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CAPÍTULO 20. Féretro abierto


Pieck había hablado con Ymir para asistir al funeral de Rod. Fue realmente difícil. Por motivos que involucraban la niñez de la alfa, odiaba aquellas celebraciones, le parecían espantosas, mórbidas, una tradición estúpida. Pero era el padre de Historia el que iba a ser velado… e Historia le importaba, lo quisiera asumir o no. En el hospital habían tenido una charla que había acabado regular. No quería que pensara que la estaba acosando ni muchísimo menos, cosa que Pieck salvó diciendo que nadie haría muchas preguntas ya que ella sí era amiga cercana de Historia, saltándose la normativa de los alfas tras una ruptura. A Ymir no le molestaba que fueran amigas y tanto le daba que hablaran de ella. Nadie nunca le pedía explicaciones porque le tenían miedo. Si Pieck iba, ella iría también. Una oportunidad de verla de cerca, saber si estaba bien y poder dar el pésame. Aunque esto le suponía un auténtico ejercicio mental.

Funeral de Rod Reiss

En el amplio jardín exterior, Ymir acercó el Bentley negro a uno de los aparcamientos subterráneos; quería aproximarse a su entrada, pero no deseaba que empezaran a reconocerla por todos lados y que la atención se enfocara en ella así que deseaba hacerlo cuanto antes. Aún no parecía haber empezado ni la misa ni ningún tipo de ceremonia, sólo estaban llegando los invitados y uno por uno, le daban el pésame a la familia Reiss y se quedaban charlando tranquilamente con ellos. Matando el tiempo. Había multitud de personas allí, una fila de coches enorme intentando entrar. Alma parecía tener muchos amigos. Ymir inspiró hondo y tuvo que frenar entre un coche y otro para llegar a los aparcamientos que quería. Tendría que esperar como hacían todos los demás, dentro del vehículo. Pieck terminaba de arreglarse el rubor de las mejillas y cuando se fijó en Ymir, la vio con una mirada un poco extraña.

—¿Qué te pasa?

—Mira eso —musitó la morena, señalando con el mentón en dirección a los Reiss. Historia acababa de disgregarse del grupo conformado por sus parientes y hablaba con un chico, se la notaba triste, pero ese chico parecía hacerla sonreír continuamente y se tomó la libertad de abrazarle los hombros con un brazo, haciéndola caminar hacia otra dirección para tener algún tipo de conversación más privada.

—Ese es…

—Bertholdt. El alfa de su hermana mayor.

Pieck volvió de soslayo la mirada a Ymir y a su mano izquierda, con los tendones tensos sobre el volante. No se dio cuenta de que el coche de delante había avanzado y los que iban detrás empezaron a pitar molestos. Ymir parpadeó reaccionando y propulsó el coche tres metros hacia delante.

—No hagas ninguna tontería. Seguro que sólo son amigos.

—No, no lo son. Le conozco. Y ella también parece conocerle bien. —Murmuró con la lengua casi mordida, iracunda.

Ya está, pensó Pieck. Nada bueno podrá salir de ella estando con celos. Tengo que intentar calmarla.

Pero poco iba a poder calmarla, porque Bertholdt estaba andando con Historia precisamente al lugar donde estaban la fila de coches que querían aparcar. Ymir movió los labios en una especie de mueca de sorpresa, al darse cuenta de que se acercaban allí. Historia sonreía cada vez más. El oído de Ymir no era tan fino como para saber de qué hablaban. Cuando Bertholdt paró de caminar, le dio un fuerte abrazo, y al separarse, besó muy despacio su mejilla. Historia mantuvo una sonrisa triste. Bertholdt le acarició la misma mejilla besada con la mano y después de marchó hacia otra parte, dejándola sola. Historia suspiró largamente y cuando volteó sobre sus talones para regresar con su familia, su mirada chocó de lleno con la de Pieck e Ymir. Ymir desvió la mirada enseguida, se le habían quitado las ganas de asistir, de verla, de darle la mierda de pésame ensayado que tenía y de todo en general. La rabia la corroía, mucho, muchísimo, los celos estaban evolucionando a algo rasposo en su ser. Ganó hasta calor en las mejillas de estar aguantando el tipo y no salir a pegarse la cabeza contra cualquier muro de la desesperación. Historia quiso ir a saludarlas, pero Ulklin se aproximó corriendo a ella y pareció señalarle otros familiares que estaban llegando. El cura ya les estaba haciendo señas desde lejos. Parecía que alguna cosa iba a comenzar pronto, así que se giró con él y se quedó charlando con el resto de su familia y con el Padre en el jardín exterior.

