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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 3. Un despido

Cuando Kozono bajó de la limusina volvió a encontrarse con Kitami cerca de la entrada. Estaba acuclillada y le daba de su propia comida al cachorro que siempre venía a aquella hora a mendigar. Le desagradó la comparativa que su cerebro le hizo de repente con aquel chucho pulgoso, dado que Kitami era más atenta con el animal. Pero enseguida desechó aquellas bobadas de su mente y se quedó mirándola… a lo mejor había sido muy brusca con ella. Se notaba a leguas que era más tímida, no había tenido tiempo de conocerla para saber quién era ni el poder que tenía, cosa a la que Kozono no estaba acostumbrada. Kitami sonrió al perrito y le acarició en el cuello mientras éste devoraba gustoso los restos que le había dejado.

—Kitami-san. Buenos días.

Kitami miró hacia arriba y se puso tensa al verla. Pero no podía ignorarla, no la criaron así. Se puso en pie lentamente, respondiendo con voz queda.

—Buenos días.

Kozono sonrió apenada y mostró la expresión más lastimera que pudo.

—Quería pedirte disculpas por mi actitud de ayer, estuvo fuera de lugar —Kitami se quedó mirándola seria. No sabía qué decir. La morena insistió—. De verdad, lo siento mucho. Espero no haberte asustado.

—Acepto tus disculpas —dijo, aunque parte de ella no podría verla igual. Prefería no tener problemas con la Presidenta del Consejo Estudiantil. Y al menos por su expresión, parecía apenada de verdad.

Kozono sonrió y se le acercó, señalando al instituto.

—Te quería hacer una propuesta. Me han dicho que se te da bien el tenis.

—Ah, eso… —miró la parte que señalaba, que eran las pistas de tenis de la Academia. Eran enormes, y de las pocas clases que disfrutaba—. Me gustaría jugar más, pero sólo hay una hora a la semana y fue ayer…

—¿No has pensado en entrar en el club de tenis? Lo hay, y el de esta Academia es muy bueno.

—Lo pregunté, pero no me puedo permitir la mensualidad.

¿80 cochinos dólares al mes y no puede permitírselo?

Kozono vio su oportunidad.

—Yo estoy en el Consejo, Kitami. Y en la Academia se da la oportunidad a ciertos alumnos en el sector deportivo, si de verdad se les da bien.

—Bueno, estás exagerando… se me da bien y me gusta, pero no es para tanto.

—No te quites mérito. Te vieron las profesoras.

Kitami no albergaba la suficiente desconfianza ni maldad para leer entre líneas, aunque tampoco era tonta.

—¿El Consejo paga todas las mensualidades de los alumnos que lo necesiten? —preguntó.

—Sólo las de los becados.

—Pero yo no soy becada. Yo… sólo estoy aquí por circunstancias especiales. He tenido suerte de que la mejor Academia del este de Japón me haya tendido la mano.

—¿Y no quieres mejorar esa suerte y tomar esa mano… del hombro? Aprovecha tus oportunidades, Kitami.

Kitami sonrió un poco.

—Mandaré una solicitud. Gracias… Kozono.

Kozono le devolvió la sonrisa. Quiso agregar algo más, pero sonó la campana de inicio de clases… y un grito enorme asoló los pasillos.

—¡¡VA DESNUDA!! ¡ESTÁ COMO IDA, Y VA DESNUDA!

Todos se giraron hacia el foco de la voz y el tumulto de gente ignoró las clases para correr hacia el gimnasio. Kozono frunció el ceño y se abrió paso también.

Gimnasios de la Academia

Tirada en el encerado suelo de la cancha de baloncesto estaba Junko Mochida. Completamente desnuda, sudorosa, con los pezones agrietados, el pelo lacio alborotado y las piernas abiertas con sus partes íntimas mojadas. Tenía el rostro ido, como si acabara de salir de un orgasmo fortuito, y su cuerpo temblaba con pequeñas convulsiones. Las miradas fueron a parar rápidamente a los miembros de la Junta Directiva que, poco a poco, salían y se quedaban boquiabiertos con semejante espectáculo. Junko no parecía estar en sus cabales. Reika miraba con la mano tapando su boca, alucinada. Kozono tenía los ojos abiertos por el mismo motivo; pensó que la habrían drogado.

