CAPÍTULO 23. Una vil jugarreta
Ymir había ido acumulando con su Tablet ideas sobre regalos. Cayó en cuenta de que en realidad, nunca le había regalado nada a Historia y muy pronto sería su cumpleaños. Al principio pensó en algo corriente: algún vestido, una camiseta con alguna frase divertida o un gorro para el invierno, pero aquellas tonterías no le parecían especiales. En seguida se le ocurrieron un par de ideas más, y realizó dos llamadas telefónicas.
Casa Reiss
Historia se movió somnolienta en la cama, aquel día no tenía que madrugar para ir a la editorial. El móvil vibró bajo la almohada y frunció débilmente las cejas, despertando despacio. Metió una mano por debajo para agarrarlo y al mirar la pantalla vio el nombre de Ymir. Aquello le extrañó bastante. Pensó si era buena idea descolgar… llevaba ignorando sus llamadas bastante tiempo. Suspiró y le colgó.
Al otro lado de la línea, Ymir sintió un nudo en el estómago al sentir que volvía a ignorarla. Se quedó mirando largos segundos el móvil y apretó los labios, entre pensativa y un poco entristecida. Lo intentó una última vez.
Historia abrió los ojos de nuevo al sentir la vibración en la mano y se acercó el móvil. Si llamaba dos veces, quizá había ocurrido algo grave. Descolgó.
—¿Sí…? —Ymir se puso nerviosa. Tardó unos segundos de más en contestar, que hicieron que Historia mirara de nuevo extrañada la pantalla. —¿Hola?
—Ho-hola, soy yo.
—Ya sé que eres tú, te tengo en mi lista de contactos.
—¿Puedes hablar un momento, o te estoy molestando?
Qué educada, pensó Historia.
—Sí… tranquila. ¿Estás bien, ha pasado algo?
—Todo va bien. Bueno, me preguntaba si estabas bien. Ya sabes, cómo estás en el trabajo, en tu casa… y cómo llevas el embarazo.
—El embarazo va fenomenal. Aunque… bueno, supongo que ya te llegaron algunas predicciones del ginecólogo, ¿no?
—Sí. Parece que el bebé va a ser grande para tu cuello de útero. Previó una cesárea.
—Sí, pero me niego. En fin, aparte de eso… todo va bien. Y el trabajo tranquilo.
—Solicita la baja, ya es hora. —Historia se quedó en silencio al otro lado, sentándose despacio en la cama para hablar más cómoda. El silencio prolongado hizo que Ymir parpadeara y reculara un poco su tono. —Quiero decir… debes de tener ya las piernas más hinchadas, y la espalda cansada. Sólo es un consejo, para que estés cómoda.
—Ya. Bueno, ¿eso es todo?
Ymir movió los labios, intentando pensar rápido para decir aquello.
—Me preguntaba si te apetecía cenar la noche de tu cumpleaños. Así podríamos vernos en persona y no sé, charlar un poco. Me gustaría mucho verte.
—… —Historia suspiró al otro lado, indecisa. Había tenido muy buenos avances desde que estaba separada de Ymir. Desconocía que, por su cuenta, la morena también había buscado ayuda.
—Si tienes planes, o lo que sea… no pasa nada —dijo.
—La verdad es que sí los tengo. Iré a un restaurante esa noche. Tampoco sé si es buena idea que nos veamos.
A Ymir se le descompuso el cuerpo, y se sintió algo ridícula. Si ya iba a un restaurante, estaba segura de que era por una cita o algo similar. Sus hermanos y su madre siempre la ignoraban con aquellas cosas.
—Bien… bueno. Espero que te lo pases genial. Si quieres, cuando acabes de cenar me paso a darte tu regalo, y me vuelvo a casa. No es algo que se pueda enviar por correo.
—¿Seguro? —preguntó. —Ymir, déjalo, no quiero que me regales nada. Ya sabes que no necesito nada.
—Sí, seguro. Pero puedo mandar a una persona a que te lo entregue, si te parece incómodo que yo vaya —dijo, arrastrando un poco el tono. Historia se dio cuenta de que aquella frase la soltó algo molesta, pero parecía estar contenida y con talante. No quería que se sintiera así, pero evidentemente, pensaba en su bienestar más que en el de nadie. Ymir era demasiado imprevisible y ella necesitaba estabilidad.
