CAPÍTULO 15. Desaparición unificadora
Nami no tuvo ni un atisbo de duda acerca de su estado en cuanto algunos olores de la comida comenzaron a serle abruptamente nauseabundos. Llevaba siete semanas sin menstruar, y a pesar de que había persistido irresponsablemente con las anticonceptivas todos los días, aquello ya le era innegable. Se maldijo. Lo último que le interesaba era traer hijos al mundo y tener que ejercer de madre con un asqueroso hombre. Antes se tiraría de unas escaleras o tiraría al niño.
Pero no podía perder los nervios. Su marido lo desconocía, fuera de la alcoba apenas le prestaba atención si no era para algún evento en sociedad o para seguir maltratándola. La había usado como vehículo para inseminarla, y pese a sus esfuerzos lo había conseguido, pero ella seguía siendo el recipiente que lo albergaba. Los hombres eran básicos, simples de entender y aún más fáciles de engañar. Se le ocurriría algo para enfrentar aquella situación por sí sola.
Cuando los criados de la mansión se marchaban, sobre las ocho de la tarde, Nami había hecho un esfuerzo sobrehumano para seguir alimentándose. Algunas especias le hacían reacción inmediata y deseaba levantarse a vomitar, pero sabía que las paredes tenían ojos y que aunque él no estuviera, algún trabajador de la mansión podía tener órdenes de vigilarla cuando él no estaba. Al final, logró hacer frente a la mayoría de náuseas. Trató de ponerse en contacto con Kitami continuamente, y cuando la bloqueó del móvil, llena de ira, ordenó a unos pandilleros que le secuestraran al perro.
Así que, de la noche a la mañana, Kitami perdió a Byto mientras compraba el pan, único momento donde lo dejaba unos minutos atado fuera. Armó un jaleo y preguntó a todo el que la rodeaba, pero sencillamente, el cachorro ya no estaba.
Aquello no mejoró el estado anímico de Kitami en lo más mínimo, que había empezado a ver la luz hacía no mucho. Sus relaciones sociales habían mejorado desde la lejanía de Nami y aunque era una persona trabajadora y fuerte, el combinar trabajo y estudios se le hacía cuesta arriba todas las semanas. Al final, pretendiendo ser más eficiente en el trabajo, el cansancio físico y la propia presión de los exámenes venideros la hicieron bajar de nuevo su nota media. Hiroko había seguido manteniendo el contacto con ella y también le presentó a otros amigos suyos para que no echara de menos a la innombrable. Tuvo mucha suerte: Reika acabó por prestar atención a uno de los chicos, Riku. Riku era del grupo de los becados en la segunda Academia más influyente del este de Japón, así que Hiroko se sintió aliviada de saber que el chico no rondaba ni rondaría los círculos controlados por la familia Kozono. Ahora que los clanes de los Kozono y los Inagawa eran familia, se podían esperar asquerosos tratos y diferente organización de los dominios de ciertos negocios, cosa en la que incluso podía llegar a salir ella afectada, pues los negocios limpios eran los primeros en ser avisados de los cambios y su familia controlaba la restauración de dos barrios de alto standing. Nadie quería echarse encima como enemigos ni a los Kozono ni a los Inagawa, pero ahora que eran una potencia única por el reciente matrimonio de Nami, ir contra ellos era sinónimo de firmar la sentencia de muerte. Quería alejar a Reika de ella y de todo lo que la rodeaba. Riku quedó prendado inmediatamente de Reika, y ésta, aunque le costó bastante soltarse con él, desarrolló una sana amistad.
Centro comercial
Riku había invitado a Reika a tomar un helado y a recorrer las tiendas de ropa del centro comercial. La rubia seguía afligida por la pérdida reciente de su perro y le venía bien tomar aire fresco. Aunque el chico de repente la vio blanca como la leche.
—¿Estás bien? Te has quedado en el limbo… ¿Reika?
La chica parpadeó rápido y volvió sus ojos azules a él.
—Sí… sí, perdona. Es que… hay una chica que conozco allí. La acabo de ver.
