CAPÍTULO 28. Recaída
La bala de Ymir era claramente armamento anti titán, pero no osó disparar a su prima en el cerebro. Volvió a ensartarla contra la mampostería al dispararle en la boca, y esto le fracturó parte de la tráquea por la propulsión y la potencia de la bala. Eso la dejaría parapléjica hasta que alguien le extrajera la munición de la nuca. Harold, Bastian y Bernard fueron echados del recinto, pero siendo alfas, Ymir tendría que buscar auténticos motivos de peso que los llevaran a la cárcel, porque no resultaría tarea fácil tratándose de otros Fritzel.
—Jean. ¡Ven! ¡Ahora! —uno de los vigilantes que acababa de acudir a la parte trasera de la casa hizo un par de señas a sus compañeros, y en masa, un pequeño grupo de guardias colocaron armas apuntando a los cuerpos inmóviles de los tres alfas. Bernard no se resistió, era el primero que quería largarse de allí cuanto antes. Reiner y Jean Kirstein aparecieron de repente con el equipo de maniobras. Jean tenía una de las hojas totalmente embadurnada de sangre.
Escaló hasta el tejado de la alta mansión, desde donde tuvo mejor campo de visión para ver los senderos por los que los primos de Ymir habían estado preparando la emboscada. Dio un pitido y Reiner, anclado con el gancho a un árbol, asintió antes de dirigir la mirada a Ymir.
—Había dos alfas de bajo rango. Tu osada familia. Jean no los ha matado. Ymir. —Señaló con su hoja afilada el cuerpo de Harol y Bastian. —Mátalos. Los mato yo, si prefieres. Quítatelos de encima antes de que ellos te quiten de encima a ti. Cada vez son más agresivas sus tácticas.
—Sí —alegó Kirstein, acercándose agotado. Señaló a Ariadna, que ya empezaba a mover la cabeza y gimotear de dolor. Sus extremidades no respondían.
—Lo haré. —Pronunció Ymir, levantándose poco a poco, pero Historia la retuvo al tironear de su camiseta. La miró agotada, tensa, pero con mucha fuerza en aquellos iris azules.
—No harás tal cosa —dijo arrastrando la voz. —Vamos a un hospital… y luego hablaremos de este tema.
Ymir se zafó de su agarre y caminó decidida hacia su objetivo.
Voy a acabar contigo. Siempre has sacado lo peor de mí.
Ariadna apretó los labios y notó que no era dueña de su cuerpo por entero. El disparo de Ymir había recalado fuertemente en sus conexiones nerviosas, y la lentitud de sus regeneraciones no la dejaría moverse. Su dedo índice tembló, notaba ligeros cosquilleos, pero no sería suficiente. Harold gritó y se interpuso de repente, en pie en un segundo, parando el cuerpo de Ymir de un empujón sin que la chica se lo esperara. La ambulancia llegó a espaldas de ambos. Cuando la morena agarró a su primo del pescuezo y lo lanzó contra la fachada, el muchacho del puro dolor se mordió y se convirtió en titán. El aspecto era similar al de Ymir, Historia alucinó al verlo tan de cerca. Los ojos se le abrieron desmesuradamente al ver que el muy cabrón empezaba a correr en su dirección, abriendo las manazas en zarpas para clavárselas. Reiner actuó rápido y fue modificando la dirección del gas para adherirse a su cuello con el equipo de maniobras. Jean desapareció del árbol en el que estaba y tomó a Historia rápidamente, alzándola del sitio donde un segundo más tarde aterrizó Harold, dispuesto a comérsela. Ymir sintió un chispazo encenderse en su interior y se rajó el hombro con las uñas, convirtiéndose en titán inmediatamente. Reiner y Jean voltearon el rostro asustados.
—¿Ha sido capaz…?
—Ha perdido los nervios. Ten cuidado. Lleva a Historia a la ambulancia.
Jean asintió y cargó con más cuidado el pequeño cuerpo de la mujer, que ya luchaba por no desmoronarse. El dolor de las contracciones la había abstraído de la pelea… pero no lo suficiente como para ignorar los rugidos del titán de su novia, y los consiguientes ruidos de lucha, forcejeos y guturales gritos en cada zarpazo que se daban. El ruido de las aspas de dos helicópteros la hicieron levantar la mirada al cielo y abrió los labios asombrada al ver la repercusión que Ymir estaba generando. Los Fritzel dando el espectáculo. Jean se enganchaba con tanta rapidez a los troncos de los árboles, que calcular la medida exacta para dejar a Historia en el suelo empezó a complicársele.