—Iré a preguntar qué están organizando. Dame diez minutos —dijo Pieck.

Ymir no dijo nada, seguía con los labios apretados en una fina línea. Pieck salió del coche y ella, una vez a solas, dirigió la mirada a cualquier otra parte. Había demasiados invitados, todos andando por ahí, hablando entre sí de cualquier otra cosa y también los insoportables periodistas que, a pesar de que Historia ya no era una beta, sabían perfectamente que personas influyentes como Ymir y Bertholdt se encontraban por allí. Una ráfaga de fotos la sacudió de repente, proveniente del flanco izquierdo. Ymir se esforzó por no hacer caso a ninguno de los que la apuntaban con el micro desde el otro lado de la ventanilla y al final, después de una total ignorancia en la que ni siquiera les miró, los reporteros se largaron hacia el convite. Pero nadie le quitó la vista de encima a la alfa. Al fin y al cabo, era la gran Ymir Fritzel.

Jardín exterior cercano a la capilla

—Padre, ¿ya es la hora?

—Aún no. Me temo que está llegando más audiencia de la que esperábamos, ¿habéis avisado vosotros a los reporteros?

—No… debe de ser por mi culpa. Invité a Pieck y parece que Ymir quería dar sus condolencias también —suspiró Historia, mirando hacia un lado cómo las cámaras grababan el coche de Ymir y el de Bertholdt, ya aparcados. Frunció el ceño al ver que el coche de Ymir estaba aparcado. Tan sólo hacía treinta segundos que estaba en la cola esperando para ir al parking subterráneo. Al final, parecía que le daba igual que reconocieran su matrícula, porque ahí mismo lo había dejado. La voz de su madre la arrancó de aquellos pensamientos.

—Padre, no pasa nada… ¡esto es bueno! Mi Rod era muy querido, y sus preciosas hijas son influyentes al fin y al cabo… esto era algo que los Reiss no podríamos haber evitado. Mi hija Frieda es una beta.

—Entiendo. Pero no hay plazas suficientes para todos. Ruego que, por lo menos los que no son familia y amigos, guarden sus respetos desde el jardín exterior hasta que acabe la misa.

—El señorito Bertholdt e Ymir son buenos amigos de la familia, Padre. A ellos déjeles entrar, se lo ruego. Si hace falta que algún pariente nuestro se quede fuera, que se quede. —Dijo Alma, que ni en un momento como aquel podía dejar de pensar en el dinero, las amistades interesadas y la influencia de sus niñas. El cura asintió y les avisó de que podían seguir un momento más afuera, para recibir a los últimos invitados. La ceremonia empezaría en unos quince minutos.

Aseos

Una mirada discreta, una media sonrisa, eso había sido todo. A la periodista no le hizo falta nada más para llamar la atención de Ymir. Ahora la follaba con fuerza desde atrás, chocándose con tanta violencia contra ella que no pudo reprimir dos fuertes gemidos que reverberaron en la cabina del retrete donde se encontraban. La mujer, rubia y de ojos azules, trató de sostenerse al apretar las palmas de las manos contra las baldosas de la pared, mientras sentía cómo el enorme miembro de aquella alfa la empalaba como si fuera un animal rabioso. No hablaba, no gesticulaba, ni siquiera se había quitado la ropa. La había arrinconado contra la pared de los aseos situados en el jardín, acto seguido se sacó la polla y la folló sin más, forzando una dilatación en seco.

