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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 24. La muerte de alguien influyente

—No se preocupe, Ymir, iremos nosotros.

—Iré yo. Total, tengo ganas de ir de caza.

Esa misma noche que Historia la dejó plantada por Bertholdt, los vigilantes del recinto exterior de la villa Fritzel habían avistado una presencia en las parcelas que se había movido las últimas dos horas por las tierras donde estaban los cultivares. Los hombretones habían avisado a Ymir, pero ella les dijo que se quedaran donde estaban y que iría ella por su propio pie. Así que revólver en mano, con balas de una longitud capaz de enviar a un humano a la luna y más que suficientes para perforar a la primera el corazón de un alfa, se puso el abrigo encima de la ropa y montó uno de sus caballos en dirección al individuo. Las cámaras habían grabado una figura y lo primero que pensó era que se trataría de su prima Ariadna. Si lo era, que se diera por muerta, Ymir no seguiría tolerando su intento de intimidarla a distancia. Era una puta zorra desalmada que merecía morir desde que nació. Cuando llegó al sitio, prendió un botoncito en su oído, activando un pinganillo a distancia de sus vigilantes. Bajó del caballo.

—Bien, Ymir. Está cerca. Es al lado de las plantas de calabaza.

Ymir no dijo ni una palabra. Se movió entre los arbustos y matorrales y quitó el seguro al arma. A poco más de diez metros, vio moverse un bulto entre el cobertizo y la línea de plantas. Era suficiente para ocultarse de su mirada, pero ya le había visto moverse. Se acercó despacio, pero completamente confiada y atenta a los alrededores: se dio cuenta de que fuera quien fuera, había venido solo. La persona agazapada tras una capucha se percató de que Ymir se dirigía a ella y dio un suspiro de temor. La noche había caído sobre ella muy rápido y apenas podía ver nada. Sólo Ymir y sus guardias conocían esa zona con la suficiente exactitud como para escapar. Cuando trató de buscar un hueco y se volvió, se asustó: Ymir ya no estaba donde la había visto.

—Bu.

Una mano la bajó de golpe al suelo, reteniéndole de la nuca. Sintió un cañón frío bajarle la capucha y apretarse contra la coronilla de su cabeza.

—Con el cañón pegado a tu hueso, lo parto —murmuró la morena, totalmente tranquila. —La munición atravesará tu cerebro hasta la mitad. No te dará tiempo a convertirte ni tampoco a regenerarte.

—Por favor, no lo hagas. Sólo… quería saber cómo estabas.

Ymir frunció las cejas al reconocer esa voz femenina. La tomó del hombro y volteó con rudeza hasta ponerla bocarriba, presionando el cañón sobre su yugular izquierda. Petra cerró los ojos con fuerza, sin decir nada. Ymir la miró largamente, en silencio, hasta que suspiró y volvió a subir el seguro.

—¿Qué coño haces en mi propiedad?

Notó que le temblaban los labios, y al bajar la vista, también las manos. Se apresuró en apretar el revólver en su cinturón y le dio la mano para ayudarla a levantarse. Petra estaba tremendamente avergonzada, el susto la había hecho orinarse encima. Jamás le había ocurrido algo así. Pensaba que esas cosas sólo pasaban en las películas. Pero realmente llegó a verse atravesada por una bala y toda su cintura perdió su poder de contención.

—Per-perdona… sólo quería saber… si te encontrabas bien. Las noticias dicen que te estás volviendo huraña. Sólo… sólo eso, de verdad, no quería importunarte.

—Tienes una orden de alejamiento. Lo sabes.

—Sí… me iré.

Ymir resopló y le señaló el caballo con la cabeza. Cuando llegaron al animal la pelirroja coló un pie por el estribo y subió, e Ymir hizo igual al colocarse atrás, pasando los brazos por la cintura de Petra para sujetar bien las riendas. Montaron unos diez minutos hasta la mansión. Cuando el enfarolado del jardín exterior y luego del interior de la casa la alumbró y la ayudó a bajar, se dio cuenta de que la chica se había orinado encima.

—¿Qué tienes, cinco años? ¿Te has meado encima?

Petra se ruborizó muerta de la vergüenza y se bajó la sudadera para que no se apreciara tanto la mancha húmeda de sus muslos, el legging fue la opción más cómoda y también la que más la estaba delatando en un momento así.

—Perdona… te juro que jamás me ha pasado. Pero cuando he notado el cañón apuntándome la cabeza me iba a dar un infarto.

—Pensé que eras otra persona. —Dio unos pasos hacia ella, que hicieron que Petra se pusiera tensa como una tabla. Pero la morena sólo parecía querer verificar su estado, mirarla más de cerca. — ¿Has cenado? Llevas tiempo dando tumbos por los cultivos.

—N-no… pero no te preocupes. Sé que no me soportas. Puedo llamar a un taxi y que venga a recogerme.

Ymir sonrió con cierta ironía ante su segunda frase.

—Que no te soporto, eh. Si pensaras así no te habrías dado una vuelta hasta aquí.