—¡Reiner!
—¡Dámela!
Jean tomó aire para lo que estaba apunto de hacer. Cuando se tuvieron frente a frente, con una sincronía admirable, el cuerpo de Historia fue pasado de manos y, tras soltarla, Jean se dio un brusco encontronazo con el tronco de un árbol que le arrastró medio rostro, la piel quedó adherida a las cortezas. Historia se tapó la boca horrorizada.
—Tranquila. Intenta estarlo, Historia. Nosotros regeneramos rápido. —El rubio pudo frenar al lanzar un gancho más en vertical, lo que hizo que la velocidad que llevaba en horizontal se transformara en una curva convexa en el aire, y la velocidad cayera abruptamente. Pudo dejarla en el suelo y allí la envolvieron los médicos y profesionales preparados. Cuando se la llevaron, Reiner volteó la cabeza hacia la pelea de titanes. Harold había perdido ya las dos piernas, y luchaba por arrastrarse con la fuerza de sus brazos hacia el bosque, viéndose muerto. Ymir tomó un enorme impulso con los puños en el aire, y se los clavó en un impacto que tronó en toda la mansión, y sus hectáreas más próximas. El tronar fue percibido hasta por la mismísima ambulancia, ya alejándose a toda velocidad por la autovía. Las ruedas descarrilaron un par de segundos, asustando a todos los que iban adentro.
—Esto es lo que dura otro alfa en sus manos —sentenció Kirstein, con la cara aún en carne viva. Movió los ojos hacia Reiner, que miraba con un halo de preocupación a su amiga. Ymir, tras acabar perforando a su primo, tuvo un instinto de supervivencia ligado a su linaje alfa, que la hizo olvidarse de su prima a escasos metros de la parcela donde estaba. Giró en dirección a su garaje, y sacó la mitad de su cuerpo humano al exterior, asomado ahora por la nuca. Las fibras musculares de sus sienes aún seguían conectadas al aparatoso y cabezón titán del que era portadora.
—¡¡Ymir!!
La alfa movió los iris hacia la voz como si fuera a asesinarle. Reiner apretó los labios y señaló la casa con la hoja de su cuchilla.
—Haz el favor, Ymir. Relájate antes de ir adonde te pida el instinto.
Jean empezó a emanar vapor de su rostro. Estaba agotado, el equipo de maniobras agotaba. Al centrar su vista en un punto fijo, se llevó un gran susto: las salvajes piernas del titán de Ymir le arrollaron, empujando su cuerpo varios metros hacia adelante. Cayó de un brusco golpe que le rompió las costillas, y al quedar por fin bocarriba y dejar de rodar, sonrió con ironía.
—Coño, estoy ciego. He bajado la guardia.
—¡Jean! ¿Estás bien?
—Sí, sí. Descuida. —Agrió la cara al sacarse una rama que se le había clavado cerca del ombligo. Dirigió, sin moverse de la tierra, una mirada de curiosidad y fascinación a su amiga Ymir. Estaba desbordada. Había peligro si asistía así al hospital, ambos lo sabían. La mujer lanzó un grito de rabia contenida, de furia opaca, rajándose la garganta en el proceso. Todos los pajarillos subidos a una rama en todo el bosque, salieron espantados. Mientras farfullaba de odio, hizo dos bruscos movimientos para despegarse del titán, que al notar la desconexión total de la nuca dejó de correr y cayó inerte al suelo, empezando a convertirse en cenizas. Ymir tenía la camiseta rota, un labio partido y las claras marcas faciales de su conversión, pero nada más. La herida del labio ya estaba sanando cuando se subió al coche y salió disparada de allí. Reiner cerró los ojos, suspirando largamente.
—Jean, prepara tu coche. Está demasiado alterada.