—Haz conmigo lo que quieras, lo que quieras… lo que quieras, ah… —empezó a gemir lastimera sintiendo la brutalidad de sus caderas y lo fuerte que le clavaba las uñas en la cintura, reteniéndola donde quería. Y lejos de lo que pensó en un primer momento, a pesar de que la larga cabellera dorada fuese enternecedora, Ymir no pudo relacionar a aquella desconocida con Historia por mucho que se esforzara. En la mente de la periodista, por contraparte, vivía aquello como la aventura de su vida y de su carrera, podría sacarse varios miles de dólares yendo a programas televisivos para fardar de que había mantenido relaciones sexuales con Ymir, eso en caso de que su marido la dejara si se enteraba antes de los tremendos cuernos que le estaba poniendo con aquel encuentro.

Es… muy fuerte… dios, nunca pensé que la tenía tan grande… voy a correrme…

La mujer cerró los ojos con fuerza y empezó a jadear sin poder contenerse, su vagina se contrajo, Ymir al ver que no dejaba de gritar le encerró la boca con la palma de la mano y siguió entrando en ella con rapidez y violencia, manejando su cuerpo con tanta fiereza que las penetraciones sonaban como intensos y veloces chasquidos de piel. La otra trató de voltear el rostro para mirarla y sujetó su muñeca para retirarse la mano de la boca.

—Córrete dentro… no se lo diré a nadie, lo prometo… adentro… por favor… —le imploró, si aquello funcionaba, podía hacerse de oro. Ymir volvió a girarle la cabeza hacia delante de un brusco agarrón de pelo y le sacó el miembro, viniéndose sobre su espalda. —No… por qué…

Ymir se apartó de su cuerpo al acabar y se guardó la polla, saliendo de la cabina del aseo sin hablar con ella ni una sola palabra. Necesitó descargar adrenalina. Pieck entró al aseo justo en ese momento, cuando Ymir se estaba lavando las manos.

—Pero cómo puedes ser tan gañán… —murmuró la de pelo negro, negando con la cabeza. La periodista permaneció en la cabina del retrete poniéndose la ropa con rapidez, aunque no saldría de allí hasta que se encontrara sola. Ymir, que se giró en silencio frente a Pieck, la miró fijamente. Pieck le aguantó la mirada, pero al final sólo la vio moverse mínimamente al subirse en seco la cremallera de la bragueta y esquivarla para salir de los aseos.

Jardín exterior

Pieck, Ymir y el resto de invitados se fueron acercando hasta la entrada de la capilla. Pieck siguió la cola, pero de repente, Ymir se disgregó y fue cerca de la fuente, dejando que el resto de invitados pasaran primero. No pensaba entrar finalmente, aquello era amargante e Historia estaba muy ocupada atendiendo a todos aquellos mierdas. Sacó un cigarrillo de su pitillera y se lo encendió con el zippo, reteniendo la primera calada hasta el fondo de su organismo. Berthold se acercó despacio a ella, con media sonrisa y otro cigarro sujeto en sus labios.

—Dame fuego, compi.

Ymir dirigió la mirada a él y sintió un cortocircuito de rabia crecerle en el pecho, pero estaba recién desfogada. Podía aguantar al patético de Bertholdt un rato. Abrió el zippo peligrosamente cerca de su nariz, a lo que el chico arqueó las cejas sonriendo y reculó la distancia para encender su cigarro.

—¿No entras a la capilla?

Ymir se apoyó un poco en la piedra seca de la fuente y miró hacia otro lado, dándole el perfil. Expulsó una calada lentamente, sin ninguna intención de responderle.

—Veo que te ha enfadado que tenga relación con tu amiga. Porque ahora… sois amigas, ¿no?

Ymir se humedeció los labios y mantuvo el cigarro cerca de sus labios. Dio otra calada, esta vez para relajarse. Bertholdt dio otra y miró cómo la gente se metía en la capilla. Aquella iba a ser una misa tediosa. La familia de Historia fue entrando y en último lugar quedó Historia, quien iba en ese momento a una vuelta rápida para comprobar que ningún asistente quedaba rezagado. Pieck aguardó en la puerta de entrada para entrar junto a la pequeña.

—La verdad es que no me viene mal que seas así. Introvertida y arisca —murmuró Bertholdt, pero ya no se apreciaba ninguna sonrisa en sus labios. —Su hermana no está nada mal, pero sabe dios que pierdo la cabeza por las rubias.