—No me molesta en absoluto. Pero prefiero que venga otra persona, si insistes en regalarme algo. Y mira, en realidad… —negó con la cabeza, insistiendo en su frase anterior. —No quiero que me regales nada.
—Bueno, era sólo un detalle…
—No quiero nada de nada, ¿vale?
—Está bien… está bien. Bueno, entonces nada. Espero que estés bien, cuídate.
Historia quiso responder, pero Ymir colgó muy rápido. Se quedó mirando el teléfono con una mala sensación interior, como si la hubiese tratado mal.
Suspiró y volvió a marcar su número. El teléfono daba señal, pero tardaba mucho en descolgar. Como al quinto tono, por fin lo hizo.
—¿Sí, Historia?
—Hola, perdona. Siento si he sonado borde antes. ¿Cómo… cómo estás tú?
—Bien, trabajando mucho. Entrenando mucho.
Le notaba la voz rara. Historia apretó un poco los labios y bajó la mirada.
—Respecto a lo de mi cumpleaños…
—No te preocupes. Si aún lo quieres, recibirás tu regalo por la noche, cuando vuelvas. Alguien te lo acercará.
—Puedes venir tú si quieres, no… no hay problema.
—Prefieres no verme y es entendible. No cambies de parecer sólo porque yo te lo haya dicho, de verdad.
—Wow —sonrió. —Disculpe, señorita, ¿podría pasarme a Ymir? ¿le ha robado el teléfono?
Ymir rio; se pasó la mano por el lacrimal del ojo que se le había humedecido con la llamada anterior. Que Historia no parara de rechazarla le había hecho daño.
—Me están enseñando modales, sí…
—Ya veo, ya. —Sonrió y se echo de lado sobre la cama. Se pasó la mano por el vientre, tenía la costumbre de acariciárselo cuando estaba tan relajada. —Saliste de nuevo por las noticias, parece que ahora vives sola en la mansión.
—Sí, esto se ha quedado vacío. Sólo vive Nikolo conmigo, me hace la comida. Me ha enseñado un par de recetas, no creas.
—¿De veras? ¿tú entre fogones?
—Pues sí. Tengo que practicar un poco más, pero hay un par de platos que me salen muy buenos.
—¿Cuáles?
—Pasta a la boloñesa.
—¿Y el otro?
—Pasta a la boloñesa con picante.
—¡¡Qué idiota!! ¡¡Esos no son dos platos!! —Historia explotó a carcajadas, escuchó reír a Ymir al otro lado también. —Pero bueno, habrá que probarlo…
—Puedo recogerte en cuanto me digas y te enseño lo bien que cocino, lista. Te vas a sorprender.
—Bueeeeno, bueno… lo pensaré.
—Te puedo recoger esta misma noche, y doy lo mejor de mí. ¿Te parece? O mañana si hoy es muy precipitado.
Historia retuvo un poco la respiración y sopesó la idea. No sabía si podía arrepentirse de aquello… estar a solas con Ymir… parecía que hacía siglos que no se encontraban. Pensó si de verdad estaba preparado para algo así.
—Yo…
—Sólo si quieres.
Historia sonrió un poco intimidada por la manera que estaba teniendo la pecosa de responderle, estaba siendo encantadora.
—Claro que quiero… está bien, ¿mañana a las diez, te parece bien?
—Perfecto.
—Ymir…
—Dime.
—Sólo a cenar, ¿vale…?
—Sí. Sí, tranquila.
Colgaron a la vez, después de despedirse. Ymir se puso en pie despacio y sonrió para sí.
Esto es lo que quiero. Si le hablo bien, nos entendemos mejor. Tenía razón, la psicoanalista de los cojones.
Le daría el día libre a Nikolo. Quería tener la mansión enteramente para ella y poder organizarse. Sin ayuda externa, sin nadie que hiciera nada en su lugar. Lo prepararía todo ella misma.
Al día siguiente
Reiner había mantenido contacto tanto con Ymir como con Historia. Historia, que era muy lista y se las veía venir, había pedido a Reiner en todos sus encuentros que no dijera nada a Ymir de ella, y del mismo modo, que tampoco le contara nada de Ymir. Así era más fácil para ella. Pero sabía que Ymir merecía saber de su hijo también. Sólo quería tener un embarazo tranquilo, acostumbrarse a estar sin ella para no depender de su cariño. Era duro, pero lo estaba consiguiendo.