Hospital
En la sala previa al parto, habían cedido el espacio que el centro llevaba teniendo preparado para atender a Historia desde hacía semanas. Nada más poner los pies allí, el equipo rellenó algunos datos, le observaron la dilatación y contabilizaron los segundos de las contracciones. Algo positivo fue que aún no era la hora. La matrona se vio en la obligación de llamar a la madre de Historia para comentar el ingreso de su hija, y Alma aseguró que se personaría allí. Ymir no cogía el teléfono.
—Por dios… —susurró Historia, intentando no ser problemática ni pesada con sus dolores. No conocía a nadie de su alrededor, absolutamente a nadie… sólo profesionales en bata rondándola y escribiendo cosas, pero una vez le palparon para medir y le hablaron de cómo tenía que hacer las respiraciones, se quedó sola sobre la camilla. Cuando la última enfermera salió de su sala Historia salió de la camilla y se inclinó sobre la misma, apoyando los codos mientras bajaba la cabeza. Cerró los ojos, respirando hondo. El dolor empezaba a ser mucho mayor. Más insoportable, digno de traer un cuerpo nuevo al mundo. Tuvo un escalofrío y la columna se le tensó por entero al sufrir una contracción más agresiva que las anteriores. Arrastró un gemido de dolor y apretó las manos sobre el colchón, descargando así la fuerza. Cuando por fin la contracción fue disipándose, llegaron los minutos de calma. Entonces se incorporó despacio, con las mejillas enrojecidas, y fue acomodándose poquito a poco sobre la cama. Unas voces en el pasillo la hicieron mirar la puerta algo asustada, sin llegar a tumbarse. Ésta se abrió de repente, con Ymir y Reiner a un escaso metro de ella.
—¡Chicos!
Reiner sonrió al mirar a Historia, pero tenía una expresión extraña, como si temiera algo. Historia acarició su vientre mientras intentaba mantener un poco la compostura.
—Chicos, decidme algo… ¿cómo acabó todo en la casa?
—Acuéstate. —Ordenó Ymir, ignorando su pregunta. Historia dirigió la mirada a ella y sintió algo muy oscuro cuando la vio devolverle la mirada. Le hizo caso, se tumbó en la camilla, aunque no se sentía muy cómoda se pusiera como se pusiera. La morena tenía las señales en la cara de su conversión. —Qué ha dicho la matrona.
—Que parece que estoy dilatando bien… pero que aún me falta. ¿No te la cruzaste?
—Aún no.
Las manos de Ymir temblaban. Historia vio que tenía sangre en los antebrazos, probablemente no fuera suya. Miró furtivamente a Reiner intentando buscar una explicación adicional, pero lo achacó a los nervios de lo que acababan de vivir. No quería pensar en qué había pasado con la casa y con sus primos, bastante que tenía con lo que estaba pasándole. Ymir se dio cuenta de que había sangre seca en sus manos, y miró a ambos alternativamente. Sin decir nada se metió en el baño y se las lavó.
Historia aguantó el tipo lo que pudo, pero de pronto otra contracción muy salvaje la sacudió, y la hizo apretarse la panza con las manos. Ymir salió escopetada del baño y se puso junto a ella, mirando su vientre. Entró a la habitación la matrona seguida de un enfermero y comenzaron a hablar entre ellos, antes de explicar un poco la situación a las madres.
—Bueno, Historia, vas a ser mamá pronto. Verás, tenemos pendiente de conocer tu valoración de la cesárea de emergencia en caso de que alguna cosa ocurra inesperadamente. Los cálculos que tu ginecólogo estuvo haciendo tienen altas probabilidades. No te lo decimos para que te sientas insegura sino todo lo contrario: hay que tenerlo todo preparado. Mi valoración personal es que tu cuerpo podrá perfectamente con esto, pero no sería mala idea tener firmados esos consentimientos.
Historia frunció débilmente el ceño, mirando el papel que se traían entre manos. Ymir se lo arrancó a la mujer de las manos y lo leyó por encima, pasando las dos páginas.
—Lo firmará —dijo la morena sin expresión. —E irá directa. No me voy a arriesgar por la corazonada de una mujer que acaba de mirarte el coño. Me fio del especialista que te ha seguido durante todo el embarazo.
El enfermero y la matrona borraron toda tranquilidad de sus rostros al oírla. Historia cerró los ojos unos segundos, inspirando para calmarse, se sentía temerosa y… claro está, insegura.