—Mi interés en tu bienestar era mayor que tu desinterés hacia mí, de eso estoy segura.

Ymir perdió la sonrisa, aquello que decía era un poco triste

Ymir perdió la sonrisa, aquello que decía era un poco triste. Comprimió el labio inferior bajo sus paletas dentales y al soltarlo, le señaló el comedor con la cabeza.

—He hecho pasta para alimentar a un regimiento. No sé si estará buena o no, pero te puedes quedar a cenar y luego te llevo a casa, o te lleva uno de mis choferes.

—No, yo… no quiero molestarte, Ymir.

—Por favor, calla de una vez —dijo arqueando las cejas, con una sonrisa que a Petra le sorprendió. —Ve a darte una ducha rápida y te esperaré aquí. La he hecho yo así que no me hagas el feo de tardar. Puedes vestirte con mi ropa.

Petra la siguió con la mirada algo estupefacta. Se sentía avergonzada de no poder redimir sus impulsos afectivos, Ymir debía saberlo, y solía maltratarla y odiarla por ello, pero hoy… hoy parecía estar en una especie de paz mental. La vio desaparecer al atravesar el arco de la cocina. Carraspeó y, ahora sin detenerse, subió a la tercera planta para tomarle ropa prestada, una sudadera y un pantalón de dormir. Todo olía deliciosamente a ella. Después de ducharse y aprovechar para lavarse el pelo, se vistió y el aroma de Ymir no paró de inundarla durante toda la cena.

—Dios, esto está exquisito… parece que lo haya hecho Nikolo.

Vio que a Ymir se le colorearon un poco las mejillas al escucharla, pero lo disimuló deprisa. Petra disfrutó mucho de la cena, cierto era que tenía bastante hambre.

—Ymir… estás preciosa con el pelo tan largo. Nunca te había visto así. De verdad.

—Es un incordio. Pronto lo cortaré.

—¡No lo hagas! En serio, te queda muy bien…

Ymir puso una mueca perezosa, no se sentía ella misma con el pelo tan largo, y era cierto que le había crecido bastante en los últimos meses

Ymir puso una mueca perezosa, no se sentía ella misma con el pelo tan largo, y era cierto que le había crecido bastante en los últimos meses. Pero por un motivo u otro de su agenda, éstos seguían pasando y el pelo se le olvidaba. Además, al tenerlo tan liso, era muy manejable.

Se estiró en la silla al finalizar de comer y recogió el plato de la pelirroja, llevándolo todo al fregadero. Petra levantó la mirada y la siguió, nuevamente sorprendida. Le sorprendían muchas cosas pero supuso que si se las decía podría enfadarla. Se humedeció los labios y cerró un instante los ojos. Los abrió cuando Ymir regresó de la cocina, tenía las llaves en la mano.

—Vamos Petra, te llevo a casa. La ropa no hace falta que me la devuelvas.

Petra se levantó de la silla con los labios en una especie de mueca muy típica de ella, la ponía cuando pintaba.

—¿No me puedo quedar a dormir? —se arriesgó a preguntar, quitando la mirada de Ymir. Ésta entreabrió los labios mirándola de arriba abajo, sospechando lo que pretendía. Llevaban sin verse tres meses, el mismo tiempo que no veía a Historia… no, quizá un poco más. Petra no podía tumbar su mundo interior. Pero la predisposición que tenía a autojoderse el suyo era gigantesca, arriesgándose a tirarlo todo por la borda por pasar la noche con la morena.

—No, vámonos —decidió, intentando también no mirarla demasiado. Al fin y al cabo era una alfa, el instinto estaba… y llevaba demasiado sin follar. Se guardó las llaves en el bolsillo de atrás y caminó con ella al hall. En lo que también tomaba las llaves de la casa, sintió un suave tirón del hombro. Se volteó y Petra se puso de puntillas, alcanzándole los labios en un beso que casi hace que Ymir la empuje violentamente. Petra prácticamente se le abalanzó encima, y la agarró de la nuca para atraerla y continuar presionando sus labios contra ella. Ymir calmó un poco y la separó suavemente de los hombros, mirándose ambas a los ojos cuando logró despegársela.

—No vuelvas a hacer eso.

—Pero si me vuelves loca, cómo voy a evitarlo… —se volvió a pegar contra ella, primero aspirando su olor en el cuello, y luego prácticamente sobándose con su mejilla hasta lograr de nuevo encontrar su boca, donde empezó a darle un beso mucho más apasionado. Ymir respiró hondo y sacudió la cabeza hacia un lado, respirando con un agotamiento que parecía más mental que físico. —Te conozco bien. Eh, escúchame. —La volteó agarrándole la cara, pero Ymir ejerció resistencia para seguir sin mirarla. La pelirroja sonrió y se pegó entonces a su cuello libre, dando un suave mordisco. —Yo sé perfectamente lo que necesitas, porque te conozco bien… sabes que conmigo puedes hacer lo que quieras… —la besó allí, Ymir cerró los ojos. Ya no la estaba empujando. 