Ymir contuvo el humo dentro de la boca al oír aquello, sorprendida a la vez que iracunda (aunque sólo se le notó esto segundo). Dirigió lentamente la mirada a él, y cuando sus rostros conectaron, soltó de golpe el humo. Bertholdt sonrió restándole importancia.

—No me mires así. Es muy guapa. Y no temas por ella. La trataré muy bien, cuando logre llevármela a la cama.

Ymir se quedó tan marcada con esa frase que se quedó mirándolo sin reaccionar, notando de nuevo la oleada de rabia crecerle dentro. Bertholdt tenía en su campo de visión a Historia, así que sabía que aún no podía oírle. Se acercó a la oreja de Ymir ladeando una sonrisa.

—Tampoco me importa que haya pasado por tus manos. La pondré a parir mis hijos y… no sé. En 10 años yo creo que puede haber tenido ya a nueve, aunque que se le caiga el útero a pedazos. Cuando ya no sirva para nada te la devuelvo, si quieres.

A Ymir se le cayó el cigarro de entre los dedos de la fuerte impresión al escucharle, anonadada. Quiso arrancarle la cabeza de lugar, pero justo en ese preciso segundo, se dio cuenta de por qué le estaba susurrando tan cerca y tan bajito. Historia apareció por un lateral y atrapó a Bertholdt del brazo, que la miró con una sonrisa que bien vista podía haber sido esculpida por ángeles.

—Historia, ¿vamos dentro? ¿Te encuentras mejor? —le dijo, con una voz agradable y cercana. Historia sonrió y asintió un poco, caminaron juntos hasta la entrada donde Pieck esperaba.

—Un momento, chicos —los dejó en la puerta de la capilla y se giró despacio, acercándose a Ymir. Pieck las miró atentas. Ymir tenía una cara que fácilmente podía ser comparada con la de haberse tragado un tren a la fuerza. Parecía descolocada pero la rubia no sabía por qué.

—¿Es que no vas a entrar…?

—No —murmuró la otra, sin mirarla.

—No quiero ir yo tampoco, ¿sabes? Me gustaría velar a mi padre sola… sin tanta comitiva. Pero ya que has venido…

—Vete —la cortó rápido, y ahora sí cruzó su mirada con la de ella lentamente. —Sal de mi vista.

Historia puso un puchero sin poder contenerse. Acumular las tristezas no era bueno, porque a la primera de cambio se derrumbaba. Demasiada mierda llevaba ya encima como para soportarla a ella. Tragó saliva y se apartó de ella. Pero antes de marchar a la puerta, le dedicó una última mirada.

—Que te jodan —farfulló.

Pieck abrió los ojos preocupada al ver que su alfa le pegaba un tirón a Historia de su muñeca, impidiéndole zafarse.

—¡Ymir! Suéltala ahora mismo.

—… —Historia dejó caer una lágrima callada, mirándola fijamente, no le dijo más nada. Ymir la recorrió de arriba abajo con los labios apretados y la soltó bruscamente, maldiciéndose por dentro. Otra cagada más al no poder contener su rabia desmedida. La vio alejarse palpándose la muñeca, pero sin decir ni una sola palabra. Pieck suspiró y la abrazó por un costado.

—No te preocupes, eh, Historia. Yo te acompañaré, así conozco también a tu familia. ¿Vale? Enseguida voy. —Historia asintió sin contestar y se adelantó buscando a Bertholdt. Pieck aguardó hasta que nadie pudiese oír nada y al acercarse a Ymir vio que se ponía las gafas de sol, como si fuera a marcharse.

—No olvides que tú también has perdido a un padre.

—¿Tú también quieres cobrar? —preguntó Ymir irritada, mirándola por encima de sus gafas negras.

—Estoy sobradamente acostumbrada a tu carácter de mierda. Sé que te da igual, pero si no vas a respetarla ni siquiera como mujer, respétala por pena. ¿O quieres convertirla en una carcasa muerta como Nanaba? ¿Que cuando se quede embarazada huya de ti como un puto perro maltratado?

—Cállate —se quitó las gafas rápido, acercando su cara a la de Pieck. —Cierra esa boca que tienes.

—¿O me pegarás? Llevas intentándolo desde que eras una niña de 14. Nunca tendrás fuerza para hacerme daño. Te aprovechas de betas como ella, que saben que no tienen la imponencia que tú para callarla a golpes. Pero tú sigue así, Ymir, sigue así.

