CAPÍTULO 22. Psicoanálisis

<<Para que un beta pueda cesar un contrato de unión alfa-beta, necesita la aprobación y la firma de su alfa. Por contraparte, un alfa puede cesar dicho contrato cuando y como quiera, y la intervención del beta es innecesaria.>>
Ymir acabó comprando un chalet a nombre de Pieck Finger y otro a nombre de Petra Ral. Ninguna deseaba verdaderamente irse de su lado, pero fue la alfa quien las sacó de la mansión y cortó el contrato sin pedirles permiso. Pieck la visitaba de vez en cuando, pues sus sentimientos hacia ella iban a una amistad consolidada, sin embargo Petra, que intentó también acercarse, fue vetada de toda la villa y obligada a estar con una orden de alejamiento. Eso no había impedido que la alfa acabara sucumbiendo a un torbellino de placeres por doquier, que aunque ya no incluyera el desmadre en fiestas, sí que incluía de vez en cuando el sexo desenfrenado con otras mujeres que le parecían atractivas. Pero como venía siendo una asquerosa costumbre en su vida, siempre que acababa, no se sentía mejor, sino un poco más vacía. Poco a poco esa también se convirtió en una costumbre perdida.
Hange, Erwin, Reiner, Eren y otros alfas influyentes acabaron hablando del tema a sus espaldas, aunque Reiner se lo acababa cotilleando todo a su amiga y simpre entre risas. Era complicado estar sola, sólo a merced del trabajo y del peso de los recuerdos. Cuando Historia se vio en la tesitura de decirle que iban a ser madres, Ymir modificó todo el plan de sanidad que Historia tenía. La rubia no osó contradecirla: era la primera interesada en que aquel bebé creciera y naciera perfectamente sano, así que los mejores médicos y ginecólogos estuvieron a su disposición en las clínicas donde sólo los betas de los alfas más influyentes tenían cabida. A la ex beta no le hacía mucha gracia que existieran clínicas exclusivas para tratar a esos bebés, futuros alfas, que perpetuarían la maldita condena de la que ella había conseguido salir, pero no escatimaría en nada si se trataba de la vida de su hijo y de que el alumbramiento fuera lo más seguro posible. Como era de esperar, todos los resultados de análisis, ecografías, estudios preliminares al parto y las mismísimas charlas que el ginecólogo mantenía con Historia, eran enviadas con rigurosa exactitud a Ymir. Historia tampoco le quitaría ese derecho a Ymir… aunque, por su parte…
Se había dado cuenta, hablando de la actitud de Ymir a su psicóloga, que la mente de la alfa era un desastre emocional y afectivo, y esa sed de amor que muchas veces había traducido en maltratos físicos era muy difícil de quitar: el individuo egoísta siempre quería más y mejor, y debido a los celos, solían ser expertos manipuladores. Aquel tipo de personas tenían una férrea creencia de superioridad cuando habían sido criados desde tan pequeños como alfas autoritarios, una creencia que no se salvaba por tener dos momentos de debilidad como había tenido con Historia el día del funeral. Ymir tenía muchas cosas por arreglar y uno de los principales miedos de la rubia era que sabía perfectamente que su ex no recurriría a ningún psicólogo. Se creía capaz de dominar ese lado oscuro que tanto odiaba. Se creía capaz de amar de forma sana, sin embargo, todos los hechos apuntaban a una mentalidad quebrada y peligrosa que en cualquier momento podía repercutir de nuevo en ella, de manera posesiva. El hecho de haber tenido el control sobre su vida, su mente y su cuerpo, y haberla dejado embarazada, en condiciones normales de jerarquización alfa convertían a Historia un objeto propiedad de Ymir, pues estaba marcada. El niño, que encima era alfa, era legalmente más de Ymir que de Historia. Y lo único que tenía Historia para defenderlo era su propio cuerpo. Cuando lo pariera podrían empezar los problemas. Su temor era que Ymir deseara quitárselo en algún momento, en cualquier tipo de discusión que tuvieran. Era un miedo normal.