Por qué iba a hacerlo. Para guardarle respetos a quién, ¿a Historia? Eso no tiene sentido, bien que se folla ella a Bertholdt sin ningún pudor, teniendo a mi hijo dentro. Eso sí que es ser una…

No, Ymir. La vocecita de la consciencia interna saltó de su interior. Ni aunque lo hiciera lo sería. No lo pienses.

Petra oyó totalmente satisfecha el grito ahogado de Ymir cuando empezó a masturbarla con la mano, su miembro ya sacado de los pantalones.

—Lo ves… mira las ganas que me tienes…

Ymir retorció y apretó fuertemente un costado de Petra, reteniendo allí el fuerte placer que le daba que moviera la mano con tanta habilidad. Aún puedo contenerme… no. No.

No, creo que no

Respiró excitada y bajó la mirada a ella, y entonces se besaron de mutuo acuerdo.

Acostarse con ella fue asombrosamente fácil. Había estado aguantando mucho tiempo, siendo una persona acostumbrada al sexo fácil y a diario. La abstinencia prolongada creyó servirle al principio, quizá esperando una especie de «trato» no verbal con Historia donde se eran fieles, aunque no fueran ya nada. Especialmente porque Ymir aún tenía esperanzas puestas en que el nacimiento de aquel hijo las uniera de vuelta. Pero el mundo real no era así. Historia había continuado su vida, nunca la había llamado, no le interesaba una mierda cómo estuviera, de hecho, la única vez que la llamó fue porque la morena lo hizo primero. Se había desvinculado de ella por completo hasta el punto de rechazar sus regalos, cualquier tipo de acercamiento y su ayuda económica. La abstinencia, después de comprobar que Historia estaba con la mirada puesta en otros horizontes, se le hizo patética.

Pero el problema no era ese. El encuentro con Petra, las cuatro sesiones de sexo desenfrenado (la primera apenas duró nada de la excitación que se llevaba días aguantando), fueron buenas. Deliciosas, hasta la llegada del orgasmo. Pero mentalmente seguía con esa asquerosa sensación de vacío. A más álgido era el orgasmo, más fuerte era la sensación de soledad que la invadía inmediatamente después.

Es… agotador…

Era agotador. Estaba peor que si no hubiera hecho nada. Tenía que haberla dejado marchar, pero ahora ahí estaba la pelirroja, respirando totalmente derrotada entre sus sábanas. Petra era muy atractiva. Valía para cuatro polvos, pero no le interesaba tener un futuro con ella.

La estás utilizando, Ymir. La voz de la rubia se instauró.

Y una mierda, le respondió mentalmente. Ella desea estar aquí.

No le dio más vueltas. Apagó a Historia de su cabeza. Pero ocurría igual: la sensación de vacío la tenía ella, independientemente de que Historia estuviera o no en ese momento atormentando sus recuerdos.

Ojalá nunca la hubiera conocido. Ahora mi vida da asco.

—Ven… ven aquí… —la voz de Petra la sacó de esos pensamientos, al menos por un instante. Elevó desde la cama las manos hacia ella e Ymir gateó en la cama, acostándose encima del hombro de la más pequeña. —Eso es… vamos a dormir. Deja la mente en blanco. —Petra la conocía lo suficiente como para saber que algo le estaba tintineando en la cabeza, algo desagradable, supuso que aún seguía herida por Historia. Pero mientras ella estuviera en esa cama, no dejaría que se viniera tan fácil abajo. La acarició del pelo, de la cara, de la nariz… acarició su cuello y su espalda, pero sobre todo su pelo largo, liso y fino, de castaño oscuro. Ymir sintió una relajación que le permitió descansar, entre caricias, hasta quedarse dormida sobre ella.

Una parte de Petra sabía lo que iba a acabar ocurriendo tarde o temprano. Ymir se alejaría, le daría una patada y acabaría olvidándose en un día de lo mismo que Petra tardaría en olvidarse un año. Esa vez no podía culpabilizar a Ymir. La había buscado ella porque deseaba que la tomara con la misma fuerza que siempre, literalmente lo que le dijo: que hiciera lo que le diera la gana con ella, después de todo, estaba más que acostumbrada a ser tratada como una maldita yegua y a golpes. Esa noche notó muchas diferencias en el trato sexual. Ymir no podía evitar tener esa parte bruta y dominante que le fascinaba, sin embargo, no le hizo ningún daño. No hubo ningún golpe fuerte, ningún tirón de pelo doloroso, ninguna humillación sexual. La folló mirándola a la cara y la besó mucho. Olvidarse de ella después de esa noche que le había regalado sería tan doloroso, que prefería no pensarlo. Siguió acariciándola y, cuando le dieron ganas de orinar, con mucho cuidado salió de la cama procurando no despertarla.