Reiner había visto en más de una ocasión que Bertholdt frecuentaba demasiado la casa de los Reiss. Muchas veces le veía cerca de Frieda, pero otras rondaba a Historia más de lo que él consideraría normal, y eso le llamó negativamente la atención. Pero no quería parecer ningún cotilla. Un día, observó claramente cómo el chico se le quedaba observando las tetas a Historia, aprovechando que la chica estaba limpiando un vaso derramado que se le cayó al piso. Reiner también tenía un lado masculino que despertaba su libido al ver a Historia, pero estando ya tan embarazada y sabiendo por todo lo que había pasado, ni se le ocurriría sopesar la idea de hacerla suya. Además, el cariño como amigos era único. Con Bertholdt no se llevaba mal. Eran amigos de la infancia, pero Ymir lo llevó por el mal camino cuando aún eran demasiado jóvenes, y mientras Ymir trataba de madurar, él seguía en su misma línea de falso niño bueno y un amante peligroso. El trato con él había disminuido mucho desde las fiestas alocadas, él tampoco iba a muchas después de lo que ocurrió en la mansión de Ymir con la coderoína.
Pero el día que Reiner no pudo callarse lo que vio, fue cuando oyó a Frieda vomitando en el baño. La familia no estaba, sólo Historia, Bertholdt y él mismo. Frieda había llegado de comprar algunas cosas que hacían falta en la casa mientras que Bertholdt, él e Historia se quedaron jugando a las cartas. Frieda había llegado mareada, y cuando Reiner se incorporó rápidamente a agarrarla, Bertholdt lanzó una mirada sospechosa. La chica se desplomó sólo tres segundos, momento en el que volvió en sí y corrió a devolver al baño.
—Déjala. Deja que lo eche todo.
—Pero hombre… espera un momento, a lo mejor se encuentra peor. —Dijo el rubio, sin importarle verla vomitando. Se acuclilló a su lado. Al apartarle el pelo del cuello y sujetárselo vio dos moretones, uno bien oculto en la cara interna del brazo, el otro en la misma espalda, pero en sentido alargado y diagonal. Una porra. Al fijarse mejor, disimuladamente en su cuerpo, también le vio los tobillos marcados y las pantorrillas. —¿Estás mejor, Frieda?
—Sí… perdona…
—Tranquila, no pidas perdón. ¿Crees que son náuseas de embarazo o algo así, lleva tiempo pasándote?
—Estaba embarazada, pero… no era alfa, decidimos no tenerlo. Aborté por unas pastillas que ha conseguido Bertholdt y me generan estos… mareos y sofocos.
—Bien… bueno, si necesitas algo, aquí me quedaré. ¿De acuerdo?
La mujer asintió, sintiendo un fuerte pinchazo interior.
A saber qué mierdas le ha metido este en el cuerpo para que eche al niño, pensó, y tal cual lo pensó, fue lo que le escribió a Ymir en un mensaje. Además, añadió: tiene el cuerpo como el de un dálmata, lleno de golpes. Sé que no es asunto mío, pero a juzgar por una conversación que les escuché antes a medias, creo que se irán a cenar juntos, él e Historia, a algún restaurante de la ciudad. Por su cumpleaños. Este tío no me gusta nada. No sé lo que pretende.
—¡Dios mío! —Historia se tapó la boca al ver que Reiner salía con Frieda en brazos, pálida como un papel.
—Historia, llama a urgencias. —Miró a Bertholdt. —Saca tu número de la seguridad privada. Idiota, ¿la has dejado ir a hacer esfuerzos al mercado estando así?
—¡Estaba bien! Maldita sea, ¿cuándo se ha puesto tan blanca?
Reiner quiso enfrentarlo y decirle muchas cosas, pero se contuvo.
—Reiner, llévala a su cama —sugirió la más bajita, entrando en el dormitorio. Bertholdt temió que miraran demasiadas cosas allí dentro. Los dos días que habían estado habían sido suficientes para dejar manchas de sangre sospechosas en la sábana bajera, así que el día anterior la quitó y escondió en una zona del armario hasta que la familia pusiera la próxima colada. Frieda balbuceó cansada, tapándose los ojos. Parecía molestarle la luz.
—Historia…
—¿Estás bien, hermana? —Historia la tomó de las manos, pendiente a ella.