Al día siguiente

El espectáculo fue la comidilla inmediata de los medios de comunicación y forzó a la Academia a pasar una inspección de extremo a extremo, empezando por un análisis médico a Junko Mochida. Hubo una acalorada discusión en el despacho del director por qué rumbo debían tomar con ella, ya que era la primera vez que la reputación del instituto se veía manchada por una conducta de ese ámbito. El director intercedió por Junko valorando sus capacidades intelectuales, pero le quitó el rango del secretariado del Consejo Estudiantil y tendría que pasar unas entrevistas con un psicólogo, además de otro control sanitario. Aún era pronto y no tenían los resultados de la inspección, pero todos dieron por sentado que la muchacha había sido drogada, y si se descubría que había sido contra su voluntad (y así apuntaban los hechos), el problema podría triplicarse.

Cuando las clases finalizaron, Kozono pasó por delante de la puerta principal y se percató de que la observaban. El grupo era Rie, Hiroko, Saki e Hiratani. Hiratani, un becado fracasado cuyas notas eran las más altas de la promoción masculina aquel año, la observaba un poco escondido entre un par de arbustos. Kozono le ignoró y se metió en los aseos.

Pero cuando salió, el chico estaba allí pegado a la puerta, muerto de la vergüenza y con las manos en los bolsillos.

—Eh… hol-hola…

Kozono aún se secaba las manos con papel, mientras le miraba con una altivez totalmente condescendiente sin necesidad de decir una palabra.

—Yo… hol… hola… a-eh…. —empezó a sacar de su bolsillo una arrugada carta.

—No me gustan los hombres —le dijo, secamente—. Y si me gustaran, tú no tendrías ninguna oportunidad. —El chico le tendió la carta, pero Kozono le miró la mano sin hacer el mínimo amago de coger aquella guarrería arrugada—. Y no te quedes ahí esperando a que salgan las chicas del baño para hablarles. Maldito pervertido.

Dicho aquello, dio media vuelta y se marchó. Hiratani la siguió con la mirada embobado, estaba hasta los huesos por Kozono desde que prácticamente había empezado la secundaria. Recordaba que era de las que se había desarrollado rápido. Le fascinaba que sus ojos tuvieran ese castaño tan claro, que tuviera el pelo tan largo y tan negro que confundiese con el azul o morado cuando daba el sol. La expresión de superioridad que tenía le calaba. Había tratado de lanzarse a la piscina y escribir sus sentimientos por ella en una carta después de tres años de amarla en secreto, pero ella acababa de rechazarle, siendo uno más en la larga lista de pretendientes de Nami Kozono. Se volvió a meter la carta arrugada en el bolsillo, no pensaba tirarla. Y devolvió la mirada al grupo con el que había estado hablando: Rie, Hiroko y Saki, que le devolvían la mirada.

Exterior de la Academia

El cachorro volvía a ladrar a Kitami, ya casi siempre la esperaba a la salida y reclamaba su ración. La chica sonrió y se acuclilló frente a él acariciándole la cabeza.

—Lo siento, hoy me lo he comido todo… mañana te guardaré un poco, ¿vale?

El perrito ladró y le lamió la mano, haciéndola reír. Pero pronto ambos dieron un brinco cuando se escuchó un frenazo sonoro, seguido de un bocinazo.

—¡Mira por dónde vas, estúpida! —gritó el conductor enfurecido y pasó por el lado de Junko aún más rápido.

Junko deambulaba con mal aspecto al cruzar la calle sin mirar.

Es la de ayer… Junko Mochida, pensó Kitami poniéndose en pie y corriendo tras ella. La ayudó a levantarse de la carretera, pues del susto se había tropezado. Junko se agarró a ella y se puso de pie. Temblaba como un flan.

—¿Estás bien…?

Junko parpadeaba adormecida, pero estaba muerta de miedo.

—S… sí… creo que sí…

—Tranquila. ¿Necesitas que te acompañe alguien a casa, puedes andar bien?

Junko asintió, poco a poco volvía a ser dueña de su cuerpo y de sus piernas. Desde el suceso de ayer donde todo el mundo la vio, nadie se le había acercado, nadie más que los médicos y ahora Kitami, a la que parecía no importarle. Le sonrió y negó con la cabeza.

—Sólo sigo un poco rara, supongo que mañana por fin estarán los resultados…

—Tranquila, ¿vale? Si necesitas ayuda, puedes pedirla sin problemas.

—No, es… que… no sé qué es lo que ha podido pasarme, esto es muy extraño.