—Si ese es el trato, no firmaré. Lo tendré por parto natural y te daré con un maldito canto en los dientes. Me siento fuerte, ¿me oyes? Y lo seré por él.
Ymir no la oyó. Sacó el bolígrafo que la matrona tenía anclado en el bolsillito pectoral del uniforme y lo destaponó, entregándole el papel a Historia.
—¿Pero qué te pasa? ¿te ha abducido un ovni y te has quedado idiotizada? —gritó Historia, ceñuda. —Si ese va a ser tu comportamiento, ¡sal de aquí!
La pecosa no pretendió siquiera contestarle, pero de pronto la rubia le lanzó el bolígrafo sobre la mesita auxiliar y ese sonido hizo que la alfa se girara lentamente, acortando distancias con ella nuevamente. Reiner se puso nervioso.
—Firma. —Se paró a su lado, encarándola. Tomó el bolígrafo y se lo tendió. Le señaló los papeles con la cabeza. —Ahora.
—¿Podrías confiar un poquito en mí? Si lo firmo… no iré a esa cirugía de buenas a primeras.
Ymir la hizo callar de un golpe, un golpe que le cortó la respiración. Un golpe en la pared cuya trayectoria casi la rozó. La morena clavó su puño izquierdo en la pared a escasos centímetros de la cara de Historia, que tragó saliva. El resto en la sala guardó estricto silencio.
—Haz lo que te digo, no me cabrees. Firma.
Historia empezó a respirar más agobiada, sintiéndose desamparada. Reiner negó con la cabeza y bufó mirando a otra parte; los licenciados, por supuesto, no harían nada. Si alguien le tenía que echar pelotas debía ser ella. La criaja la encaró despacio y estuvo a punto de volver a romper los papeles como ya había hecho una vez, pero Ymir, con unos reflejos de guepardo, al ver que juntaba ambas manos le atrapó la derecha, y se la encerró bruscamente con la suya. Le incrustó el bolígrafo y la obligó a cerrar sus dedos alrededor, apretó. Apretó con fuerza, a la par que apretaba también los labios. Historia forcejeaba hacia atrás con la mano capturada, pero sólo pudo hacerlo hasta que dejó de ser un dolor soportable. Ymir le clavó los dedos y la obligó a cerrar la mano, se la pegó al papel, en la zona donde tenía que firmar.
—No lo haré. —Se resistió, conteniendo el dolor en la expresión facial. Sintió que se avecinaba una contracción poco a poco.
—¿Te crees que esto es un juego? ¿¡Te crees que estoy de broma!? —le acabó levantando la voz, y soltando su mano, le levantó el mentón al sujetárselo. Historia dio un gemido de sorpresa muy breve cuando Ymir se le chocó en la frente, y la miró tan cerca que parecía que iba a devorarla. —No estoy dispuesta a arriesgar su vida porque tú te sientas fuerte. Es mi hijo. MÍO.
—Nuestro —corrigió Historia, sentía que le temblaba la boca.
—ES MI HIJO. —Vociferó con agresividad, y la agarró del flequillo dorado que caía sobre su frente, levantándole la cara. —No correré ningún riesgo con él. Si no firmas, obligaré a esta gente a meterte en el puto quirófano igualmente.
Historia sitió que una lágrima se le caía por el rostro, y sin siquiera poder responderle, las rodillas se le encogieron hacia dentro al atraparla de lleno en una contracción aguda. La chica dio entonces un gemido leve, que acabó arrastrando con una insoportable fatiga en la respiración, fruto de sus nervios. Ymir la soltó del pelo. el temor de Historia le impedía llevar las respiraciones como le habían enseñado.
—FIRMA. —Le gritó, poniéndole los maltratados papeles por delante. —FIRMA.
Ymir estaba demasiado nerviosa al verla sufrir, temiendo lo peor. Historia, por descontado, sentía flaco favor con aquellos gritos y maltratos. Al final, cegada por la necesidad de un parto calmado, recogió el bolígrafo con la mano temblorosa y acercó la punta al papel.
—Ymir, basta ya. —Una nueva voz entró en la habitación. Moblit entraba junto a Jean. Reiner seguía mirándolas seriamente. Ymir los ignoró por completo. Historia acabó firmando, y en ese momento su desquiciada novia la agarró del mentón, clavándole las uñas. Le susurró frente a frente.
