canal.
—Súbele, por favor. No escucho bien.
—Serán sólo tonterías, papá… deberías descansar. —Dijo apuntando la pantalla con el mando, aunque por no hacerle el feo, le subió el volumen. De pronto, apareció una pequeña banda explicativa en la parte inferior de la pantalla. Lo típico, un resumen de qué noticia se estaba cociendo entre alfas. Había un canal entera y exclusivamente dedicado a dar noticias de los más famosos e influyentes. Cuando leyó lo que ponía, tanto ella como Rod abrieron los ojos.
«Bombazo internacional: Ymir, de la casa Fritzel, corta lazos con cinco betas el mismo día.»
Historia subió más el volumen.
«…sí… ¡sí! Al parecer, anoche llegaron al juzgado nada menos que cinco bajas voluntarias de la casa de Ymir. Los nombres de los betas son información reservada. Desde que la primera se marchó sin dejar rastro, la situación en esta mansión ha parecido cambiar bastante. En cuestión de un mes, ¡la alfa ha cortado lazos con casi todos sus chicos!»
Habla en masculino. Wagner también se habrá ido, pensó Historia.
«…¿tendrá esto una relación directa con la primera marcha de Historia? ¿Habrá esto perturbado la mente de alguien tan reservada como Ymir? No dejamos de sorprendernos… pero les mantendremos informados. Al parecer, una de las betas ha solicitado un cambio de alfa, mientras que el resto ha preferido volver a su casa. Insólito, sin duda.»
—Nunca imaginé que Ymir permitiera un cambio de alfa.
Historia cabeceó una negativa, dándole la razón.
—Es muy posesiva.
—¿Y entonces por qué ha hecho esto? —cuestionó Rod, bajándole el volumen a la tele en cuanto cambiaron de noticia. Su hija apretó los labios, volviendo la mirada a la pantalla, pero por más que pensara…
—N-no lo sé.
—Habían más de cinco betas de todos modos, ¿no?
—Sí… —recordó a Petra. —Hay algunas que no se irían de allí ni con agua caliente.
Aquella noche, independientemente de la noticia presenciada, Historia fue completamente incapaz de alcanzar el sueño. Algo crecía en ella, fuerte y con vigor cuando menos se lo esperaba, resurgiendo de las cenizas del «divorcio» de aquella mujer. Los sentimientos cobraban más vida, la molestaban, se retorcían en su sistema circulatorio y perturbaban su cabeza: un imperioso deseo sexual la envolvió. En su mente Ymir la tomaba con fuerza. Sin golpes ni violencia, pero sí con la brutalidad que solía caracterizarla cuando la follaba en cuatro, sin duda su postura favorita. En el fondo, su fogosidad la complementaba bien. Se la imaginó chocándola fuerte mientras la sostenía del cuello, sin hacerle ningún daño, y besándola en el hombro. Se masturbó sin poder evitar pensar en ella. Pero al acabar no se sintió mejor. Al acabar necesitaba abrazarla a ella, besarla, sentir su olor. Aguantó la lacerante sensación de soledad por tres horas, pero a la cuarta, empezó a desprender lágrimas sin remedio. Era la conexión, una conexión que había estado molestándola casi todas las semanas, una carga de la que tiraba en completo silencio. Lloró una noche más, sabiendo que aquello podía ser un ritual pesadillesco de por vida. Lo que fuera, lo aguantaría.
A la mañana siguiente, sin haber dormido nada, se levantó y se obligó a preparar el desayuno para sus hermanos. Temprano, hizo una buena sartén de huevos revueltos y preparó ella misma el pan. Para cuando los que debían trabajar con el alba fueron al salón, se encontraron la mesa puesta. Queso cortado, pan recién sacado del horno y té caliente aún rezumando en la tetera.
—¡Joder! ¿Es nuestro cumpleaños? —Ulklin sonrió de oreja a oreja y se desperezó, sentándose a comer en seguida. —Gracias, pequeñaja.