—Puede que alguien quisiera hacerte daño… ahora mismo es mejor que no pienses de más —murmuró con suavidad, tratando de infundirle algo de calma, pero era cierto que era una situación muy delicada.

—¿No te… da cosa que te vean conmigo? En esta Academia la gente habla mucho… —dijo avergonzada. Kitami negó con una sonrisa.

—No, no. Me daría más cosa dejarte aquí sola.

Cuando Junko dejó de temblar por fin, recuperó su bolsa de la carretera y ambas caminaron de nuevo hasta la acera. A Junko se le cambió la expresión cuando vio que Kozono estaba caminando hacia su limusina, pero al verlas, cambió de dirección y ahora se aproximaba a las dos. Junko sonrió desde lo profundo de su ser. Llevaba casi dos días sin verla y necesitaba su apoyo tras lo que había pasado. Acrecentó su sonrisa según se acercaba.

—Mochida. ¿Podemos hablar? —preguntó Kozono. Ésta asintió.

Reika la dejó y se movió un poco hacia un lado, volviendo a retomar las caricias sobre el cachorrito. Se percató de que los alumnos rezagados que aún no se habían marchado a casa, al pasar por el lado de Kozono y de Junko hacían algún comentario, o se quedaban mirando unos segundos. Ahí se dio cuenta Kitami que lo que acababa de decirle Junko era cierto: a la gente le encantaba parlotear. No se esperaba menos de una institución de élite de todos modos.

—Te echaba de menos —dijo Junko y trató de abrazarla, pero Kozono dio un paso atrás y se puso recta. Esto hizo que la peliazul se redimiera y bajara los brazos; por el rabillo del ojo la gente las miraba. Era cierto que Kozono no quería que su relación fuera algo público… a pesar de que para algunos ya era un secreto a voces—. Perdona, Kozono…

—Estás fuera del Consejo Estudiantil. Cuando te encuentres mejor, recoge tus cosas del despacho.

Junko se esperaba alguna mala opinión de parte de la Junta, pero no aquello.

—¿Q… qué? Espera.

—No hay nada más que hablar. Así se ha decidido en la reunión.

—¡Aún no saben lo que me ha pasado! ¿De verdad crees que iba a hacer un numerito así…?

—… —Kozono no respondió. No porque tuviera una opinión. Sino porque poco le interesaba.

—Kozono, eso no es justo… sabes que trabajo bien. Además, no pueden echarme sin una votación unánime.

—Ha sido unánime.

Reika elevó un poco la mirada hacia ellas. No deseaba entrometerse ni escuchar, pero estaban cerca. No pudo evitar quedarse observando a Kozono… y luego se obligó a ponerse en pie y marcharse en otra dirección; esperaría a Junko en otro lado.

—Pero… pero entonces tú también… —pronunció la de pelo celeste, dolida.

—No me hagas decírtelo a la cara, Mochida. Diste un espectáculo que no es digno ni de este centro ni de un rango como el que tenías. Agradece que mi tío no te haya expulsado directamente.

—¡Yo no haría algo así jamás, desnudarme delante de… tanta gente…! ¡Por favor, al menos tú debes creerme!

—Como sea, eso ya no me importa. Y no grites.

Junko se sintió agotada al haber levantado la voz, estaba claro que algo le había ocurrido en el cuerpo, pero después de aquella conversación ni siquiera le importaba. Perdía a Kozono. Cuando se giró para meterse en la limusina bajó un poco la mirada. Un nudo creció en su garganta y apretó fuerte la boca para no derrumbarse. Ni siquiera sabía cómo interpretar aquello. ¿Se había terminado? ¿Seguirían al menos siendo amigas? Aunque fuera a espaldas del resto de alumnos, no le importaba. Se sentía demasiado bien con ella como para que de un plumazo todo desapareciera.

Cuando la limusina se perdió en la carretera, Reika volvió a acercarse a ella y le puso la mano en el hombro.

—¿Estás bien?

Junko suspiró. Tampoco podía ser del todo sincera.

—Regular… me han quitado el puesto de secretaria. Al parecer Kozono también ha votado para que me fuera.

Reika se esforzó en sonreír un poco, acariciándola del hombro.

—Bueno, seguro que era un puesto aburrido y te descentraba de otras actividades.

Junko suspiró largamente. Se obligó a asentir.

—Supongo… que no me queda de otra. Mejor vámonos.

La rubia asintió y caminó a su lado.

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