Bertholdt tampoco ayudó mucho a reconfortarla. El alfa de su hermana Frieda, quien tenía un excelente dominio de las emociones y de la manipulación, sabía cómo caer bien a todo el mundo. Con Ymir no podía fingir, eso estaba claro, pero dado que Ymir había afectado varios negocios de su propiedad por ganar dinero, ya se la tenía jurada y poco le interesaba que supiera sus planes. Después de todo, Historia no iba a creerla. Bertholdt tenía una amiga muy peligrosa, familia de Ymir, quien había estado intentando mover sus hilos para sacar de quicio a la pecosa, pero las cosas se le habían torcido con la marcha de Historia. Así que era el moreno quien tenía que poner un poco de empeño en engañarla.
Casa Reiss
—¿Vas a comerte eso? —preguntó Bertholdt a Ulklin, con las mejillas coloreadas. Alma acercó el plato al chico antes de permitirle siquiera a su hijo contestar. Se ganó una mirada de odio de Ulklin.
—¡No, no! Come lo que quieras, Bertholdt. ¿Te has quedado con hambre?
—Perdonad, es que tengo un estómago que no parece mío —dijo mordiéndose la lengua, empezando a hincar el diente en la pata de pollo. Historia sonrió negando con la cabeza y echó un vistazo a su hermana de reojo. Frieda no hablaba y eso le resultaba extraño. Bertholdt era de los pocos alfas que se esmeraba en no perder el contacto con las familias de sus betas, y en su casa sólo habían otras tres muchachas. Sin embargo, era la primera vez que Historia comía junto a ellos dos en casa desde que rompió con Ymir. Cuando la rubia terminó su plato, se estiró un poco y se levantó, pero Bertholdt se levantó casi al mismo tiempo que ella y se adelantó a tomar el plato para ponerlo en el fregadero.
—Chicos, yo soy el invitado así que yo recogeré.
—¡De ningún modo! —exclamó Alma, empezando a levantarse. —Lo haré yo, descuida.
Había que reconocer que desde el funeral de Rod, hacía ya dos semanas, Alma había cambiado un poco su manera de relacionarse con los demás. Historia había tenido la sangre fría de seguir ocultando su embarazo tanto a ella como a sus hermanos, pero no podría hacerlo durante mucho más: los descuidos existían y eran seis personas en casa. Trabajaban muchísimas horas, pero igual, solo era cuestión de tiempo que se dieran cuenta. Además, la barriga le estaba creciendo demasiado. En esas dos semanas, su hijo había aumentado y sospechaba que cada semana sería aún más notorio.
Cuando dio las buenas noches y se despidió amorosamente de todos, entró a su dormitorio y se quitó la sudadera de su hermano Ulklin, que le quedaba tres tallas más grande y era lo suficientemente holgada como para seguir ocultando la evidencia. Se quedó en sujetador y se apoyó débilmente contra la mesa del tocador, suspirando muy hondo al palparse uno de los senos. Le dolía un montón, pesaba, y le había crecido un par de tallas. Se recorrió con la mirada a sí misma frente al espejo, su cuerpo aún no había cambiado mucho más. Al ponerse de perfil, vio claramente la curvatura acrecentada de su hijo. Dieciocho semanas. Parecía mentira…
La puerta se abrió de repente e Historia dio un grito de sorpresa, cerrando los brazos y volteándose hacia la pared.
—¡Pero bueno…!
—¡Discúlpame! Ehm… necesitaba hablar contigo a solas… ¡miraré cuando tú me digas! —dijo el moreno con los ojos tapados y volviendo a entornar un poco la puerta. Pero los tenía mal tapados a propósito. La veía perfectamente por una minúscula rendija. Historia rio nerviosa, tremendamente ruborizada al encontrarse en ropa interior y buscó deprisa su camisón para dormir, sobre el cual se puso encima de nuevo la sudadera. Bertholdt ocultó una sonrisa lasciva, cuando había entrado sabía que se la encontraría en algún paño menor. Sin embargo… vio algo más.
—Ya puedes ver —murmuró la chica, sentándose sobre la cama. —¡No deberías entrar sin llamar a los dormitorios de una casa tan pequeña!