El chico meneó la cabeza y miró atrás. Había una pareja de japoneses sentada a una mesa. El hombre en cuestión, bastante más mayor, tenía el cuello lleno de tatuajes. Eso siempre era una peligrosa señal. La chica, preciosa pero con un tono pálido, tenía la mirada perdida mientras él le hablaba. En un punto dado, éste la agarró fortuitamente del pelo y le dio un tirón, girándole el rostro hacia él. Oyó a Reika dar un suspiro de impresión.
—¿Le acaba de hacer daño…? Es… ella es Nami. La conozco.
—Eso parece—musitó Riku, algo anonadado al respecto, no era fácil ver escenas así. La tal Nami ahora le devolvía la mirada de hito en hito, incluso con insolencia y determinación, mientras él parecía regañarla. La soltó bruscamente y se levantó de la mesa en la que comían, sacándose la pitillera del pantalón. Nami dejó salir un suspiro mientras cerraba los párpados, como si sintiera mucho agotamiento. Reika sufrió un impulso interno y ni siquiera pensó. Se levantó de su silla.
—Discúlpame unos minutos —murmuró y avanzó rápido hacia la mesa.
Nami sintió de repente el calor de una mano y salió de sus pensamientos. Al voltear la cabeza y ver a Kitami se sorprendió mucho, los ojos le brillaron. Era como ver una luz latir.
—Nami… Nami, he visto eso, ¿estás bien?
Nami se movió hacia ella pero no le dio tiempo a hacer ni decir nada cuando Reika la abrazó. La abrazó fuerte, tanto, que sintió su aroma apoderarse de sus fosas nasales. Aquello le cambió hasta el humor. Era un olor que echaba de menos. Le correspondió el abrazo y se puso en pie poco a poco.
—Estoy bien —le contestó al poco, sonriendo. Se sintió tentada a acariciarle la mejilla. Pero recordó dónde estaba, en un sitio público, y se redimió. Sus ojos fueron a parar a la salida por la que su marido se había ido a fumar y volvió la vista a ella—. ¿Podríamos hablar un momento? En un sitio más privado… solas.
—Sí. Sí, podemos. Tengo… tengo que hablarte de cosas yo también.
Nami la miró de reojo, pensativa mientras se alejaban. Reika había estado ignorándola y la había bloqueado del móvil… quería hacérselo pagar duramente.
Pero…
Una parte de su cerebro funcionaba raro con ella a su lado. No estaba acostumbrada a sentir algo por alguien. Algo que no fuera indiferencia o deseo sexual exclusivamente. Eso le jodía los nervios, porque le recordaba lo patética que sería su vida en adelante estando con una persona que no quería… mientras la que quería pasaba de ella. La rabia generada por ese último pensamiento se comió cualquier otro. Volvería a acostarse con ella y luego se lo haría pagar.
—Me da mucha tranquilidad ver que quieres seguir teniendo contacto conmigo… ¿has cambiado de número? —la cuestionó fingiendo que no sabía de su bloqueo. Reika estaba apurada después de haber visto lo que había visto y se le notaba.
—Ah… eso, yo… me saturé un poco con lo que vivimos y te bloqueé. Pero… bueno, en fin… te hablaré yo, ¿vale?
—Está bien —asintió la morena, y puso cara de pena—. Está bien, espero que no te olvides…
—No lo haré.
—… —Nami asintió débilmente, pero se maldijo, porque estaba sintiendo tanto regocijo que la sonrisa se le curvó por una fracción de segundo y tuvo que obligarse a carraspear. También se lamentó de que la rata con la que actualmente debía compartir cama nunca soliera golpearla con fuerza en la cara, porque ahora no tenía nada para darle más lástima.
Lo que Nami no sabía es que no hacía ninguna falta. A Reika le hacía mucho daño simplemente el sospechar lo que estaría soportando, ajena a la perturbada psique que verdaderamente gobernaba en ella. Pensó que era precipitado contarle que Byto había desaparecido, que eso la pondría más triste.
Tarde o temprano tendré que contárselo, pero…
Decidió no hacerlo en ese momento.
—Ah… Nami… —la otra arqueó una ceja—, te… ese hombre… ¿te está tratando mal?
—Es un poco brusco. Según él, le ignoro.
—Mis padres se respetaban mucho… no estoy acostumbrada a ver esas cosas… deberías… quizá… —respiró compungida y miró a otro lado, nerviosa—. ¿Y si se lo dices a tu padre o a alguna autoridad que pueda hacer algo?