—Bueno, por lo menos he conseguido que te despiertes de buen humor. —El hombretón la miró con la boca llena, como si sintiese aquello como una acusación. Pero él y todos sabían que era el que peor carácter tenía. Abel secundó a su hermano y sonrió también al encontrarse tan bien decorada la mesa. Comió un pedazo de queso, mirando a Historia con curiosidad.
—Tienes una mala cara…
—Ya —asintió, debía de tener los ojos hinchados y el semblante pálido. No le dio ninguna explicación más.
Alma se levantó con aún peor cara, parecía no haber dormido en siglos.
—Mamá —dijo la rubia, acercándose. —¿Estás bien? ¿Y papá?
—Tu padre está como puede, Historia. No hagas preguntas absurdas si ya lo estás viendo tú misma. Y no le viene nada bien que esta casa se llene de gente, necesita descansar.
—¿Crees que le estoy molestando? —preguntó preocupada, con el ceño fruncido. Abel y Ulklin se miraron callados entre sí. Su madre era bastante hija de puta, y eso que ellos no eran precisamente ángeles.
—No le digas estupideces a nuestra hija —sonó una voz débil a la entrada del salón, Historia y Alma miraron rápido al hombre.
—Cariño, vuelve a la cama.
—No. Hoy me siento mejor. Huele genial… —el hombre obvió a su mujer y se sentó en uno de los bancos, junto a sus hijos mayores. Historia sonrió y también se sentó a comer.
—Pero no te preocupes, mamá. Tengo una entrevista de trabajo hoy. Por fin me han llamado.
—Para qué lugar —preguntó ásperamente la mujer, sin devolverle la mirada. Historia partió algo de pan y se elaboró un bocadillo con queso y jamón.
—Pues como me dijiste que la idea de montar mi propia editorial era una estupidez… he buscado una editorial que ya esté montada. Empezaré desde abajo, en administración, si todo sale bien.
—La chica de las fotocopias y de los cafés, en otras palabras —rio Ulklin, haciendo que Historia le sacara la lengua.
—Qué humillante. Después de haber vivido en semejante casa… —empezó Alma.
—No le hagas caso, Historia. Está cabreada porque nos hemos tenido que mudar de nuevo a esta casa tan pequeña.
—Sí —asintió Abel, atusándose el pelo delante de un espejito de mano. —Ymir nos cortó el grifo al poco de marcharte tú.
—Yo le dije que lo hiciera —comprimió los labios, esperándose el castigo al decirlo. Alma la comió con la mirada, sin podérselo creer.
—Q… ¿qué? ¿Qué tú le dijiste QUÉ?
—Ymir pretendía seguir pagando la otra casa pero le dije que no hacía falta. Es su dinero, no el nuestro, al fin y al cabo.
—¿TÚ ERES TONTA O QUÉ? ¿ERES RETRASADA MENTAL? —gritó poniéndose de pie de un bote la mujer, gritándole en la cara.
—Lo único que le pedí que mantuviera era la sanidad de papá. ¡No necesitamos nada más!
—ESTA NIÑA ES IDIOTA. DEFINITIVAMENTE IDIOTA.
—Basta, mamá. Deja de gritar. —Dijo Ulklin, notablemente cabreado. Se puso en pie y dedicó una mirada de reproche a Historia, pero no osó decirle nada. Al fin y al cabo, no era decisión de él. —Gracias por el desayuno. Abel, acaba de una vez o entraremos tarde.
Abel tampoco miró a su hermana. Alma se mordió el labio reteniendo la bilis y dejó de comer, marchándose de la casa para tomar aire fresco.
Cinco días más tarde
El ingreso en el hospital de Rod había sido inminente y de manera fortuita, al desplomarse en casa mientras todos los Reiss estaban trabajando. El hombre, al despertar solo, tuvo la suficiente fuerza para pulsar el botón de emergencia de su habitación, y a los pocos minutos, el servicio de ambulancia lo transportó al hospital. Al observarlo allí estaba muy mal, pero se decretó que lo más prudente era arriesgarse a una operación antes de que la enfermedad lo debilitara más todavía, si pretendían que viviese más tiempo. Los servicios del hospital llamaron a Alma, que no pudo responder, y la siguiente en la lista era…
Hospital
Historia llegó allí con el corazón en el cuello, casi sin poder articular una sola palabra del sprint que se había dado hasta cruzar la entrada hospitalaria. El invierno estaba azotando tantísimo el barrio, que había llegado al hospital con todo el pelo cubierto de nieve. Se acercó rápido a los médicos, en un mar de nervios, y éstos la agarraron de los hombros para tranquilizarla.