En el baño, se fijó en el teléfono de Ymir tirado en una esquina. Tenía la pantalla hecha añicos, como si lo hubiera aventado con fuerza y hubiera aterrizado sobre el saliente de cualquier pico del mobiliario. Terminó de asearse y al comprobar que Ymir seguía dormida en la cama, trató de encenderlo y cotillearle las cosas. Al darle al botón el móvil pareció reaccionar, pero la pantalla se convirtió en miles de franjas de colorines y colapsó apagándose solo. Lo volvió a intentar, mismo resultado. Tampoco hubiera podido ver nada, la pantalla estaba totalmente rota, y los cristales fracturados no dejaban ver nada ni detectaban el deslizar de los dedos. Finalmente lo dejó donde se lo había encontrado y volvió a la cama con ella.

Casa Reiss

—Pues parece que no va a venir, ¿no?

Historia reaccionó a la voz de Reiner. Miró la ensalada y los filetes ya hechos, era una cena bastante sencilla. Cuando miró el reloj de la muñeca sonrió un poco entristecida.

—Bueno, mi familia ya está dormida. Yo debería hacer igual. Reiner, come lo que quieras.

El rubio enarcó una ceja, captaba su tristeza a la legua.

—Con tu permiso, esto sí me lo como, no quiero que se estropee. —Se acercó la ensaladera. Historia asintió sin mucha ceremonia y reunió los filetes en un taper, directo a la nevera. Dejó a Reiner cenando y después se tocó la nuca, agotada.

—¿Mañana trabajas? —preguntó el rubio.

—Sí, pero entro por la tarde. Sabes… me extraña que no se haya puesto en contacto conmigo. Los mensajes no le llegan. ¿Le habrá pasado algo?

Reiner negó con la cabeza. Que a Ymir le pasara algo era tan inverosímil como que Historia le ganara en un ring de boxeo. Ymir no era la clase de mujer que pudiera tener problemas «normales».

—A lo mejor se ha agobiado. Si te deja más tranquila, puedo pasar por su casa.

—No, es tarde. Da igual.

—Seguro que hay un buen motivo detrás. Ella no te dejaría tirada, créeme.

—Pues lo ha hecho. Si de verdad no le ha pasado nada, ya podría haberme respondido. Me invitó ella.

Reiner se terminó la ensalada en poco más de cinco minutos y lavó el recipiente en el fregadero, junto al resto de utensilios. Historia trató de hacerlo pero él no se lo permitiría estando embarazada.

—Yo tengo que marcharme ya. Pero hablaré con Ymir.

—Reiner, sólo me gustaría que vieras si se encuentra bien. Me preocupa lo del móvil. Pero si no le ha pasado nada, no le digas nada de mí porque sus motivos tendrá. ¿De acuerdo?

El hombre hizo un gesto militar para despedirse y salió de la casa.

Un mes después

Mansión de Reiner

Un cumpleaños lleno de alfas era lo que menos necesitaba Historia para dejar atrás su pasado como beta, sin embargo, Reiner le había prometido en la invitación que no habría nadie descamisado ni sexo. Llevaba tiempo implantando esa normativa en sus fiestas y el resto de alfas debían obedecer, pues era su casa. Así que al final, y como llevaban tanto sin verse, la chica aceptó. Tenía ya mucha barriga, su espalda a veces se resentía, sus tobillos se hinchaban día sí y día no. Tenía las emociones a flor de piel, igual que los cambios de humor, no podía evitarlo. La conexión ya rara vez la dejaba dormir, y eso era lo que más jugaba contra su salud mental. Había soñado con Ymir casi todos los días de esas cuatro semanas, y como era de esperar, la gran mayoría de esos sueños incluían el sexo desmedido. Bien era cierto que la morena la había acostumbrado a la vida sexual activa cuando vivía en su mansión, pero el embarazo le había disparado las hormonas y ahora, en sequía total, sólo podía recurrir a la masturbación. Sospechaba que Ymir, después de dejarla tirada en la cena vísperas a su cumpleaños, habría retomado el estilo de vida de follar con toda mujer atractiva con la que se cruzara. Nada más lejos de la realidad.

Finalmente llegó a la casa de Reiner, y miró ya desde fuera el griterío y la música a todo volumen. No le atraía nada meterse ahí. Su bebé se movió en su vientre, suavemente, lo que la hizo bajar la pequeña mano a su panza, acariciando con una sonrisa.

—Sólo iremos a dejar el regalo. Después, a casa —murmuró, acomodándose el abrigo correctamente sobre los hombros. Había comprado una agenda a Reiner, aunque supuso que el alfa recibiría regalos mucho mejores de sus compañeros.