En el salón, antes de entrar con esos tres al cuarto, Bertholdt observó que Historia se había dejado olvidado el teléfono en la encimera de la cocina, y que la pantalla se encendía. El nombre de Ymir salió en la aplicación de mensajería, y sonrió maliciosamente. Lo bueno de hacerte tanto el bueno, es que la gente a tu alrededor se confía. Se sabía el patrón de desbloqueo de la rubia. Tomó el aparato y le quitó el volumen rápidamente, guardándoselo en la riñonera.
—No te preocupes, Frieda. Van a venir a atenderte, son muy rápidos. En cinco minutos están aquí.
—Por dios, qué exageración… sólo me he mareado un poco, eso es todo… diles que no vengan.
—No me da la gana. Lo escucharé de sus bocas —dijo ceñuda la rubia, sin dejar de acariciar su mano. —Estás fría como el hielo, condenada.
Reiner se acercó a Frieda y la tocó de la frente, parecía estar ligeramente afiebrada, pero no en su punto más álgido todavía.
—Debe reposar. El médico sabrá que hacer.
Historia asintió y siguió acariciándola. Bertholdt apareció por la puerta y ladeó una sonrisa breve, inclinándose cerca de Historia y acariciando sus hombros.
—Venga, Historia, están en camino. Yo me quedaré con ella. ¿Te importaría hacerle un poco de arroz? Me dijo anoche que tenía el estómago suelto.
Frieda abrió levemente sus ojos, mirando a Bertholdt con desconfianza, no quería quedarse a solas con él. Fruto de eso, cuando Historia se alejó le apretó la mano. La rubia paró de andar y se quedó mirándola unos segundos, viró después la mirada al moreno. El alfa se hizo el sueco, pero captó algo raro. Historia, que ya había pasado por cosas extrañas como aquella, y sabiendo lo callada que era Frieda, sospechó. Movió un poco los labios y salió finalmente al salón, buscando a Reiner.
Cocina
—Reiner. Mi hermana me ha apretado la mano al irme, ¿sabes? —susurró. El rubio la miró y asintió despacio.
—No quería decirte nada, ¿pero le has visto la espalda?
—¿Cómo que no querías decirme nada? Dios. ¿La está maltratando?
—Pero de qué te extrañas, mujer. —Negó él, que aunque le molestara, nada de aquello le parecía novedoso. —De qué te extrañas, dime.
Historia frunció mucho los labios, enrabietada. Titubeó.
—Pero… Bertholdt parece un buen chico…
—Bertholdt le tiene miedo a Ymir, que no es lo mismo. Pero ha debido de hacer algún chanchullo por ahí, me juego el pescuezo a que ha sido con la familia de Ymir con la que ella no tiene ningún trato. Eso le habrá hecho sentir poderoso.
—¿Con la… familia de Ymir? ¿Bertholdt?
—Sí —miró a la puerta al creer oír un sonido, pero cuando vio que sólo era el correr del viento, volvió a susurrar mirando a Historia. —Creo que es amigo de los primos non gratos del linaje Fritzel. Son familia que desciende del gemelo del padre de Ymir, pero no son tan fuertes. El padre de Ymir se llevó los mejores nutrientes y nada más nacer la genética interna les cambió radicalmente. —Dijo con sorna, sonriendo muy irónico. Puso el agua a hervir para preparar el arroz, no quería que Historia se esforzara de más. —Pero escúchame, Historia, esas personas son peligrosas y muy interesadas, odian a Ymir. Igual que Bertholdt. Una alianza entre esos dos puede llevarse a quien sea por delante. Ese cerdo es perfectamente capaz de haberle echado coderoína líquida a tu hermana para hacerla perder al bebé. En muy pequeñas cantidades, puede provocar aborto espontáneo.
—Qué estás diciendo… mi… ¿mi hermana está embarazada?
—Estaba. Lo ha echado ya.
Historia se llenó de rabia, apretó la boca, y salió de la cocina de un brusco portazo que alarmó a Reiner. Apagó el hornillo y corrió tras ella, buscándola. Pero Historia había corrido al patio exterior y sacó el rifle de su madre del almacén, cargando con agilidad el siguiente cartucho. Se metió en casa y sin dudar ni un segundo se aproximó a la habitación de su hermana. Pero de repente, y de manera muy brusca, la enorme mano de Reiner la freno al agarrar el guardamanos. Historia tironeó hacia atrás cabreada, pero el chico la miró con el ceño fruncido.
—No vas a cambiar nada. Se regenerará y correrás mucho peligro.
—Pues hazlo tú. ¿Eh? Hazlo tú. —Murmuró luchando por no gritarle para despertar la atención de la pareja que seguía a puerta cerrada en el dormitorio.