—Pero tú quién coño te has creído que soy, ¿un puto títere? ¿Una marioneta en tus manos? Eso creías. No dejaré que él muera por tu estupidez. Y es la última puta vez que me llevas la contraria, porque si le llega a pasar algo… si le pasa algo, te parto.
—¡Ymir! —gritó Reiner malhumorado, atrapando a la morena del brazo. Ymir se giró violentamente y le evitó la cara, llevándose los papeles. Historia dio un grito mezcla entre el dolor de la contracción y de la soledad que sentía, sumado a una creciente decepción al ver que Ymir acababa de usar la fuerza para doblegarla. Otra vez.
—No irás al quirófano a menos que uno de estos profesionales lo estime conveniente —murmuró Moblit en cuanto la mujer se fue, y acarició a Historia del hombro. —Ten tu parto tranquila, que yo me encargaré de ella. Volverá en unas horas. La convenceré aunque me juegue el pescuezo. Ha tenido una etapa berserk al matar a Harold, no es bueno ahora mismo llevarle la contraria.
Es una desequilibrada. No puedo confiar en que mi hijo no sufra las consecuencias de la naturaleza de su madre. Ya bastante mal le he hecho, dejando que sea esta zorra la que sea su madre. Por dios, que se parezca más a mí.
Tres horas más tarde
Historia estaba muerta de dolor, aquello era honestamente mucho peor de lo que se había imaginado. Cientos de médicos distintos podrían haberle dicho qué era sacar a un ser humano de un cuerpo, pero ningún dolor explicado iba a ponerla en preparación para aquello. La obstetra que la asistía no se separaba de delante de sus piernas, observando la situación.
—Hay que esperar un poco, pero ya va a salir. Controla las respiraciones.
—La epidural… por favor… —empezó a decir, pero las palabras se transformaron en otro grito arrastrado, que la hizo mover las piernas. El médico que estaba de auxiliar las sujetó con cuidado y la ayudó con gestos a mantener el ritmo de las respiraciones. Ymir estaba presente en una esquina, irascible y nerviosa, más después de que Moblit y Reiner la regañaran las tres horas consecutivas a su numerito anterior. Lograron convencerla… a medias. Ymir estaba demasiado asustada, los fantasmas de su pasado la perseguían. Además, preveía que Historia tomaría cartas en el asunto, pero ya no le importaba. La prioridad era el pequeño (o no tan pequeño) ser que Historia había estado alojando nueve meses en su cuerpo, formándose tan lenta y cariñosamente… que un altercado peligrara su vida, le provocaba urticaria. Un nuevo grito desgarrado de Historia la hizo sentir los pelos de punta, su nerviosismo la hizo andar hasta quedar al lado de la obstetra. Cerró los ojos al sentir un nuevo alarido de la rubia.
—Dele algo para el dolor.
—Señorita, ya es la cuarta vez que me lo pide. Los pocos calmantes que podíamos darle ya se los hemos dado, no podemos darle más o no tendrá fuerza para empujar —le contestó la mujer a Ymir. Ésta se movió hacia la paciente y trató deacariciar su mano pero la rubia se la quitó de malas formas, agarrándose al metal de la camilla. Gritó desgarrada, un grito mezclado con llanto, era tan fuerte que la propia Ymir tuvo que cerrar de nuevo los ojos. Se dirigió a la obstetra.
—Le duele mucho. Dele algo.
—Señorita, si sigue así pondrá nerviosa a la madre, más de lo que está… déjenos hacer nuestro trabajo. El último tramo del parto ha ido demasiado rápido, la epidural ya no le hará nada, es peligroso.
Ymir estaba que se subía por las paredes. Le temblaban las manos. Al verla a la cara vio el rostro descompuesto de Historia, sudada y llorando, incapaz de dejar de quejarse o de gritar. Jamás la había visto así, aquello debía de ser algo profundamente intenso. El siguiente grito le arqueó a la rubia la espalda por completo, como si todos sus músculos se tensaran.
—Historia, intenta regular tus respiraciones, estás agotada. —Le dijo la licenciada. De pronto bajó muchísimo su tono de voz, dirigiéndose a su ayudante. —Este niño es grande… le está costando. Tráeme tijeras y fórceps.