—Tranquila, señorita. Su padre está en las mejores manos.
—Por dios, no pude descolgar el teléfono… dios mío, ¿qué le ha pasado?
—Se le ha detectado un tumor pequeño alojado en una porción cerebral. Lo más sensato es que le operemos de emergencia para extraerlo, parece bastante sólido. Sino, permanecerá en esa zona y le puede dar muchos más desmayos.
—¿Qué… en el… cerebro?
—Sí.
Historia negó rápido con la cabeza, sin poder creérselo. No podía asumir que su padre cada vez estaba peor y que podía dar aquel tipo de sorpresas. Estuvo a punto de ponerse a llorar, cuando de repente, a varios metros de distancia, vio a esa mujer hablando con los cirujanos.
—¿Ymir…?
Alma llegó escopetada junto al resto de los hermanos y Dirk en brazos. Hablaron también con el médico que atendió a Historia, entre sollozos y muchos gritos, pero Historia los escuchaba de fondo como si ya no fueran importantes. Vio a Ymir algo cabreada, hablando con un cirujano que parecía estar acojonado, pero que continuaba haciéndola cabrear a ella con nada nueva respuesta que le daba. Cuando Alma fue consciente de que la gran alfa estaba allí, guardó más silencio.
—Callaos todos, CALLAOS. —Ordenó a sus hijos, y le entregó el crío a Ulklin. Se dirigió totalmente decidida a la morena, pero justo cuando pretendió entrar en la habitación donde estaba, un enorme vigilante de seguridad le cerró el paso.
—¡Tranquilo, idiota, ella me conoce! ¡Soy la madre de Historia!
La rubia veía a mucha distancia cómo la interesada de su madre, a saber con qué fin, charlaba para entrar en el mismo cuarto que Ymir. El hospital era de tanta categoría, que tuvieron la suerte de no tener a toda la gente mirándoles, porque sino hubiera sentido más vergüenza ajena. Miró a Ymir sin aproximarse, en su lejanía. Ymir aún no la había visto. Cuando concluyó de hablar con el hombre, frunció el ceño y se dirigió a la mujer. Y en ese momento, no tuvo que observar demasiado para entender que toda la familia Reiss estaba en el hospital. La mirada pareció cambiarle, entre enrarecida y atenta.
—Ymir, es un placer volver a verte en persona…¡jamás imaginé que te desplazarías hasta aquí! ¿Ha ocurrido algo?
—Me han llamado. —Dijo con su usual tono apático, notándose con sobrado desinterés en alargar la conversación con Alma.
—Escucha… vengo con mis dos hijas… ¿te gustaría conocer a Abel? Quizá descubrís que tenéis muchas cosas en común, ya que con Historia… bueno… Historia está muy descarrilada últimamente.
Ymir sintió un chasquido dentro de ella al oír el nombre de su antigua beta, hacía tan solo mes y una semana que no la veía ni sabía de ella.
—¿Quieres conocer a Abel, Ymir? En serio, ¡es muy obediente! No te dará los problemas que te ha podido dar mi hija pequeña.
Ymir no respondió nada, aunque su parte instintiva, su parte alfa, dirigió una mirada fugaz a la mujer de la que le estaba hablando. Abel era similar a Historia, pero mucho más alta. Con el pelo rubio, pero más oscuro. Esos ojos, sin embargo, delataban su parentesco con Historia. Pasó de largo y conectó sin querer la mirada con Historia, y aquel par de segundos se ralentizaron en su mente. Igual ocurrió con historia, que empezó a sentir una fuerte punzada de atracción en ese momento. Las piernas caminaron hacia Ymir, pero se obligó a detenerse en seco.