—No, yo no lo haré. La sangre solo atrae más sangre. Suelta el arma.
Historia estaba demasiado enfadada para hacer caso de sus advertencias. Tiró de nuevo del arma hacia ella, pero Reiner no soltó, sino que apretó más el largo del cañón, hasta que éste dio un peligroso crujido. Historia miró confundida el arma, no parecía haberla roto.
—Da un paso más y de un rodillazo os quedáis sin defensa contra los ladrones. Este rifle es irrisorio.
Historia cargó bruscamente el cargador, preparando la recámara y la mira en el cuello de Reiner. El chico la miró sin titubear, tampoco rompió aún el rifle.
—A mí ya no me da órdenes nadie. Si quieres detenerme, hazlo. Pero no prometo que no te vayas a llevar un agujero en el gaznate por el camino.
Reiner sonrió, le gustaba los cojones que tenía Historia. Digno de ver, con el metro y medio que la separaba del suelo. Pero de un tirón mucho más contundente le arrancó el rifle de las manos y abrió la recámara para retirar el cartucho al enroscar su índice en el tubo. Historia se palpó los dos dedos doloridos que le había dejado por el tirón, pero no separaba la mirada de él.
—Se lo he dicho a Ymir. Quizá ella haga algo si ve el momento y el motivo.
—No quiero depender de que ella haga algo.
—Pues tendrás que morderte la lengua y hacerlo. —Se acuclilló a ella y la miró de cerca, bajando aún más la voz. —Este ridículo tiro no acabará con él. Pero te aseguro que si le llegaras a disparar, atravesará el corazón de tu hermana con la mano y se lo comerá en frente de ti. Y yo no pienso salvarla.
—Menuda lealtad a la jerarquía, la tuya. Das asco, Reiner Braun —le dijo molesta.
—No. Pero él es más fuerte que yo. Nos mataría a los tres si quisiera. Así que hoy fingirás. Y otro día nos ocuparemos de Frieda. ¿O quieres ver morir a tu hermana hoy mismo? —dejó la pregunta en el aire y le devolvió el rifle, que Historia miró con ganas de partírselo a cualquier persona en el cráneo. Tenía muchas ganas de llorar, pero se aguantó, y fue fuerte. Al cabo, se retiró el sudor de la frente y inspiró hondo, más reflexiva.
Mientras tanto, en la mansión de Ymir
Ajena a toda la barbarie, Ymir había comprado algunas especias que Nikolo le sugirió a la hora de hacer platos de salsa boloñesa, el que le tocaría cocinar esa noche. Miró el reloj: no le quedaba mucho tiempo. Dejaría al menos la pasta hecha junto a la salsa, luego pasaría a buscar a Historia y, con ella ya en la mansión, calentaría todo en la misma sartén.
En lo que los espaguetis se hacían, dejó el temporizador y subió a su vestidor. No es que pretendiera ir muy arreglada, al fin y al cabo iba a ser una cena sencilla en casa. Pero si Historia le dejaba, marcharían después a otra parte. Así que acabó optando por zapatillas negras, un vaquero ajustado y una blusa normal, que no hacía mucho que se había comprado. En el pelo nunca se hacía nada, pero empezaba a molestarle la longitud que había tenido, era una perezosa para las peluquerías y otros menesteres que requirieran estética, hasta las uñas se las hacía una esteticista a domicilio. Cuando dejó la ropa lista, bajó a terminar la pasta y empezó con la salsa, que no tardó mucho en acabar. Las medidas fueron tal y como Nikolo se las dijo, pero sabía que no tenía mucha mano para aquello y temía cagarla. Una cosa era la teoría, y otra la mano que cada chef tenía con sus platos, y Nikolo era un chef experto en casi cualquier tipo de gastronomía, especialmente la asiática e italiana. Cuando dejó todo mezclado con la sartén, dejó apartado el queso rallado que el chico le había preparado específicamente la noche anterior, queso curado Grana Padano, una delicia. Lo había rallado él mismo. Ymir dejó todo preparado, apagó el fuego y tapó la sartén para empezar a arreglarse ella.