Ymir apretó los labios cada vez con más rabia, Pieck rara vez hablaba así y menos con tantísimo sarcasmo. Tenía que estar muy cabreada para dirigirse a ella de aquel modo. Y lejos de la rabia que le estaba provocando, también estaba sorprendida.

—Tú sigue así, porque acabará muerta. Ya verás. No te parece suficiente todos los traumas que le estás creando, para encima hacerla cargar también con los tuyos. Cobarde.

Ymir abrió los ojos al ver que la de pelo negro le daba la espalda rápido, con su usual talante. Pieck resultaba aniquiladora, y ninguna beta le había hablado jamás así. Esa mujer la había visto crecer, eso era cierto. La conocía como ninguna.

Ya en completa soledad, recordó cuando le trajeron a Pieck por primera vez. Prácticamente fue la que le enseñó el mundo del sexo. Nunca pudo ayudarla a espantar sus fantasmas del pasado, pero cuando Ymir creciera varios años, se daría cuenta de que no lo hizo porque no le interesaba. Pieck sólo había entrado en la candidatura para ayudar a conseguir medicinas para su padre, uno de tantos motivos por los que Historia había llegado también. Ymir era muy inmadura y muy inocente para darse cuenta de que el motivo por el que Pieck nunca llegó a quedarse embarazada era porque hacía triquiñuelas con ciertas pastillas, pastillas cuyo nombre para entonces la joven alfa desconocía. Cuando tuvo edad y se lo recriminó, el padre de Finger había sido devastado por la enfermedad. Ymir no asistió a su funeral, aquello le recordaba a la muerte de su propio padre. Y Pieck, tremendamente dolida por la muerte de su progenitor, se sinceró con ella nada más regresar a casa.

«Haz lo que quieras conmigo, pero no tendré tus hijos. No dejaré que esta práctica continúe usando mi cuerpo como instrumento. No pariré tus hijos. Si quieres matarme, ya no me importa. Si quieres echarme, hazlo. Tienes más betas y entiendo que no quieras mantenerme por simple amistad. Además, mi conexión contigo ha sido muy baja. Te tengo mucho cariño, pero no permitiré que me fecundes. Lo siento mucho. Haz… lo que tengas que hacer.»

Ymir sentía un apego especial por los años vividos con Pieck. Y la dejó a su cargo. Siempre la había hecho disfrutar mucho en la cama y le había dado otras cosas que tenían un valor.

«No tienes dónde ir. Vivirás conmigo, si así lo deseas. Pero… quiero seguir acostándome contigo.»

«Disfruto tanto como tú, morena. Pero si me quedo me dejarás salir cuando quiero, sin escolta. Me conoces demasiado para saber que no te buscaré problemas.»

«Pero no puedes decírselo a los alfas. Y si quieres eso, mantén un perfil bajo de cara a los fotógrafos.»

Pieck entonces sonrió ante aquello.

El problema era que Ymir para entonces ya había crecido y aprendido todo lo que tenía que saber de relaciones alfa y beta. Así que por supuesto, lo que había vivido con Finger jamás se repetiría. Las nuevas incorporaciones serían doblegadas a su antojo. Pieck también se había llevado muchos puñetazos por el camino, había sido testigo de la descomunal fuerza que adquirió al cumplir los dieciocho años por su paso a la adultez. No se quejaba si deseaba compartirla con otros alfas, no se quejaba si tenía una nueva y peligrosa práctica sexual que probar. Era leal.

Ymir no podía convertir en eso a Historia. Historia tenía que ser suya enteramente. Suya a todos los niveles. Tenerla vigilada día y noche. Usaría su cuerpo como le viniera en gana para complacerse, la obligaría a mantener sexo con quien quisiera. La principal diferencia radicaba en que a Pieck todas estas exigencias no le importaban, pero a Historia sí, y eso era indicativo de un carácter conflictivo de cara al respeto de las cláusulas. La podía grabar en contra de su voluntad, le podía hacer daño. Lo mismo con todas las demás, pero Historia tenía algo nuevo y especial. Seguía siendo la carne fresca. Seguía siendo inocente, le daba morbo corromperla. Era el lado salvaje heredado de su padre, aunque él era mucho más siniestro… un auténtico desgraciado… aún recordaba los gritos de sus mujeres cuando usaba ciertos instrumentos con ellas para forzarlas. Ymir luchaba por abstenerse a sacar un lado tan violento, pero aún así… era violenta.

