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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 32. El testimonio de un testigo mortífero

Tres años más tarde

—¿El niño ha sufrido alguna transformación ya?

—No. —Contestó Ymir.

—Sus células aún se están preparando para la regeneración rápida. De todos modos, en su caso, lo más probable es que la herida cure antes y sus células interpreten que los estratos epiteliales no tienen nada que arreglar. No sé si me entienden.

—Creo que no… —murmuró Historia y miró a Ymir, que parecía estar mirando a otro lado, cabreada. Al parecer ella había entendido perfectamente. Marcos había sufrido un accidente. Sus células de alfa, al ser un infante, sólo regeneraron el hueso astillado y la musculatura, pero la dermis se había hecho de rogar. Aún no tenía todo su potencial como para regenerar tan velozmente como su madre.

—Bueno, quiere decir que es muy probable que le quede cicatriz. La piel aún tiene que estirarse un montón con su crecimiento. Cuando las células cambien más por su genética de titán, interpretará que las células de la piel con aspecto de cicatriz son las normales, al estar ya sanas. Así que el brazo le quedará marcado, muy probablemente. —Comentó el médico, terminando de firmar unos papeles.

—Entiendo —asintió brevemente Historia. Ymir tenía la mirada ensombrecida. Aquello había sido su culpa, un descuido. Cuando Historia se había enterado por teléfono casi le da un ataque de ansiedad, no podía darle esos sustos. Al fin y al cabo, volvía a estar embarazada.

—Ehtoy bien.

—Cállate. Baja de ahí y andando. —Dijo Ymir casi iracunda, clavando sus ojos en los ojos marrones de Marcos. El pequeño bajó de un salto torpe. Acababa de cumplir los tres años, pero estaba enorme. Nadie diría que sólo tenía tres. Marcos era muy contestón ya desde pequeño, y andaba a los saltos continuamente. Pero cuando su madre Ymir le alzaba la voz, sentía temor y siempre callaba.

—Ma… pero yo no…

—Cállate —le alzó el índice en señal de silencio, y el niño miró al suelo sin rechistar. Ymir le hizo un saludo cortés al médico y cuando ya estuvieron en el exterior de la consulta le alzó la mano, a lo que el niño salió corriendo acobardado, lo que hizo sonreír astutamente a la mujer. Nunca le había pegado fuerte, jamás. Historia no se lo perdonaría, aunque algún que otro cachete suave de advertencia sí se había llevado. Tenían la regla de no pegar nunca a nadie. Después de tres años, Ymir había aprendido muchas cosas sobre el autocontrol. Su prima, que en aquel tiempo había parido a dos niñas que no eran alfas, estaba sumamente hastiada. Odiaba el proceso del embarazo y el parto, sobretodo porque ella tenía vagina y sí tenía que pasar por aquel endemoniado proceso, lo único bueno es que regeneraba pronto. Pero estaba igualmente harta. ¿Por qué Ymir había tenido suerte a la primera? Sus hijas tenían prohibido jugar con Marcos, pero aun así, Ymir se las había ingeniado para mimarlas muy de vez en cuando, cuando el único de sus primos que merecía la pena se lo permitía. 

Marcos gruñó en un tono bajo, pero volvió a cerrar el pico cuando su alta madre se inclinó a levantarlo del suelo y a atarlo debidamente en la sillita, en los asientos traseros del vehículo. Miró hacia atrás y vio que Historia se había entretenido hablando un poco más con el médico.

—Ahora tendré que explicarle a tu madre por qué estabas jugando en el jardín de Ariadna. Me va a cantar las cuarenta, tienes que ser más inteligente.

—¿Cantar las cua… qué…?

—Que me va a regañar, mocoso. Por dejarte jugar en aquella casa sucia que tienen y llena de gente despelotada. —Dijo Ymir hastiada. Lo señaló con el dedo. —Serán dos meses sin comer galletas de chocolate.

—Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…

—Otra tarde sin… jugar. —Suspiró endiablada consigo misma, casi refunfuñando. Marcos ladeó la cabeza sin saber a qué se refería.

—Ma, ¿jugar?

—Estoy hablando en voz alta —dijo rápido, sin dejarle pensar demasiado. Por supuesto, se refería a hacer el amor con Historia. En secreto, se había prometido a sí misma tener mucho cuidado para no tener a corto plazo más hijos, sin embargo, aquellos planes sonaban muy bien en su cabeza hasta que volvía a acostarse con ella. Realmente, Ymir era carne débil ante esos placeres. Historia estaba embarazada por segunda vez de dos hijos, un embarazo que ya se veía venir por la ascendencia de Ymir, cuyo padre tenía un gemelo. La pequeña Historia, que de pequeña sólo tenía la estatura, había pasado el último par de meses de médicos y ginecólogos, esta vez ultimando hasta el mínimo detalle para que los mellizos que traía consigo salieran sin ninguna dificultad. Se estimó que pariría con ocho meses, y por ello, con la fecha casi encima, tenían mucho cuidado.

Mansión de Ymir e Historia

Marcos llegó dando tumbos. Lo primero que ocurrió al abrirse la puerta principal, es que Historia le gritara para que parara de correr, y volvió a acuclillarse y verle el brazo de cerca, el niño tenía puntos en el largo del antebrazo. La caída del techo del establo de la hacienda que tenían los primos de Ymir había hecho que el pequeño se lo rajara desde el codo hasta la mano en un corte profundo, lo sufciente para que aquella cicatriz perdurara para siempre en su cuerpo incluso siendo un alfa, al herirse tan pequeño.

