CAPÍTULO 13. El cepo se cierra
Hiroko supo que había cruzado la línea hacia la magia oscura a un nivel sin retorno. Era plenamente consciente de su atrevimiento y ya sólo quedaba el precio a pagar, del cual no se jactaría. Nami Kozono vivió, pero le había provocado un daño interno al sellar la proyección de su oscuridad. Era casi poético, envenenarse por su propia oscuridad… en apenas unos segundos. En el mundo terrenal la consecuencia tenía nombres y apellidos.
Después de dos días de incertidumbre, la Academia lanzó un comunicado para mandar apoyo a la Presidenta del Consejo y el hospital donde estaba ingresada tuvo que echar a los grupos de jóvenes, amigos y amigas, que venían a ver su estado.
Habitación hospitalaria
Rukawa había corrido con los gastos de la operación. Al parecer, un fallo sistémico había reventado el hígado a Nami, provocando una hemorragia interna inmediata. Cuando la abrieron, los médicos se quedaron atónitos. Era como si hubiera recibido dos cuchilladas allí. La premura de la intervención le salvó la vida. Hubo un trasplante de urgencia, pero al pertenecer a la mafia, su padre no tuvo que esperar ni dos horas para tener en quirófano un hígado conveniente para su hija. La chica despertó al día siguiente, terriblemente adolorida y mareada. Jamás se había sentido tan débil. Su padre fue la primera persona que vio.
—Has tenido alguna especie de accidente que los médicos no se explican bien. Te trasplantaron un nuevo hígado.
La joven frunció las cejas sin entender, aún muy atontada. Ella sólo recordaba estar en la pista y empezar a sofocarse, y luego un dolor inenarrable. El hombre puso unas cajas de medicamentos sobre su bandeja y las señaló.
—Inmunosupresores. Tendrás que tomarlos de por vida, ya te explicará la enfermera las dosis. Descansa, yo tengo que viajar. Nos veremos en dos semanas.
Kozono no cruzó ni una palabra con él. Apenas se creía que hubiera ido a verla, ya bastante le extrañaba. Cuando intentó moverse, sintió un impresionante dolor a la altura de las costillas y gimió adolorida, volviendo a dejarse caer en la camilla. Se descubrió parte del cuerpo y al ver una gasa tan grande sintió mucha curiosidad. Estuvo tentada de despegársela para ver su cicatriz, pero entonces un tumulto al otro lado de la habitación le llamó la atención.
Segundos antes…
Kitami miraba cómo el padre de Nami se marchaba seguido por cuatro escoltas y un chico al que detectó un gran parecido con ella… pensó que podía tratarse de su hermano mayor, Hikaru. Cuando se marcharon, esperó a que varias amigas entraran en la habitación, pero había otro guardia allí que les impidió el paso. El hombre tenía un arma y Kitami sopesó la idea de que tendría que marcharse de allí sin saber cómo estaba. No tenía la maldad para desearle aquel mal a nadie. Por mucha oscuridad que pudiera albergar… no pensaba que fuese un demonio. Le dolió oírla gritar de aquella manera y se sintió impotente de no poder ayudarla. Jamás la había visto así, ni a ella ni a nadie, pataleando del dolor y salivando burbujas hasta perder el conocimiento. Cuando las compañeras de clase se marcharon puteando al guardia, probó suerte ella.
—Hola… es… es esta la habitación de Kozono, Nami, ¿verdad?
—No se aceptan visitas —el hombre bajó la mirada al bolso tan grande que llevaba. Desenfundó el arma y la apuntó, haciendo que Reika diera un paso atrás asustada y levantara las manos—. ¿Tengo que repetirlo?
—Chaki-Chaki, déjala. Ella viene conmigo.
El guardia enfundó el arma y se apartó en una señal de respeto, abriéndole paso al muchacho. Éste tomó a Kitami del hombro y le hizo un gesto para hablar en privado.
—Oye, rubia. Te vi en la casa.
—Lo… lo sé —su mirada bajó instintivamente hacia el lugar donde el hermano mediano de Nami tenía el arma guardada la última vez. Esta vez no parecía portarla.
—Bien, hay que dejarte claros unos puntos. Primero, no puedes entrar. Segundo, Nami no te conviene. Y tercero… nada de lo que nos rodea te conviene. Lárgate ahora.