—Perdona, Historia, me tienen muy mal enseñado en mi casa. —Rio fingiendo un nerviosismo que no tenía. Dio unos pasos cerca de ella y se sentó en la cama junto a ella, admirando mejor la belleza de esos ojos azules. La fragilidad de sus facciones. Já. No le extrañaba que Ymir estuviera rabiando. —Historia, me vas a disculpar y sé que no es asunto mío, pero… al entrar he visto que…
Historia asintió bajando la mirada, cerró los ojos un par de segundos y los abrió rápido.
—Deja que yo se lo diga a mi familia cuando encuentre el momento oportuno. Son muy… suyos para ciertas cosas. Y tengo que solucionar antes muchas cosas en mi cabeza.
—Deberías dejar de trabajar si estás encinta.
—Aún puedo trabajar perfectamente, no es un embarazo de riesgo. Está muy sano, afortunadamente… —su rostro se iluminó al decirlo, esa criaja estaba llena de felicidad. Bertholdt sin embargo, acababa de recibir una mala noticia. No le importaba que Ymir se hubiera follado veinte mil veces a esa esclava, pero sí le importaba que le hubiera metido su asquerosa semilla dentro. Un hijo. Esto tuerce el plan acordado con Ariadna.
—¿Es de Ymir? —la cuestionó acariciándola del hombro, intentando ser simpático y cariñoso. Tenía que confirmarlo, por si las moscas.
—Sí, es suyo. —Aumentó aún más su sonrisa, pasándose la mano por el vientre. Bertholdt contuvo una mueca y se quedó pensativo.
Una salud de hierro sí que debe de tener, con el chute de virus y bacterias que le metió en el estómago aquella vez. La cesta del demonio. Ari, Ari, Ari, esta noticia te va a sentar regular.
—¿Puedo tocar?
Historia asintió y dibujó una sonrisa breve, levantándose la sudadera. La mano de Bertholdt se parecía un poco a la de Ymir. Dedos alargados, piel dorada. Los dos eran bastante altos, morenos y aunque delgados, eran bastante fuertes. Acarició el vientre de Historia despacio.
—¿No te preocupa que Ymir reclame al bebé, Historia?
Historia borró la sonrisa del rostro y bajó la mirada a su vientre, asintiendo despacio.
—Un poco… pero Ymir nos quiere. Si logra trabajar conmigo en el tema de su impulsividad, sé que no habrá problema.
Qué problema, Ari, volvió a pensar el chico. Historia iba a ser mi capricho de invierno, su rostro era perfecto, nuestros hijos iban a ser perfectos. Y ahora resulta que no nos podemos deshacer del que tiene dentro ni aún envenenándola. Ese mocoso va a ser fuerte.
—Me preocupa su carácter. No quiero ser aguafiestas, pero debo ponerte en aviso de que Ymir bajo presión es una bomba de relojería. Piensa si de verdad quieres tener un hijo con ella. Te lo puede quitar y ocultártelo si es lo que se le antoja.
—Todos podéis hacer eso al fin y al cabo —dijo muy toscamente, incómoda ante el rumbo que Bertholdt pretendía tomar con la conversación. No pensaba abortar a su hijo. Se bajó la sudadera y alejó un poco en la cama.
Demasiado rudo, se ha dado cuenta de que la estoy intentando poner en contra de ella.
—Dios, perdona… perdona, Historia, siento opinar y meter mis narices donde no me llaman. ¿Estás bien? ¿Quieres que te traiga algo caliente de tomar?
Las facciones de Historia parecieron relajarse. Negó suavemente.
—No, no, estoy bien. Pero por favor, no se lo digas a nadie.
—Por supuesto que no. Es tu cuerpo y tu decisión, tu vida. No me meteré.
—Gracias, Bertholdt —a ese agradecimiento le acompañó una sonrisa tan sincera, que Bertholdt supo de inmediato que su anterior frase dio en el clavo: como era de esperarse, Ymir la había tenido sumida en una relación tortuosa. No era fácil borrar el recuerdo de un primer amor que te había maltratado. Pero Historia era inteligente. Si él se comportaba como un caballero aún podía atraerla.
No le haré daño a la madre para matar al niño. Esperaré a que salga de tu vientre, y te destrozaré el alma de pena cuando te lo encuentres sin vida. Sí, es perfecto.
—Tienes que cuidarte mucho, ¿vale? —la acarició del pelo con una sonrisa y se levantó de la cama para darle espacio. Historia sonrió.