—Maldita sea, Ymir… tenías que vigilarle mientras yo volvía de la revisión… ¡sólo eso!

—Lo siento. Lo perdí de vista. Es muy escurridizo. Habría que bordear mejor el jardín para que se enterara de que no puede ir allí.

Historia suspiró, cansada para discutir, sólo dejó salir el aire de sus labios al estudiar la magnitud de aquel corte ya cosido. Le apenaba ver así el brazo de su pequeño, aunque Marcos, aún anestesiado localmente por la intervención, no le prestaba ni la más mínima atención.

—Ve a tu cuarto, cariño —dijo con la voz apacible, dejando que Marcos saliera corriendo hacia las escaleras. —Y ten cuidado, no vayas corriendo —suspiró, aquel torbellino no tenía remedio. Después, se puso en pie costosamente y se giró a Ymir. —No es la primera vez que se hace daño en ese dichoso establo. Por favor, ¿es mucho pedir que le eches un ojo?

—No lo es, pero te aseguro que se me escapa de vista. Llevaba como veinte minutos buscándole cuando oí que se caía. Intento estar todo el día mirándola, pero a veces desconecto y…

—No quiero más excusas, es tu hijo. Parece que no sabes lo cansada que estoy… ¿sabes cuánto pesan dos bebés en el cuerpo? Con estas piernecitas —dijo elevando una pierna, bufando.

—Podría comprarle una correa, es como un arnés con cuerda.

—¿Como un perro? —dijo indignada, cruzándose de brazos.

—Como un niño desmandado que necesita supervisión —replicó.

—Deja de tomarlo a broma.

—No lo estoy haciendo. Es una idea a considerar, no me parece descabellada.

—Ymir —alzó la mirada y se le acercó más, ceñuda. —No me ha gustado nada lo que ha ocurrido, ¿has visto cómo tiene el brazo? Una semana bajo tus cuidados y ya está señalado de por vida.

La otra no dijo nada. Entraron a la casa y la alfa alargó el brazo hasta el enorme frutero que tenían, sin contestar. La bajita insistió.

—Hoy ha sido el brazo, pero un crío sin supervisión es un peligro. Si la próxima vez es en el cuello, hasta ahí llegó nuestro hijo. ¿Entiendes? ¿entiendes qué habría pasado si se hubiera rajado el cuello, Ymir?

Ymir abrió los ojos y se encogió sólo de pensarlo, sin llegar a comer. Su hijo muerto por no estar pendiente. Le cambió tanto el rostro que Historia se sintió mal, por haberle hablado de ese modo. Notó una patada proveniente de su vientre y se tocó instantáneamente. Al ascender la mirada se sorprendió al tener a Ymir tan cerca, mirándola preocupada.

—¿Te sientes bien?

—Sí —asintió la rubia, suspirando. Curvó una delicada sonrisa y abrió los brazos hacia ella, invitando a la morena a un abrazo. Ymir se inclinó y la rodeó con cuidado, sintiendo el vientre abultado de su chica entre ambos cuerpos. —Perdóname, estoy muy irritable…

—Me basta con que sepas que intento ser una buena madre…

—Lo sé. Tranquila, lo sé. —Ciñó las manos en su espalda y la acarició largos segundos, sonriendo. Hasta que de repente, la paz se quebró de un estruendo fortísimo que tiró abajo la puerta reforzada de la mansión. Aquello había sido intencional, una explosión totalmente provocada. Historia dio un grito y su cuerpo por poco cae al suelo, de no ser porque la morena la pudo agarrar a tiempo del brazo y la alejó tras la viga de la cocina de un empujón controlado.

—Propiedad número 56 de la alfa de primer grado… ah, así que esta es la famosa Ymir. ¡Maravilloso! —Eran personas de armadura blindada. Policías del mundo de alfas, sin lugar a dudas. La voz del capataz era tan burlona, que la morena se giró con el ceño fruncido, sin entender nada.

—Vas a pagar esa puerta que has tirado abajo, y a cada guardia al que has matado para acercarte.

—Sh…. ¡sh! Tranquila, señorita. Tenemos una orden bastante pudiente… de otra persona influyente que, mira por donde, es también un alfa de primer grado. Qué casualidad. Justo la única normativa que no protege a alguien tan infranqueable como tú. Ser denunciada por alguien con similar influencia.

—Nadie tiene mi misma influencia, hijo de perra.

—Ouch… esta mujer de veintipocos años nos dice cómo hacer nuestro trabajo. Vaya vaya vaya… en fin. Hablaremos en el juzgado, y seguidamente en tu juicio. Ymir, se te acusa de atentado abierto contra la jerarquía y estructura de los alfas, poniendo en peligro a los tuyos e incitando a la rebelión del eslabón más débil.

Ymir frunció más el entrecejo, incapaz de poner origen a la persona denunciante, podía haber sido cualquiera con poder… pero… alfas de primer grado había pocos. Ese puesto de poder sólo podía ser obra de algún pariente suyo. Nadie más tenía su poder, a Pixis lo tenía bastante acojonado como para hacer aquello. Pero toda esta maquinación se detuvo en su cabeza cuando vio que dos policías tironeaban de Historia, tratando de ponerle a la fuerza unas esposas.

—A ti, Historia, se te acusa de seducción y profanación de la jerarquía. Una embaucadora de alfas, sin lugar a dudas. Y a esta le teníamos ganas desde hace tiempo.