—Sólo quiero saber cómo está. Ni siquiera sé lo que le ha pasado… en el comunicado apenas se decía nada.
—No lo saben bien —sonrió—. Aunque por la explicación que nos dieron, yo creo que se ha atragantado con su propia bilis.
El chico se rio y Reika frunció el ceño.
—…déjame sólo saludarla. Por favor.
El chico la observó de arriba abajo. Sonrió de lado.
—¿Eres su novia?
—No, no lo soy.
—Entonces no te diferencias en nada con todos los grupitos que han estado viniendo hoy. ¿Por qué debería dejarte?
Kitami miró a otro lado y sintió que se entristecía. Le seguía doliendo mucho el cuerpo, la pomada que llevaba dos días usando no parecía servir para nada. Con una expresión de dolor se apartó disimuladamente y se colocó bien el bolso.
—Yo… no tengo fuerza para discutir. Si no me vas a dejar verla… no le digas que he venido. Se enfadará contigo.
El muchacho dejó de sonreír y se fijó en las marcas de su cuello, de dedos y arañazos. Sin ningún tipo de pudor le bajó el cuello de la blusa que llevaba para verlas bien. Kitami le quitó la mano bruscamente. Él se excusó.
—Eres buena. Por eso le gustas —señaló la habitación con el índice—. Acabará contigo.
Kitami no pensaba ni por un segundo hablar un tema tan íntimo con un desconocido. Se dirigió al pasillo de nuevo y pasó por delante de la puerta.
—Chica rubia.
Reika paró, mirando hacia atrás. El japonés se acercó a ella con las manos en los bolsillos y señaló la puerta con la cabeza. Después, se fue.
Habitación hospitalaria
Nami iba a quedarse dormida de nuevo cuando la puerta sonó. Abrió de inmediato los ojos y sus pupilas se agrandaron ligeramente al ver a Reika.
—Reika —la llamó, y no supo por qué, pero sintió mucha vulnerabilidad. Deseaba estar con ella, porque sabía que allí estaba rodeada de la nada más absoluta—. Reika…
—Soy… soy yo —se acercó a ella y primero valoró si un abrazo le haría daño. Pero Kozono la agarró con mucha contundencia del brazo, y Kitami tragó saliva.
—Reika… ven, Reika.
No paraba de nombrarla, como si fuera una llamada de socorro. La rubia se echó con mucho cuidado sobre ella y la rodeó con los brazos; sintió que Kozono respiraba agitada en su oído y se pegaba mucho a ella. Aspiraba su aroma.
Por qué me siento de esta manera…
Estar pegada a Kitami parecía transferirle una potente descarga positiva. Así que se alimentó de ella. La otra cerró los ojos y no se separó en ningún momento, dejando que se tranquilizara. Poco a poco, Kozono menguaba su respiración y su agarre sobre el antebrazo ajeno.
—Nami… sólo… sólo venía a ver cómo estabas. Llevas dos días hospitalizada… casi tres. Ya es de noche.
—Quédate conmigo —le pidió, con la mirada suplicante. Reika pensó en negarse rápidamente, pero al mirarla se sorprendió. Parecía estar agotada—. Quédate, Kitami…
La rubia suspiró lentamente. Estuvo a punto de ceder.
—N… no puedo. Lo siento. Espero que te mejores.
Kozono se quedó mirándola. Ni ella misma sabía por qué se sentía tan mal, pero era como si una dosis extra de humanidad hubiera brotado temporalmente en ella. Le temblaron los labios y Reika la miró dolida, pensando que iba a llorar. Jamás la había visto llorar. Pero Nami se resistió a caer en aquello. Apartó la mirada de ella sin decirle nada.
Kitami tuvo un debacle interno. Pero justo cuando pensaba en si quedarse era la mejor opción, su móvil sonó: era el ginecólogo. Había quedado en informarla de los resultados. Y esa era fue la señal que necesitaba para marcharse y no caer.
A medida que se alejaba, Kozono volvió a sentir el mismo malestar de antes.