Qué haces, joder. Se dijo a sí misma, esos pasos habían ido solos llevados por el poder de la conexión alfa-beta. Historia tragó saliva y se cerró todos los botones de su abrigo, hasta el cuello. Carraspeó intentando concentrarse en lo importante, quiso acercarse a los cirujanos pero de pronto vio que Alma ya estaba firmando todos los papeles para autorizar la cirugía.
—Mamá, deberíamos leerlos…
—Tu padre lo necesita, ¿de acuerdo? Reza para que vuelva a abrir los ojos, porque es una operación complicada… y arriesgada por varios motivos.
Historia asintió, dedicando una última mirada a su padre inconsciente. Le tocó la mano e, incapaz de sentarse junto a su familia en la sala de espera, dio un paseo por los largos pasillos. Había otra zona de espera en el ala contraria, donde vio a Moblit girar la esquina.
¿Moblit aquí también?, caminó hasta allí.
Sala de espera
Al girar, tuvo una fuerte impresión. Ymir estaba hablando con Moblit en aquella ala vacía, y junto a ellos sólo otro vigilante de seguridad y Pieck Finger. Había andado con tanta rapidez pensando que sólo iba a encontrarse a Moblit, que el verles a los tres le pilló desprevenida. Se alejó unos pasos. Moblit se giró y sonrió con tranquilidad, igual que Pieck.
—No queríamos importunar a tu familia, pequeña. El hospital llamó a Ymir cuando tu padre dio la señal de emergencia.
Historia se sentía extrañamente abatida, no parecía poder hablar con normalidad. Les miró uno a uno pero evitó a Ymir.
—¿Por qué habéis venido…?
—Porque es tu padre, cariño —susurró Pieck, con esa voz tan melosa y cercana. Verla allí le hizo suponer que Pieck tampoco había abandonado la mansión. Se preguntaba cuántas veces se habrían acostado juntas desde que ella ya no estaba allí.
Deja de pensar tantas tonterías en un momento como éste, se martirizó.
Pieck se puso en pie y la rodeó muy fuerte con los brazos. Historia se puso muy nerviosa de repente, aunque luchó por no exteriorizarlo.
Que no se dé cuenta…
Pieck pareció haber sentido algo obvio. Al separarse del abrazo tenía la mirada puesta en una zona de su abrigo, y entendió por qué se lo había cerrado por entero. Al devolverle la mirada le sonrió y acarició la mejilla, con ternura.
—Parece que no has dormido mucho estos días, ¿has estado vomitando?
—No —dijo con rapidez, pero también con sinceridad. De hecho, la falta total de síntomas le había hecho enterarse tarde de que esperaba un hijo. La falta total de síntomas, junto a un cuerpo primerizo y joven y una menstruación que había seguido llegando, había hecho que su vientre tardara mucho en abombarse y que no tuviera ninguna sospecha. La falta de atención de su familia había facilitado que ninguno de sus hermanos echara cuenta al cuerpo de Historia, que ahora, con una vida de casi cuatro meses dentro, sólo podía seguir disimulando aquel embarazo con ropas holgadas y sudaderas. El invierno le había venido fenomenal para ello.
El alma casi le cae a los pies al ver a Ymir levantarse del asiento y acercársele, tenía una lata de Redbull en la mano.
Lo que te faltaba, más taurina en tu mente. Aunque lejos de toda la tensión, este pensamiento le hizo reír hacia dentro.
—Hola Ymir. Cuánto tiempo —empezó.
—Estoy aquí porque me han llamado, tu madre no respondía el teléfono —dijo, tan rápido, que Historia efectivamente pensó que la mujer se sentía incómoda por ser vista allí antes que ellos.
—Sí, lo imaginaba. ¿Qué te han dicho?
—Que lo mejor es operar con todas sus consecuencias.