Ymir sintió electricidad pura cuando vio aquello, y con la fuerza de un animal, mandó a lado y lado a los dos hombres que la sujetaban, tirándolos al suelo. Se acercó con brusquedad al hombre que esposaba a Historia y le partió el cuello de una veloz patada, matándolo instantáneamente. Se dio la voz de alarma y los policías empezaron a rodearlas, Ymir comprobó que su sistema de vigilancia había sido apagado y no podían pedir ayuda desde el interior de la mansión. Se giró con los dientes apretados, pero justo cuando se volvió a Historia el capataz le sacudió una porra especial de hierro en la cabeza, que hizo que Ymir girara hacia un lado la cara y trastabillara.

—¡Ymir! ¡IMBÉCIL, VAS A… VAS A…!

Ymir sonrió con malicia, volviendo lentamente el rostro hacia aquel cabrón. Al hombre se le cambió la cara.

—Es imposible… es un hierro, tenías que haberte quedado inconscient-…agh… —Ymir no le dejó acabar. Lo levantó del suelo y quebró su protección del casco con las manos, apretando tanto con ellas, que el vidrio de los laterales se combó y la presión de las almohadillas cedió ante la fuerza, estrujándole el cerebro. Historia vio con los ojos en lágrimas que Ymir lo levantaba más y más del suelo, y de sus antebrazos empezaron a emanar chispas.

—Se va a convertir, SE VA A CONVERTIR. ¡CAPITÁN, QUÉ HACEMOS!

—Alfa. Para ahora mismo, o te aseguro que se acaba todo para ti.

Ymir dirigió su mirada hueca hacia el portavoz de esa última frase, y como si saliera de un trance, las chispas de sus brazos terminaron y abrió las manos, en señal de indefensión inmediata. El corazón empezó a palpitarle muy deprisa al ver una ametralladora de un cañón desproporcionadamente grande en dirección a la cabeza de Marcos.

—Mira eso… increíble —murmuró el capataz tosiendo, y tirando al suelo su casco roto, había sido humillado y estaba enfurecido. Pero para él y para todos seguía siendo asombrosa la reacción de aquella magnífica alfa al ver a su hijo en peligro. Historia trató de abalanzarse sobre el portador del arma y el capataz sonrió, al ver que Ymir movía involuntariamente las manos en el aire como si quisiera detenerla. El que tenía el arma desplazó el índice al gatillo e Ymir sintió un terror indescriptible. Marcos empezó a gimotear asustado, sin entender nada de lo que le rodeaba, les pitaban los oídos.

—Si le haces algo…

—Mira cómo te tiembla la voz ahora… —dijo el hombre enfurecido, soltándole un revés con la palma de la mano. Pero volvió a humillarse a sí mismo, ya que Ymir esta vez ni siquiera giró el rostro. Uno de los anillos del hombre le rajó el labio, pero la sangre tardó en salir. Ymir no se jactó, sólo le miró fijamente.

—¿Esa es toda tu fuerza? Debes de tenerla enana.

El hombre descargó su furia en otro puñetazo sólido, y esta vez sí que la morena trastabilló con un pie, pero recuperó rápido su posición. La nariz le sangró en un hilo, pero la vio sonreír, y eso le carcomió por dentro.

—Eres fuerte —declaró el tipo, tocándose la mano. —Lástima que ni tu hijo ni tu beta lo sean.

—Te destruiré —le cortó, arqueando las cejas y recuperando la calma. Hasta el capataz y algunos de sus hombres llegaron a achantarse, viéndola hablar con tanta seguridad a pesar de estar sangrando. —Te destruiré de todas las maneras en que se pueden destruir a un hombre. Y sé muchas, cabrón. Prepárate.

El hombre sintió un cosquilleo en la columna, pero no lo manifestó facialmente. Si lo hacía, perdería el poco orgullo que le quedaba ya de ese encuentro. Sin contestarle, hizo un gesto a sus muchachos y éstos lograron ponerle las esposas metálicas. El capataz vio que Ymir echaba un ojo a sus esposas, pensativa, y esto lo alteró. Esa zorra es capaz de dislocarse las muñecas para quitárselas y luego recolocárselas, pensó. Así que no le quitó ojo de encima hasta que se subió al furgón blindado. Allí era complicado que se convirtiera en titán.

Pasaron varios días separadas. Ymir se hubiera vuelto loca de no ser por las palabras de aliento de Moblit y su abogado, quienes afirmaban tener unos cuantos problemas para socorrerla en el caso que tenían por delante. Era un juicio difícil, principalmente por la polémica que había levantado y la fuente de la denuncia. Los medios de comunicación, como era de esperar, también estaban muy divididos en sus creencias, había cadenas televisivas de todo tipo, pero la mayoría apoyaba al movimiento alfa. La presión mediática había que tenerla siempre en cuenta, puesto que hacían de procesos judiciales o cualquier otro tipo de problema, algo mundial. Ymir llevaba años en el foco de todas las miradas, pero jamás se imaginó que acabaría metida en un juzgado por hacer lo que el corazón le dictó.

Juntos elaboraron una estrategia muy buena, pero Ymir tenía sus reticencias e Historia también. Su abogado le aseguró que si aceptaba el retome de sus actividades y deberes como alfa, el juicio no iría a más, y que con Historia podría seguir haciendo lo que quisieran en familia.