¿Por qué me habla como si fuera a ponerse a llorar? Cómo se puede ser tan tremendamente estúpida y blanda… ¡JAJAJAJAJAJAJA!
—Prefiero no hablar del tema, Reika… ese hombre… no quiero ni pensar lo que podría hacerme si me quejo de sus tratos.
—Me duele oírte. Por favor… haz algo, haz…
—Te dije de hacer algo —murmuró cortándola, devolviéndole una mirada demoledora. Ahora que Reika había presenciado un agarrón de pelo, tensó la expresión facial. Su amiga retomaba el tema de los aseos del instituto. Nami se cercioró primero de que nadie las miraba u oía y dio un paso más cerca de ella, hablando con más ahínco—. Te dije que nos fugáramos. Te daré la vida que quieras, mi familia no me delatará y me seguirá dando dinero, puedo plantearlo como una desaparición. Preparar un escenario para que la policía me dé por muerta en ocho días. Puedo hacerlo todo. Por ti —murmuró fuerte, y a punto estuvo de nuevo de ascender la mano a su rostro. Apretó la mandíbula y no lo hizo, con ira por tener que contenerse. Le costaba mucho ir contra sus propios deseos. Pero Reika la miraba tan fijamente, que tenía que continuar hablándole—. Te recojo esta noche, nos iremos en barco.
—No… no, yo… no puedo hacer eso. Es una locura, ¿de acuerdo…?
—Lo es. ¿Y qué?
—¿Te has parado a pensar en que esas personas nunca podrían dejar de buscarte? ¿Que pueden dar con nosotras y matarnos el día que salgamos tranquilamente a dar un paseo? Me niego a ser tiroteada por… —estaba hablando demasiado deprisa. Hubiera preferido no comenzar esa última frase, frase ante la que Nami Inagawa comenzó a mirarla con un deje claramente desalentado. La rubia pensó que la había fastidiado. Pero no. Le respondió con suavidad.
—Márchate… no quiero que te vea la cara, por favor —murmuró Nami con la voz cambiada. Reika asintió un poco pesarosa y volvió con el chico.
La japonesa sí que hizo aquello por propio beneficio: la realidad era que sí que le importaba que ese cabrón de su marido se quedara con el rostro de Reika. Era capaz de mandarla matar si empezaba a tirar del hilo, si descubría que habían tenido alguna relación de instituto amorosa. Era un secreto que los Kozono no querían contar, aunque la homosexualidad de Nami fuera ya difícil de tapar. Era un secreto a voces. Pero ni aun por esas, a Nami no le interesaba que el gilipollas de su marido mediara y la quitara del medio. Reika Kitami era suya y lo seguiría siendo las veces que se le antojara, hasta que se aburriera. Nadie tenía derecho a interceder entre ella y sus amantes, y menos un hombre. Consideraba a los hombres poco más que animales, y como animales los trataba. La diferencia con el hijo de puta con el que había intercambiado alianzas, era que era fuerte y pudiente. También podía borrarla a ella del mapa, aunque actualmente estuviera interesado en fecundarla.
A pesar de todo, Nami estaba contenta con aquel encuentro. Se había dado cuenta de que a Reika le dolía cómo acabó la conversación, ya le conocía varias expresiones, y sabía que se aguantaba el llanto mientras volvía con aquel imbécil con el que había salido a tomar un helado.
Tres horas más tarde
Riku se despidió de Reika. Estuvo muy tentado de besarla… pero la notó distante y rara desde lo que presenciaron en el centro comercial, por lo que no se aventuró. Se dieron un amistoso abrazo y cambiaron de rumbo. Reika no aguantó más en cuanto llegó a casa y desbloqueó a Nami, aunque tuvo que respirar hondo antes de hacerlo. Pasado el furor del encuentro bajo esas circunstancias, su mente se había estabilizado y la martirizaba de nuevo con el horrible recuerdo de Nami violándola, haciéndole un daño terrible. El sólo hecho de recordarlo le dio una punzada interna. Se lo pensó dos veces, mirando su nombre en la pantalla. Levantó el pulgar.
…
…
Y pulsó la opción de Desbloquear.
“Nami… ¿puedes escribir por aquí?”
“Sí, sólo un momento. Me mira siempre el móvil. ¿Podemos vernos?”
“¿Podría ser en un sitio público?”