—Eres muy amable. Mi hermana ha tenido más suerte que yo —suspiró— y no sabes lo que me alegro de eso.
Cuando lo veas muerto tengo que evitar que te suicides o hagas cosas raras, eso es típico de madres humanas. La patética de Ymir se pegará un tiro si el niño muere, no tendrá los huevos de soportar algo así. Todos sabemos que está colapsada por su pasado. En cuanto a Ariadna, con su prima jodida o muerta, ocupará el puesto vacante de poder en la familia Fritzel. Es decir… que matando a tu asqueroso niño mato a tres pájaros de un tiro. Y luego me quedaré contigo. Y te juro por dios que te vas a quedar embarazada, confío en que tu conexión con Ymir no sea fuerte, la probabilidad de aborto será menor. Quiero hijas con tu cara, alfas fuertes de mente como tú, no patéticas golfas como tu hermana, que hasta las uñas se le parten con respirar. Un embarazo sustituirá al otro. Seguro que eres lo suficientemente maternal como para sentir ganas de vivir si te dejo embarazada rápido tras parir.
Además… si matásemos a Ymir quedaría aún este niño, que me daría sin duda problemas en el futuro cercano. Sí, definitivamente, él va a ser la clave para acabar con todo de golpe. Debería ir pensando en los detalles.
—Bertholdt, ¿estás bien? Te has quedado en el limbo.
—¡Sí! ¡Perdón! Es que tengo mucho trabajo que hacer y a veces desconecto del mundo real. Te dejo descansar.
—Vale… oye, ¿no querías decirme algo?
—Pues sí, pero si te digo la verdad… se me ha olvidado con la impresión que me ha dado verte en sostén. —Se hizo el tímido, encogiéndose de hombros. Historia se puso roja y le dio la espalda.
—Bueno, trataré de dormir un poco.
—Buenas noches.
Dormitorio de Frieda
Alcanzada ya la madrugada, Historia despertó por el constante golpeteo del cabecero en la habitación de al lado. No era fuerte ni ruidoso, era sutil, pero lo suficientemente constante para hacerla despertar. Supo en seguida que su hermana estaba manteniendo relaciones sexuales con Bertholdt. Arqueó las cejas en una especie de mueca y se obligó a cerrar los ojos, estaba demasiado cansada para siquiera pensar en nada, tenía la mente en blanco. Aunque sí pensó en algo parecido a «Ymir hubiera roto estas camas».
Pero al otro lado de la pared, Frieda lloraba amargamente, con los ojos cerrados muy fuerte. Tenía el cuerpo casi por completo lleno de hematomas, especialmente en la espalda. Se encontraba completamente postrada bocabajo en la cama, aplastada por Bertholdt, que la atravesaba analmente con ritmo y rapidez. No le permitía gemir, la tenía fuertemente amordazada, con las manos y tobillos atados a cada extremo de la cama. Había trabado la puerta. Y había separado la cama unos centímetros de la pared de Historia para enmudecer muchos de los impactos. Desde que había entrado a su mansión, no había dejado de violarla. Fisura sobre fisura, ni siquiera la había dejado curarse las heridas anales que le había provocado, siempre volvía a herirla. La vio mover su cabeza de su posición y paró de penetrarla, saliendo de la cama y tomando con la mano la foto familiar que tenía en la mesita.
—Anda mira, tu padre. —Frieda dio un gemido de horror sin elevar la voz y cerró los ojos al poco de ver cómo se la jalaba y expulsaba su esperma en la foto. Qué asco de hombre, dijo para sus adentros. Ni siquiera podía moverse, sólo cerrar los ojos y sentirse más y más humillada. El culo le sangraba en la herida afectada, ahora nuevamente abierta por el frote animal de aquel enfermo. Bertholdt se acuclilló delante de ella y la miró sonriendo, quitándole la mordaza de la boca, que estaba completamente húmeda por la saliva.