Y con Historia no había dejado de cagarla desde que volvieron de Islandia. No había posibilidad de que volviera a aceptar su cercanía, así que debía aceptar que no tenía el poder más.

Pero esa era una carga demasiado humillante para ella. Demasiado pesada. Demasiado… dolorosa. Porque aunque no lo quisiera decir en voz alta, ese pequeño ser de ojos tan grandes no se iba de su mente.

Capilla

—Voy un momento al aseo, Historia. —La rubia asintió.

La misa había sido tediosamente larga, lejos de lo que Historia se esperaba. Tuvo que aguantar el tipo como pudo; cuando Pieck se marchó a orinar, volvió a sentirse sola. Además había preferido ponerse en la última fila, lejos de su familia, de su madre… y lejos de amigos fanfarrones que nunca le habían caído bien. Que ni siquiera le habían caído bien a su padre. Muchos de los invitados habían tenido la desfachatez de irse antes siquiera de entrar, al comprobar que la famosa alfa Ymir no entraría junto a Historia. Aquello era un circo de falsedades lamentable.

Ymir se había decidido finalmente a entrar. Las capillas no le gustaban un pelo, le recordaban cosas que no quería. El funeral de Riko había sido rápido y diferente y ni siquiera había entrado a mirar su cadáver. Pero cuando fue acortando distancias con Historia, vio que desde su perspectiva el féretro estaba abierto y dentro, el maquillado cadáver de su progenitor, chupado por la enfermedad. Historia tenía tantas nebulosas en la cabeza que no se dio cuenta de que volvía a estar acompañada hasta que notó un calor embriagador en su mano. Ymir sintió su mano fría y la envolvió con la suya. Al levantar la cabeza hasta ella, la rubia entreabrió los labios algo confundida. La morena no dejó que empezara ninguna conversación. Se puso frente a frente y la envolvió con los brazos, aprisionándola tanto contra su pecho que Historia simplemente se dejó abrazar. De sus ojos cerrados emanaron nuevas lágrimas.

—Perdóname. —La oyó susurrar, acariciándole la espalda. Historia se apretó contra su pecho y después de recomponerse un poco de la impresión devolvió la vista a la misa, sin separarse.

—No te presiones a venir si no es lo que quieres hacer. De hecho mejor para mí si te marchas y no vuelves. Ya no somos nada.

Nada más decirlo sintió un calor envolverle la muñeca más fuerte. Bajó la mirada y contempló que la mano de Ymir se adhería con más fuerza a su mano, más pequeña, y sintió el calor literalmente circular. Era reconfortante.

—Perdóname —repitió, haciendo a Historia chasquear la lengua con impaciencia.

—Tus perdones son palabras vacías.

Ibas bien hasta que has tenido que agarrarla del brazo, se regañó Ymir a sí misma. Pero, ¿que eran palabras vacías? Historia no era consciente de lo que le costaba a alguien como ella pedir perdón.

—Cómo puedes decir… yo… —quebró sus frases. La rubia subió despacio la mirada hacia la alta. Ymir tenía los labios muy apretados y la mirada a punto de convertirse en llanto, pero se estaba aguantando. En ese momento se acercó Bertholdt, e Ymir desvió la mirada para que no la viera, le daba vergüenza que otro alfa la viera así. El moreno quiso acercarse y se tomó la confianza de rodear la mano contraria de Historia, atrayéndola disimuladamente hacia él. Al ver aquello Ymir miró a Historia a los ojos y frunció el ceño, pero no con enfado. Apretaba la expresión para no llorar.