“No quiero que me vean, Reika… por favor…”
Reika se mordió el labio pensativa. Dejó caer los hombros y volvió a escribirle.
“Vale… ¿te parece bien en mi casa?”
Nami sonrió maliciosamente. Desconocía cómo ablandarla hasta el punto de que se dejara abrir de piernas otra vez. No sabía cuánto le llevaría. Pero la pena era siempre efectiva.
“Está bien, te lo agradezco. Él no pasa aquí la noche… ¿puedo ir?”
“Sí, ven tranquila”.
Nami dejó escapar una risotada. Bajó el móvil y, como estaba en el baño en pie frente al espejo, se fijó unos segundos en el reflejo que le devolvía. Ladeó la cabeza, mirándose y estudiándose de arriba abajo. En realidad, lo que solía aguantar de Inagawa eran más tirones de pelo, alguna cachetada o algún agarrón, pero no solía dejarle marcas en el rostro. Eso daba de qué hablar en los clanes, y sabía que tampoco quería tener a su padre molesto. Tenía la cara demasiado “bien”. Repasó el cuarto de baño con los ojos y sus pupilas se acrecentaron al ver el tirador de uno de los cajones. Se puso de rodillas y colocó las manos en el lavabo, mirando fijamente el saliente metálico adherido al cajón. Era un tirador común. Duro. Resistente. Tomó aire una sola vez, sin pensárselo ni cinco segundos, y se estampó con toda la fuerza que pudo contra él. El pico del tirador chocó contra el hueso de su ceja y sintió un dolor punzante… con el que soltó otra risa floja. Se había hecho un buen daño. Palpó con la mano y tomó un segundo impulso. Quería dar pena, pero tampoco quería joderse el ojo. Había que tener puntería. Volvió a tomar impulso, ahora sin sostenerse con las manos, y volcó violentamente la cara contra el tirador en el mismo punto. El cajón hizo un ruido más desagradable y el dolor fue mucho más intenso. Esta vez sí suspiró adolorida y se llevó la mano a la sien. Se había mareado. Tras unos segundos, se puso en pie lentamente y se volvió a mirar en el espejo. Tenía el hueso de la sien y de la ceja inflamado y rojizo, no tardaría en formar los hematomas. Sería suficiente.
Casa de Reika
A Reika se le cambió la expresión de la cara en cuanto la vio al otro lado de la puerta.
—N… ¡Nami…!
—Shhh… —se puso rápido el índice sobre los labios y se precipitó hacia dentro. La rubia guardó silencio y miró hacia los lados del rellano, ¿de verdad la espiaban los esbirros de su marido? No le sorprendería teniendo en cuenta lo que se sabía de ellos en Japón. Los pensamientos se le nublaron cuando Nami la abrazó con fuerza; la correspondió y sintió mucha vulnerabilidad provenir de ella, como nunca antes. La acarició del pelo y cerró los ojos, dejando que los segundos se alargaran indefinidamente. Cerró la puerta con el propio pie.
El cuerpo de Nami era un caos. Sentía muchas cosas juntas, era casi imposible saber cuál de sus pensamientos gobernaba más… pero según pasaban los segundos, se dio cuenta de que había uno. El que había gobernado siempre, desde el primer momento en que la vio.
Algo sádico se le había activado dentro desde el primer rechazo que Reika le había hecho, y el vaso estaba a punto de desbordarse. Ella no era el tipo de mujer que esperara nada de nadie a menos que fuera obediencia y sumisión. Si Reika hubiese reunido unas características tan básicas desde el principio, como todas las demás, a esas alturas ya la habría suprimido de su mente. No había nada en ella que ejerciera interés en Nami, amén de los atributos físicos…
…No. No es verdad. Sí que hay algo.
Los ojos de Nami se abrieron unos segundos y exploraron la casa. Siguió el rodapiés con la mirada y vio las Converse que Reika más utilizaba a diario, unas negras que eran de imitación. Estaban muy gastadas.
La tengo tan cerca… puf, qué ganas le tengo.
Quería acostarse con ella inmediatamente, necesitaba descargar todo lo que había retenido ese tiempo. Pero era inteligente. Si iba así de buenas a primeras, la asustaría. Ahora, ante sus ojos, era ella la desvalida. Comenzó a arrimársele al cuello, a milímetros de tocarle la piel con su boca. Reika se quedó de piedra con aquello, e inmediatamente la apartó de forma brusca. Pero Nami no llegó a tocarla, así que se miraron fijamente y la más alta murmuró lastimosa.