Rukawa había informado a su hija de un cambio de última hora que la mafia aliada le había pedido que hiciera. El matrimonio ya estaba arreglado, pero el hombre, tras conocerla en persona, alegó que no quería esperar ni un segundo más. Pidió que la chica solicitara la emancipación y que se forzara a los Kozono a cumplir con su parte del trato cuanto antes.
Rukawa no perdió el tiempo y obligó a su hija a hacer lo estipulado. Era algo que ya había pasado la primera vez: el proceso de emancipación se anuló tras la muerte fortuita de su primer marido, y ahora volvía a realizarlo para eliminar los problemas legales de contraer matrimonio con diecisiete años. Por mucha fuerza de voluntad que tuviera Nami, nada podía hacer contra su padre más que aceptar sus designios, y por supuesto, la vigilancia sobre ella sería brutal hasta que ese matrimonio se efectuase.
Sólo tres días después de la salida del hospital, Nami ya estaba emancipada y lista para seguir sus estudios y casarse. No existía ningún tipo de burocracia cuando el asunto era urgente entre magnates.
La policía entró a la Academia. Hiroko había sido interrogada y habló sobre que Saki quería ir al aula subterránea porque se le había olvidado el archivador de clases. Evitó hablar del libro y también obvió la parte en la que era ella quien le pedía ir allí, porque entonces se convertiría inmediatamente en sospechosa. Cuando la policía forense llegó al aula, el asunto se complicó. Había restos de sangre… y la sangre era de Saki. Así que de la noche a la mañana, la Academia se llenó de furgones. Kozono no movería ficha hasta que algo la incriminase directamente. Se pasaba las horas tranquila en sus clases, la calidad de su tratamiento médico era excelente, aunque nadie le había mentido: la operación había sido exitosa y podría recuperar vida normal, pero el riesgo del rechazo al nuevo órgano lo tendría para siempre. Para Nami aquello fue un duro golpe al ego. Además, tenía el órgano de otra persona dentro. Las influencias de su padre sólo llegaron para saber del donante que era alguien completamente sano, de sexo masculino y de treinta y dos años. Y nada más. Un plebeyo cualquiera.
Academia
—Señorita Kozono. Usted es la Presidenta del Consejo Estudiantil, ¿verdad? Debemos hacerle unas preguntas con respecto al aula subterránea.
Nami observó a aquellos funcionarios sin ninguna expresión en la cara. Algunos alumnos ya empezaban a mirar.
—Claro. Ustedes dirán.
—¿Podríamos ir a un lugar más privado? Su despacho, tal vez.
—No —dijo cortante. El hombre miró a su compañero y puso una mueca rápida.
—Bien —el hombre abrió su libreta de apuntes y sacó un bolígrafo—. ¿Cuántas llaves hay de ese lugar?
—Tres.
—Tres… ¿las tiene todas en su dominio?
—No, el Consejo Estudiantil tiene sólo una, y está compartida con el conserje.
—¿Y las otras dos?
—Hay una copia bajo llave en el despacho del director. La otra siempre se delega a las personas a las que se ceda anualmente el aula.
—Que en este caso… sería ese… club de arte, ¿no? De magia, o alguna bobada así.
—De arte —dijo Kozono, evitando hacerle ni una simpatía a su broma—. Cualquier otra cosa que hayan escuchado es mentira.
—No era de magia entonces, ¿no?
—No. Y si lo era, no es el proyecto que me presentaron.
El hombre asintió. El otro policía, notablemente más joven que el que hacía las preguntas, miraba a Kozono con las mejillas algo sonrosadas. La chica le gustó. Kozono cruzó una mirada con él, pero enseguida su jefe habló y dejó de mirarle.
—Bien. Esto está… difícil, Kozono. Hay una persona que la inculpa directamente del asesinato.
Kozono parpadeó, pero no hizo manifestación alguna de nada.
—¿Cómo dice?
—Me temo que así es. Hay un testigo que dice que usted tiene llaves de la entrada externa.
—Esa es otra entrada, no tiene nada que ver con la puerta principal del aula por la que me preguntaban.
—¿Y cuántas llaves existen de esa puerta externa?
Zorra de mierda, Kozono la maldijo en silencio. Sabía que Hiroko la inculpó.
—Me parece que una.
—¿“Me parece que una”? —la repitió. El policía cerró la libreta. Kozono se puso recta, mirándole altiva.