Al salir de la ducha y peinarse el pelo, tenía la mirada puesta de reojo en el móvil. Historia llevaba varias horas sin responderle. Después del mensaje de Braun, no quería preocuparse. Aunque Bertholdt fuera un desgraciado, no tenía por qué alarmarse de más: no haría nada en la casa y menos si estaba acompañada de Reiner, pero evidentemente, esto era una relajación forzada de la nueva Ymir, la antigua seguía recordándole que ese perro cabrón se la tenía jurada desde hacía bastante y podía pasarse la normativa de alfas por los huevos. Inspiró hondo y cuando ya se puso la lencería, alcanzó el teléfono. Historia no había respondido a su último mensaje, quizá estaba ocupada arreglándose también.
«En breve estaré lista. ¿Cómo vas?»
El moreno, quien tenía el móvil en su poder, pensó muy bien qué iba a hacer, porque sólo era cuestión de tiempo que Historia empezara a buscar el teléfono como una loca, creyéndolo perdido. Al leer la conversación que habían tenido, parecía que habían quedado esa misma noche para comer. Escribió.
«Lo siento, Ymir, tengo planes esta noche. Lo he pensado mejor y creo que nos estamos precipitando.»
A Ymir se le empequeñecieron las pupilas al leer eso. Frunció un poco el ceño.
«¿Que tienes planes? ¿Cómo que tienes planes?»
«Sí, no me acordé.»
Un halo de cabreo la atravesó. Se sentó despacio sobre la tapa del inodoro, escribiendo cada vez más rápido.
«¿Puedo saber con quién has quedado?»
Bertholdt sonrió con malicia. La dejó en leído y no le respondió, se salió de la aplicación. A Ymir le titubearon los labios empezando a colmarse de más enfurecimiento, pero hizo lo que le dijo la psicoanalista. Inspirar, espirar. Inspirar, espirar. Enfadarse con sólo dos frases era injusto para ambas. Podía decir las cosas con tranquilidad.
«Habías quedado conmigo», le insistió la morena, tras un par de minutos. «He estado cocinando hasta ahora, ¿por qué no me has dicho nada?»
«Porque no me acordé. Entiende que llevamos mucho sin vernos y yo estoy pasando página.»
La pecosa se puso en pie de golpe, negando con la cabeza al responderle.
«Me parece bien que pases página, porque yo te invitaba a cenar y a nada más. Te lo dije.»
«¿Pero a qué tonta vas a engañar con eso, Ymir? ¿A cenar y a nada más, te crees que soy estúpida? ¿Eres imbécil o qué? ¡Anda y déjame en paz!»
Ymir empezó a llamarla. Bertholdt se descojonaba de risa, Frieda lo miraba extrañada y preocupada desde la cama al no saber de qué se reía ahí solo, sentado en la butaca. Le rechazó la llamada, pero sólo tres segundos después volvía a llamar. Bertholdt se pasó la lengua por los labios, muerto de la diversión, la pensaba volver loca. Le escribió.
«¡Deja de acosarme!»
«Historia… era de verdad. Sólo la cena y tu regalo, lo que te dije. Intento cambiar.»
Hasta una zorra fría como tú tiene un corazón después de todo. Increíble. Historia te puede llamar imbécil y todavía sigues intentando quedar con ella, estoy sorprendido. Eres patética. Bertholdt se mofaría de ella todo lo que le fuera posible. Ni siquiera había un motivo, y se estaba arriesgando a que su propio plan se viniera a pique.
«Las personas como tú no cambian. Por eso intento estar cerca de los que de verdad merecen la pena.»
«Como Bertholdt, ¿no?»
Ya está, pensó el moreno. Ella solita la ha liado. No puede contener los celos que la invaden. Es tonta del culo. Historia tiene demasiada clase para ti. Se empezó a poner en la mente de Historia por un segundo.
«¿Qué pasa con él? Es un buen chico.»
Ymir se estaba desquiciando, su corazón empezó a ir más rápido. No quería lanzar mierda sobre Bertholdt, porque la vez que lo intentó, Historia no le creyó. Así sólo la seguiría poniendo más en su contra.
«¿Podemos hablar? No quiero seguir escribiendo por aquí.»
Bertholdt empezó a responderle pero de repente la pantalla cambió, era Ymir llamando por tercera vez, y a punto estuvo de descolgar sin querer. Respiró hondo y denegó la llamada.
«Responde.»
«Ay, Ymir, qué pesada eres. Me estás retrasando y aún tengo que arreglarme.»
«Responde el teléfono.»
«Eh… ¿ves lo sobrada que vas por la vida? ¿Crees que voy a seguir perdiendo mi tiempo con alguien como tú, que me manda como si fuera su criada?»