—El cuerpo me lo pide… necesito empujar.
—Aguanta un poco. Sólo unos instantes, ¿vale? Haremos una pequeña insición.
Ymir se estaba estresando. Historia hacía su mejor esfuerzo en controlar sus respiraciones, pero no llegó ni al minuto cuando una nueva expresión de dolor inundó su rostro y cedió al empujón, haciendo fuerza con el cuerpo y gritando. Otra lágrima le cruzó la cara.
—Si sigue así tendremos que cortarla demasiado —dijo la mujer al otro enfermero. Ymir los miraba atentamente, tensa como estaba, pero las pupilas se le achicaron al volver la vista a Historia. La obstetra volvió a hablar. —¡La mascarilla! ¡Historia! No cierres los ojos.
—No —dijo Ymir cabreada, llevando las manos al rostro de Historia, pero el auxiliar la apartó rápidamente y acordonó la cabeza con la mascarilla, preparando el oxígeno. —¿¡Historia!? ¡Historia!
—Salga de aquí —dijo la mujer, y de inmediato el médico le señaló la salida. Ymir no le hizo caso y se aferró a la rubia, preocupada.
—¿Historia…? Despierta, no te duermas… ¡despierta!
—¿Quieres que mueran los dos? ¡SAL! ¡YA! —Ymir elevó la mirada al médico, incapaz de aceptar lo que acababa de oír. Abrió las manos para no seguir tocando a la rubia y salió fuera de la habitación, anonadada y tremendamente asustada. Daba igual lo jodidamente cabreada que estuviera, sus enfados no devolverían la vida de nadie si esa noche su hijo o su novia decidían no despertar más. Ymir se quitó el gorro y la mascarilla y notó un fuerte azote en la garganta que le impedía respirar. Se agitó tantísimo que tuvo una arcada y asomó la cabeza por la ventana, obligándose a tragar prácticamente el aire exterior. Pudo controlarse poco a poco, muy poco a poco, hasta que su respiración volvió a regularse.
Aquella presión mental era horrible. Sentía que iba a tener una especie de ataque de ansiedad. Acababa de dejar literalmente la vida de Historia y de su hijo en manos ajenas. No se fiaba de nadie y tenía que hacerlo… ella no era médico.
La familia Reiss aguardaba en la sala de espera, manteniendo las distancias con Ymir.
Fueron treinta minutos los que tuvieron que esperar para saber finalmente cómo concluyó aquello. El enfermero asomó la cabeza y llamó únicamente a Ymir, que entró como alma que llevaba al diablo, muy nerviosa.
—¿Dónde está Historia? ¿dónde está…? ¿Está bien…?
—Relájese… verá, Historia aún está en observación, ¿de acuerdo?
—¿Qué…? —Ymir se preocupó mucho más, notando que le volvía a faltar el aire.
—Estamos muy pendientes a su estado, pero ha tenido un sobreesfuerzo. La dilatación no era suficiente y hemos tenido que cortarla cuando ha empezado a perder fuerza. Hemos tenido que sacar al niño con fórceps.
Ymir miraba fijamente a aquel hombre y sólo pensaba en estrangularle. Se le nublaba la vista. Pero de pronto, de la nada, entró otra mujer, la obstetra, con el uniforme con bastante sangre adherida. Los guantes sin embargo estaban limpios.
—¿Está ya lavado y pesado?
—Todo hecho y listo para ser cambiado. Sano y fuerte como un roble —dijo la mujer, con una tierna sonrisa en el rostro. Acortó distancias con él para entregarle la criatura, y enseguida el chico se giró para encontrarse con Ymir.
—Bueno, Ymir… te presento a tu hijo.
—¿Qué…?