Historia quiso asentir sin más, pero al oírlo de su boca, de repente y sin esperárselo, sintió que su coraza se derrumbaba muy rápido, siendo consciente de la realidad. Se tapó la cara con las manos y empezó a sollozar muy triste, no tenía consuelo alguno. Lo que le había dicho Ymir ya se lo habían dicho a ella, pero igual, era una horrible realidad, la muerte miraba a su padre ya a los talones. Ymir entreabrió los labios y miró a Moblit, desconcertada. Se agachó a dejar la lata y se aproximó a ella, aunque cuando alzó la mano para acariciarla… la bajó rápido, temía que le siguiera teniendo miedo o que no se sintiera a gusto.
—Chicas, id a la cafetería. Historia necesita algo calentito. Moblit y yo nos quedaremos aquí y avisaremos con lo que sea, ¿de acuerdo?
Ymir presionó los labios, volviendo la mirada a Historia. Ésta se frotaba de espaldas a ella, intentando que no la siguiera mirando.
Siento que estés pasando por esta mierda, Ymir intentó mantenerse serena. Tocó a Historia del hombro con suavidad pero quitó la mano al poco, para no incordiarla.
—Té pediré té.
Cafetería del hospital
Cuando entraron, lejos de parecerse a otras cafeterías ruidosas de hospital, se respiraba una cierta calma y categoría. Mucha de esa gente era influyente y muchos otros eran alfas, por lo que al ver a Ymir ninguno hizo ningún gesto de estar alucinando. Historia contempló maravillada cómo la pecosa se quitaba el abrigo, para descubrir una media melena lisa y sedosa. No había pasado tanto tiempo, aunque las últimas veces la había visto con el pelo siempre recogido. Le había crecido mucho más. Historia prefirió quedarse con el abrigo puesto.
Cuando les pusieron las infusiones por delante, Ymir miró a Historia con fijeza. La rubia habló.
—Perdona lo de antes. Tengo los sentimientos a flor de piel.
Ymir negó lentamente, restándole importancia. Pero le costaba hablar con ella. Mucho más de lo que Historia se pudiera imaginar. Al cabo de un nuevo rato de silencio, la rubia probó el té y dejó la cucharilla a un lado. La miró por encima de la taza.
—Te vi por las noticias.
—Han venido día y noche a casa. Por suerte pronto viajaré.
—¿Por trabajo? —Ymir asintió. —¿Las chicas querían irse?
—Les dije que quería estar sola un tiempo y les cedí un apartamento cerca de sus familias. —Hablaba sin mirarla, revolviendo aún el azúcar en el té. —Pero en cuanto se marcharon las cinco, les envié los papeles de cese de unión. Los mismos que tú me pediste.
Vaya… así que salió de ti solita. Historia se humedeció los labios.
—¿Por qué hiciste algo así? Si se puede preguntar…
Ymir pareció comérsela con la mirada, como si aquello en sí mismo otorgase una respuesta. Pero después de varios segundos dejó la cuchara a un lado y movió la taza, sin mirarla más.
—Nunca las he querido, sólo quería sus cuerpos. Creía que las tenía para darme hijos, pero casi siempre acababa en otro lado. Eran aliciente sexual.
—Y Petra…
—Bueno… Petra sigue allí y no parece tener intenciones de marcharse. Y Pieck a estas alturas y desde que te fuiste, no le importa. Pero dice que tengo la cabeza en otro lado. Tiene razón —musitó y bebió un sorbo.
—¿Todo va bien?
Ymir curvó una sonrisa femenina, en aquellos labios finos que tenía.
—Sí, va todo bien.
¿Por qué sonríes…?, Historia la miró atenta.
—Perdona. Hace unos días pasé muy mala noche. Estuve a punto de… —evadió ella misma su frase, dejándola a medias. La miró antes de dar un nuevo sorbo. —Por eso me alegro de ver que estás bien dentro de lo que cabe.
—¿Estuviste a punto de qué? ¿Eh? —la señaló con las cejas, divertida. Ymir la miró y volvió a sonreír de medio lado, sin enseñar los dientes, pero tan pronto como lo hizo se puso más seria, suspirando. Al ver eso, Historia apretó. —Venga, dímelo…
—Estuve a punto de personarme en tu casa.
—¿De veras? —levantó las cejas, sorprendida.
