CAPÍTULO 12. Autosabotaje
No era la primera vez que hacer pis le dolía por un abuso, pero Reika supo, en su siguiente visita al baño por aguas mayores, que tendría que ir al médico. Defecar había sido un maldito suplicio, y ni siquiera horas después se le quitaba el dolor. Al orinar le pasaba algo similar, pero con mucha más intensidad que la primera vez. Le daba muchísima vergüenza y más si tenía que ir sola. Pero debía hacerlo por su salud, y porque sabía que eran dolores fuera del umbral que conocía. Llamó a Hiroko y quedaron para tomar algo muy temprano, antes de ir a clases. Hiroko le recomendó ir inmediatamente a un médico privado que ella le ofreció pagar. Se ahorró preguntas demasiado íntimas, pues la veía nerviosa… pero sabía que algo no iba bien.
Consulta médica
—Veo que está emancipada. Es usted menor de edad.
Reika asintió cabizbaja en la silla. Le dolía muchísimo, cada vez más.
—Tranquila, ¿de acuerdo? Tengo que explorarla. Cuando esté lista avíseme, intentaré ser breve.
Reika esperó a que él corriera las cortinas para dejarle intimidad, y cuando lo hizo, suspiró. Se desnudó de cintura para abajo y se colocó en la misma posición que el día anterior con Kozono, a gatas. Tenía las mejillas ruborizadas por la vergüenza.
—Ya… ya estoy.
El hombre entró y se colocó los guantes.
—Sé que es difícil pero intente relajarse, ¿de acuerdo?
Reika asintió y realmente quiso estarlo, pero no pudo. Se tensó enseguida ante la primera toma de contacto y cerró los ojos fuerte, le temblaron un poco los brazos. El licenciado continuó manipulando con la profesionalidad y la delicadeza que pudo, pero en cierto punto la chica gimió adolorida y apretó las manos en la camilla; supo con total claridad que había tocado la herida.
—Bien —el médico retiró su mano—. Tranquila, ya he visto lo que tiene. Coloque ahora las piernas aquí y examinaremos también la vagina. Me ha dicho antes en el test que ha mantenido relaciones sexuales, ¿verdad?
La chica obedeció y asintió despacio, todos los movimientos le dolían. Separó los muslos sin mirarle a la cara, tensa y con el corazón a mucha velocidad. Esta vez lamentó más la exploración, porque no fue tan rápida.
—Esto sólo molesta un poquito al principio, es para abrir y explorarla bien. ¿De acuerdo?
Ella sólo podía asentir, sabía que él trataba de infundirle calma, pero estaba nerviosa. Su cuerpo se tensó cuando sintió un aparato frío adentrarse de nuevo en ella, pero más aún cuando la abrió con él.
—Ya está, ya ha pasado lo peor. No le dolerá más, tranquila.
Reika hizo un esfuerzo por controlar su expresión facial, pero quería llorar. No había ido nunca a una citología. Y los motivos que la habían empujado a hacerse una ahora, la martirizaban. La apertura del espéculo había provocado una sensación física en ella muy similar a cuando Kozono le metió sus dedos hasta el fondo por primera vez, un dolor invasivo, un chasquido doloroso. Todo su canal se contrajo. Y el licenciado había mentido para tranquilizarla. Al tomar las muestras en el tejido lesionado, Reika volvió a tensarse por el dolor y se clavó las uñas en el muslo, gimoteando. El hombre se sentía mal, pero era el trabajo que había que hacer. Le estudió bien la cavidad y no le hizo falta explorar demasiado para imaginarse lo que había ocurrido. Como desconocía a la chica, no podía atinar a simple vista con qué objetos había sido, lo primero que imaginó es que algún hombre la habría forzado. A juzgar por las lesiones, era un hecho. Tomó más muestras de su interior y procedió a retirar el material de ella. Reika tuvo entonces unos segundos más para volver a vestirse. El hombre observó a través de la sombra proyectada de la cortina que la paciente se frotaba los ojos con la mano antes de salir de nuevo a dar la cara.
—¿Quiere hablar del tema?
Negó con la cabeza. No se sentó en la silla. Le era incómodo.
—Bien… en casos como este, mandamos la prueba a laboratorio para verificar si hay infección, enfermedades y restos de semen.
—N… no habrá semen. No ha sido un hombre.
—¿Ha sido con algún objeto?
Reika asintió.
—Está bien. Sus lesiones son claramente de un forzamiento vaginal y anal. El vaginal es un poco más severo. Y la fisura anal es mediana, pero se curará deprisa. Los resultados de las lesiones los tendrá en un par de días, y entonces podré recetarle una pomada que se absorbe sola y que sea más específica. Pero por el momento, le daré dos diferentes. ¿De acuerdo? No las confunda. Una para cada zona íntima.