Cocina de la mansión

Ariadna cuchicheaba con Bertholdt en privado, pero especialmente cuando ambos vieron que Ymir se había dignado a aparecer por allí. Hacía tiempo que el moreno no la veía en ninguna fiesta, así que se sorprendió. La alfa morena los miró y se quedó quieta, sabía que, al menos su prima, era una invitada non grata y que no debía de estar pululando por allí. Pero en lugar de buscar bronca, la mujer los ignoró al cabo de unos segundos, y se sirvió algo de ponche. Bertholdt sonrió al llevar la mirada a Ymir, y volvió a hablar en voz baja con Ariadna. Ymir estuvo a punto de beber, pero cuando se acercó el borde del vaso a los labios lo frenó, mirando sospechosa el contenido del líquido. Si la volvía a envenenar con coderoína modificada, era perfectamente capaz de personarse en casa de Historia y violarla delante de toda su familia, no tenía ninguna duda. Su cuerpo haría lo que el instinto inmediato le pedía. Y la falta de Historia hacía que a tuviera doblemente presente en sus pensamientos. Si le hacía daño, o le hacía daño al bebé que esperaban, se borraría del mapa. Vertió todo el contenido del vaso sobre el resto del ponche, suspirando hastiada. Se dirigió a la salida de la amplia cocina para volver con sus amigos, pero el largo brazo de Bertholdt le cortó el paso. Ymir abrió los ojos deteniéndose y le miró rápido, tensando su cuerpo. Su instinto se preparaba para la pelea, como una leona con su presa por delante. Sólo que la presa le miraba con una sornisa de inocencia completamente falsa.

—Ymir, he oído por aquí que no mantienes contacto con tu rubita, ¿es eso cierto?

—A ti qué coño te importa, maricón.

Bertholdt agrió la mirada enseguida, sin esperarse semejante falta de respeto. Apretó la boca y luchó por no saltarle encima, contenido. Se obligó a sonreír.

—Maricón, ya… ¿sabes a lo mejor quién sale un poco amariconado de todo esto?

Ymir frunció el entrecejo, mirándole muy fijamente. Le iba a pegar en cualquier momento.

—El hijo que lleva dentro. Porque me la he follado tantas veces y le ha gustado tanto mi polla… —se adelantó a su cara, susurrándola —… que seguro que hasta al bebé se pone contento de recibirme. Le doy nutrientes constantemente. Ya sabes. Primero se lo traga ella, y luego le viaja por el cordón umbilical. Uhm, qué rico.

Salón

Cuando atravesó la puerta, alguien se cruzó fuertemente con Historia y le impactó el hombro en la nariz. La rubia dio tres pasos atrás con la mano sobre la zona entumecida. No había sido un empujón intencionado, eso lo percibió, se notaba que la persona había salido andando rápido y la arrolló por el lado. Eso sí, al darse cuenta de que la empujó, no le dedicó ni una mísera disculpa. Al levantar la cabeza y cruzar miradas con la mujer, el corazón le dio un pequeño vuelco. La mujer le aguantó la mirada un par de segundos, pero después, simplemente se marchó hacia otra estancia de la mansión, acompañada de Bertholdt. Parecían dirigirse a la cocina.

Que me cuelguen si casi no la confundo con Ymir. Dios mío. Siguió sobándose suavemente la nariz. Tampoco le dio mucho tiempo a verla, pero se había impresionado. Reiner la vio y se acercó a ella con una sonrisa de oreja a oreja. La vio acariciarse el vientre y él también lo hizo.

—Historia, parece que vas a reventar… ¡pensé que no venías!

—Solo vengo a darte esto… aquí en cualquier momento me tiran.

—Tranquila. —sonrió al desempaquetarlo y le dio un beso en la mejilla, mirándola con ternura. —Muchas gracias. Me viene bien, lo tenía todo digitalizado.

—Oye, Reiner… ¿esa chica quién es? Casi la confundo con Ymir.

Reiner abrió los ojos y al girarse y ver a la que se refería, apretó los labios.

—Alguien que no debería estar aquí. Avisaré a Ymir. No sé cómo se ha metido en mi casa. —La acarició del hombro, pero Historia notó que apretaba un poco. La miró algo nervioso. —Perdona si sueno grosero, pero vete rápido a casa. Echa el seguro en el coche.

Historia lo miró preocupada, ¿así que esa mujer no debía estar ahí? Pero estaba. Se sintió en peligro, no ofendida, le conocía bien. Asintió rápido y al buscar la salida, bufó al ver que había mucha gente en medio, bailando, chillando o tirándose comida. Y ser bajita era insoportable, ¿es que ningún puñetero alfa ni beta podía medir menos de metro setenta? Sólo Levi, y seguramente sepultado por todos estos grandullones, tampoco le veía. Qué horror. Vio el hueco hacia la puerta principal y caminó despacio, para no tropezar. Pero de pronto, sintió un fuerte grito que no correspondía a los berridos de los amigos que había por allí. Un grito similar al dolor puro. Al girar la cabeza, se asustó al ver que Ymir y Bertholdt estaban forcejeando de muy malas formas. El resto de alfas y betas les hicieron hueco. Reiner no estaba por ninguna parte para calmar las aguas.

Al forcejeo se unieron dos chicos robustos y altos de parte de Bertholdt, y la propia chica parecida a Ymir, y entre los cuatro lograron empujarla hacia el paredón que separaba la cocina y el salón por una extensa ventana americana. Ymir se levantó como si nada y le impactó un puñetazo a Bertholdt que lo tiró fuertemente sobre la encimera.