—Esa llave a lo mejor ya ni abre la puerta. Nadie usa esa entrada.
—¿Pero quién la tiene?
—Lo desconozco.
—¿No sabe dónde está?
—Pregúntele al portero, él tiene todas las llaves.
Se hizo un silencio. El más joven, que había estado todo el rato en silencio, intervino.
—No se preocupe, señorita. Seguro que sus huellas no estarán ahí, y entonces la descartaremos —sonrió tratando de ser cordial, pero su jefe le dio un pisotón muy doloroso.
—Cállate, Hagakura. ¿Qué coño haces?
El chico comprendió que la había cagado. Nami se quedó mirándolo y ladeó una pequeña sonrisa afable.
—No se preocupen. ¿Les puedo ayudar en algo más?
—No. Ha ayudado bastante, señorita. Se lo agradecemos —el hombre se despidió, el chico también, y cuando se voltearon, Nami volvió a sentir el temor. Iban ahora hacia la portería. Era cuestión de tiempo que el asunto le salpicase. Entonces podría negarlo todo, pero ya se había desentendido en su declaración. Tenía que hacer desaparecer la llave. Pensaba rápidamente en todo esto cuando de pronto vio a Junko atravesar el pasillo con Hiroko y otra muchacha.
—Esperen.
Los policías se detuvieron. Nami se les acercó y puso la expresión más lastimera que pudo.
—Yo… yo… vi algo esa noche. La noche que supuestamente desapareció. Pero temo que esa persona me haga algo, porque es violenta…
El más joven la miró preocupado y el otro no sabía si fiarse. Tenía más experiencia, y aquella muchacha parecía haber cambiado muy drásticamente su expresión facial.
—¿Quién… qué ocurre, qué vio?
—Vi a una chica de pelo celeste transportar algo en un contenedor de las pelotas de baloncesto esa noche. Pero… lo siento, no quise decir nada. No quise decir nada porque sabía que me salpicaría si reconocía haber estado aquí.
—¿Qué hacía a esa hora?
—Mi tío me citó, pero era simplemente porque habíamos comido en el restaurante de enfrente. Él podrá corroborarlo cuando llegue de su viaje. Vi a la chica sólo un instante…
—¿La está viendo ahora?
Nami suspiró temblando, fingiendo un escalofrío y asintió con la cabeza. El chico la tocó del hombro.
—Tranquila, díganos quién es.
—Se llama…
Sala de interrogatorios
—…Junko Mochida. ¿Estuvo aquí la noche del crimen?
—No diré una palabra sin mi abogado al lado. Sé mis derechos y soy menor. No pueden hacer esto.
El policía sonrió. Lentamente se acercó a ella y puso una mano en el escritorio.
—Es cierto. Pero entre usted y yo, y aunque en la ley no figure así… le confesaré que cuando uno hace eso, suele ser porque tiene cosas que ocultar. Entonces yo me enfadaré mucho más.
Junko perdió la fuerza en su expresión. Era una chica lista, pero nunca se las había visto en un interrogatorio. No entendía nada ni sabía qué pasaba.
—Yo no he matado a nadie.
—Nadie ha dicho que haya matado a nadie, Mochida. Dígame qué hacía la noche del crimen.
Junko bajó la mirada, suspirando. Con los nervios le costaba pensar.
—Creo que estaba en mi casa estudiando… bueno, sí, esa semana estudié todas las noches. No salí a ningún lado.
—¿Alguien puede corroborarlo?
Junko suspiró.
—Mi hermano pequeño.
—¿Pequeño… qué edad tiene?
—Tres años.
El policía volvió a reírse, dándole un carpetazo amistoso a su compañero en el hombro.
—¿Usted vive con sus padres, no es así?
—Sí, pero a menos que sea fin de semana, les gusta cenar fuera… y me dejan cuidándole.
—Bien. ¿Sabe de alguien que manifestara odio o tuviera problemas de algún tipo con la señorita Saki Hiroe?
Junko apretó los labios. Se puso más nerviosa.
—No… bueno… para asesinarla, no. Ella y yo… nos llevábamos mejor antes.
—O sea, ¿que no se llevaban bien cuando ocurrió?