—Ymir… —se deshizo de la mano de Bertholdt y se giró enteramente hacia la morena, que se apretaba los párpados cerrados con los dedos, reteniendo toda la humedad de las lágrimas que no quería derramar, aunque ya era absurdo: su expresión era de total tristeza. Sintió la mano pequeña de Historia tocarla en la mejilla. —Dime qué está pasando. —Bertholdt chasqueó el labio inferior con cabreo, ni la propia Historia prestaba atención al entierro de su padre. Miró despechado hacia adelante cuando las dos salieron de la iglesia, negando con la cabeza. Su plan parecía haber fracasado. E Ymir daba auténtica vergüenza como alfa, llorando como una patética humana corriente. Era un bochorno.

Jardín exterior

—Perdóname…

—Ymir, te escuché la primera vez… me estás preocupando. Y no voy a perdonarte siempre que pierdas los estribos. ¿Ha pasado algo, estás bien? —suspiró, angustiada. La miraba con toda la atención del mundo. —Por favor, dime por qué estás llorando…

—Porque soy un monstruo. No paro de hacerte daño. Te prometo que es lo último que quería hacer. Siento cómo soy, siento… lo de tu padre… y mi carácter de mierda…

Historia suspiró y abrió la boca, exhalando un suspiro más sonoro todavía.

—Agradezco que hayas venido aquí a presentar tus condolencias. Pero sabes que aunque haya pasado poco más de un mes todo lo nuestro sigue muy reciente.

—No me has hecho nada —la interrumpió. —Y no tienes la culpa de nada…

—Deja de pelear contigo misma y escúchame —se acercó a ella, le agarró ambas manos. Ymir la miró entristecida, con las mejillas mojadas. Sus ojos rasgados llorando… eran preciosos. No la reconocía así en absoluto, tan dolida. —Te aconsejo buscar ayuda externa. Yo lo estoy haciendo. Te ayudará a pasar el duelo de lo nuestro y… enfocarte en el futuro.

—No quiero un futuro si no es contigo. Te necesito, Historia. Estoy todo el maldito día… pensando en ti…

Historia sintió un nudo en la garganta, que el diablo la llevara si aquello no le estaba siendo una tortura medieval. Escuchar a Ymir decir eso…

—No puedo. No puedo retomar una vida como la que me estabas ofreciendo. Me merezco m-…

—Te mereces más, mucho más… —asintió volviendo a taparse los párpados, sollozando amargamente.

—Pa-para de llorar… —le cambió la voz, tragando saliva. Y retiró despacio su mano del rostro que se tapaba. —Para de llorar o me harás llorar a mí.

—Bertholdt intenta hacerte daño, Historia… te lo juro, me ha dicho cosas horribles que quiere hacerte…

Historia frunció el ceño. No la creía. Pero le chocaba tanto verla tan angustidada, que intentó evadir aquel tema.

—Lo que te decía, Ymir… deberías buscar ayuda externa. Créeme, aceptar que lo nuestro se acabó y mirar hacia delante nos hará mucho bien.

—No quieres volver conmigo ni aunque cambiara. ¿Verdad?

Historia la miró con los ojos muy abiertos, como si acabara ella sola de ofrecerle la vía más imposible del mundo, pero a la vez, la que más le gustaría.

—Me gustaría que cambiaras, pero no por mí solamente, sino por ti misma. Porque mira el daño que te haces a ti misma siendo cómo eres… y… el daño que haces a tu alrededor al final siempre acaba rebotándote. ¿Entiendes eso, Ymir?

—No puedo seguir viviendo con Petra o con Pieck. Pero…

—Yo necesito estar con alguien que me quiere y que me respeta de igual a igual. Que podamos confiar la una en la otra… y tú no confías en mí. Jamás lo has hecho, ni siquiera cuando me has tenido. Lo poco que sé de tu vida es horrible, pero jamás has querido abrirte a mí para contarme tu pasado. Y si me acerco eres… violenta…

Ymir asintió, aceptando la culpa. Se restregó los nudillos por los ojos y se inclinó un poco a Historia, susurrándole.

—Lo haré. Me abriré.

—Ymir… —negó con la cabeza, quería decirle que aquello era mucho más complicado, no era una decisión que tomar a la ligera, pero de repente la besó y la acercó de golpe, aprisionándola contra su cuerpo. Historia trató de empujarla, escuchándola balbucear triste, como un perro al que le apartaban la comida después de enseñársela. Historia tuvo serias dificultades para resistirse, quería besarla y más después de lo que le estaba diciendo, pero no podía ponerle las cosas tan fáciles y lo que más le preocupaba era que notó perfectamente cómo su vientre abultado se chocó contra ella. Se logró despegar de sus labios e Ymir no volvió a buscarla, mirándola con la respiración agitada.