—Perdona. En concreto las mordazas no me gustan, pero sueles llorar demasiado alto. No creo que ni tu patético hermano Dirk llore así. —Frieda no podía mirarle a la cara. Tenía la mirada puesta en la foto con corrida de aquel malnacido. Volvería atrás en el tiempo para jamás presentarse a su candidatura. Soltó un sollozo, a lo que Bertholdt puso una expresión de pena fingida, acariciándole la espalda. —Tranquila, no era tan feo, el señor… mejor tapado, ¿no? —sonrió. —No te quejes más, anda. Ymir me enseñó esto que te he hecho hoy. Y ella era mucho más violenta. —Señaló la habitación de al lado con la cabeza. —En serio. A saber lo que le ha hecho al amorcito de tu hermana. ¿Sabes? —estiró las manos hacia la muñeca de Frieda, para soltarle los amarres. —La conocí en una de sus fiestas. A Ymir, digo. En persona. A una chica la puso así, bocabajo. Y se le corrió dentro del culo como tres veces. Porque claro, como no podía hacerlo por el otro orificio… ais, esa Ymir.
Frieda no quería oír esas historias, sólo pensaba en lo desgraciada que era ella en ese momento. Tampoco veía capaz a su hermana de aguantar el maltrato. Aunque bien pensado… ahí estaba, con una ruptura firmada voluntariamente por Ymir. Y lejos de su mansión.
—Además era maravillosa, dicen que los Fritzel son todos unos hijos de puta en la cama. Cuando a esa chica la penetraba otro alfa por detrás, se pasó tooodo el rato escupiéndola en la cara y abofeteándola mientras la obligaba a chupársela. Esa sí que lo pasó mal, sí. Esa sí que tenía derecho a llorar. Le dejó la cara morada. Y unos cuantos mechones se los arrancó a tironazos. —Le retiró el último amarre y envolvió las cuerdas en su maleta. Frieda trató de sentarse, pero el mínimo movimiento la hacía sentir un profundísimo dolor insoportable en el ano. Ahogó un quejido breve y se secó las lágrimas con la mano. Bertholdt vio que al arrastrarse hacia arriba había sangre en la sábana bajera, y ladeó un poco la cabeza. —Qué guarrada. Limpia eso. Ni siquiera en tu desfloración sangraste así.
Dos meses más tarde
Ymir había sustituido el sexo en sus horas libres nocturnas por fuertes sesiones de deporte, aún más intensas que las que realizaba cuando tenía a las betas. Hizo también algunos cambios en su alimentación y, sin decírselo a nadie, acabó teniendo trato con una psicoanalista profesional. Las sesiones habían sido pocas en aquellos tres meses, pero cada vez que las tenía, Ymir tenía una importante liberación mental, abría los ojos y sentía que se estudiaba a sí misma desde ángulos que jamás sospechó. Los psicoanalistas no hacían el mismo trabajo que los psicólogos. Los psicoanalistas sabían interpretar acciones, sueños y pensamientos, incluso fobias, a raíz de conocer las vivencias de su paciente. Grandes lastres habían en su cerebro a raíz de la pérdida de su padre, pero ya desde su nacimiento, veía en la casa los jolgorios, la violencia, el sexo y el dolor que significaba para los betas la jerarquía de los alfas. La licenciada, que conocía perfectamente la estructuración de los alfas y la vida de Ymir en particular, le explicó con pelos y señales que era normal su caos cuando por primera vez una chica no cedía a sus designios ni aceptaba su sumisión, por mucho que en la práctica Ymir siguiera sometiéndola físicamente. Historia caló por su temperamento, pero también por su dulzura, y con ello se abrió paso en su cuadriculada mente.
«Verás traiciones en todas las personas que no te presten pleitesía, porque a tu padre lo traicionaron, lo mataron, y para más inri una de tus alfa también intentó jugar contigo. Eso genera algo que yo llamo brechas. Y esas brechas se quedan ahí. Por mucho que las cierres, la cicatriz te recuerda lo que las provocó. Pero en tu caso la primera brecha no terminó de cerrarse cuando te hicieron la misma y en el mismo lugar. Siguiendo acopio de una vida donde todo el mundo está obligado a respetarte y a venerarte, las personas que no lo hacen irradian muchísima inseguridad en ti, porque es cuando ves que no tienes el poder suficiente para doblegarlas. Y ahí empieza tu gran problema, esas personas son objetivos para ti. Lo primero que hay que hacer es cerrar las brechas, aceptar que las traiciones pueden pasar, pero no de cualquiera que no acate tus órdenes simplemente porque tienes un rango que tu antepasado consiguió.»