El hombre le entregó un cuerpo envuelto en sábanas hospitalarias. El neonato no era pequeño, en absoluto, era un bebé contundente y tenía marcas de fórceps en ambas sienes, lo habían sacado a tirones del interior de Historia. Se quedó muy impactada al tenerlo en sus brazos, sus ojos estudiaban cada centímetro de su blanca piel, de sus ojos, de sus mejillas regordetas y sus rollizos brazos, de sus puños fuertemente cerrados. Salió con la criatura en brazos hacia la sala de espera donde aguardaban los demás, y en ningún segundo le quitó la vista de encima. Al tocar uno de sus puños el bebé reaccionó y abrió su boquita en un profundo bostezo, agarrando con saña su dedo. Sintió su fuerza. Y sintió un vínculo. El vínculo se estrechó y se intensificó en su organismo, como si sintiera una especie de devoción. Al sentir la fuerza que tenía y que no la soltaba, Ymir se tapó la cara con una mano, sosteniéndole a él con el brazo opuesto, y se puso a llorar amargamente. Trató de aguantar el romper a llorar tantos segundos que al final hizo más ruido del que quería, se sentía miserable.
«Deja de llorar», le decía su tío con mucha frecuencia, cuando Ymir aún no cumplía siete años. «Deja de llorar, y menos en público».
Pero Ymir no podía parar. Volvió a sollozar igual de fuerte, le dolía el pecho por seguir intentando no hacer tanto ruido. Era incapaz de mirar a su hijo más de dos segundos a los ojos, sentía un profundo malestar, una culpabilidad, y no paraba de recordar que había hecho daño a Historia hacía unas horas.
—Es… mi nieto, ¿verdad…? ¿Podría…? —oyó una voz afable y esto la hizo alejarse unos centímetros, desconfiada. Al ver bien a la familia de Historia, se calmó. Alma palpó algo de humanidad al verla llorar y se le acercó despacio. Quería conocer a su nieto. Ymir le permitió verle y cargarle. La recién estrenada abuela sonrió y pasó un par de dedos por la mejilla gorda del bebé, que reaccionó bostezando por segunda vez. Sus tíos, todos jóvenes y rodeando a Alma, miraron con mucha ternura aquella vida que Historia acababa de traer al mundo. Frieda y Florian llevaban rato con las lágrimas en los ojos, no cabían en sí de su felicidad. Y Alma, pese a ser como había sido siempre, en aquel momento… sólo pudo recordar cuánto la entristecía que su marido no hubiese llegado a presenciar ese momento antes de fallecer. Lo acarició melosamente, con cariño y ternura.
—Qué guapo es… ¡y qué grande!
Ymir se secó las lágrimas sin responder a nada, si lo hacía volvía a llorar. Se sentía débil y expuesta, pero a aquella gente no parecía importarle. Todos estaban pendientes al verdadero protagonista.
—¿Cómo está mi Historia…? —dijo educadamente la mujer, preocupada por la salud de la rubia. Ymir negó con la cabeza, hablando con la voz muy gangosa.
—En observación… estoy… preocupada…
—Tranquila —sonrió la mujer, tocándola del brazo y sonriéndole. Ymir vio en ese momento de quién había heredado alguna que otra expresión dura Historia, cuando se enfadaba.— Mi hija será pequeña, pero es fuerte. Saldrá de esta. —Le entregó después de unos minutos al niño de nuevo, que la morena cargó con extremo cuidado y algo de torpeza. Ymir asintió con esfuerzo, tragándose el resto de lágrimas. Volvió la vista a su pequeño y suspiró hondo. Se sentía muy extraña y muy débil, tal y como Ariadna y su padre le decían de pequeña. Pero se sentía débil porque sabía que en sus manos tenía la que acababa de convertirse en su mayor debilidad. Apenas podía creerse que ese crío fuera suyo. Se humedeció los labios mirándole embelesada, las manos le seguían temblando, no podía ni sentarse junto a los demás sin sentirse agobiada. Prefirió quedarse de pie. Con cuidado, se acercó al pequeño y le dio un beso tenue en la frente. El simple hecho de imaginarse que podían hacerle daño le hervía el alma, pero no se hacía ningún favor acumulando pensamientos negativos en la mente. Se quedó acariciando la mano al pequeño hasta que le asignaron una habitación privada para pasar la noche.
Una hora más tarde, Ymir por fin tuvo actualización del estado de Historia. La familia de la chica también se quedó hasta saber de ella, los medios de comunicación en la calle ya sabían por Alma algunos detalles. Ymir se había convertido en madre de un varón sano y fuerte, futuro alfa, cosa que también habría que tener en cuenta de cara a su instrucción. Aunque tenía serias dudas al respecto. Imaginar que tenía que traspasar todos aquellos conocimientos -algunos muy siniestros- a su retoño le daba pereza y miedo al mismo tiempo. Sabía lo fácil que era hacer de una mente de alfa una persona insensible, y lo difícil que era después salir. Ella era el mejor ejemplo, ella y sus nefastas recaídas de maltrato. No tenía el autocontrol que creía.