—Sí… bueno… no…
—Concéntrese, no me dé respuestas confusas. Sí o no.
Junko tragó saliva y empezó a respirar alterada.
—N-no… no. Habíamos discutido. Pero no fue nada grave, en serio.
—¿De qué discutían?
—N-no puede salir de aquí… —dijo Junko, mirándolos seriamente y afectada. El hombre asintió—. Yo… tenía una relación con la sobrina del director, Nami Kozono. Ella es… bueno… generó conflictos entre mis amigas y yo. No me quito parte de culpa, pero… —sacudió la cabeza— me separé de ellas el tiempo que estuve con Nami. Hubo un par de discusiones con Saki porque no se llevaba bien con ella.
—Así que la otra tampoco se llevaba bien con ella. Qué interesante. ¿Qué relación la unía a Nami Kozono?
Junko negó con la cabeza, desviando la mirada. El policía insistió.
—Le aconsejo no mentirnos, señorita. Esto es grave. Todavía tengo que explicarle algo que cambiará su vida en los próximos minutos. Háblenos de su relación con Nami.
—Si mis padres se enteran de esto van a matarme —murmuró temblando.
—Por favor, colabore. La otra opción siempre es peor.
Junko tragó saliva.
—Era… una… una relación afectiva.
—¿Afectiva? ¿Iban de compritas juntas?
Junko derramó una lágrima y se la secó rápido.
—N-no. Era… una relación de pareja, pero de puertas para adentro. Lo llevábamos en secreto.
El hombre asintió despacio. Y lentamente, la enorme mano del funcionario depositó un objeto metálico en el escritorio de la sala. Cuando quitó la mano, Junko vio un anillo de plata. Se le hacía familiar, pero seguía sin entender qué pretendían.
—Señorita Mochida, me temo que tendrá usted que buscar finalmente un abogado. Eso se encontró en su mochila. Pertenece a la víctima.
—¿Q…qué…? No, es…
—Como es usted menor, volverá a casa y sus padres deberán adjudicarle un defensor judicial. No es necesario que…
—NO, ¡NO! ¡Oiga…! ¡Es imposible! Yo… sería incapaz, ¡de verdad!
—La vieron transportar algo en un contenedor de la cancha de baloncesto.
—¡No…! ¡No fue esa noche!
—Me temo que dos testigos la vieron. Dos testigos que no se conocen entre sí.
Junko empezó a llorar, impotente y nerviosa.
—¡No, debe haber un error!
El policía levantó la mano, indicándole que guardara silencio.
—Escuche. Prepare su defensa de todos modos —recogió el anillo y lo guardó en un sobre etiquetado, dándoselo a su compañero. El policía joven miró afectado a la muchacha, para nada se le hacía sospechosa, estaba temblando mientras sollozaba.
—Tienen que creerme, no podría hacer daño a nadie… se lo juro…
—Ahí fuera las lágrimas no le bastarán, Junko Mochida. Hágase un favor y busque ayuda judicial si no quiere acabar en un Centro de Menores. Eso perjudicaría mucho su expediente en la Academia Kozono.
El joven ayudó a Junko a incorporarse, parecía devastada. Su mente estaba rota, asustada, pero trató de centrarse en esos días.
Ella…
ELLA…
“Mochida-san, necesito un favor en el despacho. ¿Podrías ayudarme…?”
Junko paró de andar, con los ojos abiertos.
Cayó en la cuenta.
No la quería meter en aquel despacho para desmontar el escritorio. Su intención inicial era…
“En el baño tengo un neceser. Tráemelo, por favor.”
Conseguir quedarse a solas con su mochila. Y siendo como era de ruin y sucia, también había aprovechado la ocasión para mantener relaciones sexuales con ella. Cuando ya hubo cumplido con lo que le interesaba, que era inculparla…
“¿Haces algo a la salida? Podríamos…” “No voy a retomar nada contigo, por favor. No seas estúpida.”
Junko sintió que los latidos de su corazón se ralentizaban. Quería mucho a Nami. Apenas podía creerse el alcance de su maldad y despotismo. Lo único que había hecho era amarla desde el momento en que la conoció. Se sintió mareada. Antes de salir de comisaría, sus piernas perdieron fuerza, flaquearon, y se desmayó.