—Por favor, ven a mi casa esta noche…

—No, Ymir.

La vio otra vez poner un puchero incotrolable, estaba totalmente apenada.

Que deje de llorar, maldita sea… pensó agobiada, se acababa de dar cuenta de que verla llorar era una debilidad enorme para ella.

—Te estoy… agobiando. Perdona. Sé que es un mal momento —dijo, intentando serenarse. Historia la miró sorprendida al pronunciar aquello. —¿Podrías abrazarme?

—Sí… —asintió y suspiró envolviéndole la nuca con los brazos en cuando Ymir se agachó para corresponderla. La pegó a ella con fuerza, apretando sus manos sobre su espalda y volviendo a pegarla con ese ahínco a ella.

Al separarse, Ymir miraba con las cejas fruncidas su cuerpo. Volvió a tener esa mirada analizadora que Historia muchas veces había temido. Estaba triste, llorosa, pero aun así no era estúpida. Sorbió por la nariz y subió la mirada a la rubia, mirándola fijamente. Sonrió.

—Estás embarazada. Enhorabuena.

—… —Historia empezó a sudar frío por el cuello, estaba totalmente acorralada. La última semana su vientre se había abultado de golpe, todo lo rápido que no se había abombado los tres primeros meses. Ymir se había dado cuenta no sólo por el contacto, sino por el olor que Historia desprendía. —Yo… yo…

—¿Es de él? —dijo con los labios temblorosos, luchando por resistir el llanto y la rabia que le perforaba el corazón. —Enhorabuena. De verdad. —Una lágrima se le desprendió por uno de los ojos, llevándose esta vez parte del rímel que había aguantado como un campeón la oleada de llanto anterior. Ymir se la secó muy fuerte, despacio. Aunque Historia tuviera el hijo de otro hombre, no se callaría. —Espero que seas feliz. Pero no dejes que se aproveche de ti, porque es justo lo que pretende hacer.

—Ymir… yo… quería decírtelo… pero… —hablaba aguantando sus propias ganas de llorar. En ese momento se abrió la chaqueta y descubrió su cuerpo. Vestía un jersey ceñido negro, y bajo sus pechos se contorneaba un vientre de zona abdominal dura, tensada por el aumento repentino del útero, pero que para alguien que no la conocía, no tenía por qué ser necesariamente sospechoso.

Es una barriga muy pequeña. Estará de mes y medio, dos, a lo sumo. Ese niño no es mío. Esto me está muy bien empleado.

Ymir no la cortó, porque realmente quería saber la historia. Realmente quería oír de sus labios que se había acostado con otra persona y que ese hijo que esperaba era de alguien que la quería. Pero Historia acabó derrumbándose y no sabía cómo expresarse.

—Historia —le dijo de repente, cortando sus balbuceos. Se obligó a sonreír. —Da igual si es de él o de otro. Ante todo es tuyo. Entiendo que no me lo hayas querido decir, pensando en mi reacción. Porque te vas a convertir en madre, y es natural que salga de ti protegerle a todo coste.

Historia no podía reaccionar de ninguna otra forma que no fuera llorando, llorando mucho, se le enrojecieron las mejillas de aguantarse toda la verdad.

—Ymir… —la atrapó del brazo, mirándola como podía. —Por favor… eres tú la que tiene que disculparme por callarme esto.

—No tenías la obligación de contármelo. Perdona, pero creo… que me está doliendo la cabeza. Debería volver a mi casa.

Por dios, no puedo ser tan pécora de dejarla marchar sin saber toda la verdad

Por dios, no puedo ser tan pécora de dejarla marchar sin saber toda la verdad. La estoy destrozando…

—Ymir. —Se trató de poner seria y se le volvió a acercar, agarrándole la mano. —Espera a que la misa termine, por favor. Espérame… te lo ruego. No te vayas. Necesito hablar contigo.

La morena la miró desganada, pero hizo un esfuerzo porque no la viera tan mal y asintió.

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