—Sí —se sintió un poco rara al decirlo, no sabía si era bueno ser tan sincera. Cruzó la mirada con sus ojos azules y movió los labios, pensativa. —Pero bueno, me contuve.
—Hiciste bien. Además, en mi casa somos muchos y vivimos en constante guerra. Y tú no tienes la paciencia que tengo yo.
—¿No te tratan bien? —preguntó de manera directa, tanto, que Historia negó con la cabeza.
—Es mi familia, Ymir, y francamente, una pandilla de interesados. Pero bueno. Una se acostumbra.
Ymir la miró fijamente, la miró tomar tragos de su taza. Pero su cara estaba pensativa. Al final también se concentró en su taza.
—Si necesitas dinero, una casa en una buena localización, o lo que sea…
—Puedo yo sola. No te preocupes. —Sonrió dulcemente y se terminó su taza.
—Ya sé que puedes sola, pero…
—Y no hay más que hablar —la cortó, levantando una ceja. Ymir entrecerró los párpados al verla y asintió, sin insistir. —Espero que te portes bien con Petra y con Pieck si siguen en tu casa. Petra… Petra te quiere mucho.
Ymir la recorrió con la mirada, pensativa. Una parte de ella sintió culpabilidad, pues aquella noche donde sintió la imperiosa necesidad de ver a Historia, acabó follándose a Petra. Después de tanto tiempo sin acercársele, la pelirroja se creyó equívocamente que había resucitado el interés de Ymir por ella a raíz del encuentro, y había vuelto a acrecentar sus insistencias con ella.
—No quiero a Petra —musitó, en un volumen tan bajo que a Historia le costó oírla.
—Pues entonces aléjala de ti… ¿por qué no le haces ese favor?
—Porque… —apretó los labios, pensándose si verdaderamente podía contarle algo así a Historia. Se echó lentamente hacia atrás, hasta tocar el respaldo. —Porque no quiero estar sola. Y cuando eché a las demás me di cuenta de que ninguna quería estar verdaderamente conmigo, sólo ella.
—Pero Ymir… la estás utilizando.
Era la primera conversación sincera que había entre ambas, en términos de igual a igual, donde no se iba a callar nada. Tampoco es que Ymir le hubiera permitido tener una charla así nunca, ni a ella ni a nadie.
—Sí. Pero ella lo sabe y está conforme.
—No sé si realmente lo sabe… está muy hechizada por la conexión que siente hacia ti. Creo que no es feliz. Sólo… lo digo porque no es justo para ninguna de las dos.
Ymir sacó de la billetera un billete y lo dejó puesto sobre la mesa, para finiquitar la cuenta de las dos. No parecía animada a responder. La estoy acorralando, prefiere quedarse callada. Típico suyo, pensó la rubia. La vio taparse la melena con el abrigo de nuevo, pero sin levantarse de la silla. Historia apretó los labios mirándola.
—Perdona, no es asunto mío —agregó la rubia.
—Historia, ¿has conocido a alguien? —la pregunta descolocó a Historia por completo, se quedó mirándola con los ojos abiertos. Cada segundo que tardaba en responder, el entrecejo de Ymir se contraía.
—¿Por qué lo preguntas?
—Tu olor. Es diferente. —Historia lo achacó enseguida a sus hormonas alteradas, pero no tenía idea de que el olfato de un alfa pudiera llegar a tanto. —Responde.
—No me hables así, no te tomes esas confianzas. —Le dijo, haciendo que Ymir dejara de fruncir las cejas. —Ya no soy tu beta. No quiero sentir que me das órdenes.
Se puso en pie rápido, y sacó su monedero. Sin dirigirle más la palabra, pagó su infusión por separado, y le dedicó una última mirada antes de desaparecer por la salida de la cafetería.
Ymir echó una mirada a la mesa y la rabia que había sentido por un momento se difuminó rápido, igual que vino, para transformarse en lástima. De sí misma.
Claro que sí. Claro que ha conocido a alguien. Guapa, entrañable, buena y con los ovarios bien puestos. Se habrá ido con alguien que esté a la altura.