Ymir asintió desganada, pero sabía perfectamente que aquello no iba a terminar pasando. Ni siquiera estudió la estrategia. Además, tanto a ella como a su antigua beta Historia les informaron de que el juicio sería televisado y en directo por muchas cadenas de pago. Historia no pudo sino reírse al enterarse de lo hipócritas que eran todos ellos: hasta la propia Ymir recibiría millones de dólares, puesto que sus cuentas bancarias estaban vinculadas a la jerarquía alfa vigente, y la televisión era un negocio más. Se le hacía hasta cómico.

Lo más insoportable, sin duda, fue la espera hasta el día del juicio. Ymir se sintió egoísta, pero odiaba que apartaran a Historia de su lado. Había salido de cuentas a cientos de kilómetros de distancia y bajo protección policial de alfas, de los que no se fiaba. Se perdería el nacimiento de sus hijos, por si fuera poco con la de días que llevaba sin ver a Marcos. El proceso judicial comenzó al siguiente día. Lo último que pudo saber Ymir antes de caminar hasta su posición, fue que Historia acababa de tener a un niño y una niña y que asombrosamente los pudo tener de manera natural, sin cesárea. Su abogado le dijo que pese a los nervios que sintiera, debía estar tranquila y ya que así lo había decidido, fuera sincera con el juez y nada más.

Tribunal

Después de una soporífera introducción que a Ymir se le hizo eterna, las -muchas- partes involucradas se sentaron en un estrado alrededor de la sala. Los bancos más alejados estaban a reventar, casi todos eran periodistas. El resto, una grada aún igual de gigante, llena de testigos, tanto betas como alfas, esperando su turno para hablar. Ymir recorrió cada una de sus caras, reconoció a muchísimos amigos, a muchísimos conocidos… y a muchas de sus víctimas.

La juez era una mujer. Una pequeña, pero con cara de muy malas pulgas y el rostro imperturbable. Ymir le dedicó una mirada cuando cruzó la sala hacia su estrado de acusación. Casi a quince metros de distancia se encontraba su prima. Era ella, claro. Ni siquiera se sorprendió de que fuera la mano ejecutora de la denuncia, no cabía en sí de la envidia que le tenía.

—Bien. Ymir, de la excelentísima casa Fritzel, acérquese al micro.

La imperiosa voz de la jueza hizo que los periodistas se arrimaran a sus bancos y elevaran las cámaras. En cuanto algunos flashes se dieron, la policía sacó al par de hombres que habían fotografiado a Ymir, entre un millar de quejas e improperios. El resto se quedó grabando en silencio y disimuladamente, esos metrajes valían oro. Era la maldita Ymir, ni siquiera se conocía a otra alfa con aquel nombre porque era única. Ariadna sintió envidia al ver la atención que le prestaban a esa descarrilada. La acusación procedió a hacer su alegato inicial.

—Empezaré a narrarle algunos sucesos de los que se le acusa, y pronto subirán aquí algunos testigos de su mansión, y de otras mansiones. Los betas que no han accedido a venir aquí pertenecen a casas de alto renombre que han preferido no manifestar opinión de ningún tipo.

Eso la tranquilizó. Por eso no había visto a Reiner, su mejor amigo. Asintió a las palabras de la acusación y se humedeció los labios.

—Bien. Este es un lugar donde sólo tiene cabida la verdad, y como tal, actuar en contra de ésta tendrá consecuencias legales. Como buena alfa que usted es y nos consta a todos, no tiene ninguna necesidad de recurrir a eso. —Esta vez habló la jueza. La mujer se acomodó las gafas y miró algunos papeles que tenía por delante. —Se la acusa de traición a la tradición alfa, que fue iniciada y minuciosamente seguida por, valga la redundancia, la familia Fritzel. Desde entonces, toda la ascendencia de ustedes, Ymir y Ariadna, han sido los promotores de una gran estirpe y mueven una fortuna que no se puede contar con números, sino con potencias. Diganos, Ymir… ¿cómo se declara?

Ymir miró a su abogado de reojo. Volvió a mirar a su prima, y después clavó la vista en la mujer que la interrogaba.

—Inocente.

Se oyeron unos murmurllos en toda la sala. Ariadna se carcajeó, pero el mazo de la mujer la calló inmediatamente.

—¡Está mintiendo, señoría!

—Silencio. Aquí dentro, yo decidiré cuándo le toca hablar a usted. —La chica puso una mirada de insatisfacción, pero le hizo caso. —Bien, se declara inocente. ¿Es cierto que conoció a Historia Reiss en su última candidatura, hace ya tres años y cinco meses?

—Sí, es cierto.

—¿Es cierto que fue voluntariamente su última candidatura?

—Sí.

—Bien. Explique por favor con la máxima claridad los motivos.

Ymir se acercó al micrófono pensativa, bastante rato. Los periodistas se pusieron nerviosos de la excitación esperando.

—Porque no quise.

El público estalló en risotadas, el cámara que sí tenía permiso para grabar, también. Ariadna negó con la cabeza, hastiada. La jueza golpeó con fuerta el mazo solicitando orden y silencio.

—Señorita Ymir, se lo diré para las próximas cuestiones, por su bien y por el bien de mi paciencia: sea lo más descriptiva, clara y explicativa que pueda. ¿Estamos?

Ymir asintió con el ceño fruncido, no entendía las risas. Ella siempre había sido así, de pocas palabras.

—Díganos por qué no quiso. —Aclaró la jueza, para apretar un poco a la acusada.