—¿Qué pasa…?
—N… nada… pensé que… ibas a…
—Me he emocionado de poder volver a tocarte, eso es todo…
—Sabes… yo… tengo que contarte algo. Llevo un par de días triste.
—¿Qué pasa?
—Perdí a Byto dos minutos de vista cuando fui a comprar el otro día… y… ha desaparecido. ¿No te has fijado en los carteles que he pegado por todo el barrio?
Nami tuvo que contener un sinfín de risotadas. Le hacía gracia lo fácil que era preocupar al resto. El perro estaba bajo los dudosos cuidados de otro pandillero que tenía a sueldo y así seguiría hasta que ella diera alguna orden.
—¿Pero cómo va a desaparecer?
—¡No lo sé! Es tan pequeño… no quiero perderle… aún… aún ha pasado poco para darlo por perdido, eso me dijo la policía. Pero es que me parece tan extraño… he llegado a pensar que alguien malo lo ha visto tan bonito y tan cachorro que se lo ha llevado. Sólo lo dejé atado en el exterior de la panadería donde trabajo.
—Por ahí pasa muchísima gente, Reika.
A Reika le temblaron los labios, sumida en pena.
—Ya… yo… ya… lo sé, soy… —agachó la cabeza, derrotada—. No puedo creer que sea incapaz de cuidar siquiera a un perrito. Todo lo que quiero en la vida… se marcha o me lo arrebatan… —sus facciones formaron un puchero y comenzó a sollozar sin poder evitarlo. Llevaba días llorando, sintiéndose contraproducente e inútil para todo lo que se proponía, y encima, completamente sola. A Nami le pilló por sorpresa que se viniera abajo. ¿No era yo la jodida víctima? Quiso bufar de impaciencia viendo que ahora le tocaría revertir papeles y hacer como que le importaba una mierda lo depresiva que estaba.
Lo intentó.
Su mente no construyó sentimiento empático alguno. Sólo se reía de sus propios intentos.
Lo volvió a intentar, centrándose en su expresión de dolor.
Y ahora sí que sintió algo. Algo que ya había sentido antes.
Placer.
Había algo que le producía placer en verla llorar y verla rota. Era parte del sentirse superior, de saber que la fragilidad ajena le era patética. Su corazón empezó a bombear más rápido al ver cómo sus lágrimas resbalaban por sus rosadas mejillas una tras otra, y sus pestañas color ceniza se humedecían. Y para ese dolor, Nami tenía el arreglo. Nada más ni nada menos que la solución. Porque Reika seguía dependiendo de ella, y podía controlar su puta felicidad como le saliera de las narices.
—Voy a encontrarle —murmuró, a la par que acunaba su mejilla con la mano. Reika movió el rostro en dirección a esa mano, como si fuera el único consuelo cercano que tuviera.
—No lo encontraremos —respondió entre sollozos—, porque tengo mala suerte y… de seguro que hasta la persona que se lo llevó le da una mejor vida. Por lo menos… por lo menos eso espero. Será mi único consuelo. Maldita sea, sé que lo tuyo es mucho más importante, perdóname…
Está hundida en la mierda y vive en la miseria. Subsiste en una pocilga y de una paga del Estado. Ahora estaba en su poder darle una alegría, pero aún era pronto.
—Bueno, seguro que no ha podido ir muy lejos de todos modos. Aunque aquí viva mucha gente… es la que gente que vive aquí precisamente la que da vueltas por estos barrios.
Nami veía en la amarga expresión de la rubia que aquello no era un gran consuelo. Era lo que buscaba. Cuando parpadeó, otra lágrima más se desprendió de su lacrimal. El pulgar de Nami la frotó despacio hacia un lado, sin dejar de acariciarle la mejilla.