—EN MI CASA NO, YMIR. BERTHOLDT. SALID LOS DOS. —Gritó Reiner por fin, desde algún sitio.

—Eso. Que vayan a la calle. —Instó Hange, con el ceño fruncido. Reiner agarró a Ymir pero ésta lo empujó de muy malas formas hacia un costado, abriéndose paso hacia el exterior. Historia aguantó la respiración y se volteó para que no la viera entre la multitud, y pareció lograrlo. Ymir avanzó hasta su Ferrari totalmente iracunda, pero en lugar de subirse en él, en la lejanía, vio que apoyaba las manos sobre el techo del vehículo y parecía escupir al suelo, entre improperios.

Bertholdt y los dos chicos fortachones junto a la mujer non grata, salieron entre muy malas miradas. El último en cruzar el salón fue Bertholdt, pero se detuvo al sentir que alguien le escupía al pasar frente a él. El chico cerró los puños con fuerza y dirigió la mirada al alfa Eren, que le miraba con el ceño fruncido, había sido él quien le escupió. Pretendió agarrarlo del pescuezo, cuando, al alargar el brazo, vio a Historia a su lado. Sonrió como un maníaco, y rápidamente, la agarró del brazo y tironeó de ella hacia el exterior.

—SUÉLTALA. BERTHOLDT… SUÉLTALA —gritó Eren, y Reiner también gritó. Hange y Erwin, entre otros alfas y betas, miraban con desaprobación la situación. Bertholdt estaba fuera de sí, lo que hacía sería penado con prisión, porque aunque él fuera alfa, Ymir había montado una cúpula de protección legal que hacía a Historia de las poquísimas humanas no que no tenían por qué estar sometidas bajo ningún alfa, siempre que dicho alfa fuera de categoría menor a la suya. Y era el caso. Bertholdt salivaba angustiado, cabreado, y la arrastró escaleras abajo hasta apartarse del porche de la mansión. Historia gritó envalentonada, tratando de quitarse sus zarpas de encima. La chica parecida a Ymir se quedó a un costado sin decir ni una palabra, y los otros muchachos, que eran hermanos suyos, tampoco. Bertholdt gritó.

—Mira a tu niñita, aquí estaba. ¿No te importaba tanto?

Ymir colapsó al escuchar un ruido de arrastre y se volteó rápido, las pupilas se le achicaron al ver a Historia adolorida en el fango del pantano sobre el que acababa de tirarla el moreno. Sus ojos se quedaron completamente anclados en ella, llevaba meses sin verla. La vio poner una mueca de dolor cerrando los ojos fuerte, al palparse el vientre. Eso era más de lo que iba a soportar.

—Está embarazada, cabrón. —Murmuró iracunda, con los dientes tan apretados que sentía que la mandíbula se le iba a desencajar. Caminó hacia él. Lo iba a matar. Lo iba a matar… lo iba a descuartizar.

Reiner y Hange salieron corriendo como balas hacia aquel despropósito. Eren también, más rezagado, se armó de su cuchillo y fue jugando con él mientras acortaba distancias. Encerró el cuello de un alfa que iba con Bertholdt, y el muchacho, que era fuerte pero bastante joven e inexperto, levantó las manos sin oponer resistencia. No era un alfa tan resistente ni regeneraba tan rápido como Bertholdt o Ymir, si le cortaba el cuello podía morir y Eren Jaeger lo sabía.

—Tú quietecito. ¿Estamos? —le susurró al oído, el joven asintió rápido.

Bertholdt respiró agotado. La magulladura de su cara se curó en ese instante como si nunca hubiera recibido un puñetazo. Ymir se mordió fuertemente la lengua por dentro de la boca y retrasó un poco los deseos de asesinarle a sangre fría al pasar junto a Historia. Frenó, tomando aire. Y cambió el rumbo de sus pisadas. Se acuclilló a su lado y la tomó de las muñecas; Historia se dejó levantar gracias a que tiró de ella, poniéndola en pie. Ymir suspiró y colocó la mano en su vientre, sin preguntar ni decir nada. Miró rápido a Bertholdt, como sopesando que su hijo estaba bien antes de ir a por él. Historia fue brusca y la apartó de su lado, harta de toda la situación y de correr siempre peligro por estar cerca de aquella raza inhumana. La morena finalmente acortó distancias con él. Bertholdt suspiró.

He perdido los nervios. Dudo que ahora Historia deje que me acerque.

—Historia, ¿te he hecho daño? —se agachó ignorando que Ymir se estaba aproximando, y cuando Historia vio que le ofrecía la mano le lanzó una buena cantidad de fango de sus manos sucias, mirándolo con odio.

—¡¡Apártate de mí!!