—Es difícil complacerme —empezó a decir, sin saber bien dónde mirar. No le gustaba un maldito pelo estar hablando de sí misma delante de tanta gente y menos si estaba siendo grabada. —Pero ella lo logró. No me sentí interesada en tener más compañía.

—Como bien sabrá, las candidaturas de los alfas son como mínimo, de una cada dos años. La única justificación permitida es que el alfa en cuestión no pueda mantener económicamente a sus seleccionadas, o bien que ninguna de las solicitantes sea de su agrado. Cosa que, según su historial, había pasado antes. Sabemos que tiene el listón alto. Aun así, no ha celebrado ninguna en bastantes años.

—Pero yo no he ido en contra de la tradición de mi familia. Quien quiera ser alfa, que lo siga siendo.

—Además veo aquí… que se desligó del comité alfa.

—Es un insulto para todos nosotros —irrumpió Ariadna, que se ganó la mirada de desprecio de un sector infestado de alfas. Sintió que metía la pata cada vez que se metía con Ymir, pero no podía evitarlo. Maldita zorra, pensó, tiene tantos amigos… así va a ser difícil hacerse un hueco en el poder. La jueza hizo otra pregunta.

—Ymir, ¿puede indicarnos qué tipo de relación tiene con Historia Reiss, y por qué hace tres años que bajo su consentimiento, ya no es una beta?

Ahora sí que tronó la sala entera. Ymir subió la mirada bien abierta a aquella mujer, acababa de dar mucha carnaza a los medios. Nadie tenía por qué conocer aquella realidad. Sabiendo que Historia (ni ninguna de sus antiguas chicas) no era beta por su consentimiento, su reputación podía temblar de verdad.

Espera. ¿Esto me sigue importando?, se autocuestionó. Suspiró y trató de pensar rápido. Miró a su abogado, que le hizo un gesto de que nada importaba, que siguiera con lo aprendido y se relajara. Ymir entreabrió los labios y dejó caer los hombros.

—Ella… ella es…

—¿Sí…?

—Nunca… nunca quise… yo…

—¡Ymir está casi temblando! —dijo una periodista acercándose la grabadora de mano, a lo que un policía le quitó el aparato rápido. Costaba ver a Ymir indecisa, con lo fuerte que era, y la poderosa reputación que tenía. Los cuchicheos a sus espaldas la despistaban, pero trató de relajarse y empezar de nuevo.

—No es beta porque no quiere serlo. Nunca quiso —los cuchicheos aumentaron de decibelios, empezando a aumentar un tronar de voces cada vez más alto. La jueza dio con el mazo, pero Ymir no se detuvo. —No quise permitirle que se fuera ni quería firmar esos papeles, quería retenerla en el puesto que le correspondía, pero si la obligaba, se suicidaría.

Ariadna ladeó la cabeza sonriente. ¿Acaso su prima pensaba ofrecer un escenario en el que Historia fuera la mala y la manipuladora? Esa sería una táctica muy eficaz, que no era otra que la misma que ella tenía pensada. Sin embargo, los alfas no se enamoraban y hacían caso a sus betas por esos motivos, o al menos, estaba mal visto. Ariadna tenía un as bajo la manga mucho mejor que dejaba a ambas en mal lugar. Pero por el momento, guardó silencio.

—¿Historia la manipulaba emocionalmente? ¿Era capaz su beta de llegar a tanto contra usted, Ymir?

La morena negó sutilmente con la cabeza.

—A día de hoy no sé si hizo aquello por manipularme, pero no me importa. Ella… no tenía madera para ser beta. Historia ha tenido siempre un buen par de ovarios para enfrentarme.

Aunque no pudieran verse, Historia sonrió emocionada al oír esas palabras, pues ella era una de las millones de personas que estaban mirando el juicio por televisión.

La mujer que comandaba el juicio la miró con los ojos entrecerrados.

—Sin duda, extrañas palabras para una mujer alfa. Una mujer alfa casi siempre es más eficaz que un hombre, según el historial de alfas de todas las casas hasta el momento registradas. Entendiendo eficaz como el número de negocios capaces de mantener. ¿Cómo logra una muchacha como Historia Reiss, de familia humilde y poco pudiente entrar en una de las clasificatorias para una alfa como usted?

—La clasificación de nuestra familia es poco azarosa. Suelen fijarse en los físicos y personalidades preferidas de cada alfa y hacer una selección en base a las candidatas o candidatos que lleguen a la sede.

Ariadna asintió al oírla, así como muchos otros alfas en sus gradas. Ymir continuó.

—Así que tengo subordinados adiestrados para elegir lo mejor y más adecuado para mí, al menos… en teoría. Como usted bien ha dicho, varias veces me he vuelto a casa con las manos vacías.

—Bien. Aclarado ese punto… ¿cómo logra Historia llegar a la idea, considerando que esa idea no sea una invención para manipularla a usted, de que quiere matarse?

Desde la habitación del hospital, Historia suspiró temerosa. Le hizo un gesto a su madre, la única compañía que le habían permitido tener, para que se encargara de Marcos.

—Por favor, no quiero que escuche nada de esto —Alma estaba muy entretenida mirando la tele, así que refunfuñó cuando se vio medio obligada a tomar a su nieto en brazos y sacarlo de la emisión. Historia suspiró, probablemente eran cosas de las que se acabaría enterando, pero deseaba que no fuera siendo tan pequeño. Siguió pendiente al directo.

—Porque le hacía muchas perrerías. A todas. Como muchos de los aquí presentes a sus betas. Muchos hombres y mujeres han muerto a manos de unos cuantos de aquí.