—Dios se ceba conmigo y no sé qué le he hecho… —musitó en un hilo quebradizo, perdiendo la mirada en otro punto de la casa—. Echo… de menos a mi mamá…
Nami curvó media sonrisa. No tenía experiencia para saber que lo que tenía delante era una adolescente torturada por la vida, con traumas en crecimiento y completamente sola. Verla llorar por recordar a sus padres se le hacía lamentable, para ella estar lejos de su familia era un gusto placentero. De lo único que era plenamente consciente era de que sus recursos para salir adelante eran escasos, que cuando su juventud pasara se convertiría en una adulta vieja sin ningún poder ni inteligencia, una rata más en aquel barrio. Como las demás.
—Hagamos una cosa —empleó un tono fuerte repentinamente, haciendo que Reika levantara la cabeza hacia ella, aún devastada—. ¿Has empapelado todas las farolas de por aquí?
Reika asintió débilmente.
—Bueno, pues pondremos más papeles. Cambiaremos la foto para que vean que el llamamiento es otro, y anunciaremos que hay recompensa por parte de la familia Kozono.
Reika frunció el ceño, pero después suspiró.
—¿Y si las llamadas que me llegan son todas falsas…? La gente por cobrar… puede hacer cosas malas, incluso hacerse con un perrito parecido. No, Nami —negó con la cabeza frustrada. La otra alzó las cejas al ver su actitud. No solía verla tan pesimista—. Prefiero ponerme en lo mejor… y lo mejor es dar por sentado que algún caradura se lo ha llevado a su casa y regalado a sus hijos. Si alguna vez comete el error de pasearlo por los alrededores… llamaré a la policía.
Nami se guardaba un potente as bajo la manga del que Reika era desconocedora. Pero no era el momento de decírselo. Haría un poco más de teatro para arrancarla de esos sentimientos negativos. Le haría un favor tan enorme para devolverle la luz perdida, y entonces…
Entonces seguro que…
—Entonces deja que mueva a los contactos de mi padre. De verdad, son eficientes. Deja que haga un par de llamadas.
Reika asintió en un suspiro y se secó rápido el resto de lágrimas ella misma. Se giró a la cocina y puso un cazo con agua y encendió el hornillo.
—Haré algo de cenar, perdona. No he tenido mucho tiempo desde que llegué.
Guárdate algunas lágrimas para cuando te meta el puño por otro conducto, pensó Nami. Extrajo su móvil del bolsillo y envió dos mensajes pertinentes a los dos esbirros a los que había solicitado ayuda. Por supuesto, Byto estaba ya a kilómetros de allí, a muchos kilómetros. En casa de uno de ellos.
“Ah, qué pena. Ya pensé que te olvidarías del cachorro. Mi piva le está cogiendo cariño.”
Nami alzó una ceja ante la respuesta de su subordinado.
“Rómpele una pata, déjalo tirado no más lejos de tres kilómetros del Barrio Azul y déjalo bien escondido entre arbustos.”
El hombre que recibía sus mensajes permanecía en línea, absorto ante aquello. Por supuesto, el deber era el deber. No podía oponerse a las órdenes de la nueva mujer de Inagawa, hija de un Kozono. Pero sentía un particular amor hacia los animales, más si eran de corta edad.
“¿Es necesario romperle la pata?”
Nami sintió que sus nervios se crispaban. Había tardado mucho en responderle.
“No te pago para que hagas putas preguntas.”
“De acuerdo.”
“Quiero que el puto perro necesite una cirugía. Písale, rómpesela, hazle algo.”
“Entendido.”
Nami borró la conversación y se guardó el móvil de nuevo. Se acercó a Reika desde atrás y la acarició en el hombro, mirándola con una sonrisa.
—No te lo vas a creer… creo que no hará falta nada de esto.
—No sé a qué te refieres —musitó mientras preparaba los condimentos que iba a echarle al ramen. Nami le agitó un poco el hombro para que la mirara.
—Reika… cuando me lo dieron y acordamos su cuidado se me pasó por completo decírtelo… pero, ¿le cambiaste el collar que yo le compré? Porque ese tenía localizador.
Era lo único que podía lograr sacarla de aquel tedio. Nami vio cómo inmediatamente sus ojos se avivaban y le devolvía una mirada esperanzadora.
—¿Es… en serio?
—Ahá —le sonrió plácidamente—, pero… bueno, no quiero emocionarte antes de tiempo. Habremos de recurrir a la policía… si me lo hubieras dicho cuando pasó…
—Porque intento solucionar mis propios problemas… porque tú y yo hemos tenido problemas… y porque soy estúpida también, he roto el trato que hicimos por no querer molestarte.