—Gr…gracias. Yo… sólo quería algo para el dolor. No puedo ir al baño.
—Kitami, Reika —leyó su ficha médica en alto y volvió la mirada a ella—. Aunque no haya sido un hombre, no ha sido consentido. Estas lesiones figurarán en su expediente médico. Se lo digo por si… se animase a hacer las denuncias pertinentes —le entregó el papel con la receta. —Tenga.
Reika tomó tímidamente el papel.
—Gracias —musitó.
—Otra cosa más —la miró preocupado—, sé que no es asunto mío, pero hay que cuidarse. Sus lesiones necesitan reposo. Ahí ahora mismo, para que me entienda, no puede entrar ni un dedo, porque se le agravaría. Y por supuesto, dieta blanda.
La chica asintió y salió de la consulta con la expresión contenida. Al otro lado estaba Hiroko, que se puso en pie y la miró preocupada.
—¿Y bien…?
Reika trató de contenerse, pero en cuanto empezó a hablar, se rompió.
Y se lo contó todo.
Pistas de atletismo de la Academia
—Hiroko… ¿has… tenido noticias…?
La pelirrosa negó con la cabeza, sombría.
—Sus padres ya han denunciado su desaparición. Pero pienso investigar por mi cuenta —contestó, terminando de abrocharse los cordones. Se puso en pie rápido y suspiró—. Tengo desde hace dos días un muy mal presentimiento.
—Es que no aparece por ningún lado… —murmuró Rie.
—Ya. Pero el libro tampoco. Me niego a creer que no sean dos hechos relacionados.
Negó con la cabeza, invadida por la ira. Rie la miró.
—¿Estás bien? Te noto tensa.
—Rie, nuestra amiga ha desaparecido. Y… para colmo…
Rie vio que su expresión era de notorio enfado.
—Hiroko…
—Será mejor que no me hables en este momento —sentenció, se obligó a bajar la mirada a sus zapatillas—. En fin. Tres kilómetros a la pista… no aguantaré ni uno. Mis notas bajarán, menuda alegría.
Rie sonrió con ternura.
—Bueno, vamos a intentarlo. ¿Vamos? Nos llaman.
—Ve yendo. Quiero acompañar a Reika.
Rie se adelantó. Reika caminó indecisa tras Hiroko. Se había puesto el chándal del instituto, pero no se veía capaz de correr.
—Dale el justificante a la entrenadora —le dijo despacio, poniéndole la mano en el hombro— Tranquila, ¿vale? Dile que estás indispuesta.
—No quiero enseñarle esto… —apretó el papel contra sí— ¿No basta con decirle que no me encuentro bien?
—Cuenta para la nota final. Vamos a intentarlo, ¿de acuerdo?
Reika asintió y caminó junto a ella.
—Kitami-san.
La voz la heló. Kozono se encontraba calentando las piernas. Dejó de estirarse y se acercó a ella, mirándola con una sonrisa. Pero Reika se pegó enseguida a Hiroko, quien la rodeó con un brazo y siguió caminando con ella hasta la entrenadora. Kozono perdió la sonrisa de su cara al verlas juntas, y también por el vacío que le acababa de hacer en público. Miró a dos chicas que cotilleaban la situación no muy lejos de ella. Volvió a su posición callada y siguió estirando.
—Por eso… de verdad, me encuentro muy mal.
—¿Ese es el justificante médico? Déjame ver.
Kitami tuvo un impulso y casi se lo arrebató de las manos, mirándola desconfiada.
—No se encuentra mal del estómago solamente —la defendió Hiroko de inmediato—, le pasa algo más grave, que es personal y prefiere guardarse. Está con tratamiento.
La entrenadora miró a Hiroko. Luego miró de vuelta a Kitami y asintió.
—Tranquila. Siéntate en las gradas y anima a tus compañeras.
Kitami sonrió débilmente y se sentó en las gradas. Intentó hacerlo lento, pero hasta a Hiroko le dolió verla con aquella expresión incómoda mientras apoyaba las posaderas.
—Bueno. Anímame a mí, ¿eh? Me juego el maldito aprobado —comentó Hiroko, haciéndola reír de manera natural. Kitami le levantó los pulgares y la siguió con la mirada. No tardó en cruzar de nuevo la mirada con Nami, que no la perdía de vista. Verla le produjo algo negativo inmediatamente, y el escozor de sus genitales se intensificó. Tragó saliva y luchó por concentrarse en mirar a las que eran sus amigas. La pista era a techo cubierto y cada vuelta eran 400 metros en un óvalo. Cuando dieron el «¡ya!», todas salieron a buen ritmo. Para tener la nota máxima debían dar 10 vueltas. 4 kilómetros en no más de 22 minutos.