—¡Son betas, joder! ¡BETAS! ¡Son nuestros vehículos, nada más! —chilló impaciente Ariadna.

—Silencio, señorita —inquirió la jueza, pero volvió a mirar a Ymir. —¿Puede describirnos cómo era su relación con la señorita Reiss antes de que dejara de ser beta? Sea descriptiva y sea sincera, por favor.

Ymir suspiró, cerrando un instante los ojos. Odiaba que su vida personal estuviera tan aireada.

—Al principio… yo también pensaba como ella —miró a Ariadna, arrastrando la voz. Le costaba muchísimo hablar, a cada frase más. Sus nervios los sentía toda la sala. —A todas mis betas he logrado moldearlas a mi manera. He podido hacer de ellas chicas que me eran serviciales y que siempre estaban disponibles sexualmente. Con Historia era igual, pero por mucho que obtuviese su cuerpo no… no lograba… —entrecerró los párpados, sin encontrar las palabras. Los periodistas abrían los ojos desmesuradamente.— Ella siempre ha tenido una mentalidad de hierro. Mucha fortaleza. Daba igual las veces que la golpeara o la despreciara. Era incapaz de callarse su opinión, me ponía de mal humor recordándome que hacía cosas que no le gustaba, me trataba de poner límites…

—¿Límites?

—¿Límites? ¿Su beta? —Eren arqueó las cejas impresionado. —Pero si de un golpe Ymir la hacía dar dos vueltas antes de estamparla.

—Pues de eso está hablando, imbécil —susurró Hange sin mirarlo. —De que pudo doblegarla de manera mental. Por mucho que le pegara, ya ves dónde estamos.

—El chico es un idiota —farfulló Erwin. Eren los miraba a los dos hinchando las mejillas, enfadado.

—Tranquilo, Eren. Te daré un masaje al volver para destensarte.

—Tú me cuidarás, ¿verdad Mikasa…? —babeó el chico, recostándose en el regazo de Mikasa. Hange miró a ambos y no pudo evitar sonreír.

—Aquí tenemos a otro doblegado.

La jueza miraba a Ymir con cierta curiosidad e intensidad, ignorante por supuesto de los cuchicheos que se esparcían por el resto de gradas.

—Bien. Que suba a declarar Pieck Finger.

La grada guardó silencio extremo cuando una preciosa morena de muy buen físico, y con ojos grises, subió las escaleras y se ajustó el micrófono. Hizo el juramento de sinceridad y miró hacia el frente. Su mirada se encontró con la que había sido varios años su alfa. El abogado de Ariadna fue el que le haría las preguntas.

—Señorita Finger… ¿podía describirnos a Ymir en una sola palabra?

La chica inspiró hondo, y curvó una mansa sonrisa.

—Es fuerte.

—¿Con qué edad conoció a Ymir?

—Yo tenía veinte, y ella… catorce.

—¿Cómo la trataba?

—Bueno… —tomó aire, era una pregunta complicada. —Es muy difícil resumirlo en unas palabras. Pero Ymir estuvo siempre muy malcriada.

Ymir sonrió, y la propia Pieck también.

—Supongo que sería porque aún le crecían los pechos —murmuró encariñada —pasó de medir 1,60 a 1,70, se pueden imaginar la cantidad de cambios que una adolescente rabiosa pudiera tener a esa edad. Y con tanto poder y dinero… hacía y deshacía a su antojo.

El abogado de Ariadna miró a su clienta, algo impaciente al sentir que el público se lo pasaba bien. Eso no les convenía.

—Céntrese en mis preguntas. ¿Cómo era Ymir de violenta durante su estancia en la mansión?

—Ymir ha pasado demasiadas etapas como para resumirlas en una simple frase, abogado. No puede preguntarme algo tan ambiguo y pretender que lo deje zanjado así.

El hombre respiró algo exasperado.

—Céntrese entonces en el último año antes de que Historia se incorporara.

—Oh… —hizo una mueca, tornándose más pensativa. Al mirar sin querer a Ymir, vio que esta elevaba los hombros, dejándola hablar a sus anchas. No quería coaccionarla. —Bien, bueno. Lo cierto es que después de una difícil adolescencia y entrenamiento casi militar por sus familiares lejanos, Ymir siempre fue bastante autoritaria. Tuvo obligaciones con sus negocios desde muy pequeña. Y como cualquier otro alfa, la inclinación hacia el sexo era desmesurada. Pero su personalidad siempre ha sido la de una líder, y pese a que nosotras fuéramos suyas… y pudiendo matarnos o dejar tiradas a nuestras familias, no lo hizo. No ha sentenciado ni culminado con la tradición, eso es mentira.

—Bien, es suficiente. Llamen a la siguiente testigo —dijo impaciente el abogado.

La jueza miró al abogado de Ymir, pero éste creyó ideal las respuestas de Finger, y que no hacía falta seguir tirando de esa cuerda.

—Llamo a declarar a Petra Ral.

Ymir tuvo un suave respingo en sus facciones al oír ese nombre. Miró hacia la puerta que se abría, y todos los allí presentes se dieron cuenta de que esa chica no era una beta como Pieck. Ymir era muy hermética con sus emociones, pero algo parecía estar preocupándola.

—Primero que nada, Petra, ¿cree que es posible que una persona cambie psicológicamente?

—Sí, lo creo.

—¿Cree que un alfa puede cambiar?