—Vale. Deja que haga unas llamadas y se encargarán de esto, ¿de acuerdo?
—¿Y si vamos mejor a la comisaría?
Nami negó rápido con la cabeza.
—Si te personas allí, tendrás que esperar horas. Cuando digo recurrir, me refiero a ponernos en contacto con ellos. Y yo conozco a muchos que serán más eficientes que los de aquí. Déjalo en mis manos.
Reika la siguió expectante durante toda la llamada. Era una buena posibilidad… ya al menos había posibilidades. Se puso a hacer memoria: el perro llevaba el collar negro, efectivamente. Tenía una placa adherida a un costado, pero jamás fue conocedora de que el otro accesorio colgante era un localizador. Nunca le dio importancia alguna. Si tenía algo de suerte, el que se lo llevó no tenía por qué haberle quitado el collar, tan sólo la placa. O quizá había tirado el collar en un contenedor donde ya se podía rastrear la localidad donde estuviera. Eran posibilidades de otra magnitud. Nami colgó la llamada y la miró con una sonrisa.
—Me harán el favor de mirarlo.
—Nami… ¿de… verdad?
—¡Sí! —le dijo animada, intentando contagiarla. Inclinó un poco el rostro hacia el de ella—. Han dicho que con un localizador cambian mucho las cosas. Pero que tenemos que ser pacientes hasta unas horas.
Había una tara en aquello que le decía y Nami se había arriesgado. Pero Reika reparó en cómo funcionaba el tratamiento de datos de aquel tipo. Era cierto que el perro llevaba un localizador, Nami se lo puso en su día para saber hasta qué metro cuadrado pisaba Reika con el perro cuando salía a la calle. Pero bastaba con mirar su móvil para comprobarlo. Meter a la policía en aquel embrollo no era más que un teatro.
—Eres maravillosa… me alegro mucho de que hayas venido.
—Ya estás más animada, ¿verdad? Es normal que te hayan tratado quitar al cachorro… es muy mono. Así que puedes estar tranquila, porque le encontraremos y volverá con nosotras —le acarició las mejillas lentamente, con ambas manos. La rubia sintió felicidad, pero también algo de culpa al ver los hematomas recientes en el rostro de Nami. Aquello era más importante que el animal… y otra vez había sobrepuesto sus problemas.
—Deja que termine de hacerte la cena… te has portado bien conmigo, y yo ni siquiera tenía la comida lista cuando has llegado.
Nami ladeó una sonrisa, por dentro ya se moría del vicio y del placer suponiendo que le tocaba su recompensa. Estuvo a punto de deslizar los dedos hasta su escote, pero apenas empezó a hacerlo cuando Kitami se giró sin darse cuenta, se puso frente al hornillo y terminó de girar el ramen. Nami reprimió una expresión de molestia y se humedeció los labios, pensando rápido. Bajó los ojos hasta centrarlos en su culo. Tenía unos pantalones cargo verde oscuro ceñidos con el cinturón, y sus nalgas grandes ahí, justo delante de sus manos. Nami dio un imperceptible suspiro de impaciencia y se acercó a su lado.
—¿Le falta mucho?
—No, ya casi está. A ver… —atrajo el sobre de las últimas especias, lo abrió con los dedos y empezó a verter el polvo sobre los fideos. Nami no paraba de observarla a ella con la sed de un vagabundo. Pero de pronto, cuando se filtraron en ella los olores tan característicos del polvo, sintió un fuerte relámpago de repulsión que le apretó el diafragma, y tuvo una arcada ahí mismo. Se azoró al verse incapaz de controlarse. Logró taparse la boca sin llegar a vomitar, pero Reika la miró con los ojos abiertos.
—¿Estás… bi…?
—Mmh… —la cortó con un balbuceo y se giró vertiginosamente, sabía que esa vez no tendría suerte. Llegó hasta el baño para acabar vomitando en menos de tres segundos. Reika alternó la mirada entre ella y la comida. Quitó la olla del fuego, lo apagó y fue a su lado. Otra vez en la misma situación del instituto. Cuando se acuclilló a su derecha sólo le acarició la espalda sin decir nada. Nami tosió muy fuerte, peleándose todo el rato con su propia garganta.