Pero las muchachas se fueron cansando enseguida, especialmente las que no hacían nunca ningún deporte. Kitami empezó a estar más acompañada poco a poco de las muchachas que perdían el resuello y se quejaban de la prueba desde las gradas. Hiroko, quien tenía una rabia desmedida en el cuerpo después de todo lo que Kitami le acababa de relatar, había durado ya 4 vueltas sin perder el ritmo, pero a partir de ahí empezó a agotarse. Nunca salía a correr.
No sé cómo has sido capaz… de hacerle algo así a alguien que te quiere…
Su cerebro no descansaba. Y no se lo dijo a Kitami, pero ya algo se olía. Fue pronunciando palabras en otro idioma, despacio y en susurros, concentrando toda su atención en los movimientos y en el cuerpo de Nami. Resultaba irritante verla correr a sus anchas, de las primeras, vivir una vida de ensueño mientras destrozaba vidas ajenas como si fueran sus mascotas. No lo soportaba. Gente como ella, tan narcisista y violenta, merecían la muerte. Y en ello pensaba mientras pronunciaba su conjuro. Esos conjuros no pertenecían a la extensión de la magia blanca, Hiroko sabía que lo lamentaría de alguna manera tarde o temprano. Al pronunciar las últimas palabras, agotada, sus piernas perdieron mucha fuerza y tuvo que parar. Pero no dejó de pronunciarlas. Cuando volvía a las gradas, Kozono justo pasó por delante de ella continuando a buen ritmo y siguió con el conjuro. Entonces la morena tuvo una pérdida de oxígeno súbita que la pilló desprevenida. Tosió un par de veces y su ritmo bajó, pero al ver que las más atléticas la adelantaban se obligó a continuar, volviendo a rebasarlas.
Tienes un cuerpo fuerte, pensaba Hiroko, pero tu oscuridad lo es aún más.
Kozono sabía que algo le ocurría, estaba muy cansada para ser la séptima vuelta… le quedaban tres. Reguló tranquila sus respiraciones, enfocándose en hacerlas bien, y poco a poco logró sobreponerse a la altura de la corredora que iba en primer lugar. Una tenista, como Kitami. Dio dos zancadas fuertes y se puso en su mismo lugar mirándola con una clara expresión de competitividad. Pero a la mínima que ese sentimiento gobernó su mirada, sintió una enorme puñalada en el cuerpo y se quedó atrás. Kozono no era de las que buscaba excusas cuando algo le venía difícil. Quería ganar siempre y siempre ganaba, y cuando no, buscaba la manera de solicitar una aplastante revancha. Obligó a sus piernas a continuar, a correr al mismo ritmo, pero sencillamente no pudo, y una segunda puñalada invisible le atravesó el abdomen. Cayó de rodillas con los ojos abiertos, gritando desgarradamente.
Kitami se asustó. Todos se asustaron.
—¿¡Se ha caído!?
—No, le ha pasado algo…
Hiroko siguió pronunciando sus palabras, ahora con más fuerza aprovechando el bullicio. Nami se retorció y gritó desesperada, abrazándose el vientre encogida. Cayó de lado. Los gritos le helaron el alma a Kitami, que se puso en pie y corrió hacia ella junto a Hiroko y la entrenadora, y otras curiosas más.
—¡Kozono! Apartad, chicas, ¡apartad! —regañó la entrenadora. Se agachó frente a ella y la tocó del brazo, no parecía tener heridas externas. Hiroko le inyectó la mirada en su zona abdominal y entonces Kozono volvió a arrastrar un grito horrible, pataleando con angustia y encogiéndose en posición fetal. Comenzó a salivar.
—Llamad a Charles, hay que trasladarla a la enfermería. Yo llamaré a urgencias.
—Kozono… —musitó Reika mirándola dolida, era casi como si pudiera sentir su dolor.
—¿Pero qué demonios le pasa? —preguntó alguien.
¿Se lo estará… inventando? Se preguntó Reika, pero entonces Nami empezó a convulsionar. Y ahí, frente a todas las que tuvieron la misma duda, se sembró el terror y el griterío. Reika se asustó y se arrodilló a su lado tratando de mantenerle la cabeza quieta.
—¡¡Nami!! Nami… ¿me oyes? Dios, qué te ocurre…
Junko también miraba aquella escena temblando, con las manos tapando su boca.
Hiroko pronunció su última frase, y Kozono terminó de convulsionar, con la boca burbujeada. Estaba inconsciente.
—¡Fuera todas de aquí! ¡Apartad!
Reika se asustó muchísimo, se sorprendió de ver lo que la quería. Incluso después de todo lo que le había hecho, aquello no se lo hubiera deseado ni a ella ni a nadie. Le afectó ver cómo la separaban del suelo inconsciente y la tumbaban en la camilla.