—No, perdón, quería matizar. Un alfa no cambia. Los que cambiamos somos nosotros. Los humanos normales.

Ymir tamborileó impaciente sobre la tabla de madera que tenía por delante, y bebió algo de agua. Petra no tenía ningún contacto visual con ella. El abogado de Ariadna, junto a la propia Ariadna, habían convencido a la chiquilla de declarar todo lo que les conviniese.

—Señorita Ral, usted… ¿cómo describe su relación con Ymir?

—En estos momentos no tenemos ninguna relación. Anteriormente fui su beta. La última incorporación, antes que Historia.

La cámara se enfocaba en Ymir. Historia, desde su habitación, respiraba con dificultad. Alma, su madre, tenía un ojo puesto en Marcos y el otro en la pantalla de televisión.

—¿Era una buena relación?

—Era… muy intensa. Siempre lo fue. Al principio yo era como Historia.

—Descríbanos por favor su relación también con Historia Reiss en la mansión.

—No había. Todas las demás se llevaban bien con ella, yo no podía soportarlo. Pude ver muy rápidamente que Historia tenía un lazo inquebrantable con Ymir porque sintió la conexión de por vida… la misma que tengo yo. Pero por supuesto, esa es una conexión biológica que sólo algunos betas sentimos hacia nuestros alfas. Ellos jamás sienten ese mismo sentimiento por su parte. Son distintos.

—Eso lo sabemos. Pero habrá muchos betas tras la pantalla escuchándola, así que agradecemos la información. ¿Ymir la obligó a algo alguna vez?

Petra se quedó quieta, bajando la vista al suelo. Pero enseguida la subió.

 Pero enseguida la subió

—Por amor de dios. Siempre lo hacía.

—Protesto. Esto conducirá a la misma deducción que la anterior testigo. Ymir era bastante rocambolesca, ya lo sabemos. Eso sólo se ajusta una vez más al estándar esperable de la política alfa. Ymir nunca ha ido en contra de esta tradición antes de la incorporación de Historia —alegó el abogado de la pecosa.

Ariadna sabía mover sus fichas bien, pero necesitaba que primero se supiera la faceta más oscura de su prima, sino, el resto no tendría la misma eficacia.

—Necesitamos poner un enfoque, señoría, al cambio de Ymir estos últimos años para concluir que efectivamente ha habido una traición a su legado —se defendió el otro abogado.

—Denegada. Prosiga con sus preguntas, abogado.

Ymir se impacientó. No le agradaba el rumbo posible que se iba construyendo a medida que Petra hablaba. Era consciente de que no había sido del todo abierta con nadie… ni siquiera, para cosas de su pasado, lo había sido con Historia.

—Señorita Ral, ¿qué es lo peor que Ymir le ha hecho?

—Supongo que es difícil quedarse con alguna violación. Todas eran horribles. Pero creo que cuando peor lo pasé, fue cuando me ofrecía a sus amigos alfas más mayores. Sé que… sé que no puedo quejarme de eso. Si lo que me preguntan qué fue lo peor para mí… supongo que las humillaciones. A veces a la mínima contestación que le daba me tiraba al estiércol de sus caballos, o me ataba a la intemperie hasta que me desmayaba.

A Hange se le escapó una risita con lo del estiércol, pero logró contenerla para que nadie se diera cuenta. Al mirar a Ymir, sin embargo, se sintió extrañada. Tenía los puños apretados debajo de la mesa, muy apretados, y la mandíbula contraída.

—¿La violaba con frecuencia?

—Hubo un mes en el que lo hacía todos los días. Todos, los treinta y ún días, sin falta, y varias veces. Me resistí otras tantas, y en todas ellas me daba una paliza.

Ymir dejó de mirarla. No podía seguir mirándola. Su abogado le hizo un gesto de tranquilidad.

—Así que también le pegaba con frecuencia, ¿no?

—Sí. Cada vez que me quejaba, o cada vez que le llevaba la contraria por algo. Pero nada comparado a cómo me golpeaba cuando me resistía a ser violada, aquello… aquello era lo peor.

Ymir volvió a removerse incómoda en la silla, quería ponerse en pie, pero el abogado la obligó a ponerse recta, mirándola con el ceño fruncido.

—¿Por qué dice eso señorita?

Petra había entrado muy fuerte, pero sus labios cavilaron cada vez que tenía que empezar una nueva frase. Empezaba a costarle.

—Bueno… la verdad es, abogado… que yo siempre he deseado y querido muchísimo a Ymir. Muchísimo, no puedo evitarlo. Para mí, estar con ella es un paraíso. Durante esa etapa donde lo pasé tan mal, fue porque aún no me había acostumbrado a su fuerza. Aprender por las malas fue clave para que ella lograra cambiarme, de lo contrario hubiese sido una quejica toda mi estancia como beta. Era obvio que esa mujer tenía que hacer algo para cambiarme, aunque fuera a palos. Si cuento esto es porque… la entiendo. La entiendo. Entiendo la filosofía que los alfas tienen. Pero es cierto que Ymir siempre ha usado la fuerza para doblegarme, y que varias veces acabé en el hospital.

Silencio sepulcral. Ymir cerró con fuerza los ojos sólo un segundo, enfriando la mirada. Su pierna empezó a moverse intranquila de arriba abajo.

—¿Hasta el hospital llegaban sus palizas, Petra? —dijo el abogado, sobrecogido.