Bertholdt miró a otro lado con la cara hecha un chocolate, el fango olía a tierra mojada y era asqueroso al tacto. Se puso recto lentamente y mirándola con asco, le sacudió la cara de una bofetada, haciendo que Historia girara el rostro bruscamente por el impacto, con la nariz ensangrentada.

Ymir perdió la inexistente paciencia que le quedaba y le alcanzó la cara de una patada, clavándole la tibia justo en la boca. Bertholdt hizo un sonido desagradable y escupió dos dientes, maldiciéndola. Le había dormido toda la mandíbula, se le quedó colgando. La morena se le tiró encima y empezó a darle puñetazos en todas direcciones. Hange miró con recelo a la prima de Ymir y a su hermano, que sólo estaban quietos mirando la pelea. Bertholdt podía haber sido pillado por banda, pero no era ningún debilucho, y era más largo que Ymir. Logró sacársela de encima con toda la cara cortada por los puños, y la miró a cierta distancia.

Historia se apartó con cierta dificultad, ya no se trataba de ella, era su hijo el que estaba en peligro. Resbaló en su huida, pero pudo arrastrarse hasta ponerse en pie y corrió hacia Reiner, que la abrazó rápido. Notó que hasta él temblaba. ¿Pero qué pasa, por qué se pelean?, pensaba la rubia, sin entender nada. Pero pronto, esa pregunta no importaba demasiado. Bertholdt logró medir a Ymir, que estaba peleando con demasiada rabia. Al mínimo error de cálculo la atrapó de un brazo y se lo retorció tan rápido que en dos segundos vio que el hombro se le desencajó, Historia cerró los ojos suavemente, al memorizar el dolor que era el que alguien te dislocara así una extremidad. Ymir no gritó. Se apartó hacia atrás y lo recolocó en seco. Cuando volvió a tomar carrerilla hacia él levantó de nuevo la pierna pero esta vez el chico la esquivó y le soltó un puñetazo que la hizo ver las estrellas, y toser fuertemente.

—Ym… ¡Ymir! —gritó Historia.

Ymir volvió en sí rápido y dejándose de hacer el idiota, se concentró en el patrón de lucha de él. Bertholdt no era ningún idiota peleando, sabía moverse bien. Y como sus cuerpos eran similares, el estilo era también parecido. Esquivaban bastante bien aprovechando la longitud de sus troncos. Ariadna, la prima de Ymir, no aguantó que estuvieran dándose puñetazos que no acababan en nada y extrajo una daga muy larga de la manga de su antebrazo. Hange sacó su arma y disparó en el mismo segundo que la chica lanzó el cuchillo, que dio varias vueltas sobre sí mismo hasta apuñalar el muslo de Ymir desde atrás. Ariadna recibió seguidamente el tiro de Hange en el cuerpo, lo que la empezó a hacer gemir y retorcerse de puro dolor.

—¿Qué maldita sangría es esta? ¡Ymir! —volvió a gritar la embarazada. Ymir tanteó adolorida la empuñadura del cuchillo que acababa de atravesarle de lado a lado la pierna, pero aquello iba a doler mucho. Bertholdt aprovechó esos segundos para volverle a dar un puñetazo y la tiró enseguida de una patada al suelo. Historia abrió los ojos al ver a Ymir dar un gemido extraño, era un sonido de dolor, de dolor lo suficientemente profundo para no ser capaz de levantarse. La morena elevó las manos para atrapar las largas piernas de Bertholdt, evitando que la pateara, pero le hincó ambas rodillas de golpe sobre su pecho y eso volvió a hacerla soltar un gemido de dolor más fuerte, al sentir que le hundía las costillas. Calculó dos rotas, una peligrosamente cerca del corazón.

—¿Quieres que me vaya contigo? ¡Me iré contigo, idiota! —se ofreció Historia, parando el puño de Bertholdt en el aire. Ariadna se extrajo la bala con los dedos, su puto cuerpo era muy lento para regenerarse. Necesitaba la ayuda de Bertholdt para destruir a Ymir, pero si Bertholdt la dejaba tirada… tendría problemas.

—La cría te miente —dijo el hermano de Ariadna, que pareció leerle la mente. —Por dios, búscate a cualquier otra, hay más betas con esas características.

—La quiero a ella. A ella. Así también jodo a esta zorra.

Pronunció el moreno, volviendo a impactar un puñetazo en el rostro de Ymir.

—No dejaré que la toques…

—¡Cállate Ymir! Joder, mírate… ¿es eso todo lo que querías, Bertholdt? ¿Hundirla a ella y tenerme a mí? ¡¡Te lo pongo fácil!!

—¿Sí? —sonrió malignamente, poniéndose en pie y olvidándose de Ymir. Ésta hizo una mueca de dolor cuando le liberó las costillas. Se acercó a Historia. —Entrégate a mí ahora mismo. Me da igual que estés embarazada. Ponte en ese maldito coche y ábrete de piernas. YA.

Historia frunció el ceño. Reiner miró con asco retenido a Bertholdt. Hange, que era tan impasible como Ymir, simplemente suspiró algo resignada.