—¿Historia? ¿Me oyes…? —la rubia parpadeó despacio, somnolienta. Tenía la vista nublada y mareada, y movió los labios, notándose seca.
—Ym…mir… el… bebé…
—Está aquí. Con nosotras. —Aquello hizo que la rubia intentara con el doble de esfuerzo separar sus párpados, se notaba muy agotada. Sus ojos se pararon en el rostro rechoncho que tenía en frente y dio un suspiro de relajación, moviendo los brazos hacia él. Ymir se lo acercó y se lo acomodó con cuidado.
—Ten cuidado con su cabeza, ¿vale?
—Sí… ¿está todo bien…?
Historia se emocionó al sostenerlo por primera vez. El bebé reaccionaba a los movimientos, pero al sentirse envuelto en el olor de aquel otro cuerpo, que le era mucho más familiar, movió suavemente su cabeza al pecho de la rubia. Balbuceó sin abrir los ojos.
—Está todo perfecto. Está muy bien, sólo que está algo sensible por los fórceps.
—Te juro que cuando me metieron esas cosas en el cuerpo creí que me iba a desmayar de nuevo…
—Yo sí que iba a desmayarme cuando vi que te desvanecías.
—Ya, claro —dijo concentrada en su hijo, acariciándole la mejilla una y otra vez. Ymir se sintió un poco mal y bajó la mirada al crío, susurrando.
—Sé que no es útil, pero… siento mucho lo de antes…
—Así, así será siempre. Tú perdiendo los nervios y pegándome u obligándome a hacer algo que no quiero. Pero te dije… que no lo aguantaría más. Y no era ningún farol.
Ymir perdió la sonrisa y se quedó mirándola fijamente. Historia la notaba mirándola, pero no levantó los ojos siquiera. Siguió hablando.
—Ahora estoy muy débil, pero ya iré a recoger mis cosas de nuevo. No quiero un entorno como esa casa para él. Todo lleno de secretos, locos y maltrato.
—¿Podemos… disfrutar de este momento y hablar de eso más tarde?
—No hay nada de qué hablar. —Manifestó secamente, siguiendo con las caricias sobre el pequeño. La enfermera volvió a entrar con el uniforme ya cambiado y se acercó a las madres, sonriendo.
—¿Saben ya si Historia desea darle el pecho o el biberón?
—El pecho. ¿Cuándo puedo empezar?
—Cuando él te lo pida —sonrió, asintiendo, acercándose al niño. Ymir estaba tensa, no había dejado de mirar a Historia ni un segundo desde su última frase. —Los bebés son capaces de reconocer el olor de la madre gestante, seguramente pronto empiece a buscar comida él solito. ¿Y el nombre?
—Marcos —sonrió, sin siquiera consultarlo con Ymir. Ésta asintió y la mujer empezó a rellenar su partida de nacimiento ahí mismo, completando todos los datos. Ambas madres firmaron y la enfermera las dejó solas. Ymir se acercó un taburete para estar cerca de ella y se quedaron largo rato mirándole sin decir nada, atrapadas por el rostro de la inocencia que ese niño tan pacífico tenía. Historia lo arropó bien.
—¿Me traes su ropa?
—Mierda… el neceser.
Historia sonrió irónica.
— En fin, déjalo. Si no te es molestia deja pasar a mi familia, les conozco y seguro que han traído algo. Y un pañal… nos lo dejará el mismo hospital.
—Se lo diré, pero voy a casa rápido. Traeré todo para acá. —Se levantó y puso el abrigo.
—Déjalo, Ymir —repitió, sin muchas fuerzas. —Ve con tus primos o con quien quiera que precise de tu presencia. Yo me quedo con él.
—Para de apartarme, joder. Te he dicho que ya voy a por él. —Dijo algo cabreada, cerrándose la cremallera y saliendo de la sala. Cuando lo hizo y cerró la puerta suspiró hondo, notando un nudo en la garganta.