Ymir se mordió el puño con rabia unos segundos, era cierto. Tenía que abandonar ese maldito hábito de dirigirle frases como si la obligara a hacer las cosas. Pero estaba tan cabreada… suspiró.
«Bertholdt es peligroso. Guarda las distancias, sólo te digo eso.»
«Nadie es más peligroso que tú. Él por lo menos no me hace ni la mitad de putadas que me has hecho. Por lo menos me trata con cariño. ¿Que guarde las distancias? No hay distancias. Cuando me besa lo hace despacio, me acaricia como si fuera la única persona en el mundo para él… ¿sabes lo que necesitaba yo algo así?»
Tantos meses alejadas, seguro que no me he pasado de la raya enviándole esto. Es un tiempo más que prudencial para haberse olvidado de esta energúmena. Ymir, espero que pases una noche de mierda hoy.
Berthold sonrió al ver que Ymir no respondía más, después de leer el último mensaje.
—Búscalo por ahí, en algún maldito sitio tiene que estar.
—Espera, te llamo con el mío.
Oyó la voz de Historia moverse en su dormitorio y rápidamente, como el rayo, borró todos los mensajes del historial hasta el último que Ymir le había mandado, en esa aplicación no quedaría rastro. Volvió a poner el volumen y dejó el móvil en la mesita de noche de al lado de Frieda, que en ese momento abrió los párpados de nuevo y se fijó en lo que el moreno hacía. El móvil empezó a vibrar y a sonar y Reiner tocó suavemente a la puerta, abriendo un poco.
—¿Sí? Entra, amigo.
—¿Se dejó aquí antes el móvil Historia?
—Oh, parece que es ese. ¿La estás llamando ahora?
Reiner asintió y agarró el dispositivo. Historia estaba con la cabeza asomada por la puerta, y Bertholdt le dedicó una gentil sonrisa que por primera vez, la bajita no le secundó. Lo miró fijamente, con unos ojos un tanto sospechosos para él, pero retiró la mirada rápido. Reiner le devolvió el móvil y la rubia se fue al salón, aún estaba algo descompuesta.
Cuando Reiner cerró la puerta y volvió con ella, la acarició de la espalda, para tranquilizarla un poco.
—Había quedado esta noche con Ymir para cenar, se me está haciendo tarde. Ya tendría que haberme vestido —suspiró. —Voy a decirle que mejor lo dejamos para otro día. No pienso dejar a Frieda a solas con él.
—A tu hermana no le pasará nada mientras yo esté aquí. No permitiré que le haga nada.
—Sin embargo le dejas estar aquí a sus anchas. En nuestra propia casa.
—No dejaré que…
—No me iré —le cortó, y empezó a teclearle un mensaje a Ymir.
«Lo siento, pero tengo que contarte algunas cosas que están ocurriendo en casa… no puedo dejar a mi hermana sola en estos momentos. ¿Quieres venir? Haré la cena yo.»
—Reiner, ayúdame a hacer algo de ensalada. La he invitado aquí. Seguro que va a matarme en cuanto lea que no puedo ir.
Reiner asintió y se puso a sacar los utensilios. Al cabo de diez minutos Historia miró de reojo el teléfono, pero el mensaje no le llegaba a Ymir. Se enviaba, pero como si lo tuviera apagado, no llegaba a recibirlo. Apretó un poco los labios, qué extraño. No pudo pensarlo demasiado, porque de repente un chófer empezó a pitar en el exterior de la casa de los Reiss. Bertholt salió al cuarto bocinazo, sonriendo algo tímido.
—Perdonad, es nuestro coche. Nos volvemos a nuestro hogar. Chicos, muchas gracias por este par de días en familia. Nos lo hemos pasado muy bien, una lástima que Frieda no esté muy católica.
—Espero que la cuides como es debido. Amigo. —Dijo Reiner con retintín, a lo que el moreno no le hizo el menor caso. Se acercó después a chocar manos con él y seguidamente se inclinó hacia Historia para darle un beso en la mejilla, pero la chica se giró insolentemente y volvió a casa.
Algo le ha dicho este perro Judas. Tú también saldrás escaldado en cuanto tenga a tu amiguita de pecas sepultada bajo tierra, pensó Bertholdt en referencia al rubio. Se puso de pie y encogió los hombros.
—Bueno, no sé qué le pasa. Reiner, nos vemos pronto.