Escarbó tantísimo aquella mujer en su mente, que conectó hechos con vivencias casi inverosímiles, de las que no se acordaba apenas ni ella misma. La ciencia parecía estar mirándola con mala cara al desmantelar sus graves problemas. La psicoanalista sabía la historia de cómo los alfas llegaron al mandato hacía centenares de años.
«Los humanos capaces de regenerarse y convertirse en titanes eran bestias horripilantes a las que debían apedrear y mantener encerrados. Nadie quería engendrar con ellos. Nadie quería socializar con ellos. Hasta que Hebor Fritzel, el hombre clave que salía en todas las leyendas antiguas, agrupó en clandestinidad un grupo de hombres que podían convertirse en titanes forjando el primer grupo de alfas, aunque en ese momento no tenían ese nombre. Transformándose en bestias acabaron con ciudades enteras e hicieron esclavas y esclavos, y esparcieron su semilla. Unos alfas tenían más fuerza que otros, pero por azar del destino y de la genética, era Hebor el más grande, fuerte e inteligente… además del líder de todos aquellos titanes, y fue el que se quedó con mayor número de esclavas. Planteó un régimen de terror donde se coronó magno, un rey de ciudades, y cuando sus hijos con capacidad de ser titanes crecieron, sólo dejó que los más grandes, los más fuertes y los más sádicos se reprodujeran con mujeres. En los alfas, que tienen una genética distinta, se ha visto ya que se heredan muy fácilmente los genes de la… personalidad. Y Hebor no quería a gente débil en su apellido. Sólo quería a personas que persistieran en la lucha. Muchas generaciones pasaron, y como sólo los hijos más fuertes y de personalidad sombría acababan reproduciéndose, la genética de los Fritzel fue en una dirección clara. Ahora bien… ¿una persona es mala por naturaleza, o la hace mala la sociedad? Es un poco de ambas. Pero la educación es fundamental. Curiosamente, los alfas de rango bajo que están a punto de desaparecer, pertenecen a clanes estudiados cuyo árbol genealógico tiene el origen en alfas que fueron repudiados por Hebor al ser débiles de mente (según él), como ocurre con los antepasados de Reiner Braun. Un joven amable y cariñoso con sus betas, según tengo entendido.»
No era exageración decir que Ymir sintió fascinación al saber cómo la mente de un alfa podía funcionar. Daba en el clavo con todo, sencillamente. Era una mujer muy inteligente. La licenciada le dijo que darse cuenta de eso también era señal de que empezaba a aceptar que alguien podía ser más inteligente que ella.
—No eres más inteligente que yo, sólo tienes más conocimientos en ese campo —decía riendo Ymir, ante la provocación inofensiva de la otra.
Era una mujer que en sus años había sido bastante atractiva, y cuyo pelo blanco le sentaba genial. Ymir hizo buenas migas con ella y sintió que pese a la franja profesional, podían ser buenas amigas.
—Tengo muchas ganas de estar con ella —decía con frecuencia, casi en todas las sesiones. —Nunca responde a mis llamadas. Siento que me ignora.
También le ayudó a expresar sus sentimientos de manera más correcta, y no a los golpes. «Siento que…» en lugar de «Te voy a…», era una diferencia crucial. El respeto se ganaba, no se obligaba a tener.
Por supuesto, el camino no era fácil. Ymir seguía siendo una persona con taras e impulsiva, y su psicoanalista no estaba las 24 horas del día con ella. Dejó de llamar a chicas de compañía, de asistir a fiestas de otros alfas (excepto si las dirigía Reiner, pero sólo era un pretexto para hablar de todo esto con él), de acostarse con las betas de otros, dejó de hacer todo lo que consideraba dañino para su recuperación, ya que el sexo desenfrenado con cualquier otra persona que no fuera Historia le dejaba el cuerpo revuelto. Y eso que ni siquiera se sentía obligada a serle fiel ni muchísimo menos. Imaginar que Bertholdt podía intimar con ella y hacerle daño seguía hiriéndola.
Y tampoco quería aceptarlo.