—Aquí no. En nuestra privacidad. Tú y yo… solos.

Ymir sintió que el fuego que tenía dentro iba a acabar con ella, estaba demasiado fuera de sí. Se arrancó el cuchillo del muslo, vio cómo sangraba a chorros antes de emanar vapor.

—Historia…

—Cállate —dijo la rubia, respirando hondo. Encaró a Bertholdt. —Te dejaré poseerme si lo hacemos a solas, no con toda esta gente mirando.

—Claro, por supuesto. —Con toda la sangre y la mandíbula aún rota que tenía, y una ropa hecha jirones, pudo sonreír y hacerle una falsa reverencia. Se aproximó a ella, que soltó la mano de Reiner, ante la mirada atónita de todos. En realidad, allí querían a Historia por motivos que Bertholdt ni ningún alfa cabrón podía entender, habían desarrollado una amistad de verdad. Ver aquello dolía. Pero de repente, Bertholdt la agarró del brazo y la estampó contra el primer coche que vio, levantándole el vestido que llevaba. No iba a hacerle caso. Hange titubeó iracunda, sorprendida de ella misma, que siempre le había importado una mierda aquellos tejemanejes con los betas. Historia cerró los ojos y apretó las manos contra el capó, decidida… aquel cabrón iba a ser la segunda persona en su vida que entrara en ella. Todo por un arranque de querer salvar a Ymir.

Bertholdt se bajó los pantalones y la sostuvo con rabia sobre el coche, y se sacó su miembro. Cuando le fue a bajar las bragas a Historia, la chica cerró los ojos, tragando saliva. Pero no notó nada.

Hange abrió los labios. Había intentado acercarse a Bertholdt por la espalda, pero antes de poder defender a Historia, Ymir había doblado la cabeza del moreno con saña crujiéndole el cuello. No llegó a matarle, pero sí le dejó muy, muy aturullado. Historia se incorporó rápidamente y se bajó el vestido, mirando atónita qué ocurría.

—Aléjate. —Dijo la de gafas, atrapando a Historia del brazo. Bertholdt hizo una pausa y gritó de repente, larga e intensamente, al sentir que los dos arcos dentales de Ymir se apretaban como las fauces de un tigre a su nuca. La golpeó a puños como pudo, al tenerla atrás era complicado, pero la morena apretó y apretó, cada vez más, hasta que de un movimiento seco, le arrancó la carne y la escupió a un lado, entre berridos de dolor del alfa. Bertholdt empezó a patalear luchando por su vida, totalmente fuera de sí, inquieto.

—HIJA DE PUTA, NO LO HAGAS. AAAAAAAAAAAAH. TE… TE DARÉ… LO QUE QUIERAS… PERO PARA, POR FAVOR.

Historia se giró llorando impactada y volvió con Reiner, empezó a sollozar desconsolada al oír los gritos ensordecedores de Bertholdt. Ymir tenía la mano fuertemente incrustada en el boquete de carne que le abrió en la nuca, y de repente, un chasquido de hueso roto hizo que todas las heridas del cuerpo masculino que tenían vapor, dejara de emanarlo. No se estaba curando. Ymir lanzó al césped el trozo de tráquea y médula extirpada con los dedos y se levantó despacio, mirándolo desde arriba. Una muerte horrible, a la par de horrible que Bertholdt. Ymir subió la mirada de rostro totalmente ensangrentado hacia Historia, que la miraba sólo con los ojos, el resto de la cara estaba tapada por el abrazo de Reiner. De sus ojos azules emanaban lágrimas sin parar, eso ocurría cada vez que un alfa tenía un interés que no podía cumplir.

—Le has matado. —Dijo Hange, asombrada. Aquello podría traer consecuencias. Ese sí era un alfa influyente.

Ymir escupió sobre Bertholdt y llena de sangre como estaba, lentamente, se acercó a Historia. La bajita se separó de Reiner y la miró notablemente preocupada, asustada.

—Te ha hecho daño —musitó, bajando la mirada al vientre.

—N-no… sólo… ha sido una caída tonta. Ymir, deberías…

—Me largo. Ese cabrón me ha dicho cosas horribles de ti al oído, pero tú, probablemente, seguirás sin creerme. —Le dijo, aunque tal y como habían acabado las cosas y el rostro de vikingo berserk que tenía Ymir, como si un cordero hubiera sido abierto en canal sobre ella, tragó saliva. Se pasó la manga de ropa sucia por el rostro para quitarse la sangre salpicada de las pestañas y se volteó para irse a su coche, tal y como estaba. Pero de pronto miró a su prima, en la distancia, que aún regeneraba del balazo. Paró de andar.

—Vas a venir conmigo. —Dijo, y se volvió a girar a Historia. Se acercó y la tomó de la mano, manchándosela de sangre. Historia tenía ganas de devolver. Miró a los presentes pero no deseaba pedir ayuda. Reiner le hizo un gesto como dándole a entender que «Tranquila», pero tranquila era lo último que estaba.

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