—No he sido la única que ha acabado en el hospital por el mismo motivo. A Nifa le rajó la espalda, a Mikasa la golpeó con una vela encendida, a Nanaba la zarandeaba estando embarazada. Conmigo se ensañó porque por más que me pegaba no aprendía. Por eso… sí, por eso… —habló más compungida, empezando a llorar sin poder evitarlo. —Por eso me hizo todo aquello, sí. Me violaba mientras me daba latigazos, o me orinaba encima, o me rompía alguna extremidad cuando me resistía… yo… yo… creía que estaba mal, pero… cuando me iba curando después, volvía a negarme y otra vez tenía que educarme. Porque eso es ser un buen beta, ¿no…? —se apartó las lágrimas de la cara, mirando a Ymir. Le habló directamente a ella ahora. —Te juro por lo que más quieras, que siempre te he amado, ni un momento he dejado de hacerlo, Ymir. Por más que sepa todo lo que me has hecho, yo no puedo estar lejos de ti. Sabes, aquel mes que no parabas de frecuentarme, yo… yo… me negaba porque me dolía. Me dejabas exhausta cada vez que te saciabas, porque esa es otra, eres insaciable… y… yo sólo podía pensar en, «joder, qué mala suerte tengo, ¡nunca me quedo embarazada!», ESO ERA EN LO QUE PENSABA, YMIR, que después de todo mi sacrificio, ni siquiera me quedaba embarazada —volvió a romper a llorar. —Pues sabes qué… durante aquel mes, sí que me dejaste…

Ymir abrió los ojos, sintiendo que tenía un cortocircuito. Los cuchicheos volvieron a alzar de decibelios.

—…me dejaste embarazada. Pero nunca pude decírtelo, porque en cuanto lo supe, fue porque ya había abortado. Tú no te acordarás, pero…

Sí que me acuerdo,  dijo la mente de Ymir en su propia contra. Pudo situar el momento exacto al que se refería incluso antes de que Petra se lo recordara. Fue la primera vez que Pieck se enfrentó a Ymir. Pero jamás supo que esperaba un hijo suyo, de saberlo, por muy perra que hubiese sido, no lo habría hecho.

—Cuando no parabas de darme patadas en el estómago, ¿te acuerdas?

Ymir no pudo seguir hermetizando sentimientos. Hundió los dedos en su pelo y emitió un quejido con la garganta, entrando en una especie de crisis. El abogado empezó a susurrarle en el oído palabras que nadie más podía escuchar, tratando de calmarla por lo que más quisiera, pero aquella información era nueva para Ymir, nueva para todos. Pieck cerró los ojos y suspiró con fuerza, desde su grada.

—Cuando te suplicaba que pararas, que me estabas matando… y tú no lo hacías, bien… pues… ese día fue cuando acabaste con tu hijo. A patadas. Pieck se metió en medio y le rompiste la muñeca con una facilidad increíble. Pero ella no recibió más golpes, porque claro, Pieck se merecía más tu cariño que yo en aquel momento, a la que querías tomar por la fuerza era a mí. Tuvieron que operarme, por supuesto, para arreglar todo lo que me rompiste por dentro. Pero cuando por fin recobré la consciencia, le di pena al maldito médico y él me lo dijo en confianza. Entre toda la mierda que había sangrando dentro mía, también habías matado a un embrión.

Aquella información dejó de una pieza a todos los presentes, los periodistas ya ignoraban a los policías y hacían preguntas al aire, Ymir estaba sobrecogida. Ariadna sonreía con triunfo. Los alfas tenían una regla de oro: a la beta embarazada había que tratarla con cuidado, pues en su vientre crecía el linaje próximo. Hange suspiró bajando la mirada, al igual que muchos otros conocidos de Ymir.

—Es un riesgo que los alfas autoritarios asumimos —dijo Erwin, haciendo que inmediatamente todo el mundo guardara silencio. Nadie osó quebrar su palabra, ni siquiera la jueza. —Si un beta no obedece y es problemático, podemos hacer el uso de la fuerza. Ymir desconocía que estabas embarazada.

—Créeme, era difícil encontrar el momento cuando una persona te pega y te fuerza TODOS LOS MALDITOS DÍAS, A TODAS MALDITAS HORAS. Yo tampoco lo sab…

Erwin se volvió a sentar despacio, sin responder.

—Silencio, Petra. Que no seas ya una beta no te da derecho a contestar así a un alfa —dijo Ariadna, mirándola ceñuda. Pero Petra siguió llorando amargamente. Cuando Ariadna volvió la vista a su prima, comprendió con satisfacción que la había desmoralizado. Ymir no era de lágrima fácil, pero su garganta se henchía con rapidez, le estaba costando respirar. Ni siquiera había sido capaz de pronunciar una sola palabra.

—Llevaos a Ral de aquí. —Dijo la jueza, encarando ahoa a Ymir.— Ymir, ¿qué tienes que decir en tu defensa?

Ymir tenía los labios temblorosos, el alma desgarrada. Subió muy lentamente las pupilas al estrado más alto desde donde la jueza la observaba, pero al conectar la mirada con ella, su respiración seguía agitada. —¿Ymir…?

El teléfono de la sala sonó irrumpiendo aquel increíble momento.

—¿Se me escucha?

—Se le escucha. ¿Quién es y cómo ha conseguido vía para este juicio? —preguntó la jueza, entrenada para aquellos imprevistos. Aquel tipo de juicios en el mundo de los alfas nada tenía que ver con un juicio ortodoxo de humanos, eso estaba claro.

—Soy Historia Reiss. Tengo que hablar.

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